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Otra vez en Tiradores
Felisa, en el Bualalam, contemplativa.
Al fondo derecha, el cuartel de Tiradores y el campamento “Ronson”.
-...
-Páter, tómese un whisky, conmigo, de gallego a gallego, que estos no lo resisten, así de mañana! Lo que siento es no haberle traído una botella de aguardiente del país… ¡Mea culpa, grandísima culpa!
Lo suyo era la milicia, la milicia activa, así que volvió a sentirse en la gloria, en aquel firmamento de estrellas del Grupo de Tiradores de Ifni, reincorporado aquel mismo día.
-Gracias, Neira, pero ya sabes aquello de, La mies es mucha...; y luego que, de operarios, en mi ministerio, ¡un mínimo! Precisamente entré a la cantina buscando al alférez Soutomaior, que lo preciso en la academia...
-Pues, no, Páter, que por aquí no vino; quizás lo encuentre en Banderas, enseñándoles ajedrez, que en eso dicen que es un fenómeno... ¡Un chico listo ese Soutomaior, que si no viniese de la nobleza haría un buen soutador! –Y se rio de su propia ocurrencia, de aquel juego de palabras.
El capellán todo serio, atendiendo a su propósito:
-Estos reclutas de la última ya vienen algo más preparados, que se nota un cierto despegue en España, particularmente en el rural, pero menos de lo que les cumple como nisaras que son, que somos, en tierra de moros, ¡que hay que dar ejemplo! Pasarse el día con el ajedrez es un luxo, máxime habiendo chicos a los que enseñar, que ni casi saben leer, que por eso ni les escriben a sus madres!
Orlando le hizo un guiño al Páter, disparándole picardía:
-¿A las madres, o a las novias?
El cura, por el camino recto:
-Alguno tenemos que le cuesta leer de corrido...! ¡Hay que ayudarles, que para eso pusimos la academia! Y luego está que ellos mismos tratan de rehusar la enseñanza...; ¡alguno hay!
-¡Yo les entiendo! Siempre con curas a su lado, ¡desde el bautismo al catafalco! Predicándoles aquello de Eva, que si las mujeres, que si la concupiscencia, el pecado de Onán...; ¡acaban hartos de tanta vacuna!
-¡Pero, muchacho, cómo dices eso? ¡Somos su médico, sus curadores, que hasta les curamos de las venéreas..., antes de cogerlas, que ahí está el mérito! Algo parecido es lo que hizo Muhammad con los suyos, prohibiéndoles el jalufo…, por culpa de la triquinosis!
Neira, entre serio y chungón:
-¡Claro, por supuesto, tal que les hizo Muhammad...! ¡Pobres chicos! Y a mayores, para más decepción, vienen con la ilusión de destaparles el velo a las moras, de arriba abajo, frenéticos por comprobarles si es cierto aquello que les dijeron sus vecinos, los licenciados, los retornados, de que la tienen rapada, como un huevo, que así chapan mejor, y va el Páter y les da, de penitencia, simplemente por un pecado de curiosidad, ¡tres horas académicas, diarias, de analfabetismo!
El capellán, que ya conocía las excentricidades del teniente Neira, no se escandalizó:
-¡Dirás de alfabetismo...! De propósito, y ya que no aparece ese Soutomaior..., ¿vienes tú, hoy, ahora que estás sin destino, en su lugar, que siempre los busco solteros..., pero como tú no tienes hijos..., que incluso no sé si será por tus picardías...! ¡Ya os confesaré, ya!
Aquella indirecta era demasiado directa, así que le contestó también al derecho, directamente:
-Mi mujer va camino del convento..., precisamente de tanto irle a Misa, que incluso le dio por coser y cantar; seguro que lo hace para imitar a la Marta de los Evangelios...
-Esa parte es correcta...
-¡Ya! ¿Y también lo es que me consume la paga fusilando modelitos de París, con su hermana...? ¡Dicen que para cuando tengan muchos, de los propios, que los siguientes los harán para venderlos...! ¿Qué le parece, pecan o no?
El cura, que también era gallego...
-¡Eso tiene su mérito…! Y tú no me das pena, que con lo que tienes, con lo que tienes y con lo que cobras, aún te sobra para whisky. Pero dejémonos de bobadas y ven conmigo para dar esas clases, ¡antes de que empieces a tartamudear con la bebida!
...
-¿Esta es la clase que le quiere asignar al alférez de Milicias, Soutomaior...? ¿Qué es lo que se da aquí..., teórica de armas?
-¡Challado! Enséñales algo de cuentas, que de eso los ricos sabéis mucho..., ¡por la cuenta que os tiene!
-¿No tienen dos manos? Pues de ahí arranca el sistema decimal!
-No des mal ejemplo, que te están oyendo...! Cuando vuelvan a sus caseríos, a sus lugares, pobrecillos, tendrán que vender un ternero, medir una finca, inventariar unas partijas...; ¡o lo que tu veas, que esto también es hacer Patria!
El teniente, ¡un hidalgo en definitiva, acostumbrado a los pazos!, se sentía incómodo en aquel pabellón de pino, albeado por dentro y por fuera, con un mobiliario rústico hecho por los propios soldados en beneficio de los reptiles de aquella Unidad de alto rango, de alto presupuesto... Ya se olvidara de que su inolvidable Manolita peor la tuviera, su clase, su escuela, allá arriba, en las cumbres de los Ancares.
-¡Yo, en su caso, cuando confiese al coronel, le daría de penitencia que suscriba un presupuesto digno de estos chicos...!
-¿No callarás...? ¡La demagogia no es precisamente una virtud castrense! Peor podía ser, que tú y el comandante Espejo, en ese campamento Ronson, bien de veces que los echasteis, ¡Cuerpo a tierra...! Aquí, por lo menos, están sentados! No vayas a pensar que no lo llevo solicitado..., pero hay gastos preferentes, y también ocurre que de cuando en vez el propio Ministerio pide su participación en nuestros reptiles…
-Tratándose de un clérigo, ¡eso de pedir lo doy por descontado! Pero, váyase...; ¿no ve que los tiene en posición de firmes?
Tan pronto se ausentó el capellán:
-¡Descanso, ar, que le rendís más honores al Páter que al propio coronel!
Uno de aquellos más descarados, o más sinceros:
-¡Es que, mi teniente, el capellán nos arresta si no le venimos a la Escuela, y un día que vio allá abajo, por la baranda, a un compañero nuestro, cogido de la mano con una mora, le llamó a capítulo, y le arreó una..., tremendísima!
-¿Sin consagrar...? ¡Qué tío...!
Por un instante reflexionó que él no era quien para desautorizar al comandante-capellán, así que trasladó la vista al fondo del aula:
-¿Tú, cabo, qué le estás escribiendo a ese Tirador? ¡Que lo haga el, o pónselo en el encerado, para que nos ilustremos todos, todos a la vez!
-Teniente, es que...; mire, las cosas del corazón..., ¡ni al médico!
-¡Aquí, de privado, sólo las letrinas! La vida particular de cada uno se deja en las taquillas, que bien os lo dije, a muchos de vosotros, aquel día, en el campamento... ¡Aquí todo es de la Patria, y por la Patria, como está mandado!
El beneficiado entendió que debía dar la cara por su cabo, ¡por si lo arrestaba!
-Son sólo pensamientos, mi teniente, y los pensamientos no hacen daño a terceros, que aquí el cabo me estaba enseñando a redactar una carta...; ¡ya sabe, pensamientos para mi novia, y como sin papel no le llegan…!
-¿Y tú le prestas la novia al cabo? ¡Nada de risas, que quien no conquista a la suya propia, tampoco sirve para asaltar una trinchera! Y luego que tú, que tienes acento gallego, nos estás deshonrando... Aprende a escribir, que lo de redactar viene detrás, de suyo, ¡como la burra del gitano!
-Mire, teniente, el Páter le es como es, pero con esta Academia bien que nos va, que mucho aprendemos, que ya no digo niejo, ni Lujo, ni crejo...
-Me refiero a la escritura, ¡chalado! ¡Y fuera risas..., ar! Desde hoy, si yo sigo aquí, además de hacer cuentas, escribiremos más que un canónigo de Santiajo... Cartas a las chicas...; ¡bonitas, de esas que las enamoran! ¡Pero todos, eh, y en voz alta, sin vergüenzas…! Afinar el oído, que no os he llamado sinvergüenzas…! La vergüenza os la voy a quitar yo…, de un sopapo!
-Teniente Neira, -se atrevió el mismo de antes, - eso de las cartas bonitas me gusta…, para que no me quiten la chica en mi ausencia, pero, y si viene el Páter, y nos coge pecando, engañando a las mozas…? ¡Por escrito, que eso es muy grave!
...
-.-
De tarde, en la casa de Neira, otro conato de trifulca:
-¡Vaya horas! Has venido en la última de las guaguas, que te esperé en todas, una por una, para darte un beso..., así fuese en público, para que vean todas las del Casino que tu mujer será todo lo fea y torpe que quieran, pero que te adora! ¿Hubo algún incidente; con los cristianos…, o con los moros...?
-¡Ninguno! Estuve escribiendo cartas a las novias, mañana y tarde...; ¡un ciento, aproximadamente!
-¡Tú eres capaz de eso, de eso y de mucho más! ¿Sabes qué te digo? Que si tanto te acuerdas de esa mojigata de Lugo..., que esta noche has vuelto a mencionar a tu Manolita, por sueños, que dormido parecías estar…; pues ahora que ya sé, por tu madre, que no es una gata, o quizás sí, eso, una gata, una mojigata, por mi parte nos separamos, y aquí no pasó nada, ¡ya que gracias a Dios aún no tenemos hijos! Yo, con lo que estoy aprendiendo con mi hermana, con eso de los vestidos, para mi ganaré bastante, aquí o en Verín, y si no tengo clientela…, ¡al contrabando, que ese oficio sí que lo domino!
-¡Quieta rebelde, y entremos en casa, que estás más sublevada que los del Istiqlal! No es ninguna broma, que de verdad estuve escribiendo cartas, cartas de amor, preciosas, con los soldados de la academia, que no veas cómo son de ocurrentes cuando se les da libertad! Me lio tu amigo, el capellán, de tal modo que no le supe decir que no, pero le fastidié, que puse los quintos a escribir, por si mismos, cartas de amor... ¡Aquello fue el despipote...! La de burradas que dicen esos chicos...; ¡y el caso es que las dicen de corazón! ¡Pobrecillas ellas si tienen algo de sensibilidad, o si son crédulas! ¡Van servidas si llegan a casar con eses tarugos…!
-Siendo así, ¿por qué me hiciste rabiar, con tu forma de decir las cosas? ¡No sabes lo mosca que ando, que siempre anduve, con eses enamoramientos tuyos, nocturnos, soñados, que no sé si te lleve al médico...! Había oído decir algo, no sé bien qué, de que los chicos se van por sueños, soñando, ¿pero eso de repetir el mismo nombre, el mismo sueño…?
Desvió, improvisó, lo mejor que pudo y supo:
-Por veces me dan ganas de pisarte el rabo..., ¡como hice con aquella gata…!
-¡Ya, con la “Manolita”! Te va a ser difícil conmigo, que tengo más de gueparda que de gata, y si te apartas de mí, la inmediata será irme, cosa que le resultará difícil de entender a tu nuevo coronel, que bien sabes que es de eso que llaman Cursillos de Cristiandad...
Orlando hizo un gesto de resignación:
-¡Total, que tendremos que aguantar las botas..., o andar descalzos!
-¡Supongo que sí! ¡O te vas con el Mizzian, que dicen que está reclutando Instructores para el Ejército de ese Sultán, de ese Malik, o como porras le llamen..., ya que se van los franceses!
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Dios nos aparte de un Asistente...,
que coja confianza con la mujer de su oficial, ¡que no hay mejor enchufe, ni peor descenso, según las circunstancias!
-...
-A ver, Emilio, ¿qué cuentas, te acostumbras en Ifni? ¿Igual te apetece un reenganche, digamos que, por dos años...?
-Nada de eso, don Orlando, pues aquí de cuando en vez hace un siroco del diablo, y no se para de calor... ¡Quien me diera un permisito para echarle al papo un buen trago de agua, fresquita, allá en el Azúmara..., para ver si aguanto con salud hasta que licencien mi quinta! ¡África le es para los que mandan...!
El teniente Neira no daba puntada sin hilo, ya que, como buen hidalgo, desconfiaba de la mitad de su familia:
-¡Pues, en el ínterin, te va a secar la lengua...!
-Supongo que como a los otros, que aquí no paramos de beber, pero de esa agua de la pipa, caliente como el caldo...
-No tengo dolor de ti, que la tuya, tu lengua, es más larga que la de los camellos...; ¡todavía más! Así que, con lo hablador que eres, y con la sed que aguantas, estuve pensando que donde mejor estarías, tú, tú mismo, es en los llanos de Tiliuin, alisando esas pistas del aeródromo, y cavando trincheras, todo por allí, por los alrededores, por la franja minada...., ¡día por noche!
El asistente, descubierto, temeroso, mismo sosteniendo el Cielo, que se le caía por los hombros abajo:
-Señor, acuérdese de que somos paisanos, y no me haga tal cosa, que bien sabe que los dos hemos nacido en una tierra mojada... Yo no resistiría ese trabajo, y usted bien conoce a los míos..., ¡y no le perdonarán el luto que llevarían por mí, de parte suya!
El chico lerdo no era, y defenderse sabía.
-¿Y luego, -se cachondeó Neira, -ya que eres de los de cuello duro, qué trabajo te iría bien, acaso darle a la azada en la huerta de las Palmeras...?
-Don Orlando, no me haga rabiar, que me parece que ya he caído de la burra, que reconozco mi pecado, y le prometo tener más cuidado con la lengua, de aquí en adelante...
-Entonces te mandaré lejos, a Lugo, para que les ayudes a guadañar, a los tuyos, pero también a los de Sarceda... A la vuelta, cosa que sepas, la tendrás que confesar conmigo, sólo conmigo, que ya te diré lo que se puede decir y lo que no... ¡Eso, o te mando a Tiliuin…!
El chico temblaba como una vara verde:
-Pierda cuidado, que de esta he aprendido la lección, pero fue que, como doña Felisa es tan buena conmigo, y tenía tanto interés en saber cosas de doña Manolita, la de Sarceda..., mayormente de cuando ustedes fueron novios..., que a mí me pareció que le hacía un favor, a usted..., chufando la otra!
El teniente prefería situar a los enemigos allende de la frontera, que en parte, o precisamente por eso, le propiciaba aquel permiso:
-Toma esta papela de embarque, y lárgate..., ¡en el primer avión, antes de que me arrepienta y te mande con los de la cocina, a perpetuidad!
-Don Orlando, este papel, así, ya preparado, y con mi nombre..., ¿no será una broma de las suyas?
-De esta vez es un permiso particular, de un mes, porque tienes a tu padre gravísimo, que así contribuyes a los reptiles del Grupo..., ¡pero la próxima, que ya te lo dije, te mando a la huerta, a la cocina o a cavar trincheras y colocar minas! ¡Y que se mejore tu padre…!
-Pero mi padre está bien…, ¡que aún tuve carta suya, ayer!
-El sí, pero tú, no, animal! ¡Quémala, de inmediato…, esa carta! Y por esta vez, libras, pero a la vuelta, las novedades me las das a mí, ¡zopenco!
-¡Que San Ciprián, ese santo que dice el tío Deogracias que fue obispo de los moros, se lo pague!
-¿Pagar? ¿Con qué…? ¡Yo cobro de la Pagaduría…!
-¡No lo sé; con lo que pagan los santos: conservándole el siso y la salud, aquí, en esta tierra de infieles, donde medio cuartel está asirocado! ¡Ay, pero ahora que digo de pagar: no puedo irme, que no tengo para pagar el avión...!
-¿Te gastaste los cuartos con las moras…? ¡Pues, jódete, y aguanta, que ya tienes cara de sifilítico…! ¡Uih, en ese caso, tres años menos de vida, que te los pasarás meando con dolor, y arrimado a las paredes, o a los carballos!
-¿Usted es meigo, o adivina el pensamiento? ¡Siquiera no se lo había dicho a nadie, ni a los compañeros, que fue a escondidas...! La verdad también es que muchos cuartos no traje, que el hijo de un casero…, ¡ya sabe!
El teniente le guiñó un ojo de complicidad para tranquilizar al chico, que se sentía transparente delante del señorito Orlando, que para los conocidos de su comarca era más que ser teniente aquello de ser el Señor de la Casa Grande de la Olga. ¡Mucho más!
-Bien; de esta vez te voy a prestar…, dos mil pesetas, para que llegues en avión a Santiago, pero a la vuelta, ya sabes, ¡íntegros, los dos billetes!, que de paso le hago un favor a tu cura, a ese Deogracias, que así, sin cuartos, no caes en pecado!
El soldado, nada más recoger los billetes, y sin otra despedida, ¡no fuese a arrepentirse el señorito de la Olga!, echó a correr cara a su Compañía, ciertamente para dejar el uniforme, pero le detuvo una orden tronante a sus espaldas:
-¡Alto, firmes!
El soldado se clavó en el suelo, volviendo a convertirse en una vara verde, que bien le notara a su teniente, a su “Señorito”, cierta volubilidad de carácter, pero de esta vez la amonestación fue de conveniencia:
-¿Le bajaste el suministro a mi señora...?
-¡Nada me encargaron, ni usted ni ella!
-En este caso, te lo mando yo. Toma este papel, y anota, ¡antes de echar a correr, o antes de que te tumbe ese sifilazo! ¡Dale esta nota al comandante Aquilino, de mi parte…!
...
