miércoles, 6 de junio de 2012

CACERÍA DE CICLÓSTOMOS EN IFNI -II-




…/…
Pocos, pero con humor

Facal dejara de comer en Suerte Loca, pero en el día de “autos” le invité yo porque les llevara Selgas otro jalufo, y de esas ocasiones había pocas. Aun estábamos deglutiendo las grasas, cuando se levantó Aguilar:

-¡Chin chin; atención todos, que después de comer quiero parlamentar!

Raimundo, que si no incordiaba no era feliz:

-¡Agachémonos, que le van disparar al canario!

Pero el aludido no se lo tomó a mal:

-Aquí está prohibido hablar de disparos hasta nueva orden; ¡además, la antigüedad en el Suerte Loca, como en el Ejército, es un grado!

-¿Entonces…, te licencian ahora; acaso con motivo de estas fiestas del 6 de Abril?

-¡Que chistoso este…, este caza-ciclóstomos, este Custodio de la Mar Pequeña! ¿Si me licenciasen, quien le dibujaría los proyectos de arquitectura a mi Capitán de Zapadores; tu, señor guardacostas? Se trata de que vosotros, oficiales honoríficos, que no salís del Casino para no perderos los chistes de Guimerá, estáis peor informados que…, que la propia Policía, de lo que pasa en el Territorio… Y si no, decidme, ¿quién sabe algo de la tramoya que se está armando aquí?

-¿Qué trama; otro expulsado del Territorio por su desafección al Régimen? –Volvió a incordiar el de siempre, el sacapuntas.

-¡Tra-mo-ya! ¡Te-a-tro! Supe que están ensayando a todo ritmo, pero lo que ignoro es donde lo hacen. Ya tienen una denominación adoptada, “Compañía de Lope de Pega”, que yo mismo les dibujaré los carteles, para que los lleven a la imprenta del Semanario A.O.E.

-¿Quién actúa? –Me atreví a preguntar yo mismo, y eso que era, creo, de los más silenciosos de la harca, pero es que el teatro, verlo, que no actuar, siempre fue mi pasión favorita.

-¡Quien va a ser; los guapos de siempre! Pero sólo anticiparé que la primera dama será Carmiña, la sobrina del comandante César; y de galán, Vinué. Pero no me preguntéis el título de la obra, que de eso prometí guardar secreto.

-La representación será en el Casino, supongo; o en el cine de Tiradores, que es otro lugar apropiado…

-¡Frío, frío, bancario; y eso que tiene que ver con cierto almacén vuestro: El debut será en el cine Capaz, el día Seis de Abril!

-¡Handu-li-lah, señores; esto se civiliza! –Exclamó Arturo, que era maestro.

-¡Gandu-li-lah, holgazanes! ¿O es que, aquí, entre nosotros, que presumimos de gente culta, no seremos capaces de darles la réplica…, pongamos que, en el Club, tan pronto nos hayamos mentalizado y ensayado? Esta es la propuesta que os quería hacer…, ¡para animarnos un poco!

Alguien, que no voy a citar, echó la bola negra, que siempre hubo negados en cualquier tipo de asambleas.

-Pero aquí no hay hembras…, ¡y sin almejas no hay teatro!

-Hagámoslo con esas Fatimas del burdel, que las señoras del Casino no las conocen, y se creerán que son chicas de la cabila del Mesti, que me dijeron que son las más civilizadas. Podríamos representar a Otelo, el moro de Venecia… –Apuntó Facal.

-¿Y quién hace de Otelo, acaso Selgas, que tiene pintas de moro? Pero sería una contradicción, pues Desdémona era blanca… -Volví a intervenir, pero me rebatieron.

-¡Igual que los del “Lope de Pega” cambiaron la letra, nosotros podemos darle la vuelta al argumento, Otelo, blanco, y Desdémona, mora, ¡que así resulta más…, más coñero!

Se discutió largo y tendido, pasando por la sugerencia de un levantino, Vicente, que era Comisario de Averías y no sé qué otros gajes de Seguros, que pasaba su vida entre Suerte Loca y su vigilancia y control en aquel desembarcadero tan inseguro, servido entonces por una ¿flotilla? de cárabos prehistóricos, quien propuso hacer algo de “Moros y Cristianos”, a estilo levantino, sugerencia que obviamente fue descartada por motivos, digamos, “políticos”. De aquel Vicente poco más supimos, que pronto se ausentó, definitivamente. Se dijo que tuviera arte y parte en el hundimiento de un barquito muy inseguro pero bien asegurado, al que oportunamente le salió una vía de agua, precisamente cuando iba a descargar, ¡y menos mal que se salvó la tripulación! El tal Vicente “se mandó mudar”, inmediatamente, al parecer para Brasil, donde es improbable que encontrase otra “suerte loca”.

Como Raimundo era incapaz de permanecer callado o inactivo, además de ser un cajón de sorpresas, allá que se fue al faro, regresando con un “esperpento” de los de Valle Inclán. Sobre aquellos textos, y otras obras que pudimos conseguir en la librería de Villodre, pasamos bastantes días en su lectura, comentando y discutiendo posibilidades escénicas, pero uno de nuestros problemas estaba en lograr que las chicas más notables, de las españolas, se adaptasen a un papel determinado, o viceversa. De aquellos “bombones”, solteras por supuesto, sólo recuerdo que las finalistas fueron Encarna Martínez y Soledad Romero. En vista de aquellas dificultades, y como el tiempo apremiaba, pues hacia el verano la mitad del posible “elenco” se iría de colonial, yo mismo me puse a fabricar un pequeño romance, de esos de “en veinticuatro horas, de las musas al teatro”, estilo Lope de Vega, que al final también fue descartado, no sólo por su baja categoría literaria sino, y también, por razones de prudencia alimenticia, léase, Plus de Residencia. En todo caso, me permitiréis traer a cuento un fragmento del mismo, aunque sólo sea por aquello de que no se deben romper los escorzos iniciales:



-¿Qué de mi queredes, don Diego, don Diego García de la Herrera, señor de aqueste castillo y de esta tierra seca y bravía que vos circunda? Díjome vuestro escudero, Henriques, que mandasteis pechar la levadiza… ¿No será que los vigías avizoraron naos castellanas en lontananza, emerxiendo de la Tenebrosa vía?

-¡No tal, vive Dios, que estos peligros se eliminan con cuatro arcabuces! Pasa que avizoré, yo mismo, dos ojos, negros y profundos como la mar océana, hace poco, traguendo agua fría del oasis para los lanceros de la mi guardia; y no quiero que esa gacela se extravíe breñas arriba por las abas del Gurrán. Trancada la puerta, fácil os será, señor Capitán moro, de mis lanceros adalid, envolverme esa criatura divina en sedas de oriente, en brocados granadinos, y traerla a do yo pueda admirarla, con reposo y sosiego, ¡de por vida!

-No preciso más señas, mi Señor don Diego, pero tal cosa, ese rapto que me pedís, por imposible le tengo, ¡pues ni Alá me lo consentiría, ni mi honor permitírmelo habría!

-¿Te rebelas, Mohamed? ¡No olvides que soy señor de horca y gumía! ¡Voto a Dios, al tuyo y al mío, que, después de hacerte tragar esos ferretes que te acreditan como Capitán de la mi Guardia, con tu propio alfanje sin gorguera quedarías!

-¡Por Alá, que ya será menos! Pero tengamos la fiesta en paz, que como tal Señor mío esta merced os pido: ¡Que me permitáis desposar esa Aisa, puesto que prometidos estamos, que a su propio padre pedida la tengo! ¿No consideráis que la palabra de vuestro Capitán también es señorial?

-¿Cómo osáis discutirme un derecho de pernada, una prima noctis, una cacería dentro de las muradas de mi propio castillo?¡Aunque no te mate, ahora, en esta lid, con la punta de mi espada castrado quedarás, uno por uno!

-¿Por qué, Señor, a qué viene este abuso, si en todo lo demás soy un vasallo fiel?

-¡Por codiciar mis gacelas, por desacato en mi propio castillo!

-Señor don Diego, he aquí mi alfanje, que a tu servicio está, pero mis atributos son exclusivos de esa Aisa que os ha prendado…, ¡sin ella quererlo, ni proponéroslo! Esa Aisa, por la que tenéis antojo, mía es; Aisa Ma el Ainín, que ese nombre pusimos en la papela del compromiso que dado la tengo, ¡ante Alá, y siete testigos, según es preceptivo! ¡Yo para ella, y Aisa para mí, sin otro harén ni otra fin que la de procrear hijos, míos y de Alá, que tuyos, mi Señor don Diego, jamás!

