miércoles, 6 de junio de 2012

CACERÍA DE CICLÓSTOMOS EN IFNI -III-


…/…
El ma lu



Josefina en la azotea de El Gali con dos vecinitas.

Mi mujer ya hablara varias veces con la de El Gali, de azotea a azotea. Asomó y se presentó la propia nativa, ¡sin velo!, a poco de poner casa nosotros, brindándonos cualquier tipo de ayuda que a ellos les fuese posible; y venía insistiendo, cuando se veían en la puerta, o por las azoteas, para que un viernes, día en que El Gali no abría su tienda, pasásemos a ver su casa, y tomar con ellos un te; ¡los tres tés, que ese es el reglamento de la teína! Todo en un horrible castellano, pero con esa franca hospitalidad de las gentes árabes, o más exactamente, musulmanas.

Su marido, además de ciertas funciones en la Policía Indígena, ¡Indígena, pero mandada por españoles!, tenía un puesto-bazar en el Zoco Nuevo, al que iba por las tardes. No había, por consiguiente, cálculo alguno en aquellos ofrecimientos puesto que ni yo era militar ni le podía dispensar ningún tipo de conveniencias. Fueron fraternidad y vecindad puras, por tanto; quizás el producto de una observación y de unas escuchas desde su azotea, en las que nos apreciaron cierta sencillez personal y de hábitos, pues si algo les resultaba íntimamente odioso a aquellos ifneños eran los humos españoles.

Josefina, que todavía no se formara una amplia experiencia con respecto a los nativos, o sea, que aún estaba sometida a la presión mental, inicial, ejercida por la Colonia, particularmente por la casineril, aún no pasara a la casa de la vecina, pero aquella tarde se me rompió el cántaro del agua dulce sacándolo de su carrito para dejar a la vista, y taponar con yeso o cemento aquellos agujeros del piso por los que nos visitaban a menudo las cascudas domésticas. Por otra parte, persistía un pequeño siroco de aquellos que nos visitaban de cuando en vez, procedentes del próximo desierto. No se oía en el barrio ningún pregonero del “¡El ma lu!”, así que se decidió, dadas tan apremiantes circunstancias, a llamar a la puerta de El Gali, pues ellos tenían cisterna en casa, un sotanillo que recogía la poca lluvia de las azoteas, para que nos facilitasen una jarra de tan soso elemento.

Yo me quedé fuera, atento para escuchar por si se aproximaba algún vendedor, pues era cosa de ir a buscarle a donde se encontrase con su burro, pregonando su mercancía. En tales circunstancias, bebería agua el primero que se acercase. Otra solución era ir al Casino para que me facilitasen una botella de agua de Firgas, mercancía que tampoco abundaba, ni siquiera en las tiendas del Zoco. Mi mujer se demoraba, acaso por estar acariciando a la niña Xoá, que así se pronuncia el nombre de la hija de nuestros vecinos. También tenían un bebé, un prometedor Al Mansur, un guerrero guerreoso, que se le oía gritar desde nuestro patio. ¡Y los nuestros sin aparecer, ni con pan ni sin pan debajo del brazo, en aquel país de la proliferación patriarcal!

Pasaba el tiempo, y ni salía la aguadora ni se oían aguadores, así que le di las espaldas al viento y me quedé aparvado, mirando para los herrajes de la puerta de El Gali, en la más completa abulia mental.

Empezaba a hartarme de que las mujeres fuesen tan habladoras, tan comunicativas, tan corteses, tan ceremoniosas…; de que se diesen al “chauchau”, en momentos inoportunos; pero seguí de espera, pues lo de llamar a la puerta, no estando el marido, no me parecía correcto. Algo percibí entonces, a mis espaldas, que no era precisamente el bramar del viento; entonces me giré como una peonza, entreviendo, en el remolino de la polvareda, al fantasmal Raimundo, que bajaba por la calle braceando y hecho un búho, con las solapas subidas y unas gafas que más bien parecían de soldador de un taller.

-¡Paisano! ¿No le estarás rondando la mujer a El Gali? –Me espetó, sin otro saludo.

-Pues…, ¡casi aciertas! Debe estar confesándose con la mía, que tarda en salir…; pero entremos en mi casa, que si tengo que ayudarla a traer el agua, ya me avisará ella. ¡Aquí fuera, hoy, no paran ni los guepardos!

-A esa vecina vuestra la confesaba yo, yo mismo, y eso que no llegaron a darme Órdenes…

Quien venía a confesarse era él, precisamente él, pues seguía con las tentaciones de la Pino, pero eso fue lo último que nos dijo, como buen gallego.

-No sé por qué me parece que de aquí en adelante tendremos que hacer guardia, todos nosotros, que presiento peligros en este cuartel de Ifni. Ahora les toca triunfar a los nativos… ¿Volverá a reír la primavera, que por cielo, tierra y mar se espera?

-Nosotros, los de Lugo, hablamos más claro; en Coruña, por lo que veo, sois más finos, especialmente tú, que sueles hacer encaje, encaje verbal…, ¡y eso es cosa de mujeres!

Se metió con nosotros, que ya había vuelto Josefina, medio arrastrando un cántaro de agua de la cisterna de los vecinos.

-¡Mira quién va opinar, san José y santa María, los dos seres más discretos de la Biblia! Me dijo un pajarito, que se posó en el pararrayos de mi cúpula… El caso es que regresó uno de la Tercera Compañía, que me repara cosas en el faro porque aprendió mecánica allá arriba, en el Norte, y que seguramente sabe más francés que los espías de nuestra Alta Comisaría… Anduvo buscando piezas para esos vehículos esmendrellados del Ejército, séase, para el noventa por ciento de ellos…

-¡Venga, al grano, que en Lugo no andamos con tantos circunloquios…!

-¿Qué no? ¡Pero dejemos eso, que bien sabes a quien me refiero. Resulta que me fue reparar unas piezas del mecanismo de rotación del faro, que si las pido a España llegarán cuando el faro ya no funcione… El caso es que hablamos con confianza. Y no debió encontrar en las alturas militares a nadie que le creyese, o le hicieron ese papel, para disimular, así que se explayó conmigo. Dice cosas muy interesantes: Que en la Zona la juventud está que brama por el aislamiento en que tienen a su Mohamed V; que empieza a haber huidos, gente que se oculta, como en nuestra España de la guerra… Por lo que cuenta, o por lo que aprecia, en este Magreb, en su Occidente, se está acabando el “Si, bwana” de los esclavos. ¡Bien, es un decir, pues esclavos no son solamente los que llevan argollas en los pies!

Como nos vio muy atentos, prosiguió:

Todo esto, esta evolución, a la que yo llamaría, más bien, revolución, o despertar de los pueblos sometidos, hay que digerirla con sosiego, pero sin dejar de hacer ejercicio, que tú y yo ya llevamos discurrido al respecto, de tiempo atrás, así que no nos pilla en la Cara de Christus, en la inicial del Catecismo. Contra lo que aquí pensamos, Francia cultiva un apartheid feroz, que ahí tenéis, por ejemplo, la separación y diferenciación del barrio residencial francés de Rabat…

Quise recordarle que siempre le tuve por un catastrofista, pero Raimundo siguió su perorata sin hacerme el menor caso.

-Los españoles del Norte, que aquí en Ifni, en definitiva, sólo tenemos una foto miniatura de nuestro estilo colonial, hacen el papel inverso, el de la pseudo hermandad con los pueblos árabes…; pero en el fondo, si analizáis el estilo y la forma de nuestras actuaciones y de nuestras enseñanzas; si buscáis, por ejemplo, empresas mixtas, que tú, de eso, algo más tienes que entender que yo, por tu formación y profesión, ¿que tenemos, que encontramos? Yo definiría estos conceptos tardos e imperialistas, con tres palabras, ¡y me llegan! ¡Altanería, suficiencia e insolidaridad!

Los pocos universitarios, escasos, proporcionalmente casi inexistentes, de nuestro Marruecos, estudian en París… ¿Suben a Madrid, se quedan en Madrid, los de la Zona francesa? ¡Según me dijeron, que lo pregunté, ni uno! En esto siempre estuviste de acuerdo conmigo. ¿Y usted, señora? No quieren la tutoría de Francia, pero si son francófilos, por asimilación cultural; en cuanto a España pienso que se echan estas cuentas: “Si nos soltamos de la mano de Francia, la de España se retirará pronto, tentándose su bolsillo; y entre tanto, nos darán teta y abrigo cuando huyamos de las gendarmerías de sus rivales”. Ahora mismo, que pasé por delante de esa medersa de ahí arriba, y me resguarde en el quicio de su puerta, esperando que amainase este siroco…, les oí una arenga muy exaltada, que remataron con vivas a su malik, a su Rey, al auténtico.

-¿Y si te descubren en esa escucha? ¡Mira que es temerario! –Le advertí.

-¡Ignoran que les entiendo! Después de sus ahias, sí que me retiré, a toda prisa, pero desde más abajo me volví de reojo y he visto salir un grupo de mozos que tenían todas las trazas de no haber pasado de la azora ciento catorce. Tú, que eres otro iniciado, ya me entiendes!

Como le presenté un gesto de haberme quedado in albis, abrió sus brazos en ademán de impotencia:

-¿Que no, que no entiendes eso? ¡Pues ya verás cómo me entiende la señora Maestra, pues con los chupatintas no se puede profundizar! Más acá del Apocalipsis, los Hechos de los Apóstoles, ¿no? Pues más allá de la azora ciento catorce ya no tenemos Corán, mi inculto señor bancario!

-¿Bien, y qué; que prueba eso si no viste u oíste otras cosas? ¡Simples conjeturas de espión!

-No es que viese nada de particular, pero si yo tuviese confianza con ese Gali maldito si le preguntaría qué estudian ahí arriba, en la medersa, unos mozos en una escuela tradicional de niños. ¡Serán pruebas circunstanciales, serán; lo admito, pero huelen a conspiración…, y nuestra Policía, de cantina! ¡Con un musulmán de traductor, para más estupidez!

Ella:

-Hablad bajito, que por el hueco de estos patios se oye todo. Yo estuve oyéndoos desde la casa de El Gali, y tan clarito, que incluso distinguí la voz de Raimundo. En cuanto a Aisa pronto vendrá ella, que estaba haciendo un cuz-cuz, y me dijo que nos traerá una fuente de eso, así que hoy cenas con nosotros, si te atienden el faro…!

-Si que puedo quedarme, que ya le dije al Auxiliar que estaría con vosotros un buen rato.

Ya que Facal no tenía prisa, y el obsequio de la vecina podía tardar, me ocupé de darle cuerda, que además, con él, pocas vueltas se precisaban.

-¿A ver, señor Galdós, esa hipótesis, esos “Episodios”, que te estás inventando? En concreto, ¿qué?

-¿Hipótesis? Queridos amigos, aquí estamos metidos en las hojas de la Historia, de la Gran Historia, con mayúsculas; ¡y si no me creéis, al tiempo me remito! ¿Sabéis lo que es un guatán? ¡En su argot, un forastero! Así que juntemos las piezas: En la poca arabia que me sé, medio encogido, como dándole el culo a los vientos, esos “maestros” no salieron hablando en chelja… Ni su estilo ni sus ropas casan con las de estos ait-baamaraníes. ¿Vosotros distinguirías un grupo de madrileños paseando en Lugo por la calle de la Reina; o en Santiago, por la Herradura? ¡Pues eso! Luego están los soplos, las sospechas o noticias, que percibió ese mecánico que estuvo en la Zona francesa… Y tercero, que si, por poner un ejemplo, aquí viésemos salir un grupo de suboficiales del Casino de Oficiales, ¿no pensaríamos que estalló una revolución comunista? Lo digo así, -y se dirigió a Josefina-, para estimular la imaginación de tu marido, pues cuando le hablan de comunistas él piensa en bichos rabudos, con horquillas en las manos!


¿Qué hacer? ¡Lo de siempre, seguirle la corriente o taponarse los oídos, pues cuando Raimundo se subía al púlpito de sus disertaciones no quedaba otra solución! Pero aun así, le propuse el punto final:

-Siempre andas elucubrando… La soledad del faro te agrava. Esos que viste, y a los que escuchaste, o más cronológicamente, que escuchaste, y después viste, tendrían exámenes en esa medersa coránica… Bien sabes que para examinar en nuestro Patronato vienen profesores de Canarias, en un avión militar…; ¡pues esos de la escuela coránica llegarían de la Zona, tal que en la guagua de Ben Taky!

-¡No hay peor ciego que el que no quiere ver! –Me recriminó. –A los profesores de Las Palmas no sólo les he visto, sino que también les he olido, ¡que si vieras qué comida les puso el Manolo del Casino el día de su despedida! Lo peor sería que las langostas estarían mareadas, que traerlas en el Junker desde Villa Cisneros…! Pero lo demás, todo a punto; ¡seguro! Por cierto, que me quedé con las ganas de preguntarle, ya que, según tú dices, yo estoy de Inquisidor General en este Territorio, si la factura ponía algo así como, “Presentarla en Pagaduría, y pagarla con cargo al fondo de reptiles patrióticos”. Este paisano que tengo enfrente seguro que vio la factura, o el cheque, pero resulta que eres más calladito que el Maestro Mateo, por no compararte con El Gali. ¡Tú sabes de estos camuflajes; seguro que más que el propio Gobernador! A propósito: Como algún día te dé por hablar de los secretos, de los trapos sucios de Ifni, vas de culo, pues, como son tantos, y tan gordos, no te creerán ni los niños de las escuelas! Eso aparte de que tendrás que esperar a ser viejo…, ¡para que no te metan en la vieja cárcel del Amezdog!

Le hice un gesto, abriendo mis manos, para que me entendiese que yo…, ¡al margen! Pero él, como de costumbre, ni caso.

-Siguiendo con los del Instituto de Las Palmas, que aquí, a diferencia de lo que pasa en Lepe, los chistes no se cuentan, ¡se hacen! Dicen las malas lenguas, ¡que son precisamente mis mejores amigos!, que en el Curso anterior dieron “Notable” a todos los estudiantes que pusieron sus apellidos con un “de” de alcurnia. Pero este no es el tema, pues en materia de exámenes siempre se exageró para justificar los fracasos. ¿Y quienes fracasan? Bien lo sabe tu maestrita: ¡los holgazanes, que suelen proceder, o de las casas muy ricas, que tienen empeño en seguir siéndolo, y por ello, mandando, o de las más pobres y negligentes! Aquí lo nuestro, el examen que os propongo, es rotundo: ¿Esto es Marruecos…?

Mi mujer, siempre discreta y calladita, se permitió puntualizar, evidenciando que ya se estaba integrando en el Territorio:

-¿Cómo puedes tener esa duda? ¡Esto es distinto: Ifni es de Soberanía…; como Guadalajara, por poner un ejemplo, que también conserva el étimo, el nombre, que le pusieron los musulmanes: Wuad, río, de la jara, de los jarales!

Raimundo se rio, aunque discretamente, sin dejar de ser cortés:

-¿Eso es lo que pone en tus libros de Magisterio? ¡Pues menos mal que ya no estás ejerciendo!

En la confianza que tenía con Facal, le hice partícipe de aquella oferta:

-No estés tan seguro de eso, de la enseñanza, que nos llamaron del Patronato para preguntarle aquí a la Maestra si le interesa, para el próximo curso, la clase de Preparatorio, pues la Profesora que la lleva ahora se pasa al Grupo Escolar, que ya tiene ese nombramiento confirmado por Marruecos y Colonias.

-¿Aceptas, naturalmente?

-Tendremos que hacer números, pues si trabajo yo no le dan a mi marido en el Banco eso del Plus Familiar; y como hay muchos solteros, esos puntos son altos, mucho. Además tendríamos que comer en el Casino, así que poco remanente nos quedaría. Luego está que si tenemos niños, yo prefiero ser su maestra, en exclusiva, desde el primer día, que la buena enseñanza empieza en la cuna, pues los niños son muy receptivos, y el cariño que les entorna ya es una enseñanza…

Entendí que yo mismo debía explicitar aquella confidencia:

-Si aún pudiésemos salir todos los años de colonial, como hacen todos los Profesores, pero en el Banco tengo unas condiciones de consolidación muy estrictas, con sólo dos meses, y para eso cada dos años…, ¡que yo no soy del Gobierno, y ni siquiera un Técnico de Señales Marítimas!

Raimundo venía con ganas de bromear, y volvió a reírse:

-Estos gallegos siempre llorando…; ¡es lo que dicen de nosotros en Madrid, que nos viene la tristeza de pasarnos la vida debajo de los árboles, cuando no de los paraguas! Pero mi opinión es otra: Lloramos por todo como consecuencia o reacción de nuestra esclavitud congénita, que somos más sumisos que los moros… Digo, musulmanes, que ya conozco vuestra teima! Pero con estas quisicosas, aún no dije a lo que vengo: ¿Con este cariz marroquí, con el futuro que nos espera, me caso o no me caso?

