miércoles, 6 de junio de 2012

CACERÍA DE CICLÓSTOMOS EN IFNI -I-


CACERÍA DE CICLÓSTOMOS EN IFNI




Edición en castellano

La edición en gallego se publicó por la
Editorial Berlán
Rúa Historiador Vedía, 1
15004 - Coruña
I.S.B.N. 84-87886-00-0
Depósito legal: LU-16-91



En recuerdo del “Batallón de la Gabardina”,

héroes anónimos de una guerra anónima que nos sorprendió en aquel polvorín del A.O.E. tomando whiskys. Compañeros de aquel Somatén, ¿volveríamos, hoy, a las andadas, con aquellos fusiles “Máuser 98”, de la de 1936, frente a las metralletas “Thompson” del Ejército de Liberación? ¡Creo que ni borrachos, y menos aún con aquel “Tres Cepas” que nos facilitaban en el Cuartel de la Policía! ¡Que la defendiese nuestro führer ya que tan indefensa la tuvo…, y nos tuvo!

Xosé María

El humorismo

que no quiere entregarse a la tragedia, al dolor, a la tristeza, a la lamentación dramática y gesticulante, no tiene más remedio que escarnecerlos, mofarse de ellos, hasta llegar al ludibrio y al sarcasmo en los casos extremos.
Celestino F. de la Vega
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Banderín o gallardete de nuestro “Somatén” ifneño.

Motivación:

La mujer de uno de nuestros “colegas” había puesto a secar, en la terraza de su casa, ¡un bacalao! A altas horas de la noche él oyó un ruido de saltos estremecedores. ¿Qué estaría pasando...? Lo lógico. ¡Que los del Istiqlal estaban lanzando paracaidistas, con nocturnidad y alevosía, sobre nuestras azoteas! Y como la mejor defensa es un buen ataque, el “colega” agotó el peine de su pistola disparando a los…, ¡a los gatos!
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Chassez les préjugés par la porte, ils rentreront par le fenétre!

Federico II de Prusia
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Contexto




Las cosas de Ifni fueron tan ilógicas

que si me pongo a escribir Historia me saldrá Novela; y si intento hacer una Novela parecerá Historia. ¿Pero a ti, remoto lector, qué más te da, colonia que Colonia? ¡Como colonia, las cosas de Ifni tienen su aroma; como Colonia, hieden! ¿La tenemos clara, no? Pues, entonces, dejémoslo en Rêve d´Or, o sea, un perfume francés para antes del té, con el té, y después del té.




Lo único real, lo único lógico, fueron los sirocos y los asirocados. Ni los muertos fueron reales ya que subieron al Cielo sin pasar por las glorias de la Historia; ni siquiera por las pompas fúnebres, salvo que así les llamemos a las doscientas, vulgares, cajas de pino canario en las que, en el año 1969, evacuaron a los héroes de aquel cementerio transitorio; ¡doscientos héroes, los localizados, sólo los localizados, que seguían firmes, cuadrados y rígidos, en sus fosas respectivas! En cuanto a los desparecidos, se calcula que un ciento de nuestros héroes, alguno se habrá reencarnado en guepardo, o en chacal; pero los otros, los de la otra parte, ¡felices ellos!, a estas horas estarán gozando con sus huríes, allá arriba, en el Séptimo… A mayores, si aún vive alguno de nuestros heridos, pienso que no gustará de leerme pues quedarían hartos de aquel follón, de aquella marimorena, de… ¿nuestra?, Mar Pequeña.
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Escribo en mi celda de las meditaciones, en el ático de mi casa, que es donde arrinconé mi biblioteca, rodeado, pues, de mis libros, y también de los viejos fantasmas, que tienen forma de cartapacios mohosos; este es mi refugio jubiloso, ¡otros dicen, de jubilado!, en esta ciudad de Coruña, puerto de salida para tantas aventuras coloniales. Por mis ventanas, no siempre brumosas, veo dos mares, que salieron de uno solo, la Bahía y el Orzán. No os extrañéis, pues, que recuerde, que aún sueñe, con la mar lejana, con la de mi mocedad, con la de Santa Cruz de Ifni, en la que tantos gallegos se inmolaron…, y pudrieron!




Santa Cruz de la Mar Pequeña, también conocida por Santa Cruz de Ifni, primero -se nos dijo-, fue un fortín español; siglo XV. El Seis de Abril del año 1934 ocupó aquel Territorio el entonces coronel Capaz. Desde esa fecha, oficialmente, se tuvo aquel rectángulo, de costa rectilínea, (70 Km., por unos 30 de fondo), como solar español... ¿Dónde estaba aquella Mar, la nuestra, la auténtica, por Pequeña que fuese? (Quedara olvidada, allá abajo, un poco más abajo, con su castillo abatido). Políticos hubo que compararon nuestro Ifni, en eso, en nuestra lícita propiedad, posesión y pertenencia, con el propio Toledo. ¡Con el de las tres culturas, no; con el visigodo!

El 4 de abril, -¡siempre abril, pero éste del año 1956-, Mohamed V hizo un viaje “de negocios”; a Madrid, precisamente, pero también a Toledo, que lo llevó allí nuestro Caudillo, ¿acaso para recordarle nuestra Reconquista? La crónica del mismo se hace con dos anécdotas singulares:

La primera, propia de la radio y del humor “macuto” de la época, fue que, yendo para Madrid en el avión de Iberia, la azafata reparó en que el Sultán iba…, ¡con babuchas! -¡Majestad, disculpe, pero no me parece que lleve calzado idóneo para usar en Madrid en esta época del año; suele llover…! -¿Qué no…? ¿Entonces, qué me aconsejas? -¡No sé...! ¡Mejor unas botas! –No te preocupes por eso, que allí me las pondré…, ¡vaya si me las pondré!

La otra, más seria, consistió en que, al aterrizar en Barajas, le tocaron, claro está, el himno marroquí. El Sultán se paró y se cuadró militarmente. Entonces le dijo Franco, o más bien le ordenó, ¡puesto que ordenar…, ¿o desordenar?, era lo suyo! –Podemos seguir revistando las tropas… Pero el visitante le contestó, le dio a entender, que ya era mayor de edad, libre de tutorías, (léase, Protectorado), y que sabía muy bien lo que se hacía. ¡En aquel instante, de facto y moralmente, remató el Protectorado de Marruecos, finó la tutoría, pero sin el debido, normal, usual, esperado, Requiescat in pace!

La declaración conjunta hispano-marroquí, firmada en Madrid el 7 de abril de 1956, reconociéndoles la independencia, precisa que “… la integridad territorial de Marruecos, tal como está garantizada por los tratados internacionales en vigor”. Eso se dijo y se firmó, pero con nuestra reserva mental, no explícita, de que el Territorio de Ifni no entraba en aquellos convenios. Por otra parte, era imposible que un Franco se llevase bien con los francos, aunque sólo fuese por aquello de que, “cuña de la misma madera…”; y había que demostrar que ellos, los franceses, se fueran de Marruecos estúpidamente, pero que nosotros, los franco-galaicos, entendíamos de pleitos, y en particular, de pleitos territoriales.

Se llevara una política divergente en los dos Marruecos: España no reconoció al sultán Ben Arafa, impuesto por los franceses para substituir a Mohamed V, que lo mandaray n de…, ¿vacaciones?, a Madagascar, en 1953.

Después de eso, el mandado, o “desmandado”, que dicen otros, García Valiño, Alto Comisario de España, le dio alas al sultán Mohamed Ben Yusuf (el padre de Hassan II) para que volase cara a la independencia magrebí, pero…, ¡la francesa! Alguien próximo al Pardo, y también gallego por más señas, dijo aquello –tiempo después, que es como hacen los profetas más ciertos, los más seguros- de que, “En lo de no haber reconocido al Sultán Ben Arafa nos salió el tiro por la culata, y ello es el fruto de una política torpe de aislamiento entre España y Francia…” ¿Aislamientos con Francia, abrazos al Jalifa…? ¡Una carga histórica, una más, para un pueblo cargado de guerras y de torpezas!

El 3 de Agosto de 1957, en un escrito “reservado” del Estado Mayor, se declara a Ifni “zona de operaciones”. Seguidamente, también a primeros de Agosto, se ordena la urgente puesta en acción de un plan para la defensa de la plaza, y todo eso; sin embargo, para allí, para la tal “plaza”, no nos enviaron medios apropiados, como pueden demostrar los historiadores, pero pregunten a los veteranos, a los sobrevivientes, puesto que en los archivos las verdades se pudren enseguida, ¡y para eso, ya que tienen ese fin, pocas se archivan!

Álvarez-Chas de Borbén, comandante de Infantería y Jefe de la Policía, en un vuelo de…, ¿reconocimiento, bombardeo?, en el que participó para señalarle al piloto la zona de Tiguisit Igurramen, desde la que unos… ¿incontrolados?, atacaran una de nuestras patrullas, se nos fue al Cielo, mar en medio, rajando la niebla con aquel Heinkel 111, pues el aeropuerto, fuera de un bar acogedor y bien surtido, otros medios de orientación no tenía, no le pusieran. ¡Buen principio, bueno: por Alá!

El paso siguiente fue que el General Gobernador, ¡o Gobernador General, que tanto monta!, se supone que por órdenes superiores, ¡por la “Gracia de Dios”, claro!, envió, confinados, a Fuerteventura, unos cuantos, supuestos, rebeldes, ¡homologándolos con Unamuno! (¡Dios, cuanto se habrá reído don Miguel desde sus alturas, en especial recordando a Millán Astray!) En el ínterin, ¡franquicias a los Notables para que entrasen, para que desembarcasen, en Sidi Ifni, sin aduanas, sin revisiones, aquellos sacos, rotulados, de azúcar pilón, pero..., ¡llenos de armas! ¡Hagan juego, señores: Fuerteventura a los chicos, a los patriotas; y buenaventura, con té y azúcar de pilón, para los financieros, para los financiadores, de la rebelión! En nuestra España siempre fue un placer escribir su Historia; ¡caso diferente es vivirla!

Dijo de aquella preguerra, muy acertada y exactamente, el entonces comandante Mena, Jefe de la Policía Indígena: “Desde el 23 de junio hasta el 11 de agosto de 1.957, a excepción de la población de Ifni (Sidi Ifni), las incidencias en el campo y las escaramuzas con las citadas bandas armadas, -incontroladas, como decía Marruecos a nuestra diplomacia, siempre que se le hacía llegar alguna reclamación-, fueron continuas y en ellas no faltaron los heridos y algún muerto”.

¡Dios, que buen vasallo si el señor no estuviese enamorado de su parafernalia y de su escolta multicolor! ¡Si mientras tanto leyese el Corán, de morería algo más sabría, y algo mejor mandaría!

El 23 de Noviembre del año 1957 nos atacaron los magrebíes, con nocturnidad y alevosía; nativos y no nativos del Territorio, o sea, los de casa, y también sus parientes, todos a una, cogiéndonos en pijama, ¡a pesar de los precedentes! Unos, dormidos; y los otros, adormilados. En Madrid, a todo esto, pidiéndole al brazo de Santa Teresa que nos diese martirio en tierra de infieles… ¡Si leyesen el Corán sabrían que para ellos los infieles éramos nosotros!

Como una cosa es cachondearse de la Historia y otra muy distinta que el lector piense que estamos de cachondeo, voy a caer en la tentación de llamar a un testigo creíble, como es el caso del coronel Martínez Inglés, ¡diplomado de Estado Mayor y muchos etcéteras!, para que nos diga que, “En resumen, la guerra de Ifni, en su fase caliente, se cerró en febrero de 1958 tras unos meses de operaciones de emergencia para salvar las pequeñas guarniciones del interior del territorio, replegándose posteriormente todos los efectivos a una débil línea defensiva a ocho kilómetros de la capital. –Toda la mayor parte del territorio (un 80 % de los aproximadamente 2.000 Km cuadrados de superficie) había caído en manos de los “incontrolados marroquíes”, que escondían, bajo sus uniformes sus distintivos, su pertenencia a unidades regulares del Ejército marroquí, alguno de cuyos oficiales, formados en la Academia de Zaragoza, fueron perfectamente identificados.- Pero la pérdida casi total del territorio, que ya nunca se volvió a recuperar, y la entidad y clase de enemigo con el que se enfrentaba España jamás saltaron a la opinión pública que, totalmente desinformada, creyó a pies juntillas en la victoria española y en el escarmiento que nuestros soldados habían infligido a los traidores atacantes”.

16 de Enero del año 1958. En plenas operaciones de recuperación de cotas defensivas, -círculo atrincherado de la ciudad para aislarla del alcance de ametralladoras y morteros-, el B.O.E., en aquella ocasión suplantando a La Codorniz, ¡que estaría censurada, como de costumbre!, don Francisco declaró reorganizada el A.O.E., ad captandum vulgus, en dos provincias, ¡españolas, por supuesto!: Núm. 51, Ifni; núm. 52, Sahara!

¿Ifni, provincia? ¿Ifni, provincia, después de aquel infamante 23-N, desde que perdimos los poblados del interior, sin intención y/o sin posibilidades de recuperación; desde que el Territorio, ¡de soberanía!, quedara reducido a menos superficie de la que tienen muchos de los municipios gallegos, y eso que nos tienen por minifundistas? ¡Don Francisco, por amor de Dios, por amor a la verdad, no comment, que se van a reír de usted los niños de nuestras escuelas!

En el escudo de Ifni, ¡siempre la hermandad aparente, siempre el hipócrita quif-quif!, Diego García de Herrera, Señor del Castillo de aquella Santa Cruz de la Mar Pequeña, de la otra, le da la mano al Sidi Ifni… ¡Como dijo el inglés, y nosotros repetimos: No comment!

El 21 de Abril de 1958 se dio por finalizado, ¡también en los papeles oficiales, naturalmente, pues en los montes inmediatos a la ciudad seguían las trincheras!, el “período de operaciones de guerra”. ¡Vaya por Dios: éramos pocos, y parió la abuela!

30 de Junio del año 1969. A las 10,30 desfiló la Legión, con paso largo de viaje, y por última vez, en Sidi Ifni, en la plaza que hoy llaman de Hassán II. Detrás de ellos, una sección del ejército marroquí. Arriaron nuestra enseña, ¡por la mañana, poco menos que al alba!; y seguidamente, con toda urgencia, izaron el drapeau rojo, con la estrella verde, de Marruecos. ¿Epitafio? ¡Sic Transit Gloria Mundi! Yo añadiría, modestamente pero con letras de bronce: ¡Viva la eterna imprevisión de un Imperio tan holgazán que sólo supo imperar en las nativas…, y en la plata! Sí, sí, no hay error en esto de la plata: Cuando no se tenía en el país conquistado, o cuando ya se agotara, entonces se apostaba, para ganarla, en las mesas de los casinos, a los que acudían, indefectiblemente, los proveedores de la Real Intendencia dispuestos a perder; a perder sus envites, a perder para ganar…, suministros!

Y así fue, grosso modo, la Marimorena de la Mar Pequeña. ¡Como veis, una hembra imperial!

En el Sáhara también anduvimos buscando, ¡arqueologando!, las piedras angulares del castillo de Diego de Herrera; supongo que se trataba de hacer otro injerto histórico-anatómico ya que se habían secado, esterilizado, los de Agadir-Ifni. ¡Buena cepa pero mala púa! Siempre hemos sido unos ingenuos en las discusiones históricas. ¿Por qué no satisfacernos con la creencia de que el señor Herrera ubicó varios castilletes, de Norte a Sur, en la costa magrebí? Pero pongámonos serios, que la Historia es una cosa seria, mucho, ya que mucho cuesta hacerla; en particular, vidas! ¡Ah, y también tragos, casi siempre de vino, excepto en el A.O.E. donde eran de whisky, más caro aún!


Veamos unas, someras, consideraciones:

No hay otra Mar de Berbería, en el sentido geográfico que entonces se le daba a este concepto, que la bahía de Agadir, por otra parte bien conocida…, desde los tiempos de Hannón! La “grandísima” era la Tenebrosa, la desconocida. Ni al precavido Diego García de Herrera, teniendo las lógicas dificultades de apoyo logístico de la época, y de sus circunstancias personales, -malquistado con los Reyes Católicos-, se le podía ocurrir alejarse por la costa desértica, bordeando el Sáhara, y dejar atrás, libre, en el camino de las Afortunadas, aquel abrigo de Agadir, o A Gader, con su ensenada y sus huertas feraces, que, de paso, y a la vez, aquel castillo, ¡o castillos!, estratégicamente situados, le servían para cortarles el camino costero, de bajura, a castellanos y portugueses; cuando no, para venderles esclavos! Incluso calcularía sus gabelas de aguada, pasaje, y/o piratería, ¡pues de algo y con algo tendría que mantener y recompensar sus mesnadas! Que don Diego, desde su base de Agadir, hiciese alguna excursión, alguna descubierta, costeando tímidamente, cara al Sur, bordeando aquel Sáhara infinito e inhóspito, eso es lógico, y aquí está la prueba, en esta fotografía actual. Mar Grande, a mi entender, la bahía de Agadir; Mar Pequeña, la del Sáhara.



Restos de la torre de Santa Cruz de la Mar Pequeña, ya en la zona del Sáhara.

Por otra parte, en aquellos tiempos no podía haber discurso ni descubrimiento que no tuviese relación con las hazañas portuguesas, tan competidores y ávidos que estaban siendo en sus enclaves atlánticos, pues llamarles “marroquíes” sin existir “Marruecos” era prematuro. Con respecto a nuestro descubridor, ¡otro, otro más!, a aquel don Diego de Herrera bien podríamos aplicarle el dicho gallego de que,
“Ninguén casa lonxe téndoas ao pé da casa!”.