-Con sus ojos y con su donosura, con su acanearse de palmera al viento…, ¡castellana merece ser! ¡En guardia, bellaco infiel!

-¡En guardia, mi Señor don Diego! Pero aguardad a que os diga las razones de mi inmolación: Con sus bellos ojos, de mirar profundo y sereno, que primero se posaron en mí, Señor; que miraron, sintieron y amaron, en ya lejano día; y con una jaima de pelo de camello, señor de la Herrera y de aquesta fortaleza castellana, sabed que ni Aisa ni yo mismo precisamos vivir en un castillo. Dadnos, pues, señor don Diego, una tierra de huertas, tres lanceros y tres esclavos, que yo seguiré de esclavo vuestro, de por vida, atento a las cuernas que suenen desde tus almenas; y seguiré capitaneando tus trescientos lanceros en las excursiones y razzias que oséis hacer en esta mi propia morería. Victorioso siempre fuiste conmigo, con mi alfanje a tu servicio; y victorioso seguirás si conmigo las paces haces.

-¡A mí la guardia del castillo, que se me insolenta este Mohamed, este moro renegado, traidor a su natural señor!

-¡A mí los trescientos lanceros que de Granada truje, y que a su servicio puse, que este godo me quiere robar mi Aisa, y con ella, mi honor! ¡Por Alá, aquí; y por Alá que sí, que es cierto cuanto digo, y que si no me la da por las buenas, proclamaremos la yihad al infiel!

El castellano, viéndose desasistido de sus lanceros mercenarios, retrocede y envaina:

-Ya que te pones así, criado mal criado, hagamos una tregua; y parlamentemos sobre la dote que daros he, Sidi Mohamed, mi Capitán de Lanceros Granadinos.

-¿Sidi…? ¡Hay luego…, eso representa…, que esta morería…, que estas lanzas, aún son poderosas!

-¡Poderosas por mi poder, por mis mercedes, ya que vasallos míos sois…, puesto que obediencia me debéis…!



A partir de este argumento seguían las porfías, más o menos dialécticas, reconstruyendo aquellos lances caballerescos de la época, pero al final triunfaba el amor entre iguales, lo que no dejaba de ser contradictorio y paradigmático con aquel paternalismo ifneño, en aquella cacería de ciclóstomos, ¡sin ciclóstomos! En una pesquería sin puerto y, por ende, sin barcos.


IF-222

Por aquellos días le compré un Austin A-30 a un capitán Médico, el doctor Montero, pues él quería, y podía, mejorar de auto. Negro, chiquitajo, pero con una matrícula que valía tanto como el coche: IF-222. Allí mismo, en Ifni, aprendiera y practicara algo sobre conducción, por lo menos a dar virazos y a pisar con pata de elefante aquel pedalito de juguete, mas para ir a España me faltaba la papela del Teniente de Ingenieros que se ocupaba de tales menesteres. Minutos después de recibir las llaves del coche me encontré con Guadalfajara en la barra del Casino, y después de refrescarnos con dos o tres cócteles de 50 grados, de aquellos del barman-cocinero Manolo, rebajados con un poco de Firgas, insistí en que quería hacerle una demostración volantista.

-¿Trajiste el coche, tú mismo, o te lo trajeron?

-Me enseñó Romero a conducir, con el suyo…

-En ese caso te das dos o tres vueltas, aquí por la Plaza, y después subes a Tiradores; ¡si bajas vivo, te firmo ese carnet, en premio!

-Yo, agradecido, pero quisiera demostrártelo. ¿Subes conmigo…?

-Estás chalado si piensas que yo subo a ese fotingo; ¡y menos con estas copas encima!

-También ocurre, Miguel, que no quiero andar por ahí sin carnet, que igual atropello un hermano de estos, y me lo hacéis pagar por bueno!

-¡Uno más o uno menos…; se reproducen como los hongos, y a este paso, nosotros, los españoles, aquí seremos minoría, que igual nos aplican el apartheit, ellos!

-Las fotos las tengo aquí, más bien para ir, de mañana, a que me firmes el carnet…; pero mejor lo dejamos para más adelante, que estos días estoy de nóminas en el Banco.

-¡Un chupatintas y quieres presumir de coche! ¡Hala, venga, llévame entonces a mi oficina, ahora; no, aún no, que te toca pagar la espuela, para celebrar esto…, si te quedó algún dinero…, con lo del auto!

-Algo me quedó, que sólo fueron cuarenta mil pesetas; ¡y con diez mil kilómetros, los que le hizo Montero en su colonial!

-¡Pues ya son cuartos…! Te engañó miserablemente, que esa golondrina no sube Despeñaperros..., ¡ni con el viento de cola!

-¡A él le subió, con su mujer y dos hijos!

-Vamos, pues, pero con otra condición: Si consigues llevarme despacio, sin saltos de cabra…, ¡tendrás tu carnet, esta misma tarde!



¿Sin saltos de cabra? Entiendo que no los hubo, que no los hice, pues ese fue mi único examen para chofer, y Guadalfajara, para sus cosas, era un Bismarck! Después bajé a mi club de costumbre, a mi Suerte Loca, en cuya acera estaba el simpático y eficiente Alí Ahmed, sentado en un velador y distraído, como mirando al infinito. De propósito, me acerqué mucho y frené en seco.

-¿Qué, Ahmed; te gusta? ¿Viste qué frenos?

-Esta voiture no estar tuya…

-¿Y luego, estas llaves…? Se lo compré al capitán Montero…; y ya tengo carnet; ¡mírale! –Tan jactancioso como si estrenase zapatos nuevos.

-¿Te atreves a venir conmigo hasta el Pozo de Las Palmeras?

-¡Pues, claro; nadie morir si no estar escrito!

-¿Escrito…; donde?

-¡Donde va ser; en los libros de Alá!

-¡Anda, sube!

-Hoy, no, que María estar mareda; y Alí hacer cuisine. ¡Barakalofic!

-¿Entonces…, el domingo? Podemos ir hasta…, ¿qué te parece Tabel-kuct, y así traemos verduras de la Zona para la señora María?

-¡Vesaf trayecto; muy lejos, mucho! ¡Ti vesaf fantasía; estar cinglé!

-Así tomamos un té, en Tabel-Kuct.

-Lo tomamos aquí, ¡si volvemos!

-¿No dices que todo está escrito?

-¡Pues por eso!



Mucho le agradecí al Ahmed, -o Alí, o Ayed, que de muchas formas le oí nombrar-, aquella confianza en el chofer novato, que me iba servir, además, de testigo para fardar, a la vuelta, con los incrédulos del hotel, pues alguno de ellos se resistía a creer que tuviese un carnet sacado de una copa, que no de un sombrero.

En aquel viaje, o más exactamente en aquel trotar de mula falsa, a saltos sobre los pedruscos de la pista, que no sé en virtud de que imán se me pusieron todos en fila debajo de las ruedas, o eso me pareció, amén de los acelerones-frenazos del artista, hablamos de todos los hablares, divinos y humanos.

Creo poder asegurar que nunca un cristiano y un musulmán ifneño estuvieron tan de acuerdo en tantas cosas…, ¡salvo, si acaso, en mi impericia de conductor! Hasta que Alí Ahmed se fue convenciendo de que le hablaba con sencillez y con sinceridad, de igual a igual, la conversación fue casi un monólogo, arrancándole abundantes “Mi no sabe”, “Mi de eso ana manarf”.

También salió la cuestión de su verdadero nombre, pues ya se me agotaran los temas de arranque.

-Veamos otro asunto, en buena camaradería…, que yo posiblemente no te esté dando un trato correcto; ¡ya sabes, ese vicio español de llamar indiscriminadamente Mohamed a todos los nativos, acaso por no molestarnos en preguntar vuestro verdadero nombre!

-¡Ça ne casse rien! ¡Pero yo no estar Mohamed!

-Lo sé, lo sé; pero no me refería a ti en concreto, sino la generalidad...

-En estas cabilas la habitude es tomar el nombre del padre y el del abuelo, como primero y segundo apellido, respectivamente, enlazados por la partícula “ben”, que significa “hijo de…” Por ejemplo: Alí ben Ahmed ben Ayed. ¿Tu entender? Cuando yo estar chivani, me dirán Sidi Alí, como respeto.

-¿Y el caso de los Si?

-Depende de la letra inicial, como Si Hossain, o Si Muluk.