Ahora la risa, la falta de contención, fue mía:

-¿Pero aún andas con esas vacilaciones…? Otras veces, porque esa Pino te enloquece y te persigue; y ahora sales con estas prevenciones por la presencia de refugiados de la Zona…

-No, no es por ahí, que era una broma de las mías. El hecho real es que acabo de recibir este radio de Iruña, que está de colonial, y se dio una vuelta por Galicia, que le propuse hiciese un alto en la gloria, que se tumbase en nuestra alfombra, en la verde...; y también en nuestras playas de nácar. Aquí le tenéis: Dice que se trae a mí madre, ¡y que estarán aquí pasado mañana!

-¡Oh; qué sorpresa tan agradable! –Josefina encantada por la noticia- Eso quiere decir que ya está bien… Las cosas psíquicas es lo que tienen, que un simple empujoncito puede cambiar la dirección y los ánimos de una persona. Ni que decir tiene que me ocuparé de ella como si fuese mi propia madre… Y aunque tú eres un tanto gamberro, yo estoy segura de que eso te viene por parte de padre…

-¿De mi padre? ¡Seguro que no! A mí, si algo tengo de mala leche, me viene de aquellos pastos del Seminario santiagués, que tanto buscaban tréboles de cuatro hojas que me apachurraron…, ¡pero de no ser por su integrismo, yo iba para Santo!

Josefina le pinchó, en vista de sus jactancias:

-¡En soberbio le ganas a Satanás…!

-¿Yo? ¡Yo soy el mejor de cuántos hijos tuvo Mahoma…, que no tuvo ninguno! ¡Ya veremos, algún día, que huríes me depara…, en compensación!

-¡Calla, chalado, que llaman a la puerta, y seguro que es Aisa, con su fuente de cuz-cuz! ¡Id poniendo la mesa…!

Raimundo se hizo el escandalizado:

-¡Sargenta! ¡Poner la mesa es cosa de mujeras…!

Pero ella se lo tomó a lo que era, a broma:

-¡Machistas; moros anticuados!


Al día siguiente, cuando volví del Banco, con tanta fatiga como hambre, me encontré con “mi” cocinera canturreando mientras volteaba una tortilla tan amarilla que ya parecía de oro:

-¡Estás eufórica, y lo celebro, pues para tormenta la que traigo en mi cerebro, saturado de números, de cálculos! Esto de Ifni es como un molino harinero, pero en vez de trigo aquí molturamos pesetas: la harina para los moros, y el salvado para nosotros, que vaya forma de evaporarse los billetes, que tal parece que los entierren!

-Esta tortilla…, son huevos traídos del interior, gallinas alimentadas con cebada…, que me los trajo esta Aisa, que es un cielo de vecina! ¡No sé en qué podré corresponderla! Lo otro es…; lo otro, que este Territorio es una caja de sorpresas. ¡Ya verás cuando te lo cuente…, después de comer!

Los filetes, al contrario de la tortilla, estaban durísimos, incomibles; carne de camello, por supuesto. Y de postre, higos chumbos, sabrosos y refrescantes, pero con una piel espinosa, incomodísima.

-Es que no empané los filetes, como otras veces, porque desde que vine del Zoco me pasaron muchas cosas; y para no demorarte la comida…

-¡Espero que buenas…!

-¡Verás! Primero, que me encontré con un aguador tan pequeño, tan niño, que para bajar los cántaros de su burro le tiene amansado para que doble las patas delanteras; algo así como hacen para barracar los camellos. Como veía que ni casi puede con los cántaros, le ayudé a pasarlos a la cocina, y allí empezó nuestra confianza. Te lo contaré tal cual:

-“Señora, tu no estar española”.

-¿Por qué lo dices?

-“¡Tu no tener la fantasía española!”

Debí poner cara de necia puesto que se puso a explicármelo:

-“Tu estar musulmana porque ayudar niño musulmán. Tu quif-quif mi madre, porque ella también hacía mucho trabajo…”

-¿Y luego, tu padre?

-“Mi padre estar soldado de Tiradores, pero ya no ser mi padre porque morir madre y el casar con mujera que no quererme. Por eso irme con gente de mi madre, otra cabila, Mesti. Padre comprarme burro y cántaros para que yo trabaje, ¡y safi!”

-¿Y no vas a la escuela, ni a la tuya ni a la nuestra?

-“Mi no sabe cómo hacer para ir a la española”

-Pues, mira: cuando empiece el próximo curso, tienes que acordarte de venir por aquí, que yo te presentaré a los maestros. ¡Ya verás cómo te admiten en la escuela; y también apreciarás que te van a querer como si fueses español! Aprenderás muchas cosas, que tienes cara de listo. ¡Yo lo sé, que soy maestra!

-¡Entonces yo ir escuela tuya!

-No, hijo, no puedes porque…, porque yo no soy del Gobierno. No tengo escuela aquí, por el momento!

Al desilusionarle, me puso peor cara, ¡como si fuese culpa mía no tener escuela! Así que, para cambiar de conversación, le pregunté su nombre. Me lo dijo, pero ya no lo recuerdo, que tiene no sé cuántos Ben, y Mohamed. Después de eso le mandé sentarse aquí y le puse un chocolate con pastas de esas que trajiste del Café de la Gloria… ¡Si le vieses, qué contento y qué agradecido! Repitió no sé cuántas veces su Baraka-lofic, e incluso me pareció que quería besarme en las mejillas, así, por los gestos que hizo. De lo que me arrepiento es de no decirle que se lavase aquí, con jabón, que le hacía buena falta. ¡Ah, y también me preguntó si yo “estar madre”! Al decirle que aún no, su respuesta fue algo así como recriminatoria:

-“¡Tu no estar madre; tú no tener escuela; tú no chau-chau Casino…! Precisas hijos, para no estar aquí, sola, triste, sin familia…”

-Maridiño, me enterneció tanto, que le prometí ser su segunda madre. Tanto, que le dije que venga por aquí a menudo, que siempre le haré chocolate, o café con leche condensada; ¡lo que tenga! Así cualquier día conocerás a nuestro hijo adoptivo, y seguro que le aceptas como tal, por lo agradecido que es…, ¡y tan pobre!

Un Banco imprime carácter, carácter receloso y prudente, así que me permití prevenirla:

-Hiciste bien, muy bien, pero ten cuidado, pues con tanta necesidad, en un descuido tuyo, nos puede robar algo; ya sabes lo que dicen de esta gente, que les das un dedo y te cogen la mano…

-Marido, decir, dicen, pero si les diésemos otro trato, y no este de feudales, hasta nos besarían los pies. Estamos dando a manos llenas, sí, pero damos a los que nada necesitan, a sus Notables, a sus principales, acaso para que ellos controlen, dominen y nos sometan a los otros, política al parecer heredada de arriba, del Protectorado… Esta pequeña conversación con el niño aguador me hizo entender la filosofía de Facal con respecto a las Colonias.

Pero aún hay más, que me habló de ti, que te conoce, y te describió tal y como si fuese a pintar tu retrato. Deduje que nos observan, a todos, mismo desde que aterrizamos. En cambio, a nosotros, todos nos parecen iguales, y a todos les llamamos un tanto despectivamente “Mohamed”, o “Fatima”. Al marcharse me prometió que no volveremos a quedarnos sin agua “lu”, que el vendrá por aquí cada dos o tres días para traernos una carga; y también que en las mareas bajas irá al acantilado, a no sé dónde dijo, y nos traerá en su burro las ollas del agua llenas de percebes.

-Cariño, de eso tienes que decirle, el primer día que vuelva con agua, que yo no quiero percebes, que no me gustan; y además, que son malos para la tripa. ¿Sabes lo peligroso que es para un niño, y máxime si va solo, arrancar los percebes de esas rocas del acantilado, tan batidas y tan resbaladizas? ¡Por Dios, no te olvides; no quiero asumir ninguna responsabilidad en nada de eso!

-¡Bien; me acordaré! Pero ahora tengo otra noticia, otro episodio de estos dramas ifneños. Cuando ya me quedé tranquila, con las ollas de agua en casa, y llené ese filtro de piedra…, se me ocurrió visitar las señoras del Suerte Loca, que siempre son tan amables con nosotros; y por las tardes es peor, que bien sabes que tienen mucha gente, las camas y todo eso; pero no fui muy oportuna porque el Alí Ahmed se cortara un poco en los dedos, y ellas estaban poniendo las mesas. Me presentaron a una señora que iba a despedirse, porque salen de colonial… Su nombre también es gallego: Teniente Castro. Así, por la edad de ella, su marido debe ser de los de cuchara. Me preguntó por una fonda de confianza en Lugo, y le di las señas de La Villa de Meira…

Me vine con ella, que viven aquí abajo…; ya te diré dónde. Pero la noticia viene ahora: ¡para que veas lo pequeño que es el mundo! Estando en la puerta de su casa llegó un cabo primera, con leche y verduras de la huerta de Tiradores para su teniente. Entonces le dijo ella:

-“Cabo Val, ¡esta señora también le es de Lugo!”

-“¿De Lugo?”

-Sí, soy de Lugo; ¿y usted, entonces, ya que le extraña, de donde es?

-“¡Pues le soy de Castroverde!”

-¡De Castroverde es mi marido; y yo también conozco un sastre de por allí, que lleva su mismo apellido!

-“¿Un sastre, de veinte y tantos años…? ¡Es mi sobrino!

Había conseguido intrigarme, pues también yo conocía aquellas personas, así que le pregunté por el final del incidente:

-Poco más, que a mí se me ocurrió decirle que la diáspora gallega seguramente sea más universal que la judía, pero puso cara de no entenderme, así que me despedí diciéndole al cabo, que evidentemente es un degradado; un degradado, no: un desgradado, dada su edad, que te venga a ver, y le indiqué cual era la casa.

-¡Vaya, vaya! Pues a ese cabo poco le falta para ser de la quinta de mi padre…

-Desde que se alejó, me dijo la mujer de ese Castro, la del teniente, que el Val estuviera destinado en Ourense, y que allí se casó; que tienen una niña de corta edad. Que había hecho no sabía qué tontería en una borrachera, y que por eso lo degradaron, de sargento a cabo. ¡Ya sabes, cosas del Código Militar! Que llevan aquí desde entonces, para beneficiarse del plus, y todo eso. Después ella me confesó que estaba arrepentida de habérmelo presentado pues dijo que le notara como vergüenza, y que sería por lo de ser solamente cabo. Yo le respondí que cada uno es en la vida lo que puede, y no lo que quiere. Basta con que ese cabo tenga tal complejo para que debamos ser amables con ellos… ¡Como ves, te estoy llenando la casa de visitas!

Y hacía bien, que Ifni, suprimiendo las visitas y demás alternes sociales, al menos para los civiles, puesto que estábamos en minoría, y generalmente muy bajos de escalón, aquello sería, en palabras de Raimundo, el subterráneo del castillo de If, que no el de Ifni!


Doña Amalia

Volviendo del aeropuerto en nuestro fotingo, que los Facal se fueran al Faro en el panzudo Chevrolet de Raimundo, adquirido al Maestro Juan por treinta mil pesetas, de las de entonces, que ya era un precio para aquella mole de chatarra con olor ácido, ni se sabía a qué, pero el Farero sostenía que olía a “vírgenes francesas”, lo primero que le comenté a mi esposa fue:

-¡O mucho me equivoco, o tenemos mujer para poco, y eso que dicen que no tengo ojo clínico!

-A mí me pareció una moza: algo curtida por sus padecimientos, pero moza; y muy feliz de venirse con su hijo.

-Eso, sí; pero tiene los ojos apagaditos, con poco brillo…

Me censuró:

-Eres injusto; ¿cómo va a tener sus ojos después de lo que llevará sufrido y llorado? Si yo llegase a tener un hijo a punto de cantar Misa, y me lo echaran del Seminario, me moriría de vergüenza y de tristeza, ¡al momento!

Mi parecer, en eso, divergía:

-El sufrimiento ahonda los ojos, pero no los apaga; se apagan con las enfermedades del cuerpo, pero no con las del alma. ¡Los sufrimientos del alma la pulen; y como la cara es el espejo del alma…!

-No digas bobadas, que tú de salud no entiendes cosa, que si algo entendieses no harías esa burrada de beber agua fría cuando sudas; y tampoco eso de comer tan a prisa, que más parece que engulles; y cosas por el estilo, con las que abusas de tu fortaleza de chicarrón de las montañas!

-De medicina sé algo que no saben todos los médicos: ¡sé ver en los ojos!

-¡Pobrecillo, con lo miope que eres!

Discutimos un poco:

-Más miopes son los que no ven, o no quieren ver, las cosas, lleven gafas o no. A mí me enseñó mi abuelo a reconocer el ganado mirando las reses a los ojos, que fuera del alma, en eso coincidimos todos los animales: ¡Ojos apagados, poco sanguinos, como tristones, como las hojas del castaño por San Andrés, invierno en puertas, muerte rondando!

-Doña Amalia se repondrá aquí, que ya verás cuanto animaré en ella: Un día sí, y otro no, bajaremos al Parque de Las Palmeras; la llevaré al Casino, la llevaré…

-Sí, a los bailes; y de paso le enseñarás a cruzar las pierna, por si queda algún viudo en el Casino…, agotadas las cuñadas!

-¡Ya que no tienes formalidad no sigo con este tema! –Se enfurruñó.

-Mejor te será, que ya llegamos a casa, y aún tendrás algo que hacer en la cocina…

-Ahora, no, que es muy tarde. Abriremos latas, en castigo por venir a cien desde el aeropuerto, y eso sabiendo que me mareo con facilidad. ¡Después dices que tenemos que mejorar de coche!

-No pasé de las sesenta millas…; y para otra vez fíjate mejor en este relojito, que es tan cierto como el Gaiteiro de Lugo!

-O mientes, o es que también me cansan los ojos, que por veces me siento aplanada, así que igual estoy enferma…; yo también!

-¿Tu, enferma? ¡Tú tienes ojos para largo; algo pequeños, pero de larga vida! Este aplanamiento que dices es por culpa de los sirocos, que en esta estación aún bien no salimos de uno cuando llega el siguiente.

-Pues mira, señor curandero, eso me alegra, que no me haría gracia dejarte viudo en un país de cuñadas tan…, pirixeleiras!

-¡Condenada, qué mal me quieres!

Ya en casa, Josefina:

-Me estoy acordando de que Facal nos tiene hablado de su abuela…; ¿con quién se quedaría, ahora que vino doña Amalia?

-Se refería a la paterna; pero es igual, que también se le fue al Cielo, hará…, cosa de tres meses. Acuérdate que anduvo unos días de corbata negra, pero como aquí nadie la usa, ni negra ni blanca, que aprendimos de los legionarios a andar despechugados, pues eso, que se la quitó! Creo que sólo lo comentó conmigo, además de su troika, supongo, y para eso en plan de confesión. Me dijo exactamente, medio en serio y medio en broma: “Chacho, estoy condenado a quedarme sin familia, y creo que fue por el pecado de venirme a Ifni, así que voy a ofrendarles un ramadán, una luna completa de ayuno. Y si me preguntan por qué llevo corbata negra, les diré que estoy de luto por…, por el entierro de la sardina!

A todo esto yo le rebatí que ya nadie se acuerda de cuando estaban permitidos los carnavales, que entonces, en algunos puntos de la costa, plañían por la sardina, pero este cura malogrado tiene dialéctica para todo. ¿Sabes qué me dijo? Pues que, “en parte alguna hay motivos como aquí para llorar por la sardina puesto que teniendo una pesquería histórica, y un riquísimo banco de pesca a lo largo de esta costa…, España permite que los moros desnutridos se hinchen a chumbos, cuando nuestra obligación era construir un puerto y ponerlos a pescar; darles una caña, mejor que un pez; o borrar de la Historia eso tan cacareado de la Pesquería de Santa Cruz de la Mar Pequeña!

-¡Qué raro es ese hombre, tu amigo!

-Pues yo tengo mis dudas de si no será él, Raimundo, el único cuerdo de este país de ficciones… En todo caso, el loco será Franco, que si llega a tener un Imperio como el de Felipe II, convertiría sus territorios en cuarteles…, ¡y que el rancho cayese de las nubes, cual maná!

-¡Si es así, estamos bien; estamos en la torre de Babel, o en un castillo de naipes!


Xoá

Aquel día tuvimos Inspección en el Banco, y llegué a casa a deshora. Mi mujer había atisbado por las cortinillas de la puerta, y me la abrió antes de que yo sacase mi llave.

-Estabas tardando, que hoy tenemos invitados a comer, y a mi Xoá se le sumirá el estómago.

-¿Xoa? ¿Esta niña de dulce mirar, con estos ojos tan negros y tan brillantes, es Xoá? ¡Esta sí que rebosa salud!

-¡Si, señor; mi estar Xoá!

Me encantó aquella cría. ¡Dios, como me tardaba que llegasen los nuestros; y en aquel momento más que nunca!

