jueves, 20 de diciembre de 2012

OPERACIÓN: CUÑADA -VI-



…/…
 

Otra crisis, la enésima

 


 

El terror bélico, un acicate para las confesiones.

-…

-¿Neira, cómo andas de ocupaciones; quiero decir, de servicios agregados?

-Pues, Páter, para usted siempre estoy disponible, ¡que ninguno de mis jefes se atreve a decirle que no!

-¿Tienes algo para este domingo? Me gustaría que fueses conmigo a Tagragra, de escolta, que me toca celebrar en ese Destacamento, que los tenemos medio aislados, aislados y olvidados.

-¿En qué fecha cae...? ¡Ah, sí, el diecisiete...! ¡Pues, no; de momento, no! Aquí, como el otoño no hace transición con el verano, salvo en la duración de los días, y como los festivos, en esta situación, son idénticos en servicios al resto de la semana, si no fuese por la Orden del día, ¡ni se percataba uno del calendario!

-Orlando, ¡felicidades! Eso que acabas de decirme, me alegra; es una buena señal porque demuestra que llevas vencida tu crisis, esa especie de surmenage, y que la vida empieza a serte agradable, cosa que celebro, ¡muchísimo!

-¿Agradable? ¡Cómo nunca, que eso de estar en comunicación con mi Manolita me hace feliz, que menudo descubrimiento; y el caso es que se lo debo a Felisa…!

Pero el cura, de la otra Misa, de los latines del Neira..., ¡cero!

-Ya te dije que ella, de monja, pediría por ti, por ti y por vosotros; y que Dios os concederá la paz y el sosiego definitivos para vuestros espíritus..., ¡a los tres! Ya tuviste bastante con aquellas pruebas, con aquellas tentaciones por las que pasaste! Bien, pues, a lo que iba: Ya que Felisa está contenta contigo, y si no le da miedo ese viaje, ese convoy, la puedes llevar con nosotros a Tagrara, que así oye Misa de campo... Digo, si le sirve de distracción. Ella puede ir en la cabina, que yo me acomodo con vosotros en la caja del camión, que incluso sería una confirmación para el médico de que tú no eres un problema...; ¡quiero decir, un problema sanitario!

-Páter, no entendí nada de este rollo suyo, pero, lo que es por mí, lo que usted mande. ¿Y eso de que Felisa puede ir en la cabina...; y que no soy un problema para el médico…? ¡Que estamos en Ifni y no en los Cerros de Úbeda!

Pumariño, haciéndose el sordo, dio un volantazo:


-Me refiero a la cabina de los camiones nuevos, los Dodge, que el coronel mandó poner uno de ellos a mis órdenes, quiere decirse, a las del Jefe de los Servicios Religiosos.

-¿Luego no iremos en los jeeps del I Tabor, como de costumbre? A tal momento me coge desprevenido, así que no sé si eso del camión será más seguro que yendo en varios jeeps, pues en caso de ataque nos esparcíamos por el campo, saliéndonos de la pista…, ¡para neutralizar los flancos!

-¡A los del Estado Mayor les parece más seguro! Así que iremos en un tres cuartos, esos Dodges tan perfectos, del trinque, que aún los están descargando en la playa, con los anfibios. Ya sabrás que el mando dispuso que se utilicen preferentemente para los desplazamientos al interior, y con poca escolta, acogidos a la protección de su caja, que es metálica.

-¿Y de tropa...?

-Tú verás, que para eso eres de Armas, pero pienso que con un par de escuadras... De todos modos lo tienes que confirmar en la Oficina del Coronel. Estas Misas en los Destacamentos, que las voy repartiendo con mi segundo, con el capellán Joaquín, son idea mía, propuesta mía, para alentar sus guarniciones, así que este domingo el capitán irá a Tiliuin, y yo a Tagragra de Tiugsá, contigo… ¡Contigo, Jalisco, si no te rajas! –Y canturreó una estrofa de Jorge Negrete. Aquel capellán se crecía en las batallas, curtido que estaba de ellas: La Civil y la División Azul, amén de aquellos follones territoriales!

-Yo, con usted, a Tagragra..., ¡vale! ¿Y con el otro capellán, con el Pater Joaquín?

-Aún no lo sé, pero me parece que aprovecharán para hacer un relevo en el Destacamento de Policía Indígena, que algo he oído, abajo, precisamente en la Policía, que con ellos irá ese brigada que es amigo vuestro, Louzao. ¡Un hombre serio, que me inspira confianza!

-No sé si sabe que es medio paisano nuestro. Como militar, le venía bien una escaramuza, a ver si le ascienden por méritos de guerra, pero como hombre es un husmeador de mujeres..., ¡de las del próximo, por supuesto, que el muy cauto huye del sacramento!

-¿Mujeriego, y sigue soltero, con todas las que por aquí pasan, y pasaron?

El obsesivo a sus obsesiones:

-¡Lo malo es que sigue soltero porque tengo la impresión de que le gustan más las del prójimo, las ya escogidas, así que lo bueno sería dejarle en Tiliuin una temporada, con las moras, ya que por esa parte del país son medio saharianas, y dicen que funcionan mejor que las norteñas!

-Orlando, por favor, que esas no son bromas, que con chinitas de estas luego se le quita la honra a un santo, ¡y yo de santos sé más que tú!

-¡Dejémoslo, pues, en conjeturas! Lo que no le paso es esa alusión suya al médico; ¿qué le pasa conmigo al Matasanos del Tabor?


-No sé si hago bien, cristiano, pero, ya que se me escapó, tendré que decirte, ahora que ya estás bien, ahora que te veo sosegado, que el capitán médico estuvo pendiente de ti, mucho, estos meses, en su convencimiento de que tus problemas…, digamos, nerviosos, tendrían de parte tuya todo el esfuerzo preciso para superarlos, y de paso, para comportarte con la dignidad que corresponde a un oficial del Ejército de África. Tanto es así que incluso te encubrió, o disimuló, algunas anomalías que pudieron llegar a deslucir tu carrera, incluso con tu expulsión del Territorio, que menudo era el Pardo de Santayana para la ortodoxia de la Guarnición. ¡Y no me hagas hablar más, que ya parece que te estamos vendiendo ese favor!

Neira se amoscó con aquella resaca:

-¿Así que me dio tratamiento psiquiátrico? A lo mejor, hipnosis, y todo eso, ¡y yo sin enterarme!

-No, hombre, que no hizo falta tanto; simplemente, te llevó un poco de la mano, discretamente, mediante no sé qué sutilezas..., ¡eso, médicas!

-¡Pues, ahora que lo dice, menudas sutilezas, que me hizo tragar una serie de píldoras que me adormecían, y de paso me encogían el estómago! ¿Así que me trató de loco mientras me decía no sé qué del hígado, y que me las recetaba para deshabituarme del alcohol? ¡Pues vaya amigos...; y encima, confabulados!

-Mira, Orlando, que el interesado en estas crisis nerviosas es el último en enterarse, pero el caso, lo bueno del caso, es que te fuiste reanimando, ¡y con eso, todos felices!

-¿Eso de felices...? ¡Si usted lo dice, pase, que me llega con los remolinos de este viento, de este siroco, sin tener que alancear a los clérigos del Ejército!

-¡Venga, animal, o mejor dicho, mal cristiano, desfila, que no te puedo dedicar más tiempo, que quedé con los oblatos en que les iría aguantar pecadores, en uno de los confesionarios de la parroquia...!

-¿Y luego, no les puede ir ese Joaquín, que siempre le veo por ahí, ensimismado, medio aburrido? ¿Qué Jefe es usted que no sabe delegar?

-Mira, Orlando, aquí, inter nos, yo me entiendo mejor con el Monseñor, con el Prefecto, ya sabes, el Padre Erviti, y así les dejo el capitán a las Unidades de Plaza, a las de menor plantilla. ¿Entiendes la cosa? ¡Desde aquello de Teodosio, sin colaboración no hay Imperio, y viceversa!

-Según le entiendo, eso quiere decir que nuestros pecados, los de Tiradores, son más altos, de más envergadura, ¿no?


-¡Mira que eres retorcido, más que un temoeiro! Anda, vete con Dios, y de paso dile a tu señora que le agradezco que venga con nosotros, que así también se relaciona con las damas de los Destacamentos, y las anima en su soledad, que eso es bueno para todos, incluso para ella. ¡Hasta luego, Orlando!

-...

Neira se llevó la mano a la sien, en un maquinal saludo, pero su entendimiento febril ya estaba cociendo otra, así que se fue a su cuarto privado, en la Residencia de Oficiales, y allí, pluma en ristre, que los bolígrafos aún no llegaran al Ejército; ¡ni el árabe, ni el beréber o chelja, ni los bolígrafos!

Trasladado su cuerpo y su alma al mundo de las migraciones anímicas, aquella nueva obsesión por la telepatía, absolutamente convencido de su rotunda eficacia entre seres que hubiesen experimentado algún tipo de convivencia, cual fuera su caso, en su crianza, con la heredera de los Rancaño, allá que se tiró a su abismo metafísico:

Adorable Manolita, vengo de pelar la pava con ese carca, con ese “Páter sin familias” que se negó a intervenir en la anulación de mi matrimonio, y piensa el tal eunuco que todo se normalizó con Felisa. ¡Qué poco profundiza en la intensidad de este amor sublime, heroico, que te profeso! Él, que piense lo que quiera, que para mí lo único importante es mi secreto, este amor confiado a las ondas, ¡tan sólo a las ondas, que este casamiento, esta relación platónica, ésta sí que es perpetua!

Compré esa libreta, este Diario, ahí abajo, en la librería de Villodre, porque, desde ya, desde ahora mismo, voy hacer un borrador de todos mis mensajes, como se hace con los radios del Ejército, que de esta manera no me entretengo en el momento de nuestra copulación espiritual, de nuestra conexión etérea; ni con cosas triviales ni con reiteraciones insulsas.

Mi técnica va a ser esta: yo sintetizo, desde aquí, en este Diario, mis pensamientos, y de vez en cuando, siempre que me rodee el silencio, me pongo a pensar en ti, con fuerza, con arrebato, con toda mi pasión, que es infinita, para que mis mensajes, estos coloquios, nuestros, entrañables, telepáticos, lleguen a tu espíritu con mucha fuerza y sinceridad, nítidos, sin debilitarse en los dos mil kilómetros que nos separan... ¡No, no es así: que nos unen, desde ahora mismo, desde ya!


De momento, tus señales me llegan algo débiles, que sólo cuando sueño contigo percibo claramente tu querer, el fuego de tu querer, pero ya verás, mi bien, como aprendes a radiar, a comunicarte conmigo, a transmitirme adecuadamente, con fuerza, tus emisiones anímicas. Tu espíritu es fuerte, que quizás lo sea más que el mío, y tienen que llegarme esas ondas, las tuyas, cálidas, vivas, sonoras. ¡Ya verás, mi amor, ya verás qué frenesí, qué clímax, cada vez que sincronicemos nuestras almas, así, de este modo, por las ondas adelante, tal que un boomerang, de mí para ti y de ti para mí, y no precisamente un eco sino una respuesta consciente, volitiva!

Veinte siglos lleva la Iglesia meditando si las almas proceden de un almario común, infinito, circundante, o si dimanan de dos jirones envolventes, superpuestos, fundidos o refundidos, de los progenitores, habiendo incluso quien opina que, de algún modo, el Creador acude al acto sexual, así sea a fortiori, y da su complicidad tirando de la nada ese regalo que adjudica a los gametos... ¡Burros, que les ganó una santera cubana, una meretriz portuaria, aquella que inició a mi Felisona en esto de la telepatía! Con lo fácil y clara que es la cosa: igual que la humedad, igual que el polen, que son transportes de los vientos, el mundo tiene una nebulosa envolvente, creada por Dios de una vez por todas, y los seres animados sólo son soportes que utilizan las almas, según los casos y según las circunstancias, para facilitar su partenogénesis espiritual. Rematada la función, los cuerpos se desintegran, pero las almas pasan a su estado definitivo, en el que esperan por el ser amado para la copulación, para la fusión definitiva, ¡tal que haremos nosotros, tú y yo, tan pronto logremos deshacernos de esta carniza envolvente que nos mantiene aislados!

De propósito: Este Capellán en cosas del querer sigue siendo un bobo, un necio, un inocente. ¡Mira que decirme que ya alcancé la paz y el sosiego! La paz, sí, por supuesto, que con esta comunicación, nuestra, continua, inextinguible, ya no te pierdo, ni en ese convento ni fuera de él, que así no serás de nadie, ¡ni yo te olvidaré! Ni te olvidaré ni se enfriará mi amor, este amor lanzado, lanzado y lanzal, que me abrasa el espíritu, tanto o más de lo que pueda abrasar un cuerpo el más fuerte de estos sirocos. ¿Me entiendes, cariño? ¡Con lo inteligente que eres, seguro de que sí!

¿Sosiego de espíritu? ¡Páter, ni lo tengo ni lo quiero! Sosegar mi espíritu, mi diosa, mi primer y único amor, sería olvidarte; sosegarle no sería una calma sino una hibernación, más o menos lo que me pasa con Felisa, que siempre que cohabito con ella, lo único de lo que ella goza es de mi cuerpo, a lo bestia, pues mi pensamiento no es para ella, no está con ella, que incluso se me figura que el fru-fru de su camisón es el fru-fru del almidón de tus tocas, de tus hábitos. Pero este será nuestro gran secreto, Manolita, que si alguien se percata de que dormimos juntos, juntos de pensamiento, con nuestros espíritus comunicados, vinculados a distancia, ¡a ti te echan de monja y a mí me tratarán de loco, otra vez, con aquellas píldoras asquerosas!


¿No es verdad que tú y yo no pecamos aunque hagamos de todo, toda clase de supuestas aberraciones, sea en cuerpo o en alma? ¡Qué va, que incluso está en la Biblia: Lo que Dios unió, que no lo separe el hombre! ¿Más unidos que nosotros, vinculados desde la infancia por el más sublime de los afectos? ¡Imposible!

Me pareció oírte rezongar aquello que me dijiste en Lugo, aquello de un matrimonio válido... ¡Válido fue el primero, aquel que consagró Dios, que no el cura, cogidos de la mano, aquel santo día, en las fuentes sacras del Azúmara, en esa sar-ce-da de las fuentes!

Lo más gracioso es que fuese la propia Felisa quien me descubrió esta gloria de la telepatía, esta forma excelsa de comunicarme contigo, el sistema de ordenarle a mi alma que se reúna con la tuya, de cuando en vez, sea de día o de noche, de cerca o de lejos, estés despierta o dormida, vestida o desnuda... ¡Fue lo suyo un castigo, pero divino, providencial, por apartarme de ti, por interferir entre nosotros, que tuvo la penitencia en su propio pecado! Dirás, cara Manolita, que esta Felisa aún tiene mi cuerpo a su disposición; ¡cierto, pero tú, amadísima chiquilla, tienes mi alma, mi almario, mi espíritu, que es lo más importante, con pureza acrisolada!

¡Oh! ¡Otra vez me quedé sin noción del tiempo transcurrido, que cuando me entrego a ti, cuando cohabito contigo, mi amor, este reloj se vuelve loco, y entonces, agatilla, agatilla y agateña, se dispara, se expande, que ni que fuese de pólvora!

Discúlpame, Manolita, pero puedo perder la guagua, y aún tengo que guardar con llave este diario, el Diario de nuestras Sesiones Amorosas, aquí, en lugar seguro, en mi taquillón!