Le noté que me decía todo esto ufano de considerarse importante entre el pueblo nativo, raso, pero sin pretensiones oficiales supuesto que la categoría de Notable, distribuida grácilmente por España, estaba restringida a los chupópteros de cierta alcurnia tribal, amén de algún que otro cuentista y tres o cuatro Sargentos de la Guerra de España.

-Alí, ¿cómo es que tienes ese nivel cultural tan alto, y además mezclas alguna palabra en francés? ¿Procedes de la Zona…?

-Yo nacer cabila Mesti, aquí, en el interior, cerca de por donde pasamos ahora. En vuestro año 36 aquí pocos españoles, pocas pesetas, ¡así que apuntarme soldado de Tiradores! Después de volver, yo ser camarero, en Agadir.

-Y te llevaron a Asturias, ¡seguro!

-¿Cómo saber eso? ¡Yo nunca hablar guerra de España; guerras acabadas, paz firmada y punto en boca!

-Sencillo: lo supe, pero eso ya es historia; ¡de eso podemos hablar libremente! Además, siendo yo niño, os he visto pasar por mi pueblo, por Castroverde, que es de Lugo…

-¿Castroverde? ¡Mí no estar en Castroverde en la guerra!

-¡Sí, hombre, que pasasteis por allí, para entrar en las montañas de Asturias por la parte más difícil, que por la costa entraron los soldados españoles! En mi pueblo, a la izquierda, en un altozano, tuviste que ver nuestro castillo, lo que de él queda, una torre cuadrada, y alta como un minarete. Está cerca de Lugo, después de pasar Lugo, una ciudad que tiene murallas romanas, más altas que las de Rabat. ¡Es imposible que no te acuerdes!

-¿Tierras verdes, húmedas, muchos árboles, muchos prados…?

-¡Las más verdes de Galicia! –Me permití esta vanidad; ¡si es que puede haber vanidad en la verdad!



-¡Ahora saber! En Lugo parar poco; ¡comer y safi! Todo el viaje, ¡vite, vite!, para llevarnos pronto a tierra de mineros. ¡En Asturias, vesaf la dinamita!

En aquella confianza, quise picardear un poco:

-¿Así que no os dieron tiempo para violar a las mujeras de Lugo? ¡Elles sont exquises, très jolies!

-¡Sin faltar, eh, que nosotros en guerra España menos…, menos perros que vosotros ahora…, en paz!

Aquel patinazo dubitativo me fue difícil de enderezar; ¡más que conducir el fotingo, que ya es decir!

-¡Alí, perdón! Ya sé que nuestro comportamiento colonial, en general, digo, es algo abusón, pero también es culpa de las moritas, que quieren ganar flus con facilidad… ¡Eso del chapar, quiero decir!

-¡Moritas quieren comer, quieren vivir; y nosotros saber de muchos abusos, engaños, falsías…; pero callamos, siempre callamos!

¿Qué le podía objetar? Pues esto, y no otra cosa:

-¿Por qué no van, o vais, a la Policía…, cuando hay abusos?

-¿Para qué; para que apunten en papela, cachondeo, y safi? ¡Mulana saber; todos saber y todos callar! Arriba, en el Norte, peor que franceses; tampoco respetar mujeras… ¡Y luego decir que España está aquí para civilizar! ¿Civilizar…? ¡Nosotros chitón y paciencia; suerte mulana!

Como no supe rebatirle una verdad tan dramática, se me ocurrió bromear:

-¡Si fuesen hijas o hermanas tuyas, ya sacarías la gumía, ya! ¡Seguro!

-Cada cosa, ¡suia, suia! Alá sabe los nombres; Alá hará justicia, en su momento; ¡mientras tanto, suia, suia!

Me sentí aplanado, incapaz para toda dialéctica; ¡y encima, al gálico, le llamábamos, mal africano! Cambié de tema:

-Dime, Alí, ¿es cierto que os dijeron entonces, en los cuarteles, que la guerra de España era una guerra santa porque los rojos eran ateos, o sea, que no creían en Dios, y que por tanto los muertos, los musulmanes, irían directamente al Cielo de las huríes, al Séptimo?

Entonces se echó a reír; de las pocas veces que le he visto en esa actitud.

-¿Y tú, estar gallego? Cuando estuve en Guitiriz, en el hospital que llamaban Balneario, mis heridas…, aquella dinamita…; los gallegos decían, por cualquier cosa: “Cuando el jefe dice que llueve, es que llueve, y no se hable más de eso!”. ¡Gallegos saber manera!

-¡Este Alí…; eres una caja de sorpresas! ¿Cómo fue aquello…? Cuéntame alguna cosa, alguna anécdota, de la guerra de España.

-Primero, Asturias; terrible; gallegos contra gallegos; ¡terrible! Soldados gallegos, paisas tuyos, misianos, cojonudos; vesaf valentía, pero poca maña. ¿Comment se dit? ¡Poca astucia!

-¿Qué dices? Gallegos contra gallegos, no, que allí eran gallegos contra asturianos.

Pero quien discernía era Alí:

-Eso no estar verdad, pues mineros, los de la dinamita, también ser gallegos; también mariscos. Hablaban de trinchera a trinchera, ¡en gallego! Allí me hirieron…, cerca fábrica cañones Turia…

-Turia, no, que el Turia está en Valencia… ¡Sería Trubia!

-¡Ah, oui, Trubia! Entonces evacuar heridos para Guitiriz; y cuando dejar de estar mareda, yo trabajar allí, en ese Guitiriz, para hacer una mezquita seguera, chiquita, y un cementerio, en la finca… ¡Sitio frío; dedos como escarpias! Después pedir cuisine, ¡y safi frío! Ayudante cocina mucho tiempo; allí aprender manera española; algo de gallego, también, que por eso, cuando habláis así, yo hacer tontón, pero algo entender…

Me sentí orgulloso; ¡cuánto nos perdíamos por no dialogar con los nativos: usos, costumbres, tradición oral de sus ancestros…! ¿Cómo se puede entender uno con los vecinos ignorándoles?


Mezquita de Guitiriz, en la que estuvo el Alí de Suerte Loca.

 La conversación me resultaba tan amena que gocé preguntando y repreguntando, de tema en tema:

-¿En Guitiriz comerías jalufo, grasas de cerdo, para soportar aquel frío…?

-¡Gualo jalufo; gualo; prohibido!

-¿Y después…?

-Cuando guerra ça finit, yo volver Ifni, pero entonces, aquí, hambre, mucha, que españoles quedar pobres de guerra… Irme para Agadir, y allí trabajé duro: Casino Agadir, nuit en blanco, como Ramadán, pero comer, cosa fina… ¡Franceses, cuisine misiana!

-Siendo así, ¿para qué volviste al Ifni, con los Ait Baamarán?

-Ifni, mi tierra; mis…; ¿comment…, comment s´a apelle?

-Abuelos, antepasados, raíces; o algo así.

-¡Conforme; eso; quili-quá!

-Alí, vengo observando que nos sirves vino en el comedor, siempre, a diario, pero tú, ¡ni gota!

-Mi estar devoto; cumplir Corán. Corán, libro santo. Corán ser todo: ¡fuerza, leyes, paciencia! Si nosotros cumplir leyes tontas de gente tonta, ¿por qué no cumplir órdenes santas, de Alá a su Profeta?

Me emocionó:

-Alí, si no fuese porque voy conduciendo, ahora mismo te daba un abrazo.

-¿Un abrazo? ¡Eso es de maricas; se abrazan las mujeras!

-No hagas caso, que un abrazo de felicitación a un sabio como tú, es cuestión de hombres, de hombres muy machos. ¡Alí, yo quiero ser amigo tuyo; y si me lo permites, discípulo tuyo!

Le sorprendí tanto con mi espontánea, imprevista, declaración, que se quedó mudo, durante diez kilómetros, o más! Después conseguí restablecer el tema coránico, y le dimos un buen repaso, deteniéndonos principalmente en las azoras que se refieren a María, madre de Jesús. Tanto me habló de ella, que opté por orillar la pista, por si venía otro vehículo, y escucharle con la máxima atención. Entonces me dijo, como conclusión:

-La divergencia entre cristianos y musulmanes estriba en una sola palabra, en un solo concepto: Según Muhammad, Jesús fue creado; en vuestro Credo, Jesús fue engendrado. (No hecho; consustancial al Padre).