La señora, ¡dona Felisa!, igualmente extrañada, tanto por el permiso del soldado como por el volumen de aquel suministro:
-¡Es todo para ustedes, que el teniente me dijo, y no paró, la de cosas que había que traerles del Economato! También me dijo no sé qué de los sabotajes de los moros… No le entendí gran cosa, tan sólo que me dio este papel para dejar la ropa en la Compañía, y que no vuelva en un mes...
…
Por la tarde, a la llegada de la última guagua, Felisa esperaba en el recibidor de su casa, con los brazos en jarras:
-Te faltó tiempo para vengarte, en mí, pero también en el Asistente, que lo mandaste de permiso para que trabaje en su aldea...; ¡quiere decirse, en los prados de esa gata, de esa Manolita!
-¿Felisa, volvemos a las andadas?
-Volviste tú, que encima de que el pobre Emilio cuanto me contó fue ensalzándote, y con aire machista, del éxito que tenías con las ricas de vuestra tierra, en particular con esa “doña Manolita”, de la que está enamorada tu madre...; ¡por lo menos, ella! ¡Bien sabes tú, mala criatura, el miedo que tienen de ir a los destacamentos, pues, asistente que se ausenta, asistente renovado! ¡Encima de ese abuso de tu autoridad, seguro que te dio las gracias!
Orlando, en esta ocasión, seriamente:
-En este caso le guardaré la plaza, si aprende a usar la lengua…, que no cogeré otro, que el Páter va a compartir conmigo uno de los suyos, que tiene tres, pero el secreto no está ahí, que del terrorismo que estamos teniendo, un día de estos pasan al ataque general, que no será por falta de guatanes, que bien libertad de movimientos les dimos, y ahora conocen nuestros andares, nuestros polvorines, nuestras posiciones defensivas…; todo al detalle, que sólo les falta conseguir armas suficientes, y para eso, con pedírselas a los soviéticos..., ¡y ya no sea a los americanos, con lo que les interesan las Bases que tenían, y que siguen conservando, en la Zona del Marruecos francés!
Felisa lo entendió todo, pero no se atrevió a creer la premonición de su marido, quedándose en lo personal:
-Pues, si te arreglas sin ese chico, ¡mejor que mejor!, que además yo poco trabajo le doy, que bien sabes que no soy del estilo de esa Valeria, que a mí tu asistente no me lava la ropa interior, que no le dejo verla; ¡ni la interior, ni la exterior!
Orlando hizo un gesto de indiferencia, incluso despectivo:
-¡Eres tú la que te acuerdas de ella, de la mujer de Valerio, y eso que se supone que le gusto...!
Felisa, desde su altura de miras no perdonaba detalle:
-¡Es que pongo a remojo tu conciencia, por si acaso, por si abandonas tu propia guardia, la de tu dignidad, e incluso la de tu porvenir como militar profesional…!
-¡Impertinente! ¡Si no fueses tan cateta, comprenderías que las impertinencias son divergentes!
-¡Infiel; moro; más que moro...! Ya te dije que mejor te vas con los de Mizzián, ¡que así puedes tener un harén!
Sin percatarse de ello, en su inercia de celos se estaban acostumbrando a los mandobles recíprocos.
-¿Y tú, que haces aquí, que no estás jugando a la brisca con tu Brigada, en ese Club de los desertores del arado?
-¡Ya quisieras ser respetuoso con la gente de fuera como lo es ese Carlos, y luego que me dijo mi hermana que ahora se pasa el día con Hamido, con el intérprete, que le está enseñando, no sé si árabe o beréber!
La hirió un poco más; tres varas de castigo:
-¿Y tú, para ese Louzao, eres de dentro o de fuera?
Felisa, ya incontinente, con los nervios hechos trizas:
-¡Estúpido, que ni mereces lo que tienes en casa! ¿Por qué no estudias árabe, tú también, y de paso vigilas a ese Louzao, de cerca, a diario...?
Pero Neira, como buen caballero medieval, tenía la coraza a prueba de dardos:
-Aquí no se habla el árabe clásico, ni tampoco ese árabe moderno, ese que enseñan en Egipto, o por la parte del Golfo, sino el bérber, y más concretamente el chelja, o cheeuh, emparentado con el soussi y con el tashelhaït... ¿Lo sabías?
-Mira, tanto me da que me da igual, que yo tengo bastante con saber contar, para entenderlos en el zoco: uahed, yush, tleta, arba, khamsa, setta, sba, tmeniá, tsed, ashra..., ashrin..., tletin..., rbaín..., jamsín..., settin..., sebaín..., tmanín..., tseín..., mía..., ¡y por ahí adelante!
-Más se yo, que con una sola palabra, te mando al nabo de Lugo, Siir!
-¡Seguro que me ofendiste..., pero ya tengo callo!
-¡No tal, que sólo te dije lo que siento, que te pierdas en el desierto, que te rapten los moros, que para entonces bien sé lo que tengo que hacer!
¡Menos mal que Morfeo vino en su ayuda, y se durmieron!
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Afilando las gumías
No, no es cosa de interferir con represas en el río de las vidas que protagonizaron aquellas operaciones militares, aquella resistencia heroica, que ya es bastante interferencia, harto dolor, convivirlo, darle a la manivela de la rueda de afilar, y ahora tener que contarlo, dar fe de un fiasco, de una amoladura tan ridícula, nervios a flor de piel, por una u otra razón, o más bien por una u otra sinrazón, labor pendiente, que no hicieron, que no reflejaron, los periódicos, en su momento, aherrojados por la férrea censura de un Dictador que se suponía experto en morería, y que de súbito despertó con los graznidos de aquellos cuervos criados en las propias caperuzas de las chilabas de su propia Guarda de Corps!
Por otra parte, España, la paganísima España, ¡presupuesto sin tasa para Plazas y Provincias Africanas, año tras año, deudas de aquella colaboración del 36, sueños imperiales, inquina del propio Franco contra los propios francos, esos vecinos de la vecina France...!, tiene derecho a saber, por más que ya sea tarde, ¡cincuenta años después!, pero a estos efectos nunca lo es, que la Historia es de suyo una rezagada, el cómo y el por que de aquel ambiente externo, aparente, en aquel Territorio de tan mala crianza que sólo llegó a la mayoría de edad, quiere decirse, a declararse Provincia después de muerto el feto, ¡virtualmente muerto, perdido, abortado! Para incrédulos, el B.O.E.: Decreto del 10 de enero de 1958, “…por el que se reorganiza el Gobierno General del África Occidental Española”, creándose las provincias de Ifni y Sáhara. Séase, después de violado, ahogado, cercado, evacuado, circuncidado, reducido el territorio de Ifni al infinitésimo perimetral de la ciudad de Sidi Ifni, sentenciado, por las llamadas Bandas rebeldes armadas del Ejército de Liberación Marroquí, según las definió aquella España, aquella Metrópoli Oficial, brillantemente uniformada pero absolutamente desinformada, imprevisiblemente desnuda, tan imprevisora como el propio General Silvestre en pleno Rif, en la noche de las gumías, en otro eclipse imperial. ¡.....!
La perla de aquellos errores geo-políticos se había calcificado, suia-suia, poco a poco, entre otros desaciertos, más propios de una colonizadora novata, en la afectuosa acogida que se les dio en Ifni, en Ifni pero también en el Norte, a los huidos, a los refugiados, de la vecina Zona Francesa, expertos en terrorismo, y culturalmente con un gran ascendiente entre sus hermanos de raza y de fe.
Mientras zumbaban los sirocos y conspiraban aquellos nativos, con la placidez y con la seguridad que les daban sus fortunas, fácilmente ganadas y a tal hora puestas a buen recaudo, fuese en el propio Marruecos, recientemente independizado, o en la Francia de De Gaulle, aquel franco tan amigo do nuestro Franco, y a la viceversa...; o en Suiza, en Gibraltar, y demás paraísos fiscales, fomentadas de mil maneras, que aquí no son del caso, por la fatuidad española, ¡que llamarle así poco llamar es!, el Casino de Oficiales, sito en aquel palacete Art Deco, construido ad hoc en la fastuosa, en la pretenciosa, Plaza de España, funcionaba, seguía funcionando, con poco menos esplendor que la Corte de Versalles. ¡Más o menos!
Así que, mientras sonaban en el piano..., ¡dos, que dos había, uno en el vestíbulo de acceso desde la terraza, y otro en el salón grande, en el de las grandes recepciones!, en el primer piso, las sinfonías de Beethoven, las polonesas, y también las mazurcas de Chopin, así como el vals Mefisto de Liszt, que tanto le gustaba a Casimiro Dorado, oficial del Banco Exterior de España..., con un largo etcétera, música de alarde, que era la preferida en aquel ¿aristocrático? club, pues el Club, paradójicamente, era la Casa de España, ya referida, la de los Suboficiales, y mientras la atención de los administradores, de los culturizadores, aquellos patriotas del ciento cincuenta por ciento de Plus de Residencia, iba alternando de los saltos del póker a los sobresaltos de las sabotajes, multiplicadas de día en día, producidas donde y cuando menos se esperaba, codo a codo, chilaba con chilaba, el Movimiento de Resistencia, el Ejército de Liberación, con su Istiqlal, manejaban, se valían, de agentes expertos, externos e internos, siempre ilocalizables para nuestra Policía, absurdamente apellidada Indígena. ¡Los árboles, los arganes, no nos dejaban ver el bosque, aquel bosque de chumberas, que iban oficiar, a partir del 23-N, como camuflaje perfecto, como trinchera o parapetos de los francotiradores magrebíes!
A la par de introducir armas, automáticas por supuesto, diversificadas, entre otros trucos, en los sacos tiesos del azúcar de pilón, ¡del utilizado para el té!, los levantiscos, patriotas de su propia Patria, se fueron organizando e instruyendo en sus quintas columnas entre la juventud y las fuerzas indígenas de la Policía y de los Tiradores, ante nuestros propios ojos, ¡gafas oscuras, para el sol y para la realidad!, dopados, nosotros, de whisky y de imperialismo. Mas, como parecerá increíble en esta visión retrospectiva, histórica, medio siglo después, mejor no coment!
En paralelo, los quintos españoles, entrenados en cien rutinas inapropiadas e insuficientes para la función de guarnecer aquel Enclave, dadas las circunstancias, -armamento obsoleto, el nuestro; dificultades de comunicaciones y de suministros, adaptabilidad del nativo y perfecto camuflaje de su indumentaria, versatilidad de los ataques y esfumación en las retiradas, etc., etc.- en aquel Campamento Ronson, así llamado por la de piedras que les hicieron retirar, ¡para que ahorrasen alpargatas!, nuestros soldados temblaban como varas de sauce, ¡y no precisamente por culpa del frío!, en aquel verano del 57.
Por otra parte, también en paralelo, en su hogar, ¡frío también, pese al paralelo geodésico!, Orlando y su Felisa se cansaron de rifar, así que ella se fue, con su hermana, a Las Palmas, ¡a por moda, para variar! Los otros oficiales, aquella pléyade de estrellas de todo tipo de puntas, en el ínterin, ¡sin salacot, pero con teresiana!, se aburrían soberanamente; quiere decirse, sin palpar la soberanía que se les encomendaba imponer. En cuanto a los suboficiales, esos, más ahorradores, más conscientes de las veleidades colonizadoras, más Sanchos, más raseros, apegados al terreno que no al Territorio, a las realidades de un sueldo asignado, prestado, más pragmáticos en definitiva, se hacían anotar, fuese en el Banco Exterior de España o en la Caja Postal…, ceros y más ceros, pero a la derecha, siempre a la derecha!
En definitiva, ¡Españoles todos!, todos firmes, militares y civiles, cada tarde para el ritual de arriar la bandera, la bicolor por supuesto, ¡una premonición!, sin que los hechiceros de la Tribu Hispana, sin que el Estado Mayor, o sus jefes, los sátrapas madrileños, oliesen, percibiesen, dedujesen, notasen, en eso, también en eso, ningún augurio negativo, ningún asomo de aquel eclipse inminente.
En la primavera del 57, con las dos Zonas independientes, tanto el protectorado de Francia como el Subprotectorado de 1912, ¡el subarriendo español!, todo caminaba inexorablemente, catastróficamente, cara a un verano hambriento, inolvidable para la población española por la continuación, y la continuidad, de ciertos amagos, de ciertos ensayos terroristas, pues los nativos dieron, y realizaron, por unanimidad absoluta, la consigna de cerrar sus tiendas; ¡las de los chumbos incluidas! Y menos mal que el 23 de junio, día de conjuros en Galicia, aquel gallego tan bragado, Gómez-Zamalloa, teniente general, héroe del Pingarrón, laureado, etcétera, etcétera, según se iba aproximando su avión, bastante bajo para mejor mostrarle el Territorio, observó que las terrazas, las azoteas, de los edificios españoles estaban tomadas militarmente por unas tropas que oteaban en todas las direcciones, tratando de descubrir a los pacqueadores… Zamalloa se sintió un Breogán y comenzó a interrogar por la radio del propio avión:
-¿Qué hacen esos soldados en las azoteas, en lugar de prepararse, en vez de formar en el Campo de Aviación, para rendirme los honores de ordenanza…? ¿Qué clase de Ejército tenemos aquí, gatos o fuerzas especiales?
¡La Legión, los Tiradores, la Policía…, se arremangaron! En particular el Tercio y los paracas estaban ansiosos por terciar en la contienda, en el desafío de aquellos tenderos miserables; febriles por ejercitar sus poderes, su fuerza supuesta, aquellos bríos marciales tan sólo expresados en nuestros desfiles, así que, con un coñac Tres Cepas por barba…, ¡al asalto! ¡Al asalto, puertas abajo, incluso con las hachas decorativas de los Gastadores!
¿Qué había en las tiendas que fuese comestible? ¡Latas, conservas…! ¡Algo es algo, y máxime cuando ya iban tantos días de restricciones!
Aquella reacción, positiva y decidida, aquella acometida del héroe, les enseñó a cavilar a los cabileños, a los nativos, que con el Laureado, con aquel gallego, no cabían desafíos; que la lucha, la de ellos, para ser eficaz, para expulsar de aquel Territorio a los expulsores de su Granada, para echar al mar aquellos, ¿intrusos?, para echarnos a nadar, que el providente Caudillo puerto prometiera, pero no se lo hicieran, con el presupuesto consumido en el diseño de su maqueta, ¡aquella que, al parecer, le mostraron en un retrato…!, tenía que ser nocturna, alevosa, solapada…, ¡al estilo, ya experimentado, patentado, efectivo, del rifeño, del mítico, Abd-El Krim!
Es cierto que ya entonces teníamos en aquella playa-embarcadero-desembarcadero, unas cuantas “K”, anfibias, pero…, ¡también eran de la época del rifeño, estrenadas, experimentadas, en aquel desembarco, en otro trasacuerdo, en el prehistórico de las Alhucemas!
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Cañones sin retroceso
-…
-¡Salam-Alikum!
-¡Alikum-Salam,Carlos! ¿Tú también aquí, atento al avión? ¿Así que nos espera la Policía…? ¿Protección, o sospechas de contrabando?
-El brigada se rio y le siguió la broma al sargento López:
-¿Entonces, algo que declarar?
-¡Pues, te diré la verdad, que vaciamos la cartilla, pero traemos mucho equipaje, y todo inocente: trapos de lujo, que venimos cargados! Como sabes, es para abrir esa tienda de las dos hermanas…
-¡Querido Pascual, en todo caso, bienvenidos! Mejor será así, que sean mercancías lícitas, pues para contrabando llega con el que nos meten estos moros del diablo, principalmente por la frontera de Marruecos, que empiezan a decir que no, que ya no es raya fronteriza…
-¿Entonces, cómo va la cosa? En Las Palmas, si alguien sabe algo, todos ponen cremallera…, ¡incluso en la propia Delegación!
-¡Pues aquí, mal; francamente, mal; cada día a peor, así que prepárate para las guardias reforzadas!
-Yo esperaba que con Zamalloa…; ¡eso, látigo!
-Ya hablaremos…, ¡en lugar más apropiado! La verdad es que don Mariano es un tío con toda la barba, ¡lo mejor que tuvo España desde aquel Cid! De este Gobernador también podríamos decir, haciendo una pequeña glosa, aquello de, ¡Dios, qué bo vasallo si hobiese bo señor! Mas eso sería si en Madrid le diesen medios, y libertades; si le dejasen seguir con sus iniciativas, pero todo indica que cuanto más le temen a nuestro Gobernador, y cuando más se esfuerza Zamalloa por reconducir las relaciones con estos notabilísimos Notables, enseñándoles, de paso, su laureada, más precauciones toman ellos, y más armas tienen…, ¡o se les suponen!
Ya te digo, los indicios son que allá arriba, en ese Monte del Pardo, alguien desteje lo que aquí tejemos. ¡Política de hermandad, le dicen! Pero ya hablaremos, de eso y de más cosas, que tienes a tu familia aguardando…
¿A ver, estas señoras, las señoras y los niños, qué tal todos? ¡Ya veo que bien, que venís con cara de fiesta, cosa que celebro! ¡Pero en especial tú, Felisa; es increíble, en sólo dos meses...! ¡Lo menos, lo menos...!
-¡Diez kilitos, Carlos, que mucha hambre pasé para perderlos, y precisamente en Canarias, donde abundan los buenos alimentos...!
-¡Menuda sorpresa se llevará tu Orlando..., si no le tienes advertido de tu esbeltez! ¿No se lo dijiste…, por carta?
-¿Por carta? ¡No, no se lo dije, que quiero darle una sorpresa...; a ver si le resulta grata! Para cartas, las suyas, que sólo tuve dos..., ¡en dos meses! Muy aliviado le he debido dejar cuando le pedí, y me concedió, ¡como si también fuese un asistente!, estos dos meses con mi hermana, ahí en Las Palmas, preparando la mercancía de estos fardos para abrir esa tienda que tenemos alquilada… Ya sabes, en una de las casas de la Mary Güemes... Por cierto, ¿qué sabes de Orlando; le has visto?