Recordemos, también, a mayor abundamiento, que los franceses en cuestión de geografía del África Occidental siempre nos dieron ciento y raya, -eso lo aprendió bien, inolvidable, a su costa y a la de España, León y Castillo-, y ellos dieron por buena nuestra apuesta sobre el ¿Territorio? de Ifni; eso sí, desviándonos, siempre, del feraz, que no feroz, Agadir. ¡Feroces e indómitos eran los de Ifni y su entorno, que por algo los tenían por irredentos aquellos franceses! En otro supuesto, si pidiésemos Agadir, ¡a buena hora consentirían los gabachos que nos incrustásemos en su “Zona” predilecta! Concesión fue, pues, por incómodos e incordiantes que les pareciesen, o resultasen, los cuatro Ait Baamaraníes del Amezdog; para ellos, para la Francia de los años Treinta, cuatro nativos en cuarenta kilómetros eran pan comido, una marcha militar.

Pero aún nos queda otro argumento histórico: ¿Por qué diría aquella reina de Castilla que no se “cejase” en la conquista de África? ¡Para quitarles a los musulmanes las chumberas de Ifni y las dunas del Sáhara seguro que no, pues ella quedara bien fatigada, y bien sudada, ¡pobrecilla, con su voto de no cambiar de camisa hasta obtener la rendición!, del follón de Granada; a mayores, tenía conflictos preocupantes con aquellos moriscos renegados, o más exactamente, con aquellos moros que se negaban en redondo a renegar de su fe ancestral! ¿No se casara ella con su propio primo, con Fernando, el de Aragón, incestuosamente, falsificando una bula papal…, aunque después lograse la aprobación o subsanación de la misma? ¡Pues, qué más da: renegados, o nestorianos!

¡Hay que predicar con el ejemplo, señora mía! Isabel no dijo, no explicó, nada más: O es que se expresó en el latín de doña Beatriz Galindo, o fue que el escribano de su Testamento no captó bien aquellas instrucciones. Su intención, conociéndola y sabiendo la envidia que le tenía a Portugal, -bien demostrada con su apoyo al aventurero Colón, desoído en Lisboa-, seguro que fue ésta, más o menos: “… no cejéis en la conquista de África pues esos galaico-portugueses, tan amigos y tan infieles, son capaces de pactar con el diablo; ¡hay que castrarles a tiempo, pues entre ellos y los judíos tanto proliferan que luego necesitarán otro mundo!”. Si tenía problemas, ¡que los tuvo!, con Diego de Herrera, lo más apropiado era dejarle actuar donde más fastidiase a los portugueses, concretamente por allá abajo…, ¡tal que en Agadir, cerca del Safí portugués!

Por otra parte, ya subiendo a la Edad Contemporánea, Don Francisco, ¡Su Excelencia, para los íntimos!, siempre ubicó aquella Mar Pequeña, con su Cruz incluida, en el Territorio ocupado por Capaz; y sabrosas conversaciones tuvo, al respecto, con su primo y confidente, aunque dudosamente amigo, Franco-Salgado. ¡Cuando Él le llamaba así al Territorio de marras…, un africanista de su categoría!



Franco, arengando, en su visita a Ifni.

Además, tú y yo, despreocupado lector de novelas, por muy históricas que sean, ¿por qué vamos a meternos en honduras geo-políticas?

Por otra parte, ¡otra, otra más!, nuestra marimorena, la Gran Marimorena, la de la “Mar Pequeña”, se engendró y parió, alumbró aquel malparto, en el "reinado" de Franco, y ya vimos que Él le llamaba así a su campamento de Ifni, lugar apropiado para entrenar a la élite del Ejército de Tierra, pues a la Marina ni puerto le hizo en el susodicho Territorio, acaso vengándose de aquellas dificultades que había tenido para ingresar en ella, lo que no le impidió, ¡o más bien le incitaba!, a vestirse de Almirante, ¡Generalísimo de los Tres Ejércitos!, a la mínima oportunidad que se le presentase.

En definitiva, que le ofreció la Mar Pequeña al Ejército; y la Oceana al Canarias, pero en el 57, cuando no tuvo más remedio que enseñarles los dientes, digo, los cañones, a los magrebíes, lo hizo como quien riñe a unos hijos desagradecidos y mal criados…, ¡o peor entendidos!

Por último, en esta vieja discusión de la España Imperial, nada nos cuesta darle la razón, y dejarlo descansar en paz, en su Valle de Josafat, digo, ¡de los Caídos!, pues en cuanto a su morería, entre Marruecos, Ifni y el Sáhara, bastante guerra tuvo, y le dieron. ¡Algo también a nosotros, impuestos incluidos, pues de algún bolsillo, de algún cajón salieron aquellos dispendios, aquellas francachelas, aquellos agasajos a los Notables…, que una cosa es compartir el pan y otra bien distinta pagarle la pólvora al enemigo!

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Hotel Suerte Loca




Estado actual, 60 años después

¡Éramos pocos…, y vino Raimundo! Se bajó de un DC-3 como quien se apea de un caballo, pateando el umbral al saltar de un solo golpe los dos últimos escalones, en el segundo domingo de Marzo del año 1953. Lo sé bien, con certeza, pues el avión del primer domingo no llevó pasajeros porque lo dedicaron a portear más medicinas para la peste bubónica, causa determinante para que Raimundo tuviese que viajar Barajas-Gando-Sidi Ifni, transbordando, por acumulación de plazas para el directo de Madrid. Fue de los últimos aviones de Iberia que aterrizaron en la terminal vieja, delante de la gasolinera del Atlas, S.A., en las inmediaciones de los pabellones de las jefaturas de ocho puntas en sus estrellas, de mal nombre, Barrio Galaxia.

Chaquetas blancas, sin estrellas, sólo estaban allí, en aquel momento, la de Delio Viniegra, Delegado de Atlas, y la mía. Supongo que por eso se dirigió a nosotros. Me habló a mí antes que a Viniegra; seguramente lo hizo porque me vio más pequeño, pues, para hablarle al Delio, Facalito precisaba alzar la testuz, forzar el cuello, y lo tendría quebrado de tanto ojear por la ventanilla del bimotor para otear la tierra prometida, aquel carguito señalero, con pluses y ¿coloniales?, Vacaciones coloniales, que así las denominaban nuestros mandantes, ¡y luego se crispaban si alguien se refería al Territorio con el calificativo de “colonia”!

Todo ello, esos privilegios, en una época en la que la metrópoli sudaba tinta…, a falta de grasas, pues el aceite seguía racionado, racionado y escaso, excepto para “Marruecos y Colonias”! Asombrado lector, no te aflijas ni escandalices, pues esto era lo natural, que España, nuestra elegante España, siempre se endomingó para las visitas, por mendigos que fuesen…, ¡ellos!



Faro de Sidi Ifni, en su estado actual.

-Soy Raimundo…, Técnico de Señales Marítimas. Civil, por supuesto. ¿Pero, cómo, vosotros…? ¡Estáis de blanco…, pero no lleváis salacot! Me habían dicho que aquí, en Ifni, menos los obreros, todos los civiles eran militares…, ¡séase, militarizados!

-Somos de tu misma especie, macho, pero eso no es óbice ni cortapisa para que vivamos en este alcázar; así que, ¡sin novedad, don Raimundo!

Le sorprendió que en aquel aislamiento, tan parecido en ciertos aspectos a la prisión del Conde de Montecristo, estuviésemos tan informados:

-¿También os llegó aquello de, “Sin novedad en el alcázar de América, mi General”? ¡Qué pequeño es el mundo! ¡Tengo que proponer que amplíen los faros…, pues se quedan detrás de los faroles!

-¡Si que nos llegó, pero no por los periódicos…! El Embajador que dijo eso ni vino a Ifni ni es Comendador de la Orden de África, ¡que si llega a serlo…!

Hubo un silencio reflexivo, asimilativo, acumulativo, pues no todos los días se descubren mundos nuevos, exploradores, indígenas…; otros paisajes, otras mentalidades, otros cielos…

Después de esta decantación, Raimundo:

-¿Pero, os lleváis bien, no?

-¡Pischt! –Por decir algo, algo que no significase mucho.

-¡Ya entiendo; supongo que como el perro y el gato, y eso que tienen el mismo amo! Menos mal que seréis pocos, y así no os estorbáis, ni en los reglamentos respectivos, ni en los protocolos.

En esto matizó Viniegra, que era el menos ácido, por más que su apellido oliese a vinagre:

-Aquí tenemos una simbiosis perfecta; y que sigan mandando los mismos…, para que el ciento cincuenta por ciento dure…, ¡hasta nuestra jubilación! En cuanto a civiles, ya abultamos, ya, que sólo en el Suerte Loca…; ahora, doce; y contigo, trece. ¿Te sumas a nosotros, o te vas directamente al faro…?

-¿Eso de Suerte Loca…; qué es, acaso un hotel?

-Así le llaman, desde los tiempos de su erección, desde Capaz…, pero nosotros, los actuales, lo hemos convertido en un club de caballeros, séase, estilo inglés, aunque sin chistera, pues para los chistes está Carretero, el de Correos…

-¡Hombre…; eso de que yo haga el número trece me tienta! Además, lo de “Suerte”, tiene gancho; ¡parece el nombre de un saloom americano! ¡Me voy con vosotros!

Me pareció oportuno matizar, para tranquilizarle:

-No te pesará; ya verás qué buen ambiente: ¡ningún taconazo, todos iguales ante la ley del imperio, el nuestro! ¿Me entiendes…? ¡Anarquía plena!

-Ya me dijeron en Marruecos y Colonias que Ifni es el paraíso de los funcionarios, el último de ellos, así que, ¡Laus tibi, Christe!

Mas para Viniegra, como buen canario, paraíso, lo que se entiende por paraíso, era el suyo:

-¿Paraíso, este retaco, que ni puerto tiene…? Las palmeras están allá abajo, junto al asif Ifni; y sólo son doce, una para cada tribu! ¿Paraíso, con estos sirocos…? ¡Como no lo digan por eso de que las langostas, las de tierra, son verdosas, aceitosas y relucientes…!

-¡Que no, que lo dijeron por el Plus; aparte y además de este sol espléndido, deslumbrante, que asoma por las puertas y ventanas de esta Mancha, que no Mantua, tan montuosa…, y eso que es la antesala del desierto!

-¡Ah; eso! ¡Otro Quijote, otro que sabe a lo que viene!

-¡Claro que lo sé…; a colonizar! ¡Patria querida: En tu leal suelo, arrullado por tus glorias, tuve la honra de nacer; y envuelto en tu sacrosanta bandera, quiero morir!

-¿Le has oído, Viniegra? ¡Y además, asirocado! ¡Tú lo eres de nacimiento, chacho! Aquí en África sólo quieren morir de balde los legionarios, que los demás queremos vivir…, a ser posible, de puta madre, que por algo somos Adelantados de la Mar Pequeña!

-¡Bah; estáis de cachondeo, pero yo hablaba en serio! Me temo que no merecéis el honor de estas rutas imperiales, con aviones de Iberia y todo!

-¿Y tú, sí; tú hablas en serio, o lo haces en serie? Mira, déjate de coñas, que esa retórica la sabemos todos, y aquí sólo hay un denominador común: ¡Plus con ascenso, y ascenso con plus, que eso significa lo de Arriba España!

-¡Materialistas! –Nos disparó la afrenta.

-¡Materialistas, no; veteranos, si!

-¿Veteranos…? ¿Y entonces, cómo no lleváis los pasadores de Permanencia?

-¡Modestos que somos!



Cuando le noté su inconfundible acento gallego, su coña patriotera, y más aún cuando me percaté de que no hacía esfuerzos para disimular su origen suevo, una vez ausente el Viniegra, le abrí el corazón y rompimos a hablar en nuestra lengua nativa, cosa que a partir de entonces haríamos en cada momento y en cada lugar donde no coincidiésemos con algún castellano-parlante.
 
-Así que éramos pocos…, los gallegos, digo, y vino Raimundo! ¡Ahora sólo nos falta un afilador para completar los oficios en esta enésima provincia…!

-¡Tranquilo, chico, que aquí espero haya heredad, leiras, para todos, que mi abuela va viejita y no pare más! ¿Sabes que me dijo al despedirme, ella, hija de un desaparecido de aquellos del desastre de Annual? ¡Pues que si llega a saber que el hijo de su hijo acabaría yéndose voluntario para África, se hubiese quedado soltera, o metido a monja!

-¡Es natural; a muchos gallegos les queda el atavismo de las guerras de Marruecos, aquella desesperación de que ellos no podían pagarse las “Cotas”, o hacerse los “Seguros de Quintas”, de que disfrutaban en otras regiones, en las más prósperas! Recuerda aquella definición de nuestro Castelao: Galicia es una tierra rica de gente pobre! Pero esto de aquí es Soberanía, no Protectorado!



Minutos más tarde llegó a Iberia el farero volante, un correturnos nómada, que cubría las coloniales de los “torreros” fijos de toda A.O.E. y parte de Canarias. Alguien me informara que era de la parte de Bergantiños, de Malpica, o de aquella zona; no obstante, ¡godo de comportamientos, de mimética, por los cuatro costados! Nos hizo volver al castellano, y ni se agachó para echarnos una mano con las maletas. A pesar de que sólo hacía suplencias, se veía tan investido de colonialismo que el sí que merecía usar un salacot. Habrá que traducirle:

-¡Tienes que perdonar, chico! Es que tuve unas moras limpiándote el pabellón… ¡Son unas inútiles! No dieron terminado hasta ahora, y quise cerrar yo, yo mismo, por si se llevaban algo…

“¡Como no te llevasen el reflector, más les quitarías tú, inocencia incluida…, si se dejasen hacer!”. Estuve a punto de decirle todo esto, y algo más, pero mi natural es pacífico, así que sonreí estúpidamente:

-¿Se puede saber qué padrino tenéis los fareros, que todos sois de esa parte, da Costa da Morte?

El Suplente me ignoró todo fachendoso, y Facal, que captó el mensaje, retomó el tema del relevo:

-Me dijeron en “Marruecos y Colonias” que aún te queda una semana aquí, hasta mi posesión, así que la aprovecharé para buscarme novia…, ¡que vengo célibe! ¿Es cierto que aquí nuestro diccionario tiene una entrada a mayores, la de “chapar”?

Asumí mi papel de veterano del Territorio:

-Ni te tiente el diablo con las nativas, que sólo hay dos que se hayan casado con españoles; ¡eso es alta política!

-¡En ese caso…, rezaré avemarías!

-Mejor te será…

Facal volvió a lo suyo:

-¿Entonces, como está la cosa de mi posesión en el faro?

-Por esta semana, y te lo dijeron bien, es asunto mío. En el avión de Madrid de la siguiente me iré a Villa Bens, para suplir en Bojador. Después de eso, viene la mía: ¡Pasear por los Cantones de La Coruña, cuatro meses seguidos!

-En ese caso, tú sigue en el edificio del faro, que yo me voy con este paisano a esa suerte de hotel; y mañana me acompañas para hacer mi presentación en la Secretaría General…, desde que duermas, pero antes de que cierren ellos.

El señorito suplente advirtió:

-¿Te vas a meter en esa chinchera de Suerte Loca, que dicen que incluso suben las chinches por su escalera exterior; una especie de Casa de la Troya, y con esos locos?

-¡Pues, claro! ¿Cómo voy a escribir mis crónicas de esta Santa Cruz de Mar Pequeña sin experimentos, sin experiencias de todo tipo? ¡Para vivir de clausura ya están las monjas!

No le gustó al señorito:

-¡Peor para ti! Ya veo que te convenció el Bancario para que le acompañes en ese antro…

Me defendí; ahora, si:

-¡Ya quisieran los de la “Casa da la Troia” haber tenido un cocinero de la talla de nuestro Ayed, o Alí Ahmed, que de las dos maneras le llamamos!

Supuse que el Suplente entendía poco de pensiones; ¡o demasiado! Lo efectivo es que Facal me hizo caso, que así fue como se enganchó en la harca del Suerte Loca, verdadero casino complementario para civiles sin pabellón, o sea, de poca talla, pero de humor desenfadado.

Aquella perorata del Suplente entiendo que no fue afortunada, y menos con respecto al Hotel Suerte Local. Se construyó aquel albergue en los primeros días de Capaz, cortando la bajada de la que luego sería una espléndida rúa, o más bien, Avenida, del propio Fernández de Lugo, acaso para evitar que esta calle desembocase directamente en el barranco del asif Ifni, o incluso para evitar que desde tal explanada se viese el morabito del Santón, del Sidi Ifni, no fuese a ocurrir que algún paseante en aquellas cortes virreinales del siglo XX tuviese remordimientos de su conciencia colonial.

Tanta personalidad le daba Alí Ahmed al hotelucho, que por entonces, doña María y su esposo, fallecido al poco tiempo, propietarios del edificio y lineros de la Concepción, por más señas, acordaron ponerle un letrero cabal y chispero, SUERTE  LOCA, puesto y supuesto que muchas abuelas y muchas madres parieran africanistas, y aquello, en la postguerra de España, se saturó de patriotas, de tal modo que ni doña María, con sus siete hijas, daban cocinado, ni Ahmed servido, entre conversa y conversa, siempre grata y cordial, con sus parroquianos, en un chispeante caló-franchute-hispanis-chelja, para más gracia.

Sin aquel hotelucho mal podría llegar Ifni a ser declarada provincia, una provincia mínimamente civilizada, pues, si los civiles arraigamos en aquel Territorio infame y paramero, además de la liga de los pluses y de los ascensos, fue porque nos acogían fabulosamente en la Suerte Loca, por lo menos hasta irnos acomodando en “imperios”, ¡o desacomodando en casorios!