-¡Encima de guapa, -la dije, con un beso-, no eres vergonzosa! ¡Un encanto! -Y a mi mujer: -¿No irás a proponerme que la adoptemos…; simbólicamente, claro?

-Ya la tengo adoptada, a mi manera, que voy a ser su maestra de castellano. Ya te das cuenta de que es la hija de El Gali y de Aisa, que me la dejarán traer de vez en cuando para que se vaya acostumbrando al habla y a las costumbres españolas.

-Mi querer flan…

-No se dice “querer”, sino, “quiero”. Por favor, quiero, o me sirven, flan.

-¡Cállate, bruto, que esta niña es cosa mía! Para los cinco años que tiene, lo hace de maravilla. Si, ricura, sí; tomarás primero el flan, que en tu buchito poco más cabe; ¡y no es cosa de imponerte un orden de comidas la primera vez que vienes a esta casa! A ver, mí solete, ¿te gusta?


-Sí, mucho; estar misiano…

-¿Pero, quien le enseñó todo eso?

-¡Quien iba ser, su padre; recuerda que trabaja en la Policía!

-¿Y tú cómo te entiendes con su madre, con esa Aisa?

-¡Uf; muy mal, que ella aún sabe menos que su hija! Para que entendiese que le agradecía aquel cántaro de agua, y también los cuz-cuz, les hice un flan, como este. Tanto les gustó, que ayer vi al Aisa en su azotea, ¿y sabes cómo me dio las gracias? ¡Pues chupándose los dedos, y diciéndome, “Flan misiano; culsi misiano; ¡baraka-lofic!”. Yo rompí a reír, de tanta gracia que me hizo, pero ella no se enfadó, y me hizo señas de que pasase a su casa; ¡pero lo que sigue no lo adivinas en diez años!

-¡Venga, que ya empiezo a contarlos: uno, dos…, diez! ¿Te invitó a un Jerez?

-¡Que va: en eso, al menos en eso, son coránicos, musulmanes al cien por cien!

-Coránicos serán, pero esta niña está vestida a la española…

-No levantes el telón, que aún estamos en el entremés. Me regaló esta esclava de plata; ¿qué te parece?

-Si lo hizo como subordinación hacia nosotros, me parece mal, muy mal!

-Este no es el caso, que te son ricos; al parecer, mucho, pero sin llegar a ese status que llamáis de los Notables; y luego que tienen una gran dignidad. ¿No ves a El Gali, lo empetusado y bien vestido que anda siempre?

-¡Siendo así…!

-Me da la espina que estaban rabiando por hacerse amigos nuestros, así que no voy a ser menos afectiva que la Aisa. Le pedí que me confiase la niña para todo el día, y eso les agradó, visiblemente; así que aquí la tienes, estrenando este vestidito de corte europeo, que se lo merqué en la tienda de Pili Rámiz; lo compré cuando la llevé conmigo al Zoco…

-¿No les parecerá mal que la españolices?

-¡Qué va! El Gali vino del Norte, que por eso es intérprete; están muy…; ¡son muy cosmopolitas!

-Y que…; qué dijo Aisa al verla con ese vestido?

-Eso será a la noche, que aún no se la mostré, que primero tenemos que presentarla en sociedad…

-¿No estarás pensando en llevarla al Casino…? ¡La haces buena; piedra de escándalo!

Me hizo un guiño:

-Discreción, niño, que es muy lista, y no le quiero meter complejos, antes bien, quitárselos, o evitar que llegue a tenerlos. Esta Xoá, mientras la lleve yo de mi mano, es mía, mi hija adoptiva, ¡y el que no esté a gusto, que se ponga!

-Yo no iré contigo…, para llamar menos la atención…

Pero ella denegó:

-¡Vendrás, pues a los adoptivos los adopta el matrimonio, de común acuerdo!

-¡A tus órdenes, mi Fátima von…, Gómez!

-¿Tú crees que la Fátima del Cancela haría otro tanto?

-No, mujer, que esa está recién ascendida, y hace como los judíos conversos: ¡no se contamina! Pero en lo de mandona…; ¡en eso te aproximas a ella!

-Venga, muda de cara, pon la otra, la de las fiestas; y aprende de este ángel, que es todo dulzura. ¡Merece ser presentada más arriba del Casino, en El Pardo mismo! Y ahora, mientras recojo, enséñale a jugar; por ejemplo…, ¡al tres en raya!

-¿Con qué?

-¡Venga, discurre, que ese es el juego más fácil del mundo: a ella le das tres monedas, y tú juegas con tres judías!

Aquella promesa de princesita mora, políglota y cosmopolita como su padre, me dio qué hacer con el “tres en raya”, así que di un salto en vacío y le presenté aquel ajedrez que me había llevado mi novia de parte de no sé qué pariente…, “que en el aburrimiento de Ifni os será muy útil”, ¡y adivinó! En el vacío no fue, porque la niña les había visto piezas semejantes a sus padres, aunque las llamase de otro modo, para mi ininteligible.

Después, en el Casino, todas coincidieron en preguntarle a mi mujer si aquella niña, tan morenita y tan risueña, era sobrina nuestra.

Como insistiésemos en que era una morita, hija de una vecina, todas coincidieron en creerse que la levábamos así, disfrazada, por ser lunes de Carnaval, pues aunque estaba prohibida su celebración, en el Casino se permitía alguna que otra extravagancia.

-Me daba en el cuerpo que aquí no iban entender tu gesto de fraternidad y de solidaridad, ¡y, ya ves!

-La obligación de todo maestro en enseñar manera al que no sabe. –Ella, muy rotunda y satisfecha de su acción.

-¡Será, mujer, será, pero en esta escuela casineril tú no tienes categoría, ni autoridad, para predicar con el ejemplo! Aquí, en esta academia, tú no eres ni siquiera un bedel; ¡y menos mal que lo tomaron por una carnavalada!

-¡País de ciclóstomos; pesquería de Ifni!

-¿Cómo sabes eso?

-¿Y luego qué dijo Simón, aquel día que estuvisteis hablando de que estaban apagándose, pasadas de moda, las novatadas?

-¿Que no hay novatadas? ¡Estábamos equivocados, pues la tuya de hoy es de las que pasan a la Historia, a la de mayúsculas!


Purgatorio de pecados ajenos



No, no estaba el purgatorio en el Casino; ¡el Casino ya lo era en por si, de propia naturaleza, pues, como todo mentidero que se precie, allí, en sus parladoiros, se analizaban y purgaban toda clase de culpas, imaginarias o reales…, con tal de que fuesen del próximo!

-¡Hola! ¿Qué tal?

-Ya nos tardabas, que Nedy tiene prisa, pero esperamos por vosotros, pues haremos falta todos…

-Es que una laconada con grelos, traídos en avión, aquí, a las puertas del desierto, y además en plena Cuaresma, requiere sobremesa, café, copa y puro.

-No nos entretengas contándonos vuestros pecados mientras el Padre Santiago está en el Purgatorio…, ¡por los ajenos!

-¿Qué dices; murió…?

-¡Poco menos! ¿Pero, luego, no sabéis nada?

-Ya os explicaré después lo que pasa…; de momento le tenéis que firmar a Nedy estos pliegos!

-¡Si, si, firmadme aquí, pues como dicen los protestantes, es por una buena causa!
Por mi parte, un poco mosqueado: ¿sería una broma, otra?

-¿No será una carta de crédito? ¡Mirad que yo suelo leer antes de firmar, y a tal momento traigo la vista nublada!

-No seas ganso, que esto es muy serio. ¡Se trata de salvar al Padre Santiago!

-¡Hala, ya está; ya nos tienes cogidos…, y eso antes de informarnos!

-El número de tu tarjeta, para ponerlo debajo de la firma…

-¡Vaya despiste de la Policía: Te pusieron que perteneces a la cabila de El Mesti!

-Ya me fijé en ello, pero no tiene importancia, que así me haré pasar por nativo…, ¡si llega a ser preciso!

-¡Hala, me voy; y gracias por todo; que Dios y la Santina os lo paguen! Si logramos algo, habrá que celebrarlo con cohetes…, si antes no nos echan del Territorio!



-¡Estuviste torpón con Nedy!

-¿Y tú qué sabes cómo vengo de esa jalufada que celebramos los ex de Suerte Loca! Los grelos estaban macanudos; tan frescos como si los cortasen en esa huerta del Gobierno, pero lo cierto es que procedían de Monfero, vía Madrid, que se los remitió a Regueiro un amigo suyo que es asentador en un mercado de Madrid. ¡Toda una operación logística para que esos greliños emigrasen a Ifni! Pero, dime, ¿quién es esa Nedy, y qué pinta en esta recogida de firmas? ¡La torpona fuiste tú, que no me la presentaste!

-Di por sentado que os conocíais, de tanto que anda por la Parroquia…
Nedy, Enedina, es asturiana, casada con el Capitán Valdés, ese que está tan mal visto aquí en el Casino porque dicen que no tiene dignidad de Oficial, que incluso les ayuda a sus soldados, plantificándose un mono, cuando reparan motores. Quiero cultivar su amistad, que él es muy serio, pero ella un encanto de mujer… Eso si seguimos aquí, que con estas firmas…, ¡ya veremos!

-¿Si seguimos aquí…, el purgatorio del padre Santiago…? ¡Pildain, Pildain, en qué dilema has puesto al pobre, al obediente franciscano! ¿Qué traman con estas firmas, firmando tanta gente en blanco? ¡Ya lleva un montón de folios, que por eso ni vacilé!

-Los mártires nunca preguntaron por las consecuencias de su fe.

-¡Mira que si nos pasa algo, yo vuelvo para Madrid, y tu tendrás que pedir una escuela…; como poco, en Vallecas!

-Malo será, que entonces tendrán que expulsar a cien personas…, y no cabemos en los DC-3 de Iberia!

-Al grano, que me estás cortando la digestión: ¿Qué se pretende lograr con esa recogida de firmas, tan en silencio, casi clandestinamente?

-Ya sabes que este lío vino por una “cuñada”, como las llamáis los de tu pandilla. El padre Santiago la saltó en el comulgatorio, ¡y nada menos que en Misa Mayor, en la de autoridades! No se sabe muy bien el motivo, pero no sería por pecados confesados, que en ese caso ya los habría perdonado. Lo cierto es que aquí no se produjo aquello que le dijo Santeuil al arlequín Dominique, de, Castigat ridendo mores, ¡Corrige las costumbres riendo! Están de por medio esas pastorales tan drásticas del obispo Pildain, de Canarias… Yo pienso si no sería porque ella fuese sin medias, o por el escote, o lo de ir pintadísima, o…, o algún pecado que le conozca el fraile, y que no le fue confesado. ¡El caso es que se la saltó, ante toda la élite de este Ifni de nuestros pecados!

-¡La saltó en público, que si llega a ser en privado igual le daba un beso, por pintarrajeada que estuviese! -No seas malo, ni digas parvadas; el padre Santiago, pobrecillo él, es un santo. ¡Demasiado santo, y demasiado obediente, que de ahí le viene este follón!

Aquel caso, aquel incidente, pasaba de simple anécdota pues alcanzaba categoría de cisma: había dividido a los creyentes, ciertos o supuestos.

-Me parece que puedo adivinar el resto: Ella no se confesó con el padre Santiago, pero sí lo hizo con su cuñado, y dada su soberbia jerárquica…

-¡Más o menos, que por ahí debe ir la cosa! El problema, o acaso nuestra oportunidad, está en que el Alto Mando no guardó el secreto, y se jactan de que el “Torquemada”, que así le motean, acabará en la hoguera; y que se cerrará la Misión, que ya el Nuncio les dirá a los franciscos, como tú les llamas, que vayan misionar al Polo Norte, que allí las mujeres andan bien tapadas…, y que la subvención del Gobierno pasará a otra Orden más…, más digna!

-Más digna que la Franciscana, imposible! A esa prójima, que ya sospecho quien fue, cuñada de alguien que es muy probable que algún día le veamos de Ministro del Ejército, aunque nosotros no estuvimos en esa Misa…, ¡la que nos perdimos por ser madrugadores!, habría que hacerle como dicen de la loba en mi pueblo: ¡casarla!

-O entregársela al Chelja…, ¡si es verdad eso que dicen de cuanto le gustan las españolas! Desde luego, esa chica lo pasa mal con este calor africano; ama tanto el fresco, que no lleva encima ni un metro de tela!

-¿Es tan fresca…, o va tan fresca?

-¡Va! El verbo ser sólo lo puede conjugar Dios, que los demás no somos quien para entrar en su conciencia.

-¡Pues el Padre Santiago sí que entró en ella, pues, de facto, la excomulgó! A mi entender, al que había que expulsar era a Pildain, por negar las comuniones, pero con ese no se atreve ni Franco…

-Lo que yo sé, y como Nedy sabía que lo sé, no se paró en darte información, es que esas firmas las llevará a Madrid alguien de su confianza, acaso su propio asistente; en Madrid, redactarán una súplica al Nuncio, para encabezar las firmas, exponiendo los méritos de los franciscanos en Marruecos, y particularmente los del padre Santiago, que estuvo en el Norte, y siempre fue muy querido y respetado por los nativos…

-¡Mira tú por dónde esa “cuñada” le dará a Franco una ocasión para tirarle de las orejas al Pildain!

-Me hablas en chino.

-¡No, en gallego! El que no sabe Historia mal puede entender el presente… Pildain, en una visita que hizo Franco a Las Palmas, guardó en su limosnera las llaves del pórtico de la catedral, y se fue, corriendo o en su Mercedes, que a todos los obispos les dio Franco un Mercedes, ¡a cambio del palio!, al santuario de la Virgen del Pino, donde dice Raimundo que se pasó tres días rezando: “¡Virgencita querida, que en estas Islas ya tuvimos bastante con los Godos sin que ahora venga un Franco a reconquistarlas…, y para eso, bajo palio!”.

-No tomas en serio esta situación, y eso que es grave. Por mi parte te aseguro que casi lloramos, juntas, Nedy y yo, pensando que será de nuestra Misión si echan a los franciscanos. ¡No hay otra Orden que dé tanta ejemplaridad a los nativos, y eso sí que es misionar!

-Mujer de poca fe, -y se lo dije muy en serio, ahora sin picardía alguna-, la nave de Pedro no se hunde, ni en el Tiberiades ni en esta Mar, sea Pequeña o Grande! Coloma será lo que sea, ¡y va a más!, pero su fajín nunca alcanzará la dignidad de un cordón franciscano!

-¡Que Dios te oiga!

-¡Oír, me oye; el caso es que me escuche, que ya sabes que suele escribir derecho con renglones torcidos!


¡Ni firmas, ni letrados con puñetas bordadas, ni estameñas de humildad franciscana! Para Ifni, como consecuencia, fue otra Orden, la de los Oblatos. Lo que no se dijo, lo que no se supo, fue si la Iglesia, la Iglesia con mayúsculas, tuvo horror al vacío, o a perderse la subvención de Marruecos y Colonias, que en aquella ocasión fue alzada, multiplicada!

Se fueron los franciscanos, en efecto, que de nada les valió la coincidencia onomástica del Gran Jefe. De inmediato, por supuesto, se ampliaron en el Territorio los escotes y los carmines, que aquello se convirtió en un rosal; pero lo que nadie volvió a ver en Ifni fue aquel prometedor espectáculo de docenas y docenas de moritos, pringosos ellos, llagados ellos, algunos con glaucomas, apestosos a mugre, nauseabundos por el ácido de las descomposiciones intestinales que les producían sus atracones de higos chumbos en sus barriguitas vacías y fondonas, todos ellos, a hecho, besándoles la mano a los “Padres” franciscanos, tan bondadosos ellos, que si más no compartían era por lo escasos que vivían. Por tan “Padres” les tenían, que incluso le llamaban así, “Padre”, al hermano lego, a fray José.



Los terciarios, días antes de la expulsión de los franciscanos.


Primera colonial

El gran problema en la aclimatación de doña Amalia fueron sus pecados ya que le dio por cogerles tirria a los Oblatos, que no le ponían penitencia adecuada, que no le reglamentaban su vida espiritual, que eran tolerantes con el pecado, y por ende, con los pecadores, que si…; ¡en definitiva, que no valían para confesar almas timoratas! Consecuencia de todo eso fue que el hijo la tuviese que llevar los sábados a la capilla de Tiradores para que el páter Pumariño la riñese tal y como estaba acostumbrado a hacer con aquellos soldados que se aficionaban a los pecados morunos. De las penitencias del páter nunca se quejó, cosa de la que habría que deducir que el Capellán Pumariño era, fue, más psicólogo que los Oblatos.

-Mamá, -le propuso Raimundo, -estos amigos salen de colonial, para la semana próxima. ¿Quieres irte con ellos, y estás unos días en Coruña, con tu hermana, que allí hay muchas iglesias y puedes confesarte siete veces a la semana?