Esta apreciación, en un simple camarero, me dio calambres. ¿Sería posible que llevásemos mil cuatrocientos años sin lograr un acercamiento, sin conseguir evidenciarles ese error, un error de tal transcendencia? ¡Ah, si tuviésemos allí a Raimundo, al Seminarista, pero yo no tenía nivel teológico, y acaso sería contraproducente abundar en discusiones mal enfocadas! Lo que si le dije fue:

-Me maravilla todo eso que me dijiste de María…; francamente, con tantos siglos de aproximación, debiéramos saber algo más de vosotros, de los musulmanes; y quizás, también, a la viceversa: vosotros de nosotros. Alí, en tu criterio, en tu opinión, ¿ves alguna posibilidad de que aquí, en Ifni, os acerquéis, después de esta convivencia de veinte años, a la Iglesia Católica, a la Misión, sin dejar de ser mahometanos?

No pareció captar mi directa indirecta, así que redundé en el tema:

-Quiero decir, si os gustaría, por ejemplo, que el padre Santiago y vuestros faquíes hablen de cuestiones religiosas, reuniéndose, viéndose a menudo, tal que para ponerse de acuerdo en obras de caridad, de ayuda social, que podrían ser útiles aquí en Ifni, con estas distancias sociales tan grandes que tenemos, de parte a parte? ¡Es lo que se me ocurre!

-Mira, tu estar…, ¿comment…? Tu estar error: Creyente musulmán con…, compartir!

-Pero, luego…, esas diferencias…; ¿es que vuestros ricos comparten poco?

Si antes me dejó lelo y mudo, ahora casi fue peor:

-Si compartes demasiado con hermanos que no saber manera, que no saber administrar, traes pobreza para todos; ¡entonces, suia, suia; prudencia!

-Creo que puedo entenderte, Alí; pero, dime, ¿tu opinión, tu criterio personal, cuál es? ¿Tú qué opinas de esto de las dos religiones, ambas del Libro, con tanta proximidad, y a la vez, tan alejadas?

-¡Eso no importarme! Yo camino en avant; suia suia, pero avant; ¡camino! Si hoy hacer cosa buena que ayer no hacer, estar en buen camino. Y mañana, mejor que hoy; y después, también mejor. ¡Siempre un poco mejor! Entonces Alá satisfecho; Alá misericordioso; y algún día dar premio. ¡C´est tout; c´est vrai!

-Alí, tú y yo tenemos que hablar mucho; con respeto recíproco de nuestras creencias, por supuesto; de todo esto que nos une, que es bastante más de lo que yo pensaba.

-No posible cuando estar presentes españoles, que seguro reírse de ti. ¡Españoles nunca hablar con moro de estas cosas! Españoles, “Sobre la marcha, ar!” ¡Y safi! ¡Mucho humo, mucho alcohol; vesaf la fantasía!



Ya en la cama, después de la frugal cena que nos preparó Alí, aquel polifacético que tanto tardé en conocer, ¡y alguno de la pandilla quizás no le haya llegado a sopesar nunca!, me dormí cavilando quien estaría civilizando a quien en el África Española. En mis adentros tuve que darle la razón al farero, al inefable Facal, por muy de “comunista” que allí le tildásemos.


Fiestas de Abril


Danzas típicas 6 de Abril

Por aquellos días Facal dio en conversar con un funcionario de Correos que algunos teníamos medio en cuarentena por sospechar fuese el censor de las cartas sospechosas, o de personas sospechosas; no adictas, que diríamos hoy. Cierto o calumnia, por aquellos días sí hubiera algunas expulsiones, no siempre bien entendidas ni explicadas, generalmente como retorno a los Ministerios de procedencia; y los mismos afectados daban por única explicación que Allá Arriba les habían tomado, injusta e infundadamente, por desafectos al Régimen; según ellos, en base a noticias o informes tendenciosos, inducidos, elevados, de forma misteriosa. Por ello confieso que yo mismo tuve cierto recelo de aquel enigmático Carril, siempre de traje blanco hecho con la misma tela de los uniformes del Gobierno, diese en desconfiar, o estuviese talentando a nuestro farero, además de abrirle aquellas cartas explosivas, si tal era fundado el rumor de que las abría al vapor, para luego engomarlas virginalmente. Ni hubo caso, ni su amistad arraigó, seguramente porque no coincidían en su sentido del humor: Carril más bien se reía de la gente, que no de su función, mientras que Facal propendía a la coña de la función o de la ideología. Por otra parte, ambos eran adoradores a distancia del Real Madrid, y con las noticias que obtenían de los últimos partidos de su equipo ya casi agotaban la temática de sus entrevistas, según fui deduciendo a fuerza de pegarme a ellos en aquella psicosis colectiva de prevenir expulsiones misteriosas, que las temíamos más que al retorno de la peste bubónica.

Precisamente cuando nos disponíamos a las juergas del Seis de Abril, en aquellas fechas en que tan de observación tenía yo al Facalito, obsesionado incluso por la posibilidad de que fuese espía ruso, tan temibles en la mala conciencia del Régimen, dada su forma de pensar y de expresarse, llegó otra carta de Lucía, y me la mostró enseguida, dándome otra prueba de la confianza que cogiera conmigo pues aquella misiva no era presentable ante terceros, por íntima e intimista. No se deducía de su carta que ella fuese espía o cómplice, o mucho disimulaban los dos. ¡Respiré de aquella desazón como el que se suena después de la polvareda de un siroco! Me resultó anodina, y más bien propia de una chica ingenua, dubitativa, y tal vez algo corta. No me pareció pareja homologable con las conchas de tortuga de su Raimundo, pero me limité a callar, pues en las cosas del corazón las interferencias encienden más que apagan.

En cuanto al Seis de Abril, las fiestas de la “Ocupación” giraban en torno a dos recepciones: Nuestras Autoridades “recibían” a los caciques, a los Notables, del Territorio; y ellos, los Notables, recibían prebendas, honores y facilidades comerciales, principalmente cupos o vales para retirar aceite de oliva, pignorado por el propio Gobierno en los almacenes del Banco Exterior de España; este aceite pasaba la ¿frontera? francesa de dos maneras: Si procedía de vales, digamos, oficiales, los bidones, de unos 200 kilos, lo hacían en camiones, generalmente por la pista de Tabel-Kuct; y si la adquisición había sido “indirecta” se llevaba a los montes con vaguada fronteriza, en camellos; de barracados los animalitos, era cuestión de empujar fuertemente en susodicho envase para que bajase a toda velocidad por la ladera para que traspasase los ¿límites?, a toda velocidad y sin impuestos! Después quedaba la restreba, el saldo, que consistía en agasajar con algo de té y con azúcar pilón, que se les facilitaba a los nativos rasos…, ¿para que hiciesen la digestión? Pero voy a cederle, tanto la descripción como la narración, al inefable Facalito, ya que en su respuesta a la mocita de Coruña también le comentaba esto.

-Ven conmigo hasta el faro, que nos tomamos allí una copa de aguardiente, un aguardiente especial, con café, que en Coruña llaman “licor café”, que me lo envió mi madre…

-¿Y te llegó la botella, sana y salva?

-¡Sí! Mi madre, que es el prototipo de mujer conservadora y calculadora, me envió el país en una cantimplora de aluminio, que la llevara mi padre cuando la guerra. Me la envió “como medicina” pues le dijo un soldado, de los muchos a los que dan permiso “privado”…; ya sabes, para incrementar de esa forma, con esas economías, los fondos de reptiles de la Unidad respectiva, séase, la cuenta “B”…; le dijo, repito, que aquí había “peste malónica”… ¡Malónica, de malus, manzanas! Así te muestro también, y podemos discutir, mi descripción de estas fiestas…, ¡digamos, conmemorativas!

-¡Pobre señora, qué susto se llevaría! Se referiría, obviamente, a la peste bubónica, superada hace mucho. ¿La habrás tranquilizado a vuelta de correo…?

-¡Claro! Le puse un telegrama, al momento. Los soldados, en España, siempre fueron los principales deformadores de la realidad marroquí. Entre su ignorancia de cuna, el miedo que traen, y el aislamiento en que les tienen, nunca se enteran de nada, pero después cuentan e inventan. La verdad, entre nosotros, es que no puede ser de otra manera, ya que los residentes, incluso los de cierta altura, digamos, profesional y cultural, por lo que llevo visto y apreciado, no estamos aislados pero si ignorados, incomunicados, ¡en el limbo de los justos! Y quiera Dios que alguno de esos sorchis no hable con Lucía…, que precisamente esta es otra de las razones que me llevan a informarla minuciosamente, aunque llames fárragos a mis cartas, a mis crónicas!

-¿Cartas, tus monsergas? ¡Más bien son testamentos; y para eso, de los de ricos!