Suerte Local sólo tenía una incompatibilidad: En aquellas habitaciones pecadentas, con escalera exterior para acceso de las visitas de confraternidad hispanoárabe, como entonces se decía, eufemísticamente, las esposas cristianas resultaban un estorbo, ¡por entrometidas! De ello se derivaba que sólo permaneciesen allí, que solamente usasen aquellas escaleras, el tiempo mínimo, indispensable, para obtener el alquiler de una casucha, o bien la concesión de un pabellón de cargo. Así que, entre esto, y aquello de que el casado casa quiere, después de la fimosis practicada por el doctor Álvarez, los solteros se despedían dejando libre su habitación para un nuevo aporte de aquellos DC-3 de Iberia, por aire; o del Río Sarela, ¡otro gallego!, por mar; o del autobús Bernal, un coche de línea abigarrado que enlazaba con Ceuta, vía Tetuán. (Se entiende el Tetuán de las Derrotas, pues el Tetuán de las Victorias era un barrio de Madrid).

Pese a esa función socio-política de aquel hotelucho, nadie, que yo sepa, erigió ningún monumento al tándem doña María-Alí Ahmed, ni les dedicó un poema de cuatro versos, ni les impusieron la medalla del Mérito a la Intendencia de aquel cuartel civil, ni…, ¡ni hay suerte que cien años dure!

En cuanto al farero titular, el nuevo, resultó un gallego retrancudo; o sea, genuino. Uno de los pocos suevos que por aquellos tiempos se atrevía a tutear a los godos. También sería preciso aclarar que en el ambiente canario imperante, lógicamente, por relación y proximidad geográfica, en la población civil de Ifni, todo convecino era “moro”, gallego o godo, pues el resto de España aportaba, por supuesto, pero no arraigaba.

¿Motivaciones? ¡Cada persona es un mundo, y el mundo una constelación!

Facal dio en presentarse con esta pamplinada: “Soy Raimundo Facal y Cotelo, Técnico de Señales Marítimas y Custodio de la Santa Cruz de Ifni”, ¡y eso que aún no se asirocara, en el sentido tradicional de esta palabra! Sin embargo, eran pocos títulos para ser admitido en el Casino Cívico-Militar de Sidi Ifni, pues allí, en la criba de admisión, alguien opinó que, “El Facalito es simplemente un farero, por alto que se ponga, o por alto que suba”. Pero como escaseaban las chaquetas y el Territorio tenía vocación de Provincia, de una parte; y de otra, que le vieron aptitudes de bufón de castillo, en la votación de la Junta Directiva ganó el “Sí” por el voto de calidad del Presidente, un Comandante gallego, y por tanto, masón con los gallegos!

En Ifni, nunca, nadie, le llamó Raimundo, sino Facal, o Facalito. Por allí, y en aquella época, tenía contratas otro gallego de igual nombre, Raimundo, Raimundo Vázquez, y les parecería, a los godos y a los guanches, que era mucho “mundo” de Dios dos Raimundos. Pero como en Ifni el tiempo se deslizaba con lentitud, vayamos al paso, volvamos a las oficinas de Iberia:

Iruña, empleado de Iberia, le hizo un gesto, una señal, al taxista Marrero:

-Llévalos al Suerte Loca, pero vuelve raudo, que después tienes que subir a Tiradores, con este Alférez…

El alférez era de Milicias, que si fuese un profesional del Ejército ya no consentiría esta espera para un segundo viaje; o llamaría a Banderas para que bajasen con un jeep a buscarle.

Yo aproveché la misma ruta del taxi para dejar la caja de los billetes del Banco, que fuera el motivo, la ocasión, de encontrarme aquel día en Iberia, a la llegada del avión de Canarias; y desde que cerré la Grüber, con clave y llave, me reincorporé al taxi, un De Soto, de seis cilindros, veinte caballos, de aquellos que saldaban en la Zona Francesa, en el que me esperaban, próximos al Banco, a la sombra del edificios de los Servicios Financieros.

-¿Qué; ya los contaste?

-¡Ya!

-¡Imposible, que no te dio tiempo!

-No es preciso hacerlo ahora, -aclaré, -pues el seguro cubre hasta que se retire el precinto de la caja, de la remesa… Lo haré por la tarde, y después tengo que poner un radio a la Sucursal de Las Palmas, para que sepan que llegó bien!

-¡Cuantas prevenciones, -comentó Facal-; ni que fueses del Banco de España!

-¡Es que aquí lo somos, pues el de España no tiene Sucursales en A.O.E.! ¡Estamos en el exterior, y por tanto, soy del Exterior!


El Banco, con la tormenta encima,
y nosotros financiándola!

Después de dejar las maletas del Facalito en mí cuarto, mientras no le asignaban el suyo definitivo, bajamos al comedor, situado a dos niveles:

El de la entrada oficiaba también como cafetín-bar, por no llamarle sala de té, que resultaría pedante, aunque en definitiva eso era! En el preciso momento de nuestra llegada, Ahmed servía los clásicos huevos fritos sobre tazones de arroz blanco con tomate, a Aguilar y también a Garrido, que tenían reservada, siempre y de siempre, la mesa más próxima a la entrada, que así recogían algo de brisa marina por caer frente a la escalinata de la playa-desembarcadero.

Garrido era profesor de Química en el Patronato; tan químico, que incluso filtraba el agua de Firgas por su mostacho guanche; si tenía labio superior, allí nadie se lo viera. Por lo demás, normal; o más bien, tirando a divertido.

Aguilar, aunque canario de nacimiento, tenía ascendencia de ilustres conquistadores godos. Pluriempleado: Por las mañanas, soldado, a todo enchufe. De tarde, juerguista. Y por la noche…; por la noche, a pesar de que doña María decía y juraba que en el Suerte Loca no se admitían huéspedes con velos, los insomnes contaban y no paraban, que Aguilar, después de abrir la puerta de la escalera exterior, silbaba por la ventana, y que, al modo de Hamelín, incluso tenía que hacer gestos discriminatorios para que sólo subiese la más guapa de aquellas Fatimas. Los domingos se arrepentía, se convertía, pasando de tenorio a tenor, así que le amenizaba las Misas al Padre Santiago Uberuaga, otro gallego, aunque del Bierzo, reciclado en Herbón (Pontevedra).

El padre Santiago, en cuanto a la letra de las pastorales, era obediente a su obispo, el de Las Palmas, Pildain, ¡un gran amigo de Franco, que se subía al Santuario del Pino para dejarle disponible su palio! En lo tocante a la música, pecador o no, Aguilar era su cantor.

Aquel Aguilar, ¡simpático Aguilar, de feliz memoria!, tenía otro cometido importante en el Territorio, pues de bien nacidos es ser agradecidos: ¡Pagaba los whiskys con sus propias rentas, que por lo visto eran inagotables! Excepto en el Casino, que le impedían entrar por aquello de saberse que era soldado raso, aunque en su cuartel/oficina le dejaban vestir de paisano, ¡de señor!, diciéndose que, de facto, mandaba tanto como un comandante, ¡de los de Academia!

Al fondo del comedor, en el lugar más oscuro, y por tanto donde menos moscas había, se sentaba el profesor Cruz, una especie de Beatriz Galindo, pero sin reina a la que servir. Cuando llegamos nosotros ya almorzara, así que sus moscas ya evacuaran, ¡a saber en qué dirección! Daba latín y algo de filosofía; esto, en el Patronato, que en la iglesia tocaba el armonio mejor que los ángeles. En aquel Suerte Loca era el contrapunto de una mocedad despreocupada y trolera. Le tuvimos por un anacoreta misógino hasta que vino por allí un viejo conocido suyo, que nos dijo que el Profesor, ¡el Profesor con mayúsculas!, perdiera a su mujer en la guerra civil, en Madrid, concretamente en un bombardeo, y que el pobre esperaba ansioso su llamada para irse con ella a los luceros.

Después de tomar como postre unos plátanos pequeñajos y correúdos, de la huerta de Xerrari, se levantó de su mesa habitual Simón, que era apoderado del Banco. Estaba con él, también despellejando plátanos, pero lo hacía con finura, con chuchillo y tenedor, su amigo Marcial, comandante de Artillería.

Marcial Granja Teijeiro, otro gallego, un ilustre gallego, de familia hidalga, era el jefe de una batería que tenía tres cañoncitos, tirados por mulos, que divertían a los moros en aquellos desfiles de nuestras miserias, pero que se hacían de cuando en vez para demostrarles a los nativos quien mandaba en plaza, ¡en la propia Plaza de España!

Junto a la puerta de la cocina nos encontramos con el dentista Arnaiz, que precisamente por aquellos días andaba de muelas, cabreadísimo porque le amenazaran con “retornarlo” a España en vista de sus amores formales con una nativa preciosa, encantadora; si no fuesen formales, de los de promesa matrimonial, no correría riesgo alguno en aquel Territorio gobernado por un omnipotente y fiel General Gobernador General, cumplidor de la pacífica convivencia…, siempre que se cumpliese un tácito apartheid!

El resto, hasta diez o doce habitaciones de huéspedes, era población flotante en la que tan pronto contábamos con un soldado rico, como un pintor o un musicólogo subvencionados desde Madrid, amén de cualquier otro enchufado, pues la tribu, la fauna de los catacaldos, era numerosa, aunque el enclave fuese relativamente pequeño. En cualquier caso el Presupuesto era flexible, ampliable, suficiente, y ello a pesar de la voracidad de los cien Notables indígenas, leales a España y a los españoles mientras otras no fuesen las circunstancias, pero más aún a la suculenta Tesorería del Gobierno de A.O.E., obviamente centralizada en Madrid, en la Presidencia del Gobierno. ¿No reconquistaron Covadonga, en el 36, en colaboración y connivencia con los Flechas y los Pelayos? ¡Pues, entonces…!

A todo esto hay que precisar que las chaquetas, las “americanas”, sobrevivíamos en aquella fraga de guerreras, con cierta moral, gracias a una especie de masonería que teníamos montada, tácitamente, con la mejor armonía social; y algo, también algo, por la conveniencia política de imitar el régimen administrativo-técnico de una provincia normal, de las de la metrópoli. En todo caso, son matices complejos, tan difíciles de explicar como de entender para quien no haya vivido en aquel espacio y en aquellos tiempos. Marruecos, o sea, el Norte, como allí se decía, era otra cosa: más civil, más civilizada, más cerca de Europa.

Al señorito Aguilar, acostumbrado a los gestos, estirados pero corteses, propios de su grandeza fiduciaria, le faltó tiempo para levantarse de su silla. Siempre daba su mano llena, plena, los cinco dedos enteros, en cordial apertura:

-¿Facal…; Facal, que, qué más?

-¡Facal y Cotelo!

-Me quedaré con lo de Facal, por más que suene a faca, a gumía, pero eso de Cotelo sólo Dios sabe lo que quiere decir; en todo caso, con esa y griega…, ¡fijo de algo tenemos, o semos!

-De hidalgo, nada; hijo de un pescador, de un marino… Y lo de Cotelo…; en mi tierra los “cotelos”, o "cotenos", son los nudillos, más bien con el puño cerrado.

-¡Chist, calla con eso del puño, que estamos en Ifni, y aquí todos somos de derechas; como poco, de Carrero Blanco! ¿Oyes, ahora que me percato: Con esas pintas, y con esos apellidos, igual eres un cazador…?

-¡Algo! Ya pregunté por la caza, que para la pesca está mi padre, pero me dicen que está prohibida la de gacelas, que sería la más interesante!

El señorito tenía recursos y salidas para todo:

-¡A los civiles, si, que no tenemos jeeps para correr detrás de ellas hasta agotarlas; pero donde haya un buen filete de ciclóstomo, la gacela se deja para los asistentes! Casualmente…, ¿visteis a ese pelado que salió ahora?

-¡Sí! ¡Con la cabeza afeitada, que luego parece un moro?

-No hagas caso, que no lo hace por simpatía, ni por adhesión inquebrantable… El maestro Selgas se rapa para evitar que le aterricen en su azotea los piojos de los moritos que acuden a su grupo. Es un cazador de primera; y vino para traerle dos jalufos, dos jabalíes, a doña María. Pero el caso importante es que vio esta mañana una manada de ciclóstomos, ahí arriba, en el cruce de Tabelcut… ¡Lo malo,  el inconveniente, es que con esos animales tan escurridizos un solo cazador no puede hacerles frente!

-¿Tan fieros son…?

-¡Que va, si son herbívoros! El problema es que corren más que las gacelas; y ventean a dos kilómetros. Si no se cerca la manada con seis o siete cazadores bien espabilados, ¡es que ni casi te dan tiempo para verles!

Todos estuvimos atentos, como era preceptivo, natural y usual. Garrido, para caldear el ambiente, apostilló:

-Con dos ciclóstomos que cacemos, metidos aquí en la nevera de petróleo del Ahmed, tendremos filetes hasta que empiecen las fiestas de Abril, que entonces ya vienen los pinchitos de la Zona, ¡y así vamos tirando, unos días huevos y otros ciclóstomos, como se puede, pues aquí otras gollerías no hay.

Aguilar organizó la batida, asignándonos funciones y armas:

-Yo, como tengo un fusil de mira telescópica, me situaré en la parte de arriba, cortándoles la retirada por si suben para el Buyarife; ¡si se meten en aquellas breñas no habrá dios que los haga salir!

Julio Simón se puso a hablar conmigo de la peste bubónica, con el médico Álvarez de interlocutor, que era un curalotodo que se entrenara en los Puestos del interior, e igual asistía un parto que lancetaba una fimosis.

En aquella situación, nuestra lealtad con el paisano Facalito tenía que ser neutral, compatible con las novatadas, con las tradiciones, del A.O.E., pero nos salió el tiro por la culata pues el “custodio” de la Santa Cruz de Ifni resultó un pozo de sabiduría, con más química que Garrido y más zoología que Aguilar. Allí, colocado en el centro del coro, de la tertulia, del contubernio, hizo que se rascaba la oreja, como para estimular su memoria, y nos soltó una empollación, de las de Jaimito Sabelotodo, que nos dejó asombrados, tanto por erudita como por inesperada:

-Chicos, vamos a ver, pues yo, como torrero que soy, tengo el hábito de ver las cosas desde lejos. Todo esto que planeáis está muy bien, muy divertido y a la vez muy práctico; y por mi parte, agradecido de que me tengáis, o admitáis, por un buen compañero en este club de la “suerte”, compartiendo conmigo vuestras inquietudes y vuestras aventuras, pero os propongo estudiar a fondo la operación proyectada, como hacen los de Estado Mayor cuando ponderan las fuerzas del enemigo, y todo eso: ¿A ver, ciclóstomos, ciclóstomos…? ¡Ah, sí! Peces de cuerpo largo y cilíndrico; esqueleto cartilaginoso; piel sin escamas; con seis o siete pares de branquias contenidas en…, en cavidades con forma de bolsas; boca circular…; etcétera, que ya no recuerdo más. ¡Lo peor será que para cazarles necesitaremos escafandras, y yo no traje la mía!

Silencio absoluto en el comedor de Suerte Loca; ni las moscas se movieron puesto que dejamos de incordiarlas. Incluso el Ahmed se olió que algo fallaba pues enfermáramos todos, inertes, intoxicados, así, de inmediato:

-¡Mon Dieu! ¿Qué pasar, qué pasar aquí? ¿Tampoco hoy estar frescos los güevos?

Aguilar casi le tira su plato de arroz al tarbuch:

-¡Largo de aquí, maldito envenenador; y encima, sin ciclóstomos que llevarnos a la boca! ¡Yo me voy de Ifni; deserto, mañana mismo, y a ver quién os civiliza después! ¡Cómo no sea este novato, este culturetas…!



El bromazo de los “ciclóstomos” consistía en llevar al inocente a las parameras del interior, generalmente a los llanos de la bifurcación de Tagragra, y allí desorientarlo con gritos y con tiros desde puntos distantes para hacerle correr estúpidamente en todas las direcciones, por entre las espinas de los arganes y de las chumberas, en la creencia de que había que “parar los ciclóstomos”, y, por supuesto, dispararles. Se le decía al neófito que su carne, gustosísima, superaba con mucho la de gacela. El remate, el acabose, de la juerga consistía en hacerle pagar una cena, en desagravio por aquellas torpezas suyas que ocasionaran la huida de la “manada”. Ni que decir tiene que el secreto de las cacerías de ciclóstomos lo tuvimos más guardado, de allí en adelante, que la lista de los efectivos militares del Territorio, ¡si es que la tenían en Estado Mayor, cosa dudosa por entonces!

En la antología de las novatadas cívico-militares de aquellos pagos la más celebrada por aquellos días fue la del Páter Agustín. En una tertulia en el salón-bar del aeródromo conectaron impecablemente la fonía de la torre de control al altavoz de una radio vieja; y en el momento oportuno alguien manipuló donde y como hacía falta, para que se oyese este mensaje:

“Aquí Radio España Independiente. Estación Pirenaica. Localizado un criminal de las dos guerras, que está acusado por la U.H.P. de enfrentar a los moros contra los cristianos diciéndoles a los africanos que él les garantizaba una hurí por cada comunista muerto. Según nuestros informes, el padre Agustín se encuentra en los Territorios Españoles del África Occidental… Radiamos esta noticia a nuestras células de Canarias, pues desde allí les será fácil su localización… Si precisan más datos, su ficha logarítmica es la 201030, y está a disposición de cualquier camarada que solicite una copia. Ahora las pagará todas juntas; ¡todas juntas y definitivamente! ¡Páter Agustín, a rezar, ar, que se aproxima tu fin! ¡Allons enfants de la Patrie…!

No hubo desmayos pero si inquietudes, y aquel valiente capellán pidió un whisky doble, ¡que ni que siguiese en Koenigsberg!