Josefina, encantada de llevarla:

-Si, señora; anímese, que va y vuelve con nosotros, que los del Banco sólo tenemos media colonial, así que regresamos en dos meses. Y luego que como no tuvimos viaje de bodas, aprovecharemos este para estudiar Galicia, en especial sus aldeas, que son otros tantos retazos de lo que Dios conservó de aquel paraíso terrenal.

-Mujer, gracias, pero yo entiendo a mi hijo, este hijo que iba para Cura, y ahora se cansa de llevarme al confesor, una vez a la semana, que por eso me quiere enviar a Galicia… ¡Yo tengo mucho de que arrepentirme, pues por vivir en pecado con mi hombre cuando engendramos a este hijo, nos nació pecador, tan pecador que ni en el Seminario le quisieron!

-¡Mamá, tú ya eres suficientemente santa, pues sólo una santa puede opinar así del Seminario!

-¡No hijo, santo ninguno de los dos, que también tengo el pecado de no hacer buena de ti, que aquí le tienen, que en vez de salir a la calle y verse con estos musulmanes para hablarles de Cristo, en vez de todo eso lo que hace es traerse aquí, al faro, a ese maldito cura de ellos, a ese faquih, y entre todos se pasan el día hablando de ese Alá, ¡que no es de allá, que es de lo más terrenal!

El hijo, insistiendo y aclarando:

-Pero, naiciña, eso de Alá es otro de los nombres del mismo Dios, un Dios único, pero visto de otra forma, con otra mentalidad, tal que llamarle al nuestro Jehová, o Creador, o Sumo Hacedor, o…, ya no sé qué, pues contigo hablar de religión también es pecado!

Al fracasar en nuestra propuesta, la machacó mi mujer:

-Mire, señora Amalia, como ya lleva aquí algún tiempo, le conviene cambiar de aires; ahora se puede venir con nosotros, y así va experimentando donde se siente mejor. Ya sabe lo que dicen, que en la variación está el gusto…

Pero a ella todo le servía para no desasirse de su hijo:

-¡Con vosotros no puedo ir, que vais de luna de miel!

-¡Uih, donde va eso, con el tiempo que llevamos de casados! Lo de ahora es un sucedáneo, una ilusión que intentamos recuperar; en cierto modo también es un pecado, un pecado de orgullo, algo así como una venganza secreta contra aquel señor de Madrid, aquel que nos obligó a casarnos sin boda, por poderes…

-El pecado sería vuestro si ahora, con dinero y un hijo, no le dais la vuelta al tiempo…


Aquella idea de la patrona me gustó, que incluso sentí el remordimiento de no haberla tenido yo mismo, que le debía a mi mujer una satisfacción por lo que sufrió, por su desilusión, con la imposición de un negrero-jefe, así que la hice mía:

-Señora, si quiere, se viene; y si no le apetece, no, que su hijo no la quiere echar, sino al contrario, que está dispuesto a padecer su ausencia para que usted mejore, y se distraiga, por lo menos, temporalmente. Con esto sentado, aquí sobran melindres, que bien puede entender que ya la consideramos de la familia. Y de eso de nuestra luna, aunque sólo tenemos dos meses, nos da tiempo para recorrer las siete provincias Gallegas. ¡Haremos caso de su idea!

-Pero le son cuatro, y no siete, aunque yo sólo conozca algo de Coruña.

Su hijo:

-Mamá, no le enseñes a contar a un bancario; lo de siete, es que siete fueron…, en el Antiguo Reino de Galicia!



Ella porfió en lo de que el páter Pumariño le entendía bien su alma, y que ya le preguntaría si era pecado oírles hablar de ese Alá; que en todo caso, mientras ellos discutían con aquel faquih, profesor de árabe, rezaría rosarios pidiendo por la conversión de aquel Mohamed. Así que tuvimos que partir sin ella, atravesando la Zona ex -francesa en un nuevo, y amplísimo coche, ahora un De Soto de 20 HP, con el que sustituimos nuestro, minúsculo, inicial, Austin A-30.



Nuestro De Soto, el día que lo probamos y compramos, aún con matrícula del Marruecos francés.

Nuestro paso por lo que fuera Marruecos francés fue una odisea tan amplia, tan dramática, y tan personal, que necesita y merece, un libro, otro, un libro exprofeso: el atentado que padecimos, llegando a Safí, por un camión del Istiqlal, con gente armada, que conocieron, reconocieron, el coche, y por el coche a su conductor, entonces directivo del Banco Exterior de España, un obstáculo a destruir, pues, ¡sin dinero, sin Banco, en Ifni no habría defensores de la causa española! La recta era kilométrica, la carretera amplísima, pero su volantazo fue salvaje, instantáneo, ¡el primero de los atentados de musulmanes a europeos con un camión, que así les sirvió de ensayo! Tres vueltas de campana; ¡y menos mal que aquel coche era un auténtico blindado! A mi mujer la saqué de debajo de una rueda, con ocho o diez heridas, y el niño en la cuneta, ileso, pero a unos cuatro o cinco metros de donde quedó, quedamos…, ¿en el coche, con el coche? ¡Otro herido, pero vivo, reparable!

Providencialmente pasó, con su auto, un matrimonio de franceses, que nos recogió en cuestión de minutos y nos llevó al cercano Safí: mi mujer, al hospital, atendida por unos ¿médicos? que tres meses antes eran practicantes de los franceses; un taller me aceptó ir con su grúa para retirar el coche y ocuparse de su posible reparación; y este servidor se acogió a los franciscano de Safí, pues conocía al P. Gonzalo, etc.,etc.



La convalecencia de mi mujer, en la Misión Católica de Safí, aquí con los franciscanos y la señora que cuidó al niño en aquellos veinte días.

El P. Gonzalo, a la derecha de esta foto, que era de Ribadavia, cuando, tanto nosotros como el coche, estuvimos reparados, en condiciones de continuar viaje, nos propuso venirse a Galicia con nosotros. ¡El coche era amplio, y… funcionaba!

Como en una tienda de franceses estaban saldando aquellas prendas que no les habían vendido a las francesas, mi esposa compró unos pantalones, ¡las francesas de Marruecos ya los usaban!, estimando que le serían más cómodos y más discretos para disimular los vendajes de sus piernas. Así, llegando a Lugo, me pidió:

-Aparca en un lugar adecuado, para cambiarme, pues, para no escandalizar con estos pantalones, prefiero volver a la falda…, aunque se me vean los vendajes!

Pero el P. Gonzalo intervino:

-Mujer, no hagas eso, sigue cómoda, pues los pantalones no son menos decorosos que las faldas.

Aceptó, y así entramos en Lugo, …¡pero! Dos anécdotas:

Al apearnos del coche, en la calle Armanya, -creo que así se llamaba, o llama, delante de lo que era entonces edificio del Gobierno Civil…, ¡todos, todos sin excepción, detuvieron su paseo para…, para contemplar una mujer, en pantalones! ¡La moda no había llegado a Lugo!

La otra, también digna de mención, fue que se nos acercó un Guardia Municipal:

-Tiene que retirar de aquí su coche…, y no le multo, como haría con uno de mis paisanos, ya que vienen de las Islas Filipinas (así interpretó el guardia la IF de la matrícula), y el señor alcalde nos tiene advertido que tratemos con preferencia a los turistas…

¡Así estábamos en España, que hasta las autoridades confundían IFNI con las Filipinas!

Era obligado contestarle diplomáticamente, quiere decirse, en gallego, ante aquella abominable ignorancia patriótica:

-¡Obrigado! E desculpe, señor garda; cando regresemos ao noso país, ás Illas Filipinas, fareille constar ao noso Presidente a amabilidade coa que foi acollido en Lugo este humilde embaixador!

Con la misma le hice una venia a estilo nipón, de esas de karateca, a la que me contestó cuadrándose marcialmente:

-¡A sus órdenes, señor Embajador! ¿Y…, ya sabe el señor Alcalde que está usted en Lugo?

-Pois…; ¡casualmente vou agora para o Axuntamento, para cumprimentalo, segundo esixe o protocolo diplomático!

-¿Quieren que los acompañe? ¿O le aviso por teléfono desde aquí, desde el Gobierno?

-Non, grazas, que primeiro aparcarei en mellor sitio, e despois entraremos no Méndez, para deixa-la maleta. Alí xa me indicarán…

-Mire, con sólo cearlo medio metro, ya no estorba… ¡Así, así; déjelo estar ahí, que yo estaré de ronda, dos o tres horas, y cuando me releven ya le diré al compañero que le eche un vistazo, de cuando en vez.

-Señor Garda, dígame o seu número para dicirlle ao Alcalde o considerado que é vostede!

Nueva venia, nueva cuadratura; ¡éxito total!



Josefina y el P. Gonzalo se apretaban las tripas para no estallar de risa hasta tanto nos alejásemos del Cancerbero.

-¿Marido, donde estamos? ¡Ni lo guardias saben que existe un Territorio, español por más señas, llamado Ifni! Y tú, para más contradicción, y para más humillar al ignaro, vas y le hablas en gallego…

Nunca tanto esfuerzo hice para no estallar en risas; y al mismo tiempo, en lágrimas!

El resto de las vacaciones nada tuvo que ver con Ifni, que ni siquiera nos acordamos de su existencia hasta la semana en que tuvimos que subir al Cebrero, de retorno. ¡Volvíamos de caza, volvíamos de safari! Una anécdota, otra, ¿o habrá que llamarle profecía? Refiere Ignacio Cembrero (en EL PAÍS del 06-04-2008), tomándolo de las memorias de Abdeltalif Filali, que, cuando Mohamed V fue a despedirse de nuestro Caudillo, una vez firmada, el 17-04-1956, la Independencia de Marruecos, los invitados que estaban departiendo en el patio de El Pardo, “se extrañaron de la brusca desaparición del Caudillo”. Dos capitanes generales, Muñoz Grandes y Mizzian, preguntaron al portero, que les dijo que Franco estaba en un cuartucho, donde le encontraron postrado detrás de una mesa. “¿Se encontraba mal?”, se preguntaron al verle. No, en absoluto. “Ambos conocéis a mi hija Carmen, pero ninguno conoce a mi hijo”, les espetó el dictador.

“¿Tiene usted un hijo?”, le preguntaron los generales atónitos. “Sí y cuenta mucho para mí”, les respondió Franco. “Pero si cuenta tanto, Excelencia, ¿por qué esconderlo?”. “No habéis comprendido nada”, les lanzó Franco. “Mi hijo es Marruecos y hoy le he perdido”.

Ahora tenemos claro que no le educó ni formó para que llegase a ser adulto, y por ende, independiente. ¡Aquella decepción del ¿africanista? tuvo que ser atroz!


Otra campaña con morriña;

con morriña y con imprevistos, o no tanto!

-¿Sabes que te digo, cariño? Que igual debiéramos repasar Despeñaperros y presentarme otra vez en Madrid para que en el Banco me retornen a la oficina de procedencia; ¡quiero decir, sin consolidar categoría! Ya que en el Departamento de Personal piensan revisarnos a la baja las condiciones en que nos tienen en esa maldita África, será que no tienen problemas para encontrar otro que me substituya. De paso, le vendo este coche al que vaya a sucederme, ¡y que se vaya por tierra, que así se enterará mejor de lo grande que es España, desde Finisterre a la Guinea!

-¡Eso, ni de broma!

-¿Pour qua, mon amour?

-Pues, ante todo, porque en el Banco sí que te tomarán por loco, y te destinarán como a los novatos, a pasar el libro Diario, esa cosa que tanto aborreces!

-No te es igual pasar las hojas-balance en Madrid, con luz eléctrica, que en Ifni con velas o petromax.


-No exageres, que eso sólo lo hacéis cuando las nóminas del Gobierno y de los cuarteles os retrasan el trabajo habitual, cotidiano.

-¡Malditas nóminas…; y si aún valiesen para algo, para que ese Territorio tenga futuro! Por añadidura, va ese cancerbero de Personal y me amenaza con rebajar las nuestras…

-Los civiles resisten los inconvenientes de Ifni a cambio de sus ventajas; pues nosotros…; ¡nosotros somos gallegos, de la tierra de los emigrantes! Además está mi compromiso con la señora Amalia, que tengo que ayudarle a recuperar su euforia de vivir.

Cruzamos Marruecos, de retorno, en un ambiente receloso, y eso que aún no estábamos en el verano, del cincuenta y siete, pero en mi obsesión de mirarles los ojos a la gente con detenimiento, algo inquietante les noté a los nativos. Tiré la impresión de que los ifneños sobrábamos, estorbábamos, en aquel continente.

Llegados a Sidi Ifni, al bordear la Plaza de España, me advirtió la novia, ¡la ex novia, puesto que ya había concluido nuestro viaje de bodas, y con el hijo indemne, para más milagro!

-Frena, y párate aquí, a un lado…

Lo hice, pero bromeando:

-¿Qué ocurre; te pareció corta una luna de dos meses, con atentado y todo, y quieres reiniciarla?

-¡Ganso! ¿No ves que está allí, en aquel banco, solita, doña Amalia…?



-¡Que alegría me dais, que ya le pregunté a Raimundo por vosotros…!

-¿Y qué hace usted, aquí, sola?

-Mi Raimundo me echa a la calle para que me distraiga, y aquí me veis, con mis dos distracciones, que son rezar rosarios y contar niños. ¿Sabéis cuantos vinieron hoy por aquí, a jugar o de paso? ¡Pues llevo contados doscientos doce, entre niños y niñas! ¿Distraerme? ¿Con quién, si aquí no hay niñeras, que las niñeras de este Ifni son soldados? Después van a Camariñas dándose de valientes y diciendo que estuvieron luchando contra los moros…; ¡con su falsa valentía pretenden conseguir chicas, pero lo que logran es más bien meterles el miedo en el cuerpo a las quintas siguientes! ¡Ay Jesús, Jesús, cuanto mienten, cuando pecan, los cristianos; mucho pedir para las Misiones, y aquí estamos en tierra de misión, sin hacer nada…, salvo enseñarles a desfilar y a disparar las fusilas, para que haya más guerras!


-Esta mujer fue a peor, incluso mentalmente. ¡Tienes que decirle a Raimundo que la lleve al Médico!

-¡O al confesor…!

-Formalidad, chico, que la señora Amalia no es aquel Guardia de Lugo!


De orden de S.E.

¿Qué el General, el Gobernador, no se enteraba de nada? Eso opinaba Raimundo, pero no era cierto, pues nada más retirar el equipaje, e meterlo en casa, apareció en la puerta un soldado vestido de gala, ¡de los de la Guardia Imperial, por supuesto!

-De orden del Gobernador, que se pase por Palacio; ¡pero ahora mismo! Así, que, ¡véngase conmigo!

Mi esposa, llamándome a un lado, como para que el soldado no se oyese lo que me decía:

-Vete tranquilo, que será para disculparse de que nadie, ninguno de los nuestros, acudiese a Safí para socorrernos, cuando el atentado…



Ya en el Palacio del Gobernador:

-Me avisaron desde Tabelcut… Y urge que te mentalices en lo que te voy a decir: Advierte a tu mujer, y tú mismo: ¡desde ahora con discreción! Lo vuestro fue un accidente, pero no un atentado. ¡Cuidado con esto, que te juegas tu porvenir! Esta orden procede de El Pardo…, ¡así que, ya me entiendes!

-¡A sus órdenes, mi General! -Y se lo dije temblándome las piernas, tanto por la sorpresa como por la amenaza, que poco me faltó para caerme al suelo… ¡Así que, hasta hoy, (ahora que sé que murió Franco)!



A partir de nuestro retorno la señora “de la Linterna”, que así la llamábamos cariñosamente, en nuestra intimidad, porque no acababa de encontrar un santo que fuese capaz de misionar, dejó de contar niños y bajaba a menudo para nuestra casa, a repasar con Josefina sus recuerdos, las añoranzas de su Galicia del alma. Un día de aquellos:

-¿Qué tal, doña Amalia; como va esa salud?

-Ya ves; aquí estoy, entorpeciendo a tu mujer, que desde que cogí confianza con vosotros no sé irme de esta casa; y por mi culpa, tu mujer tampoco está donde debiera, donde le corresponde!

La mía, siempre de samaritana:

-No diga esas cosas, señora, que son figuraciones suyas… Usted aquí no me causa ninguna molestia; antes al contrario, que me habla de nuestra tierra… Eso además de que me está enseñando a palillar, que es muy entretenido…, ¡y muy práctico!

Pero ella insistió en sus escrúpulos:

-Yo sé lo que me digo, que ustedes por culpa mía van poco al Casino, y allí es donde deben tratarse con las personas de su igual… Y también hacer apostolado, que esta gente de aquí, estos de cierta altura, mucho ir a la iglesia, mayormente a Misa Mayor, y después no veo que les compren unos zapatitos a los niños moros…, que casi siempre van descalzos por estos pedregullos del páramo!