-¿Sí? ¡Pues siéntate en este sillón, que mejor te será leer mis cartas que empollarte esos periódicos atrasados…, atrasados en todo, en el espacio, en el tiempo, en la veracidad…, que degustas en el Casino! Ya me dijo alguien que “gallego tenías que ser”, que te vas a la biblioteca para no alternar en la barra…, ¡como hace la mayoría de tus compañeros del Banco!

No hubo otro remedio que aceptarle aquellas cuartillas, ¡y menos mal que su aguardiente estaba delicioso…, y gratis! Bueno, gratis no, ya que el precio fue aguantarle su enésima misiva.



En mi carta anterior te hablé del cielo y del mar, de esta Mar que de Pequeña no tiene nada ya que es el propio océano, precisamente en una de sus zonas o costas más rectilíneas. Hoy me inspiraré en la tierra, en los goces de la tierra, en sus jaimas. Bajé del faro, dejando de guardia al auxiliar, y con los pies en tierra me emborraché de té: ¡tres, que es el ritual! Tanto, que sin proponérmelo me salen todas las “e” acentuadas; ¡Es que esta pluma, esta Sheaffer, escribe sola! Hice de todo; de casi todo, no pienses mal, pues no he “corrido la pólvora”, que ese es el mayor placer de los nativos… (De los nativos, pues en cuanto a las nativas sus goces están más restringidos, que me dijo un médico que, de niñas, les extirpan el clítoris, o como se llame, precisamente para que no sientan placer, y les sean fieles hasta el día en que ellos las truequen por las huríes del Séptimo).

Con mucho, el mejor y mayor placer que tuve estos días fue tu carta, toda cariño, todo sonrisa…; ¡de las tuyas, claro! Con alusión a mis críticas territoriales me dices eso que tanto repites de, “Cave ne cadas!”. Te lo devuelvo: ¡No caigas, no decaigas, en tu espera matrimonial, pues precisamos algún tiempo para ahorrar el “flus” de nuestro viaje…; ¿a Canarias, a las Baleares? ¡Lo que prefieras, chata! Cuando vea la oportunidad de que me asignen un suplente, para no esperar a la colonial, pediré el permiso por casorio… El Bancario me hizo abrir una cartilla, que él llama de “Ahorros”, y estoy en plan de demostrarle lo que es capaz de hacer un gallego en su emigración. Díselo todo a tu madre, pues deduzco de tu carta que siguen sin gustarle las aventuras ultramarinas… ¡”Ultramarinos” era todo aquello que nos venía de las Américas, lo que ella vendía en su tienda, y bien que le fue con eso de un mar en medio! Proponle que se venga contigo, con nosotros, que este pabellón del faro también tiene vistas al mar; ¡más o menos como las galerías de vuestro piso en La Marina coruñesa! Aquí le harán la limpieza dos moritas, ¡dos!, y para hacer la compra tenemos al Hassán, que salió un moro de categoría, al que yo, si mandase, le designaría Administrador General del Territorio.

¿Te dije que, además de un auxiliar, tengo un ordenanza? ¡Un faro en las colonias es un pazo; casi, casi, tan señorial como el de Meirás!

Para las tertulias, “parladoiros” de ella…,¡de ella, pues llamarle suegra es como agresivo, y en cuanto a “madre” lo será por pura adopción!, tendrá cantidad de señoras agradables y respetables: la suegra de Baylo, una viguesa con aires de portuguesa; la de Míguez, una chantadina que en los tiempos de la Pardo Bazán le hubiese servido como modelo de protagonista, de señora del pazo más encumbrado. De los civiles: la suegra de Acero, que también es una gran dama, en el sentido más noble del término; la madre de la Chony…; y tantas otras, pues casi hay tantas “políticas” como cuñadas.

Hoy tengo muchas cosas que decirte, cosas que más bien son, debieran ser, participadas, disfrutadas, contigo, tête-a-tête. Este Territorio es un paraíso para los casados; y para las “crianzas”, como dicen los portugueses. ¿Para los solteros?¡Para nosotros, meditación transcendente, escotes a diestra y siniestra, tiburones en la costa! Polvo, sudor y lágrimas; y más bien, destierro, como en el caso del Cid. Se demuestra con el hecho de las operaciones “cuñada”. Y ya que me acordé del Cid, también es cierto que aquí, “Amigos, si a Dios pluguiese - que a Castilla nos volvamos, - dígovos que tornaremos – todos, muy ricos y honrados”. ¡Cómo ves, la historia se repite!

Ayer hubo baile en el Club de Suboficiales…, que también llaman, Casa de España. Esto, como irás deduciendo de mis cartas, es una caja de sorpresas y de contradicciones: Si es realmente nuestra esta Santa Cruz de la Mar Pequeña, ¿a qué viene eso de tener una Casa “de España”? Sería distinto, pongo por caso, en Buenos Aires: Casa de España, Centro Gallego, etc. ¿Qué con quien bailé? ¡Celosiña! Pues con la hija del Brigada X, que ni de su apellido me acuerdo; su madre es canaria, como lo son la mayoría de las mujeres de este…, ¿país?¡Y a ti qué más te da! No, no es una operación “cuñada”; ni la engañé, en absoluto, que desde el primer baile le dije que tengo novia en Coruña, ¡una cascarilleira! O es tan coqueta, o tan amable, que siguió bailando conmigo, ¡como si nada! Y conste que lo hace de maravilla, que en danza sólo te puede ganar una canaria: Son palmeras, son copudas; y pechugonas como una datilera. Es casi una niña, pero tan…, ¡tropical! En lo de dulce os parecéis; y seguros que podéis llegar a ser amigas. ¡Ah, se llama Pino; es palmera pero se llama Pino! Como ves, me persiguen las contradicciones.

La orquesta también era canaria. Mañana vendrá otra, de Las Palmas, aún mejor. Actuará en el Casino. A la buena, a la mejor, la traerán en un avión militar…, ¡para que no se les oxiden los Junkers! Las isas y las folías son primorosas; ya me lo anticipara el tenor Aguilar, rasgueándolas con su tiple.

Ahora te hablaré de vasos comunicantes: cuando un militar rebasa el grado de Brigada, ese mismo día puede entrar en el Casino; pasa a ser otra persona, aunque conserve los mismos genes. Con estos guerreros tan bizarros, de amplias guerreras, si aquí llegamos a tener una guerra con Francia, o con un Marruecos independiente, la ganaremos desde el Casino…, ¡si les dejan actuar! Y si no les van dejar, por aquello de la hermandad hispano-árabe, entonces, ¿para qué tanto gasto y tanto entrenamiento, tanto paso ligero a los sedientos soldaditos? Tengo mis dudas sobre la función de este Ejército tan vistoso, tan marcial; pero, sobre todo, una: ¡Que si fuésemos buenos maestros y buenos políticos, entonces ganaríamos las guerras africanas…, sin hacerlas! ¡Seguro!

No, no hablo mal, no critico, a los maestros de Enseñanza; los de aquí son excepcionales, al menos como personas. Son excelentes sin ese tratamiento, ¡que si llegan a tenerle…! Algún día pueden ser tus compañeros si quedan vacantes, que no abundan por culpa de que aquí no hay retornos desde que se aficionan a los puntos, a los puntos y a las comas; cosas de la gramática…, ¡parda! Su ciento cincuenta por ciento; ¡matemáticas! Pabellón; ¡sociología aplicada! Viaje anual al punto más lejano de la Península, ¡Finisterre, por supuesto!, pagado para toda la familia: ¡cosas del libro de “Cosas”! Tres meses de vacaciones: cosas de aquel libro de Gulliver…, ¡en el país de los enanos! Y aun así me queda un etcétera, pero demoraré aquí para que no te crezcan los dientes…, ¡antes de tiempo!

También hay Instituto (Patronato), pero es una cosa, otra, sui géneris, ¡que no tiene autonomía! Con la juventud nativa se sique un tratamiento desconcertante: Los envían a España, a los Campamentos del Frente de Juventudes. Supongo que a soñar con el Imperio; ¿pero, con cual, con el nuestro o con el magrebí? ¿No sería mejor hacerles aquí campos de deportes; y escuelas de náutica…, para cuando construyamos el puerto pesquero, el de la Pesquería de Santa Cruz de la Mar Pequeña? Si el pretexto de la ocupación española fue la nostalgia de aquella pesquería, si tenemos una Sociedad un tanto fantasmal, que se dice Anónima, ¡y tan anónima!, S.A.H.A.R.A. (Sociedad Anónima Hispano Africana de Reconocimiento del Atlántico), ¿para cuándo el puerto pesquero y sus, subsiguientes, factorías?¡Que hacen, p. e., los franceses en el antiguo Safí portugués, pongo por caso, donde ya tienen treinta fábricas de conservas! Pues bien cerca les tenemos como para no plagiarles; ¡y sin “royaltys”, que diría el Bancario!