Después del almuerzo, del mío, pues Facal dijo que les dieran un piscolabis en el avión y que no sentía apetito, nos fuimos para tomar el café a la terraza de Pagán, desde donde le expliqué la geografía de aquella parte de la desembocadura del asif Ifni, del que se sabía que era río aproximadamente una vez cada seis años, generalmente en otoño. Me contó toda su vida y milagros:

Que estudiara en el Seminario de Santiago, con fuerte oposición inicial de sus padres, por aquello de ser hijo único; pero que antes de las Órdenes Mayores alguien fuera con el chisme de que sus padres no se casaran por la Iglesia hasta que fueron acusados y perseguidos en el Treinta y seis. Que ello le costara colgar la sotana de seminarista, ocasionándole una crisis religiosa y el subsiguiente trauma psíquico.

Que la soledad de los faros, además de ser una profesión tradicional de varios miembros de su familia, le daba la mejor ocasión para devorar libros, en su polifacético estudiar.

Así se explicaban, también, aquellas pintas suyas de existencialista; el secreto positivo estaba en que él barrenaba mucho, pensaba mucho, así que sería improbable que llegase a la categoría de parásito de la Colonia, ¡que por otra parte allí era lo normal en gente normal!

Después del café retornamos para Suerte Loca y lo dejé deshaciendo las maletas mientras fui al Banco para desenclavar la susodicha caja de la remesa de efectivo, recontar los billetes y llevar un telegrama a la Estación Radiotelegráfica del Ejército, a efectos del seguro.

Aquel domingo lo tomé de fiesta grande para hacerle los honores al recién llegado, así que no tardé en volver para Suerte Loca. Alí Ahmed, que ya se pusiera aquel delantal blanco con el que servía, me hizo señas de que no subiese directamente a las habitaciones.

-¿Qué ocurre, Mohamed?

Bien sabía que le llevaba el diablo si le nombrábamos por el alias peyorativo y genérico de la Colonia, pero reconozco que me irritó aquel llamarme desde lejos, braceando, así que la mía fue una cierta venganza de semidiós colonizador.

-¡No sé qué pasar hoy, que todos tener mala leche! Aguilar muy cabreado contigo; decirme que prepare cena de fiesta, que pagar tu; y que si no pagas, meterte un tiro en la boca, “por chivato”; y también dijo no sé qué del culo… ¡Ahmed siempre aguantar; y vosotros siempre coña, siempre mala leche!

-Querido Ahmed…, ¡escusez moi!

Procedía de la Zona francesa; y con algún ramalazo de francés se le quitaba el vinagre con la misma facilidad que se enrabietaba aplicándole el genérico de Mohamed. Después de hechas las paces me dejó subir a la habitación de Aguilar, que luego parecía una pira de leña verde con el humo de los cigarrillos que fumaba en su cama, tumbado panza arriba.

-¡Me dijo Ahmed…!

-¡Me dijo Ahmed…, -rezongó-; yo no esperaba tal cosa de ti, de un veterano! Al fin y al cabo…, ¡gallegos, una masonería, un atavismo suevo; solidarios sí, pero con los suyos!

-¡Alto ahí, Aguilar, que te estás pasando; si tu cabreo se debe al chasco que te llevaste con Facal, eso confirma que sólo conoces de los gallegos lo que dicen por ahí, empezando por los de Madrid: baballadas! Pero este incidente tiene su parte buena, que desde hoy cambiarás de criterio ya que fuiste a por lana y saliste esquilado. Escúchame, que en Canarias vivís rodeados de siete mares, pero de culo al mar; tumbados en vuestras playas; en Galicia tenemos las rías, que nos llevan y nos traen de la tierra al mar, y del mar a la tierra; así que, hablarle de ciclóstomos a un Técnico de faros, al hijo de un pescador, sean lampreas de río o bonitos del Norte, es tan estúpido como hablarte a ti…; ¡no sé, de tabaco, por ejemplo!

-En ese caso…; ¡dejémoslo en que hice un ridículo tremendo!

-Lo que hiciste fue más bien…, una demostración de que aún no conoces España; ¡las Españas son muchas, muchas y diferentes, variopintas; casi diría, una torre de Babel!

-¿Y ahora quien paga la cena extraordinaria que le encargué al Ahmed para cargártela a ti; sí, a ti, teniéndote por chivato, creyendo que habías alertado al Facal para que no cayese en nuestras novatadas?

-¡Pues la tendrás que pagar tú, tú mismo, por…, desconfiado! A nuestro Facal le invité a cenar conmigo en el Casino, que hoy se pone de largo una hija del comandante Iranzo, que coincide con su onomástica… ¡Ya sabes: cualquier motivo les vale para ofrecerlas en matrimonio, con preferencia a los procedentes de Zaragoza, recién llegados, ¡o salidos!, que se les supone devotos de la Pilarica, es decir, vírgenes! Aún vas caer tu…; si, tu, tú mismo, con tu fama de ricachón, si no te licencian pronto!

Aguilar giró su cabeza, incorporándose de la almohada, en un gesto de nones, de disconformidad:

-Yo tengo el mejor antídoto para eso, ¡que no me dejan entrar en el Casino!

-¡Será…, será antídoto! ¿Aguilucho, quedamos en paz?

-¡De nuestro incidente, sí! Disculpa esa sospecha infundada que tuve; y dame esa mano…!

-¡Pero es la mano de un gallego, y tu estar medio guanche, medio godo, un mestizo, acaso por culpa de mi paisano, aquel Fernández…, de Lugo, para más inri!

-¡Mi estar godo bueno…; pero lo de la mano es para que me ayudes a salir de esta piltra, que estoy intoxicado de abulia, pero también de este maldito tabaco! ¿Dios, para qué descubristeis América…, en vez de reconquistar a los portugueses, que esos no tenían vicios, que sólo conocían la ruda, introducida en la Península precisamente por los godos, tan amigos de hacer y deshacer?

-Si te pones remilgado, ¡en la cama te dejo, y cierro con llave! Apaga ese charuto, que esta habitación parece un aquelarre, con perfume nicotínico!

-Tengo que defender los productos canarios…, ¡más o menos como haces tú con las rías!

-Las rías no son un producto…

-¡Si fuesen suizas, serían un Potosí! ¡Cualquier día las vende la mujer de tu paisano, esa asturiana, como hizo con la ría de Avilés, que la vendieron para solar de Ensidesa…, o las arrienda para bases submarinas!



Crucé el pasillo y apliqué los nudillos a la puerta del Raimundo:

-¿Nos vamos…? ¡Pero de corbata, eh!

-¿De corbata, aquí, con este clima…? ¿Me preparáis otra encerrona, o qué?

-¡Quedamos para cenar en el Casino…!



El autor, primero de la izquierda, alternando en el Casino imperial con los…, con los emperadores!


-¡Casino, casino; no habláis más que del Casino! ¿Esto es Ifni, o estamos en Montecarlo?

-¡Frío, frío! Esto es la tribu de los Ait-ba-amaraníes; -subrayé-; ¡tú hazme caso, y tendrás plus vitalicio!

-¡A tus órdenes, veterano croupier! ¿Sabes cómo les llamó a los señoritos del Casino de Coruña un poeta de tu tierra?

-No lo sé; ¡dímelo!

-No te lo digo, que es demasiado profundo para que lo entienda un prosaico…

Le insistí y me lo dijo; en gallego macarrónico, bufo:

-Siñuritus finos e…, baleiros!



Recuerdo que subimos por delante del Café de la Marina, recorriendo toda la barandilla del acantilado hasta toparnos con la iglesia de Santa Cruz, precisamente en el minuto en que salían las devotas del rosario, pero no se lo presenté al padre Santiago porque me dijeron que estaba confesando. Desde allí dimos dos o tres vueltas por la Plaza de España, que se percibía ese fresquito tan agradable de los atardeceres en las proximidades del mar . Después, y siempre hablando del Territorio, de sus miserias y de sus grandezas, de sus analogías con el ambiente que aplicaban los ingleses a sus películas de las Colonias, entramos en el Casino por la puerta principal, en aquel ángulo de la calle Teniente Coronel Portillo. Fuese por el hábito de frecuentarlo, o a causa de lo entretenidos que íbamos con aquellos temas raciales, el caso es que no le di al Facal ninguna explicación o prevención pragmática. Nada más traspasar la puerta de vaivén se me echó atrás, girando en redondo:



La guardia del General Gobernador General.

-¡Fíuuu…, chaaacho! ¿Estaré soñando? Camareros con guantes blancos; moros con alabardas; señoras con trajes ligeros, y largos como…, ¡como sotanas! ¿Esto es Versalles, no? ¡Paisano, llévame de aquí, presto, pues, o me he vuelto un demente, un descerebrado, o es que están rodando, a tal momento, una película en tecnicolor! ¿Qué hago yo en ella, en este plató; nos contrataron como extras…?

-Contrólate, Raimundo, -tuve que advertírselo, muy seriamente-, que veo en la barra al Gobernador, y por menos de nada nos expulsa del Territorio…, si alguien le dice que estamos, o que parecemos estar, de cachondeo!

-De cachondeo estarás tú, pues lo que es este servidor…; yo estoy muerto de miedo, transpuesto al mismísimo Infierno de Dante Alighieri, con la particularidad de que aquí veo un ciento de Beatrices…! ¡Dios mío, a donde me trajo ese avión, donde se metió el nieto de mi abuela, aquella coitadiña que no me dejaba venir al África de los piojos…!

Tuve que calmarle, que estaba más serio y más preocupado que un ateniense en su ostracismo:

-Déjate de aspavientos y ponte normal, comedido, que ni esto es Versalles, ni aquí papan a los gallegos; y menos aún desde que tenemos un representante en El Pardo, dándole lustre a la raza!

-¿Qué raza…? ¡Los francos son francos, que no galaicos! Precisamente, si esto no es Versalles, por lo menos es el Trianón, o las Tullerías, o no sé qué!

Al fin entramos, acogiéndonos a la única mesa que vimos desocupada, más bien al fondo, lejos de la barra.

-Fíjate en aquel jefazo bajito y barrigudo, aquel que está rodeado de cortesanos…; ¡que el diablo me lleve si no es el mismo Napoleón, en persona o reencarnado! ¡Hasta tiene un bastón de plata, con borlas de oro…! ¡Mi madre, aquí sólo falta su Josefina Beauharnais!

-Ella suele estar sentada, pues la pobre es coja…

-La francesa no lo era, que la he visto en una película, en Coruña, precisamente en el cine Colón…

-No sé porque me parece que has visto demasiadas películas…

-¡Y aquí se hacen, que ahora mismo estamos en un rodaje; un tanto al margen, eso es cierto, así que, con un poco de suerte, igual quedamos fuera del campo óptico de la cámara!

Para ponerle de pies en el suelo, le propuse:

-También podemos cenar aquí fuera, en la terraza, si se lo decimos a un camarero… ¿No notas que la tarde se volvió pesada, espesa? Todo parece indicar que mañana tendremos un siroco de campeonato, de los primaverales, pues a los síntomas me remito, que aquí no tienen, no tenemos, augures! Acaso en la torre de control…

-¿Nos dejarán cenar aquí, aquí mismo, en medio de esta fiesta…, de la que no somos partícipes; o tienes invitación, y te lo callas?

-¡Toleran; si no incordiamos a sus camareros! Observarás que, como soldaditos que son, sólo atienden a los civiles cuando no coinciden con militares ordenando sus comandas…

-Si, desde luego, que ya me percaté de eso. Oyes, otra cosa: ¿Quién es ese paisano que no para de gesticular, y que tanto celebran lo que les dice? ¡Allí precisamente, en el grupo de Napoleón!

-¿Quién…? ¡Ah, sí; es Guimerá, un pariente, o descendiente, no lo sé con certeza, de don Ángel! ¡Es una pena que no escriba lo que dice, porque emularía a su pariente! ¡Es el más célebre de los canarios, una persona excelsa, excelente; y es un honor contarse entre sus amistades; ya te lo presentaré…, en mejor ocasión!

-¡Anda, tu; se nota que ese no le tiene miedo a Su Excelencia…! ¡Si aún no es Alcalde, llegará a serlo!

Le informé del caso:

-Nuestro alcalde es un militar retirado, un comandante, que así obedece con mayor disciplina al Gobernador…; ¡con permiso de la alcaldesa, obviamente! Lo que es Guimerá tiene dos cargos, y los dos, técnicos.

-¡Fíuuu…! ¿Y cobra, por los dos?

-Por uno de ellos, come; y por el otro, bebe. ¡Aun así le sobran ingresos, que por algo le llaman, “El soltero de oro”.

-¡Ah! ¡Qué país, y qué paisanaje, como dijo Unamuno! Pero eso será una broma… ¿También me quieres meter, tú mismo, a tu paisano, y desde hoy, amigo, otra, una trola, una de esas de ciclóstomos?

-Los ciclóstomos ifneños te van a entrar a ti por la boca como no la cierres, y dejes de decir, “¡Ah!”, llamando la atención, y gesticulando a cada intre, que estamos en el Casino, y no en un circo! Hazte cargo de que estás con una persona seria; digamos, amigo; ¡el más serio del Territorio, o no sería Cajero del Banco!

-¿Serio, tu, que me quieres hacer creer que todo esto que vemos es normal, a mediados del siglo XX? Allá en Santiago hay una casa de salud mental, que le llaman Conxo… No tiene nada que ver, pero allí también andan, todos, de blanco; y yo me pregunto, ¿si aquí todos son, o se creen, semidioses, los de Conxo, por qué, o por quienes, se tendrán?

-Facal, hablemos en serio: Esto son roles, papeles que nos toca hacer; ¡dignidades! Ten en cuenta, admite, que aquí estamos civilizando; de médicos, de maestros, de gobernadores... Por tanto, esto es una embajada, con su protocolo, con su régimen de extraterritorialidad!

-¿En qué quedamos: Ifni es, o no es, España?

-¡Claro que lo es! Estamos, dicen, en Santa Cruz de la Mar Pequeña, reconquistada pacíficamente por el entonces Coronel Capaz, en el Treinta y cuatro…



-Entonces, si esto también es España, ¿por qué no nos gobiernan al hispánico modo?

Me hizo evocar aquello del catecismo: “Doctores tiene la Santa Madre Iglesia que os sabrán responder…!” Mi respuesta, por consiguiente, fue evasiva:

-Eso pregúntaselo a Guimerá, que él es aquí el único autorizado para decir verdades, que por algo tiene, y merece, la confianza del Gobernador!

-¿Chistes, o chismes?

-¡Chistes, hombre; de toda clase, verdes, políticos…, que además de técnico es un poeta, y por tanto, un vate, un vaticinador!

-¡Ah!

-¿Otra vez…? No abras tanto la boca, que encima de que te miran todos como a un novato, que eso es lo que eres, te estás haciendo notar.

Razonó, acallada su euforia:

-¡Tienes razón; ya callo! ¿Sabes qué me apetece ahora…, dado el ambiente? ¡Dispararle al pianista!

Dorado era compañero mío del Banco; además de buen profesional, un artista.

-¡Pobre Dorado; encima de que lo hace gratis…; aquí es el único que logra interpretar con acierto y maestría al gran Beethoven! Se llama Casimiro; y encima ni casi mira, que no puede ni tiene para donde: ¡está de Rodríguez!

Raimundo siempre disconforme, siempre rebelde:

-¡Será todo eso, lo será, pero aquí, en este ambiente, sonaría, o pegaría mejor, el Vals del Emperador, y no la Sexta Sinfonía, que es más…, más intimista!

-¿Se lo decimos; y aprovecho para presentarte?

-No, que está muy concentrado, casi en éxtasis, como si le hiciesen caso, cuando de hecho prefieren el sonido de la coctelera. ¡Pobrecillo; otro que sueña que estamos en un mundo civilizado!

-¡Lo estamos civilizando, que incluso tenemos un faro, mejor dicho, dos, el viejo y el nuevo; el tuyo, que también fue lo primero que nos hicieron los romanos, en Coruña, el de Hércules, cuando nos incorporaron a su cultura, a su ciudadanía!

-¡Boh; como dicen en Carballo, déixate de caralladas!



Nunca supe a ciencia cierta si Facal hizo aquel papel de coña, o si realmente se trastornó con sólo entrar en aquel espléndido Casino, que nada tenía que envidiar a los clubes ingleses. No lo pude presentar a casi nadie por miedo, con la prevención de que dijese alguna inconveniencia en un lugar poco conveniente. Volviendo para nuestra Suerte Loca, que comparativamente con el Casino más bien parecía un pobre saloon del Oeste, me dijo:

-Ciertamente, en el Casino se come bastante mejor que en nuestra fonducha, así que te debo una cena cardenalicia. ¡Tarta al whisky, piña fresca, chatka ruso…! Después dicen que los militares no pueden ni oír hablar de aquel Pepiño Stalin, ¡y aquí, en este cuartel, venga darle al caviar y al chatka…!
¡Se iste é o mundo que eu fixen, que o demo me leve! En tu caso, mientras sigas soltero, tú, que no tienes pabellón, ni le tendrás nunca, ¿por qué no comes aquí, a diario?

-Primero, porque la señora María del Suerte Loca no quiere huéspedes con habitación y sin comida; nos cobra igual, aunque no le pisemos el comedor. Y segundo, porque aquí, si bien el comedor es bueno, y aun así, barato, quedan demasiado cerca los tapetes verdes… Yo tengo que ahorrar, que me acuerdo demasiado de mis carballeiras, y de mis leiras…, ¡donde pienso construir mi refugio de jubilado, lejos del mundanal ruido! ¿Te haces cargo…? También tengo el proyecto de casarme, lo antes posible. Y una vez consolidado en el Banco, retornar a los orígenes, a mí tierra, que supongo lo entenderás ya que la saudade nos es, o nos será, común. ¡Nuestro verde, el galaico, no es compatible con el color de esos tapetes del póquer! Es la primera vez que lo digo en público…

-¡Te comprendo…; y te admiro! ¿Qué me decías del siroco…, antes?