¡Hasta mañana, mi sol, mi única ilusión, mi vida absoluta, secreta e pura! ¿Mi vida? ¡No; una sola, una sola vida, una sola alma, en dos cuerpos, el tuyo y el mío!

 

A Tagragra

 


-...

-Felisa, por favor, si no te importa, llévame ahí, contigo, en la cabina, para que no se ensucie, esta bolsa de los ornamentos litúrgicos.

-¡Y luego, usted, non sube para aquí, aquí delante?

-No, que voy bien atrás, en la caja, con esta tropa, con esta tropa ligera, que así no van contando chistes verdes, ni hablando de chicas, acaso lo que ni es cierto ni correcto...; de esta forma, tensos y vigilantes, no se distraen, y avizoran las posibles chilabas que anden por ahí, emboscadas. ¡Lo de emboscadas es un decir, que por aquí adelante más que bosque es un matorral continuo!

La señora de Neira insistió, que no tenía costumbre de ver a los clérigos fuera de las berlinas:

-¡Ya va Orlando con ellos...; y con lo bien que se le da poner orden...!

-Orden sí, supongo que sí, pero lo que es del resto..., ¡menudas lecciones de desasne les da a los inocentes analfabetos, ahí, en la Academia!

El aludido, en legítima defensa:

-En su ilustre Academia le enseñé a alguno de estos chicos a escribir a las novias respectivas, por su propia mano y de su propia cabeza. ¡No veo nada de malo, ni de inmoral, en ello!

-Precisamente en eso, no, pero no sé si habría algún chiste verde de por medio, que bien observé que se hacía el silencio cuando yo me acercaba…

-Era para darle la novedad, ¿no si, chicos?

-¡¡Sí!! –Todos, a coro.

-Bien, dejémoslo en tablas. ¡Hala, venga, preparados, que nos esperan en Tagragra!

-Comandante, insisto en que suba a la delantera, con Felisa y con el chofer, que así tengo yo, aquí atrás, en la caja, más libertad para enseñarles a estos mozos la Rianxeira, que con usted, aquí..., ¡igual les hace entonar el Attende Domine!


-¿Sólo la Rianxeira? –Bromeó el comandante capellán.

-¡Si, la Rianxeira! Y a cambio, que me enseñen ellos canciones o coplas de sus lugares de origen... ¿No es esto levantarle la moral a la tropa?

-¡Una de las morales, cristiano! Bien, conformo en eso, pero sin distraerse, chicos, que llevamos la responsabilidad de custodiar cosas sacras, y también va a nuestro cargo la señora del teniente Neira, que bien podemos tener, por ahí adelante, esperándonos, algún paqueo de esos infieles. ¡Qué Santiago vaya con nosotros, y que nos cierre España!

-Por la pista de Tagragra no puede haber emboscadas, que no hay bosque, insisto! Y en lo de cerrar, ¡que nos cierre Ifni!

-No hay bosques, no, pero matorral, de chumberas, de arganes, de ricinos, y todo eso, si, mucho, así que, donde haya bultos y sombras, chilabas puede haber; ¡y guepardos, y más cosas que me callo! Cuando la División, allá por Grodno, donde hubiese un helecho, ¡un ruso había! ¡Aquellos resistían el frío tan bien, tanto, como estos moros el calor! Por eso hay que desconfiar de la mismísima tierra, ¡de los hombres de la tierra!

-¡Si terminó con el sermón, dé la orden de partida, que su estrella es de ocho puntas!

-Tú eres de Armas, y yo de Servicios, o más exactamente, de Servicios Religiosos, así que te toca; ¡y para no volver a discutir, me voy a la cabina, ya que me hacen un hueco!

En este punto, el teniente Orlando de Neira y Canto asumió la jefatura:

-¡Sección! –Golpeando con los nudillos en el cristal de la cabina: -¡Chofer, en marcha, ar! ¡Y tú, andaluz, el de la copla, qué haces, a qué esperas para montar esa máquina! Las dos enfilando para delante, que los flancos son responsabilidad de los fusileros. Cuando llegue la ocasión, tiro de repaso, defensivo, que llevamos metralla suficiente. ¿Estamos? ¡A ver, conmigo, todos, la Rianxeira, que se puede cantar y disparar, y nosotros, particularmente los gallegos, no nos mareamos, ni en camión ni en barco!

El andaluz, dándose de gracioso:

-¡Teniente: si hay que disparar, entonces calladitos, para oírles a ellos, como hicimos aquel día que fuimos con el médico al T´Zenin! ¿No es?

-¡Será parvo este vándalo! ¡Aquella era otra táctica, que hoy vamos mejor armados, y llevamos este tres cuartos, que desde aquí se dispara impunemente, a barrer!

-¡Ya oísteis al teniente, -gritó uno de los Cabos, -a barrer, que a la vuelta recogemos los muertos!

...

En la cabina:

-¡Te agradezco muchísimo, Felisa, que hayas venido con nosotros!


-¿Y por qué, Páter, si es mi primera excursión a parte alguna, por cuenta del Estado?

-Mujer, es una forma de dar ánimos a estas guarniciones del Interior, principalmente para que no les entre claustrofobia, ¡y eso que están en campo abierto, en esas construcciones de los poblados, que poco más son que tiendas de campaña! Luego les entra la sensación de que los tenemos incomunicados, u olvidados; y además que tú, de paso, demuestras a las mujeres de los otros oficiales que también estás identificada con tu marido, con la profesión castrense. ¡Creo que me entiendes!

-Supongo que sí, pero, dígame, ¿qué gente hay en Tagragra? Orlando en el cuartel, y yo en mis cosas, ahora con la tienda a mayores, andamos tan atareados que ni le damos a la carraca... -Disimuló.

-Pues..., ¡verás! Que yo sepa, ahí en Tagragra tenemos un capitán, que es el jefe del Destacamento; y dos tenientes. Después hay un brigada y varios sargentos. Cabos también hay, no sé cuántos. Después de eso, de civiles, está un médico, de los de la plantilla del Gobierno. El Destacamento de Policía está mandado por un teniente, y de indígenas habrá unos cincuenta, entre suboficiales y tropa. ¡Ahí tenemos gente de gran calidad humana; pocos, pero buenos, a cual mejor!

-Don Pedro, lo que si me dijo Orlando es que en Tagragra tendré ocasión de conocer al célebre Gastearena...

-¡Pues, si, en efecto; me olvidé de nombrarlo! Luís de Gastearena tiene una tienda en el Zoco... Ya sabes que fue un brillante falangista, Medalla Militar Individual de la Guerra de España, y todo eso. Los nativos le llaman El Sahabi. Entre otros méritos, y tiene muchos, está su enamoramiento de África.

-¡Lo debe tener, para hacer esa vida, siendo civil…!

-Mujer, se puede, o no, estar de acuerdo con su mentalidad, con sus ideas, pero es todo un caballero español, ¡un ejemplo para los nativos!

-¿Y de mulleres…?

-¡Ah, sí! Está Lolita, que es la señora del médico Rivas; es imposible que no simpatices con ella, con lo agradable que es. Luego está Teresa, casada con el sargento Marrero, que no sólo cuida de sus cuatro hijos, sino y también, de todos los soldados del Destacamento, que sólo les falta llamarle madre... ¡Otra institución!

-A Teresa no la trato, pero me la presentó en Sidi Ifni mi hermana, un día que fue a nuestra tienda, ¡y me cayó bien, muy bien! Me pareció tan lista, tan inteligente, que si llega a tener estrellas, a algunas nos dejaría al rabo de la recua.


-¡Ya te digo que es una Institución! Se yo fuese Gobernador, o Delegado Gobernativo, le asignaría un sueldo por su labor social, que otros lo tienen, y con menos utilidad! ¡Tendré que comentárselo al propio Zamalloa...! Pero hay más, varias, que ya te las presentaremos, todas útiles, que mucho se desviven, y mucho hacen por la convivencia con los nativos; alguna de ellas hizo de partera, en ocasiones...

-¿Y niños…?

-¡Ya los verás; ya verás como ayudan á Misa...! Los mayores son los del brigada Gamazo, y los del sargento Marrero; Rivas tiene niñas... Ya te digo, una convivencia perfecta, estupenda, incluso entre moros y cristianos, que si la tuviésemos así en la ciudad, en Sidi Ifni, con lo que llevamos hecho por ese atajo de Notables..., ¡los conflictos raciales tendrían otro cariz! Ya sabes el refrán: ¡cría cuervos...!

...

También en la cabina, pero al regreso:

-¡Ya nos estamos aproximando a Tiradores, que se ven las luces de los edificios! ¡Se me hizo corto este día, de tan agradable; talmente como usted me lo pronosticara!

-Mujer, es que ahora, de llegados a Noviembre, los días dan para poco, y ya fue un milagro que, con las sombras del atardecer, no tuviésemos paqueos en la pista. Este marido tuyo tiene unas tácticas tan especiales, que a veces me preocupan, pero siempre acierta. Lo de hoy habrá que explicárselo al coronel, que Neira se emperró en que, si volvíamos tarde, más que de costumbre, los nativos se cansarían de tenernos el camino, y se recogerían a sus aduares, entendiendo que nos quedábamos en Tagrara, tal que de refuerzo.

-¡Fuese o no fuese por eso, el caso es que salimos con bien de esta aventura, de la travesía de este yermo!

-¡Sí, gracias a Dios, que en este día Dios y Alá estuvieron del mismo acuerdo! Chofer, para antes de pasar por la puerta principal de Tiradores... Le voy a proponer a tu Orlando que bajemos primero a la ciudad, para dejarte a ti, que él tiene que entrar, después, en el acuartelamiento, para dar la novedad, y con eso se puede demorar por cualquier incidencia que haya en el cuartel...

-Don Pedro, no, que yo prefiero esperarle, tal que en el Cuerpo de Guardia, que si tarda, llamo al Casino para que suba un taxi, ¿Puedo?

-Por mí, sí, pero a ver qué opina tú marido... En cualquier caso, de taxi, nada, que aquí te pongo un jeep, de estos de patrulla, ¡que hoy hiciste Patria! ¡Dios te bendiga, que yo también lo hago!

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Toque de generala, pero sin cornetas.

 

23.11.1957

-...

-¿Como vienes tan pronto...? ¿No fuiste a la despedida de soltero de ese colega tuyo, del Sierra? ¡Hoy, que sabía de cierto dónde estabas, y te vienes conmigo, a tu hogar alternativo! ¡Pues siquiera ese es de los tuyos, de los de la Academia, y bien majo por cierto!

-Felisa, no es ocasión de discutir, que no tengo tiempo, que tenemos que subir, todos, a Tiradores, ¡así que te voy a dar el placer de que te vayas inmediatamente con tu hermana, con Celsa! Recogéis los niños si no están en casa, y cerráis la puerta, ¡pero con llave! No abráis, a nadie, ni a los conocidos, que estos cabritos pueden coaccionar, amenazar, tomar rehenes y presentarse en las casas con ellos. ¡Mil cosas!

Su mujer, ante aquellos gestos y aquellas propuestas, bien temió que viniese bebido, o nuevamente, psíquicamente, trastornado.

-Mujer, deja de clavarme los ojos, que no soy ningún fantasma, y presta atención, que ahora sí que llegó el momento crítico, que nos tienen rodeados, encerrados, sin puerto y con un aeropuerto de juguete. Si aquí, con el grueso de la guarnición, estamos así, imagínate en los Destacamentos... Mira, atiende, y pon a prueba tu sesera, que aquellos sofocos de la frontera, aquello del contrabando, ahora te pueden espabilar. Te dejo esta pistola, que es ligera, del nueve corto, con estas cajas de munición, que las puedes llevar en los bolsillos de un delantal... Tu cuñado tiene otra igual, supongo que en casa…; lo que no sé es si él tiene balas, pero yo sólo conseguí estas, así que, ¡administrando! Y dispara con pulso; ¡no permitas que se te anticipen; no vaciles, que será en legítima defensa! A los niños, de esto, ni palabra; simplemente que no hagan ruido, y con las luces apagadas, absolutamente todas, ¡para que los agarenos no se fijen en la casa de Pascual, que como sólo es sargento, igual le prestan menos atención! ¿Vale?

-¡Hay, Dios, que listo es Carlos; cuánto tiempo lleva diciéndonos que un día así, una noche así, podía llegar…!

-Piensa menos en Carlos y más en ponerte a salvo; ¡y contigo, los tuyos!

-Entonces hay cosas, cosas y peligros, que quieres ocultar a los niños, pero aquel día decías lo contrario… Pero, venga, hombre, habla, déjame informada: ¿qué está pasando, es que hubo más atentados? Yo, hoy, desde aquí, no he oído nada; ni nada me comentaron por la mañana, en la tienda, ¡con lo chismosa que es la gente…!


-Aún no se sabe con exactitud, pero desde luego tiene relación con las noticias que trajo el señor Pagán, ese del Hotel España, que regresó ayer con su Madame, por  la frontera de Tabel-kuct..., ¡pero eso no es todo! Las últimas son de radio macuto, que dicen que tuvimos un chivatazo, ¡un chivatazo que tenemos que pagar en efectivo! Al tipo ya le mandaron para Las Palmas, en un Junker, y hay quien apuesta que no se fue sin un cheque al portador, de muchos ceros…! Ese nativo, que es asistente del capitán Rosaleny, o algo así, informó de que ya estamos rodeados; por todas partes, menos por mar y aire, por supuesto, que marina y aviación, de momento, es lo único que al parecer no tienen..., ¡así que atacarán esta noche, en todas las direcciones y desde todos los puntos donde puedan esconderse, así sea en la piel de las vacas, como hicieron en el Rif, en el año 1921! De ésta, ¡suerte Mulana!, que las otras fueron simples avisos.

-Orlandiño, lo creo porque tú me lo dices, pero, si tan grave y tan general es la cosa, ¿cómo es que no tocan generala?

-¡Esta Felisona…; la lista de siempre! ¿Alarmar a la población civil, y advertir a los nativos, tanto a los iniciados como a los inocentes, si alguno queda de esos, que sus colonizadores, los españoles, ya estamos sobre aviso, y con los brazos en alto? ¡Menos mal que Zamalloa es más gallego que mi arrayana! Anda, mujer, vete pronto; y llévale víveres a tu hermana, cuanto puedas cargar de lo que tengamos en la despensa, que esto, este estado de sitio, puede durar días, que nuestros aviones bastante harán si les conservamos el campo despejado, y nos traen munición, pues las reservas de esta plaza..., ¡diez días, si nos zumban como se espera!

-¡Y luego decís que ese Franco es la mismísima Providencia...! ¡Otro que no es gallego! Oyes, Orlando, ¡vaya casualidad...!

-¿De qué...? ¡Venga, larga, que me voy!

-Porque precisamente hoy hace un año que me pediste, a Celsa y a Pascual, por falta de padres... ¿Te acuerdas que me dijiste aquel día que no tuvieras ocasión para hacerte con una pulsera de pedida…? ¡Pues aún estoy esperando por ella..., pero no importa, que bien casada estoy, así que te voy a dar este abrazo, grandísimo, por si es el último..., que mi mejor joya eres tú!

-Mujer, me lo pudiste recordar, en aquella ocasión, allí en Tetuán, en la Luneta…, pero ahora no alargues, ni te pongas dramática, que nos esperan las guaguas, ahí mismo, donde siempre, en la puerta del Casino. ¡Y cuidado con las pistolas, que no queden al alcance de los niños, y menos sin ponerles el seguro! Felisiña, te hago una promesa, la más cierta de todas: Por cada moro que mates, ¡una pulsera, de las mejores, de oro, de las de maharrero!