En vista de que las dos mujeres se deshacían en cumplidos traté de restarle importancia a la situación, aunque la verdad es que ya nos tenía un poco aburridos aquella función de asilo perpetuo. ¿Por qué no se casaría de una vez, el “Cura” Facal?

-Mire, Amalia, a usted lo que le pasa es que ese palacio que es el faro se le hace demasiado grande, y se pierde en él, que por eso le gusta nuestra casa… Después está la cuestión misional, que tanto le preocupa, pero dice su Raimundo que hay que empezar por dar ejemplo de templanza y de paciencia, que el resto lo pondrá la Divina Providencia…

Mi mujer también arrimó su ascua a la sardina:

-Señora, yo cuido de usted lo mejor que sé y puedo; y por su parte, reza. ¡Esto ya es Misión!

Sólo entendió lo que quiso, así que volvió al tema de la casa:

-Su casa…, la tienen muy curiosa, que esta mujer es un ángel, para todo; ¡me tiraba yo por el cantil del faro si mi Raimundo encontrase una mujer parecida!

No, aquella mujer, con su fe, jamás se suicidaría. Yo quise ayudar, imbuirle ánimos, y quizás lo compliqué:

-No diga cosas raras, que si su Raimundo no se casa, bien o mal, es porque no quiere, porque le metieron en el Seminario una vocación de célibe, y casualmente estos días llegaron más cuñadas; ¡las hay de toda condición! Usted también sabe que le dice el Médico que no debe cavilar a diario en la misma cosa, que eso se vuelve obsesivo. Lo que le conviene es hablar con mucha gente, y de temas diversos, de cosas que le llamen especialmente la atención en el mundo real en que vivimos. Se me ocurre que, de cuando en vez, puede bajar a visitar a la señora María del Suerte Loca, que es una mujer muy amena, y allí siempre hay gente… ¡Se distraería un poco más!

Denegó, rotunda:

-Allí no voy, que esa Fonda luego parece una feria…; además no entiendo a esa señora, que habla muy de prisa.

-También está la suegra del Comandante Baylo, ¡esa que dicen que se confiesa en gallego!

-Esa señora que usted dice es de mucha categoría para alternar con ella; además es de Vigo, y yo le soy de Camariñas, que es una ciudad minúscula.

-¡Que cosas tiene! ¡Usted es una gran señora, como la que más! Ya verá, ya, si su hijo casa con una de esas marquesas que andan por el Casino… ¡Se tendrá que acostumbrar a relacionarse con la alta sociedad!

-A mí me gusta la Chony…, ¡y esa no es marquesa!

Estuve a punto de decirle, “También a mí, que está como..., ¡como un tren!”, pero la señora Amalia, de picardías, cero!

-Tampoco se puede ser así, pues la gente de ahora ni nos casamos por belleza ni por dinero, sino por…, ¡por química! Ya sabe aquello de que, casamiento y mortaja, del Cielo bajan! Puede encontrarlas a su gusto, que aquí, lo que es por cuñadas…, ¡un zoco, un mercado!

Josefina terció, seguramente que aburrida de aquel tema tan obsesivo en la vieja:

-Yo no entiendo esa redundancia suya en lo del casamiento, pues si Raimundo llegase a Cura…, tampoco le daría nietos!

Doña Amalia le contestó, como siempre, enigmática:

-¡No sé, no sé! Esa Chony es una moza robusta; ¡y las mozas robustas crían bien!

Siempre era igual en aquella obra de caridad; y más de caridad podría ser si nosotros tuviésemos entonces algo más de madurez para comprender a fondo que los viejos y los niños se van con quien les dé un caramelo, ya que unos y otros necesitan todo el cariño y toda la comprensión del mundo. Así que volví al tema para intentar cambiar, ¡ya por enésima vez!, el rumbo de aquella mente obsesionada con los nietos:

-Como está bien de salud, un día de estos, ahora que son largos, tienen que coger, las dos, unos bocadillos, y bajar a la playa, que le queda bien cerquita por ese sendero que hay entre el faro y el hospital.

-Señor, yo no puedo ver a la mar, que me recuerda a mi marido, ¡que tanto la quería que la convirtió en mi rival!

-¿Quién era, quien dice que era su rival, la mar? ¡Pero, señora…!

-Le es cierto, que siempre me estaba diciendo: “¡Mira, Amalia, aquellas ondas, que van y vienen, y se cuartean; mira sus reflejos, su risa, los abrazos que se dan…!”. Entonces le dio por pintar, y se pasaba los días intentando captar las rompientes, tal cual, ¡pero eso es muy difícil de lograr!

-¿No dice que estaba enamorado de la mar, de sus rompientes?

-¡Por eso, por eso, que tanto las idealizaba que después no era capaz de ponerlas…, en los lienzos! ¿A quién se le ocurre retratar la mar, que no se está quieta? ¿Dígame, a quién?

-¡Ve cómo son malas las obsesiones! Por eso tiene que aplicarse aquella experiencia, hacer un esfuerzo por variar de asuntos, pues, de lo contrario, le amargará la vida a su Raimundo, que es otro poeta como lo fue su padre…, ¡por lo que cuentan ambos!

¿Para qué porfiaría yo, siendo ella irreductible?

-No, no es igual, que Raimundo no pinta; Raimundo habla, y habla; ¡habla mucho y hace poco!

-Ya sé que no pinta, pero le gusta leer, y escribir; piense que poetas no son sólo los que hacen o recitan versos; ¡ni los que pretenden que el mar se esté quieto para poder retratarle!

-Sé muy bien porque no quieren a mi hijo esas pintureras del Casino: ¡No me quieren con ellas, y por eso tengo que irme de este mundo!

-¿Ahora quiere volver para Coruña, con su hermana? ¡Tuvo la mejor ocasión de hacerlo, con nosotros…, cuando llevamos el coche!

-No, que allá también les estorbo, que tienen su vida, sus conversaciones, sus hijos…


Al atardecer, ya después de prendido el faro, fue Raimundo a buscarla; y que Dios nos perdone, pero sentimos un alivio cuando nos la quitó de encima. Quedamos murmurando:

-Esta mujer, donde no hay problemas, se los imagina. Y a mí me desespera, que ya no sé qué decirle, ni cómo animarla… ¡Me cuesta trabajo hablarle en serio!

-Pues, marido, tenemos que seguir discurriendo, y dándole conversación, que bien sabes que aquí apenas hay gente de su edad, ¡y que tengan paciencia, menos!

-¿Crees que será capaz de tirarse por el Al Cantil, como dicen los moros? ¿No será cosa de prevenir al Facal?

-No lo creo…; ¡ella cree en Dios!

-¡No todos los suicidas son ateos, que algunas ofuscaciones pienso que son fallos del cerebro, y por tanto, involuntarias! Ese brutito de Álvarez, que es tan bruto como buen Médico, me dijo en una ocasión que la raíz de su locura le viene de aquella decepción del Seminario… ¡Ya ves, hay Curas que, en vez de curar, provocan enfermedades!

-Tú eres tan bruto como el Cirujano, pues pides a los hombres que sean más que hombres, ¡y estos Curas del nacionalcatolicismo ni hombres son…, puesto que no les dejan casarse!

-Eso es general, y no sólo en España.

-¡De momento! ¡Deja que empecemos a mandar las mujeres, a ver si entonces se atreven los jerarcas a negarnos las Órdenes Mayores!


Salsa verde

Después de todo, aquella cruz con la señora Cotelo tuvo su parte buena pues nos alivió de nuestro alterne en el Casino, que por aquel entonces estaba en su punto álgido de chismorreo, alcohol y juego. Nos libró, de paso, de algunos compromisos con la Fátima de Cancela, quien para rehuir a la señora Cotelo dio en huir de nosotros; y de paso, nos distanció de la familia Selgas, que, fuesen virtuosos o no, cayeran en desgracia en los mentideros elitistas, y pringaban por simpatía a cuantos creyésemos en su inocencia.

Concretamente la euforia casineril se inspiraba en una racha de “pax romana” asentada en las arenas movedizas de la prosperidad mercantil de los “Notables” nativos, protegidos por el aparato gubernamental de nuestra España, miope y lejana.

Uno de aquellos Notables, o más exactamente el socio judío de uno de ellos, pretendiendo vincularme en un secreto con el Cancela, fue la causa próxima de que tuviese en él al primero y principal de los enemigos territoriales. Por la relación que tuvo aquello con Raimundo entiendo que merece un comentario minucioso:

Para entonces, Julio pasara a mejor vida, que en nuestro argot significaba que consolidara su categoría a satisfacción del Banco, y consiguientemente fue trasladado a la Península con mando en plaza, de Jefe efectivo. Así, con ocasión de aquella vacante, me dieron poderes; ¡poderes y problemas! A mayores, el Director estaba de colonial, así que, por una temporada, fui el jefe-responsable de los créditos.

Aquel “Mohamed”, seguramente inspirado por el Judío, su socio, también entendía de novatadas. Me propusieron una pignoración de vinos. Sin embargo, la hipotética operación financiera no les era suficiente, aunque les fuese necesaria, pues aquel choyo sólo quedaría redondo si lograban entrar aquella partida de vinos en régimen de puerto franco, “bajo palabra” de que saldría de inmediato para cierto país africano donde el servicio secreto judío calculaba que habría una guerra de liberación, y por consiguiente, mercenarios para alcoholizar. Visto así, la operación era de listillos pues siempre quedaba la dicotomía de colocar aquel vino en los economatos militares de Ifni si la reexportación fallaba.

Calculado el plan con meticulosidad judía, les debió parecer que la mejor economía era convidarnos, conjuntamente, al Cancela y a mí.

¡Convidarnos y convencernos, de una tacada! El pretexto fue la judiada de tentarnos, precisamente en la casa del judío, con unas salsas italianas, en una comida no apta para musulmanes. Puestas así las cosas, aunque Cancela no me hubiese insistido en que no era de caballeros despreciarle al Judío una comida hecha por su mano, yo hubiese caído en la misma tentación por la gula de aquellas salsas suyas, de las que ya tenía referencias. Como el Judío era viudo, o divorciado, que no se sabía muy bien, ni el invitó a nuestras esposas, ni a nosotros se nos ocurrió llevarlas. ¡Era simplemente una comida de negocios!

Pues bien, o pues mal, según se vea, aquellas salsas eran un placer de dioses, pero tiraban de la bebida que ni que estuviésemos en el interior del Sáhara y no en las parameras que lo preceden.

Buen psicólogo el Judío, cuando nos vio colocados dio paso a tres apariciones, que aún hoy no sé de dónde salieron, ni que timbre tocó nuestro anfitrión para darles acceso al salón-comedor. Cancela y yo, de tan sorprendidos, nos miramos de reojo, pero sin quitarles ojo y medio a los siete velos de las bailarinas, que entraron danzando con la misma música de fondo que tenía en marcha en el salón, desde el comienzo de la cuchipanda. Yo no estaba acostumbrado a semejantes invitaciones con postre lascivo, así que acaso fue eso, esa inercia, la que me dio fuerzas para salir, aunque haciendo eses, a la puerta exterior. Pero aún no pasara del vestíbulo cuando el diplomático anfitrión me cogió por un brazo:

“Refréscate un poco, si quieres, aquí mismo, en la acera, que dejo la puerta abierta…, pero vuelve enseguida, que la fiesta empieza ahora, y estoy seguro que será de tu agrado. ¡Puedes escoger la que quieras!”. Con la misma inercia que me había levantado de la mesa, empujé para un lado al Judío, y me zafé de él. En aquel momento no supe bien si iba en la dirección correcta, o si me estaba portando como un marica, pero poco tiempo me dieron para cavilar pues a los pocos metros apareció el Judío, seguido del Cancela, con el haiga del moro, su asociado, y aquel chofer de gorra de plato…

-Ya que no te sientes bien, -me largó el Judío cogiéndome por el brazo, mientras el chofer abría las puertas del auto, -el café lo tomaremos en el Hotel de Pagán. Allí pediremos un buen champagne francés…, y más tarde volveremos, que ya les dije a las Fatimas que no se vayan, que volveremos para cenar…!”

A todo esto se dio la casualidad, o la providencia, de que aquel día fuese Raimundo con su madre a mi casa, después de comer, y al decirle que yo estaba invitado por el Judío, les dijo a las mujeres que las llevaba al café, y que estuviesen al fresco, por la plaza de España… El asombro de la mía fue total:

-¡Oh, pero, cómo estáis aquí?

-¡Venimos de…, a los postres…, para tomarlos aquí! ¡Esta señora tan guapa…, hip…, es la mía, mi mujer! ¿Es bien guapa, verdad amigos? ¡Hip!

Ella se percató al momento de la gravedad de la situación:

-¡Raimundo, hazme el favor; cógelo por el otro brazo, que volvemos para casa! ¡Pronto!

Al Judío se le hundía su barco, su barco y sus manipulaciones. Intentó lanzar cabos:

-Pero, señora…, quédense con nosotros, y pedimos otra botella…

-¡Hala, vamos; y gracias, señor!

El Judío, terco y negociante:

-¡Señora, disculpe, pero tenemos un negocio sin ultimar; ya se lo llevaré yo, más tarde, en el coche, sano y salvo, que ahí fuera está mi chofer…!

-¡Raimundo, ayúdame, y no le hagas caso, que esta gente no está para hablar de negocios! ¡Ayúdame a llevarlo!

El aludido, sin vacilar, consciente de la incidencia:

-¡Sí, vámonos, que esto ya está…, podrido! Y tú, Cancela, ¿te vienes o te quedas?

Vaciló, pero optó por quedarse con el Judío; ¿acaso porque no terminara la fiesta de los siete velos…, y les esperaban…?

-¡Yo tengo que hablar con este señor; pero si veis a mi Fátima no le digáis que estoy aquí, que yo vuelvo…, para el Casino! –Mintió, visiblemente.

Aunque en mi estado, bien percibí que no me fuera fácil librarme de aquellas tentaciones, pero mi mujer, con Raimundo, pusieron el resto.

Tiempo después, comentando aquel incidente con Facal, me dijo:

-¿Estás seguro de que en la casa de ese Judío no había un fotógrafo, acaso detrás de alguna cortina…?

-¡Hombre, no sé, pero me da igual, que allí no pasó nada que le sirva para chantajearme! ¡Maldita salsa…!

-¡Maldito él, que calculó las consecuencias…, pero tu sumaste bien! ¿Y del Cancela, qué sabes; volvió a por el postre…?

-¡La tenemos buena! Como su mujer no es muy razonable que digamos, tuvo una gresca con la mía porque se enteró, que este Territorio es así de transparente, que Josefina me había sacado del Café de Pagán, y le dolió que no le pasase aviso, a ella, de que su teniente quedaba bebido…

-Perdona que te lo diga, pero fuiste un ingenuo, un novato; ¡no me extraña que te vieses en semejante peligro!

-¡Judíos tengas por amigos, y que te inviten!

-No voy por ahí, que me refiero al Cancela. Como en el faro estoy a la altura de los pájaros, me lo dicen todo al pasar: Tu amigo le dio facilidades para ese contrabando de vino, ¡que no era sólo vino, sino coñac del malo, a granel, para rellenar botellas y vendérselo a los soldaditos…!

-Pero yo no le di crédito…, ¡ni una peseta!

-Ni falta que le hizo, que aquellos bocoyes fueron trasegados a donde no debieran; y pagados, bien pagados, en efectivo, por quien no debía hacerlo… Le echaron tierra al asunto, ¡y agua al vino!

No entendí demasiado, que hacía falta mucha veteranía, o mucha astucia, para entender el Territorio, pero sospeché que de por medio hubiera una confidencia de Docampo, que seguía en la troika, que había habitaciones en el faro para todos ellos, y aún sobraban, incluso estando en Ifni doña Amalia. Ni entendí, ni me serviría para nada, que entonces, además del secreto profesional teníamos el “secreto de Estado”, incluso para los affaires más turbios, o más crematísticos, y ahora, a toro pasado, ¡nada se remedia con contarlos!


Mandarse a mudar

Hasta el verano del Cincuenta y siete, no conseguí mejorar de casa, alquilando entonces, y casualmente, una de ladrillo enfoscado, frontera del Casino, por el sistema consuetudinario de comprarle los muebles a un civil trasladado, que se llevaba bien con el propietario de la finca, e intercedió en favor nuestro. Un favor considerable puesto que las casas confortables y bien situadas, más o menos cotejables con los pabellones de los militares, se contaban en aquel Sidi Ifni de la época con los dedos de las manos, ¡e igual sobraba alguno!

Para entonces la pax de Ifni se fuera…, a la Historia, por no decirlo de otra manera más sonora, así que, ni a los moros ni a los escasos promotores cristianos, se les ocurría añadir un simple ladrillo, limitándose, eso sí, a construir obras oficiales, que para esas, tuteladas desde la clarividencia de El Pardo, no hubo temor, ni parón, ni cortapisa o prevención alguna, en el más puro y clásico fanfarroneo colonialista. Los marroquíes le habían ayudado a reconquistar nada menos que Covadonga, eran su Guardia de Corps, eran…, ¡sus mejores amigos, la venda de los ojos de don Hermenegildo!