Desde el faro, ¡nuestro faro!, miro al yebel Bu-la-alam, y con el otro ojo, a la playa; y cavilo y calculo: Un estudio competente de las direcciones de las mareas, unos raíles, unas vagonetas, una ración doble de bocadillos, (como hacía el general Tella con los presos que le construyeron su pazo de Adai, en Lugo, y se acaba el aburrimiento de los soldados. En estos veinte años de ocupación desocupada habrían traslado todas las rocas del susodicho Bu-la-alam, y tendríamos cercada y resguardada una nueva y definitiva Mar Pequeña. Así los nativos no serían socios capitalistas nuestros, sino colaboradores; pero dicen los veteranos de la Colonia que estas elucubraciones mías son mercantilismos ingleses, colonialismo inglés; y que la fraternidad hispanoárabe consiste en darles facilidades…, para que se ensucien, ellos, con el dinero; para que Boaida, y muchos otros, construyan casas mierdosas, de adobe, manzanas de ellas, que ya las alquilarán, ¡ellos!, después, a buen precio, a los jefes y oficiales que aún no tengan pabellón; ¡quiero decir, palacete! ¡Cosas, también del libro de “Cosas”, pues los hijos-de-algo, ya sabes, tenemos la obligación de ser hidalgos!

Estoy empezando a clasificar mis nuevos conocimientos, mis nuevas amistades, en tres tipos: Colonizadores por simpatía, colonizadores imperativos, y colonizadores vegetativos. Algún día hablaremos de eso, pero mejor aquí, por si discutimos, ¡que en pedagogía me ganas! Mi dificultad estriba en que aquí, en este Territorio de Soberanía, ¿y si es de nuestra soberanía por qué no le proclamamos provincia, o para cuando lo dejamos?, no veo especímenes puros sino más bien tendencias: ¡tipos confusos, tipos difusos, y…, tipos confundidos, equivocados!

El Bancario es bastante afrancesado, que ya te lo dije; tanto, que voy tener que llamarle Luis, que es como se llamaron casi todos los reyes gabachos. Opina que en la Zona, en el Marruecos francés, posiblemente traten peor al nativo, en el plano individual, pero que tocante a la instrucción pública no les guardan secretos, no le temen, como nosotros, a su culturización sino que antes bien la fomentan. Como él es propenso a los adagios de su Galicia interior, algo me dijo de que sólo los ignorantes hacen tesoro de las cuatro cosas que saben; no le entendí mucho porque, a veces, se pone misterioso, o tímido, o desconfiado. Esa gente de la feria, digo, de la Banca, es tan cauta, tan calculadora, que procuran estar a bien con todos, y no se fían de nadie, ¡que por algo no fían sin fiador! Me presentó algunos musulmanes, -él nunca dice moros-, que tienen a sus hijos estudiando en la Zona, en colegios franceses, y aventuró, apostándome, que los futuros Notables saldrán de esos estudiantes “en francés”. O sea, que habrá un relevo de estos barbudos de ahora, tan exquisitos que son en su servilismo y en sus protestas de amor eterno a España, quif-quif con nosotros. ¡Mamones, que eso es lo que son! Esto de aquí se parece a aquellas madres gallegas de principios de siglo, que las pobrecillas, apenas paridas, se iban para Madrid, de amas de cría, ¡para amamantar madrileños!, mientras el hijo de sus entrañas quedaba al cuidado de su abuela y, por supuesto, de la vaca “marela”.

Bien sé, bien recuerdo, que en tus lecturas favoritas está Voltaire, aquel que dijo que “solamente el ignorante y el necio niegan rotundamente”; filliña, no es que lo niegue todo, que algo de bueno se hace, pero más merecen, ¡o no haberles adoptado a título de Protectores!

¡Oh, perdona! Con los tés, los pinchitos, y mi licor-café, estoy prosaico, prasaico y mal pensante; por ello, antes de que se me quite esta nube del té, tengo que hacerte la crónica del ferial:

Incluso las Altas Autoridades, -lo de auctoritas es otra cosa, otro concepto-, bajaron a confraternizar. Bajaron de sus alcazabas reales y pusieron sus reales pies en el real de la feria, en una tienda de pelo de camello, con diez alfombras y cien cojines; ¡todo a lo medieval, y muy fraterno! Esa es la jaima de los notables…, ¡para los Notables! Otras tiendas rodean la Plaza, y aún queda sitio para las danzas de los hombres, a coro en corro, mientras tañen veinte clases de panderos; después viene el despeje de los danzantes para correr la pólvora: ¡cómo de momento no pueden dispararnos a nosotros, estos magrebíes lo hacen al cielo! ¿Y mañana…?

La pólvora, invento de los chinos, es ahora el joby de los árabes; la “corren” upados allá arriba, en lo alto de sus camellos, y precisamente por delante de la Misión Católica. Me gustaría adivinar, o saber, si esto es una simple coincidencia circunstancial de lugar, o si tiene algún simbolismo o premonición.

¿Las mujeres? Esas cosas, esos bultitos, ¡o bultazos!, cuando salen de sus jaimas miran por un ventanuco, ¡por una ventanilla de velos sutiles! Si alguna vez intenté mirar, ¡de fuera para dentro, claro!, sólo logré ver un abismo profundo, pero muy atractivo, muy atrayente. ¿Serán ojazos, o serán abismos? ¡No lo sé, que de ahí no pasé!

Mismo al lado de la tienda de los Notables achantó su jaima el “Bigotes”. Es un nativo más, uno más de aquellos que tomaron su revancha en Covadonga… ¡Este gallego renegado, este Franco…! Sargento con retiro de Brigada, es decir, un cobrante retirado, ¡pero activo en la nómina de España! Aquí en público no me asusta, pero si le encontrase de noche, por ejemplo en el puente del Pasaje, yo me tiraría al agua, sin pensarlo dos veces. Su té es el mejor, mejor que el de Alí Ahmed, pues le echa más hierba buena, o de mejor calidad; y más azúcar. Ya sabes lo del te: El primero, fuerte como el parto; el segundo, dulce como la vida; y el tercero, más dulce aún porque simboliza la muerte, ¡la muerte dulce del creyente! Los pinchitos del Bigotes serán de lo que sea, que en eso hay opiniones, pero están purificados con brasas de madera de argán; ¡dicen que saben a labios de morita virgen!

Ayer coincidimos en una de esas jaimas-bar las cuatro provincias gallegas: El Bancario, que ya sabes que es de Castroverde, Lugo; Docampo Ánsias, de Ourense, Contador de Hacienda; un Oficinas Militares, que es pontevedrés; y…, ¡el de Camariñas, servidor! Hablamos de todos los temas humanos; y algo también de lo divino, naturalmente. Ya lo dice el Evangelio: “Donde dos se reúnan…” Pues imagínate ahora, cuatro gallegos emigrantes haciendo de moros; ¡que no es igual que hacer el indio! Y menos mal que el Padre Santiago ve las fiestas detrás de los vidrios de la Misión, que si llega a sacar el Santo de su nombre…, ¡no queda un moro vivo!

Hoy estoy morriñoso, en baja forma; seguro que fue tu carta, que me parece algo extraña; acaso porque las cartas son algo más artificioso que las conversaciones personales. O fue tu carta, o es que las fiestas me deprimen. Además difieren mucho de nuestras romerías; ¡aquellos “caneiros” de Betanzos, y tantas otras! Aquí uno no sabe muy bien si somos moros y cristianos cogidos del brazo, “quif-quif”, como dicen ellos; o cristianos contra moros; o moros riéndose de los cristianos, de nuestra Conmemoración, y precisamente delante de la Misión Católica. Oficialmente, ellos celebran la llegada de sus protectores, pero yo no tengo eso tan claro, y me recuerda mucho que cuando preparé las oposiciones en Madrid íbamos en pandilla al Teatro Lope de Vega, con unas entradas “de compromiso”, a las que llamaban, “de claque”; entonces, un cierto tipo nos hacía aplaudir cuando a él le parecía oportuno, haciéndonos una señal convenida de antemano. Esto de aquí es parecido, pero no te preocupes si no me entiendes; ¡les pasa a muchos!

Más que sueño lo que me está entrando es somnolencia, hibernación. A ver si el próximo día soy más breve, pero más…, ¡más lúcido y cariñoso! ¡A Salaam Alaykum, que la paz sea contigo, mi amor!