-Mi querido Orlando, muy graves deben estar las cosas..., ¡para que me dieses este besazo de tornillo!

-¡Adiós, gruñona!

-¡Adiós malaje!

-.-


 

Acuartelados

-...

-Comandante Espejo, ¿se sabe ya quién manda este ataque, esta revuelta general, digamos que..., envolvente, tipo Annual?

Pero Espejo tan bromista y flemático como siempre:

-Neira, eso es lo de menos; lo importante sería conocer sus efectivos, cuantificarlos, pero los de nuestro Servicio Secreto son tan discretos, tan correctos y tan delicados, que aún no se lo preguntaron.

-¿E luego, esos bilingües, qué es lo que saben, para qué están?

-Pues, lo único que saben es que Al Fassi, anteayer, cenó opíparamente en Casablanca, ¡una langosta con tres salsas! ¿Tú, que te das de Epicuro, lo harías mejor?

-Mejor que langosta, nada; pero una buena langosta, sin un vino Albariño, de los de reserva, ¡hongos de sapo en agua!

-¡Hombre, me gustan los gallegos con humor, que nunca sobran! La concentración principal está claro que la formaron estos días, allá abajo, por la parte de Gulimín, cerca de nuestro Tiliuin, pero hasta se dio la casualidad de que nuestros avioncitos, esos de reconocimiento, que los americanos, los de Préstamo y Arriendo, dicen que no los dejan utilizar para un conflicto con Marruecos, ¡con la niebla de estos días ni se enteraron!

-¿Nada; pero es que nada, de nada?

-¡No, hombre, que era una broma, que nuestros pilotos, si no ven desde arriba, entonces bajan a ras de tierra y aprovechan para cazar gacelas! Observaron, eso sí, movimientos sospechosos de camiones, caravanas de ellos, en varias direcciones, y como quien mangonea en esa parte del país es el Sargento Ben Hamú, ¡lo tenemos claro, con niebla o sin ella!


-¿Ben Hamú…? Yo le conozco, de verle abajo, en la Delegación Gubernativa... ¡Ese tío, por tener, tiene nombre de mulo...! -Comentó Neira, que tenía cierta confianza con el comandante Espejo, un jefe tan valiente como irónico, extrovertido, que en cierta ocasión, -con Orlando de partícipe en aquella conspiración-, fuera comisionado para robarle un jamón al Comandante Pumariño, procedente sin duda de alguno de sus docenas de enchufados, y al domingo siguiente, por culpa de la misma apuesta, se confesó..., ¡con el propio damnificado!

-Ese carnicero, entrenado en el Ejército francés, por lo que de él sabemos, fue parar al Equipo de De Gaulle, y cuenta con la experiencia de su desembarco, por la parte de Bélgica. Está habituado a las armas automáticas, que las manejó en Indochina, concretamente en Dien-Bien-Fu, así que cabe suponer que por donde pase con su camello, con su camello y con sus camelos, ¡ni Atila...!

A todo esto le comentó Neira:

-Mi comandante, pero el estratega de ellos, su Gran Mayor, dicen que es aquel S.S. tan famoso, un tal Hans... ¿Qué se sabe de eso?

-¿Ese, ese nazi? ¡No lo creas! ¿Te imaginas a ese señorito del cuello almidonado alargando unos prismáticos, por ahí adelante, en pleno siroco y debajo de un argán? ¡Qué va! El tal Hans, a tal hora, estará tomándose un whisky bien fresquito, sea en Casá o en Tánger; ¡seguro! A estos barbas les montaría su teatro, eso sí, cuatro estrategias de libro, y después de la cobranza, desde que le pagasen el Bu Aida, Al Fassi, y demás potentados, ese cogió vacaciones, ¡y ya no esté a tal momento en los EE. UU, de escolta con el Príncipe Hassan, que ese debe ser otro bon vivant, otro afrancesado!

La gente de Espejo tenía gana de bromas, que es lo que suele pasar en el Ejército, en todos los ejércitos, cuando se huele a pólvora, cando los nervios se vuelven barboquejos, cando las gónadas se suben al pescuezo, pero el comandante, bien curtido de la de España, pasó de las bromas a las veras:

-Las fuerzas de Plaza, principalmente el Grupo de Policía y los Paracas, están desbordados con la cobertura de los puntos neurálgicos de la ciudad y el aeropuerto, así que nosotros, los dos Tabores, tenemos que cubrir los accesos, las pistas, así como la línea costera; quiere decirse, los flancos de este Cuartel...

-¿Y los polvorines...? -Apuntó Valerio, siempre meticuloso.

-¡Por supuesto; y más, y más, más puntos, que hoy el único que libra es don Pedro, que a ese le dejamos en su capilla, conferenciando con su Jefe, con el Gran Cacique de Compostela, don Santiago…! ¡Lo malo es que aquí no tenemos caballos blancos…, y los nietos del suyo estarán en Clavijo, retozando con las yeguas!

...

Ya incorporado el teniente coronel, las cosas se pusieron más serias:

-¡A ver, formalidad! Preguntas por turnos, que todos estamos impacientes por saber y por actuar en consecuencia, pero no traigo grandes novedades. ¿Qué decías tú, Neira, de eso de la estrategia?


-Señor, pues que ahora poco nos importa el estilo de ese Hans, ni la astucia de ese papa cuz-cuz, de ese Ben Hamú. Yo me permito opinar que ahora, al anochecer, lo único factible es rodear la ciudad, la ciudad y los acuartelamientos, para formar una corona de fuego, cuanto más nutrido, mejor, disparando aunque sea a las palas de las chumberas, para que vean los atacantes que nos cogen alerta y reforzados, que después, mañana, en cuanto abra el día, ya nuestro Estado Mayor planificará según vaya teniendo datos, que de noche todos los gatos son pardos, pardos como sus chilabas, ¡y ellos, para avanzar, para adentrarse, tienen que mostrar su bulto, un bulto pardo, pero nosotros no los confundiremos con los gatos, ni con los guepardos, y si son gatos los que se mueven, peor para ellos! Si me permite el símil, aquí, prietas las filas, como nunca…, para que no se cuelen, y no puedan darnos por cofia!

El teniente coronel:

-A los bultos, sí, sin excepción, pero sin malgastar municiones, que tampoco sabemos las que se precisarán para hacer la limpieza interior, mañana, casa por casa, que igual le tenemos que ayudar a la Policía...

Neira, siempre lenguaraz y sobresaliente, como buen hidalgo, descendiente de aquellos de los Tercios de Flandes:

-¡Menudo follón nos armaron esos norteños, pero ya tenía ganas de pasar por la reválida a estos Tiradores, a los que entrenamos en el campamento Ronson, que por bien que apunten los morangos, aquí, los de esta quinta, lo harán mejor, curtidos y entrenados como están!

El teniente coronel no le contestó, atendiendo a lo que le preguntaba en ese momento el capitán Valerio.

-¿Qué más sabemos, o se nos puede decir, además de lo ya escuchado?

-Poca cosa, Valerio, salvo que los Puestos de Bifurna, Hameiduch, Tamucha e Ida Aisa ya radiaron que hay grupos armados en sus inmediaciones, dispersándose en circuitos para proceder a su especialidad, el paqueo, ¡que ni que retornase aquel rifeño, aquel traidor Abd El Krim, con sus tácticas envolventes del año Veintiuno!

Neira, que no le paraban los nervios:

-Yo soy de los bisoños, pero, con tales indicios, me reafirmo en que el ataque va a ser global, en semicírculo, para invitarnos a un ahogamiento general en nuestra propia Mar Pequeña, ¡que ahora va a ser grande de más! ¿Cuál se supone, en estas circunstancias, que será el puesto, el lugar más peligroso; cual consideran que es el más transparente, el más vulnerable?

Le contestó Espejo:


-Si yo fuese Ben Hamú, y teniendo los planos de este sector, como seguro que los tiene, atacaría por la playa, de Norte a Sur, deslizándome al pie de los cantiles, que como son altos y escarpados, se llega a la altura de este cuartel con toda impunidad. Desde que estén ahí abajo, si aún no llegaron, a los más jóvenes y atléticos les haría escalar el acantilado, a fuerza de uñas, y a los chivanis, por la arena abajo, para que accedan al cementerio de los musulmanes, bordeando el morabito de Sidi Ifni, donde todo es oscuridad y sombras, con lo que, antes de medianoche, tendría completado el cerco de estos edificios..., y ello sin ruido, con las gumías en los dientes, ¡para darnos por cofia, por culo, que es lo de ellos! ¡Acordaros de las clases de la Academia, aquellas tácticas de los rifeños en Annual, hace nada, poco más de un cuarto de siglo, que para ellos fue ayer! La parte que veo más vulnerable, nuestra, en tal supuesto, son esas chabolas de las letrinas, así como las cuadras de los caballos...

Neira no esperó a más para ofrecerse, o más que para ofrecerse, para exigir el emplazamiento de su Sección:

-Pues, por mi parte, como esas píldoras que me recetó el Matasanos me hacen ir al retrete a menudo, yo pido respetuosamente que me dejen quedar, con mi Sección, cubriendo esa parte de debajo de las letrinas; quiero decir, la franja que llega al acantilado... ¡Además, he sido escalador de montaña, allá en Lugo, en la sierra del Pradairo! De este modo, los que sean padres de familia, estarán más seguros cerca de la Puerta Principal!

El teniente coronel se lo tomó a chulería, pero en aquel momento no le sobraba ningún teniente, por asirocado que se presentase, así que se limitó a hacerle una advertencia verbal:

-¡Teniente Neira, le recuerdo que estamos en guerra, sin declarar pero guerra, así que ahórrese esos comentarios de mal gusto, ofensivos incluso para sus compañeros de armas…!

-Disculpe, señor, y disculpadme todos, pero, por favor, insisto, ¡denme el sector de las letrinas!

-¡Está bien, irá a sus letrinas, pero mañana las quiero limpias, sin moros por el suelo, que los hará bajar por el propio cantil, desarmados; y que nadie les entierre hasta pasadas las veinticuatro horas coránicas, para que no los quemen en el infierno…! Sigo adjudicando puestos:

-Teniente Sánchez, para usted el cementerio musulmán, pero no os detengáis en enterrarles, insisto, ¡para que queden al aire, tanto para registrarles como para escarmiento de sus compinches!

-Capitán Valerio, usted...



El primero de nuestros soldados, de guardia en el Polvorín del Cruce, herido de muerte.

(23.11.1957) + 1

-...

-¡Ay, gracias a Dios, mi Pascual, que vuelvo a verte! ¡Bien pensé que nuestros hijos se quedaban huérfanos! Aquí no pegamos ojo en toda la noche, y ahora, aún hace poco, por sobre del día, hubo tiros, muchos, que se oían bien cerca, de toda clase de armas; con decirte que de todas partes menos del mar; aquí, en la misma ciudad, y de arriba, de vuestro Grupo; y de esa vaguada de las Palmeras; e incluso de esta parte del yebel Bualalam, contra el campo da aviación... ¡Qué sé yo, todo alrededor, y nosotras, las dos hermanas, y los dos niños, en medio de este fregado, como en un fregadero, dentro de un pocillo...!

Los niños, un poco traumatizados por lo que veían y oían, se colgaron de su padre, con uniforme de campaña, y le atisbaron las cartucheras, y las bombas de mano, dos, colgándole del correaje; y una metralleta a la espalda, en bandolera...

El mayor, Miguel:

-¿Papá, es que estamos en guerra, una guerra de verdad? ¡Cuenta, dinos cómo es eso, que mamá y la tía no paran de llorar, ni nos dejan subir a la azotea…!

-¿Así que sólo me preguntas tú, Miguelito; y Bertita, qué, te quedaste sin lengua? ¿No estarás asustada…?

Se lo aclaró Celsa, que ni falta hacía, en buena lógica:

-¡Es que sólo le dijimos algo a Miguel, que a Berta le hicimos creer que estabais de maniobras, haciendo una especie de simulacro de batalla, con balas de fogueo! Pero atiende a Felisa; ¿qué pasa con su hombre?

-Perdona, cuñada, que sólo tuvimos una noche de verdadera batalla, y yo ardía con los deseos de hablar con mis hijos... ¿Qué decías, que no te escuché?

-¿Que voy a decir, que por qué no baja Orlando? ¿Le pasó algo?


-A él, no, Felisa, gracias a Dios, ¡y eso que su Sección cubrió la parte más peligrosa de nuestro Sector! Creo que por ahora no podrá bajar, pero le he visto hará…, ¡poco, poco más de una hora! En su sección tuvieron un par de heridos, y para eso, de escasa importancia.

Felisiña, yo preferiría que te lo contase él, cando baje, pero no lo hará, de momento, aunque sólo sea por pundonor militar, y yo, en estas circunstancias, no lo puedo silenciar: ¡Vaya tío, qué bien dirigió su Sección, sus Tiradores, en la parte más difícil de nuestro circundo! Con lo que le batieron, de media noche en adelante, otro oficial dejaría en el sitio de quince a veinte muertos, de los nuestros, o recularía pidiendo socorros, pero él, muy al contrario, que los de Orlando ni saben a cuantos tumbaron, que sólo los oían caerse por las rocas del cantil abajo, ¡cataplum!, como quien descarga sacos de patatas, uno detrás de otro. ¡Ni se sabe cuántos, pero muchos, que igual fueron docenas! Cuñada, tienes un marido que acabará de general, que igual tiene que volver por aquí, algún día, de Gobernador, ¡hecho un Zamalloa, otro Zamalloa!

-Cuñado, quédate en el presente, que lo único importante, para nosotros, es que os salvéis de esta locura que les entró a los moros, ¡si tienen derecho a una retrocesión, que lo discutan con Franco! ¿No fueron siempre amigos suyos, que hasta le dan escolta? ¿Pero, qué más, que está pasando, ahora, que aún se oye algún tiro?

-Estos de ahora son morteros, de los nuestros, más bien para atemorizarlos. Y entre medias, algo de fusilería, en un registro de casas sospechosas que está efectuando la Policía, Louzao y su gente. El caso es que esta noche trataron de ocupar la ciudad, por varios puntos, pero se llevaron el chasco padre, principalmente porque estábamos avisados, cosa que ni se imaginaban, pero nunca falta un Judas…, ¡o un Bellido Dolfos! Parece que los manda un tal Ben Hamú, que dicen que es un auténtico carnicero. Los pocos prisioneros que hicimos, hábilmente interrogados, ahí, en la Policía, por el cabo Cigüeña, manifestaron que son Bandas Armadas del llamado Ejército de Liberación; la mayor parte de ellos; ¡el Istiqlal, en definitiva! Tenían sus relojes perfectamente sincronizados, eso sí, que a las cero horas nos cortaron todos los hilos que iban al Interior, ¡todas las líneas!, y atacaron venidos de todas partes; unos, venidos, pero otros ya estaban escondidos todo por aquí, en los alrededores de la ciudad. ¡Esto es como la plaga de la langosta, en oleadas, por ventoleras!

-¡Ay pobriños; quiero decir, los del campo, en los destacamentos, particularmente los de Tagragra, aquellos niños, aquellas mujeres...; tan amables que fueron conmigo; todos, sin excepción! -Exclamó Felisa, rompiendo a llorar por ellos.