-Andará, como todos, con esto de las guardias reforzadas...
-Carlos, como Pascual nos tiene que ayudar con los paquetes…; ¿te importa salir un momento a ver si está el Chelja…, con su taxi?
-¿El Chelja…? ¡Avisaré a Santana, que es el taxi que me trajo a mí, y que haga los viajes precisos para llevaros todo esto...! ¿No sabéis que el Chelja cayó con las manos en la masa…? ¡Pues, si! Le cogimos pasando desertores; nativos, pero de los nuestros, que los llevaba disfrazados de moras hasta una lancha marroquí, por ahí abajo, después del goniómetro…, pasada esa finca del henequén, la de Explotaciones Agropecuarias Africanas...!
-¿Desertores…, de los nuestros, de nuestros cuarteles? -Inquirió, sorprendido, el sargento Pascual López, cuñado de Felisa.
-¡Así es, que los quieren, al parecer, para el nuevo Ejército, para esas FAR de su Malik! ¡Les ascienden de inmediato, ipso facto! En cuanto al Chelja, ya en la cárcel, después de una tunda que le arrimó el Cabo Cigüeña, parece ser que se desesperó, e intentó suicidarse, ¡con clavos y con astillas de la puerta de su propia celda! ¿Qué os parece?
-¡En vista de lo visto, dan ganas de pedir el traslado, y devolver estas mercancías, o llevarlas para otro sitio...! –Bromeó Pascual.
-¡Cata que ya…! Esa media colonial tuya, ese permiso de dos meses, fue de los últimos, que de presente..., ¡Soldado, alerta! ¡Alerta está! En canto al Chelja, tan pronto como mejore, Zamalloa lo quiere desterrar para Fuerteventura, ¡a cuidar cabras!
Felisa:
-¿Qué hacemos aquí, de charla, si nos hemos quedado solos? ¡Yo rabio por darle un abrazo a mi Orlando, que me vea, así, en estado de revista! ¿Puedo ir contigo, Carlos?
-No, Felisa, conmigo, no, que mejor me será llevar a Celsa, y a los niños, en este viaje..., ¡que si Orlando está abajo, en el casino o en vuestra casa, igual piensa mal de nosotros…, con lo celoso que es! Volverá el taxi, y entonces te vas con tu cuñado, con Pascual...
-¡Que piense lo que quiera, que también yo pienso mal de él, en muchas cosas, pero no hace nada por demostrarme que estoy errada...! Ahora, con esto de la tienda, no pienso cocinar, que mejor comemos en el Casino..., ¡que así estoy menos tiempo con él, y más me deseará, supongo!
-¡Se va a sentir abandonado..., y eso tampoco es bueno! –Le aconsejó Carlos.
-En ese caso, que se traiga a su madre, a la Señora de la Olga…, aunque sea en barco! Que cocine ella... ¡Venga, aguarda por mí, que voy contigo!
-¡Perdona, Felisa, pero insisto en que no! No quiero ser la manzana de la discordia entre vosotros, ¡ni ahora ni nunca! Eso aparte de cual sean mis sentimientos, allá por dentro..., ¡pero eso es harina de otro costal!
-Te comprendo, Carlos, y te pido disculpas, que yo también tengo ataduras, por más que las mías, a pesar de la ceremonia, y con el Páter de por medio, te son de hilo putrefacto, pero, ¡ni así, que nadie, ni nada, me desatará de ellas!
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En la reincorporación del sargento Pascual
-¡Bienvenido, cuñado! ¿Cómo es que subiste al cuartel, si hasta mañana no tenías que presentarte?
-He subido, principalmente, para saber de ti, por si estabas en Banderas, o te pasara alguna cosa... Tienes á Felisa abajo, en nuestra casa, sola; quiero decir, con su hermana, pero preocupada, o más bien, desesperada..., ¡con una crisis de nervios que no veas!
-¿No tiene a su hermana…? Entonces que aprenda a considerar que está casada con un militar, y que nosotros estamos con los nativos, de hecho, en pie de guerra... Si después de eso, con estas circunstancias, tiene mimo, que se ponga a trabajar en esa tienda, a diario, ¡o que retorne a su Verín...! ¡Lo que es por mí, que no vuelva hasta que sea adulta!
Pascual, preocupándose por aquella indiferencia, cierta o teatral, de Neira:
-Mira, Orlando, te tengo defendido, e incluso disculpado, ante mi cuñada, ¡qué bien lo sabes!, pero..., ¡ni bajaste a verla, ayer, el día, la noche, de su retorno al hogar!
-¿Qué me defendiste, tú? ¡Pues, en lo sucesivo, dedícate a defender el Territorio, que acaso lo precise, ya, que yo soy adulto, y responsable, y no necesito una niñera con los galones de un sargento!
Pascual resistiendo la embestida de aquella bestia humana, tan frío de sentimientos:
-Mira, cuñado, yo no he subido al cuartel para discutir contigo, sino para tratar de evitaros discusiones...; ¡a vosotros, a los dos, que cuando se riñe en un matrimonio, por lo general ambos tienen munición, y se dañan recíprocamente! Yo le escribí a Carlos, desde las Palmas, para que nos esperase con un taxi, ¡y al parecer te informó...!
-Oyes, ¿desde cuándo el avión de Canarias entra por el Norte? ¡No lo he visto entrar, y safi!
-¡Cuñado, déjate de macanas, que tú sabes el horario, o podías preguntarlo, que aquí tienes teléfono, e Iberia, también! Lo que pasa, y dejémonos de caretas, es que tú algo andas cociendo en tus meditaciones, y por eso no tienes ganas de conectar con Felisa; ¡hasta que lo tengas maduro, supongo! Yo seré suboficial, que sólo eso soy, y poco estudié, que de psicología, cero, ¡pero lo que es parvo, no!
Neira, al verse cachado, se explayó:
-Lo que me pasa es que, de tan cocido, mi problema se me pudre en el pecho. La verdad, entre nosotros, de hombre a hombre, es que en este momento bien quisiera no haberla vinculado con el casamiento... Podíamos haber seguido de pareja clandestina, hasta que uno de nosotros se cansase..., pero conservando nuestra libertad, ¡aquella libertad individual, preciosa! Si hoy estuviese soltera, igual se casaba con ese Carlos, que les noto cierta química... Seguro que ayer estaba en el aeropuerto, para verla llegar..., ¡por más que su servicio en la Policía sea bastante más exigente que el nuestro en las presentes circunstancias!
-Orlando, de favor te pido que te avengas a razones. Es cierto que Louzao nos estaba esperando, pero fue a petición mía, por esa carta que le mandé, yo, yo mismo, por si no había taxis en el Campo, pero tú no tienes derecho, ni motivo, para echarle esa imaginación, que ya me parece..., ¡eso, enfermiza! Es un pecado que tengas dudas de una mujer que tanto te quiere, o te quiso, por lo menos hasta que empezaste a disparatar... Por parte de Carlos, ese Louzao, sentirá lo que sienta allá por dentro, que a su alma yo no puedo llegar, pero lo que tengo claro es que no hay en este Territorio un suboficial, o un oficial, o incluso un jefe, de más honor, ¡mal que le pese a quien sea!
Como Orlando se envainaba, demostrándolo con su silencio, Pascual apretó el acelerador:
-Lo que tienes que hacer es irte a casa, a la tuya, lo antes que puedas, y contarle una mentira piadosa; por ejemplo, que se te paró el reloj, y que después tuviste servicio... ¡Dile lo que quieras, verdad o mentira, que si piensas separarte de ella todo da igual! Cuñado, escúchame y aguanta este rapapolvo, que si bien es cierto que me agradaba, que me enorgullecía que se casase contigo, mi cuñada, Felisa, es igualmente cierto que ella no hacía ningún peso en mi casa, que le ayudaba a su hermana, tanto a coser como a criar los niños, y con sus cualidades, aquí en Ifni no tardaría en casarse, mejor o peor, con quien fuese, que si ella no daba la talla de tus humos..., ¡no todos fuman en pipa, ni siquiera en este Ifni tan señorial!
El Teniente oyó pero no escuchó. Giró como una veleta, como lo que realmente era:
-¿Ya te presentaste en tu compañía...?
-¡Sí, estoy cumplido, y ahora bajo para la ciudad, en la primera de las guaguas, a ver si esta tarde colocamos todo el material en esa tienda de modas..., que por cierto trajimos, ya hecho, de las Palmas, y por idea de tu mujer, un rótulo que pone: PALACIO DE OLGA. Alta costura. Moda. Novedades.
Esa información hizo reaccionar positivamente al hidalgo:
-Espera un momento, que le digo al Páter que no cuente conmigo para la Academia...; y después le pido al Comandante de Día que nos deje un jeep, de los de chofer cristiano..., ¡para bajar juntos!
-Hombre, gracias, pero no, que prefiero la guagua...; ¡es para que Felisa no te vea conmigo, para que no sospeche mi intervención! ¿No te importa?
-...
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-¿Felisa, mi amor, estuviste enferma?
-¿Lo dices por la cosa de los kilos? Enferma de amor sí que estuve, ¡dos meses sin mi Orlando!, que precisamente para eso me puse a tratamiento, desde el primer día...; ¡y con la de cosas buenas que tienen en las Palmas! ¡Cariño mío, si pasé hambre fue para gustarte, para que rematases con aquellas ironías de mis nalgas...! ¡Bobo, más que bobo, que donde no hay, tampoco hay deseo…!
-Mentalmente sigues siendo una cría... ¿No te percataste de que podías enfermar, que te entrase una especie de bulimia con ese cambio metabólico tan drástico?
-¿Y si enfermo, y si muero, qué? ¡Para estar casada con quien no me quiere, en tal caso sobramos uno de los dos!
Se rio de ella, pero esta vez sin malicia, sin su malicia habitual:
-¡Ay, Felisa, Felisona, que tú ya no maduras!
-Pues tú, tú mismo, me tienes dicho, en una de tantas veces que llevamos discutido, que ya ni me acuerdo en cuál de ellas, que hay cosas del corazón que la razón no entiende... ¡Siendo así, lo de la maduración tampoco es suficiente, o, como yo lo entiendo, definitivo!
-No, mujer, no, que eso también es verdad, que son malas de entender, ¡algunas! Así que, hablando de entender, a ver cómo nos va de hoy en adelante... ¡Lo que sí es cierto es que has vuelto guapísima! Ahora mismo te retrato...; ¡para mandar tu foto a mi madre…! O mejor, no, que prefiero hacerla delante de vuestra tienda, de esa tienda de las Hermanas Diéguez...
Felisa no captó aquella indirecta, centrándose en lo que estimaba primordial:
-¿Y luego, rapaz, te gusto ahora para madre de tus hijos? ¿Ya no soy una puerca de cría…?
Sólo le contestó a la primera de las preguntas:
-¡Que cosas tienes! Nunca te dije lo contrario; precisamente eras tú la que no querías tenerles mientras permaneciésemos aquí, en el Territorio. ¿Te acuerdas; sí, o no?
-¡Pues en eso también cambié, que los quiero para dentro de nueve meses, así tengamos que meter una dependienta en ese comercio de las modas...!
-¡Felisa, esa es otra chiquillada de las tuyas! ¿No ves, criatura, que con la independencia del Norte, del Protectorado, empeoró la situación en este Territorio, y que, de hecho, ya estamos en guerra, una guerra sorda pero que tiene mal cariz? En uno de esos atentados terroristas puedes quedar viuda, con mi hijo a tu cargo. Ahora no es prudente tenerlos, pero somos jóvenes, y si conseguimos entendernos..., ¡ya los habrá en su momento!
-¡En ese caso, lo que tú quieras, amor! Mi tenientito, ahora ya sé que estabas de marcha por esos poblados tan peligrosos, mientras yo, una egoísta, deseaba que bajases para verme, para verme la cacha, que de aquellas dos..., ¡de las dos hice una! ¡Me quedé con la mitad!
-¡Mujer, nunca aciertas, pues tus nalgas era lo mejor que tenías; lo mejor de lo mejor!
No quiso discutir, por lo menos tan pronto, así que le hizo un guiño placentero:
-¡No me digas eso, Orlandiño, que con el hambre atrasada..., es que mismo te papo! Y no mientas, que bien sé que te gustan las señoritingas, particularmente esas que son lisas como una tabla, así que quiero ser como ellas..., ¡por lo menos, en esbelta!
-¿Por lo menos en esbelta...? ¡Algo es algo, que aprendiste una palabra culta!
-¡Es que me prestaron esas semanitas en las Palmas, y eso que trabajé muchísimo en ese curso de corte y confección, pero aprendí a quererte, de balde; a quererte por querer, aunque sea sin esperar reciprocidad, mi Orlandiño, que es como te llama tu madre! Quiero hacer méritos, ¿sabes?
-¿Méritos? ¡Mujer, a veces vale más el estar que el ser! Bien, pues yo, por mi parte, trataré de colaborar... Y de eso de la tienda, ya tendréis que pedirle permiso de apertura a Mohamed V, sea directamente o por medio de su Istiqlal, pues con esas pretensiones de su Gran Magreb, del Magreb de Al-lal el Fassi, desde Melilla al río Senegal, pasando por In Salah, como Franco no le desate las manos a Zamalloa, al nuevo Gobernador de esta África Occidental, aquí estamos en camino de que esta ciudad de Sidi Ifni deje de ser el Gineceo de España, que a este paso, con la prevención, con las inquietudes bélicas, aquí, al reforzar el Ejército con expedicionarios, lo que precisaremos son putas, y no sabinas...
-No te entiendo, Orlandiño, maldito cosa, pero me estás asustando... ¡Y menos mal que estoy curada de espantos, que te tengo por un exagerado, que en eso no cambias! ¿Y eso de los burdeles…, para los expedicionarios, no?
-Los combatientes, desesperados, en todas las épocas y en todos los ejércitos, siempre se envalentonaron con ese tipo de droga, por más que lo oculten o disimulen los libros de Historia. ¡Son debilidades humanas! Y no te escandalices, que alguien, con mucho mando en Ifni, ya las mandó traer, dos aviones de ellas… Esto quiere decir, ni más ni menos, que la tropa está entrando en tensión, y quiere pecar, condenarse…, para que no se agoten los pecadores…, así que el mando lo tiene todo previsto…, ¡en lo que de aquí dependa!
-Orlandiño, olvídate, siquiera sea por un día, de ese jefe tan previsor, quien quiera que sea, que quien va dormir contigo soy yo...!
-¿Eso significa que me quieres, tal y como soy, un hidalgo con estrellas...?
-¡Muchísimo, rapaz! ¡Te tienes por listo pero eres un pánfilo! ¿A quién voy a querer si no es a mi hombre, tanto si llevas dos estrellas como si llegas a alcanzar el fajín de general...!
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Carta de la Señora de la Olga
+ Orlandiño, demoré en contestarte adrede, para que tuvieses tiempo de razonar y de ablandar. De todo eso que me cuentas en la tuya de que Felisa está en Canarias, y de que andas viendo la forma de separarte de ella, sino en el alma por lo menos de cuerpo, por Dios te pido que no hagas tal cosa... ¡Que no te tiente el diablo, que ni el propio demonio es quien para desunir lo que Dios unió, ni siquiera en ti mismo!
Ayer fuimos a Santiago para ver a nuestra Manolita, para saber cómo le va en su noviciado, y tanto Placeres como yo decidimos hablarle de que estás pensando en pedirle a la Rota que te anule ese matrimonio con Felisa, basado en esas argucias que te aconsejaron unos amigos... ¡Nunca tal cosa hiciésemos, que se puso contra nosotras con cólera divina, toda alterada, y nos conminó para que te escribamos al momento, quitándote de esa tentación! ¡Tal dijo, y tal hago! ¡Pobrecita, qué ataque de nervios le entró! Insiste en que va a seguir en la enseñanza una vez que haga los votos, y que su celibato, aunque tenga una apariencia de origen en tu abandono, nunca significará que vuelva al mundo seglar, ¡ni siquiera en el supuesto de que consigas esa anulación de tu casamiento! Tanto nos habló de la indisolubilidad del vínculo matrimonial, de la fuerza vivificante del Sacramento, a poco que los cónyuges traten de tolerarse y de comprenderse, que salimos del convento con la impresión de que nuestra Manolita más que célibe lo que es, o lo que está, es viuda, ¡viuda de un vivo, o más exactamente, de un vivales, de un ingrato galán, como decía nuestro Curros!
Quise tener una fotografía suya, de monja, y me la dio, pero yo, que a pícara no me ganas, le saqué una copia, que te la mando con la presente, con la intención de que, viéndola con los hábitos de monja, pienses en ella como lo que ahora es, una monja.
Tú debes entender que nosotros no la consideramos viuda en el sentido aparente de la
palabra, pues ella bien niña es como para desilusionarse, como para desesperarse. De hecho, no se desesperó, pero sí que sufrió, entiendo que mucho, tremendamente. No consideró, ni puede considerar, definitiva, la pérdida de un hombre amado, por mucho que te idolatrase, que otros conoció, o conocería, siquiera fuese de paso, a su alrededor, ¡pero no les dio oportunidades atenida a la fidelidad de su compromiso contigo! Dije así, viuda, en el sentido de que nos pareció que está de vuelta de todas las vanaglorias humanas; como si hubiese pasado, ya, por todas las experiencias mundanas, por más que nunca se acercase a los anillos, a las alianzas, de un casamiento.