-¿Del siroco…? Que seguramente nos visite mañana… Y en cuanto a ti, cuídate de no caer asirocado, que es una enfermedad típica, típica y tópica, de este Territorio. Acuérdate de aquellos portaestandartes que precedían a los emperadores, volviéndose a ellos, de cuando en vez, con su advertencia: ¡Cave ne cadas!


Siroco

Al día siguiente, lunes, salí para el trabajo de madrugada, rayando el alba, según era mi costumbre. Facal, a tal momento, aún estaría soñando con su coruñesa, o preparándose para efectuar su presentación en la Secretaría General del Gobierno. A mediodía me esperó en el bar del Suerte Loca para invitarme a una de aquellas naranjadas, calientes y espesas, con ginebra, que solía preparar Ahmed como aperitivo.

-¿Qué tal; tomaste posesión…?

-¡Divino, chacho! Faro como este no lo tenemos en toda Galicia. Me refiero al nuevo, naturalmente, pues del viejo sólo queda el muñón…, ¡como si fuese un árbol desmochado! El viejo ya sabes que está detrás de la Misión…

-Nunca estuve dentro, de ninguno de ellos; pero el edificio tiene buena apariencia; es armónico y modernista; y dicen que su maquinaria es de lo mejor de Europa.

-¡Si que lo es! Todo lo de Ifni, según voy viendo y observando, es grande y a lo grande, hecho como para crecer, con la pretensión de que esta ciudad llegue, en este siglo, a los doscientos mil habitantes, pero…, ¿en base a qué? ¡Un campo estéril; un turismo inexistente, y prácticamente imposible por nuestra inaccesibilidad; una pesquería sin puerto; sin minerales; sin fábricas…; y para mayor incompatibilidad, Falange ya no utiliza el aceite de ricino! Está visto que Franco, al menos en ciertos bienes y concesiones, le hizo una mejora de dos tercios a su queridísima África. Más que un ferrolano, parece un patricio de aquellos de Lugo disponiendo de los bienes patruciales. En vista de eso, con estas perspectivas, yo de aquí no me voy mientras dure el choio, mientras aguante esta Colonia…

-¿Qué es eso de que aguante la “Colonia”? Que seas un seminarista expulsado no te faculta para ser descreído. Santa Cruz de Ifni, o de la Mar Pequeña, según prefieras, es una hija legítima, una herencia histórica, del siglo XV! Que nuestra pesquería fuese más exactamente Agadir, y que los franchutes nos la cambiasen, o substituyesen, por esta paramera de Ifni, no le quita firmeza a su, ¡a nuestra!, soberanía. ¡Esto es España; tanto como Al Mería, o Al Acant, o…, mil casos, mil topónimos, que podría presentarte! ¡Esto no es Protectorado, señor Farero, que hay que alumbrarse en la distancia! Y por ende, no cuadra eso que dices de que “aguantemos”; ¡no seas derrotista!

Se molestó conmigo, más bien mucho:

-¿Derrotista, yo? Como decía el Ama del Cura de mi pueblo, cuando se metían con ella: “¡Ti, rapaz, confundes o cú coas témporas!”. Con la de reviravueltas que está llevando el mapa de África es más fácil que caiga este enclave de Ifni que mi casorio con alguna de esas mozas importadas ad hoc. Sí, hombre, que me fijé en ellas, ayer, en el Casino, y eso que aún no había entrado el siroco; aquellas que tanto le daban a las cuatro témporas, y de paso, a las dos tetas, allí por delante nuestra, por junto de nuestra mesa; supongo que lo hacían para que entendiese el novato, servidor, que estaban en sazón, disponibles!

-¡Vanidoso! Aquellos gestos, aquellas exhibiciones, si por tal los tomaste, igual podían ser insinuaciones hacia mi persona; ¡de momento, otro célibe!

-Bancario, que tu ficha ya no es de actualidad, pues aquí, con el tiempo que llevas, eres más conocido que…, que la ruda en Camariñas!

Volvimos a enfadarnos, y a discutir sobre diversas cuestiones, que el Territorio era pequeño, pero tenía cabida para todos los dimes y diretes imaginables. Aquellas controversias eran el mejor indicio de que llegaríamos a tener una amistad profunda pues siempre entendí, y practiqué, que no se discute con quien nos cae mal. Facal siguió dándome sus noticias, sus impresiones, su novedad:

-Ya tomé posesión, sí. Estuve en Secretaría General y también en los Servicios Financieros. Me causa extrañeza ver un país regido por militares y con el uniforme puesto; en la Península, por lo menos se ponen una americana cuando se sientan en las poltronas civiles. ¡Tal parece que me llamaron otra vez a quintas!

-¡Calla, condenado, que si nos oye algún militar nos van a expulsar de su Territorio, ya que es más suyo que nuestro! ¡Te lo advertí…!

-Menos mal que aquí en Suerte Loca sólo hay chaquetas; y alguna que otra sahariana… Además, eso de expulsarme sí que no, que antes me dejo castrar, que ya le cogí afecto al faro, y más aún a su edificio, mi pabellón residencial. Almorcemos, que después me gustaría leerte una carta histórica…

-¿Histórica? ¿No serás espía de los comunistas, que dicen que vuelve a haberlos ahí al lado, en el Marruecos francés?

-Le llamo “histórica” porque será la primera que le envío a “mi” coruñesa. Tengo el sobre abierto esperando por ti, para que me corrijas si le digo algo que sea inexacto…



Doña María, con su Ahmed, cocinara de dos o tres maneras el jabalí que les llevó el Maestro-cazador Selgas, así que aquel día quizás superásemos la cocina de Manolo, el del Casino. Hartos y satisfechos, ¡que no es lo mismo!, y acaso excesivamente bebidos, que el bicho lo merecía, el ambiente en el comedor, ¡con el siroco fuera, en la rue perpendicular!, culminó con una botella de la viuda de Cliquot, a escote por supuesto, y bajo el control de Argimiro Dorrego, que aquel mes funcionaba como emperador (presidente) de aquel Club de solteros. Después, para leer la carta, subimos a la habitación de Facal, que me lo pidió tres veces, pues, entre el tiempo asirocado, la comilona y la bebida, ponerse a las escaleras, ¡ni por penitencia!

Llegados arriba, Facalito ajustó, con esmero de sastre, el mosquitero de la ventana, y después esparció, furioso, una rociada de flit, ¡para tranquilidad de las moscas! Por lo que hace a mi persona, me arrellané en una de aquellas butacas que olían asquerosamente a crin vegetal mohoso; supongo que era a causa y por culpa de la humedad relativa, tan próximos a un mar salitroso, que por veces nos curtía las manos. En aquel sopor, me puse a cavilar si aquel especial y meticuloso ordenamiento de las cosas, en unos momentos y a unas horas en las que más apetecía roncar, no serían, en Facal, malos hábitos de su etapa de interno en el Seminario compostelano pues aquella meticulosidad, casi ritual, no me cuadraba con su comportamiento externo, y ello aparte de que a mí me resultasen extemporáneos. No logré adormilarme en aquel hediento sofá porque Raimundo dio en hablar, no sé muy bien si para sí mismo o para ambos:

-¡Estas condenadas…! Debiera traer algunos alfileres de aquellos de mis tías, y hacer encaje con las moscas… ¡Están gordas y lustrosas como si fuesen coroneles! ¡Y menos mal que ellos no desfilan…! ¡Las cosas de Ifni: Aquí todo es grande, abundante, y pegajoso; y el caso es que, por lo visto, nadie se marcha…, ni las moscas!

Después de su soliloquio desparramó por encima de la colcha un montón de cuartillas, de aquellas que nos daban para las cartas, con intención publicitaria, con el membrete del “Suerte Loca”.

-¡Lee tú mismo, que total son cuatro líneas!

-¿Todo esto; cuatro líneas? ¡Eso será después de sestear…!

-¡Esto es una simple jaculatoria! A mí me enseñaron que, para atraer, media hora; y para convencer, la otra media! Si ello es así, o no escribo, o desenrollo todo el pergamino.

-¡Ahora me explico que cada vez vaya menos gente a Misa; ello aparte y además de que el Cura sólo nos da su cara para reñirnos!

-¡Con tal de que vayan los mejores, y después esparzan la semilla…! Anda, lee esto, antes de que Morfeo te secuestre, que ya topeneas!

Me resistí, por mero pudor, a aquella intromisión en su intimidad sentimental, pero también por mi adormilamiento, mas, ante tal insistencia, acabé accediendo a su ¿invitación, orden, sugerencia…? Por circunstancias de la vida, que más adelante expondré, aquella carta volvió a mis manos, así que puedo transcribirla, hoy, literalmente, lo que se dice al pie de la letra:



Sin venir, sin llegar aquí, no se puede hablar de Ifni, mi lejana, pero próxima, Lucía, porque esto es fabuloso, increíble; ayer mismo, recién llegado, me entró en la cabeza la impresión de que estoy dentro, participando, en una película, reencarnado en otra vida, en otra persona; y menos mal que un paisano, otro gallego, -que aquí abundan casi tanto como en Cuba-, porfió conmigo para convencerme de que estoy en África. A mí me parece que están locos; aquí dicen, asirocados; se comportan como si fuesen aquellos criados, aquellos lacayos, del palacio real, de cuando había Rey en España. Pero el caso es que ardo en deseos, de todo, empezando por lo de hacerte un boceto de la situación.

Primera sorpresa: Estoy de Suerte Loca…, -es el nombre de un fonducho-, donde creo y entiendo que están más locos que nadie, ¡más que los de Conxo!, si acaso con la excepción de un bancario, que me lo encontré nada más salir del avión, ¡y nada menos que con un quintal de billetes del Banco de España en sus manos! (En una caja de pino, precintada con alambres y lacre). Se ofreció para presentarme en sociedad…; ¡por cierto, si yo te contase con qué lujo se presentan aquí las chicas, en el salón grande del Casino…! ¡De película, niña; como aquello de “Sissí”! Tengo que decir que soy Técnico de Señales Marítimas, pues aquí todo dios es Dios, ¡de Marqués para arriba! Decir “farero” suena a oficio.

Pero la suerte loca, la mejor de todas, está en que cobramos un Plus de Residencia del ciento cincuenta por ciento, tal y como me dijeran, pero de ello nunca te hablé porque no me resultaba creíble. ¡Hay que venir con recomendación, y encima de ello, te pagan de más! Así que, en vez de la ley de la oferta, aquí rige la ley del enchufe; y acaso, no sé si un poco o un mucho, la del embudo, que me río yo de nuestro legendario caciquismo galaico!

Segunda sorpresa: No hace falta saberse el árabe. Tienen un dialecto, al que llaman “chelja” o “cherja”; no lo sé exactamente. Ni saberse el Corán, al que otros llaman Al Qurán. Los nativos, casi todos, hablan castellano, pero mal, abusando de los infinitivos. Oírlos parece la lectura de un telegrama redactado por un tartaja.

Otra más; pero primero, siéntate: El faro está en la misma ciudad; y hace un trío de torres con la iglesia y el pazo del Gobernador; mejor dicho, de Su Excelencia. El Gobernador, aquí, es un dios viviente, que deja atrás a todos los faraones de Egipto, pero de eso mejor hablamos personalmente, que me tiene mosqueado esto de que los carteros sean soldados; ¡igual tenemos censura! Del pabellón del faro mejor te mando fotografías porque, si no, no me vas a creer: ¡también de película!


Y ahora, descritas las cosas materiales, te hablaré en verso, que es lo que a ti te gusta…; ¿no si, cariño?



Esta segunda parte era, es, tan acaramelada, que mejor será dejarla en el secreto de aquella intimidad amatoria. Creo que me ruboricé al leerla pues nunca viera cartas íntimas de nadie, y las mías, con mi maestrita, eran de menor nivel sentimental. Tan sólo le dije:

-La vas enloquecer con este romanticismo trasnochado, más propio del siglo XIX. ¿No sería mejor que la dejases sentirse lejos, alejada de ti? Si te pones tan a carón de ella, se ahumará; y cuando venga contigo puede ocurrir que se decepcione, en varios aspectos.

Me contradijo:

-Yo siempre le digo verdades, verdades enteras, pues las medias son mentira, mentira cochina. Mi teoría, mi filosofía, es que ser verdadero es un gran negocio…, ¡si se tiene paciencia!

-¡Será, hombre, será, pero en otro mundo! Y ahora, si me disculpas, me paso a mi habitación, que el cuerpo me pide siesta; o más bien, siesta y media.

-¡Vale! Por sestear que no quede, español de la morería. Vete, pero aprende esto, de paso: ¡Un hombre que sestea no puede ser tutor de otro que también sestea!

-¿Qué trabalenguas es ese?

-¡Tú lo has dicho: un trabalenguas, y por tanto no sirve para holgazanes! Si quieres, donde dije “hombre” pones la palabra “pueblo”, que por la ley de los grandes números, se cumple siempre. ¡Au revoir, Monsieur!

-Facal, una última cosa: ¿Por qué citaste aquello de Conxo; acaso estuviste allí?

-¡Allí, no; pero aquí, si!

-Me voy, definitivamente, que eso tuyo, sea lo que sea, parece enfermedad; ¡y puede ser contagioso!

No había forma de hacerle callar, de aislarle, de evitarle. ¡Si llego a tener un esparadrapo…!

-Bancario, ¿el siroco es contagioso?

-El siroco, no, pero el asirocamiento, sí.

-En ese caso…, ¡quedamos en tablas!



Mi habitación era la siguiente a la de Facal, más silenciosa por estar más alejada de la puerta de acceso, la de aquellas escaleras… Me tumbé por encima de la colcha, atento sólo a las moscas, que incluso me parece recordar que ni siquiera me quité aquellos zapatos blancos, de lona. Me quedara el cerebro exhausto de tanta polémica, así que pospuse mi carta, la de mi prometida, pues si le escribo aquel día, con las influencias y sugestiones de Facal, ¡Dios sabe qué le diría, fuese en prosa o en verso!


Altos sitiales

El San José de aquel año cayó en jueves, que entonces era festivo. A pretexto de felicitarme la onomástica, Facal se me pegó como una lapa, a la hora de Misa. Tocó el armonio María Teresa de Lizaga, esposa de un capitán médico, porque al profesor Cruz le operaran de algo, no sé qué, pero intranscendente. Lo hizo impecable. Mary Tere, además de capitana, que de por sí ya era un título, era profesora de Idiomas en el Patronato. Y para que nada faltase en un día de tan extraordinario ritual, cantó motetes nuestro tenor, Aguilar. El poder temporal, el absoluto, también estuvo presente en los cultos, ¡que además de su personal, posible, o segura, devoción, era una obligación profesional! Ocuparon dos altos sitiales, casi tronos. Me refiero, obviamente, al Excelentísimo General Gobernador General del A.O.E., y a su digna esposa, que lo era ciertamente en el goce de unas simpatías muy merecidas, y también generales.

Después pasamos a la sacristía para presentarle al padre Santiago, Santiago Uberuaga, un ilustre berciano con acento leonés pero con cierta ironía galaica. ¡En definitiva, un limítrofe! De paso, felicitamos al lego, fray José, que era como la tercera mano del párroco, y tan sencillo, o más, que el Santo de Asís: ¡Franciscano en cuerpo y alma! Al lego le brillaban aquel día, especialmente, sus luengas barbas blancas, que no creo que lo sean más las alas de los propios querubes. Algo de eso le comenté a Raimundo, allí mismo, como justicia y no como adulación hacia fray José, al que le manifestó que, en su criterio, la santidad o es progresiva o no es santidad. De paso, y por sugerencias mías, apuntamos al novato para Terciario Franciscano. Al decirle al padre Santiago que el farero había sido seminarista, con Órdenes Menores, “¡De los buenos, pero expulsado por culpas ajenas que no debieran considerarse hereditarias!”, le convenció para que colaborase en la catequesis parroquial, que en Sidi Ifni era una encomienda propia de mujeres y de civiles iniciados.

Nuevas presentaciones, y vermut en el Casino. También almorzamos allí, como lo que éramos, ¡dos señores, dos colonizadores! La efeméride del día llevó nuestra conversación al tema de la Misión Católica, y le fui diciendo, en mi papel de cicerone:

-Con todo ser la Iglesia una organización perfecta, al menos para nosotros los creyentes, aquí se nota algo que no encaja bien: El obispo de Marruecos es otro franciscano, y reside en Tánger. Los predicadores de nuestros triduos misionales, siempre franciscanos, suelen venir desde Marruecos, unas veces de Larache y otras desde Safí. Esta iglesia, a la que llamamos Misión, que ni sé por qué ya que sólo se misiona para los ya católicos, es franciscana. Así que el Territorio sigue, se organiza, en sistemas franciscos, paralelos con los dos Protectorados. Ahora bien, las pastorales que se leen y acatan en esta parroquia de Santa Cruz, en la civil, al margen de la castrense, son las de Pildain, obispo de Canarias…

-Y en cuanto a lo castrense…?

-Está tan imbricado, o interferido, que las bodas de los militares las celebran sus propios capellanes, ¡pero en la Misión Católica, y eso que Tiradores tiene su capilla! ¿Tú, viejo seminarista, lo entiendes? ¡Si no llegan a ser tan beatíficos estos franciscanos, mucho me temo que tendríamos un cisma!

Facalito tardó en contestarme; seguramente sangraba por sus viejas heridas eclesiásticas. Lo percibí desde que ya no podía retrotraer mi perorata crítica. Un tiempo después, saliendo de aquel mutismo, me dijo:

-¡Estallará, estallará! Esa es otra de las bombas temporizadas que tienen estos territorios; y apúntalo por ahí, en un papel, pues ya verás que cuando tal cosa pase, le echarán la culpa al comunismo o a la masonería.