           

-Sí, mujer, y nos darán que tejer para tramar los socorros…, si llegamos a tiempo, que los atacantes traen armas automáticas de gran calidad, mejores que las nuestras, pues el teniente Sánchez, como los dejó acercarse hasta las mismísimas narices de sus tiradores, les cogió un montón de ellas, por esa parte del cementerio musulmán.... Vienen casi todos con unas metralletas estupendas, la Thompson, así que aquello del Rif, de cuando el general Silvestre, aquello de que los nativos llevaban un fusil para cada dos o tres, eso pasó a la Historia de Marruecos. ¿No oísteis esta noche sus morteros, que los utilizaron principalmente por la parte del Bualalam, que querían hacerse con los cuarteles que tenemos por esa parte, y particularmente con el Campo de Aviación, que es lo que más les estorba? También quisieron hacerse con el Banco Exterior de España, pero sólo lograron arrimarle unas escaleras de mano, que seguramente lo hicieron para poder entrar por las azoteas…

-Desde casa, -comentó Felisa-, ¿quién diablos distingue de quien son los cohetes? ¡Lo que el diablo me traía a la mente era el recuerdo de la cohetería de nuestro Verín en fiestas!

-Sí, mujer, les teníamos por piojosos, por insignificantes... ¡Sí, sí, cada piojo, un saco de obuses, que los traen en burros, tal y como hacían los maragatos con los odres del vino, y menos mal que no tienen mulos!

Celsa, santiguándose a cada tipo de arma o de pertrecho que le citaba su marido:

-¿Que haréis ahora? Felisa y yo pensamos en turnarnos, aquí, con los niños, para que la otra vaya a la iglesia, a confesarse..., ¡por si nos llega la hora! Y a vosotros tampoco os vendría mal, ¡con lo que estaréis jurando, con los que estáis matando...!

-Mira, mujer, que te lo voy a decir todo, de un tirón, que sólo bajamos, y para eso, algunos, para tranquilizar las familias, y para pasar el recado, unos a otros, que yo lo hice por mí y por el cuñado. En definitiva, que esto ya es una guerra, declarada o no, pero formal, una auténtica guerra con Marruecos. ¡Declarada, oficialmente declarada, dicen que no lo está, pero lo que es comenzada...! En el cuartel nos dijeron que estemos tranquilos, que Franco avisó por radio que va mandar fuerzas expedicionarias, de inmediato. Eso nos lo dijeron de parte del Estado Mayor, pero yo, en por mí, no me fío demasiado de ese protector de los moros, ¡que les debe el trono del Pardo! El Gran Jefe pone en las monedas eso de “... por la gracia de Dios”, pero más bien es Caudillo..., ¡por la gracia de Alá!

-¿Maridiño, por qué no te duchas, que eso pronto lo haces? ¡Estás como de quemar terrones, y luego que hueles a pólvora…, o a demonios!

-¡Naturaca, mujer, que pasé toda la noche arrastrando la barriga por lo profundo de unas trincheras, que las cavamos a toda prisa, oficiales incluidos! Y de eso de la ducha, como no le dé por llover ahí fuera..., ¡ni tiempo tenemos!

Felisa, también abrazada a su cuñado, una por cada lado, y con los niños cerrando el racimo:

-¡Con eso que cuentas..., habrá tantos muertos que ni los darán sepultado! ¡Me refiero a eso de los musulmanes, lo de las veinticuatro horas...! ¡Dios, me tiemblan las piernas y se me va la vista...!

Celsa:

-¡No me sueltes, maridiño, no me sueltes hasta que te vayas!

-¿Muertos? Sí, bastantes, demasiados; de ambas partes, pero tenemos la orden de no comentarlo aquí abajo, y menos con la población civil. Atended, que me voy:


Esos aviones que están empezando a llegar con refuerzos y con armamento, que vienen por Canarias, evacuarán a los niños y a todas las mulleres que se quieran ir del Territorio. Orlando opina que os debéis marchar, las dos, con los niños, cerrando la tienda, y ya en Las Palmas, en nuestras Delegaciones, tanto en la del Gobierno como en la de Tiradores, os buscarán alojamiento.

La maleta, con lo imprescindible, que sólo admitirán un bulto por cada adulto, y dos llevando niños... ¡Ah, y llevaros la cartilla de ahorros!

Celsa, que lloraba como una magdalena:

-¡Que será de nosotros, con dos niños...; y la tienda…, que nos robarán!

-Mujer, tranquilas, que tener con nosotros a Zamalloa es como tener una legión de ángeles. ¡Ese coruñés..., un Marte, que ni que naciese en Esparta!

-¡Zamalloa será lo que tú quieras, pero él no puede quitarnos el peligro, que si nos retira a los niños y a las mujeres, es que mal lo ve para vosotros!

 


           

Zamalloa visitando a los heridos

 

-Celsiña, serénate, que si nos dirige bien, si lleva esta guerra con acierto, ¡eso ya es quitar medio peligro! ¡Ay, que me olvidaba! Me dijo Orlando, para ti, Felisa, que tan pronto llegues a las Palmas, lo primero que tienes que hacer es comprarte una pulsera. ¿De qué me dijo...? ¡Ya; de diamantes! ¡Gracias a Dios que está algo loco, que así aguantará mejor este follón del diablo!

-¡Eso indica que no me tiene tan aborrecida como yo pensaba...!

-¡Cuñada, tú también eres un hueso duro de roer! ¡A ver, niños, quiero un montón de abrazos, que os vais con mamá y con Felisa, otra vez de vacaciones, a Canarias, que este año los Maestros van a tener que cambiar el puntero por la fusila! ¡Vaya suerte que tenéis: punto y aparte, indefinido!

Miguel, incapaz de asimilar aquel punto bélico:

-¿Y luego, perderé el curso...?

-¡No, que irás a la escuela en Canarias! ¡Pórtate bien, mi arcángel, que te designo Jefe de esta familia..., con sólo diez años!

Felisa, que le costó separarse de su cuñado, y en la persona de su cuñado de su marido, de aquel héroe que seguía oliendo letrinas, allá arriba, en el promontorio donde estaban ubicados los cuarteles de Tiradores:

-Allá rezaremos, mucho, mañana y tarde, ¡por los dos! ¡O por tres, que ese Carlos es tan bueno, que bien merece una Madrina de guerra!

-¡Cuñada, eso nunca sobra! ¡Y a ver quién puede en este conflicto, que ahora, a partir del presente, ya sabré quien es el Jefe, nuestro Dios o ese Alá de los moros! Lo peor es que nuestro Santiago, como dice tu marido, debe estar harto de pleitos con la morería, y además, como ahora no se estilan las cargas de caballería, y el Patrón no está acostumbrado a los jeeps…, ¡nada, salvo que le pongan alforjas a su caballo, y haga de cabo furriel…!

Ahora sí que no puedo más, que voy a perder mi guagua, pero no quiero esas caras de viernes, que hoy es domingo, así que, iros tranquilas para Canarias, que aquí venceremos, ¡faltaría más!, que lo que es ese Ben Hamú, comparado con Zamalloa, un recluta! ¡Por Santiago, que esta va a ser sonada!

-.-

 

(23-11-1957) + 2

-…

-¿Teniente Neira, qué hace aquí, desmarcado, con la tarea que nos echaron encima?

-Capitán Valerio, entiendo que eso de desmarcado…, ¡relativamente!, pues supongo que usted estaba aquí, en esta Sala de Banderas, telefoneando al aeropuerto, ahora que repusieron la línea, como hicimos, o haremos, casi todos, en estas circunstancias, así que, desmarcados, ¡o todos, o ninguno!

-Véngase conmigo al patio principal, que ya estarán formando las compañías de nuestro Tabor. Por cierto, de lo de antes, su señora salió en el penúltimo de los aviones de esta tarde, así que ya aterrizarían en Galdo. ¿Le interesa saberlo?

-¿Valerio, usted no me irá a decir que bajó a la ciudad para despedirse de mi mujer, o sí?

-¡Los dos son tan insolentes en tiempos de guerra como lo eran en la paz! ¡Lleva un año casado, y aún no educó a su mujer!

-¿Que ocurre, Capitán, que esto sí que es perder el tiempo de la forma más idiota, con circunloquios?

-Coincidieron en la cola, para el mismo avión, y esa salvaje que tiene por esposa le dijo a la mía, “¡Lo que me faltaba, salir del gallinero y encontrarme con la zorra!” ¿Insolencia? ¡No, más aún: estupidez, una estupidez incalificable!

Por esta vez, Neira, diplomático:

-Capitán, comprenda cómo llevarán los nervios, todas, sin excepción, que una evacuación siempre es más tensa para los que se van que para nosotros los profesionales, los defensores, los que permanecemos con las armas en la mano, que nosotros tenemos moral de victoria...

-El caso fue que la mía se puso histérica, ¡que no era para menos con semejante ofensa! Precisamente el Jefe del Aeropuerto acaba de decirme que la tuvieron que atender en el botiquín, con calmantes, y que la embarcan en el avión que estará saliendo ahora, en el último; ¡con mis hijos, claro!

Se sintió abochornado:


-Créame que lo siento, Valerio; ¡sinceramente! Y por mi parte le presento mis disculpas, con la promesa formal de que le voy a escribir a Felisa, muy duramente..., ¡tan pronto me den a conocer sus señas en Canarias!


Valerio se conmovió ante la noble actitud de su subordinado, y le propuso olvidarse de aquel incidente:

-No, Neira, no le digas nada, que por mí, ¡caso archivado!, que tenemos guerra bastante, de sobra, con la presente, ¡todo el Territorio en armas! Además, para ser sincero, no estoy seguro de que no hubiese algún tipo de provocación previa, ¡que la mía también es de armas tomar! Espero que esta situación sirva para ablandarlas..., ¡que no les sobra!

-Gracias, Valerio, y…, ¡a tus órdenes, si me permites que vuelva a tutearte!

-¡Por mí, vale! ¡He saquí mi mano, aunque es jugar con ventaja por tu parte...!

-¡No te entiendo, maldito cosa!

-Neira, es que, en cierto modo, hoy tendré mi vida en tus manos, pero confío en tu lealtad, y también en que seas tan práctico en esta avanzada como de teórico tienes fama.

-¡Valerio, que sigo sin entenderte!

-Tu Sección tiene asignada la cobertura del flanco izquierdo de la columna, el occidental en el sentido de la marcha. El capitán Ortiz, como mejor conocedor de la topografía de la Cota 122 y de los accesos al Gurrán, irá con nuestro comandante para la coordinación de los apoyos... De este modo, la Segunda Sección de nuestra Compañía queda de comodín, un tanto rezagada y más a la derecha, al Este. A la cabeza de la misma estaré yo, con el teniente Sánchez.

Neira se frotó las manos:

-¡Eso me gusta, ir a por ellos, cazarlos de ojeo, y mejor aún, si nos dejan los de Madrid, acosarles hasta el mismísimo Rabat, que ahora, con la independencia de la Zona Francesa, para allá de Tabel-kuct todo es tierra de moros!

-Comprenderás, pues, que la eficacia de nuestro ariete, de nuestras avanzadas, consiste en evitar que nos metan en una bolsa, ahora, al atardecer, ya con poca luz, dependiendo en gran medida de que los flancos no se dejen sorprender, particularmente el tuyo, que es el que se apoya en la pista principal, en la de Tabel-kuct precisamente. ¿Te sitúas?

-¡Tranquilo, Valerio, que no me dejaré sorprender, que gozo de buena vista, y tengo práctica de andar por el campo, de noche..., tanto de caza como a las mozas! Y luego que sé distinguir una chilaba de un argán...


-De eso de la vista..., los que tenemos menos la suplimos con gafas, así que da igual, pero ese no es el problema, sino que nuestras incidencias personales pueden ofuscar tu patriotismo, o tus tácticas, o simplemente que te dé por hacer un exhibicionismo de esos tuyos, que nos ponga en peligro, tanto en vanguardia como por la retaguardia. A tal momento tenemos la acción, el campo, distribuido, así que, aquí y ahora, en el campo del honor, como los mosqueteros, ¡todos a una!

Neira asentía pero se impacientaba:

-¡Venga, hombre, para con esa arenga, que no soy un quinto...!

-¡Ítem más! ¡Quiero a tu gente prudentemente distanciados, para que las compañías punteras de nuestra columna puedan avanzar sin preocuparse por la demás gente, por las otras secciones, atacando en flecha; insisto, sin tener que preocuparse por torpezas o por incidentes colaterales, de flanco. ¡La noche se nos echa encima, y tenemos que pasarla en una posición dominante!

-¿Más, más consignas? ¡Abrevia, sin retóricas...!

-¡Lo dicho! Avanzar con la máxima rapidez y sin pararse a hacer prisioneros, para ocupar esas cotas, y así aproximarnos a Tagragra, que es la zona que nos encomendaron los de Estado Maior..., ¡por órdenes personales de Zamalloa, naturalmente! Sin desasistir la ciudad de Sidi Ifni, hay que liberar los puestos del interior, todos y cada uno de esos poblados, que si no espabilamos, aquí se forma otro Annual, que esas guarniciones del interior, maldito si están dotadas como para resistir un cerco de estas alimañas noctívagas.

-Me gusta ese plan, pero, si nosotros avanzamos cara al Nordeste, ¿quién va a la frontera Norte, a Tabel-kuct?

-¡Esos, el teniente Soto, su familia, y con ellos el resto, mucho me temo que ya sean cosa del Páter...! ¡Ese puesto era muy vulnerable!

-¿Cayeron?

-¡Lo puedes dar por seguro, o prisioneros o muertos, que algo de eso le hicieron cantar a uno de esos gallos, de los que cogimos esta noche!

-Hablando del cura..., ¡aquí le tienes, con el comandante de nuestra Columna!

-¡Ya le veo, ya; vestido de campaña y con no sé cuántas mochilas al hombro, que luego parece una acémila! ¡Ese es capaz de llevar las medallas consigo, que con las que tiene, es mucho petate de Dios!

-¡Este Pumariño sí que es un león, y no el de la Metro! Tres guerras: La de España, que la hizo con Tella, y dicen que los iba absolviendo a todos, uno por uno, moros, cristianos y rojos. La de Alemania, aguantando a Muñoz Grandes, ¡al Muñoz, y de paso, aquellos témpanos de Gorodno, que no sé cuál de estas cosas sería más fría! Y ahora, con nosotros, esta de Ifni y del Sáhara, que te apuesto lo que quieras a que la rematamos levantando una muralla, una muralla de campos minados, ¡que estos mohamés, lo que es de esta, intentarán vengarse de nuestra Reconquista, particularmente del cerco de Granada…!


-.-

(23-11-1957)   +   2,  anochecido.

-...

-A ver, Emilio, ¿por qué te separas tanto? ¡Te van a dejar como un colador, con las tripas de fuera, y lo peor será tu olor!

-Estaba atusmando a esa chumbera de ahí arriba, que me pareció que vinieron de ella esos bombazos que hirieron al Cabo Furriel, y bien me gustaría devolverles una descarga, ¡pero usted nos dijo que no disparemos sin estar seguros de hacer blanco...!

-¿De hacer blanco? ¡De hacer moro, animal, pero ese, ahora, no es nuestro problema! ¡Agáchate, cazamirlos, y reptando, reptando, despacito, despacito, pásale aviso al radio para que venga, que se acerque a mí, que ese también les atiende a los mirlos en vez de estar pendiente de nuestra coordinación!

...

-¿Teniente, me llamaba? ¡Me dijo su asistente que trajese el aparato...!