Hijo mío, en definitiva, y de todo corazón, si tanto te enloquece el Ejército como parece deducirse de las cosas que dices, y que haces, según las tuyas, te ruego encarecidamente que presentes tu baja, o como se diga, y te vengas para aquí, para la Península, con tu Felisa, y os asentéis, conmigo, aquí en el Pazo, que rentas te sobran para vivir de señor, e igual te hacen Alcalde de Pol. Por mucho que ganes ahí, mucho más se echa a perder en lo nuestro por falta de una dirección y de un control personal, directo, cual debiera ser el tuyo. Nuestras propiedades se están quedando a baldío, y esto urge mecanizarlo, y de paso, ampliar el plantío, como hizo el señor Manuel de Sarceda. Por otra parte, nuestros caseros se están quedando sin hijos, que se les están yendo, principalmente para Alemania. En una palabra, que precisamos mecanización, actualización y reorganización.
Para nosotros, desde que tal Zaragoza se te metió en la cabeza, todo va de mal en peor. ¡Ay, Dios, qué ocasión tuvimos de poner estas propiedades tan productivas en régimen de explotación modernizada si tú fueses ingeniero, o veterinario, o por lo menos, abogado, pero te dio por esa grandeza de las estrellas, de los uniformes...! ¡Dios tenga piedad de ti!
De vender propiedades, que algo de eso me tienes insinuado, ¡ni un metro! Ni poco ni mucho, que no se te ocurra, pues si tú, que heredaste la sangre de los Neiras, no tienes celo por conservar floreciente el patrimonio y la hidalguía que te fue transmitida, con las obligaciones pertinentes, yo sí que soy fiel a tu padre. Esté a maleza, o en explotación moderna, esta propiedad, estas heredades, no se enajenarán mientras yo vida, ¡mientras conserve mis cinco sentidos!
Nada más por hoy, hijo mío, que si quieres reflexionar en lo que te llevo, y llevamos, dicho, materia de reflexión tienes, por aburrido que estés, ¡sea de la vida o de la milicia!
Tu madre,
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Cribando ideas
-...
-Pascual, dile a Felisa...; dile que después de la Academia tengo que..., tengo que ocuparme de unas relaciones, de unos estadillos de la Compañía, y como se me hará tarde, si pierdo la última guagua me quedaré a dormir, aquí arriba, en la Residencia...
-¡Cuñado, cuñado, que para mentir hay que tener memoria, y a ti no te falta, pero aún más! Yo le digo lo que me mandes decir, pero las contradicciones de tú mensaje son evidentes, que no hay asistente que no sepa que el Páter suspendió las actividades de alfabetización hasta nuevo aviso, que con tantos servicios, con tanta orden y contraorden, no le iban los alumnos, y los profesores menos aún.
-Eres un sabueso, y voy a proponerte para agregado de la Policía, ¡que ese es tu mejor destino, el de sabueso!
-Propón lo que quieras, pero lo mío son estos fusiles ametralladores, que estoy deseando ponerlos en fuego real, para ver si hacemos un escarmiento definitivo, que estos consejitos a los notables, esos regalitos, esos tirones de orejas, con alguna que otra detención transitoria, ya no surten efecto. Pero me he salido del tema principal: Lo que me digo a mí mismo, ¡que a ti cualquiera te habla de eso!, es que te veo nervioso, que recaíste en aquellas depresiones... Sea lo que sea, y pase lo que pase, mejor será que consultes con la almohada, aquí, en la propia Residencia, que si bajas en este plan, le darás la noche a la pobre Felisa...
-¡Gracias, Celestino!
-¡Soy Pascual, y no precisamente un cordero, para cuanto más un Celestino!
Orlando, después de una corta reflexión:
-Mira, cuñado, que contigo, en vista de lo visto, tengo que franquearme. Acabo de recibir esta carta de mi madre... ¡Haz el favor de leerla...!
-¿Yo? ¿Una carta de tu madre…?
-Sí, Pascual; la lees para ti, que seguidamente pienso quemarla! Cuanto más se acerca a Dios esa chica, que le di plantón para casarme con tu cuñada, más me lleva el diablo, a mí! Por otra parte, mi madre se opone a mi idea de vender terrenos, reservándonos el pazo, con su circundo, ya que ella está habitualmente en Lugo, con los Rancaño, y esas propiedades, así, abandonadas, improductivas, sin repoblar, son un lujo, un despilfarro... Más te diré, que con mi plan de ventas yo me sentiría despojado de esas tradiciones engorrosas de la hidalguía heredada, asumida, y situaríamos el dinero en Madrid, tal que en pisos o solares, que así me vulgarizaría, y podría entenderme mejor con Felisa; a ver si en Madrid tenemos hijos, y normalizo mi vida, que entre mi madre y los Rancaños no me doy liberado de esas raíces de mi pasado...
El otro, entre la carta y aquellas manifestaciones tan sorprendentes como inesperadas de Orlando, se quedó sorprendido y le costó arrancarse:
-Cuñado, la verdad es que me preocupas, ¡muchísimo! Está visto que no piensas con lucidez, o más exactamente, con constancia, con criterios definidos, consecuentes con tus circunstancias, y yo, por mi parte, me siento impotente para ayudarte, por más que algo te entienda. Pero déjame decirte una cosa; una o dos: Es muy importante que te entre en la cabeza, de hoy para siempre, que el pasado de cada quien, bueno o malo, hay que asumirlo sin disfraces, sin ofuscamientos deformantes de la realidad. Sólo el tiempo, esa asimilación o experiencia de la realidad circundante, de las circunstancias, nos irán asentando los pensamientos, y con ello cobraremos nuevos bríos para enfrentarnos al presente, sin otras ataduras que las propias de este mismo presente. Deshacerte sin verdadera necesidad de unas propiedades transmitidas por tu familia, que más, o tanto, que propiedades son recuerdos, vasos conductores de la sangre heredada, es una traición que te harás a ti mismo, bajo un pretexto baladí, en una huida en la que ni tú mismo crees. Si, como dijo Ortega, soy yo mismo, pero con mis circunstancias, ¡tú, analízalas y asúmelas!
-Este consejo ya lo vomitaste, pero, ¿y el segundo, la segunda cosa?
-El segundo no te lo debiera dar, que me tomarás por parte interesada, ¡pero lo haré! Busca al Páter, y le invitas a cenar para que te dé una confesión abierta, por extenso. Enséñale esta carta, que alguna medicina se le ocurrirá, que este cura no es ningún beato de los de vía estrecha.
Neira, convencido, asintió, y lo hizo con sinceridad:
-¡Gracias por todo, cuñado; querido cuñado!
-¿En serio? ¿Te vas apear de tus nimbos? ¡Estamos en la tierra, así que piensa y actúa como un terrícola, que eso eres!
-¡Vaya! Pareces un sargento, pero en el fondo eres un alférez, un filósofo cínico, como esos señoritos de las Milicias, que se ponen firmes, sí, pero con ironía, ¡porque me acatan sin convencimiento, con cachondeo!
-Creí que estábamos hablado en serio de cosas muy serias… Yo seré lo que tu digas, o peor aún, pero tú eres un dramático, un farsante, un farolero contradictorio… Asienta los pies en la tierra, hermano, en esta tierra arenisca, que de firme poco tiene…, por lo menos mientras nos la dejen gozar…, que para comprar un piso en Madrid, entre lo que ganas, y ahora con la tienda de nuestras mujeres, no os veo tan mal, en absoluto. ¡Y deja a tu madre asida a vuestras fincas, que ella sí que pisa tierra firme, la suya!
Le hizo caso, por lo menos en lo de quedarse a dormir, y a reflexionar, arriba, en el acuartelamiento de los Tiradores de Ifni
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-...
-Si no le entra el sueño, y me invita a una copa en su apartamento, aquí, en la Residencia, le cuento una de mujeres, ¡que igual se ríe un poco, para variar!
La psicología del capellán estaba bien entrenada y bien cultivada, pues mandar en las almas de un cuartel tiene su intríngulis:
-¿No seguirás con aquella obsesión...?
-¡Con aquella, no, que ahora tengo varias...!
-¿Obsesiones, o mujeres...?
-¡Venga, Páter, que a usted le es fácil retorcer las almas del prójimo, que la sotana es un buen detente...!
-¿La sotana…? ¡Pero no ves, cristiano, que solamente la pongo de Pascuas en Ramos! El mejor detente es la oración... ¡Con la oración nos acercamos a Dios, que así no le queda sitio al diablo! Pero vayamos, entonces, a la Residencia, que me debe quedar algo de ginebra, que dicen que es buena para el estómago...
...
-Esta carta es un monumento, un espejo, que refleja que Dios te rodeó de unas mujeres fuertes y admirables. Mucho pecas si les haces daño, a las tres, tu Felisa incluida!
Aquello le dolió:
-¡El daño me lo hacen ellas, que les quiero bien, mucho, y a todas, cada una en su papel..., pero son incompatibles!
-¿En qué, en qué lo son? ¡No bebas más, por si acaso!
-¡Pero aún lo dice…? Mi madre, que prefiere verme de cacique de Lugo antes que de general del Ejército. Felisa, que se cegó con el brillo de dos estrellas bien modestas; estas, de seis puntas. Y Manolita, la más egoísta de todas, que quiere para si todas las estrellas del Cielo..., en vista de que se quedó sin las de su teniente!
El Capellán, discurriendo en busca de una salida:
-Orlando, o es que esta ginebra te hace efecto, o es que estás recobrando tu humor galaico, ese humor, esa vena, tan nuestra, que crece, que se ensancha, con los contratiempos. En cualquier caso, quien es capaz de bromear con sus problemas, con los propios, es que ya los tiene medio asumidos, asumidos y derretidos.
Pero el otro, que no:
-Lo que tengo derretida es la sesera...,¡de tanto pensar en ello, buscándoles una solución! Usted de esto no me quiere escuchar, pero yo sigo con la idea de anular mi matrimonio con Felisa... ¡Atiéndame, que usted bien lo sabe, que cuando no sabe, husmea, y pregunta! En mi caso no hubo consentimiento anímico, del espíritu, concretamente aquello del animus contrahendi, que estoy cansado de referírselo, que todo fue una estrategia de asalto carnal, concretamente a la fortaleza de sus braguitas…! Ella, con la disolución, con la anulación, ganaría mucho más que yo, que lo único que pierde es un tarambana, un tipo inestable, y por el contrario, puede encontrar, ¡que sospecho ya le tiene localizado!, un hombre emocionalmente estable. Ítem más, que voy más lejos: Si de anulado este mal casamiento no me quisiese mi Manolita, o ella insistiese en su supuesta vocación, yo me iba, de contado, para Burgos, que me gusta aquella cartuja, que así sería una fórmula, una reciprocidad, para corresponder a su celibato.
El clérigo, incapaz de contener aquel desbordamiento, aquel desbarrar de su catecúmeno, que ya no sabía qué decirle, ni qué ni cómo:
-¡Paremos con la ginebra, rapaz, que ya te pasaste de su punto medicinal! A ver, cabezota, a ver si eres capaz de entenderme: Esa Manueliña, o Manolita, o como la llames, con o sin vocación, que eso de las vocaciones tampoco pienses que es un color primario, que no se pueda descomponer, que tampoco hay tal, con esa decisión se entrega a Dios, y se libra, de paso, de que la engañen por segunda vez, y sigue enseñando, ¡que tal era su modus vivendi! ¿Que pierde ella, de monja, con las monjas? ¡Al contrario: gana mucho, que atesora méritos para la eternidad!
-¡Ella me pierde a mí, definitivamente, un amor bajado del Cielo!
Si llega a ser un quinto en vez de un teniente, aquellas alegaciones hubiesen tenido premio, ¡un buen sopapo, un sopapo de comandante castrense!
-¡A ti, farolero, te perdió aquella vez...; desde aquella vez, que ya me lo contaste, que te llevó de la mano para enseñarte las fuentes de aquel río...!
-¡Io non capire, Páter! Ella me habría perdido si, por ejemplo, ya de mozos, me enseñara algo que fuese apropiable, y yo, de servido a placer, la devolviese a la fuente, que eso es lo que suele pasar...; pero ella no me perdió, ni de ese ni de cualquier otro modo de idéntica naturaleza, que bien se lo tengo dicho, en confesión y fuera de ella, que esa Manuela es inmaculada. El extraviado he sido yo, yo mismo, que por eso quiero volver a su redil. ¿Me quiere entender…? Si ella me pidiese que, para depurarme, me tire de cabeza a las fuentes de aquel Azúmara, ¡le juro que lo hago!
El capellán se esforzó en aclararle aquellas obsesiones:
-Mira, hombre, esa criatura inocente te perdió entonces, ya entonces, por darte su mano, por cogerte de la mano, en tal ocasión, que si de mocita se pusiese altiva contigo, casquivana e inalcanzable, entonces seguiría teniéndote célibe, alrededor de ella, de ella o de su recuerdo. ¡Hijo, eso de la atracción de los contrarios es una ley física, pero ella, a lo que yo entiendo, se hermanó excesivamente contigo!
-¿Una ley…, que vale para los espíritus, no? –Se apresuró Neira en aferrarse al supuesto cabo, a la tabla salvadora.
-¡Calla, trapacero, que de tanto buscar argumentos para convencerte de tus desvaríos, ya empiezo a decir parvadas; yo también!
-Entonces lo dejamos en este punto y aparte… Yo me iré a mi habitación, aquí, en la Residencia, que también estoy rendido, y me entra el sueño. Serán los nervios, pues la ginebra..., ¡mire cuanta nos queda, casi la mitad!
-A tus nervios, para relajarlos, dales un rato de oración, que Dios hará el resto, ¡si así entra en sus planes!
-Gracias; por todo, por lo que me aconsejó pero también por su regañina... ¡Por todo, no, que la ginebra bien que me la racionó! Cuando tire de su breviario, rece también por mí, que usted es más influyente, ¡que su estrella es de ocho puntas!
-Rezaré, sí, te lo prometo, pero la oración más meritoria es la del interesado..., si le hablas a Dios con humildad, con más aún de la que, de seguro, ponían tus caseros cuando os pedían que, por Dios, no les subieseis la renta, que no sacaban para vivir con cierta dignidad. ¡De eso ya no te acuerdas, seguro que no!
-Páter, con todos los respetos, váyase al nabo de Lugo, que usted...; ¡usted es un cochino comunista, pero lo disimula haciéndose el duro con los soldados!
El cura, por esta vez, no se enfadó:
-Hijo, lo malo de los comunistas es que no son sinceros ni efectivos; ¡no son tales! Comunista, para mí, sería aquel que repartiese el pan, el pan y la gracia de Dios; ¡eso sí, de corazón, como lo hizo Jesús, y solamente el!
-La verdad, Páter, es que me decepciona, pues yo le tenía por un facha!
-¡Dios vaya contigo, Orlando, que bien precisas de El!
-¡Mira qué bien, mira qué paralelo, que así les decía mi madre a los pobres, particularmente a los que tenían un aspecto peligroso!
-Pues, precisamente, de ti, de ti mismo, depende eso de dejar de ser peligroso...
-¿De mí? ¡El Papa será infalible, que no lo pongo en duda, pero lo que es usted...! ¡Yo soy un hidalgo de cuna, séase, de origen, pero también de los hechos, que si villano fuese, ya no perdería el tiempo abriéndole la caja de mis secretos...!
El capellán se puso en pie para que su feligrés entendiese que se le acabara la paciencia:
-¡Tú lo que eres es un chalado, un picapleitos en busca de complicaciones, en busca de enredos donde no los hay! Y fíjate en una cosa, que te lo digo yo: Lo malo de los obsesos como tú no es que se compliquen la vida..., ¡es que nos la complicáis a los demás! ¡Dios te ampare, y nos ampare, pues contigo y con los moros…, la paz no es fácil!
-.-
Telepatía activada
-...
-¿Orlando, vuelves a quedarte arriba, hoy, esta noche?
-Sí, mujer, que entro de guardia... Me lo estás preguntando con un énfasis que más bien parece que lo afirmas.
-¡Hombre...! Eso ahora es normal en ti, ¿o no?, que sólo duermes conmigo una noche, o dos, a la semana; en cambio, Pascual, en el mismo Tabor, baja más veces, ¡y eso que sólo es suboficial!
Mencionarle al cuñado, establecer algún paralelo entre los dos, era una dialéctica aborrecible, que siempre ponía de uñas al teniente Neira:
-Por tanto, tu cuñado tiene menos responsabilidad; un cometido secundario, casi siempre prescindible, o substituible por un simple cabo, y no el mío! ¡Tú eres una repugnante, que cuando agarras una obstinación es que ni la sueltas!
Felisa, que no le cocían en el pecho aquellas evasivas:
-¿No será más cierto que a las habitaciones de vuestra Residencia dejan pasar ciertas moritas..., acaso para haceros la guardia más entretenida? ¡Que todo se sabe, rapaz, que este Territorio, como tiene el mar de arriba-abajo, se queda en la mitad!
Neira puso cara de perro rabioso, que sólo le faltaba espumar:
-¿Quién te dijo esa parvada, quién? ¡Dímelo; ahora mismo!
Ante aquel gesto amenazador intentó ser cauta:
-Hombre, la verdad, así, por las trazas, lo deduje yo, yo misma..., de algo que he oído en nuestra tienda; y otro poco por ahí, por ese barrio del Seis de Abril, mujeres que traen y llevan...; pero, como sea verdad, llegaré a saberlo de cierto, que he aprendido mucha manera en Canarias! No te lo pensaba decir, que no debía, que no me conviene, pero contigo se me escapan los secretos por los poros, como el sudor!
-¿Que aprendiste, qué? ¡Estás, otra vez, tan..., tan imposible y celosa como antes de irte a eso, a coser, o a lo que fueses, a Canarias!