Con la colaboración técnico-manual del Facalito, que tanto freía una corbata como planchaba un huevo, secundado por sus “boys”, como él les llamaba a los auxiliares del faro, ¡en diez días, decoración y pintura!

-¡Os está quedando un pabellón de Jefe, que ni el mío!

-¡Como tenía que ser, que por algo damos frente al Casino!

-¡Pues en eso no reparara, pero…, esto tiene un pero!

-¡Eres un Quevedo, que satirizas y anonadas cuanto ves!

-¡Naturaca; vivimos en un mundo de tarados!

-No levantes tanto la voz, que desde aquí nos oye el cocinero del Casino, que a tal momento tiene las ventanas abiertas…

-Ahí enfrente lo que tienen abiertas son las fauces, que ya parece un bebedero de pollitos blancos… Si yo viviese en esta casa, les llevaría la contabilidad de las cajas de whisky que entran por esa puerta lateral. ¡Anda, que si llega a haber en el Casino un incendio, me río yo de aquel de los alcoholes y la gasolina del monasterio de Samos!

-¿Ese es tu pero, farfallán?

-No, que eso es lo normal, dadas las circunstancias. Ya se bebía y jugaba en las legiones romanas, vinos de Amandi incluidos, ¡pues la mitad del valor ocioso se nutre así!

-Aquí también es un problema de clima, que se suda mucho…!

-¡Y se mea más aún! Pero contigo no se puede hablar, que eres un cretino irredento, castrado por el capitalismo. ¡Sólo a ti se te ocurre vivir en la casa número trece, impar y pasa, en la acera de enfrente al Casino; y encima eres de derechas!

-Más cretino eres tú, que hasta caes en supercherías. Anda, hazme la cuenta de lo que tengo que pagar a tu gente, y lárgate al faro, que es un buen sitio para ver visiones…; ¡visiones y ocasos!

-¡Ya está el contable hablando de cuentas! A mis auxiliares les pagas tú, directamente, que yo no pienso regatearles el sudor de su trabajo, pues el de ellos es sudor limpio, sin alcohol. Y en canto a mi colaboración…, a mí me encanta joder a los amigos teniéndolos deudores de grandes favores…, ¡que así hasta les puedo llamar cretinos, a placer, y se tienen que aguantar!

Terció mi mujer, que la rallaban nuestros bizantinismos:

-¿Ya estáis rifando? Nunca antes viera dos grandes amigos siempre discutiendo por naderías, ¡sólo para no aburrirse!

Pero el filósofo Raimundo le rebatió:

-¡Son grescas familiares! ¿No ves cuanto quif-quif oficial tienen estos hermanos islamitas, y sin embargo no hay semana que no anden a tiros, y con insultos, con manifestaciones de su Ahia al Malik, ¡Viva el Rey!, o mismo con sabotajes tremebundos, como fue el mes pasado el incendio de nuestros bidones de gasolina, ahí en la playa, mismo detrás de tu antigua vivienda?


Después de aquellas obras de cambio de imagen en la calle Teniente Coronel Portillo, y por los imperativos de ofrecimiento, de relación social, pasamos algunos días sin vernos con Facal, que fue todo un record en aquellos cuatro años de amistad desinteresada e inveterada, pero un día, inopinadamente por lo temprano, apareció Raimundo en el Banco:

-¡Chacho, ahora de jefe, con poderes, y fuera de esa caja, con una vivienda enfrontada al Casino, vives como un comandante!

-Mejor se vive de farero, con dos ayudantes…, ¡que ni que fueses Gobernador! Pero, a todo esto, ¿a qué vienes tan temprano…?

-¡Perdona, amigo; no sabía que ahora que eres jefe se te pedía audiencia! ¿Tenéis abierto al público, no? ¡Pues eso!

-Déjate de coñas, que traes cara de necesitar algo, que bien conozco nuestras fórmulas gallegas…

-¿Podemos tomar un café, ahí, en La Gloria…?

-¡Podemos, que yo sigo siendo un animal de costumbres…!

-¿Y de viejos amigos…?

-¡Por supuesto!


-¡A ver, desembucha!

-¡Chacho, a mí me persigue una mala fada!

-¿Qué te pasa ahora? ¿Te dejó la Pino, y no te quiere esa Chon?

-Mi madre tiene problemas de circulación, y no sé qué más; ¡pocas esperanzas!

-No le hagas caso al Álvarez, que es cirujano, y querrá operarla…

-Fue otro, que lo llevé al faro; es un médico joven, pero con un buen curriculum. Están aumentando la plantilla de médicos, así que, entre los enfermos, y quién sabe si pronto tendremos heridos…, ¡menuda perspectiva nos espera! Va ser cosa de mandarse mudar, como dicen los canarios…

-A ver, cuenta; encamó…?

-No, pero lleva tres o cuatro días que se desmaya con sólo oírme abrir las puertas; ¡talmente se queda sin aliento!

-Claro, ya lleva tres años aquí, que tu no saliste de Colonial por…, por lo que fuese, y tendrá los nervios deshechos, máxime con estos follones de los musulmanes!

-No es así, que precisamente ahora no es de los nervios, aunque también le influirán. Y de eso que dices de las Coloniales bien sabes que no quiso irse con vosotros... Por mi parte, yo pasé las mías aquí, con ella, precisamente por esa manía suya de que no resiste otro viaje, sea en coche o en avión.

-Tendremos que dedicarle más tiempo para distraerla. Se lo diré a Josefina, pues en su estado primero es ella y no otros compromisos, digamos, sociales, por no llamarles casineriles.

-¡Gracias por todo; no lo esperaba menos, aunque teneros a nosotros por amigos es una verdadera hipoteca, de las incobrables! Pero aún tengo que encomendaros otra molestia: No quiere que le pongan las inyecciones en el Hospital, que se le metió en la cabeza que no desinfectan bastante; y luego me queda Pedrito, el practicante, pero a ese no quiere verle, ni en pintura, pues como hablo tanto con él de asuntos islámicos le cogió la tirria de que es un cristiano renegado. ¡Ya conoces sus teimas misionales! Así que, en definitiva, sólo queda tu mujer, que ya se las puso el año pasado…

-Bien, pues ya iremos esta tarde; y en cuanto a los médicos no les hagas mucho caso, que nosotros, los del Norte, no morimos del corazón…, ¡porque lo tenemos de primera!


De primera era cierto que lo tenía doña Amalia, y seguramente por eso la llevó Dios, o acaso Alá, a pesar de que por ese nombre le tenía poca fe a su Creador, enseguida, sin mayores sufrimientos, para junto de su hombre, en cualquiera de los Cielos, que ese plural huelga. Para junto de aquel farero, antaño amancebado con ella, como no se cansaba de referir en sus arrepíos timoratos, al que tanto debió amar puesto que tanto le mencionaba.

Por esa fatal e inesperada circunstancia, de paso que llevó consigo, en Iberia, la caja de cinc, se quedó Raimundo en Galicia unos días, en sus Camariñas. En estos medios se produjo el ataque sorpresa del 23-N (de 1957), pero al quinto día, con las mujeres y los niños evacuados del Territorio en aviones militares, cuando ya nadie se acordaba de los Facal, que teníamos otros lutos más numerosos y más recientes, apareció Raimundo por el Banco, fusil al hombro, ya incorporado a nuestro Somatén, “Batallón de la Gabardina” en nuestro argot castrense, y más despechugado que un legionario. Retornara por Las Palmas, voluntariamente, sin consumir su permiso luctuoso, amén de las Coloniales que tenía devengadas.

-¡Oh! ¿Cómo estás aquí? ¿Te tiraste en paracaídas, o qué?

-No soy ningún aparecido, ¡por más que venga del cementerio de Camariñas! ¡Vengo de un cementerio normal, de viejos, y me encuentro con este de mozos…!

Yo volví a la carga de su sorprendente aparición:

-Iberia, en los últimos días, sólo trajo soldados… ¿Es que volvieron a establecer la línea regular?

-¡No vine en Iberia, sino en un bombardero! ¿Qué tal por aquí? ¡Ya veo que tenéis barricadas…, y la azotea del Banco orlada de sacos terreros…, para disimular las ametralladoras, supongo!

-¡Aquí estamos peor que mal, pues, aunque lo secretean, se dice que estamos llegando a los doscientos muertos; y de heridos…, la tira! Tu faro está protegido por el Somatén, y lo controla un sargento de Ingenieros… De dentista, ahora tenemos un Brigada practicante… Como ves, estamos bloqueados por tierra, mar y aire; una especie de Sagunto…, ¡en el siglo XX! Luego está la cosa de la comida, que ni latas quedan…

-¿Y Josefina…?

-La evacuaron, con el niño y otras mujeres, en aviones militares…, al día siguiente, el 24. Pero, cuéntame, ¿cómo te enteraste, con la censura de Franco…? En el Banco no se cansaban de preguntarle a Josefina, me dijo en su carta. Los periódicos sólo hablan de futbol, y las radios se quedaron mudas para las cosas de Ifni…; ¡sólo sabemos algo por la Pirenaica!

-¿Puedes salir al café de La Gloria…, y allí te cuento…, con más discreción? …

-Después del entierro de mi madre, fui a Madrid para informarme de las perspectivas que hubiese para que me destinen a Galicia; y entonces, por la Gran Vía, se me cruzaron medio centenar de mujeres, de las evacuadas, que se pasean a rebaños para verse unas con las otras, e intercambiarse noticias. Cuando me dieron detalles del ataque sorpresivo del día 23 de Noviembre, cogí un taxi para Barajas, y allí, el primer avión de la línea Canarias-Guinea…

Desde Gando vine en uno de esos Junkers cochambrosos. Les dije a los militares que el faro quedara en manos de dos Auxiliares moros, y con la misma, al verme tan decidido, me dieron un empujón para dentro, junto con los legionarios, igual, exactamente igual, que cuando se embarcan terneros en Santiago, en el mercado de Salgueiriños…

A pesar del dramatismo de nuestra situación me permití esta pequeña broma, pues en los momentos difíciles es cuando más nos envalentona, no sé di Dios, Alá, o el diablo:

-¡No te hacía tan bobo…, con lo tranquilo y bien nutrido que estabas en nuestra Galicia!

-Esto de aquí también es cosa mía, que este follón lo engendramos entre todos; en distintas proporciones, pero todos nos hemos comportado como si el Territorio fuese un juguete militar… ¿No me irás a comparar con esas mujeres que se fueron?

-Se fueron casi todas; y algún civil, también. Los militares, no, que no pueden hacerlo, ¡y alguno que yo me sé ni lo dudaría! Les suspendieron los permisos, así que no hubo forma de saber cuántos se irían, de dejarles subir a los aviones. Por aquí las conciencias están tranquilas, que todos coincidimos en echarle las culpas de este cúmulo de errores y de imprevisiones al Alto Mando, o más exactamente, al Altísimo, ¡a ese señor que se da de Altísimo a pesar de lo bajito que es…, en múltiples aspectos!

Raimundo, que sí, pero no; mirando al cielo:

-¡Padre, perdónales que no saben lo que dicen! Todos mentimos en algo en los Informes de Ifni, empezando por Capaz, porque a todos nos iba bien chupar del Estado. Y además de mentir, y de desinformar, nos hemos portado cochinamente, cochina y torpemente, con los nativos. ¿Recuerdas que te dije que estábamos enriqueciendo a los Notables, a los notables chupópteros, y que eso era convertir a los señores feudales en un atajo de siervos aparentemente fieles? De hecho hemos amamantado una serie de Señores de la Guerra, una serie de farrucos…

-¡Farrucos sí que se han puesto, en todo, que nos tienen acorralados! Salieron unas Columnas para ver si consiguen liberar los Destacamentos del interior…, si es que llegan a tiempo! Y menos mal que la Providencia nos permitió tener aquí a nuestro valiente paisano, a Gómez-Zamalloa, que está demostrando que mereció, y sigue mereciendo, su laureada… Tu, que eres coruñés, cuando vuelvas a Galicia propón que le dediquen una calle en su Coruña, en vuestra Coruña…

-Pero aquí no le darán otra, otra laureada, por más que haga…, ¡pues a Franco siempre le jodió que el General Varela tuviese dos! Y me dijeron que la frontera actual se nos vino encima, que están fortificando ese Bulaalam para hacerle un cinturón defensivo a esta capitalita, al panteón del Sidi Ifni…

-En esto fuiste profeta, ¡pero nadie te hizo caso!

-También me dijeron lo del chivatazo, lo de ese millón de pesetas a cierto moro…, por anticiparnos la noticia del ataque nocturno, con su nocturnidad y su alevosía! Lo que no sé, ni me lo dijeron ni lo adivino, es si el moronlo hizo por las pesetas, o por estarle agradecido a España. En todo caso, sin Zamalloa, y sin ese cheque, aquí…, ¡otro Desastre de Annual, que no bajaríamos, o bajaríais, que a mí me pilló en Camariñas, de los cinco mil muertos, más o menos!

-Bueno, pues a lo hecho, pecho, que ahora nos toca combatir, ¡que no se diga que nos vence el “Comandante Gallina”.

Raimundo asintió:

-¡Donde va que me olía que ese chiquillo, ese aguador, protegido de tu Josefina, era de los peligrosos! Tu mujer, con la protección de ese morito, crio otro cuervo, que mejor le fuera dejarle con sus mocos. ¡Cuánto más le enseñamos, cuanto más supo de nosotros, más fobia le entró!

-Te hablaré de otro protegido: ¿Recuerdas aquel soldadito de mi pueblo al que mi mujer daba bocadillos, de cuando en vez…, que era hijo de unos caseros de allá, de Bolaño? Pues aquí, en la ciudad, que en el campo lo fueron otros, fue el primero de nuestros heridos; aquí, en Sidi Ifni, en la ciudad! Sólo a los españoles podía ocurrírseles tener un polvorín en un cruce de pistas, y para más imprevisión, con un bosquecillo de arganes enfrente. A mi paisano le descargaron una Thompson, y recibió varios en el vientre. Tengo unos remordimientos terribles porque estando ya prácticamente agónico, me pidió agua, y el cirujano me prohibió dársela.

-Pues ahora, como no le des a beber Padrenuestros…!

Estuvimos callados por un momento, impresionados por lo que estaba ocurriendo a nuestro alrededor, que ni que lo hiciésemos en honor de aquellos caídos por España, por las imprevisiones y por la tozudez de España, que ni derecho se les concedió a salir en los periódicos, dada la cerrazón caudillesca. Después de ese silencio, más sentido que protocolario, volvimos a nuestros propios problemas:

-Tu mujer se fue para poner en seguro al niño, dejándote aquí, en este polvorín…; ¡menudo dilema, si señor!

-El chico tiene la suerte de ser tan niño, que con su año y medio no se entera de nada…; ¡cuando se lo cuente algún día, le será difícil creerse lo de estos avatares, lo de estos dilemas! Y de mi mujer, ¿qué te voy a decir? Aquí estorbaban, y los víveres estaban, y aún están, escasos, que los aviones no hacen más que traer tropas y armas… Se fueron muchas, casi todas, porque desde el primer momento, desde la sorpresa de ese ataque, general y masivo, volvimos a ponernos los pantalones, y les dijimos que ellas los tenían prestados, que la guerra es cosa de hombres!

-¿De hombres? ¡Ja, de niños, pues estas imprevisiones de España, entre otras este armamento tan deficiente, este fusil que se estrenó en la del Catorce…, no tienen nombre, son incalificables! Tu tendrás dificultades para explicarle la guerra de Ifni a tu hijo, y eso que la estás viviendo, participando en ella, pero, ¿qué me dices de los profesores de Historia, sin un periódico, sin un papel, sin una fuente válida, actual?

No había caído en la cuenta de ello, pero aun así le dije:

-¡En alguna parte estarán anotando los muertos, los muertos y los heridos graves, las amputaciones…, que merecen, como poco, sus pensiones, al igual que se hizo en la del 36, y con la División Azul…!

-¡Ya verás cómo los ponen, a todos, o a muchos, en la lista de los desaparecidos! ¿Y Fulano…, mi hijo, mi hermano? Clamarán sus parientes. ¡Pregúntenles a los guepardos…!, será la contestación, si no oficial, oficiosa. Esta es una guerra vergonzosa para quien tú sabes, así que, siguiendo la tradición tradicionalista y de las JONS…, silencio sepulcral! ¿Dónde están? ¡Haciendo la guardia sobre los luceros…!

-A ti te asignaron la defensa del faro, por supuesto…

-Sí, claro, que para ello me dieron este couceiro, y dos cajas de balas..., amén de unas piñas! Como ves, está todo anoscado por los cien soldados que le han manejado, quinta tras quinta… ¡Está más sobado que la María de los Quintos, esa que dicen que ejerce en Lugo…!