-¿Funciona ese cacharro, sí? ¡Dámele! ... ¿Capitán Valerio, por qué están detenidos en ese sector si ya cesó el fuego, o es que estoy sordo? ¡Cambio!

...

-¿Qué dices, que esos hijos de la señora Agar recularon para cotas más elevadas? ¡Cobardes, hijos de una esclava...! ¡Cambio!

...

-Entiendo que nos están esperando más a cubierto, y que lo prudente será atrincherarnos exactamente en el punto donde nos encontramos ahora, que es el mejor protegido, el de mejor defensa…

...

-¿Era así? ¡No me gusta, pero acepto! ¡Cambio!

...

-¡Sí, entendido! Dejo aquí a mi Sargento, y yo me repliego en aproximación a la Plana Mayor de mando. ¡Voy ahora mismo! ¡Cambio!

...


-¡Sí, de contado; tan a prisa como me lo permita esta maldita impedimenta..., con lo guapo que era cando se luchaba a espada, cuerpo a cuerpo! ¡Cambio y corto!

-Señores, mis congratulaciones, que no lo hicimos nada mal por hoy, que según estas novedades que me acaban de dar, ya pasamos por encima de una docena de creyentes, en cuestión de una hora, y sin contar los que retiraron ellos, y también los que huyeron; se supone que alguno con heridas leves... ¡Si las otras columnas hicieron un trabajo parecido, allá arriba, en el Séptimo, van a tener que racionarles las huríes!

El teniente Neira, que si no da la nota, revienta:

-Los míos aún pueden subir unos metros más, acercarse para olerles el aliento de más cerca. Dicho en serio: para detectar de inmediato todos los movimientos que se les ocurran durante la noche...

-No, eso no, que no lo estimo prudente, -le respondió el comandante de la Columna, -que la noche avanza, y con ella la niebla. Por otra parte, con esta luna menguante, mejor será estar inmovilizados, en un apostadero apropiado, y el que tenemos de presente, si bien más bajo que el de ellos, está bastante cubierto gracias a estos matorrales...

-¿Mi comandante, no cree que la aviación se retiró muy temprano, demasiado, que nos pudo desbrozar esas lomas? ¡Se les enfriaría la cena en el Casino…! Con sólo que hubiesen dado otra pasada, yo coparía esa cumbre de enfrente, que ahí sí que tendríamos seguridad, para todos y para toda la noche. ¡Pero igual estamos a tiempo, con una docena de obuses que nos diesen algo de cobertura...!

Valerio, que estaba temiendo que el comandante en jefe de la Columna se enojase con aquellas insistencias del perenne asirocado:

-¿Neira, no te están diciendo que no es prudente…? ¡Pero si tanto te molestan las hormigas, coge cuatro piñas, pero primero despídete de nosotros..., y déjanos tu testamento!

El comandante, dirigiéndose a todos sus subordinados, pero en particular al capitán Valerio:

-Insisto en que ya no tenemos ocasión de emplearnos a fondo, ni los artilleros ni nosotros mismos; todo lo que conseguiríamos con una descubierta, con cuatro zancadas, sería señalar nuestro puyazo, mostrarles la profundidad de nuestra línea, así como la limitación de nuestras fuerzas, que esos tíos utilizan mucho el ojo trasero, y como no están acostumbrados a la luz eléctrica, ¡de noche lo que no ven, lo adivinan!


Neira, a fuerza de restregarse las manos, como si fuesen dos maderos, casi enciende fuego con ellas, pero el comandante, que notó su nerviosismo, le invitó a manifestarse:

-¡Desahogue, teniente, que la decisión final es mía pero el don de la palabra, y de la opinión, lo tenemos todos! ¿Que nos quiere proponer?

-Mi comandante, con su licencia: Yo no me siento a gusto en esta planicie, por mucho que nos oculten los matorrales, que más o menos ellos tienen que calcular que no hemos retrocedido, y a la zaga suya tampoco fuimos; además, es un terreno batible para la expansión de sus obuses. Pienso que estaríamos mejor algo más estirados, sobre nuestra izquierda, pero sin traspasar la pista, a tiro de ella, de forma que no puedan usar esa recta, que si...

-¡Ya que empezó, no se contenga -Le animó el comandante.

-Que si yo fuese tan cabrito como esos bandoleros, ¿o es que no les llaman “bandas armadas”?, con la noche avanzada montaría una barrera de fuego de máquinas, precisamente en dirección a mi flanco, obligándome a replegar mi Sección sobre mi derecha, hasta fundirme con los de Valerio. Y seguidamente, con chóferes nativos, del Territorio, que bien sabemos que los tienen, y que se saben de memoria esta pista, bache a bache, con los faros apagados, por supuesto, me colaría para nuestra retaguardia…, ¡como quien sopla!

Valerio, siempre celoso de su subordinado, incluso en lo profesional:

-¡Ya! ¿Y nosotros, ciegos y sordos?

-Valerio, imagínate esto: Todos pendientes de agachar las orejas ante un tableteo harmónico de sus ametralladoras, a contrapunto con sus morteros del 81, ¿quién coño se para a escuchar los motores de ocho o diez vehículos? ¡En estos diez minutos de despiste español, yo, si fuese su Caid Raha, os sobrepaso a todos, en tres o cuatro quilómetros, para seguidamente daros por saco, por vuestra retaguardia, uno por uno!

El comandante se detuvo a sopesar aquella posibilidad, acaso lógica y probable:

-Eso tiene sentido, que con tal de que nos sobrepasen medio ciento de chilabas, cincuenta fusileros... ¡La verdad es que nos joderían con ese cerco, por detrás y por delante, que somos pocos, y para eso, agachados, inmóviles!

-¡Comandante, fusileros, no, metralleros, que bien sabe que nos ganan en armas automáticas, por más que, con lo desarmados que nos pillaron, para rajarnos les llega con una raha de gumías!

Valerio, zumbón, cizañando:

-¡Neira, tu sueñas, y para eso, antes de dormir! ¡Ya no estamos en Santa Fe, en el sitio de Granada...!

Pero Neira bramaba:


-¡No, Valerio, no; en esta ocasión, no! ¿Ve, comandante, como no puedo hablar, que de seguida me tachan de imaginativo, o de revoltoso, cuando no de loco!

El comandante, dudando febrilmente, como todo jefe ante un dilema:

-Alguna lógica tiene todo eso que decís, uno y otro, pero el caso también es que del Estado Mayor acaban de decirme por radio que no iniciemos escaramuzas que no seamos capaces de controlar, que importa mucho entretener al enemigo, y no concentrarle, aunque nuestro avance sea más corto, menos espectacular, para dar tiempo a que vaya llegando más aviación al Territorio, un apoyo visible e importante de la escuadra naval, etcétera.

Por otra parte, esta salida es nuestro primer día en campo abierto, y ya he percibido nervios en la tropa, que ya parece un atolondramiento general, que los chicos vienen con el atavismo del pánico marroquí, heredado en España de padres a hijos, así que debemos foguearles lentamente, que con estas generaciones pasadas por las aulas no valen las arengas napoleónicas.

Valerio, lo que si haremos es girar sobre el eje de la pista, estirándonos lo más posible, tal y como sugiere este Neira, ¡que sólo le faltan los bigotes del Cid! La Plana Mayor de Mando y de Comunicaciones permanecerá aquí, exactamente aquí donde estamos a tal momento, formando un erizo, y con guardias de sólo media hora, que estos chicos se dormirán como bebés, irremisiblemente, ¡por mucho miedo que tengan! ¿Conformes; alguna duda? ¿No? ¡Entonces, venga, a funcionar, que hay prisa!

Unísono:

-¡A la orden, Comandante!

-¡Eh, alto ahí! ¡Agacharos, que no estamos en el baile do Casino! Aquí hay que desplazarse suavemente, como las garduñas, que esta luna alarga las sombras!


-.-

(23-11-1957)   +  2,  de noche avanzada.

-…

-¡Eh, Valerio, capitán Valerio!

-¡Sí! ¿Qué pasa?

-¡Chist! ¡Soy yo, Neira!

-¡Hablemos bajo, que despertaremos a la tropa, y llega con que estén alerta los turnos de guardia! ¿Qué haces aquí, separado de tu Sección? ¿Por qué no duermes un poco, que mañana volvemos de fiesta, y no va a ser fácil ese baile de los malditos...?

-¡Es que..., esa máquina del nabo...; tal y como vaticiné!

-Olvídate de la ametralladora, que aquí no hay peligro, que están tirando a los arganes de ahí abajo, ¡con un error de más de cien metros! Como nos hemos desplazado en lo que va de noche, ellos, que son de ideas fijas como sus burros, creen tenernos muy a su derecha de donde realmente estamos. ¡No tienen ojos de lechuza, no, ni siquiera en el trasero!

-En efecto, ellos no saben de nosotros pero yo sí que sé de ellos, ¡que por cierto, van hartos de fumar quifi, así que lo más probable es que ya estén drogados, borrachos, todos, a hecho!

-¿Que dices, estás de coña? ¡Vete con esas al comandante, que te va degradar, ipso facto!

-Fui reptando por la propia cuneta de la pista, y allá adelante giré sobre la izquierda, y crucé. Mismo al pie de esa loma en la que tienen las máquinas hay una vaguada de arganes, que tal parece el foso de un castillo; tan espeso es ese matorral, que tuve que ponerme el pañuelo de las manos para aliviarme de los malditos rasguños de sus ramas resecas, y aun así no me perforé los ojos de milagro. Por culpa del pañuelo, que blanqueaba con la luna, no pude acercarme a las ametralladoras; quiero decir, lo bastante cerca como para soltarles estas bredas; y aunque no llevase el pañuelo, que los tenía de la parte de arriba, en una mala posición para un lanzamiento manual... ¿Entiendes?


-¡Este Neira...; eres el de siempre! ¡Chico, estás más asirocado de lo que yo pensaba! ¡Muchos cojones y poco cerebro! Anda, que como se entere nuestro comandante, ¡te echa un borrón en la Hoja! Acuérdate de lo tajantes que fueron sus órdenes: ¡no moverse del sitio para no dar indicios, para no señalar nuestra presencia!

-¡Boh, chorradas! Lo importante es que ese Caid se va a presentar de inmediato con los coches, o camiones, o lo que tenga, por aquí mismo, por la pista abajo, tan pronto se convenzan de que nos hemos desplazado hacia el Este...

-¿Qué dices, qué barruntas?

-Pues eso, que en vista de que no les devolvemos los saludos de sus máquinas, que ellos bien saben que cada Sección de las nuestras está dotada, cuando menos, de un subfusil Smeiser, concentrarán los obuses sobre estas matas, que también saben que es nuestro abrigo, el único lógico y posible, que a más lejos, y con la noche cerrada, pecha de niebla, no pudimos largarnos...!

-¡Demonios, eso sí que es posible! Entonces tendremos que despertar al comandante, ¡por mal que le siente!

-No, espera, que aún están callados e inmóviles; se están atando su lozán negro, y ciñéndose sus derrahs azules, para confundirse con la noche, tramando, preparando todo lo que consideren útil para meternos miedo, así que aún tenemos tiempo para ponerles una trampilla a las perdices... ¿A propósito, sabes colocar minas, de las de plato?

-¿Tú quieres enseñarle a hacer hijos a tu padre?

-¿Donde las tenemos, eso, aquellas cajas...?

-Ahí abajo, bien cerca; ahí donde descargaron esos mulos de los zapadores, que las dejaron allí mismo, detrás de unos peñascos... ¡Nada; gateando, dos minutos!

-¿Vienes conmigo? ¡Cada uno, dos cajas, y con las metralletas al hombro...!

-¡Neira, estás loco! No te ofendas, pero sigues estándolo, rematadamente loco, que por otra parte, para esto de la guerra es la mejor circunstancia; ¡pero voy! ¿Quieres ponerlas en la pista, ahí arriba, en la primera de esas curvas, unos metros delante de nuestra avanzada; no?

-¡Exactamente, capitán, que mira lo bien que nos entenderíamos si no fuese por las respectivas...!

No estaba Valerio para un ataque de celos, que tenía bastante con responsabilizarse de su Compañía, de la militar.

-¿Es terreno blando…? ¡Para disimularlas, digo, en esa curva, tal que en el polvo de las roderas!


-Mira cómo es la cosa: tan pronto les vuele en pedazos el vehículo delantero, porque tienen que lanzarse todos juntos para que nosotros no reaccionemos, o metan la marcha atrás, entrechocan como las bolas de billar, o no les queda otra que salirse de la pista y avanzar fuera de ella, a campo través. ¡Un blanco perfecto para nuestros Tiradores, agachados como están!

-¿Cogemos cable..., para empalmarlas...; o las ponemos individuales?

-Las pondremos separadas, en ambas roderas, de rosario..., ¡por si falla alguna!

...

Escasamente cinco minutos después: El silencio era sepulcral, evidencia de que los del llamado Ejército de Liberación estaban subiendo a sus vehículos y/o pasándose instrucciones para coordinar la función de aquella raha del otero frontal, Norte, enfrentada a los Tiradores de Valerio; este y su teniente, se limpiaron las manos a las perneras después de arrimarles tierra a los dos rosarios, paralelos, de minas, a lo largo de unos treinta metros por aquellas roderas:

-¡Perfecto! ¡Tuviste una buena idea, Orlando, e incluso nos dio tiempo para rematar la sementera...! Ahora sólo falta que se den un paseo los chacales, y las hagan explotar antes de que bajen esos morangos con sus vehículos... ¿A qué esperas? ¡Venga, Orlando, largo de aquí!

-Vete yendo, delante, Valerio, por si alguno de los nuestros está despierto, y te echan en falta; ¡que no haya alarmas prematuras, que igual cambiaron nuestra guardia en este tiempo de nuestra ausencia!

-¿Y tú, a qué esperas, o quieres espantar los chacales?

-¿Oyes, no dicen que este Territorio, este anaco do su Gran Magreb, es de esos morangos del Norte? ¡Pues debo señalarles nuestra presencia, aquí mismo, en la ruta del Sur, medio a medio de la pista, tal y como hace el lobo en mi tierra, pero yo con aguas mayores, más visibles!

-¡No seas guarro; no te pares a eso!

-¡Se lo haré, de jure et de facto, que lo tienen merecido..., estos desagradecidos…, hijos de Agar!

-Entonces no tardes, que el paso siguiente es decírselo al comandante, pues urge emplazar nuestros aparatos de forma que puedan barrer esos vehículos, o lo que de ellos quede, mismo al punto en que estallen estas minas. ¡Según se salgan de la pista, o si retroceden! ¡No te duermas, chaval, que si han de bajar, ahora mismo reanudarán su tableteo, para despejar..., despistándonos, alejándonos de esta mierda de pista, y nunca mejor dicho!

-¡Voy, de seguida! ¿Por cierto, no tendrás por ahí un cacho de papel...? ¡O mejor, no, que usaré mi pañuelo, que así pensarán que el cagón fue un viejo, un chivani con almorranas!


-¡Más loco que tu...; lo dicho, ni en Ciempozuelos!

...

Minutos después, Valerio, reunido con el comandante de la Columna Buyarife, que se echaba las manos a la cabeza:

-¡Este Neira me desquicia! Si se cumple su pronóstico, esos cabritos estarán a punto de iniciar su avanzada, o su descenso, sobre nosotros, rebasándonos para tentar de cercarnos en la oscuridad de esta noche, para freírnos en una sartén de fuegos cruzados... Este hombre es listo pero está asirocado: Primero, les hace esa descubierta; después, el asunto de esas minas; y ahora, cuando debía acercarse a nosotros para recibir órdenes y para mudar el emplazamiento de nuestras máquinas, se pone a ensuciarles la pista... ¡Cuando esto remate me ha de oír...! ¡Valerio, manda un par de hombres que repten bien y que se atrevan a traerlo por las malas, así tengan que partirle los brazos a culatazo limpio!