-Vacaciones de trabajo, chico, que ya se está viendo el fruto de nuestra idea, ¡esa tienda del Palacio de la Moda, también conocida como El Palacio de Olga! Y ya que empecé a decírtelo, voy a rematar: En Las Palmas, allí, en aquel Taller de Alta Costura, se habló de una mujer que tiene poderes especiales, que adivina el porvenir de las casadas, particularmente el de estas, y de paso sabe y enseña cómo hay que hacerles a los hombres para que no se echen a perder, para que no hagan godalladas, que en castellano creo que se dice, cabronadas; en definitiva, para que no se manden a mudar... Repito que no te lo debiera decir, pero..., ¡lo dicho, dicho está; y luego que no soy capaz de guardarte un secreto!
-¡Esa Tal seguro que es una separada…! Si se lo digo al Páter, igual te excomulga, en público, en la propia Plaza de España, por…, ¡por superchera!
-¿El Páter? ¡Del Páter bien se lo gran amigos que sois, que ya parecéis los Civiles de Verín, de dos en dos! Si no fuese por ser ese señor quien es, ya estaría yo pensando mal de ti; ¡o eso, o lo de las moras! Además, ese capellán no lo sabe todo, ni todo ni del todo, que debajo de su sotana…, ¡ni estará capado, ni es mujer!
Pero, volviendo al caso: Aquella señora de Las Palmas, que es una cubana de mucho meneo, ahora está viuda, pero se sabe tan bien, tan bien, las artes del matrimonio, que ella misma me dijo, así, en mucho secreto, que su hombre, cuando le vivía, y con todo ser piloto de la Marina, siempre le ordenaba, y siempre lo conseguía, que volviese para su casa, para su cama, para su bohio, ¡con todo el hambre, insatisfecho, sin encetar, por singladuras que llevase en su cuaderno de bitácora!
Orlando, dándose de inocente:
-¿Hambre…? ¡La pasaría para adelgazar, como hiciste tú, tú misma!
-No le des la vuelta, maridito, que me entendiste de sobra, que menudo eres tú para esas cosas del hambre; ¡del apetito, y de la picardía!
-¿Cuánto te cobró esa arpía, esa cuentista, por decirte que su hombre tenía una novia, otra, allí mismo, en el mismísimo puerto de La Habana?
-¿Ves cómo funciona? De la otra no te he hablado, pero tú me oíste, me leíste el pensamiento, todo, entero; ¡conociste mi memoria del asunto, toda, entera! ¡Funciona!
-¿Que funciona, qué? ¡Tú desvarías! ¡Anda, cose menos y duerme más, que entre las clientas, tus maestras y tu mente infantil, te pondrás histérica!
-¿Lo que funciona…? ¡Eso que te he dicho, la telepatía, entre dos personas que se quieren...! Bueno, según la cubana, siempre que les quede algún rescoldo en el brasero, ¡pues de lo contrario, no vale! ¡Ese sí que es un invento! ¡Dios le dé el Cielo a esa sabia, a esa mujer que me mostró los secretos de eso de la telepatía, que está siendo la salvación de este matrimonio, precisamente el nuestro! ¡Como hay Dios..., por mucho que te rías de mí!
-Sí, mujer, lo vas a salvar, ¡con la telepatía! Telepatía, telégrafo, telémetro, telescopio, teleférico, tal que ese que van a poner en la playa…, ¡por no meter a los moros a transportar piedras para un dique de abrigo! Y luego está el té, moruno, del verde y del otro, que los dos llevan la letra t, y son afrodisíacos. También estamos los Tiradores de Ifni, que, según tus sospechas, ¡nos tiramos a las moras! ¡Que Dios te conserve esa inteligencia, que tú eres una mona muy mona, muy mona y muy evolucionada! ¡Si te llega a conocer aquel Darwin, con la afición que tienes a los plátanos...!
-¡Mona, no, monísima; una chica monísima, que así me llamó aquella esteticiense de Las Palmas! Tú mismo me lo dijeras, allá atrás, cierto día, que hay cosas extrañas, esotéricas, que están ahí, delante de los ojos, tal que déngaros, o demonios, pero que no las entendemos por...; ¡ah, sí, por cortedad intelectiva, que esa fue tu palabrota! ¿Y ahora, por qué te reviras, por qué pones esa cara de asco, de repugnancia, simplemente por recordártelo?
-¿Que dije yo, qué? ¡Aterriza, mujer, que si antes eras tábano ahora te volviste moscardón!
Ella estaba entusiasmada con aquellos aprendizajes:
-¡Ves cómo te domino con mi pensamiento! Aquella cubana tenía razón, que ya lo tengo experimentado. Ahora mismo tú no te acordabas de que me dijeras que hay un misterio en esto de que todos los lugares de este Ifni tienen la T de Tiradores, tal que Tabelcut, T´Zelata de Esbuia, Tiliuin, Tiugsá, T´Zenin de Amel-lu..., ¡y no sé cuantos más! ¿Por qué no te acuerdas; dilo? ¿Callas? ¡Te lo diré yo, ya que luego! No te acuerdas de todo lo demás porque con mi propio pensamiento te estoy enviando una interferencia, un mensaje cruzado, que es este: ¡Felisa, Felisa, Felisa..., felicidades, que te quiero mucho, muchísimo, y por eso quiero olvidarme de todo lo demás!
Neira se quedó sorprendido, alelado, sometido a aquella anestesia de estupor, inimaginable en su esposa. Lo reconoció:
-Superstición es; desde luego que sí, pero, de cierto, y a pesar de que estábamos discutiendo, yo tuve exactamente ese pensamiento, ahora mismo, ¡tal cual! Y me dije: Felisa, es tonto que estemos discutiendo cuando la verdad es que me haces feliz, y te quiero! Lo que no sé es si fue por pura coincidencia, que bien sabes que dos que duermen en el mismo colchón se vuelven de idéntica opinión! Ahora me pones en una encrucijada, ¡y sin rótulos orientativos!
-Orlandiño, que no es cosa del colchón, que en un colchón también se puede regañar. Para que funcione la telepatía hay que hacerlo tal y como me dijo aquella señora: ¡Se aprieta el entendimiento, formando un haz de voluntades, tal que si fuese un bocadillo…! Y luego no vale distraerse, con ninguna cosa, que hay que poner toda la atención en el mensaje, ¡como si fueses a parir una idea, pero con el cerebro.
Me explicó que cuando hubo un amor fuerte entre dos personas, el espíritu, el alma, de cada una de ellas quedó abierta para la otra, lo mismo que cuando se abre una radio, que por eso, y precisamente por eso, los mensajes pueden ir y venir, y de hecho van, sin confundirse de personas, ¡aunque no se les ponga remite! ¿No viene esa voz de la radio desde Madrid, y aún de más lejos, sin hilos, sin distancias, sin estorbos? Por eso te mando mis mensajes por las ondas del alma, directamente, sólo con el pensamiento, aunque estés por ahí adelante, sea en el cuartel o de camino para los poblados, a pie o en los jeeps... Pero, dime la verdad, ¿no las sientes, eso, las ondas del alma, tú, tú mismo, como si mi pensamiento entrase en tu cabeza, así, de súbito, sin que puedas evitarlo, tal que una venteada de aire en tus orejas? ¡Dios, nunca la obligación le pago a esa Aida, a esa cubana..., que salvó mi matrimonio!
Orlando, con cara de pazguato, dudaba; con duda metódica, pero a la vez también creía, le apetecía creer, sólo que en otra dirección, con la desesperación de un náufrago:
-¡Ay, Felisa, Felisa, qué inculta eres: eso de la radio funciona por las ondas hertzianas, cosas del éter! Lo nuestro es..., ¡una cuestión asimétrica! Mira, yo no puedo dejar de ser hidalgo, y tú no sales de tu ramplonería arrayana, ¡tierra de nadie! ¡Mucha cuerda le habrá que dar a la telepatía de la canaria para que funcione en nuestro caso!
La arrayana, con pocos estudios sí, pero dogmática, con mucha fe, ¡en lo que fuese!
-Pues la transmisión del pensamiento, también, que me lo dijo aquella señora, todo por las ondas... ¡Eso, por las ondas anímicas, que es como les llamó!
-¿Por las ondas..., anímicas?
-¡Claro! Por la energía de las almas, que así les llamó aquella Aída, o Aida, que de las dos maneras le llamaban, una mujer brillante, todo luz, inteligentísima, que lo sabe todo, preguntes lo que preguntes!
-Felisiña, dime una cosa, para mejor convencerme, ¿esa tal, esa adivinadora, es guapa, o es fea?
-Es una mulatita con la piel bien lustrosa, que debió ser guapísima, y muy atractiva, que aún se cimbra. ¿Cómo le llamáis a eso los…, los carnívoros? ¡Ya lo tengo: sex appeal!
-¿Lo ves? ¡Esa es la explicación de que le volviese, de que retornase aquel marido, en cada singladura! Como ahora no le tiene, esa mujer, esa..., esa cosa cimbreante, quiere vibraciones, quiere revivir aquellas aventuras, suyas, íntimas, pero de un modo transitivo, haciéndoselas sentir a las paganas. ¡A las del pagu! Si tú, y las otras, dieseis a un pobre lo que ella os papó, haríais una caridad, y tú, de paso, te ahorrarías un pecado, ¡el de esa superstición! Felisiña, por favor, no me loquees más, que me parece que ya lo estoy..., ¡por veces!
-No me papó nada, nadita, en absoluto, que le di lo que quise, ¡lo que se dice, la voluntad! Y buenos réditos le saco, que desde que uso su medicina, tú y yo, lo que es amor de cama, poco, pero no rifamos, que ya es mucho, un milagro!
-También será porque nos vemos de cuando en vez, como le pasaba entonces al marido de la cubana, a su marinero, al volver a La Habana, ¡que mis singladuras son las guardias, los retenes, las marchas...!
Pero Felisa estaba radicalmente catequizada, dogmatizada por su fe en la santera cubana, en la constatación de sus milagros:
-Pues aún te daré otra prueba de que la transmisión del pensamiento no falla: Dijiste que el marino retornaba al puerto de La Habana, y yo, lo que es de viva voz, sólo te dije que ella estaba en Cuba; ¡eso, en Cuba!
-¡Felisa, apacíguate y deja de bracear, que eso no prueba nada, que un gallego, siempre, y de siempre, cando se habla de Cuba, piensa en La Habana, como quien lo hace en el Paraíso Terrenal!
-¡Ay si, listito! ¿A ver luego si adivinas el por qué te preguntaba si estarías libre pasado mañana, sin que tenga que transmitirte los datos, eso, por ondas anímicas?
-¡Calla, mujer, para con esas pamplinas, que voy a perder la guagua, y si la pierdo, entonces tendré que coger un taxi para subir al cuartel!
-¡Eh, que de paso también te voy transmitiendo mentalidad comercial! Un segundito: Viene ahí el santo de Miguel, y queremos saber si ese día nos podrás acompañar a la merienda, que si no, dice mi hermana que cambian la celebración para este domingo... ¿Tomaste nota?
-Al niño nada se le puede cambiar, que por algo tiene su partida de nacimiento... Además espero tener libre... ¡Si, el veintinueve estoy libre, salvo que a los morangos les dé por brindarnos otro sabotaje! ¿Qué le piensas comprar? ¡Algo que sea interesante, que ese sobrino me cae bien; mejor que la meona de su hermana!
-Le compraré cualquier cosa, con tal de que no sea un juguete militar, que para juegos bélicos ya tenemos aquí veinte mil hombres... ¡Derecha, izquierda, ar! ¡Armas, pocas, y obsoletas, según decís, pero lo que es machos haciendo machadas...!
-¿Juguetes, nuestras armas, que incluso tenemos cañones sin retroceso...? ¡Pero de ti ya lo tengo oído todo, o casi todo! El caso es que Zamalloa se desespera porque no le actualizan el armamento, ¡pero gracias a esos cañoncitos, a su fuerza disuasoria, estamos conteniendo a los hijos de Boabdilh!
-Anda, rapaz, vete, que la guagua es de balde, y al taxi de Santana le subió la tarifa, desde que prendieron al Chelja...! ¡No, espera, que aún no me diste un beso, hidalgo sosainas, que ni que llevases el yelmo puesto!
-Te lo enviaré por telepatía, que así hago prácticas... ¿No dices que eso funciona?
-¡Que si funciona; como un reloj! ¡Es mi salvación!
-.-
-...
-Páter, quiero hacerle una confesión...; ¡otra!
-¿Formal o informal? ¡Venga, Orlando, abrevia, que tengo que concelebrar una Misa, abajo, en la parroquial, con los oblatos, con Monseñor Erviti...! Se trata de una Misa de funeral, sub conditione, que decimos, por el comandante Álvarez Chas de Borbén y demás tripulantes de ese avión desaparecido..., ¡pues con el tiempo que pasó, hay que darle por hundido en el mar...!
-Ya sé que soy un pelma, pero usted abusa de su autoridad con los pecadores. La mía es solamente una cuestión metafísica, acaso una herejía: ¿Qué opina la Iglesia de eso de la transmisión del pensamiento, cosa de la que se habla mucho últimamente?
-¡Ah, era eso! Pues esas son cosas de la psicología, y también de la psiquiatría, así que..., ¡mejor le preguntas al médico!
-¿Entonces, aquello del Astete, aquello de que, Doctores tiene la Santa Madre Iglesia que os lo sabrán responder..., ya no funciona?
-A ver, luego, qué tema, qué gusano, se te metió hoy en tu pobre cerebro, que contigo tengo más tarea que con el resto del Grupo, ¡que ya es decir!
-Que todo sea por la Patria, ¿o tampoco? –Se permitió hacerle un guiño al capellán.
-Sí, eso sí; ¡sofista, que eres un sofista! A ver, ¿no andarás leyendo cosas raras, acaso pornografía francesa, de esa que traían de la Zona; o libros de los protestantes, de los que están en el Índice...?
-¡No, que esto me lo contaron! Me dijeron exactamente que las almas se pueden comunicar entre sí, sin trabas, aunque estén ausentes, lejos, diseminadas…
El capellán, con las prisas por taparle la boca, por dejarle complacido, y a la vez para rehusar una contestación explícita:
-¡En cierto modo, sí! Eso viene a ser lo que hacemos cuando se les reza a los Santos..., ¡cosa que dudo hagas, o por lo menos, a menudo!
-Pater, que me refiero a las almas, y no a las ánimas... ¡A los vivos, que no a los muertos!
-Muchacho, las almas siempre están vivas, que bien mirado, no hay muerte sino tránsito, transfiguración. Son criaturas, obra de Dios, que surgen en un momento dado, y ya para siempre, pero admito que hay teólogos que barruntan que cada alma es un jirón, una cosa..., como etérea, un fragmento espiritual que se desgajó de la propia espiritualidad de Dios, que con eso y por eso hay una filiación irreducible, y que va como instantánea a configurar la personalidad del nuevo ser; quiere decirse, del ser engendrado... ¡Por ello el aborto es muerte, es matar un ser ya existente, dotado de alma desde el primer instante de su concepción…! ¡Esto es indiscutible!
-¿Luego, no es herejía? ¡Siga, siga, que eso me interesa; muchísimo!
El capellán, para una vez en la vida que se encontró con alguien interesado en esa rama de la teología, se olvidó de sus prisas:
-Hombre, tampoco lo tomes al pie de la letra, que estas cosas no parecen estar claras en la Revelación, en las sucesivas revelaciones, pero de lo que no parece haber dudas es de que, creadas ad hoc, o desgajadas que fuesen de la propia gracia de Dios, gemación de las de los progenitores, etcétera, ya no perecerán, no se extinguirán, y así por los siglos de los siglos; pero eso no implica que puedan, o tengan que pasar, por diversos estadios, por ciertas aflicciones, o por castigos perfeccionantes, purificadores...; ¡eso, cosas inherentes!
Neira, más atento que un niño de pecho:
-¡Luego es cierto...!
-¿Cierto, qué; de qué hablas, no caerías en el ateísmo, o en el protestantismo, que de ti se puede esperar cualquier cosa?
-¡Es que me dijeron que tanto las ánimas como las almas se pueden comunicar, y que de hecho así lo hacen; unas con otras..., incluso con las de distinto sexo!
-Neira, despacio; no mezclemos lo divino con lo humano; ni los hombres con las mulleres, ¡para empezar! Si te refieres a ciertos fenómenos extrasensoriales, a ciertas percepciones y/o mandatos o influencias de la mente de un tercero, esa cosa de la hipnosis, eso de los mediums, etcétera, que me parece que es por donde tiras, cierto es que los psicólogos, y con ellos otros científicos, creen haber comprobado ciertas influencias, y alguna que otra percepción, incluso a distancia, pero aún lo tienen mal definido..., ¡por lo que yo sé al respecto, que no es mucho! En canto a la Iglesia, entiendo que no se pronuncia en estas cosas, y precisamente por eso, porque aún están verdes, digamos que, en fase de estudio, o menos aún, en fase de hipótesis. De hecho, lo que parece más adelantado son los estudios, las prácticas más bien, de la hipnosis, de la sugestión impuesta; ¡cosas así, pero todo ello en fase experimental! Te insisto en que me hagas poco caso, que no lo tomes a dogma, que además tú sabes que lo mío son los cánones…
Su catecúmeno, Orlando, le salió por donde menos esperaba:
-¡Esa puñetera...; lo que fue aprender a Las Palmas!
-¿Cómo, qué dices?
-¡Nada, Páter; que, según lo escuchaba, estuve imaginándome, también a distancia, a una cierta doctora, y no precisamente en cánones!
El capellán se enrabietó con aquel veleta, que siempre le disparaba a paqueo, pac-pac:
-Orlando, te sugiero que pienses más en lo nuestro, en nuestras cosas, en los Planes de la Defensa Activa, que os lo están explicando los del Estado Mayor… No es que los moros me transmitan su pensamiento, pero cada día que pasa les veo, les noto, mayor agresividad, menos respeto; andan más achulados, tal que si un espíritu malo les estuviese soplando a la oreja; y luego están sus mujeras, esas provocadoras, con la incitación de su chuchuuu… ¡Lo mismo que le hacían al Abd-el Krim en vísperas de aquel desastre de Annual; tal cual, que me lo explicó el propio hijo de aquel famoso Ozaeta…!