Después abrimos una ventana y nos asomamos al exterior al oír el zumbido de un avión que calentaba motores, a pocos metros del faro. Yo estuve atento al Iberia, pero nuestro Facal se entretuvo más bien haciendo la ficha de las personas que deambulaban por la acera frontal:

-Oyes, esa Pino, esa que va ahí, por la acera, que es la criada, o niñera, o no sé qué, de los vecinos de ese pabellón de la esquina…, está como un tren…, ¡pero se llama Pino! ¡El que case con ella precisará encargar una cama cuadrada!

-¿Por…?

-¡Que parvo eres: por los revolcones!

-Tu sí que estás como una locomotora, sin frenos: Pasas media noche escribiéndole a Lucía, anticipándole un retrato de cosas que ya verá ella por sí misma, dentro de meses, aquí, cuando la traigas, y antes de cerrar la carta asomas por la ventana y te detienes a contemplar esa Pino… ¡Precisamente ahora que los musulmanes están dejando de ser polígamos!

Te tenía por loco, o por asirocado, o por comunista, ¡qué sé yo!, pero…, ¿corruptor de menores? Déjala criar, que se ve una adolescente. Primero, que tienes a tu Lucía; y después, si deja de interesarte la coruñesa, hay por aquí un enjambre de cuñadas que no te quitan el ojo de encima, ¡de encima de tu traje de tela de kilo! Debe ser porque en su color cremoso se parece a los uniformes de garbanzo… El mío, como ves, es de color gris plomizo; y entre eso, y el botafumeiro de mi cachimba, ahuyento incluso a las avispas!

-¡Claro, es natural; tu cachimba viene a ser un talismán de efectos negativos…! Y en cuanto a la magia de los trajes, para que vean en ti un pelma no precisabas ese…, ¡ese terno de ganadero lugués! Pero en mi caso tampoco hay peligro, ¡de verdad! Sin embargo, una cierta tentación me nubló ayer… Decís que los godos son la debilidad de las canarias, ¡pero mira ti por donde…! ¡Oyes, estas mujeronas deben parir unos hijos como…, como castillos!

-Bien se los ves por ahí, por esas calles; y tan prolíficas, que ya parecen la gallina y sus pollitos!

Se quedó meditabundo, para luego sorprenderme con esta reflexión, ¡o lo que fuese!

-¡Es una pena que la polinización no sea libre en la especie humana!

-¡Animal!

-Un seminarista lanzado al mundo mundano, como es mi caso, es algo así como un ternero al que le abren la cuadra… ¿Nadie te dijo eso?

-Todo es cuestión de integridad moral, -me jacté-, pues aquí me tienes, todo el día encerrado en esa Caja, y cada vez más devoto de mi chairega; ¡fiel como un musulmán!

-Precisamente, ahora que lo dices: Eso es precisamente lo que más admiro en ellos, ¡su fe! Pueden convivir con nosotros una década, dos, ¡lo que quieras!, que aquí llevan todo ese tiempo en paz y en dádiva, pero, ¿venirse a nuestro terreno, a nuestros usos y costumbres, a nuestras…, liturgias, ¡nunca! Tenemos que hablar de ciertas teorías en las que estoy cavilando, que igual escribo un tratado sobre la idiosincrasia magrebí, fundamentalismo musulmán, y cosas de esas, que desde ahí arriba, en este faro, las cosas, ¡y las casas!, del Territorio se ven clarísimas. Ya que me echaron del Seminario, les voy a demostrar, desde tierras de misión para más inri, mi capacidad teológica!

Le reconvine con un consejo moderador:

-¡Eso no es teología; son resentimientos!

-¡Sí, hombre; lo es; teología aplicada, pragmática! Dios está en todo, Dios lo es…, todo! Impregna la tierra, el mar, el aire, los árboles, la hierba…, porque, donde no está Dios, donde se siente, o presume, su ausencia, su vacío, o de donde le echamos, ahí está la nada; ese es el pecado! ¿Lo entiendes?

No era lo mío; ni podía ni sabía rebatirle.

-¡Algo! ¡Pero me sostengo en lo dicho…!

-Pues eso ya es teología: ver a Dios en sus obras, e incluso en las contradicciones aparentes e incomprensibles de nuestro vivir cotidiano.

-Conforme, pues, que yo no soy nadie para discutirte, pero a condición de que no caigas en las tentaciones de tu vecina, de esa Pino… Me hiciste confidente de tus cartas, y eso me da obligaciones de tutor, de padrino de tu chica, de Lucía. ¡Ahora que conozco sus señas, soy capaz de chivarme si le faltas, o si te pasas a la poligamia del Islam!

-Pierde cuidado, que yo también soy gallego…; ¡ergo, bueno y generoso!

-¿Qué quieres decir con esta nueva parida…?

-No estoy seguro de ello; cosas de Pondal, que también tenía su retranca; ¡su retranca y sus pinares! ¿Tú crees que los poetas son espíritus puros?

Me marché para cenar, abrumado por aquel diluvio de filosofías del Facal: ¡Prefería el Banco, sus dineros y sus números, su monotonía, antes que soportar aquellas elucubraciones del ex - seminarista, por sabihondo y por paisano que fuese!


¡Vous êtes très gentil!

Aquellas fiestas de Abril, aniversario de la Ocupación del Territorio por el entonces coronel Capaz, no sólo trajeron té y pinchitos, danzas y confraternización a nivel de autoridades y, lo que entonces se decía, “fuerzas vivas”. Por ejemplo, si hoy viviese Julio Simón, nos contaría con más detalle cómo le fueron aquellas prácticas de francés con las moritas de la Zona.

Julio estuviera en Tánger. Según él, por sus méritos políglotas y por su especialidad en el trueque, en el arbitraje, de monedas, ascendió a Apoderado y fue destinado a la Sucursal de Sidi Ifni, que era precisamente donde cualquiera se arreglaba con sólo usar infinitivos castellanos, y con trocar cheques por pesetas y pesetas por cheques. Yo sabía que tenía una colección de discos, y que en su habitación no hablaba sólo, como cualquiera de nosotros, sino que les respondía a los discos, emperrado en mantenerse en forma idiomática, pero en aquella ocasión quiso hablar, tête-à- tête, en francés de la Zona, con un grupo de chicas que plantaran sus jaimas en aquellos barrancos de junto al Zoco. Las oyó hablar en francés, les habló en francés, y le propuso, en reciprocidad, enseñarle Suerte Loca a la que parecía más habladora:

-Ah, oui Monsieur; vous êtes très gentil!

Como ya era de noche, y para entonces el grupo electrógeno de Barber Hermanos se quedara menguado ante el crecimiento imparable del poblachón, aquella espléndida, simpática y… ¡accesible!, morita marroquí-francesa, le aceptó pasear con él, con Julio, a oscuras por supuesto, por las aceras del barrio del Casino, en dirección a Suerte Loca.

La imprevisión de la francesita fue olvidarse de que su Mohamed, posiblemente cansado del té y de la danza monocorde de aquellos coros de hombres, se le ocurriese darse una vuelta, antes de la hora prevista, allí por el terraplén donde ubicaran las tiendas de las mujeras, aquellas mocitas desinhibidas que llevaran con ellos al Ifni para mostrarles aquellas pacíficas fiestas, o aquellos teatros, según se mire, de moros y cristianos.

La imprevisión de Julio fue olvidarse de que las moritas de la Zona no se divertían por hambre sino por aquella súbita rebeldía que les entró cuando sus varones se dedicaron a sabotear las industrias francesas; y que por allí había Otelos, o podía haberlos, que entendían perfectamente las argucias de la civilización occidental.

En aquellos abrazos y manoseos, en aquellos oscuros parrafeos, en aquellas confraternidades internacionales, el inocente de Julio Simón, cuando ya estaban llegando a las escaleras exteriores del Suerte Loca, en plena ilusión amatoria, así, de improviso, vio las estrellas; todas juntas, y no solamente en los ojos profundos de la morita; ¡además del relumbrón de una gumía que salió de una funda de plata, con la rapidez de un rayo! Oír, lo que es oír, Julio no oyó nada sospechoso, que por algo las babuchas morunas hacen un caminar silencioso, casi gatuno…

En aquellos momentos se le olvidó, de repente, todo el francés de los discos; y también, de paso, las ganas de practicarlo. De lo que no se olvidó fue de que el médico Álvarez ocupaba, en el Hotel de la Marina, la tercera de las habitaciones de la terraza Sur, y que acostumbraba gozar de unas siestas tan prolongadas que sólo se levantaba, ya de noche, para cenar, y si acaso para salir de juerga, ¡mientras juerga hubiese en el Territorio!