-Comandante, ya fueron, que yo, de arrepentido, volví con dos de los míos, pero, ¡ni rastro! Lo único que vimos, en un rayo de luna que se filtró por una raja de la niebla, fueron sus deposiciones, ¡con el pañuelo encima! El llevaba cuatro piñas...

-¡Claro, volvió a subir en dirección a su nido de águilas...! ¡Dios, que tonto he sido fiándome de ese chalado!

-¡Yo también, comandante, pero es que...; este tío es impredecible! ¡O no..., porque...; me estoy acordando de que tan pronto terminamos de recubrir las minas, Orlando se quitó sus calcetines negros, estirándolos como para comprobar lo que daban de si, y los metió en el bolsillo! Pensé que sería para estar más fresco…, o que se le metiera arenilla..., ¡con lo que llevaba caminado y reptado esta noche!

-¡Natural!

-¡No, nada de natural, que seguro que fue para ponerse sus calcetines de careta, por culpa de aquellos mismos arganes que le rajaron la cara, que por eso tenía el pañuelo ensangrentado...! ¡Me lo dijo todo con eso de los calcetines, pero yo he sido un pánfilo!

-¿Que tiene que ver eso con su ausencia...?

-¡Se lo estoy diciendo! ¡Que volvió a subir a donde tienen emplazadas esas máquinas, las que nos dispararon antes! En la primera de sus exploraciones no se acercó al enemigo porque le podían ver el pañuelo con el que se restañaba las heridas de la cara, los rasguños de los arganes, pero en esta segunda vuelta, con un calcetín en la cabeza, y sólo con hacerle agujeros para los ojos... ¡El caso es que lo hemos hecho así, ambos, estando de maniobras, por el interior, en días de siroco...!


-¡Escucha, Valerio! ¿Esas llamaradas, esas explosiones...? ¡Ahora les está lanzando las granadas...! ¡Cuatro, las que llevaba, pero ellos le contestan con ráfagas...! ¿Oyes? Estas explosiones son distintas, de otro tono... ¡Son, o me parecen, granadas de mano, pero de las suyas, que suenan diferente! Si de esta sale vivo..., ¡un milagro!

-¡Comandante, fuese lo que fuese, se acabó! ¡Ya pararon...!

-¡Así es! ¡Ahora tenemos un silencio de cementerio...! Esto, Valerio, es lo más temible de las batallas: la nada, el silencio, el vacío después de la acción, que a los heridos, de lejos no se les oye. Me recuerda el frente de Teruel, que callábamos en los dos bandos porque ya no quedaban armas, o municiones, o quien las disparase, ¡que ya tiene ocurrido!

-¡Con una diferencia notable: que entonces, en la de España, estos de la gumía estaban con nosotros, y ahora, que siguen cobrando sus ascensos y nuestras pensiones, se pusieron del otro lado!

-¡En eso estuve pensando...; algo parecido! Por cierto, que en uno de aquellos asaltos y contra asaltos de Teruel, me ascendieron a Sargento Provisional, que nos quedáramos sin mandos..., ¡y después me transformaron en Carabanchel, que así me libré de volver a las madreñas! Pero así, a base de relevos, no acaba una guerra, ni aquella ni esta, que las batallas, batallas engendran, y cuando se agotan las armas, el diablo suministra otras, y otros servidores para las nuevas, así sean niños...

-Bien, pues, ¡a lo hecho, pecho! ¿Qué le parece si pasamos la voz, a toda la columna, de centinela en centinela, para que estén en máxima, y no vayan a dispararle al Neira? ¡Si es que puede volver en carne mortal…!

-¿Comandante, y si hiciésemos una descubierta, para intentar rescatarlo? -Apuntó Valerio, más con la voluntad que con el cerebro.

-¿Quieres holocaustos inútiles? ¡Eso tendrá que ser de mañana, por el día y por el sol, que esta media luna es patrimonio de esos lunáticos, de esos fanáticos…, y con el Neira, para locura, llegó! Al amanecer, reunión de mandos, exactamente aquí, que aunque nos pille el sol reunidos, tenemos estos matorrales del Poniente, detrás de nosotros, que así no haremos sombra visible…


-.-

 

(23-11-1957)   +  3, al amanecer, en las faldas del Gurrán.

-...

-¡Ya sabéis que el Teniente Neira no retornó, así que le suplirá al mando de su Sección el sargento Sánchez...! Otra cosa: Acabo de comunicar por radio con nuestro Estado Mayor, y las órdenes son tajantes: Ya que no pudieron pasar a nuestra retaguardia con sus vehículos, y primero de nada, sin esperar por la aviación, abatiremos con nuestros propios medios las máquinas de ese otero desde el que le dispararon a Neira. ¡Que no quede una chumbera sin recibir nuestro chumbo, nuestro plomo, por si se abrigan en ellas los alacranes! Acto seguido, registrar la vaguada por la que avanzó el teniente... ¡Meticulosamente, palmo a palmo! ¡Tenemos que rescatarle, vivo o muerto, antes de desviarnos a la derecha, antes de seguir como para Tagragra! De paso, hay que comprobar el rumbo que siguieron ellos con los vehículos que tuviesen ahí arriba, al amparo de esas máquinas, que no creo que retrocediesen mucho... De localizados, yo daré las coordenadas, la Cota, a Estado Mayor, para que venga la aviación… ¡Para mí, que están reforzando el cerco de Tagragra, y que nos esperan detrás de la primera loma, así tuviesen que ir con sus autos a campo través!

Valerio, sin casi dejarle rematar, vehemente, exaltado:


-Comandante, si me lo permite, por la responsabilidad que tengo en la desaparición del teniente Neira..., quisiera expresar aquí mi sincera opinión de que Orlando en modo alguno se dejaría sorprender, ¡ni de noche ni de día! Además, que primero sonaron cuatro bombas, precisamente las que llevaba él, al cinto... En la primera de sus descubiertas se percató de que teníamos un peligro inminente, y se inmoló adrede, consciente de ello, heroicamente, por un compañerismo sublime, para neutralizarnos ese peligro. ¡Aquí no hubo insubordinación sino heroicidad, consciencia de que ni con aquellas minas podríamos evitar que se colasen para nuestra retaguardia, embolsándonos miserablemente, a toda la Columna! ¡Expuso su vida por todos nosotros, en grado de laureada o poco menos, así que, si pudiésemos gritar, mi ¡hurra! lo oirían esos hijos de puta, por mucho que taponen sus orejas con el turbante, y por lejos que se encuentren!

El comandante, muy serio, grave:

-Valerio, ya te pediré ese informe cando redacte la notificación de las novedades de esta noche..., ¡pero ahora, de presente, toca avanzar, y cuanto antes, mejor, antes de que se evapore esta bruma matutina!

-¡Jefe, por eso quiero ir delante, que retuve bien el terreno por donde estuvimos...!

-Gracias, Valerio, que no esperaba menos de ti, pero no tolero riesgos individuales, y menos aún tan temprano, con poca visibilidad...

-Mi hipótesis, comandante, y termino, es que el Caid de esa Raha, la que teníamos enfrente, al sentir los efectos de ese ataque individual de Orlando, bien pensó que nos tenía a su alrededor, cayéndoles encima, de abajo para arriba, así que yo no corro peligro, que eses tales cambiaron de plan y, como usted dijo, les tenemos por allá adelante, más bien lejos, sea en los altos del Gurrán o por sus vaguadas...

El comandante admitió noblemente, delante de todos los jefes de Sección:

-Sí, posiblemente; tiene su lógica... Siendo así, ya debiéramos haber avanzado de noche, sobre ellos, por cuesta arriba que fuese, cuando aquel tiroteo, que esta clase de enemigo no es gente de trincheras, sino de paqueo, traidores jorobados, camellos de gran movilidad...

-Mi comandante, es natural: ¡son hijos de este terreno...!

-¡Si que lo son, que esa Agar les habrá parido en una chumbera...!

...

-¡Un momento, quietos, parados, que acaban de anunciarme que el Canarias bombardeará de inmediato las cotas altas, tal que las cumbres del Gurrán...! ¡Como veis, don Mariano les da por el ano, con supositorios del 200, y eso que lleva tres días sin pegar los ojos!

A alguno de los suboficiales se le escapó una ironía:

-¡Sólo nos falta que les den mal las coordenadas..., que yo no me fío de nuestros topógrafos, ni de sus aparatos!

El comandante se volvió con acritud en la dirección del que hablara:

-¡No sé quien opinó, ni lo quiero saber, pero le salió un competidor al teniente Neira...! ¡Sangre de mártires...!

...

Un rato después, en pleno despliegue:

-¿Tu, cómo te llamas? ¿Por qué te acercas tanto a mí; o es que tienes miedo?


-Le soy Emilio, señor capitán Valerio; soy el asistente del señorito de la Olga, de don Orlando..., ¡y vengo detrás de usted para ayudarle a llevarlo, que para mí le tengo por muerto, que ese hombre no aguantaba quedo, por herido que estuviese!

-¡Ya me lo parecías! De momento carga con ese macuto, que debe ser el de tu teniente.

-¿Donde, dónde está?

-¡Ahí mismo, cegato; delante de ti, junto a esa chumbera, que seguro que le estorbaba para avanzar, y por eso lo dejó aquí, para recogerlo a la vuelta..., si vuelta había!

-¡Pues sí señor, le es el mismo! Mire, aquí dentro tiene su cuaderno, que se lo he visto guardar yo mismo; ayer, sí, ayer, después de escribir muchísimo, no sé lo que, pero con su estilográfica, que siempre la usa, que di que el lápiz es la herramienta de los pobres...!

-¡A ver, charlatán, enséñame ese libro! ¡O no, mejor, no, por si aún está vivo...! Serán cosas personales de tu teniente, así que te responsabilizo de esa mochila.

-Pierda cuidado, capitán, que de los macutos no me suelto, ¡ni que me rajen esos de la gumía...!

...

-¡Comandante, aquí! ¡Suba, que está aquí, aquí mismo, delante de mí! ¡Cojones! ¡En pedazos! ¡Dios, que carnicería; malditos, vaya ensañamiento...!

-¡Necesitaríamos un saco…! –Exclamó el asistente.

Al ver sus gestos y oír sus exclamaciones se les acercó el comandante,

-Valerio, esta carnicería se la hicieron tirándole granadas, ¡después de muerto! ¡Rebotes, claro! ¿No ven que hay pedazos, restos, removidos de lugar! ¡Por ejemplo, esta pierna...; el impacto fue aquí, aquí abajo, y con ello, saltaron sus miembros..., tres metros! ¡Vaya carnicería...!

-¡Qué sangre, que ponzoña tan fría! Bien sabían esos camándulas que les malogró su plan de embolsamiento, su intención de rebasarnos, de cercarnos…, ¡que ahora lo tengo claro, de toda evidencia! Comandante, aquí hay más chatarra. Siga subiendo...; aquí, detrás de esta chumbera...! ¡Tres morangos, reventados como claveles!

-Pues aquí adelante, por este otro lado..., -observó el comandante-, ensartados en este argán, como quien asa pinchitos..., dos! ¡Total, cinco, de cuerpo presente, que el alma la tendrán en el Paraíso! De seguro que eran los servidores de esas máquinas que silenció Neira..., con sus bombazos...!

Valerio siguió reconociendo el terreno:


-Comandante, aquí también, detrás de estas matas…; tres máquinas...; lo que queda de ellas, su chatarra...; pero aquel rataplam era como de cuatro o cinco... ¡Claro, no las iban a tener juntas! A las otras no las afectó la onda de las bredas del Neira, y se largaron tirando de ellas, que no con ellas, por ahí adelante..., ¡a cien!

-¡Valerio, tal cual! Esto confirma que no tienen ojos en la nuca, que nos presintieron cerca, tornados de copados en copantes... ¡El miedo que cogieron…!

A todo esto se les fuera aproximando el grueso de la Columna, que estuvieran reconociendo los terrenos próximos, la ruta seguida por los vehículos del enemigo, y recogiendo casquillos para identificar las armas empleadas. El comandante les hizo gestos para que se acercasen al yacimiento de los restos del teniente Neira, y les echó una arenga de circunstancias:

-¡Soldados, aquí cayó el más bravo, el mejor compañero de esta Columna, que se adelantó bravamente, previsoramente, a sabiendas de que en estas matas estaban, tenían emplazadas, sus máquinas de cobertura, y lo hizo para que estos piojosos de la chilaba no nos sobrepasasen, y copasen, que nos pudieron dejar sin retirada posible! Con su acierto y con una valentía legendaria, hecho un Cid, que aquel también ganó una batalla con su muerte, disponiendo tan sólo de cuatro piñas, y de unos segundos para lanzárselas, espantó a los chacales, y con ello les mandó a la retaguardia, pero a la suya!

Traed nuestra bandera, que vamos a recoger sus restos, y los cubriremos con nuestra santa insignia; que vean los espías de los agarenos, que alguno dejarían oculto en estas cercanías, con el ombligo pegado al suelo, como sapos, que España rinde honores, y planta su bandera, precisamente la bandera de nuestra águila imperial, en este Territorio, en esta tierra que pretendían arramblarnos a traición!

¡Soldados, tres áhias, tres hurras, por el teniente Neira! ¡Orlando de Neira y Canto, áhia! ¡Orlando de Neira y Canto, áhia! ¡Orlando de Neira y Canto, áhia! ¡Viva España! ¡Árriba España! Y todos al Gurrán, y del Gurrán al Buyarife, a las cotas más altas, para liberarlas, y de paso, para vengar al teniente Neira, un héroe de España!

...

Pumariño había llegado también, con el grueso de la Columna, cargado con sus mochilas, y se dispuso a aplicar sus bendiciones. El comandante de armas le propuso:


-Quédese con estos Sanitarios de las camillas, dirigiendo el traslado de este cadáver..., ¡de estos trozos de su cadáver! Estamos esperando provisiones y municionamiento, así que puede volver con ellos, por la tarde, en eses camiones de los refuerzos... ¿De paso, quiere ocuparse de sus cosas personales...? Aquí tiene a Emilio, su asistente, que este macuto es del teniente Neira, que ahí llevaba un libro, y no sé qué más efectos personales... ¡Ocúpese de todo, por favor, que cuando les toquemos la pandereta con esos cañones del Canarias, estos traidores van recular de mucho San Dios..., y nosotros tenemos que ganarles terreno!

El Capellán, además de ayudar a reunir los restos, y desde que los tuvieron recogidos en unas mantas cuarteleras y cubiertos con aquella bandera, les aplicó el rito de la extremaunción; responsos y todo eso:

           

-Descuida, que de todo esto me encargo yo, y también de escribirle a su familia, aparte de lo que hagáis oficialmente vosotros; sus jefes directos, quiero decir. Ahí viene uno de nuestros jeeps, así que recogeremos el cadáver y todas estas cosas, pero tan pronto como lo dejemos en el cuartel, yo me reincorporo a la Columna; ¡cuestión de horas! Digo, si seguimos teniendo libre nuestra retaguardia, que supongo que sí pues esos paisas van tirar cara al interior..., ¡a golpe de suelas!

Ego absolvo pecatis tuis... Requiem aeterna...