Pero Neira a lo suyo, a sus obsesiones alternativas, consecutivas:
-¿Luego es que usted también cree en eso de la transmisión…, incluso diferida en el tiempo…, pues lo de las mujeras del año 1921 ya queda lejos?
El capellán, entre la prisa y su agotamiento, sapiencial y de paciencia, le mandó a soplar vientos:
-¡Anda, vete…; ve a tomar…, ginebra; ahí, en el bar, que por lo que veo surte más efecto que mis sermones!
-¡Gracias, Páter, que nunca tanto me ayudó! Mire, se lo prometo: Si volviésemos a los tiempos de nuestro Prisciliano, le juro que me buscaba una Eucrocia, así fuese francesa, así fuese por telepatía…, ¡que igual llegaba a obispo de Ávila antes que a general, que en el Estado Mayor no precisan de mi latín, aquel latín que me imbuyó mi padre para que asimilase perfectamente el derecho romano, el derecho de los amos!
-.-
Samaritanos, de garbanzo.
-...
-Doc, hay una cosa de la que quisiera que hablásemos, pero puedo esperar, que veo que tienes reconocimiento para largo.
El médico del Botiquín de Reconocimiento:
-Estos mozos pueden esperar, que sólo se apuntan para librarse del siroco que tenemos ahí fuera, que así intentan escaquearse en eso de ir a colocar las minas en colaboración con los Zapadores... ¿No ve que están de buen pelo, todos ellos?
-No lo tienen…, ¡lo tenían!, pero eso fue antes de que el teniente Neira se lo hiciese rapar, ahí en el Ronson, en el Campamento de Instrucción..., ¡por si los piojos!
-Usted bien sabe que se les hace a todas las quintas, por razones higiénicas. Higiene del cuerpo, por supuesto, que la otra les incumbe a ustedes, a los capellanes, que por cierto tienen que colaborar todo lo posible para levantarles la moral, que estos chicos ya no tienen el aguante de aquellos del 36…
-En eso, todos, que todos haremos falta, que estos mozos ya no vienen directamente del arado…, ¡y las ven venir! Tu sigue con ellos, a lo tuyo, que ya nos encontraremos en la Residencia, pero apiádate de ellos, dales dos días de descanso..., ¡aunque sólo sea para que no aleguen que no les queda tiempo para ir a Misa!
-Yo acabo en cuestión de..., ¡pongamos, media hora! ¿Usted, donde va estar?
-Ya que terminas pronto, ahí mismo, en la Capilla, ordenando un poco los ornamentos sagrados.
-¿Y luego, su sacristán? No lo deje libre, no le deje holgar demasiado, que han traído carne fresca, más aún, ¡otro avión!, y resulta que estas de ahora vienen de las plazas del Norte, gálicas perdidas, así que, a los quince días, sifilazo! ¡Esta es la guerra de la chapatoria..., como todas las de África!
El cura eludió hablar de aquellas confraternizaciones, una guerra sorda, paralela, devastadora, propiciada por los giros de numerario, paterno – filiales, y facilitada precisamente por aquellos que tenían la obligación, o la mentalización, de infundirle machismo y bravura a la tropa.
…
Más tarde, en la capilla:
-Me tienes así, haciendo un poco de todo, la limpieza incluso, porque el sacristán se lo pasé al comandante de Víveres, Aquilino, que en economato, con eso de que los nativos dejaron de traer víveres de lo que era zona Francesa…, nada, que no dan despachado para la ciudad, civiles incluidos. ¡Mayormente latas, todo o casi todo en conserva!
-¿En estas circunstancias, con lo que le dije y me dijo..., quiere que rebaje de servicios a estos viciosos, a estos lacayos? Les lloran a las madres, carta tras carta, gimiendo que pasan hambre, y sed, y no sé qué más…, y ellas, pobrecillas, acaso privándose de lo suyo, de sus mínimos, venga enviarles giros y más giros. ¡Giros de marcha, de juerga, de burdel, que se lo papan todo, a veces en una sola sesión, pero, eso sí, bien afeitaditas en sus partes, como es uso y costumbre en este país! Pero volviendo a lo nuestro: Muy importante debe ser la cosa para que usted, querido Páter, de siempre tan calmoso, me fuese ver a la Enfermería, sabiendo que me tiene, al almuerzo, en la Residencia de Oficiales...
-¡Doc, es que se trata de un tema que me desborda!
-¿Entonces, cómo quiere consultarme: como compañero de armas, como médico, como pecador...? ¡Cómo pecador tengo mucha experiencia, más que usted, seguro!
-¡Pues…, me harían falta los tres consejos! Llevo esta media hora pensando en lo que quiero decirte, y en cómo decírtelo, y con todo, lo tengo más oscuro que antes, más que cuando fui todo decidido a la Enfermería!
-Con esos recovecos, me da la nariz que tendremos que hablar de esa especie de diácono suyo, de su amigo, de ese teniente, Orlando de Neira, ¡de Neira, y de no sé Cuántos!, que además del apellido, por algunos gestos que le he observado cuando habla con usted, todo se me figura que tiene una personalidad geminada, desequilibrada, bífida! ¿Es esa su pesadilla; o me equivoco?
-No; lamentablemente, no, que también vengo observando que le sigues de cerca, que te fijas en él.
-Aquí, entre nosotros, en el secreto de esta capilla, para serle útil a ese chico, para ponernos de acuerdo en un tratamiento mental y espiritual, creo que tanto usted como yo tendremos que marginar un tanto nuestras reservas profesionales. Usted, con sus secreteos de confesión, y yo, con mi juramento de Hipócrates. ¡Es inevitable..., o nos quedamos en la superficie del diagnóstico!
-Por mí, en principio, ¡vale! Vale con tal de que no me hagas vulnerar mi discreción confesional, la de fondo, que por ahí, mientras conserve el discernimiento, el mío…, ¡así lo pierdan todos los demás!
-Piense que, sin diagnosis, no puede haber tratamiento. No es que yo esté fuerte en psicología, pero presumo de observador, de ojo clínico, de cuerpos y de almas, pero con Orlando me estrellé, que su enfermedad, para mí, está más en su alma que en su cuerpo, ¡séase, en los dominios de su director espiritual!
-¡Entonces, querido Doc, corta y cambia!
-Le sugiero una cosa: que nos sentemos, aquí mismo, en este banco, uno de costado para el otro, y que meditemos en voz alta, que es posible que poco precisemos descubrir de nuestros secretos respectivos para atinar con el padecimiento de este chico, de este teniente, un amigo al que tanto estimamos; usted, por supuesto, pero yo también, ya que, fuera de sus snobismos, de su estiramiento, y de esa grandeur, que ya parece un De Gaulle..., es un tío simpático! ¡Simpático y noble!
-¡A ver luego cómo hacemos, a ver cómo nos explicamos, sin que yo caiga en tus trucos, en tus trucos de médico avezado!
-Tratándose de salvar a una persona, en el sentido que sea, no valen sutilezas, ni siquiera clericales. Piense qué remordimientos nos pueden quedar, a los dos, si llegados a este punto de nuestra observación le dejamos condenarse, ya en vida, por ciertos tiquis-miquis del artista, ¡que acaso ni esa categoría tengan!
-Hablemos luego, hasta donde nos sea posible, ¡pero sin preguntarnos nada, absolutamente nada, uno al otro! ¿Te vale así?
-¡Aceptado! ¡Palabra de Galeno! Empezaré yo, que si voy delante de usted, y si adivino, o intuyo algo, en ese caso usted tendrá menos materia que desvelar: A este mozo, contra lo que es normal en el Territorio, que a todos los solteros que andan por ahí, más o menos asirocados, se les asienta la alzada, satisfacen la libido, que viene a ser lo mismo, ¡tan pronto logran hacerse con una moza, con una cuñada! O cuando la traen de la metrópoli, generalmente en su primera colonial, presumiendo de su capa de gala, plus del ciento cincuenta, pabellón militar... A partir de eso, ni al médico saludan, con la única excepción del tocólogo Serrano…, ¡para tenerle de mano!
¿Voy bien, o me tuerzo? ¡Dígamelo sólo con la cabeza...! ¿Que si? ¡Ya me parecía que esa es la circunstancia, que Roma, sin sabinas..., nullo est imperium; y tratándose de los de Lugo, peor, pues, como ellos dicen, imperat phalhum!
Hagamos ahora un punto y aparte, que me voy a detener en su partenaire: Buena moza, buena, de esas que hacen felices a los mismísimos colchones, ¡por duros, por muy de cerdas vegetales que sean!
El tonsurado entendió que debía interrumpirle:
-¡Doc, creo que no hace falta tanta disección para entendernos!
-¡Es que los médicos somos así de anatómicos, pero no se escandalice, que seguro que más crudas se las dicen en su confesionario, empezando por las mujeres.
Sigo: Ella es algo paletita, como dicen en Madrid, pero muy vivaracha, que así tienen esa tienda, en ese local de la Mary Güemes…, que, según mi mujer, es talmente una mina. Acaso no sea la clásica señora de anillos que tenemos otros, pero ahora, que está menos culona, de aderezada con vestidos de precio, y con joyas, entraría en cualquiera de los salones madrileños. Viste con sencillez, pero elegante. Su porte es de ama de casa, desde luego en las antípodas de una meretriz clásica; y tampoco pienso que ese Orlando, aunque tiene aires de rico de aldea, quisiese traerse una furcia para pasearla por la Plaza de España… ¿Que, sigo bien, o me he salido del rail?
-¡Por ahora vas en el expreso, pero no te apees en marcha...!
-Primera consecuencia: con estos síntomas, insatisfacción doméstica de nuestro conmilite, ¡ninguna! El paso siguiente de mis observaciones facultativas fue en torno a la fecundidad, que se lo he preguntado al interesado lo más indirectamente que pude: -¿Qué, Orlando, muchas veces te quedas a dormir aquí arriba, en la Residencia? -¡Si, en efecto; tengo a mi cargo muchas cosas, que si bien son menudas, el total me desborda! Así, quedándome, gano tiempo... -¡Rapaz, tú eres el interesado, pero de día sueles tener servicio, y si de noche, también, desde aquí arriba lo que es París te queda lejos..., para eso de los niños! -Hombre, gracias por los ánimos, pero antes era Felisa la que insistía en esperar, y ahora soy yo, ¡que las circunstancias no están para partos! ¡Nada, que se las di todas en la herradura! –Siguió el capitán médico. -La verdad es que, ahora, de presente, tiene varios cometidos, acumulados, pero todos de puertas adentro del cuartel, que lo relevaron en el Campamento de Instrucción...
El capellán aclaró:
-¡En esto puedo hablar! Yo mismo le sugerí al coronel que lo recargase de ocupaciones, precisamente para evitarle malos pensamientos...
Asintió el médico:
-Sí, ya lo sabía, y donde no se me informó, lo he captado yo mismo. El piensa que le tienen aquí en reserva para alguna misión delicada que se presente dado lo bien que le cayó a Zamalloa aquella montaje que hizo en su expedición al T´Zenin de Amel-lu, con tácticas que fueron muy comentadas. Al no sacar gran cosa en limpio sobre sus comportamientos, y como persistían sus rarezas y sus contradicciones, he pedido, y me dejaron, su expediente personal, incluso los reconocimientos psicotécnicos de la Academia… Pues bien, resulta que no hay ningún punto negro, ningún indicio de desequilibrio, sea físico o psíquico, así que, de propensión al clásico asirocamiento, ¡cero!
-Eso me parecía...; ¡sano, y sin embargo, enfermo! ¡Un enfermo mental, que oscila de altivo a depresivo, en cuestión de minutos! Pero sigue, Doc, que no te debo interrumpir.
-También consideré su situación económica, que algo anduve detectando; con algunas complicidades, por supuesto. ¡Nada, que en eso está por encima de la media de todos nosotros! Si alguna pérdida tuvo en el juego, peccata minuta, que siempre pagó de contado, en efectivo o con un cheque. Por parte, en Lugo deben tener una millonada..., ¡según referencias de compañeros que conocen o tienen referencias de su familia! Y para que nada me quedase en el tintero, nada que estuviese a mi alcance quiero decir, hasta me paré en considerar esa especie de incompatibilidad que se tenían, o aún tienen, Valerio y el, pero eso no me parece que resista el análisis de una crisis psicológica...
-¡Muchacho, qué desmenuzamiento..., y después dicen que en España no se investiga, y que el Ejército sólo es Intendencia!
El médico tenía carrete para largo y siguió tirando de su hilo:
-Aunque esa Lolita, la de Valerio, es capaz de quitarle el sueño a un oso polar, ¡noche tras noche!, ella tiene tantos mariposones apegados a sus sayas que no considero estable ninguno de sus posibles antojos... ¡Nada, que en todo caso serían celos tránsfugas, de ida y vuelta, pero aun así no descarté esa idea! Aquí, en este Enclave, en estos dos mil quilómetros cuadrados, con una capitalidad tirada a cordel, donde no se puede entrar en casa alguna sin que te vean los de enfrente, sea un moro o un cristiano, pero todos ellos conocidos entre sí, ese Otelo que es el tal Valerio no tardaría en descubrir una infidelidad, en ser informado. Acto seguido, ¡destripado total, recíproco, con lo que se aprecian recíprocamente Valerio y Neira!
El capellán seguía hecho un devoto, con las manos crispadas, que ni que le predicase su arzobispo. El médico ni para el cura se volvió, rezando en su propio altar, en el de Hipócrates, de culo para la parroquia:
-Hasta se me ocurrió pensar en un hipotético complejo de Edipo: ¿Y si el mozo no sabe vivir sin su madre, una viuda por más señas, enmadrado con ella; algo parecido a lo que le pasó a Franco con la suya por culpa de aquellas veleidades del señor coronel de Máquinas de la Armada, don Nicolás? Me parece que eso es descartable, pues, con el poder económico que se les supone, y con el tiempo que lleva en el Territorio, si se tratase de una querencia materna enfermiza ya habría venido ella por aquí, ¡cien veces! Otra cosa: el tira de cartera con facilidad, que de tacaño no tiene un pelo, y luego que siempre paga al contado, así que un día, ahí en la cantina, me pareció vislumbrarle una foto de mujer, una morenaza, que no concordaba con su Felisa. En aquel relámpago visual le dije: -¡Oyes, menuda cartera, de categoría! ¿Es de serpiente, o de cocodrilo? Déjame mirarla por un instante, que yo preciso una... ¿Se la compraste a Martínez? ¡De esto los moros no tienen...! Orlando no captó mi malicia, así que se la fisgué a conciencia, entreabriéndosela y deteniéndome en aquella preciosidad de mujer: -¡Chico, con una hermana así, menuda Operación Cuñada, que igual la casabas con ese soltero de oro, con ese comandante de los Paracas, que dicen que es Grande de España...!
-¿Y…, qué, que te contestó? –El capellán, sumamente interesado en el tema.
-Pienso que se rio de mí, porque me dijo que aquella “virgen” ya se casara..., ¡con el propio hijo de Dios! ¿Una hermana metida a monja; no, Páter?
Pero el cura callaba, callaba y meditaba.
-¿No me contesta? ¡Entonces, touchet! ¡Hermana, sí, pero no suya! ¿Así que es ahí donde le duele…? ¿Hice diana, señor Cura-Páter? Entonces, misterio aclarado; pero la contradicción que me vuelve loco en esta analítica es tan inusual como absurda: ¿Como le consiente su mujer, esa Felisa, que ande en la cartera con la fotografía de una monja? ¡Aquí sí que soy un hombre al agua, un médico sin recetario! Venga, Páter, encienda su vela, ¡que me estoy cansando de predicar en una materia que es exclusivamente suya! ¿Y sabiéndolo, usted me pedía una receta, un tratamiento…? ¡Usted es un fresco!
-Doc, eso de la foto no tiene importancia; da igual, pues a los efectos es intranscendente, que muchos llevamos en la cartera una estampa de la Virgen, o la de una santa de nuestra especial devoción...
-¡Será Torquemada...! ¿Y usted, sabiendo dónde está el fuego, cómo es que no le libra de esa hoguera, si el pecador es inocente...? ¡Inocente, no, entiendo que no, que ese, o enloqueció de amores, o es un cretino! ¿Qué le tengo que recetar, un purgante de ricino, para que se vaya detrás de un argán, y no vuelva a preocuparnos?
-Hay místicas sublimes, amores sublimes..., ¡o por mejor decirlo, imposibles!
El médico se cabreó, pero mucho:
-¿Este inquisidor de almas, que lo tengo delante de mí, dándose de comprensivo, se atrevió a pedirle al médico un específico para tal enfermo, cuando usted, usted mismo, tiene en su mano una cirugía, plástica además, y tan simple, que sólo consiste en lavarle la cara a mamporrazos, en el confesionario o fuera de él, para que se deje de pamplinas, de lamentos, que eso es lo que le pasa a ese incordiante, que se enamoró de la luna achantado en tierra firme? Perdone, pero me tomó el pelo, miserablemente; ¡me rapó al cero, como si fuese un quinto!
El Capellán, tan persistente en su doctrina como su paisano el mártir de Suegos, José María Díaz Sanjurjo:
-Te ruego que no te enfades, Doc, pero eso que insinúas de quitarle la foto de la monja, o hablarle de ello...; ¡no, no puede ser eficaz, porque no lo aceptaría, ni siquiera por penitencia! Ahora que ya conoces la causa, la causa y sus efectos, tienes que buscar en tu química, en tus libros...; ¡no sé, algún remedio físico para esa dolencia espiritual, que mi medicina, la sacerdotal, ya no da para más!