-Pero, este cacharro, ¿dispara?

-Si, eso sí, que ya lo probé, pero sólo con una bala, pues las otras están en reserva, son sagradas…, ¡por lo que pueda pasar!

-¿Le disparaste a un morango?

-¡Le disparé a Capaz, a su busto, ahí en la Plaza de España, pero a su pedestal, que la caluga la tiene de bronce, y me podía rebotar! ¡Hay que ver la que armó ese tío, y para eso sin contar con el Gobierno de Lerroux, o eso se dijo, pero yo tampoco me fiaría de aquel Lerroux tan voluble! Capaz se vino desde Río de Oro con su fanfarria, a colonizar, teniendo entonces las Hurdes en la más absoluta indigencia, ¡que allí sí que había necesidades, necesidades imperiosas, que no imperiales!

No quise asustarle, sino prevenirle:

-Pide refuerzos para el faro, que te pueden merendar…, ¡cómo les pasó a tus compañeros del faro de Bojador!

-También está, que allí siguen, la troika, admitidos los tres en el Somatén, ¡con olvido absoluto de que les tenían por comunistas! ¿Y tú, en el Banco…?

-Simultaneamos trabajo y vigilancia, día y noche. Tenemos unas ametralladoras en la azotea de arriba, detrás de los sacos; y después fusiles, como el tuyo; pistolas individuales, que nos las envió el Banco, desde Eibar.., como esta que llevo en la sobaquera…; y dos cajas de piñas! No tenemos queja, pero lo peor, lo más arriesgado, es ir al aeropuerto, casi a diario, para recoger las cajas de dinero, que nos las envían desde Las Palmas; ¡cuanto más sale por nuestras ventanillas, menos retorna, que esto es el milagro de los panes y los peces, sólo que a la inversa!

-Ya ves: le dan más importancia al dinero que a la seguridad de los desembarcos nocturnos con nuestros anfibios, pues, si hay un sabotaje en el faro, ¡adiós desembarcos!

-Y para más inseguridad, -puntualicé, -esos anfibios que nos trajeron son de aquellos de Normandía, subastados en Inglaterra por los chatarreros!

Ahora el que bromeó fue Facal:

-¡El caso es que tenemos con nosotros al Señor Santiago, pero se le hincharán los morros de nuestros moros, de tanto sacarnos de tantas refriegas…!

-¿Quién me lo iba decir a mí, que me vería en una guerra…? ¡Yo, un chupatintas, que hice el Servicio dándole a la máquina de escribir, precisamente en el Consejo Supremo de Justicia Militar, tres años!

-¡Eso qué importa! La de escribir no te hizo célebre, pero esas “máquinas” de la azotea, esas de las ráfagas, te pueden llevar a la gloria… ¡Igual acabamos de Comendadores de la Orden de África!

Más en serio que en broma, le contradije:

-¡Vete al infierno, que tú también, mucho adorar en los moros, y ahora has venido volando, en avión, para cepillarte cuantos puedas!

-¡Coño; lo que es la guerra, que ya no les llamas musulmanes!

-Moros o musulmanes, son, como poco, unos desagradecidos, que esto de ahora no es aquello de ir a cazar ciclóstomos en sus llanos de Tagragra… ¡Esta es una guerra injusta, pues, si se creían con derechos, haber discutido, haber pleiteado, diplomáticamente!

-¿Con quién?

-¡Con su amigo, con el oso de El Pardo, ese que sale en el escudo de Madrid! ¡Estos casados, cómo os apegáis a la vida…!

-Casados o solteros, que algún célibe ilustre anda por ahí bien contrito, que de buena gana pelaban patatas en la cocina de su cuartel, como un simple soldado!

-¡Miserables; hombres de poca fe, que con el tiempo que llevamos sin guerras, allá en el Séptimo debe haber huríes a esgalla! ¿Tú sabes que se reproducen por esporas…? Pienso que nos tocarán a seis o siete por cada caído; ¡por cada caído en tierra musulmana! ¡Aut Caesar, aut níhil! Por si quedas detrás…, ¡a mí que me entierren sin pantalones!

-Lo que es por mi…, ¡todas para ti, las mías y las tuyas! ¿Tendrás bastante con las catorce…?

Raimundo elevó los ojos al Cielo, en plegaria:

-¡Perdónales, oh Alá misericordioso; perdónales que sean tan torpes y tan desagradecidos!

-¿Qué dices, chalado? ¡Torpes estos morangos, con lo que llevan ordeñado de la vaca española!

Me miró irónico:

-Mira, paisano, y sin embargo, amigo, no me hagas hablar, que tú fuiste cómplice de ellos, que mucho dinero llevas contado…, ¡para tu Boaida y Compañía, para los cabecillas de la rebelión!

-¿Yo? ¡A la fuerza! Pero ya que buscas tierra para tus ojos, dime una cosa: ¿Quién alumbró al Chelja para que sacase desertores en esas lanchas marroquíes que se acercaban ahí por detrás do gonio del Campo de Aviación, como ahora se supo, mismo debajo de la torre de tu faro?

-Yo, no; fue el faro, simplemente el faro, que ahora es totalmente automático…, gracias a los dineros de España, precisamente en un cheque de tu Banco!


De brazalete

Mientras que el Casino se despoblaba a partir de la noche de las metralletas, con las mujeres evacuadas y los oficiales atendiendo a las mil grietas de nuestro Plan Estratégico Defensivo, que otra cosa no permitía el Gran Jefe, ni enviaba medios para hacer una guerra absoluta, no fuese el diablo que se supiese demasiado de aquella reproducción del Desastre de Annual, amén de que el “Tío Sam” no le dejó utilizar los aviones de “Préstamo y Arriendo” contra su “sobrino” magrebí, la Casa de España cobró una actividad hasta entonces desconocida, convirtiéndose en Casa- Cuartel-Club de nuestro fardoso y marchoso Somatén, vulgo “Batallón de la Gabardina”, pues las guardias y las patrullas nocturnas, a las puertas del desierto, con grandes altibajos de temperatura, requerían, como mínimo, esa prenda; ello aparte y además de la protección que suponía vernos y distinguirnos, unos a los otros, desde lejos, atentos a la tentación de dispararles a los bultos y a los sonidos extraños, como ocurrió con aquel incidente del gato que saltaba para alcanzar el bacalao en una azotea…

Fuese valentía o inconsciencia, en todo caso si hubo un cóctel de patriotismo, saturado de aquel coñac de las “Tres cepas”, los de la Gabardina disfrutamos a tope jugando a soldados, con los viejos “máuser” al hombro, brazalete distintivo y, como dice la vieja copla, “en los labios un cantar”, que casi siempre eran viejos himnos de la del 36, azules por supuesto.

Ni que decir tiene que volvió a florecer Suerte Loca, con las habitaciones al completo, y aquel Alí Ahmed más calladito y discreto que nunca, pero sin jabalíes, porque los cazaderos de Selgas se volvieran cazaderos recíprocos de moros y cristianos, a morterazo limpio.

Por aquellos días alguien dijo en la Casa de España que en el Casino tendrían Navidades extras, pero ninguno, ni los que teníamos doble casta, socios de las dos instituciones, cayó en la tentación de separarnos ni por un momento del grueso de nuestra fuerza, de nuestro “Batallón”, en el que no había mandantes ni comandantes pues mandábamos y barullábamos todos, a porfía, que ni en el más utópico de los comunismos. Sin embargo, supimos por los camareros del Casino, -que era la prensa más fiable, por no decir la única-, que Gila, el humorista Gila, que nos visitó en unión de la Elder Barber y de Carmen Sevilla, les recordó a los Jefes cual era la mejor forma de dirigir una guerra. Por su parte, la Elder, coqueteó cuanto quiso, tanto, que incluso hubo labazadas, y lanzamientos por el balcón, compitiendo entre varios oficiales que deseaban enseñarle…,  su propio pabellón. Esta guerra también les resultó fallida, al parecer, porque la Barber se retiró con Carmen Sevilla, no se supo para donde, después de repartir tan sólo algún beso… (La historia del mío con Carmen Sevilla me la callo, por si me lee mi mujer).




En la Casa de España, en el Club, no tuvieron artistas invitados para cenar, así que, ¡no tuvieron besos de Carmen Sevilla!, pero tampoco hubo soplamocos; y para “guerras” de Gila ya teníamos la nuestra particular, en la que el artista seguramente aprendió más de lo que enseñó.

La troika, recompuesta con el maestro Rivas en el hueco, en la habitación dejada libre por Iruña al casarse con una de aquellas “cuñadas”, bien elegida por cierto, mismo parecía una triada de dioses jugando a la guerra pues, sin dejar de vigilar el faro, por dentro y por fuera, tanto acudían a las juntas del Club como sustituían en las patrullas a los griposos, o…, ¡diseñaban y encargaban banderines alegóricos, a falta de otros noticieros de aquella guerra tan secreta como minuciosa! Por entonces no sólo entró en máximos la Casa de España sino también el cementerio cristiano, que se cansara de estar a campo de henequenes, para engullir, en míseras cajas de pino, doscientos héroes en menos de doscientos días. Estas son las cuentas que echaron los periodistas de la Prensa del Movimiento, que comían opíparamente en el Casino, donde eran informados en las sobremesas sobre la marcha de las distintas operaciones, pero a los del Somatén nos parecieron bajos los sucesivos sumandos a juzgar por el movimiento de camiones que descargaban a puerta cerrada en el cementerio.


Zamalloa, visitando a los heridos.

 En cualquier caso, el salón grande, el alto, del Casino, no parecía que fuese la mejor atalaya para enterarse a fondo de lo que realmente pasaba, y menos con la vista enturbiada por el Rioja con el que mojaban aquellos filetes aerotransportados que llegaban al Casino procedentes de Gando, en cajas “top secret”.

En cuanto a las guardias nocturnas del Banco, fuera de aquel, “¡Alto! ¿Quién vive? ¿Santo y seña?”, tan oportuno y tan merecido que le dio un compañero desde nuestra azotea, detrás de los sacos terreros, al periodista del Movimiento, Santamaría, y que le costó tirarse al suelo, precisamente en la única charca de aquel invierno, porque, ocupado en sus visitas al burdel, que ya no era de moritas sino de cristianas importadas por el Ejército, desde Canarias, todo lo demás transcurrió con bastante normalidad, sin novedades dignas de mención. Nos cayera bien el jovial Santamaría, un tipo simpático y juerguista donde les haya, pero no le perdonábamos que aprendiese a escribir al dictado, ¡al dictado de las estrellas de ocho puntas!, nada más llegar a Sidi Ifni.


Tremolante

En este punto y en esta hora tengo que empezar por el final, aunque sea contra toda preceptiva, pues no puedo silenciar el mea culpa, mi arrepentimiento, que irán conmigo, lo menos, lo menos, hasta la sepultura.

Fue cosa del diablo, seguramente que del Mayor, que en aquella desdichada ocasión se me ocurriese comentar con Raimundo el viejo asunto de la bandera del Istiqlal, aún tremolante y victoriosa en la torreta de la hoy vieja, entonces nueva, mezquita.

-Estuvo aquí en el Banco, para hacer una transferencia, un capitán de esos del Estado Mayor, y se me ocurrió decirle que es una vergüenza que no hagan retirar esa bandera, cueste lo que cueste!

-Hiciste bien, que eso pasa de castaño oscuro; ¡un marrón! ¡Ay, si levantase la cabeza Mío Cid Rodrigo!

-No tanto, pero algo así le dije al capitán; él opina que la cosa no es tan sencilla, pues mandarles allí, a la mezquita, un comando, sería profanarles su templo, y los morangos son capaces de sacar fotos y hacerlas llegar a otros países. ¡Ya sabes, la tradicional amistad de la España de Franco con el mundo musulmán!

-¡Serán burros…! Eso se hace de noche, después del toque de queda; y precisamente ahora, que estamos de luna nueva… -Opinó Facal.

Hice por reírme, aunque me salió simplemente un esbozo:

-¿Le vas a enseñar a hacer hijos a tu padre; en este caso, al dios Marte?

-¿Cómo, cómo? ¡Repite eso, que nunca tal he oído!

-Pues es un dicho muy frecuente allá por Lugo… Se usa para indicar que no se le puede enseñar a quien ya demostró saberse el oficio. Aquí el Ejército bien lo hizo, en particular el templado Zamalloa, ¡que ese sí que es un Marte!, con los presagios, mejor dicho, con la fuerza, con la numerosidad y las armas, que trajeron los del 23 de Noviembre. Poco faltó para que tuviésemos aquí, aquí en la ciudad, pero también en los puestos del Interior, la matanza de este siglo, un segundo Annual. Desde entonces, y con Zamalloa, por lo menos aquí en el cogollo, en la ciudad, manda España!

-En esa defensa, en esas recuperaciones, algo ayudaríamos los del Somatén, digo yo!

-¡Hombre, modestia aparte, creo que está claro que si no fuesen nuestras guardias en los edificios neurálgicos, y nuestras patrullas, al menos por las calles más céntricas, y por ende, más codiciadas por los asaltantes, sobre todo los primeros días, hasta que fueron llegando los refuerzos, a cuentagotas que vinieron, aquí se precisarían por lo menos dos de las Compañías que están formando columnas en la liberación de los poblados…; así ellos estuvieron libres, despreocupados de nosotros, para dedicarse también a la traída de aguas, el aeropuerto, la playa desembarcadero, y otros puntos del más alto valor estratégico!

-Para con eso, pues lo hecho, hecho está; ¡ahora el problema, la vergüenza, es esa bandera!

-Problema, o no, de día está la cosa de las posibles fotos; y de noche, el Estado Mayor, que da por inexpugnable esa fortaleza pues temen que tengan allí, en la mezquita, prevaliéndose de que es un recinto sagrado, su arsenal de armas. Es la única edificación moruna que no se atrevió a registrar la Policía…

-¡Para, para, que me diste una idea!

-¿Yo…?

-¡Si, tú, tú mismo! ¿Inexpugnable? ¿Inexpugnable para mí, que allá en los cantiles de la Costa de la Morte nunca hubo racimo de percebes al que no llegase, y que sé subir, trepar, por la cuerda, con la misma facilidad que si ascendiese por la escalinata de Platerías? ¡Eso es pan comido!

-¡Frena, Raimundo, que estás loco, asirocado! Tu sigue defendiendo el faro, que cualquier día te lo dinamitan esos tipejos del llamado Ejército de Liberación. Y por mi parte, aquí en el Banco también tengo de sobra, que ya ves que ni la Policía ni el Ejército nos concedieron ningún tipo de protección directa, y con todo multiplicársenos el trabajo al multiplicarse el aporte de tropas que están llegando, tenemos nuestras guardias, que las hacemos por turnos, de dos en dos, día y noche. Con unas y otras, ya tengo los nervios a punto de caramelo, derretidos. ¡Cuando veces me acordé del pobre Martínez, de aquella noche que le hicisteis dormir acurrucado entre las sacas del correo…! Pues yo mismo, si no fuese por la responsabilidad de nuestras guardias, dormiría encantado en esos sacos terreros…, pero tenemos que vigilar, particularmente esas azoteas de la calle Teniente Botija, desde donde nos pueden paquear a placer, en total impunidad, que luego saltarían a la parte trasera, perdiéndose en las tinieblas de esta ciudad más oscura que la boca de un lobo!

-¿Te olvidaste de que también estabas en aquella lista que les cogieron no sé en qué registro…? ¡Eso me dijeron, nada más aterrizar! No puedes ser desagradecido ya que estás vivo de milagro…, y por segunda vez! Te recuerdo que, también, sobrevivisteis al ataque del Istiqlal, en Safí, cuando ibais tan tranquilos, en tu De Soto…  ¡A los nuestros, por supuesto, que en cuanto a esos Notables hijos de…hijos de Notable, que bien poco te agradecieron que les contases y recontases sus asquerosos billetes!

-Precisamente por eso quiero que remate lo antes posible esta guerra idiota, sin nuevas provocaciones, pues ya que no fuimos previsores para defender lo que oficialmente se consideraba nuestro…, ahora que venga ese oso de El Pardo, que se baje del pino, que arríe nuestra bandera, y cada mochuelo a su nido! ¡Ya que no hay quif-quif, que aquello era una adulación para chuparnos las pesetas…, regalémosles las chumberas, que es lo único realmente suyo, pues todo lo demás lo construyó España…, que les dio estas riquezas cuando en la Península, y también en las islas, aún estamos con la autoproducción y el autoconsumo…, y las carreteras sin asfaltar!