Enzarzados en aquel tema, ¡los bizantinismos de un Ifni incomunicado y aburrido, una auténtica isla de If, sin inquietudes externas!,

Facal redundó:

-¡Un vasco en Canarias…! ¡Es que el Nuncio ni se entera, y eso que procede de una Italia regionalizada, con fascio o sin fascio; desde antes de Mussolini, con el o sin él. Los determinantes geográficos y las características o conformaciones raciales y culturales no se anulan de la noche para la mañana; ¡y menos por decreto! Siempre igual: ¡Roma locuta, causa finita!

Que las cuñadas no vayan a comulgar pintadas y sin medias, podrá conseguirse en la ascética Navarra, y por ahí en otros climas fríos, pero, ¿en este paralelo, en la imperial Sidi Ifni…? ¡Vaiche boa, como decís en Lugo!

Yo, de mí al Obispo, dejaría actuar al padre Santiago a su libérrima discreción, de pura iniciativa, que este hombre no es ningún Prisciliano. Basta con verle una vez para apreciar su sonrisa seráfica y un tanto boba. La humildad francisca en un corazón noblote; berciano, en definitiva. Todo esto son guías de pastoral más que suficientes. Jesús no se atuvo a reglamentos ni a discriminaciones en su última cena; si llevaban barbas, o no; si le iban traicionar, o no; tan sólo le importó su ejemplaridad al lavarles los pies. Fíjate que sólo fue impositivo y enérgico con los mercaderes del templo; a los demás les convirtió sin estridencias, y verbalmente, con simpatía y bondad; ¡con su propio ejemplo, sin pastorales ni rollos deuteronómicos!

Ya nos explicaron en el Seminario las causas de que por aquí, e igual en Marruecos, no se den conversiones de nativos; pero están los acercamientos, la comunicabilidad fraterna, y el mutuo respeto, que ya es de por si edificante; esta virtud la practica con humildad seráfica y ejemplar, desde Tánger, nuestro paisano, monseñor Dorrego Aldegunde. Y concretamente aquí en Ifni, según me tienes informado, tú mismo, la convivencia amistosa del santo Uberuaga con los musulmanes es ya, de por sí, un éxito.

-¡Como que incluso le llaman el Al faquih Santiago…!

-¿Lo ves? Estas cosas también debiéramos apuntarlas…, ¡por si algún día le canonizan! Me he fijado en aquellos moritos que estaban curioseando en el jardín de la iglesia…, que al salir con nosotros fray José le besaron su cordón, como si de un amuleto se tratase… ¡Eso es misionar! Se acercarían, supongo, más bien por curiosidad, por mimética con los niños españoles, pero te garantizo que si hubiese mal ambiente hacia ellos en el pueblo indígena, ¡maldito si tal cosa se les hubiese ocurrido! Esto sólo son capaces de lograrlo los franciscanos, ¡que ya es mucho! ¡Y que encima les de órdenes ese Pildain, desde Canarias, en las antípodas misionales, es, como poco, humillante!

Le puntualicé:

-Aquí tienen prohibido misionar de puertas afuera de la iglesia…

Volvimos al silencio reflexivo, que nos duró poco pues el diablo me tentó para que le tentase, yo, yo mismo, directamente:

-¿No estarás hablando como el seminarista frustrado que eres, o que fuiste?

-No tengas la menor duda de que hablo en serio. Yo puedo reírme incluso del Imperio español, pero tocante a la Iglesia y a las cosas de comer…, ¡ni se me ocurre! Desde fuera, los seglares pasamos desapercibidos, ignorados en el sentido misional, ¡no se nos da categoría ejemplarizante!, pero este viejo seminarista te puede informar, en grandísimo secreto desde luego, que empieza a haber contestación en los seminarios, pero también en la clerecía joven. Incluso hay, o más bien siempre hubo, en esta capa estamental, en la de bajura, una cierta oposición al Régimen. Tú, atento, pues, ¡cosas veréis, amigo Sancho!

Vendrán poco a poco, pues las revoluciones sólo les parecen instantáneas a los gobernantes…, ¡porque siguen anestesiados, o ahumados, por su propio poder!

A la Iglesia le pasa como a la fruta, que si pretendes conservarla demasiado, se pudre. De propósito: Ya te dejaré ciertas traducciones, clandestinas por supuesto, de teólogos extranjeros, ¡católicos!, que empiezan a colarse y a reproducirse en esta España carcamal, que así palparás la tormenta eclesial que nos viene encima. ¡En el Vaticano va a llover más que en Santiago! Acuérdate de que te lo dije en Sidi Ifni, en la imperial Sidi Ifni, el propio día de San José del año mil novecientos cincuenta y tres!

En cuanto a ti, querido amigo, ahora que recuerdo: ¿Qué le tuviste que decir al padre Santiago de que yo fui seminarista? Si le empiezo en su catequesis con mis teorías sobre la forma de enseñar religión sin las rigideces formalistas y memorísticas hoy en uso, ten por seguro que me abre otro expediente eclesiástico, excomulgándome definitivamente!

Después de este “rollo” monumental, el amigo Raimundo se quedó como ausente, abrumado, supongo, por sus propios recuerdos y experiencias, pero cuando bajó a tierra volvió al tema:

-No te olvides de que mi profesión actual es la de mandar a las tinieblas destellos luminosos…

-¿Ya estamos otra vez con el siroco…, ahora que se calmó Eolo? Baja presto de tu faro y mírale la espetera a la Chony, que la tenemos ahí delante, hecha una Diana…, ¡una Diana cazadora!

Ni con esa broma conseguí anular su concentración pues cuando Facal se iluminaba a sí mismo, cuando profundaba, el resto eran nebulosas.

-¡Quien me lo iba decir! ¡Qué cosas, pues yo pudiera estar aquí de capellán del Ejército, en lugar de simple farero…! Por culpa de aquellos inquisidores de Santiago he descendido a simple catequista; ¡y para colmo de mis desviaciones vocacionales, estoy a punto de casarme!



Estando en estas conversaciones se me presentó algún compromiso protocolario, de bar, por culpa o por gracia de mi onomástica, y el discreto Facal aprovechó la ocasión para escurrir el bulto:

-Me voy a sestear, que me estáis contagiando…

-¿Qué dice tu paisano de “contagio”; está enfermo…? –Me preguntó un capitán médico que se acercara a bromear con lo de mi santo, ¡vulgo, barra libre!

-¡Nada! Filosofías suyas; es un pensador equivocado de siglo, que no le tocaba reencarnarse hasta el XXI!

-Habla más que un sacamuelas…; y tiene una forma de gesticular que me recuerda aquellos pastores protestantes de cuando yo estudié en Cambridge…

-¡Pues con todo eso, le negaron el púlpito!

-¿Fue seminarista? ¡Les queda un sello, un algo…!

-¡Creo que sí!



Concluí mi San José en la biblioteca del Casino, solitario y un poco aturdido por tanto Caballo Blanco, etiqueta negra; allí me harté de leer mentiras atrasadas ya que los periódicos nos llegaban vía Tetuán, en el autobús de la línea “Bernal”. Después ojeé unas revistas “Ejército”, que tanto me sugirieron e hipnotizaron en aquel ambiente, que a poco agarro una lanza antigua, de trofeo, que estaba decorando un angular de la biblioteca. ¡Lo que me faltaba: arremeter contra mis propios fantasmas! Y menos mal que entraron dos oficiales, en animada conversación, sonido y compañía muy oportunos ya que me sacaron de aquella ensoñación, ¡no sé si quijotesca o etílica!

Por último, y para oxigenarme un poco, que bien lo precisaba, me asomé al ventanal que daba a la terraza-patio, yéndoseme los ojos a la suegra de Baylo, que estaba muy entretenida, calcetando, en un rincón del parterre. ¡Dios, el contrapunto perfecto en este ambiente! No sé decir el por qué, pero aquella abuelita me transportaba siempre, y dulcemente, a mi Galicia. Decían de ella que era tan refractaria al castellano que siempre se confesaba, en gallego supongo, con el páter Pumariño. Entre esto, su silencio y su carita ingenua, nadie se resguardaba de su presencia; si llega a ser espía, controlaría insospechadamente todos los secretos del Territorio. Incluso la tuve por sorda, o por cegata, algún tiempo, observando su habitual mutismo, pero empecé a admirarla en una ocasión en que me detuve cerca de su velador, viendo una partida de póquer:

Jugaban en aquel tapete tres estrellas de gran magnitud frente a un civil, conocido proveedor de los economatos militares, pero más conocido aún, y siempre temido, por sus desconcertantes envites, por sus faroles. Un espectador que acechase marginalmente opinaría que aquella viejita hacía punto, y sólo punto; pues, ¡lo que son las apariencias!, en el momento en que aquel proveedor se quedó sin fichas y tiró de chequera, ¡al portador!, la galleguita desapercibida, para mi sorda y/o cegata, soltó un inteligentísimo, “¡Ave María!”. Bajito, musitado, pero tan elocuente para mí que sólo entonces, en aquel instante, comprendí su vista, su oído, y su perspicacia ante la astucia de aquel proveedor farolero que llegara a rico porque sabía perder en el juego, ¿donativos de proveedor?, con elegancia y con oportunidad.


Entrando en agujas

Hasta el domingo siguiente apenas le hice caso al Facalito, que por otra parte tampoco precisaba mi tutoría ya que fue entrando en agujas, en amistades, en adaptación al medio, con una integración instantánea, pasmosa por inusual. Y ello aparte de que tuve en mi oficina abundante choio para despachar mi parte en la saca de correo llegada por el autobús “Bernal”; tanto, que logré actualizar mi trabajo gracias a unas velas que me consiguió el ordenanza, un eficaz Si Hossain, competentísimo e ilustrado, procedente del Marruecos francés; con el petromax me entendía peor, prefiriendo aquel olorcillo, casi litúrgico, de la cera.

Al salir el sol, Raimundo, que estaba bien holgado, se presentó en Suerte Loca llamando con insistencia a la puerta de mi habitación, cosa que me molestó por la inoportunidad de la hora.

-¿Qué haces aquí…, a estas horas? ¡Si quieres asfaltarle esa calle a nuestro Fernández de Lugo, para eso es un buen momento, que ni estorbas ni te estorban!

-¡Hay países de enanos, hay países de parásitos, hay zánganos, hay…!

-¡Hay incordiantes, tal que un tal Raimundo Facal y…, Cotelo, que por algo llamas a las puertas con los nudillos, con tus cotelos! ¿Parásito, yo, con lo que trabajé este fin de semana, con velas y todo?

-Es para decirte que voy a la primera Misa; y desde allí, al faro. Ya mandé las maletas por el taxista Marrero. Hoy me instalo en el pabellón, pero seguiré aquí, comiendo estas bazofias de vuestro querido Ahmed, por lo menos una temporada…, aunque tenga que pagar la habitación sin usarla! Me dijo el Auxiliar del faro que el mismo me hacía la compra, y que también cocinaba algo para el técnico anterior, pero no quiero atiborrarme de cuzcuz, ni de pollos al tallín. Me hablaron de la Casa de España… Y luego está un sastre, un leonés, un soldado licenciado, que se quedó aquí, para ejercer su oficio, o mejor dicho, para hacerse millonario a la sombra, que me propuso incorporarme a su imperio, que tienen un gran cocinero, canario, creo, en una casa enorme que le alquilaron a una paisana suya, una tal Mary Güemes, cerca del faro, en la calle Teniente Vázquez… ¡Ya veremos, que esto de los Imperios africanos me recuerda a los Austrias, otros ególatras! También concurre que si me aíslo de esta Suerte Loca te perderé como confidente de mis misivas y de mis matinaciones!

-Esa sí que sería suerte, ¡perderte de vista! –Refunfuñé.

-No creas; después, ¿quién te hablaría en gallego si me pierdes? Si pierdes tu léxico y tus hábitos, tu mentalidad, cuando vuelvas a Lugo, moro de tez y coránico de ideas, te tomarán por otro Al Mansur, ¡y creo que os salvasteis de él gracias a vuestras murallas! Vuestras murallas…; ¡claro, así sois, así estáis, en permanente cerrazón!

-Algo de eso es verdad; ¡me rindo a tu dialéctica!

Quedamos en que, de tarde, le visitaría en su faro, donde insistió en que le censurase otra de sus cartas, la última, la de aquel día. También la transcribiré aquí, pese a su extensión agotadora, ya que volvió a mis manos por las mismas circunstancias que la primera. Me permito causaros la molestia consiguiente por lo que contenga, o signifique, para comprender la historia menuda, la intrahistoria, de nuestro Ifni.



¡Lucía! ¿Por qué te pusieron ese nombre tan…, protector, tan luminoso, tan apropiado para la esposa de un farero?

Tu nombre es insuperable, pero en cuanto a los apellidos no sé qué te diga, que igual es cosa de escribirlos en compuesto por cuestiones de relación y de prestigio social. No ignoro que ahí, en tu Coruña, todas las mujeres, excepto María Pita, sois marquesas; ¡Marquesas de Marineda, por supuesto! ¡Ah, pero eso es poco, que aquí, en este Versalles español, todas son condesas, que es un grado más! ¡Si yo te contase…! Alguna de ellas me tiene aire de princesa, pero como ahora en España somos…, ¡eso, ni se sabe qué!, no estaría bien el uso, y menos el abuso, de semejante título. Me he informado, para cuando llegue mi mujer con sus pergaminos: se me dijo, confidencialmente por supuesto, que sus escudos familiares, y con ellos sus joyas, las dejaron depositadas en sendas cajas de alquiler de su Banco respectivo. Lo de sus escudos lo entiendo, pues aquí, con los sirocos, igual se les cuartelaban; quiero decir, se les cuarteaban. Y después que todas presumen de tener unos padrinos, -aquí dicen abuelos-, que entraban cubiertos hasta el mismísimo trono. A esos creo que les llamaban, “Grandeza de España”. Como ves, todos son gente aforada; por lo menos, terratenientes; y no como yo, tu humilde siervo, que ni tengo tierras ni llegué a Teniente; ¡pero soy tu farero, que es una cosa más brillante y de más altura.

Apellidos compuestos, o por lo menos de esos que suenan de la Historia de España. Apellidos largos, sonoros; con su “de” y con su “y”; no como nosotros. En vista de ello, ya me dirás que pintas tu aquí con un sencillo ”Freire Mato”. Busca en los baúles de tu casa de la aldea, en el viejo pazo, para ver si encuentras un tío-abuelo hidalgo, por ejemplo, un Andrade, que en ese caso aquí serías, y te nombrarían, doña Lucía Freire de Andrade y Mato. Con ese salvoconducto ya te querrán en este Casino de Autoridades, en esta Real Academia de los Oficiales de Academia.

Pero no te asustes ni acomplejes pues tu palmito y tu espiritualidad, tu tez mórbida de coruñesa criada detrás de tus galerías, con tus ojazos de sirena varada en Riazor, valen para mi cien veces más que este atajo de cuñadas con las que me tropiezo continuamente, cada vez que voy al Casino. ¿No será que se hacen las encontradizas…?

Hoy he visto pocas, porque fui a la primera Misa, muy temprano; pero después estarían, -¡estarán, mientras te escribo!-, tomando su vermut, de pierna cabalgada. Te son legión, pero sin botas, o sea, con zapatitos de tacón alto, que es como mejor se camina por estas rúas sin asfaltar, ¡pero lo harán pronto, precisamente por culpa de esos tacones, que las obras del puerto pueden esperar! ¡Tienen, tenemos, faro, pero no hay puerto! ¿Lo entiendes…?¡Yo, no! El día de San José desfilaron por el comulgatorio, comprometiéndose, con la Sagrada Familia, a parir, como poco, media docena, pues aquí, según me dijo el Bancario, que es el de las cuentas claras y el chocolate espeso, seis/siete es la media de partos útiles, patrióticos. Se comprometieron para hacerles y parirlos, que después eso de limpiarles el culito es asunto de la morita, o de la canaria; a falta de ellas, los asistentes también sirven, que por algo lo son! ¿Edad media? ¡No me refiero a la época, sino a las chicas! Calculando por las capas restauradoras de su pintura…, estarán…, están…, ¡en la segunda fase, o sea, en cuarto menguante! ¡También en eso te envidiarán!

¿No me preguntas cómo visten? ¡Pues…, ligero, muy ligero; y muy transparente, que el peso, o tapamiento, lo llevan en sus joyas! Traen los modelitos desde Madrid… ¿Y por qué no desde París? ¡Ah! Tendrían que pasar por la Zona, y te anticipo que nos llevamos regular con nuestros vecinos; séase, con los gabachos. Las pulseras de oro, artesanía pura, se las compran a los maharreros; y la bisutería, en el zoco.

En cuanto a las casadas, es preceptiva su visita, por lo menos en la primera colonial, a la calle de la Luneta, en Tetuán. ¿En el Tetuán de las Victorias, en Madrid, donde vive tu tía Áurea? ¡No, en el otro! Eso aparte de las joyas de la abuela, que, por si no lo intuyes, te diré que suelen dejarlas en el sótano de su castillo, detrás de una piedra de grano, de un sillar granítico, pues en Iberia cobran por el exceso de peso, y no andamos sobrados de divisas para pagar carburantes.

Al regreso de la primera colonial, si no se trajeron su ajuar, lo más oportuno es pasarse por el pabellón de la señora de Espejo; al contado, si se lo permite el anticipo de caja de los maridos respectivos. ¡Tiene unas mantelerías, y cosas de esas, de hilo crudo, caladas y bordadas en Canarias, que te son…, como poco, la envidia de sus vecinas! Me, y te, preguntarás el motivo de esas compras teniendo ellas de todo, empezando por sus encajes de Guipour… ¡Ah, es que esas telas, esas artesanías, son tan parecidas a las que ya tienen ellas…, que las añoran! Y luego que las nuevas visitas, los novatos, las novatas, no distinguís entre los bordados comprados de los heredados; ¡pero yo, si, que por algo procedo de Camariñas!