-Insisto, que usted vacila conmigo: ¿específicos de los nervios para esas dolencias del alma? ¡Como estamos en África, igual me toma por un alfaquí, por un hechicero de esta tribu de los Ait Baamarán! Venga, capellán, tire de hisopo, échele cara a la cosa, y dígale a ese Neira, a ese Romeo, que se deje de coñas, que no se vaya a suicidar por una Julieta imposible, o inaccesible, y que le arrime el pecho a la Patria, que también es una fulana excelente, que nos quiere y nos necesita a todos, cuanto más jóvenes, mejor, y que ya pasaron aquellos tiempos del romanticismo, aquellos amores sublimes, ¡estúpidamente sublimes! ¡Ah, e dígale también, si quiere, que le autorizo para hacerlo, que yo no voy a estar aquí, a sus órdenes, en estos tiempos de guerra subyacente, con estos montes a parir metralla, encubriéndole sus depresiones anímicas de señorito maricón, mientras otros compañeros se están jugando el tipo, y no sólo su tipo sino también la seguridad de sus familias, por ahí adelante, en los destacamentos, en los poblados, y eso que ellos no tienen otras rentas defendibles, posiblemente no!
-Doc, que tampoco es un cobarde, pero el pobre, con esas depresiones, con esas caídas de ánimo...
-¡No; un cobarde, probablemente, no; pero un mariconazo sí que lo es! Cuando retornamos del T´Zenin, con el convoy de aquel relevo, que me llevaron dando por seguro que tendríamos heridos, que alguno hubo..., me quedé impresionado de la competencia, de la valentía y de la capacidad, tanto estratégica como táctica, de este novato, que se está bautizando en África; tanto así, que se lo conté al propio coronel, y con tanto encomio que si de mi dependiese le daría una medalla, pero eso de enfermar de amores, eso de acojonarse por un amor no correspondido, o no aceptado..., ¡ahí, no, que por ahí no paso! Su mujer, si lo sabe, le disculpará eso de la foto de una monja, ¡pero yo, en su caso, no le perdonaría esa comedia bufa!
-El no engaña, Doc; ¡simplemente, sufre, y calla, pero hace disparates! Es un chico sensible, mimado, con una sensibilidad romántica, trasnochada, valleinclanesca, a la que no estamos acostumbrados, ¡y en el Ejército de África, menos aún!
-¡Pues, ni así, que esos lujos no caben en un cuartel, y menos en zona de guerra! ¿Sabe que le digo? ¡Y va de repetición! ¡Que esa enfermedad, esas paparruchas nerviosas de un alma sensible, esas mariconadas, más dependen de usted que de mí, así que le doy dos semanas de tratamiento, ¡dos!, que más allá de ese plazo me planto en el despacho del coronel y le propongo que lo mande destacado, que ya está bien de agravios comparativos por encubrirle sus nervios, o más que nervios, esa chorrada anímica! ¡Bien me importa a mi decir digo donde antes dije Diego, con las evidencias que tengo y con lo peligroso que es en el Ejército encubrir un demente!
¿Señorito de Casino, señorito de salón, besándoles la mano a las mujeres de esos compañeros sacrificados, sembrados por todo el Territorio, como conejos, esperando, a cada instante, el cup de una gumía traicionera, incluso de sus propios mandados, incluso de los indígenas de su propia Unidad? ¡En lo que de mi dependa, queda excomulgado! Más le digo, y termino, ahora sí, que ese alfeñique no merece más consultas: Si Zamalloa llega a sospechar que aquí, en Tiradores, usted, y yo mismo, estamos encubriendo enfermos sin una enfermedad típica, ni típica ni tópica..., ¡es que nos borra de la nómina, en menos de lo que el tarda nuestro Gobernador en zamparse un whisky!
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Hogar, dulce hogar
29.9.1957
-...
-Hermana, que ya está bien; no esperemos más por Orlando, y ponles la merienda a los niños, que para ellos se hace tarde.
-Mujer, estaba haciendo tiempo a ver si llega tu marido, que le dijo a Pascual que hoy bajaría en la segunda de las guaguas.
-¿Aún no conoces a mi Orlando? ¡Pues yo tampoco, y eso que duermo con él...; de cuando en vez, cuando baja a casa! No me dejó plantada, allí, en la puerta de la Iglesia, porque aquel día, desde que se vistió de gala, con el Capellán también revestido, y con su coronel de sable, otra cosa no podía hacer, ¡que si no...!
Pascual, siempre recomponiendo en los cachos de la olla familiar:
-Pero, cuñada, ¿tú, hablando mal de los ausentes...? Recuerda que otras veces te pusiste nerviosa, y protestona, sin motivo, y el, mientras, bien atareado y bien justificado.
-Sí, Pascual; admito que algunas veces fue cierto, pero otras también lo fue que estuvo dándole al dominó con el capellán, o con su comandante, y yo, mientras, más sola que la luna, que bien sabes lo poco que me trato con las vecinas, en particular con las de los oficiales; y luego siempre amedrentada por culpa de los moros, que bien veis lo alborotados que andan con esos verbos tan provocativos de su Iahia El Malik, eso de que viva su Rey, o Sultán, o como haya que llamarle, que ni fuerzas tengo para venirme aquí, a tu casa, estos cien metros, que prefiero diez kilómetros de frontera portuguesa! ¡Pero tú, cuñado, excusas de encubrirle, que después todo se sabe…, que yo ahora tengo mis artes, las que me enseñó aquella cubana…!
-Bueno, mujer, vale, pero una cosa es que todo se llegue a saber, y otra bien distinta que se llegue a saber la verdad, ¡la verdad verdadera! ¿Te crees, por ejemplo, que aquel Emilio, aquel asistente que te traía los chismes, sabía distinguir si su Jefe se quedaba de imaginaria, o de retén, o esperando órdenes; o si, por el contrario, estaba arriba, en Tiradores, en el cuartel, discutiendo con los que sólo piensan en tirar tiros, tiros o cartas? ¿Sabes que te digo? ¡Pero no, no debo decirlo, y menos aquí, que hay críos...!
Pascual, también a la cuñada, pero bajando la voz:
-Los niños, hoy por hoy, dichosos ellos que sólo entienden de sus juegos, ¡y mejor así, por su felicidad! Cuñada, para rematar con nuestro secreteo, apúntate esto, que ya te lo digo de repetición: ¡Esas partidas con el Pater, por algunos indicios que me sé, traen mucha paz a tu matrimonio! Y como tú ya me entiendes, me callo, de contado, pero cuando veas al Capellán, no estaría de más que le beses la mano, ¡qué bien os lleva bendecido!
...
-¡Andan en la puerta; ahí está! ¡Vaya, llega el rápido de Bouzas!
-¡Mujer, primero un beso; y después que no hables de oídas, que tú no sabes ni dónde cae Bouzas..., a pesar de lo que llevas parlamentado con esa galleguiña, con esa señora de Vigo…, la madre del capitán Baylo! Y a todo esto, ¡buenas! ¿A ver, entre toda esta pandilla de la mesa grande, quien es aquí un tal Miguel, que lo voy a retratar?
-¡Yo, tiíto, yo soy; estoy aquí, en la presidencia, que hoy es mi santo!
-Para retratar a los niños tendrías que venir de día, y no a deshora, a la hora de los murciélagos... –Le cismó su mujer.
-¡No le hagas caso, cuñado, que a Felisa le tardaba por verte, como es natural! -Pascual, de remiendos; como siempre, un pacificador incansable.
Neira no les contestó directamente, dedicándose a ordenar los chicos, meticulosamente, como si estuviese preparando una revista, o una rendición de armas:
-A ver, mocitos, que ya que tía Felisa dice que es la hora de los murciélagos, poneros todos alrededor de esa tarta, pero bien empecinados, bizarros, sacando el pecho, que así como estáis ahora, tan desmañados, parecéis quintos del último reemplazo... No, así, no; Miguel, tu, de Jefe, de Gobernador, en el medio, y todos haciendo, ¡Uahhhh..., uahhhh...! Agitando las manos, con brío, como hacen los murciélagos en sus cuevas cuando les entra el sol, o sea, cuando les entra el sueño... ¡Así está mejor! Ahora, Miguelito, a ver si apagas las velas...! ¡No, así no, que tienes que hacerlo con las alas!
-¡Orlando, majadero, que no te enteras, que aquí no hay candelas, que no es su cumpleaños...! –Felisa, con su sentido del realismo.
-De paso también celebramos los años, ¿no sí, chaval?, que estoy viendo, en esta mesa, ocho cirios como ocho soles. ¿O no es verdad que tienes ocho soles, cosa que hace..., un ciento de lunas, y aún pasa? ¡A ver, atención, preparados, ar, que va otra! ¡Todos sonrientes, todos de juerga! Así, sin parar, que voy disparar los flahses, que con este invento no hace falta que sea de día... ¡A ver, que soltaré un jilguero...! ¿Queréis otra? ¿Que sí, por unanimidad? ¡Estos chicos, criados en el Territorio, luego parecen moros, torrados del sol, todos iguales y todos sincronizados! Esta otra la haré con los viejos, con vosotros detrás de los niños, ¡que para algo sois más altos, más altos y más feos! Como ya volaron los pajaritos, ahora soltaré una urraca... ¿Como la queréis, más blanca que negra, o más negra que blanca? ¡Vaya funeral, que no os reís, ni siquiera con los chistes...! ¿Quién dijo de hacer otra conmigo, con el cuervo, que ese fue el primero que soltó Noé...? ¡No, gracias, que fue una broma, que yo no me retrato, que no quiero estropear la máquina, que no es mía, que es tuya, Miguelito, que te la regalo por tu Santo..., y te vas a quedar sin carrete!
El niño, incrédulo, poniendo ojos de búho:
-¿Mía, tío Orlando? ¿Esta Woylânder, tan grande, es para mí; mía, de verdad?
-¡Pues claro, chaval! ¿No te acuerdas que la elegiste, que la compraste tú, tú mismo, conmigo, aquel día, en la tienda de los Martínez? ¡Sí, hombre, aquel día que salimos con tía Felisa, de paseo, por la calle del Seis de Abril... ¿Perdiste la memoria en el último siroco...? ¿No te acuerdas que estuvimos dudando entre dos tipos? ¡Pues una de ellas era esta, que bien te pregunté si te gustaba! Como ves, tiene objetivo 1, 1:8. Y además de eso, trae este juego de angulares que..., ¡mismo de fotógrafo profesional! ¡Ah, sí, ya veo que te acuerdas de aquello! Pero, ¿cuál era la otra preciosidad, aquella, aquel mismo día, en esa tienda de mis amigos...?
-¡Una Paxette, que también la miraste, por dentro y por fuera!
-¡Frío, frío! Era una cosa femenina...
-¿Entonces sería aquel collar de perlas, aquel que se puso tía Felisa para ver cómo le quedaba...?
-¡Te equivocas, chaval! La preciosidad no eran las perlas, sino el cuello de tu tía..., ¡con ellas puestas! Si se porta bien conmigo, igual se lo pedimos a los próximos Reyes, que le traigan aquel collar...
-¡Tío, tendremos que apuntarlo, que para los Reyes faltan…, meses, ni sé cuántos!
-Pues…, en ese caso…, como a ti, ella, te suele llamar “Mi rey”, a los Reyes les pedimos otra cosa, y este collar, que lo compré con la máquina, se lo regalas tu… ¡De verdad; ten; cógele tú mismo, y si se agacha un poco, se lo pones!
-¿Y así no hay que firmar una carta para los Reyes?
-¡Ya les firmé yo, yo mismo, un precontrato, una carta de reserva que se dice…, y ellos me traerán un cheque, para compensar!
El niño, doblemente feliz, no entendía de contratos pero si de felicidad: la suya y la de ver a su tía dándole un cariñoso abrazo a tío Orlando, con su collar de perlas naturales, que nunca otras iguales pasaran por la alfândega de Feces.
Neira volvió a ponerse serio, como si acabase de traspasar una frontera, y les rogó que compartiesen los asientos:
-Vengo de hacer una descubierta, con mi Sección, por esas chumberas de detrás de nuestros polvorines, pero fuimos tantos a catarlas que ya no les quedan higos..., ¡así que traigo un hambre horrible, de diez horas!
El componedor, Pascual, entendió que debía meter una cuña publicitaria, otra:
-¿Cuñada, que nos dices de esta sorpresa del collar? ¡No se puede ser Tomás, ni Tomás ni Tomasa, que luego viene el Maestro, Jesús, y os da una lección de fe!
Quien recogió el cabo fue Orlando, que Felisa se dio media vuelta, pues algo húmedo se le deslizaba por las mejillas, y se fue a la cocina para secarse los ojos:
-¡Más bien merecía unos azotes, por suspicaz, pero, desde que la dejasteis hacer aquel tratamiento en Canarias, esta mujer se quedó sin diana, ¡sin cachas!
Ella le oyó al volver:
-¡Este maniático...! ¿Así que quieres cachas, otra vez...? ¡Pues ahora mismo empiezo a cenar, fuerte que fuerte, a ver si recupero..., antes de que cambien los vientos, que en ti es lo habitual!
El marido, en vista de que Eolo estaba a punto de provocar otra deshecha:
-¡Felisona, vaya que eres camorrista, ponerle este vinagre a la fiesta de los niños...! –Dirigiéndose al chiquillo: -A ver, tú, arcángel, ¿te gustó mi juguete? ¡El mío, no, el tuyo!
-Sí, tío, ¡muchísimo!
-¿Te gustó, y no le diste las gracias a tío Orlando? ¡Eso es lo primero que se hace! ¡Mira como tu tía Felisa le dio un abrazo cuando lo del collar, y bien fuerte! –Su madre, procurando educar en el respeto a ella imbuido.
Pero tío Orlando nunca era feliz si no le buscaba los tres pies al gato:
-¡No tenéis remedio! ¡Ahora le tocó a Celsa meter la pata…! Eso de gracias son cosas que tienen las mujeres, ¡a veces! Aquí no hacen falta gracias, arcángel, que todo queda en la familia... Aquí lo que se precisa es que este Miguel deje el Territorio bien retratado..., ¡cosa que no pudieron hacer los últimos de Filipinas, que no tenían aparatos, y por ello ya nadie se acuerda de ellos, ni de ellos ni de aquellas islas del gran imperio español! ¿Criaturas, sabéis que nunca se ponía el sol en el Imperio de las Españas?
Los chicos no se dieron por aludidos, que ni se enteraron, que para ellos lo más importante era aquella tarta de chocolate, enfriada en la nevera a petróleo de los Neira! Carlos, Carlos Louzao, aquel viejo amigo de la familia, brigada de la Policía, que en su habitual prudencia, y como ajeno a la familia, guardara una prudente distancia en aquellos dimes y diretes educativos:
-Hablando del Imperio, ¿visteis los papeles de Tiliuin? ¡Vuelve el Al Mansur!
Le contestó Orlando:
-Querido Carlos, ¡que yo no soy de la Policía, ni de la indígena ni de la otra, como para detenerme en esas chorradas, pero me lo contaron, eso sí!
-Yo tengo aquí, en la guerrera, una de esas octavillas, que la traje adrede para mostrárosla; y también tengo, por aquí, en paralelo, la traducción que nos hizo el intérprete oficial, Hamido. Pero igual me adelanté, que será mejor hablar de esto desde que se retire la tropa ligera, los infantes...
-Yo soy de otra opinión, Carlos, que si estos chavales, tanto mis sobrinos como sus amigos y compañeros de colegio, están hoy aquí, en nuestro mundo, en los restos de nuestro Imperio, entiendo que no tienen por qué ignorar nada de cuanto ocurra a su alrededor en los tiempos que les tocaron, que el día de mañana, cando no queden más colonias que las del Rêve d´Or..., si de nada se enteraron, ahora, en los años de su crianza, incluso pensarán que no fueron partícipes, y en cierto modo corresponsables, de esta función histórica, compartida, para bien o para mal, con sus mayores, en una especie de pecado original!
-Orlando, con esa disertación, con este futurible, no sé si estarás profanando este solar hispánico; ¡como que me llamo Carlos Louzao!
-¿Sí? ¿Hispánico, un solar de mezquitas hechas por España; de mezquitas que siguen siendo mezquitas a pesar de su desagradecimiento, ahora notorio, bien visible? Ya tenía ciertas dudas, personales, íntimas, sobre este concepto de soberanía, que tan asumido tenemos, pero desde que me dijeron lo que contienen esos carteles de Tiliuin... ¡Trae para aquí, que estoy hablando de oídas! No, hombre, la octavilla, no; déjame la traducción castellana.
Sí, tal cual, y la voy a leer, en alto, que esto hay que conocerlo, que es un documento histórico; histórico además de insólito, que anuncia una insurrección para dentro de un mes, tal que si nos diesen esa conminatoria, esa advertencia, para hacer las maletas, y para evacuar los veinte mil soldados de la Guarnición actual, además de los civiles:
Anuncio: ¡Hermanos! ¡Viva Marruecos, libre e independiente! ¡Vivan las pistolas! ¡Viva el terrorismo! Día 25 de octubre de 1957. Tened cuidado con el colonialismo y su política en el país, pues la paz no se logrará si no se ve libre el país del colonialismo. ¡Hermanos! ¡No aceptéis las tarjetas de identidad, ni los pasaportes de ninguna clase de política colonialista! Los traidores han de morir a tiros, tarde o temprano. ¡Abajo el colonialismo! ¡Abajo los traidores! ¡Vivan las pistolas! ¡Viva el terrorismo!
Neira dobló aquella octavilla aportada por Carlos, y lo hizo con irónica solemnidad, en lo más hondo de su billetera, pero no se le vio el retrato de su monja, pues, alguien de bastante arriba, se ocupara de pedírselo, de retirárselo, días pasados, ¡como tratamiento espiritual!