Mientras yo me desahoga, Raimundo no paró de asentir con su cabeza, concluyendo:

-En esto tienes razón, ¡pero de poco vale tenerla en una dictadura que se fortaleció precisamente con las fusilas de los magrebíes! Ya viste la cabronada que le hicieron a Zamalloa: Al parecer, con las columnas de Tiradores, Legión y Paracas, estaba dispuesto a romper este maldito cerco, y llegar por lo menos a Agadir, en una incursión de castigo, de represalia…; pero, en estas, vino Alcubilla, de noche y en un cuatrimotor, ¡en el primer cuatrimotor que aterrizó aquí, que para el mando les tienen, pero no los usan ni siquiera para traernos unas latas de sardinas!, ordenándole de parte del Gran Señor Bajito que se estuviese quedo, pues, de lo contrario, ni laureada ni carajos, que allá en Coruña, en el castillo de San Antón, seguía libre la celda que retuvo a Porlier, ¡también por libre pensador!

-Vete callando, y vámonos, que tengo que volver al Banco, a ver si hoy termino pronto y puedo dormir una siesta…, antes de la guardia!

-No podrás, que hoy te invito a comer en el Faro, que algo me traje de Galicia…

-Aquí, dentro de lo desabastecidos que estamos, tampoco pasamos hambre, que el Director ya sabes que es hermano del cocinero del Caudillo, y hace milagros con la pota y la sartén…

Raimundo rehusó mi insistencia, dando por cierto que no le faltaría:

-¡Cuento contigo, eh, que quiero comentarte un plan, una acción, que será más sonada que la “Operación bacalao”, esa de la azotea de tu amigo y compañero…!

Le conocía tan bien, que me pareció adivinarle sus intenciones:

-¿Vas expugnar la mezquita? ¡Eso estaría en tu estilo, hijo de Breogán!

-¡En mi estilo, y en mi obligación, que este Ejército de nuestra España está más desarmado, y es más reducido, por culpa de los disimulos de don Paco, que aquellas guerrillas de Pancho Villa? Esto aparte de que aún no concluyeron con sus intentos de liberar los Puestos del Interior…

-Pues irás tu solo, que yo tengo bastante con defender nuestros dineros…; ¡eso, además de que estoy, o sigo, en mis cabales!


-¿Cómo conseguiste estas naranjas?

-Son de las que empezaron a llegar para aguinaldo del soldado…

-Pues a nosotros, de eso, no nos dieron nada, que seguimos con esa propina de coñac Tres Cepas, algo de azúcar y café…

-¡Hay que tener amigos, macho; amigos que estén al pie de esos aviones que se supone…, que se supone que traen tropas y armas…!


-¿Sigues viendo gigantes en los molinos de Montiel?

-¡Seguimos, en plural, que aquí Argimiro también se apunta; con la gloria compartida, sólo me tocará un tercio de la condecoración correspondiente!

-De estos dos ya sé que igual adoran a Alá como se cagan en la Meca, según les pete, pero de ti, Rivas…

Se picó Raimundo, herido en su amor propio:

-¡Sin faltar, eh amigo, pues cuando me acuerdo de la Meca no es por la Meca a la que tú te refieres sino por el meco, por el mimo, de estos cuatro Notables que fueron allá, para ganarse, más que indulgencias, ascendiente sobre sus paisanos; subvencionados por España…, y de paso aprovecharon la ocasión para comprar armas! Esto de ahora se venía venir; no me cansaré de repetirlo, pero los que no se enteraron, como siempre o casi siempre pasó en la Historia de España, fueron nuestras eminencias, los imperialistas…

Para salirme de aquella discusión que empezaba, o seguía, siendo bizantina:

-¿En definitiva, a quien, o a quienes, lleváis en vuestro equipo; quien os auxiliará?

Fue el propio Argimiro, que hasta entonces estuviera callado:

-En el plan que tenemos, ya que no venís con nosotros, sobran los terceros. Aquí al escala torres, al Facal, se le ocurrió soldar unas tuberías de hierro, y con ellas izar hasta la baranda de la terraza de la mezquita una pequeña áncora que tienen ahí abajo, de adorno, en la Comandancia de Marina. ¡Así no se hace el ruido de lanzarla! Detrás del áncora, como dijo aquel gitano, no irá el burro, sino su cuerda!

Sinceramente, yo no lo veía muy claro; poco factible:

-En vuestro caso lo consultaría con la almohada; y después, cerca del día, cuando se duermen hasta los murciélagos, me daría una vuelta por el entorno de la mezquita, por si hay sombras en movimiento, o algún rumor, algún indicio de peligro…, ¡que ese es un recinto muy peligroso, en todos los sentidos!

Raimundo, hecho un jabato:

-¡Ni tenemos tiempo, ni hace falta! No hay tiempo porque en los días siguientes avanzará la luna, y para nuestro plan, la oscuridad de esta es total, perfecta. Tampoco hay mucho que averiguar, que yo conozco la mezquita tan bien como este faro, que estuve dentro con el faquih Lahsen… ¡Quizás sea el único español que estuvo dentro desde que se la construimos!

Mi desazón y mi preocupación no iban a menos:

-¿Y si hay moros en la costa, que en este caso sería en su azotea…, o en las próximas?

-¡Eso está en los libros de Alá, o más bien, en los allá! En los míos está arrancarles esa bandera política, posesoria, y máxime izada en un lugar sacro, que ellos mismos la debieran arriar por lo que tiene de sacrilegio! El plan, en definitiva, es este: aquí Argimiro ya tiene las llaves de un pabellón que queda inmediato a la mezquita; y allí soldaremos las barras. Después del toque de queda, sacamos la barra, el áncora, y todo eso. Cuando tengamos el ancla arriba, si hay alguien, asomará, o hará algún ruido; después treparé por su cuerda, y desde la azotea ya veré la forma de forzar el acceso al minarete, que por algo llevaré al cinto esta pata de cabra… En definitiva, arrancar la bandera y tirarla a la calle tiene que ser cosa de minutos, y si me apuras, de segundos!

Yo, con mi inquietud, que no quería transmitírsela, pero si estaba intrigado en su planteamiento:

-Si lográis retirar esa bandera, ¿qué haréis con ella?

El propio Raimundo:

-¡Lo único que se puede hacer, tratándose de un trofeo: llevársela a tus amigos del Estado Mayor…, y que la conserven en alcanfor!

-¡Eso, rima!

Lo que rimará será el himno del Somatén, que si conseguimos hacernos con ella habrá que meterle unas estrofas alusivas…


Me fui seguidamente para el Banco, al piso del Director, sediento de mi siesta, así que no volví a saber nada de la aventura de la troika hasta eso de las once la noche que, desde mi agujero de vigía, por un hueco de aquellos sacos terreros de la azotea vi aparecer el De Soto de Argimiro. Si en aquel momento me propusieran una apuesta, yo pondría doble sobre sencillo a que se quedara en simple proyecto la “Operación Mezquita”, pero, lamentablemente, no fue así. Me llamó desde la calle:

-¡Baja rápido, que pasaron cosas!


-¡Dios mío, Raimundo! ¿Qué le pasó, está herido?

-¡Sube rápido, entra en el coche, que vamos al faro!

Le sacudí en el asiento trasero, donde estaba acurrucado; entendí que se había desmayado.

-¡Raimundo, Raimundo!

-¡No insistas, que está muerto; la hicimos buena!

-¿Muerto? ¡Pero, no sangra! ¿Qué pasó?

Ya en el faro, que llegamos a toda velocidad:

-¡Ni casi lo sé; supongo que un golpazo en la nuca…! –Argimiro, sollozando, con la voz entrecortada. –Lo que vi desde el coche fue que Raimundo ya lograra fijar su ancla en el adarve de la mezquita, y subía como un gato…; pero en el momento en que esperaba verle saltar para dentro de la azotea…, se vino abajo! ¡Visto y no visto! No puedo jurar si se cayó, si se soltó el ancla, o si le empujaron…, ¡que todo pasó con la velocidad del rayo! Tampoco he visto ninguna sombra, aunque la verdad es que no esperé para cerciorarme de eso pues salimos del coche, Rivas y yo, y de una zancada le arrastramos para dentro… Me metí delante y aceleré hasta llegar a sitio abierto…, delante del Patronato! Tampoco sabemos si contestó algo, pero aquí Rivas dice que le oyó un “¡Agg!” agónico.

Rivas, en el otro asiento delantero, mudo, como otro cadáver. A mí se me ocurrió:

-¿Por qué no tiras para el Hospital, que está Álvarez de guardia…, por si aún se puede hacer algo?

-¡No ves que ya no tiene pulso…!

No le hice caso, y llamé a Álvarez desde el teléfono del faro, que por cierto se presentó con su botiquín, más que volando:

-¡Este creyente, a tal momento, está llamando en las puertas del Séptimo!

El Capitán de Estado Mayor llegó algo después, conduciendo el mismo un jeep, pero en vista de que lo hecho hecho estaba, y de que el muerto llevaba su media hora, allá arriba, sobre los luceros, en su guardia eterna, se marchó para recabar instrucciones, recomendándonos secreto de Estado, absoluto, así que, por toda unción, Facalito sólo tuvo un rosario, que nos pusimos a rezar atropelladamente, junto a su cadáver, mezclando avemarías con juramentos desesperados de venganza contra aquellos que pretendían señorear el Territorio con una bandera agresiva, izada en sagrado, desafiante, insultante, sin esperar conversaciones diplomáticas sobre el futuro de unas tierras en aquel momento bélicamente discutidas, con nocturnidad y alevosía!

Por el tiempo que empleó en volver, entiendo que conferenció con cuantas autoridades, militares por supuesto, hubiese entonces asequibles. Cuando regresó, con un hermetismo de circunstancias:

-¡Menos mal que Zamalloa es un tío cojonudo y comprendió vuestro gesto, tan valiente como…, estúpido! Ahora hay que montar la coartada:

Para empezar, tu, José María, vuelves al Banco y cierras el pico, como si fuese un secreto profesional, ¡que lo es! Y tú, Rivas, que estás alelado, ya puedes avisar en la Misión para que venga un Padre con los santos óleos, pero es mejor que no sea Erviti, para llamar menos la atención. Álvarez, tú tienes que certificar que este Raimundo se asomó…, ahí arriba, aquí en el faro, posiblemente para reparar alguna de esas láminas de vidrio, y que, inopinadamente, acaso porque le deslumbró uno de esos reflectores…, se cayó de la torre, aquí mismo, sobre un murete del edificio; que se apachurró la nuca, que se le hundió el cráneo…, ¡lo que tú quieras, pero que nadie pueda sospechar la más mínima!

-¡Vale, vale! –Aceptó el médico-. Técnicamente no es ninguna mentira pues está claro que murió por un golpe recibido en el bulbo raquídeo, al caer sobre una superficie dura, de piedra, asfalto o cemento, en la mismísima acera de esa mezquita…

Aturdido como yo estaba, sólo tuve una prevención:

-¡Pero aquí no hay huellas del accidente, ni sangre, ni vidrios rotos…; nada!

El militar me miró belicoso:

-¿Estamos en guerra, no? ¡Pues entonces, querido amigo, aquí cuadran todas las cuentas, pues en estas circunstancias el parte de un médico es palabra de Dios!

Todos asentimos porque no cabía otra alternativa, aunque eso fuese enterrar, con el propio Raimundo, su merecida gloria.


Aparte de aquellas mínimas explicaciones, y de aquellos grandes juramentos, lo único que dijo Argimiro, cuando me dispuse a volver a mi guardia, fue:

-Con esta conmoción ya se me olvidaba…; ¡y eso que parece que fue una premonición! Cuando estábamos en esa azotea, soldando aquellos tubos de hierro para que alcanzasen el adarve de la mezquita, para izar el ancla…, me dijo Raimundo: “Si me pasase algo, acuérdate de decirle al Bancario que se quede con todos mis libros, y con todos mis papeles; que sólo les mande a mis primos los cuartos de la Libreta, que si se divulgan allá por Camariñas mis cartas de amor, poemas y demás tonterías, creerán que estaba loco, y que me suicidé!”

-¿Loco, Raimundo? ¡Aún no nació otro como él! –Lo afirmé entonces, y lo rubrico ahora.

-¿Por qué tendría tanto interés en arrancar esa bandera que pusieron los del Istiqlal? ¿Lo haría por puro patriotismo, para demostrar que un civil, en casos extremos, puede ser tan valiente como un militar…?

Le dije lo que sentía, exactamente lo que creía:

-Para mí que no fue por eso; o no sólo por eso: Para él era un sacrilegio esa bandera roja, de guerra, en el minarete de una mezquita, y quiso darle a Dios lo que es de Dios, que las banderas son, deben ser, para el César! Y en este caso que la discutiesen los dos Césares, y mejor aún, cuerpo a cuerpo, Franco y Mohamed V…, ¡pero esos mandan desde lejos, bien seguros y bien acomodados en sus palacios respectivos!

Poco más hablamos, que enseguida llegó Rivas con uno de los Oblatos para rubricarle su pasaporte cristiano. En ese momento volvió a entrar el capitán y nos llamó aparte, mientras el sacerdote latinaba, para insistirnos en lo del secreto; ¡lo hizo con tanto imperio como si arengase a los soldados en una jura de bandera!
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Volví al Banco, pero pasé el resto de la noche en vela, tendido en un sofá, con los papeles de Raimundo allí al lado, en una maleta, que sus libros estaban bien donde los dejara, para su familia, o para quien le sucediera en el Faro. Desde entonces, y no es el primer desvelo en que tal cosa pienso: ¿Fue cierto todo aquello; ocurrió realmente; no sería una de nuestras cacerías de ciclóstomos?

Las cosas de Ifni fueron tan insólitas, tan increíbles, que ahora mismo (cuando escribí la edición que salió en gallego habían transcurrido más de treinta años, y ahora, que lo estoy transcribiendo al castellano, van cincuenta, medio siglo) por mucho que me ajuste a la verdad y a la realidad, mi relato tiene que resultar increíble; ¡y lo entiendo; no se lo censuro al lector! Una guerra secreta, vergonzante para ambas partes: La ingenuidad, y la falta de previsión, de previsión y de provisión armamentística, por parte de España; de no querer o no aceptar una descolonización diplomática, etcétera. ¡Una pesquería sin puerto, fuese para pescar o para desembarcar tropas en circunstancias bélicas! ¡Unos fusiles que ni para cazar ciclóstomos servían! Lo de la furia y la nocturnidad marroquí, si bien injustificables en todo tiempo y lugar, con la experiencia de aquel ambiente descolonizador, global, universal, ahora lo entiendo un poco mejor, aunque me sigue pareciendo un método detestable e innecesario; ¡yo diría, medieval!

En la primera edición comenté, o expuse: “Por qué o noso Tío Sam se opuxo a que España, entón, poidese utilizar, en lexítima defensa, -xa que foi atacada con nocturnidade e aleivosía, en política magrebina de feitos consumados-, aqueles avións de “Préstamo y Arriendo” dos que tanto presumíamos nos Desfiles da Victoria, para auxiliar á provincia 51ª, con escudo propio de heráldica fraternidade? ¿Por qué, en troques históricos, se enfureceu tanto coa ocupación de Kuwait, e incluso nos pedíu, ou nos esixíu, que lle axudásemos a liberar ese emirato familiar; coma quen di, a bota-los caseiros dun veciño?”

Añadí entonces, y aún lo sostengo, que la Historia de España es toda ella una auténtica cacería, ¡de ciclóstomos!, o sea, una serie de novatadas, unas por activa y otras por pasiva, impropias de una cultura que presume de milenaria; como dije al principio, las cacerías y las guerras cuestan muchos tragos, y no sólo de licor!
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Histórico: Aquella prematura e inoportuna bandera marroquí la retiraron, dos o tres noches después, dos civiles y un militar, seguramente por indicaciones del propio, del valiente, del laureado, Gómez-Zamalloa; pero no me siento autorizado, ni con autoridad, para pasar sus nombres a la Gran Historia de Ifni pues, aunque ya no vivan, deben ser sus familiares, y no un simple amigo, quienes desvelen el secreto con el que llevaron a cabo tan arriesgada y heroica misión.


José María Gómez Vilabella
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Azora LXV

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8 ¡A cuantas ciudades que fueron rebeldes a la orden de su Señor y de sus enviados hemos exigido cuenta rigurosa y las hemos atormentado de terrible manera!

9 Gustaron el castigo merecido por su conducta. El fin de su conducta fue su pérdida.

10 Dios ha preparado para sus habitantes un terrible tormento. ¡Temed a Dios, oh, poseedores de entendimiento!

11 ¡Oh, los que creéis! Dios os ha hecho descender de la Instrucción un enviado que os recita las aleyas manifiestas de Dios para sacar a quienes creen y hacen obras pías de las tinieblas a la luz. A quien cree en Dios y hace obra pía, Él le introducirá en unos jardines por los que corren los ríos; en ellos vivirá, inmortal, eternamente. Dios ha embellecido su lote.

12 Dios es Quien ha creado siete cielos y otras tantas tierras. La Orden desciende entre ellos para que sepáis que Dios, sobre toda cosa, es poderoso. Dios rodea a toda cosa con su ciencia.
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Xosé María Gómez Vilabella


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