Hablando del oro, ¡del oro del moro!, ellas están tan morenas, tan curtidas, de este sol, de las terrazas, de la playa…, que ni casi se aprecia que lleven tales joyas, salvo que te acerques mucho. No pienses mal, que yo sólo lo hago para besarles la mano. Sabrás, ¡seguro que sí!, que a las condesas se les besa la mano…, que el pie, no, porque andan sin medias, y como escasea el agua… ¡La embotellada, que suele ser de “Firgas”, la utilizamos para rebajar un poco estos whiskys tan añosos!

¿Quieres que le dé más luz, más enfoque, más contraste, al retrato? No, supongo que no, pues así está en su punto exacto. Aquí se venden unas Woilanders y unas Paxettes, último modelo, que son lo último en óptica, y además, baratísimas. Cuando compre una, me haré aconsejar por Julio Simón, un gallego madrileño, con raíces en Chantada, que por ahora está bien achantado aquí; es un experto en filtros, en filtros solares, para estas cámaras, pues de amores tengo la impresión de que filtra poco, pese a su corte de admiradoras, que siempre anda a vueltas con su música, con sus discos.

Tendré que hablarte de la iglesia de Santa Cruz, Misión franciscana. Hace juego con el palacio del Gobernador, pero en tono humilde, para que esté claro quién manda aquí. El Misal es nuevo; una joya, pero no armoniza con la estameña franciscana, con sus usus ni con sus mores; obviamente, un obsequio, o concesión, del Virrey. La plática fue medieval, y ello en contradicción con la modestia franciscana, pero…, ¡las circunstancias!

“Excelentísimos e Ilustrísimos señores, señoras, queridos feligreses, amadísimos hijos en nuestro Señor Jesucristo…” ¡Menos mal que aclaró, que subrayó, que “el Señor” era Jesucristo! Retrató bien a San José; demasiado bien, pues lo situó de carpintero, de servidor, entre los hijos de Agar, en Egipto… ¡A mi entender, ese fue su único error, pues aquí en Ifni, los africanos, los hijos de Agar, ésos, ésos, son los carpinteros; y como mucho, algún canario, pero estos, de Maestros! Los Josés de ahora, aquí, son, somos, como poco, don José; y viven, vivimos, en pabellones faraónicos. Los carpinteros, en sus casitas de adobe…

¿Y qué más? ¡Bien; sí; el cielo y el mar, que hoy todo se me fue en describir la tierra, lo mundano! Pero eso, para otro día, que además quiero, y debo, y me apetece, decírtelo en verso… Hoy me siento terrenal, prosaico, y la culpa es del lugués, del Bancario, pues, como es de tierra adentro, ni a la playa va, y eso que la tenemos aquí abajo, cerquita y excelente. Quedé con él para tomar café en la Marina, en la terraza del Pagán; Pagán es un apellido, así que no pienses mal, ¡que ya empecé a ahorrar para nuestro casorio! Después vendremos al faro, que por dentro aún no le conoce…

Queridísima Lucía, Lucía Freire de Andrade y Mato, señora de las Mariñas y de…, ¡de mi corazón, como dicen los cursis! Quedo esperando tu primera carta, con fiebre…, ¡pero no bubónica!



-¡Pobrecita; entre tus disparates, y esa despedida de enfermo, la vas a preocupar! Aclárale eso de la peste, que ya no queda ni rastro de ella, como no sea en alguna cabila del interior…

-¿Pero qué dices, si me quedé corto, en todo? Y además, algunas cosas me las dijiste, o me las enseñaste, tu, tú mismo, que eres un derrotista… ¿Qué sigue la peste bubónica? ¡Mejor que lo interprete así, que se duela de mi persona, de mi soledad, que en Coruña tengo muchos rivales, y a las mujeres les complace ser compasivas! Según tú, ¿qué le quito, o que le añado?

-¡Chico, en eso, o todo, o nada, que menudo rollo para reescribirla! Eres el mismísimo diablo…, y más crítico que nuestro Quevedo! Tú acabarás en la censura del Gobierno, y no en la del Santo Oficio, porque desapareció. Vete preparando un pliego de descargos, ¡si es que el Gobernador te lo admite! Ya te dije que es un mal antecedente haber sido seminarista, pues ahora te sabes todas las picardías, todos los pecados. ¡Iconoclasta, más que iconoclasta!

Tardó en contestarme, como si estuviese reflexionando:

-En este atajo de acomodaticios que siempre fue, y seguirá siendo, el África Española, alguien tendrá que dar la nota, ejercer la crítica…, constructiva! ¡Mucha valentía en los hechos, mucha sangre derramada, y luego, cuando aparece un hombre recto y protestón, cual fue, por poner un ejemplo, el general Juan Picasso González, en aquel Informe de lo de Annual…, con las cartas boca arriba, se le tapa la boca, a él, y se queman las cartas! Como dijo Quintiliano, al establecer la diferencia entre el orador y el historiador, Scribitur ad narrandum, non ad probandum!

Me creí en el deber de insistir en mis consejos, como veterano del Territorio:

-¡Si, sí; métete a redentor, que…, ya sabes lo que les pasa! Concretamente tus ironías acerca de la vida, y la convivencia, casinerís, te pueden costar la cabeza, como le pasó a Juan, al Bautista. Y luego que exageras. Yo entiendo que este lujo, o si quieres incluso un cierto ambiente lujurioso de las señoras y señoritas del Casino, su boato, e igualmente esa barra de bebidas caras y extranjeras, que deja menguado al Perico Chicote de la Gran Vía madrileña, aquí, por el tedio y las circunstancias concurrentes, son males necesarios; o si quieres decirlo de otro modo, desahogues de un ocio bien pagado; pero en cualquier caso, ni ese ocio ni ese status son culpa o responsabilidad de la gente aquí destinada. Si falta proyección constructiva, eficacia y enfoque futurista, esa miopía no es territorial, sino que procede del astro rey, de sus planetas y de sus satélites. ¿Me entiendes, experto en astronomía?

-Medio te admito eso, ¡sí! Pero sólo medio, eh, que también, a sensu contrario, podían tener, podíamos tener, algo más de iniciativa; ¡sugerir, proponer, informar…! Y de paso, civilizar, homologar, compartir algo más, y no precisamente dinero…, ya que tanto presumimos de nuestra civilización!

Me resultaba fatigoso, por desacostumbrado, aquel filosofar, digamos que, tan poco africanista. Yo no tenía preparación para ciertos rebatimientos, pero algo tuve que discurrir:

-¡Discrepo, por la mayor! En lo de civilizar, siempre fueron más civilizados los vasallos que los señores, y supongo que sería por su esfuerzo para romper las cadenas del feudalismo. En lo de compartir, si te fijases en el comercio de los nativos notarías que aquí entran las pesetas, ¡nuestras pesetas!, a cajas. Es cierto que una gran parte se trasiega a través de los haberes militares, sean civiles o no sus funciones, pero las nóminas no paran en los bolsos de las señoras, ¡por muy de piel de cocodrilo que sean!, sino que, en un alto porcentaje, siguen el camino de las tiendas de los nativos.

-¡Ya! Pero también me dijo un pajarito que estas Notabilidades indígenas, ¡que de indígenas, nada, o muy poco, pues casi todos proceden de las Zonas o Protectorados!, ni pagan impuestos ni realizan inversiones productivas, ni aquí ni en Canarias; de lo que se infiere, o deduce, o sospecha, que está habiendo un flujo de billetes de los de a mil pesetas, ¡y eso lo tienes que saber tu mejor que yo, que soy un novato y un inexperto en finanzas!; que pasa felizmente la frontera de Marruecos, y desde allí otras fronteras, hasta llegar a los paraísos fiscales… ¡Tu, de esto, sabes más de lo que me tienes contado, pero comprendo y respeto tu discreción profesional!

-Por donde apuntas tan sólo te diré que esos caudales, tipo Guadiana, ni son responsabilidad mía ni de mis jefes, pues autoridades monetarias tiene España…,¡como tú mismo dices, que te sabrán responder!

-¿Qué España tiene autoridades monetarias…? ¡Quijotes del Tesoro Público, dirás! ¡Qué bien hace Rusia gastándose aquel oro, aquel del que tenía el resguardo el Dr. Negrín, pues los nuestros aún lo aplicarían peor!

-¡Tampoco son Quijotes, pues don Alonso Quijano bien que se molestaba en deshacer entuertos!

-¡Ah, si tuviésemos un tuerto, que bien se dice que en la tierra de los ciegos el tuerto es un rey!


Confraternidad

Trofeos, en los deportes, arriba, en Tiradores.

En la semana siguiente, que yo supiese, nada ocurrió en el Territorio digno de mención; y según el semanario “A.O.E.” menos aún, que poco más dio, o publicó, que las entradas y salidas de viajeros, así como las bodas, ¡aquellas cuñadas…!, aparte del crucigrama y de una exhaustiva reseña del habitual encuentro de fútbol, celebrado en el campamento de Tiradores. En la Zona vecina sí que había cierta revolera ya que los franceses desterraban a Mohamed V, según luego se supo.

A últimos de marzo fuimos en la guagua de Ben Taky a una “confraternidad”, que así le llamaron, habida en Tabel-Kuct, con el concurso de las autoridades españolas que recibieron a las francesas de Tiznit y de Agadir. El motivo o pretexto lo ignoro pues de todo aquello no entendí gran cosa. Y en cuanto a las autoridades anfitrionas, mucho me temo que tampoco supieron algo importante, por culpa del idioma, pero más aún por el hermetismo galo. ¡Nosotros teníamos un Franco, pero los francos tenían a De Gaulle! Lo único positivo de todo aquello para el pueblo raso, o más bien, rasurado, fue que se celebró un gran zoco, en el que nosotros compramos, mientras que los nativos de la Zona vendieron, ¡cómo era tradicional!

El incombustible Facal, siempre pegadizo a su paisano, y sin embargo, amigo, ajenos ambos al protocolo oficial de aquel “encuentro” entre quepis y teresianas, y por tanto, librepensadores, nos atiborramos de té con pinchitos. Al regreso cargamos con sendas bolsas de naranjas “de la Zona”; ¡cosa fina para la sequedad e improductividad de nuestro Territorio!

Raimundo tampoco le debió dar gran importancia a la confraternidad de Tabel-Kuct pues en la siguiente, enésima, carta, a su coruñesa del alma, que me la mostró, ¡el muy pesado!, como tenía por costumbre, en la sobremesa. Evidentemente seguía en su vena romántica.

-Pero, Facal, tú me tomas por otro farero, por un desocupado. ¿No ves que estamos de nóminas, y tengo que volver al Banco? ¡Son tantas, que en la cabecera de los meses ando de cabeza, más que de pies!

-¡Nóminas, nóminas; estos patriotas de pacotilla sólo pensáis en el sobre!

-¡Toma, que tú, no! Por cierto, ya te llegó la transferencia de Señales Marítimas…

-¿Está abonada; puedo disponer?

-¡Naturalmente, que le dimos preferencia! ¡Y encima me tienes de secretario particular…, porque los demás no te aguantan el rollo! Eres un abusón…, ¡además de un fariseo!

-Mira, quédate con la carta…, aunque la arrugues; y si la puedes leer en un paréntesis, me la das mañana, que voy al Banco, y de paso te invito a tomar un café glorioso, quiero decir, en el Café La Gloria, que aquí no hay establecimiento que no sea rumboso, grandilocuente! Esto es el limbo…; ¡lo que aún no sé, si de los Niños, o de los Justos!

-En vista de que tanto tiempo te sobra, y de que tanto escribes, ¿por qué no envías artículos a los periódicos, por lo menos al “A.O.E.”, nuestro semanario?

-¡O eres parvo, o te haces! A mi novia le puedo decir la verdad, toda la verdad; ¡pero sólo a ella! ¿Tú sabes, experimentaste alguna vez, el placer que se siente diciendo verdades?

-La mía es que me estás saboteando la producción; ¡y alguien tendrá que trabajar en este país, digo yo!

-¡Chupatintas! ¡Esclavo!

-¡Parásito, cegato, que ni ves la viga en tu propio ojo!

He sido las dos cosas, en efecto, ya que, cual vil esclavo, me saturé con su tinta, apenas seca:



Hoy te escribo desde el faro, en el descansillo de los reflectores. He subido al amanecer pues quería retratarlo para ti; ¡el amanecer! Compré una Woylander y ya retraté todos los puntos notables para que vayas conociendo la ciudad, esta noble y leal ciudad de Sidi Ifni, pero los Martínez no me darán las primeras fotografías, reveladas, hasta la próxima semana.

Este es el país del suai-suai. En todo caso prefiero pintártelo, describírtelo, con mi pluma Sheaffer de oro.

No me digas eso, no me lo digas, que ya sé que estarás pensando que me ahumé aquí; ¡no me recuerdes que no soy conde! La culpa de este lujo fue del Bancario, que me la hizo comprar a un amigote suyo, nativo; para ayudarle a enriquecerse, supongo, pues estos tenderos del zoco aunque parecen mendigos alguno de ellos gana más que ciertos funcionarios; y luego que son más pesados que las moscas. El Bancario me enseñó a regatear, ¡que aquí, eso, es un arte!

Tengo que darme prisa porque avanza el día. El cielo se puso, poco a poco, con un rubor de niña adolescente; ahí, por sobre del Bu La-alam, que es un yebel que tenemos aquí cerquita, tan cerca, que sólo deja espacio para la ciudad y para la explanada del aeródromo-aeropuerto, que sirve para que los aviones me traigan tu correspondencia…; por cierto, tan ligeras, tus cartas, con tan poco contenido, que casi me las podías haber enviado por una paloma mensajera. ¿Haces propósito de enmienda…?

De noche tuvimos algo de niebla, pero se fue evaporando, poco a poco, y…, ¡zas! Hoy apareció un sol radiante, tan inmaculado…, ¡que se parece a tu carita! El sol, o tu misma, ya que vienes en él, con él, anduvo por la Meca, ¿sabes? Viene hecho un Hach; tan purificado como de allá vinieron ciertos amigos del Bancario, que tiene la teima de relacionarse con estos santones ricachos, tal que Hach Mohamed ben Hassan, Hach Lahsen ben Tahar, y algún otro. Cuando le conozcas, cuando te lo presente, ya te explicará cómo pueden ser santos esos ricos, esos epulones.

Lo primero que hizo este sol africano, que ahora se dispone a internarse en la Mar Tenebrosa, ¡en la Atlántida!, fue rechazarme el último haz lumínico de mi faro, en una lucha descomunal, chispeante, que me tuvo embelesado, pendiente de quien podía más, de quien brillaba más. Se cruzaron en su camino, allá arriba, en el cielo, y se dieron un saludo cumplido, fraternal: -¿Labás…? -¡Labás, Handu-li-lah! ¿Qué hice yo, entonces? ¡Corresponder a su saludo llevándome la mano al pecho, y después a la frente; tres veces! Después apagué el faro en vista de que el pobre se quedaba ciego, deslumbrado por la fuerza lumínica, superior, del astro rey.



En mi naturaleza, y entiendo que a mi alrededor, hubo entonces un minuto de recogimiento, que por eso me detuve, paré de escribir. Y al momento se oyó la voz del faquih, desde el minarete de su mezquita. Aún estoy impresionado por lo que dijo, y por como lo dijo. ¿No notas que me sale la letra trémula? Intentaré traducirle:

En el nombre de Dios, el Clemente, el Misericordioso. La alabanza para Dios, Señor de los Mundos. El Clemente, el Misericordioso. Él es el dueño del Día del Juicio. Te adoramos y pedimos tu ayuda. Condúcenos al Camino Recto, al Camino de aquellos a los que has favorecido, y que no son objeto de Tu enojo, que no están extraviados…


La mezquita vieja de Sidi Ifni

Yo mismo he rezado, con el almuecín por supuesto. Como Alá, su Dios, es único, y también lo es el nuestro, sin por eso dejar de ser trino, resulta, en teología bien entendida, que vienen a ser el mismo Dios, ¡pero en distinta fotografía!

El sol vino agresivo, ya te lo dije; y me proyectó la torre, en profunda perspectiva, más allá de la séptima onda. Observando la sombra del faro, en la que iba incluida, inmersa, la mía, descubrí que el mar, mi propia mar, la española, no es Pequeña, ni redonda, ni profunda, sino rectilínea. Así que pueden tener razón los que sitúan el castillo de don Diego en Agadir; ¿y por qué no, también, los que la divisan allá abajo, por el Cabo Nun, por esa parte del río Dra?

Pequeña o grande, esta mar brilla como la plata; y acaso, por ello, se internó en ella Colón, pareciéndole un buen augur. Capaz, el ínclito Capaz, con análogas intenciones, también les trajo a los nativos un saquito de plata…, ¡pero dicen los envidiosos de las glorias ajenas que aquí, los nativos, estos lugareños del Amezdog, le correspondieron con un odre aún mayor, de oro!

De algún modo, este sol me ordenó sacerdote; ¡su sacerdote! ¡Lo que me negaron en Santiago! Ahora celebro mis sacrificios, mis rituales, en un altar propio, tan alto o más que el minarete de la mezquita; y estoy tan cerca de Dios, ¡de Dios, o de Alá!, como ese faquih del barrio moro. Con una particularidad:

¡Que yo alabo a Dios, al mío, con alegría, con entusiasmo, con felicidad, mientras ese otro, ese “colega” de la mezquita, o va chivani (viejo), o le está impetrando con miedo, con cierta inseguridad!