-¡Como veis, esto sí que es un vaticinio, un poema en toda regla..., para que luego digamos que son unos traidores, avisándonos como lo hacen, con antelación! Y luego que esta redacción, tan infantil y reiterativa, más parece de ángeles que de diablos...! ¡Pero, ojo, señor Policía, -dirigiéndose a Carlos Louzao, -que aquí nadie profana ni blasfema, que yo estoy dispuesto, como el que más, a defender el mástil, que es lo nuestro desde aquel Adelantado, aquel tal Fernández, que, por casualidad y por abolengo, también era de Lugo!
Pascual, a sottovoce:
-Querrás decir, la bandera; y habla claro, ya que opinas que estos niños pueden, y deben, enterarse de todo, ¡como si lo tuviesen en su libro Rayas!
-No, cuñado: ¡dije, el mástil! Las banderas son de quita y pon, se izan y se arrían; ¡y las pone quien sea dueño del mástil! Acordaros de que esto de Ifni empezó en el 34 con la conformidad de Francia, y acogiéndonos al tratado aquel, pero, ¡ojo!, con la bandera tricolor, que la sacó precisamente un moro, en el 36, que dicen que hizo con ella unas bragas para su Fatima. ¡Una, no; tres! Con la franja morada, para los días sucios; con la roja, para los días pecadores; y le quedaba la amarilla, para los viernes... Bromas aparte, aquí lo que tenemos que defender es que nuestro mástil siga siendo nuestro, por todo este enclave. Mira lo que pasó ahí en el puesto de Sidi Inno... Si ese Cabo, el tal Jiménez, les dejase poner su bandera, tal y como le exigían, y mientras ellos, los morangos, estuviesen entretenidos, izándola, les atizasen un cargador, aquel Jiménez y su pelotón aún estarían vivos. ¡Nosotros hubiésemos tenido una victoria, y aquellos pseudolibertadores, una derrota, cruenta y bochornosa!
Felisa estaba que trinaba con aquellas diatribas en presencia de sus sobrinos, y con ellos, sus invitados, los otros niños:
-Orlandiño, que de favor te lo pido, ¿por qué no callas con esas cosas, que no te adaptas a los niños, y ellos aún aguzan más la oreja que esos a los que os referís?
-¿Los niños, o las niñas? ¡Quien me llame así, Orlandiño, infantilmente y en público, es más niña que los niños!
-¡Y tú, maridito, un bruto, que mira que venirle a Miguel con un regalo de persona mayor...! Aquí Carlos sí que le trajo una cosa apropiada para su edad.
-¿Si? ¿Qué le trajiste, macho?
-Pues, se la he pedido a Las Palmas: una bicicleta, de esas con apoyos de triciclo, de quita y pon, para que tenga estabilidad... ¡Ahí la tiene, en el patio, pero con lo tuyo hará historia, y con lo mío, no, en absoluto: tan sólo ejercicio!
-Entonces supongo que acertaste, pero eso no implica que errase yo, como siempre me achaca Felisa..., ¡si tiene público! Soy muy aficionado a la fotografía porque entiendo que es la única forma de detener el tempo, en las cosas y en las personas…, ¡si no queremos que huyan! Esta máquina, si el chiquillo no se pone a desarmar en ella, o la desajusta, seguirá haciendo buenas fotos cando tu bicicleta ya no pueda con Miguel, o le resulte corta. Que no te parezca mal, que no lo digo por comparar sino para justificar y explicar mi decisión..., ¡aquí, delante de estas pantaloneras! Desde que Felisa dio en hacerles calzones a los niños, bien noto que le apetece llevarlos; ¡lo que aún no sé es si los prefiere largos, o cortos, de caqui o de garbanzo!
Su mujer, como un resorte:
-¡Ya estás...! ¡Hay veces que me tienta el diablo, que incluso deseo, y que Dios me perdone, que tengáis conflicto con los moros, a ver si así me dejas en paz!
De esta vez salió al quite Celsa, que si bien solía mantenerse al margen, en esta ocasión la preocupaba el mal ejemplo delante de los niños:
-Felisiña, para que no os pongáis a rifar, mientras recojo esta mesa de los niños, tú puedes preparar el café. Y tú, Pascual, será mejor que te lleves a los invitados, y que los repartas de casa en casa, que les está entrando el sueño, y luego que sus madres, tal y como andan las cosas, ahí fuera, en la calle, ya estarán impacientes. ¡Y defiéndelos, si se tercia; vete delante de ellos, y lleva la pistola, por si hay moros en alguna esquina, que con lo bien que apuntas, mal será que les dé tiempo a perjudicaros!
-¿Mujer, a estas horas, y con el toque de queda...? ¡Ni en las calles, ni en la costa, ni en el acantilado! Pero la llevaré, por si acaso, y también esta linterna, para abrir descubierta, por si vuelven a cortarnos la luz!
-De eso de la costa no estés tan seguro, que aquella lancha rápida, aquella en la que huían los desertores..., ¡ya sabes, el asunto Chelja...!, pues que hemos vuelto a verla, ayer, ayer mismo.
-¿Dónde, Carlos...; dónde fue, esta vez?
-En la zona de costumbre, que la tienen bien sabida y bien reconocida; ahí abajo, a la altura de esa finca del henequén, la de Explotaciones Agropecuarias, pero tan pronto se percataron de que los de tierra éramos de la Policía, pero con chilabas, ¡ellos viraron en redondo!
-¿Y luego, tienen vista de murciélago, o les olisteis a vino español?
Carlos se rio con ganas:
-¡Hombre, eso está bien, que para otra tendremos que ir sobrios! Bromas aparte, pienso que lo sospecharon porque no les hicimos las señales luminosas que tuviesen convenidas con sus enlaces.
-Celsa, voy hacer ese café, y después llevo los niños, según me indicaste.
-No, Pascual, tú, no, que el café es cosa mía; sólo me quedé atenta a lo que estabais diciendo, que si la paz era de todos, pienso que la guerra también lo es!
Se ofreció Neira, y eso que no tenía hábito de cocinar, pero las fiestas son contagiosas:
-¡También lo puedo hacer yo...!
Pero la hipersensible Felisa lo estropeó todo:
-¿Tu, Orlando? ¡Vaya, el marido se me volvió compañero! ¡Sería la primera vez…! Pero deberías hacerlo, que ya que los niños no deben ser niños, y las mujeres tampoco mujeres, aquí, en vista de lo visto, ¡o marcamos el paso, o fregamos todos! ¡Dije!
La hermana salió por ella, a socorrerla; le abrió el paraguas a tiempo, por si lo precisaba:
-Esta Felisa se destapó... ¡Así se habla, hermana! ¡Que tanto machismo, ni tanta militarada, que nos tratan como si fuésemos quintos!
-¿Que os parece como están de sublevadas? ¡Amigos, poco mando tenéis, ni en las propias casas...; menos que yo, y eso que sólo soy brigada! -Bromeó Louzao, siguiéndoles la corriente.
Pero Pascual, siempre moderado y siempre moderador:
-¡Carlos, menos soy yo, que aún no pasé de sargento..., pero no te metas en esta guerra doméstica, que tú también llegarás a casado, y entonces sabrás, de propia experiencia, que, home casado, muller é! -Dirigiéndose a las mujeres: -Ahora sí que me voy con los niños. ¡Venga, chicos, fuera; cada cual a su nido, que de paso le cantamos a la luna, tal y como hacen los lobos en la montaña! ¿No se os olvida nada de vuestra impedimenta...? ¡A ver, Miguelito, dales las gracias a tus amigos por haberte acompañado en tu onomástica, y de paso, saludos para sus familias!
...
-¿Ya estás de vuelta? ¿Cuñado, no correrías por culpa del miedo..-¡No, que a esta hora los chacales duermen...!
-¿Callaron esas moras del Amezdog con su ayuyú de lechuzas...?
-Al fin callaron, que bien provocan a sus hombres, que ni sé si ese ayuyamiento que hacen con la boca es una llamada erótica o de guerra! ¡Ni que fuesen picadores en una corrida de toros! ¿Será para darles bravura a esos hijos de..., de la señora Agar?
-¡Eh, macho, que te desbocas! Alguno de esos, los que vinieron del Norte, pueden ser hijos de nuestro propio padre, de aquellas calenturas del desembarco de Alhucemas..., ¡pongo por caso! ¿Y si a ti, Pascual, querido cuñado, te invadiesen tu Barco de Valdeorras, entonces, que?
-¿El Barco…? ¡Ya lo hicieron los romanos! ¡Dicen que fue por culpa de las minas, aquello del Montefurado…, pero mi gente les alargó el curso, el de ellos, cada cual con su piqueta!
-¿Y cuando la francesada, que?
-¿Te lo dijeron en Zaragoza…? ¡Pues es cierto! En vida de no sé cuál de mis abuelos, entre el Barco y la Rúa, o el Petín, los paisanos abrieron en canal a veinte franceses, y dicen que los colgaron a todos, uno por uno, en aquellos alisos de junto al río Sil!
-¿Lo ves? ¡Defender la tierra de cada uno, aquella que alguien nos afirma que es nuestra, es algo así como defender la honra de la madre que nos parió!
-¡Orlando, que en este Territorio estuvieron aquellas pesquerías españolas, las de Santa Cruz de Mar Pequeña, y luego que aquel acuerdo con el Sultán No Sé Cuantos, fue actualizado...!
-También en tu Barco estuvieron aquellos romanos, como bien dices, pero que no se les ocurra volver de presente, ¿o sí? ¡Si aún volviesen trayendo romanas...!
El cuñado, que si hiciese falta también robaría sabinas:
-En el Barco ahora pesan con la romana eléctrica, en el mostrador, pero si me hubiesen traído a la Lucía Bossé, ¡yo no tendría que ir a Verín para casar!
Celsa, sin entender la mitad de aquellas metáforas, pero a la defensiva
-Fuiste casar a Ourense, que yo estaba allí, bien guapa por cierto, en aquel tostadero de café..., ¿o ya no te acuerdas, Pascualón?
-¡No, mujer, no, que tú vales lo que pesas: primero, en café; después, cargándote con dos hijos; y ahora, mercando esa tela, por kilos, para venderles trajes de fiesta a las marquesas de Ifni, que como tengamos que evacuar algún día..., cada mujer, tres maletas, y eso que se dejaron las joyas, las joyas y sus chóferes, en el puerto de Algeciras!
Aquella alusión a la supuesta hidalguía de las colonizadoras igual molestaba a Neira, así que Louzao, que seguía presente, desvió el tema:
-Por cierto, señoras, que ya lleváis tres meses de negocio, séase, de prosperidad..., ¡irá siendo hora de celebrarlo!
-Este Policía está en todo: canta en la procesión y toca las campanas! ¿No querrás, aparte de este champaña, que por cierto es de viuda, de la de Monsieur Cliquot, bajado del Economato, cobrarnos impuestos?
-No, Pascual, que va de broma, que bien sabes que la Policía sólo cobra, o hace que cobra, a las tiendas del Interior, que aquí, en la ciudad, esas ansias son de los Servicios Financieros, además de ese simulacro de Ayuntamiento, ¡que ni sé para que lo tenemos!
-Pues precisamente para eso, de simulacro, que si cuartel no fuese, no estaría presidido por un comandante...
-Pascual, en eso yerras, que este Ayuntamiento quien realmente lo preside es doña María, su esposa, que el viejo Rámiz, ya le ves, ¡un bendito! Y de eso de los impuestos…, ¡se cobraban, en pretérito, que últimamente ni a eso nos atrevemos, así que hemos devenido en plaza franca, sin necesidad de declararla como tal, pero aun así los tenderos no parecéis satisfechos! Si mal no recuerdo, el Reglamento de Impuestos Indirectos es de ayer mismo, que fue sancionado por una Orden de Marzo del 54; por cierto, que para nada recaudar, buena polvareda armó entre los nativos.
-Nosotros, sí, -le contestó el aludido, -que estas empresarias, tanto la mía como Felisa, no se cansan de hacer y de vender ropa, que no sé si sabes que ya tienen tres empleadas...
Carlos, soltero por las circunstancias, que no por vocación, comentó:
-La suerte que tenéis, tú y Celsa, aún es otra, que tenéis los ángeles paridos, que por lo de ahora no sé por qué me parece que esa comadrona, Charo, y con ella el doctor Serrano, y todo su equipo de ginecología, se pueden ir de colonial, definitiva, que de unos meses para acá pocas trazas de familia se ven; ¡las parejas se asustaron desde que empezaron estos paisas con sus algaradas!
-¡A este solterón de Carlos, cómo le gusta tirar la piedra...! Eso es por culpa del Plus de Residencia, que si nos mandan para el Campamento de Parga, o similar, entonces eso de criar hijos para la Patria..., ¡fiu, fiu!
-Pascual, tú, con los dos, no es que des la media, pero te acercas; sin embargo, hay otros, y no lejos, que debieron ver la guerra también de lejos..., ¡y se pusieron en cuarentena!
Orlando, que le gustaban las indirectas, pero no recibirlas:
-¿Oyes, tú, Policía, qué sabes si soy precavido o..., corto de vista? Además, tú, Carlos, si te miras en un espejo tendrás que callar, que ya empiezas a tener cara de abuelo...!
-Teniente Neira, es que me gustaría ascender a oficial; primero, para que mis hijos, si llego a tenerlos, no sean echados del Casino, de la simple terraza, como hicieron hace poco con los de Pascual, y eso que estos inocentitos sólo iban a preguntar por ti, por su tío. ¡Lo sé por vosotros, así que no doy falso testimonio!
-¡Esa no me parece una razón! Claro que también pudiera ser un problema hormonal, que dicen que a los eunucos les gustaba acostarse con las hembras de los otros!
Pascual se puso como la grana, pero tuvo la entereza suficiente para tragarse aquella indirecta, la indirecta y la ofensa, pero no pudo, ni quiso, callarse:
-Orlando, perdona, pero te pasaste con Carlos, que esa broma, en mi casa, francamente…!
A los hidalgos, como a los cínicos, les viene de casta tener salida para todo, así que compuso una dúplica, rápidamente:
-Me refiero, cuñado, a que los solterones parece ser que entran en el reparto de esas prójimas que trajeron últimamente, ¡y ello a pesar de que son una reserva, unos refrescos para la tropa, para envalentonarla! No lo digo precisamente por Carlos, que nada sé de su vida íntima, pero hubo quejas…
Ahora sí que salió a la palestra el aludido:
-¡Orlando, te olvidas de una cosa: que también hay quien, sin problemas hormonales, ni haber pasado por la lanceta de los eunucos, sabe, y utiliza, el paternoster, que es la mejor medicina contra el gálico…, entre otras virtudes!
-¡No lo dudo, Carlos! Y mejor será que lo hagas así, pues codiciar la mujer de tu prójimo, además de peligroso, requiere confesión, y eso…
Pero el Sargento Pascual, visiblemente excitado, no le dejó concluir:
-Orlando, si yo fuese un capellán, un castrense de esos, me llamase Joaquín o Pedro, te juro que te designaba sacristán, a perpetuis, ¡por lo bien que te sabes la doctrina!
Con esta salida de Pascual, el hidalgo, tocado de ala, hizo su retirada:
-¡Lo malo es que, acaso, no sea práctico…!
Felisa, que ya veía los tizones acercándose a los cohetes, acudió con la cafetera en la mano:
-A ver, todos, que traigo otro café, pues, como dicen por Radio Ifni, en ese anuncio del Maestro Pepe: El café de La Gloria altera los nervios, pero…, es tan rico! Y ya que pretendéis que los niños sean hombres antes de tiempo, ¡que ni sé para qué, como no sea para que rifen entre sí!, poneros las servilletas de babero, como les hacemos a ellos, siquiera sea para situarnos en la mitad del camino, pues vosotros, quien más quien menos, ni adolescentes sois…, ¡que basta con oír vuestros disparates!
-¡Mi Felisa, si no tira con cerbatana, no es feliz.
-¡Pues, claro, maridito, que por algo soy la mujer de un Tirador, de un teniente Instructor de los Tiradores!
-¡Por muchos años, Felisa! –En palabras de Louzao, a lo que respondió ella:
-Aquí, Carlos, con eso que dice, quiere que llegue a vieja…; ¡pues no se lo agradezco, que ya he visto más mundo y más gente de la que me apetecía ver!
-No iba por ahí, mujer, sino por el convite, por este café, que te salió tan bien, o mejor, que el de La Gloria. Pero, ya que te fuiste por otro lado, tendré que aclarar que es mi deseo que lleguéis a la senectud, guerras aparte, ¡los dos, por supuesto! Concretamente para que conozcáis a mis nietos…, ¡que le debo una lección aquí al jefe! Lo peor será que, con estos sabotajes de los moros, los residentes no están trayendo cuñadas, y si alguna sobró de las últimas remesas, esas…, ¡esas ni se miran en el espejo!
Pascual, que para algo era el anfitrión, se ocupó de los remaches para ir apagando, para ir desviando, el rescoldo de aquella tertulia que tan densa resultara:
-Carlos, eso no es pretexto, eso no te vale, pues tanto en la Península como en las Islas quedan mozas, muchas y perfectas! Y ya no digamos de las canarias, que esas se pirran por los godos, por los godos y por los suevos, aunque estos últimos llevan la palma…, ¡en Las Palmas, donde la colonia gallega se multiplica de día en día!
Celsa, prudentita, que antes no se atreviera a hablar, apuntó la nueva del día:
-Si queréis pruebas de lo que dice mi Pascual, ahí tenéis al teniente Serra, que un día de estos da su despedida de soltero, que lo comentaron en nuestra tienda… ¡Eso para que veáis que en el Ejército de África sigue habiendo hombres valientes, valientes y guapos, que el Serra, mi madriña, es un sol de hombre, siempre tan correcto…!
-.-
Pasa a
OPERACIÓN: CUÑADA
-VI-
Xosé María Gómez Vilabella
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