-¡Amén! Hasta luego, Páter. ¡Y gracias!

El asistente, Emilio, se sentía con sus alpargatas achantadas en tierra, sin hacer otro movimiento que el de restregarse los ojos, incapaz de creerse lo que había visto, hasta que lo estremeció la voz tronante, acostumbrada a mandar más que a pedir, del comandante-capellán:

-¡Emilio, arriba con ese macuto, que llevamos al teniente para Tiradores, pero volveremos de contado, que ahí adelante, camino de Tagragra, nos espera un buen zafarrancho, otro...! ¿O tienes miedo? ¡Si lo tienes, reza, que esta es una guerra religiosa, entre Dios y Alá, pero vencerá el nuestro, que te lo digo yo!

El capellán le revisó los bolsillos al cadáver despedazado, y metió en su macuto su cartera y un llavero, así como la cadena de oro, con una medalla, que llevaba al cuello:

-¡Emilio, pobre de ti si pierdes algo de esto..., que entonces pierdes la guerra; como hay Dios, que te llevo al calabozo, por las orejas! Pero, no, hombre, dame ese macuto... ¡El tuyo no, burro, el del teniente, que lo voy a custodiar yo, que seré más de fiar para estas cosas importantes! ¡Y espabila, que Orlando ya está en el Cielo, y con lo burlón que era, maldito si a tal hora no se está riendo de tu aturullamiento!

Según bajaban en aquel jeep, con dirección al acuartelamiento de Tiradores, tuvieron ocasión de ver la polvareda que se iba formando allá arriba, en el Gurrán, por efecto de los cañonazos del crucero Canarias, que así preparaba el escalamiento de aquella Columna de Tiradores...

El Capellán, con la misma devoción con la que responsó por Neira, hizo una cruz en el aire:


-¡Bendito seas por siempre, Zamalloa, y bendito también tú, almirante Nieto Antúnez, mis dos paisanos, que así vengáis la muerte de nuestro Neira, que de esta van cosechar el ciento por uno!

¿Ciento por uno? A los pocos días las malas lenguas y Radio Parapeto afirmaron que la elevación del Canarias estuvo mal calculada, y que, de aquella Columna de Tiradores, veintiséis hombres, exactamente veintiséis, en lugar de subir al Gurrán a donde subieron fue al Cielo, ¡porque se tardó media hora en dárselo a saber por radio, en avisar al barco de que el enemigo era otro, el de más arriba...! En fuentes oficiales se negó aquel rumor, sosteniendo que los veintiséis héroes cayeran, sí, en las faldas del Gurrán, pero..., ¡mortalmente heridos por la metralla del enemigo, que los moros también vengaban a sus muertos, con todo ardor, y eso que ya no era verano!

 

-.-


 

¿Locura, heroicidad?

 

Llegados al cuartel de Tiradores con los restos del teniente Neira, y mientras se ocupaba de ellos el Equipo Sanitario, el capellán Pumariño le ordenó al asistente, Emilio, dándole las llaves correspondientes, que le llevase aquel macuto a sus habitaciones de la Residencia de Oficiales:

-¡Cristiano, a ver lo que tardas en volver, que nos va acompañar un pelotón, en uno de estos camiones Dodge, que tenemos que alcanzar nuestra Columna antes de la hora del rancho!

-Páter, me ordenaron que vigilase estas pertenencias de mi teniente, y si no me lo deja hacer, entonces, ¿qué le digo al capitán Valerio?

-¡Que le vas a decir, santo de Dios, que las guardamos en mi apartamento, precisamente para la debida seguridad, que yo me encargo de remitírselas a su señora, a la viuda! ¿Estamos?

-¡Siendo así, en ese caso...! ¿Me lo promete?

-¡Largo, Tomás; y cierra con llave, con esta!

...

La operación del Gurrán tuvo este mal principio, tanto para los moros como para el Teniente Neira, pero resultó excelente en orden al establecimiento de un cinturón aislante, verdadera muralla de fosos (trincheras), y de fuegos defensivos, que salvaron para España, ¡de momento!, la ciudad de Sidi Ifni, evitando aquel copo marroquí.


Después de asegurada la posición, al día siguiente, el propio Zamalloa llamó por radio al Páter para ordenarle que retornase a la plaza, y que se ocupase del servicio religioso, de las honras fúnebres, en aquellas columnas “pasivas”, en aquellos “retornos” al cementerio católico... La causa remota, decisiva, era realmente otra ya que, sabida la, ¿valentía?, ¿temeridad?, del Capellán, siempre a la cabeza de las tropas, y en la más absoluta de las vanguardias, iba llamar mucho la atención si en aquellas operaciones medio clandestinas, herméticas, censuradas al máximo, había que dar la nueva, la noticia, del fallecimiento, ¡nada menos que de un comandante castrense!

Pumariño, de mala gana, pero acató; embutido, eso sí, a diario, en su uniforme de campaña, con la estrella de ocho puntas en su sitio, en la gorra y en las bocamangas.

En la primera ocasión que tuvo para recogerse a sus habitaciones, dispuesto a escribirles a la viuda y a la madre del teniente Neira sendas cartas, cosa bastante más difícil que arrastrar su panza prominente por aquellas prominencias del Gurrán, descubrió que aquella libreta, ¡aquellas Memorias!, del teniente Neira, eran metralla pura, o más exactamente, impura:

¿Santo Dios..., pero..., qué es esto? ¿Por qué demonios llevaría en este macuto..., esto, un diario íntimo..., expuesto a que cayese en manos del enemigo? ¡Y menos mal que con las prisas por avanzar cara al Gurrán a nadie se le ocurrió leerlo!

¿Qué debo hacer, Señor, ahora, en la soledad de mi ministerio sacerdotal? ¿Aconsejarme con los oblatos, con Monseñor Erviti, en la Misión Católica? ¿Con el capitán castrense, mi subordinado directo? ¡No, en absoluto, que no me fío de ese Joaquín..! ¡Pero, qué saben ellos, unos y otros, de los problemas personales de este Neira; y cómo podría explicarles las circunstancias y las rarezas de este hombre!

Valerio, y también el comandante de la Columna, saben que traje este macuto, y en el macuto, este libro... ¿Entonces, si me preguntan qué significaba que llevase consigo una libreta de apuntes, en campaña, en una avanzada...? ¿Y si lo leyó ese Emilio...? ¡No, no me parece probable, que de aquí, de la Residencia, de este apartamento, se volvió a las carreras, en cuestión de minutos!

Si me preguntan tendré que decir..., tendré que inventar..., pues eso, una mentira piadosa: ¡que escribía poemas! ¡Que escribía poemas para relajarse de la tensión castrense, de esta tensión de campaña, y que..., que ya le mandé su cuaderno a la viuda, por la Estafeta Militar, a través da nuestra Delegación en Canarias, en Las Palmas!

¡Decidido: Aquí cumple una mentira piadosa, o más que piadosa, necesaria...!

El Páter, a solas, en su apartamento de la Residencia, únicamente con Dios y con su conciencia, necesitó leer aquellas anotaciones varias veces para centrarse en lo que realmente le ocurría a su amigo Orlando, Orlando de Neira y Canto. Por cada lectura hizo las tres cruces de ritual, como si se tratase de un exorcismo:


-¡Oh, Dios, este Orlando...; cómo estaba el pobre, totalmente descentrado! ¡Qué caso este: un mozo, todo un oficial, y con su preparación, con su cultura..., enloquecido de amores! ¡En definitiva, un suicida, un cobarde suicida elevado a la categoría de héroe…, con mi complicidad!

¡Qué pesados son los secretos de Tu servicio, Señor, y qué angustiosa la carga de una dirección espiritual!

Tantas veces repasó y sopesó aquellos borradores de las sucesivas mensajes ¿telepáticas? del Neira, que acabó memorizándolas:

...

Manolita: Últimamente, que aún no sé si será con esta tensión a la que nos someten estos terroristas del Istiqlal, percibo mal tus mensajes, ¡terriblemente mal! Me llegan oscuras, como lejanas, apagadas, y siempre precedidas de una cefalea, de una jaqueca horrible, torturante. Si no fuese por no desanimarte, incluso diría que ininteligibles... Siquiera yo bien atento estoy a tus ondas, a tus emanaciones, que en esta espera me pongo en trance todas las noches, precisamente a la hora en que supongo que te desnudarás..., para mejor acercarme a tu cuerpecito desnudo, a tu corazón, a tu mente en reposo, libre de otras atracciones...

¿A tal hora, estás o no estás en tu celda? ¿Te apetece acostarte conmigo, bien acurrucadita, en un abrazo cálido e indisoluble? ¿Te apetece darme, ahora, ahora que no tenemos peligro reproductor, esa cosita de las vírgenes, ese himen inconsútil, ese paso que me tienes reservado desde nuestra infancia? ¡Te apretaré con tanto mimo, con tanta delicadeza, que ya verás que no te voy a lastimar, nada, nadita, en absoluto, sino todo lo contrario..., que así le hice a Felisa, y eso que esa condenada aupaba el culo para que yo forzase la penetración...!

Manolita, me arrecia esta maldita cefalea, así que lo interpreto como que a esta hora ya estás al otro lado de este hilo etéreo que nos une, que nos liga, que nos vincula…;¡en definitiva, que nos casa, que nos matrimonia!

...

Manolita, ¡vuelvo a oírte mal, pésimo! Tienes que concentrarte más, mucho más, cuando comuniques conmigo, cuando contestes mis mensajes, que bien sabes, por la geografía, lo lejos, lo separados, que estamos. ¡Tan lejos en el mapa y tan cercanos nuestros espíritus! Pero ten paciencia, que poco a poco iremos mejorando estas comunicaciones..., que son mejores que las cartas, pues de este modo nadie lo sabe, nadie se entera, ¡ni siquiera tu Superiora!


Hoy fue un día frenético, aquí, en el cuartel, pero mejor así, pues como estoy tan cansado, sólo voy a pensar en ti: Te acariciaré por debajo de estas sábanas, y sentiré en mis ojos tus cabellos negrísimos, peinando mis pestañas, y tus rizos perforarán mis orejas.

Pero antes de eso te voy a leer lo que acabo de escribir; y lo lanzaré al éter, con las ondas de mayor potencia de que sea capaz mi espíritu, para que te lleguen nítidas, palabra a palabra, sílaba a sílaba. ¡Apriétame más, amor mío, mi amor eterno, que te devolveré tu cariño besando esta sábana en la que estamos envueltos!

...

¡Chica, me tienes abatido! Y ese médico torpón, casi tan negado en amores como el Páter, ¡dos ignaros!, venga atiborrarme de píldoras, venga aplicarme químicas, cuando lo que yo realmente preciso está en tus labios, y a falta de ellos, en tus ondas, en estas ondas de tu espíritu, que siguen llegándome oscuras y débiles; ¡mucho!

Si no fuese por esta maldita tensión que tenemos ahora, por esos malditos instigadores del Istiqlal, que nos tienen en vilo con la borrachera de su Califato, de su Imperio, con ese sueño ridículo de un Gran Magreb abstemio, ¡con lo bueno que está el coñac, o el whisky, pero ellos lo ignoran!, a estas alturas ya estaría yo haciendo otro curso, ¡así fuese de cría caballar! En la Península, y por tanto, otra vez cerca de tus faldas... Posiblemente estrechándome contigo, con tus tocas lanzadas al altillo de tu armario; separado yo, o anulado mi matrimonio; divorciada tú ¡divorciada de esos enamoramientos monjiles, de mujer frustrada! ¡Si preciso es, te secuestraré, que Dios, siendo Dios, no puede desearte egoístamente, individualmente, exclusivamente, para Sí, que él ya tiene sus ángeles, y no es propio que te arranque de mis brazos, privándote de nuestros orgasmos anímicos!


Manolita, si tardo en librarme de esta Felisa, tu sitio, tu espera, entretanto, será una escuela, otra; y debe ser pública, no de religiosas, pues corto será el plazo de nuestra separación física, que mal sea que desde que pasen estos refuerzos, estos redobles de las guardias, no consiga convencer al Capellán para que me apoye en una petición tan justa, en una anulación tan lógica. Quiero decir, para que informe a mi favor en eso de la Rota... ¿Me entiendes? ¡Tiene que hacerlo, que si algo entiende de almas este Capellán, fácil le será percatarse de que mi amor, el prístino, el virginal, definitivamente virginal, eternamente puro, es el tuyo, que para ti soy, para ti he nacido, y así nos criaron, quif-quif, hidalgo con hidalga. Para ti solita, que lo demás...; estas aventuras rigurosamente carnales, fuera de la conciencia y de la consciencia, sin poner alma en ello, fueron, simplemente, una fiebre transitoria, un sueño de la razón, una poligamia animal, meramente instintiva, ¡más o menos como las de nuestro toro “Gallardo”, aquel semental de la Olga...!

...

¡Manolita, mi amor, miña rula, mocita de mis sueños, ya no puedo más, que no soy capaz de vivir sin ti, sin tus ánimos, sin tus palabras! ¡Estoy desesperado, y tú, o no me traduces o es que no haces por comunicarte conmigo! Pero ahora, con esto de la guerra, con este ataque por sorpresa, o casi, del que se nos chivó su Bellido Dolfus..., que todo indica que estamos rodeados, ni se sabe por cuantos miles de agarenos, borrachos de quif, ¡que de eso dejan rastro! Sí, entre el quif y su descomposición crónica por culpa de los higos chumbos, que les tienen ulcerada la tripa. Con estas circunstancias, voy a tener la mejor ocasión de irme al Cielo, que como tú sigues de mística, de monja, desde allá arriba mis llamadas, estos mensajes, estas ondas, no tendrán interferencias, ¡de ningún tipo!

Desde los luceros, en ese puesto de guardia eterna, le pediré al Dios del Amor, ¡tanto que dicen los curas que Dios es amor!, que te deje subir conmigo, que te deje cantar los maitines conmigo, en un tálamo de nubes perfumadas, nupciales, en ese punto del éter donde todo el día es de día, cada día, todos los días; ¡siempre aurora!

Desde que yo sea espíritu, sólo espíritu, ¿qué Priora, qué Superiora, te podrá negar que duermas conmigo, con tal de que sea un sueño eterno, juntos pero quietos, sin penetración, o mejor dicho, en penetración absoluta, en compenetración, en fusión, en confusión total?

...        

Cariño, perdona, que tuve que interrumpir mi mensaje porque..., porque ese prosaico coronel nos quiere vivos, ¡a todos!, y para eso impartió una serie de instrucciones bélicas, de seguridades bélicas, que está emperrado en que mueran los otros, esos de Alá., pero se la jugaré, que recabaré para mí el emplazamiento de más peligro, ahí por detrás de los edificios, en esa zona de las letrinas... Mi munición, las balas de mi Sección, les caerán a esos tordos del Ben Hamú, sobre ese acantilado, apestado por las meadas españolas, por los detritus españoles, directamente a sus narices.

Ya verás como Alá me facilita el camino, el nuestro, cara a Santiago, al Matamoros..., ¡ya que nuestro Dios, ese otro que tan mal nos quiere, me aparta de ti, que incluso interfiere en el éter, frustrándonos las ondas de estos mensajes!


Preciosa, no puedo seguir porque me esperan abajo, en este patio de armas, ¡de armas tomar!, que ya están asignado, repartiendo, lo mejor de nuestro armamento, ¡un armamento de mierda! ¡Cómo será, que aún utilizamos aquellos sobrantes de la del 36!