Cogí el teléfono de manivela y estuve tentado de llamar a Transmisiones para que me pusiesen con el padre Santiago. ¿Para qué? Sencillo: Para invitarle a subirse a su campanario, puesto que él también es torrero! Así oficiaríamos a tres voces: el padre Santiago en católico; el faquih, en musulmán; y yo, yo mismo…, ¡en druida, como aquellos celtas, nuestros ancestros!

¡Que te veo venir, que te conozco! Asirocado puede que sí, que ya tuvimos uno, y bien fuerte, de los que arrancan las banderas; ¡pero loco, no! Tampoco es que me convirtiese al Islam…, ¡de momento! Es simplemente que me hice amigo de Iruña, uno de Iberia, y me prestó una buena traducción, al francés, del Corán. En español, o no existen, o no abundan, que no las consideran necesarias; al menos aquí, en la librería de Villodre, no las conocen; y lo que es peor, ¡ningún español les pidió, jamás, un Corán! Tengo que conocerles mejor; a los islámicos, me refiero.

Conocerles en su intimidad, en sus costumbres, en su religión…, para discutirles aquellos errores nestorianos, de los que no quieren, o no saben, apearse! Entiendo que no debiéramos encerrarnos así, en nuestra coraza de conquistadores, ni siquiera de subidos a un faro, sino codo con codo, quif-quif, hermanos… ¿Esto es colonizar, esto es civilizar, esto es asumir el Territorio como provincia, como leira propia? ¡No lo creo!

El dilema no es menor: Si obligamos a los nativos, si les imponemos lo nuestro, -que de facto ya lo hacemos, excepto, si acaso, en lo religioso-, acabarán odiándonos, aunque externa y por propia conveniencia nos sonrían; agradecidos, cual mendigo, sonríen a la moneda, ¡pero no al dador! Si confraternizásemos de verdad, con sinceridad y sencillez, si los estudiásemos en su particular psicología, si entrásemos como amigos en sus casas, o en sus jaimas, en su cultura, dispuestos a compartir y a comunicar, la asimilación no se haría esperar. Lo de Granada fue a empellones, y así resultó, pues algunos aún conservan las llaves de la casa ancestral. ¡Ay aquel Toledo de las tres culturas, qué irrepetible eres!

Ya hablé mucho de todo esto en los pocos días que llevo en el Territorio, principalmente con Iruña; pero como ninguno de los dos tenemos madera de políticos, nada diremos en público, pues la consecuencia inmediata sería una expulsión inmediata, de esas de persona non grata. ¡O ingrata, que viene a ser lo mismo!

Pedro Vinué, ¡y Albero!, que es el Delegado de Iberia, (descendiente de aquel D. Pedro Vinué, vecino de Loarre, Huesca, que probó su infanzonía en el año 1817, en la Real Audiencia de Aragón; ¡como para que alguien discuta las grandezas de estos colonizadores, trasnochados y trasnochadores), ese, ese prohombre, no opina al respecto; ¡también va para héroe, obviamente! No se le puede hablar en términos sociológicos rasos, pues lo suyo es volar; alas y fajines; relaciones públicas; o más que públicas, elitistas. ¡Seguro, seguro, que llega a Comendador de la Orden de África!

Por el contrario, Iruña, y yo mismo, desde abajo, desde la tierra, desapercibidos, alcanzaremos más Cielo que los propios héroes, porque tenemos dos paraísos para elegir: ¡El de Cristo y el de Mahoma!

En cuanto al Bancario, ese es un simple menestral, un simple mortal. Su dios también es trino, pero otro: Adora su trabajo, su maestrita de Lugo –piensan casarse por poderes-, pero también una “chousa”, una “carballeira” que tiene allá por Lugo, no sé exactamente dónde. Me dijo que le pondrá una placa “As Andoriñas”, y hace bien puesto que también se vino para áfrica en el invierno de su vida. ¡Pero así no se va al Séptimo, aunque tampoco se merezca el infierno! El caso es que parece un buen católico; o más exactamente, un vaticanista, ¡un obediente! Siempre será una hormiguita, o una abeja obrera, ¡aunque, bien mirado, en este mundo de zánganos, esto es una categoría!

Al Séptimo iré yo, ¡pero contigo, que no te cambio por ninguna hurí! Aunque este cielo, el de Ifni, tampoco está mal: es brillante y límpido, deslumbrante. Acostumbramos a ponernos gafas de sol, aunque resulte un tanto negativo porque así nos pasa desapercibida su nitidez. Huerta, Acosta, Regueiro, y otros pintores notables, intentaron llevar al lienzo esta luz tan especial, reflejada en el suelo, en la tierra, pero les sale rojiza en sus cuadros. Para mi retina este cielo tiene el azul más claro imaginable, pero yo, personalmente, prefiero el platino de sus noches de luna, clarísimas, en las que el alma goza y se serena. No sabría decirte si eso es llegar al éxtasis, pero debe andar cerca. Quizás sea por eso, por esa abundancia lumínica, que los musulmanes se conformen con la media luna…

Los sirocos son otra cosa. ¿Te acuerdas de aquello de Goya de que el sueño de la razón engendra monstruos, y convencido de ello quiso demostrarlo con sus cuadros terroríficos? Pues el sueño estético de estos cielos incomparables engendra sirocos. Y sólo es capaz de pintarlos un tal Regueiro, otro paisano nuestro, que oficia aquí, además de pintor, como Auxiliar de Marina. ¡La plumilla de Regueiro es cosa fina, más fina que el fino que suele beberse, por jarras!



Perdona el paréntesis: Es que bajé a tierra sin salirme del faro. ¡Esta Sheaffer, que es una prosaica! Ahora miro para las azoteas próximas de este poblachón con categoría de ciudad… Ropa tendida, asistentes entreteniendo a los niños, y alguna que otra morita, que hacen de criadas sumisas, ¡o lo aparentan! Así aprovecho para mostrarte la urbe, ¡un retazo!

Pongámonos ab initio; es decir, en 1934. Un pueblecito con casitas de adobe y desvencijadas. ¡Media docena, sin contarlas! Era, es, el Amezdog. Más abajo, en la desembocadura del wad, o asif, una torrentera de temporada, el Ifni, existe un morabito, panteón del Sidi, reconstruido por España con técnica, materiales y demás aportaciones españolas. Allí es donde sacrifican sus reses; con el rito coránico, por supuesto. La tumba del Santón, del Venerable, que por cierto encabeza el cementerio musulmán, tiene su momento álgido, solemne, cuando, un poco más arriba, en Tiradores, al atardecer, toca la Nuba su oración; arriada de bandera, y…, ¡silencio! Rito similar se practica abajo, en la Plaza de España, delante del Palacio del Gobernador; los militares se cuadran, firmes, y los civiles nos llevamos la mano al pecho, naturalmente, pero lo más impresionante es que las mujeres…, ¡se callan!

En la del 36, Mambrú, digo, Mohamed, hijo de Mohamed, y nieto de Mohamed, se fue a la guerra, ¡para recuperar Covadonga! Y de paso, hacerse con unas pesetiñas: Si muero, al Séptimo; y para mi familia, una pensión. Algunos se quedaron con los de Pelayo, principalmente en las montañas de Asturias, pues aquellos mineros, gallegos en su mayoría, le daban a la pólvora con la misma tranquilidad que si estuviesen celebrando los fuegos de Santiago Apóstol. Pero otros volvieron a sus lares, con sus penates y sus macutos; muchos, con ascensos; y todos, con haberes.

Los Tambores de Gomara se convirtieron en el Batallón de Tiradores; poco después, Grupo. Hoy son tan famosos que llega con decirles, ¡Tiradores! Con respeto, eso sí; ¡porque se lo merecen, y por si acaso!

Pero el esplendor urbano no vino de las economías domésticas, sino de un Presupuesto abierto; mejor dicho, “de los Presupuestos”, de los diversos Ministerios; Marruecos y Colonias, y todo eso. Incluso se detectan partidas sin aplicación concreta o definida, costos indirectos que volverían loco a cualquier estudiante de Hacienda Pública. Le pregunté al Contador Docampo Ánsias –otro paisano nuestro, de Ourense, al que acabarán echándole de aquí porque se siente funcionario de Hacienda, y el suyo no es oficio o especialidad homologable en nuestras colonias-; le pregunté por cifras, cifras reales, totales, tengan o no partida o capítulo explícitos.

Docampo, o es discreto y reservado, como tal gallego, o no se estudió, aún, las teorías de los grandes números; y tampoco las magnitudes inconmensurables. El Bancario me dijo que su problema estriba en que sólo le dieron una sumadora de las antiguas, de las de manivela…

El susodicho Docampo Ánsias dice que sólo es cuantificable la cuenta de la Tesorería del A.O.E., y que no hay forma de saber, por ejemplo, lo que cuesta cada chupinazo con los que juega a chimpar chumberas el comandante Granja. Claro, un gallego, con ese apellido y destrozando campos, por áridos que sean, resulta desconcertante. Dicen que en Trubia el dilema es hacerle cañones a Granja o “lindar les vaques”; ¿Y quién perita eso?

Echaré una ojeada a las azoteas…, ¡para describírtelas! A esta hora aún se pueden mirar sin rubor, que no subieron los asistentes para tender la ropa; ni las cuñadas a tostar sus piernas; y de paso, hacerse un depile a la cera. ¡Desde aquí se ve cada monumento…, con los prismáticos, por supuesto!

Empezaré por la Plaza de España, imitación de la de Cataluña, en Barcelona. O es una elipse o me lo hace ver este sol matutino, lánguido, cansado de alumbrar África, África la panzuda. En esta plaza, Capaz sólo tiene busto; pero con un jardín prometedor, que lo será más aun cuando los de Raimundo Vázquez rematen su traídas de aguas, desde el pozo de Las Palmeras. El nombre o rótulo de la plaza desde aquí no se ve, ¡ni con los prismáticos de atisbar a las piernas de las Venus de estas azoteas! Si esto es España, ¿a qué viene esa redundancia?¿En la plaza del pueblo, la casa del pueblo? ¡Perdón, señor Censor…, si es que abres esta carta! Entre que estuvimos el otro día con los franceses, en Tabel-Kuct, y mi Corán en francés, su vecindad y nuestras fobias tradicionales… Fue un lapsus linguae, por aquello de Hotel de Ville… Quise decir, la Casa del Concejo, la Consistorial; ¡con su reloj y su balcón, pero…, sin autoridad, sin autonomía! Como hay dudas acerca del contenido de este continente municipal, algún guasón me dijo que más bien parece una estación del ferrocarril, ¡pero aquí, en esta isla de If, no hay, ni falta que hace ya que para huir, si nos atacasen, tendríamos que utilizar los cárabos, que igual sirven para desembarcar como para pescar, pero no para embarcar, y menos, para hacerlo en masa! ¡Que poco sabían de África los inventores de esta ciudad!
Extrañado por lo del Ayuntamiento, uno me dijo que, en efecto, se parece a una estación…, ¡de vía estrecha! Otros le llaman “Vicesecretaría Urbana”.

Entre lo que veo y lo que me explican, comprenderás mi desconcierto. Yo creía que me empapaba nuestro humor gallego, que es una asignatura compleja, pero el humor de los canarios también es mordaz y misterioso, de cuchillo. ¡Claro, les viene de aquel Fernández…, de Lugo! En el Concejo, -será para que se lo crea la ONU-, tenemos/tienen, incluso, un Secretario. ¡Pásmate: es Godoy! El “de la Paz”, no; otro. Un gallego, otro; de la parte de Noia, por más señas. Dicen que le gusta más el Albariño que el Rioja, pero aquí, del nuestro, no traen. Al pacífico Godoy no le conquista ni la Chony. ¿Le destinarían a Ifni por culpa de su apellido?

Del Palacio del Gobernador y de la Misión Católica ya te hable; pero me queda referirte que en la mismísima Plaza de España también tenemos la Secretaría General… Bien, todo lo que hacen allí es muy secreto, y no voy a poder espiarles. De “Financieros”, como no me cuente algo ese Docampo… ¡Fíjate que apellidarse Ansias, en este país del suai-suai! Este no llegará a Comendador de la Orden de África, que es la máxima aspiración de todos los colaboracionistas. Después queda la Delegación Gubernativa; ¡temblemos, que eso es la Policía! La militar, también llamada “Indígena!

¿Guardia Civil? Seis, ¡y eso para que hiciesen media docena! Como uno de ellos siempre coincide de “colonial”, resulta que no funcionan como tales, ¡no hacen parejas! ¿Qué, sigues creyendo que esto es España…?

El Casino está por detrás de la Plaza, como amparado por la Delegación Gubernativa. Discreto al exterior, y suntuoso en el interior; ¡cómo debe ser!

La farmacia militar es lo único militar que no está en la Plaza de España; aquí tenemos la de Petit. Pequeño, no; canario. En uno de estos chaleazos (o caserones) está el Registro de la Propiedad. Si aún no te hizo gracia este Gobierno sui generis, puedes empezar ahora, que no es mal momento: Registra el señor Hortal, un personaje sencillo que ni hace juego ni juega. Pronto le echarán de aquí, ¡seguro! Y también por cuestión de apellido, pues aquí sólo hay cinco huertas dignas de mención: La del Gobierno, en la que, según las malas lenguas, tienen unas vacas que no dan leche merengada, como dice la canción, sino diversificada: unos días para el Hospital, y otros para ciertos pabellones. Luego están la de Tiradores, la de la Madame, la de Xerrari y la de Ben Taki. El resto del territorio es de todos, o de nadie: terra nullius, que se dice, o sea, de España.

La señora de Hortal esa sí que es una dama, y no otras que aparentan serlo: es catequista, o sea de élite. Coincidiré con ella en la catequesis, honor, cosa, que mucho celebro, principalmente en bien de los niños porque con ella, además de doctrina fetén, ortodoxa, aprenderán a hablar con propiedad y con elegancia. ¡No nos la merecemos, y por eso, también por eso, tendrán que irse!

Después, o detrás, del Registro está el Banco. Por aquí se dice que su Director, el actual, es hermano del cocinero de Franco; ¡gente de confianza, por consiguiente!

Bien, pues con esto ya tienes un esbozo, ¡a falta de una fotografía, que hay cosas que jamás podrán retratarse si no es por medio de la palabra! Conociendo esta Plaza de España, algo se conoce de España, o más bien de su obra colonizadora. ¡Ah, espera un momento, ten paciencia con tu cronista! En lontananza, por delante de la puerta del Casino, de la principal, los jefes y oficiales de Tiradores se disponen a subirse en su “guagua”. Revoloteo de capas, bastones de mando con empuñadura de plata, fina maharrería; no son garrochas, aunque así les llamen por modestia. ¿No te hacen recordar aquello que dijo Napoleón de que el menor de sus soldados llevaba en su mochila un bastón de Mariscal? ¡Esto sí que es demagogia! Suben a sus cuarteles, a las ciudades militares, pues a esta de abajo la denominan civil… Las capas de los gobernantes son azules, espléndidas, versallescas; a propósito: los traslados, los cambios, de Cuartel a Gobierno, son un sucedáneo de la lotería.

Pararé, que ya es demasiada conspiración para que la comprenda, y acepte, una “santiña” como eres tú. Supongo entenderás que esta especie de “crónica” que te voy haciendo tiene por finalidad, además de compartirlo todo contigo, emociones, vivencias, etcétera, que te vayas familiarizando con las cosas del Territorio, que así sabes a dónde vienes, y lo que encontrarás aquí; ello además de un novio que arde en deseos de ser, y de llamarse, “esposo”. ¡Ya sabes, si antes no nos es posible, en mi primera colonial!



Ni que decir tiene que no he sido capaz de leer de un tirón semejante discurso, así que se la entregué en el café del Maestro Pepe, (ex maestro albañil), de nombre comercial, “La Gloria”.

-Cansé a media lectura. Claro que son posiciones diferentes, pero mucho me temo que tu chica, o mucho te quiere, o envolverá bocadillos con este mamotreto, al que llamas “crónicas”.

-Mi “chica” es una chapona; en Magisterio siempre destacó en todo lo que fuese investigación, así que espero tenga vivos deseos de documentarse acerca del Territorio que la espera.

-Raimundo, disculpa mi ignorancia, pero quisiera preguntarte si este rollo, que luego se parece a esos que encontraron en el Mar Muerto, es una crónica de periodista, un estudio sociológico, o…, ¡la crítica histórica de un aristarco!

-¡Qué más quisiera que fuese algo de eso! Es simplemente una carta informativa, una amplia misiva, como de intelectual a intelectual…

-¡Será, hombre, será; cualquier día te mandan al faro un motorista de los de la Tercera Compañía para entregarte un billete de vuelta, pero sin vuelta, en la próxima Iberia!

Refunfuñó, y eso que el café estaba magnífico, que incluso repetimos; pero el gesto y la filípica eran para mi persona:

-Yo seré aristarco, pero tu pareces la Pirenaica…, ¡inquietando a los pacíficos ciudadanos!

-¿Pacífico, tu? ¡Ahora me explico que en el Seminario buscasen un pretexto para enviarte a las tinieblas exteriores!

-¡Y yo que estaba tan satisfecho con las descripciones de mi cartita! ¡La romperé, para redactar otra!

-No, hombre, no hagas eso, pues la verdad es que no terminé de leerla; si me la dejas, te la llevo por la noche al faro, y la echas mañana… En cuanto a lo de romper, ¡nunca! Te diré lo que me pasó en Lugo, de rapaz, con el poeta Leal Ínsua: Que le pedí leyera mis versos, y no sé si llegó a hacerlo, pero me los devolvió enseguida con este consejo: “Las primeras creaciones nunca son publicables; ¡rómpalo!”. ¡Maldito! Hoy, de metido en otra profesión, me servirían para cerciorarme, por mí mismo, con mi propio criterio, de si tenía estro de poeta, o no!
…/…
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CACERÍA… -II-
Xosé María Gómez Vilabella

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