Manolita, sólo un par de minutos: Tendrá gracia que piensen que he muerto por defender unas letrinas, en una mierda de asalto hediondo, cuando de hecho lo que yo busco,  lo que yo propicio, es comunicarme contigo, directamente, definitivamente, sin interferencias, desde allá arriba, sobre los luceros…

...

¡Manolita, nada, que esta noche no pudo ser, y bien que lo intenté! Me enviaron a mi cuarto de la Residencia para reponer fuerzas, para dormir cuatro o cinco horas, pero, lo primero, es radiar contigo, informarte, tal y como hacemos con los de Estado Mayor, para que ellos, para que tú misma, sepáis cómo van las cosas.

A los del Estado Mayor les hablan de los moros muertos, o capturados, y del magnífico  armamento de que vienen dotados estos asaltantes, pero yo, a ti, contigo, te diré la verdad, toda la verdad, que esos moros, comparados con  mis soldados, son verdaderos eunucos, que ni consiguieron apuntarme, y bien que los provoqué asomando la testa, tildándolos de maricas, pero ellos, cada vez que los provoqué, lo que hicieron fue mostrar su turbante..., ¡para que estos sorchis de mi Sección les hiciesen un buen blanco en sus calabazas rapadas!

Está visto que sólo saben correr la pólvora..., ¡pero a caballo! Lo de ellos es montar, a lo animal como hago yo con Felisa, pero, apuntarle a mi espíritu, hacerlo volar al Cielo, de eso, ¡nada, en absoluto!

Hoy, por ahí adelante, en una de esas Columnas de vanguardia, a campo abierto, puedo tener mejores ocasiones de acercarme a ti, definitivamente, ya que lucharemos argán por argán, chumbera a chumbera, y posiblemente, cuerpo a cuerpo, pero antes de que me chanten una gumía, con toda su herrumbre, antes de que me envenene el tétanos , pienso destripar una docena de agarenos, ¡como quien monda una naranja, que las fuerzas, la valentía necesaria, me las darás tú, mi encanto, mi sol, mi sol definitivo, Manolita del alma!


Ahora tengo que dejarte, como máximo, un par de horas, que aquí, en este puesto de observación, están demasiado cerca eses plebeyos, eses mercenarios del Plus de Residencia, que sólo combaten para que no les falte el Territorio, para que no les falte la Dirección General de Marruecos y Colonias, y les extrañará que lleve conmigo, en campaña, en presencia del enemigo, un Diario de Operaciones...

           

¡Es una pena esta limitación, esto de escribirte a hurtadillas, ahora que no tenemos a Felisa, pues, de evacuada en Canarias, le va a ser difícil interferir o desviar nuestros mensajes!

No, no va a ser pena alguna, que ya se acerca la noche, y a esta hora todos los gatos son pardos; ¡pardos como la noche misma, pardos como sus chilabas! ¡Manolita, aquí me tienes, hecho un guepardo, dispuesto a saltarles a la garganta a esos agarenos de ahí arriba, que pienso llevar conmigo una docena de ellos, para ponerlos a tu servicio, que te haré portar en una silla de manos, seis moros de cada lado, que ni Cleopatra con sus mamelucos!

¡Hasta luego, amor, que me están haciendo señas de que nos reunamos los mandos de estas Secciones...! ¡Estúpidos; hoy me toca mandar a mí, por encima de ellos, incluso sobre los luceros!

...

El Capellán, con aquellos repasos, alucinó:

¡Dios mío, esto es increíble! No, no se lo puedo mandar a Felisa... ¿Y a su tío, al tío de esa chica, de esa Manolita, al cura “Deogracias”...? ¡Es la única posibilidad que se me ocurre...!

¿O purificar este Diario, incinerarlo, ahí, en las cocinas, en esas llamas purificadoras, tal que metido en un envoltorio de periódicos, para mayor disimulo...?

Meditó en vano, que no fue quien de encontrar la solución más perfecta para un secreto que tal vez no le pertenecía, que no lo era de confesión.

De nuevo en las posiciones más avanzadas de la Columna, al atardecer, le preguntó el capitán Valerio por aquellas pertenencias personales del teniente Neira, pero el Páter, por primera vez en su vida sacerdotal, hecho un Pedro, negó con rotundidad:

-¡Allá le van, que se las mandé por la Estafeta Militar a la pobre viuda, a su Felisa, que desde hoy bien puede sentirse orgullosa, ascendida de status social, con los recuerdos de un héroe, de un posible laureado, o cuando menos, que bien poco es para lo que se merece, un Medalla Militar Individual! Valerio, tu y yo, que lo llegamos a conocer a fondo, no debemos ser mezquinos en nuestros Informes para que no caiga en olvido, ni archive el habitual desagradecimiento de la Patria un nombre, un hombre, de tanto honor y de tan elevado patriotismo! ¿Te parece bien?

Su antiguo rival, alucinado por la gloria de aquel héroe ifneño, de aquel compañero autoinmolado, asintió; ¡y lo hizo de corazón!

El capellán le aplicó un enésimo ¡Requiescat im pace!, y la columna de los yebeles Gurrán y Buyarife se dispuso a dormitar, que no a dormir, con la mitad de sus efectivos en vela turnada, ante un enemigo envuelto, camuflado, en sendas chilabas del mismo color que su tierra.

 

 


El Páter Pumariño misando en las trincheras, en las mismísimas alambradas.

-.-

 

Codicilo documental

 

Radio del Cuartel General de Ifni a doña Felisa Diéguez de Neira. (Evacuada en Las Palmas): Sentimos comunicarle fallecimiento en campaña del Teniente don Orlando de Neira y Canto PUNTO Tal caballero, generoso y valiente, con su muerte heroica constituye un estímulo y gloria imperecedera del Grupo de Tiradores de Ifni y lauro inmarcesible para la bandera española PUNTO Acepte, distinguida señora, estas condolencias del Mando y de la Tropa, que nos honramos en haber sido compañeros suyos PUNTO Contacte con la Representación Tiradores en Las Palmas en orden a posible traslado de su cadáver al punto de destino que quiera indicarnos.

 

Telegrama desde Las Palmas a doña Elisa Canto de Neira, en Lugo: Fallecido nuestro Orlando en Ifni, en acto de servicio, según radio del que le envío una copia por correo aéreo, estoy solicitando por mediación del Representante de Tiradores sea enviado en caja de cinc al aeropuerto Santiago para subsiguiente entierro panteón familiar Casa da Olga, (Pol), que es donde entiendo debe descansar con sus también ilustres antepasados PUNTO Dispongan lo preciso para hacerse cargo del traslado de sus restos así como entierro y funeral PUNTO Me siento abatida y débil rogándole me disculpe que permanezca en Canarias hasta reponerme un poco PUNTO Iré para rezar en la tumba de mi Orlando tan pronto me lo permita el médico PUNTO Abrazos de su nuera, FELISA.


Carta del comandante capellán castrense a doña Felisa Diéguez Barosa, con copia para doña Elisa Canto de Neira: Distinguidas señoras: Hasta ayer de noche, momento en el que su esposo e hijo, respectivamente, nos abrió camino, se lo abrió a España, para recuperar un importante sector de este Territorio, cobardemente invadido por Bandas armadas del llamado Ejército de Liberación Marroquí, posición del yebel (monte) Gurrán, ustedes eran la familia más directa de este Teniente del Grupo de Tiradores de Ifni; ¡ahora son la viuda y la madre de un santo, a la vez que de un héroe!

Sobre que Orlando, buen compañero y amigo personal, colaborador mío en la Academia de Alfabetización y en los cultos religiosos, se confesara días pasados con el fervor que le era propio, le apliqué los auxilios religiosos instantes después de ser abatido por estos hermanos equivocados, por estos Sarracenos que así traicionan a España, y con España, a Franco, su natural señor. Se lo digo para satisfacción suya personal y demás parientes y amigos.

Hombre de fe profunda y de hechos honorables, tuvo que ser recibido en la mansión de los Santos sin purgatorio de ninguna clase pues en cierto modo ya lo tuvo aquí abajo con los problemas de su vivir profesional diario, en estas circunstancias más bien bélicas. En cuanto a su categoría de héroe ya recibirán del Mando la documentación de honores y testimonios que se lo acreditarán plenamente, para su satisfacción.

Disculpen el laconismo de la presente pero me veo en la obligación personal, castrense, por penoso que me resulte, de escribirles a varias familias que tuvieron estos días la pena, similar, de perder, en estos Territorios, indiscutiblemente españoles, seres, héroes, soldados brillantes, igualmente muy queridos de los suyos, y muy estimados por compañeros, tropas y Mando.

Por todos ellos uno mis oraciones a las suyas, pues no dudo que nos acompañarán con sus rezos, rogándole a Dios, a nuestro Dios, que también lo es de ellos, de estos agarenos, aunque le llamen Alá, que nos dé paz en la tierra, con el debido reconocimiento de los indiscutibles derechos territoriales de España.

En Ifni, a veintiséis de Noviembre de mil novecientos cincuenta y siete, su hermano en Cristo N. S., Capellán, (Rubricado)


 

Carta, (posterior), desde Sidi Ifni, ya retornada al Territorio, de doña Felisa Diéguez de Neira a doña Elisa Canto de Neira: Querida mamá, (que ahora me encantaría llamarle así, tal y como quería nuestro Orlando que hiciese: ¿Se acuerda de aquel día en Coruña?) Ya pasaron doce meses de nuestra pérdida, y nueve desde que fui a la Olga para visitarla a usted, y de paso para regar con mis lágrimas esa lauda de nuestro ausente. El caso fue que poco he permanecido con él. ¿No se acuerda de cuanto llovió aquel día, ahí, en ese cementerio de Caraño? ¡Tal parece que fue adrede, que para sed la que pasó aquí, en su Campamento Ronson, entrenando sus Tiradores!

Precisamente acabo de llegar de Misa, que la celebró uno de los castrenses, rememorando aquellos héroes que hicieron posible que se consolidase la posición española, liberando los puestos del interior y conservando una parte del antiguo Territorio, que ahora, como ya sabrá, Ifni y el Sáhara están clasificadas, oficialmente, por Decreto, como provincias 51ª y 52ª de las de nuestra querida España.

No sé si debo escoger esta fecha para lo que tengo pendiente de decirle, pero, por otra parte, me aconsejan que va siendo hora de aliviar mi luto, y máxime en este clima, donde nadie, o casi nadie, lo lleva. Se lo voy a decir sin rodeos, que usted bien sabe que no sé hablar con ellos; ni con rodeos, ni con elegancia:

Hay un teniente, que le ascendieron por méritos de guerra, que siendo solamente brigada ya fue un buen amigo de nuestro Orlando, que me aprecia, pero que fue absolutamente respetuoso conmigo en todo este tiempo. Se apellida Louzao, Carlos Louzao, y sus ancestros, parte de ellos, eran de por ahí, de Melide y del Barco.

Sin hacer de menos a nuestro Orlando, que lo tuve, digamos que, en préstamo, unos doce meses, y fue tiempo suficiente para que me sienta, por siempre y para siempre, su viuda, pienso que con Carlos no seré menos feliz de lo que podría serlo con su hijo, ya que este hombre es más de mi igual. Con esto le quiero decir, ni más ni menos, que Carlos no arrastra púrpura de ningún tipo, no es esclavo de esas servidumbres de la nobleza heredada, pues la suya está en su propio corazón, y quien dice en su corazón, también lo es en los hechos.


La presente está resultando farragosa, pero, de llegadas a esta situación, no puedo guardarle secretos, ni usted librarse de escucharlos, para que a ninguna de nosotras le quede mal cuerpo por culpa de estas circunstancias.

Mire, yo entiendo que, para mi conciencia, preciso de su autorización, tal y como si aún fuese una menor; y usted mi segunda madre, casi que tan madre como la que me parió, que aún vive, a Dios gracias. Carlos también me dice que sí, que es preciso pedirle consejo; ¡a usted, sí, a usted! También me impone esta condición: Que me indique a quien quiere que le haga, que le mande, un apoderamiento pleno para que le venda, por el precio simbólico, documental, pongamos que de una peseta, todos los derechos que me correspondan como viuda de Orlando, supuesto que él tenía heredado por parte de padre, y según el Código actual algo me toca, algo represento en esa propiedad. De esto no es que nosotros entendamos mucho, pero le brindamos ese apoderamiento, puesto en regla, para que usted no tenga la interferencia de supuestos coherederos, por lo que a mí se refiere. Le tuve prestado, simplemente eso, así que yo nunca he sido, de hecho, aunque si lo fuese de derecho, señora de esa Olga que para mí nada representó de positivo, ¡nunca! ¡No se lo sé explicar mejor!

En esto que le digo estoy perfectamente de acuerdo con Carlos, que incluso comentamos que si tanto quiso a esa chica, a la tal Manolita, incluso sería lo más apropiado que ella se constituya en su heredera universal; si no tiene otros compromisos, por supuesto. Yo, con la experiencia de mi convivir con su hijo, con Orlando, me doy por satisfecha, que otro tanto no pienso aprender, ni aprender ni penar, en lo que me reste de vida. ¡Disculpe, pero si no se lo digo así, a las claras, igual reviento!

Cariños de esta nuera, de esta mujer que tan a contramano le cayó, pero no le guardo rencor; ya no!

Felisa

-.-

 

De las pesquisas efectuadas para darle colofón a esta crónica de tan nefastas telepatías, todo me resultó nebuloso, ¡y cuando no, tormentoso, como un simún, como un siroco, aquel viento del desierto!

 

 


Los “asirocados” lo eran, estaban así, por culpa del “siroco”?

           

Pumariño, su confesor, está soterrado en la parroquia de Boelle, Lugo, pero, fallecida Felisa, y también su Carlos Louzao, que yacen en Las Palmas de Gran Canaria, muertos casi simultáneamente, pues Felisa apenas sobrevivió diez meses a su segundo, que fue realmente el primer y auténtico amor de su vida, aquel secreto de confesión dejó de tener vigencia, y ello hizo posibles mis indagaciones.


Por lo que respecta a Manolita, ¡miña xoia!, también falleció excesivamente joven, sin apenas tiempo para gozar de sus herencias acumuladas, Sarceda y la Olga, que los buenos ascienden primero; lo hizo siendo monja de las Josefinas, aquí en Coruña, en Oleiros, que es donde está sepultada. Con la desaparición en acción de guerra de su inconstante Orlando posiblemente se agravó su lesión cordial, ¡que no fue para menos, ni a menos!

¿Qué más se supo de ella, llegó a conocer aquella locura final, definitivamente suicida, de su romántico héroe? Así, por indicios, parece ser que sus compañeras de hábito algo llegaron a saber, a saber o a intuir, que siempre hay fugas biográficas, pero..., ¡son monjas, y cualquiera les arranca un secreto!

           

Al Autor le basta con el descubrimiento, con la experiencia, de que no hay nadie más irresponsable que un cobarde: ¡Empiezan huyendo de sí mismos, de sus responsabilidades íntimas, personales, pero pueden terminar, en uso y abuso de esa propia irresponsabilidad, robándole los rayos a Júpiter!

 

José María Gómez Vilabella

 


 

Sirena, de

A. Trillo

 


Ahora que no hay cuñadas en Ifni,

las sirenas volvieron a sus dominios,

a su Santa Cruz de la Mar Pequeña,

de donde fueran inicuamente desplazadas cuando al

Adelantado Fernández de Lugo

se le ocurrió establecer una pesquería de eso,

¡de sirenas!

-o-

 




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