Simón no supo explicar si subió las escaleras de La Marina andando o reptando, pero afortunadamente llegó a la puerta del Álvarez. El Médico cosió a toda prisa, saturando como pudo, en febril improvisación, después de comprobar que la cuchillada no interesara nervios ni venas de importancia, con ocho o diez puntos, en la parte interior del muslo. Después se fue al Suerte Loca para avisarnos, a Aguilar y a mí mismo, para que nos ocupásemos de atender al herido, al que dejó su propia habitación; cambiarle la cama y demás atenciones propias de las circunstancias. Cuando se pudo hablar con la…, ¿víctima?, le interrogamos:

-¿Ni siquiera le viste…? ¿Se escapó, así, sin más, dejándote malherido? ¡Y menos mal que no se ensañó contigo!

-¿Ver…; a estos zorros pardos…, con esas chilabas del color de las sombras? ¡Lo que tengo claro es que ese Otelo pretendió rajarme la entrepierna…, aplicándome la Ley del Talión, pero calculó mal mi altura…!

-¡Ves tú; si rezases avemarías, en vez de andar zorreando detrás de las gallinas…! ¡Fuiste a por gallinas y te encontraste con el lobo feroz!

-¿También tú, Aguilar; precisamente tu? El único que puede decir y hacer conmigo cuanto quiera es el médico, al que seguramente deba mi vida futura; ¡tú no estás limpio para tirarme piedras!

El aludido, justificándose:

-¡Pero yo sólo llevo a mi habitación del Suerte Loca, profesionales; mujeras libres, del burdel; y no me meto en otras aventuras!

Para suavizar un poco la tensión de aquel incidente/accidente, le pregunté al herido:

-¿Cómo fue…; eso, la aventura? ¡Cuenta, que ahora lo hecho, hecho está!

-¡Fue…; ni casi lo sé; ni visto ni oído! Y así se lo dije al médico. Entretenido en manosear aquella Venus, aquella Venus con brazos, sólo he visto dos brillos procedente de aquel.., aparecido, precisamente en el instante en que me gritó, como un aullido de lobo, “¡Fils de puta; cochón…!”. Uno, uno de los brillos, creo que fue de la vaina de la gumía; y el otro, del propio acero, al desenvainarlo!

Aguilar:

-Lo que es raro es que te pinchase en la pierna, pues estos carniceros son especialistas en apuntar al vientre…

Pero Álvarez tenía su explicación al respecto:

-Yo pienso que esa venganza iba directa al bajo vientre, a tus partes pecadentas, pero trazó un arco de media luna, para coger impulso y atinar; entonces tú te apartaste, asustado, unos centímetros… O eso, o te midió mal, pues, como ibas abrazado a su Fulana, creyó que no eras tan alto… En cualquier caso, ese tipo no es la primera cuchillada que da; posiblemente estuvo en la Legión francesa, o es de los de Liberación… Sangre fría, suavidad y sigilo en su aproximación a la víctima…; ¡en suma, silencio y autocontrol!

El herido, que hacía lo imposible para no gemir:

-¡Pudo ser así, por lo que recuerdo! Chicos, me siento mareado; por favor, dejadme dormir un poco…



Más que dormir, se adormiló; y nos quedamos con él, en la propia habitación del médico, Álvarez, que salió a la calle; también medio traspuestos, o más bien, aturdidos. A mí se me descomponían los nervios en aquella espera por el retorno del médico, tanto por si el herido precisaba alguna atención, como por la inquietud de las consecuencias que tuviese aquello para mi compañero, Simón, un lamentable asunto pasional-político, que en el Territorio, de divulgarse o descubrirse, le supondría una fulminante expulsión.

Al verle regresar, horas después:

-¡Doctor, querido Álvarez, me tenías impaciente! Incluso temí que ese Fulano siguiese por aquí cerca, atento a las consecuencias, y te fuese a pinchar a ti; si, a ti mismo, que bien espiaría, y sabrá que eres el médico!

Álvarez, más tranquilo que Guerra, el torero:

-Difícil eso, pues yo no deambulo por las sombras, como le convenía a tu compañero…Tardé porque tuve dificultades para conseguir esta inyección antitetánica…, porque esa gumía estará saturada de bichos…, ¡o de sangre francesa, que viene a ser lo mismo! No localicé a Petit; ni tampoco a su mancebo, Agustín; y en el Hospital no era prudente presentarme a estas horas, y menos sin explicaciones; así que localicé un brigada de la Farmacia Militar, en la Casa de España, y le dije que la precisaba para un nativo que se cortó preparando pinchitos…

-¿Preparando pinchitos…? ¡Pues casi fue así, pero de carne prohibida!

-Déjate de coñas, Aguilar, que encubrir esta aventura me puede traer disgustos. ¿Por cierto, asomó alguien por aquí?

-En absoluto; y además tuvimos la luz apagada, para simular que estabas ausente…

-¿Y este putero, no gemía?

-¡Le recomendamos silencio; y ya le ves, se aguanta!

-¡Menos mal!

-¿Del Otelo celoso, supiste algo; le viste; pasaste por su jaima?

-¡Ah, sí; afortunadamente, nada! Saqué del baile del Casino a un teniente de la Policía, que mejor no os digo su nombre por el bien de todos; y con una pareja de Patrulla nos fuimos a donde me dijo Simón que estaba la jaima de esas moritas de la Zona, ¡pero allí sólo quedaban los agujeros de las estacas! Seguro que esos…, forasteros, cargaron la tienda, la jaima, en una de sus voitures… ¡A estas horas estarán llegando a Tabel-Kuct; o acaso por alguna de sus pistas del monte, como hacen con los camiones del aceite que se llevan para su estraperlo!

-¿Ese teniente no pudo llamar por radio a Tabel-Kuct, y retenerles allí para que le diesen una paliza al gumiero?

-¡Sí! ¿A cuál, a quien…? ¿Y levantar la liebre…? ¡No seas ingenuo!

-Es que me lleva el diablo que se nos escape sin zurrarle…; ¡ayudaba yo, yo mismo, aunque me costase un mes de calabozo! –Afirmó Aguilar, todo decepcionado por la eclipse del moro francés; pero le calmó Álvarez:

-Si tu fueses amigo de esa chica, o novio, o marido burlado, entonces, ¿qué?

-¡Yo soy español; estoy civilizado!

-Ese es un término relativo; ¡dejémoslo así!

Quien intervino ahora fue el propio Simón, y eso que estaba medio anestesiado por los calmantes:

-Yo no puedo describirlo, que sólo sé que llevaba tarbus; además, ¿qué adelantamos con denunciarle? Si vosotros me encubrís, salvo mi empleo en el Banco, que es lo único que me importa. ¡Es un favor que os pido; y ese morango que corra, y que le perdone, pues me duele tanto como lo mío lo que le pueda hacer a ella…!

Aguilar:

-¡De eso tranquilo, querido godo, o suevo, o lo que seas, que estos amigos no vamos a ser menos discretos que el médico!

-Nunca este favor os pago; ¡en especial al amigo Álvarez!

El Médico dio seguridades:

-Tranquilo, Simón, que lo tengo todo controlado; ni creo que quedes cojo, ni que mi amigo el teniente levante atestado. Simplemente buscamos la jaima de esos turistas, con la pareja de policías, porque si le encontrásemos, y aún no hubiese limpiado su gumía, sería un placer llevarle a dormir al calabozo, con cualquier pretexto; y por añadidura, darle una paliza, de las que no dejan huellas…, ¡que ellos saben cómo hacerlo!

-Y por nuestra parte, ¿qué…? ¿Podemos hacer algo? –Me preocupaba que fuesen a quedar cabos sueltos que perjudicasen a mi amigo y buen compañero. ¡Golfo, sí, pero buen compañero!

-Entiendo que por vuestra parte, nada, que yo le atenderé hasta que pueda sacarle los puntos… Pero de momento me voy al Suerte Loca, un trueque de habitaciones con este calavera, que también necesito descabezar un sueño… Vosotros pensad la forma de traerle mañana un desayuno, pero con discreción…

-El problema es el Banco…; ¿qué les digo?

-Lo tienes fácil, que este Julio Simón, medio borracho, se cayó de noche, al…, al subir las escaleras de Suerte Loca, y que yo lo atendí, pero que en un par de días volverá al trabajo, al Banco… ¡Que no le visiten porque lo tengo medio sedado, precisamente en mi habitación, para atenuarle el dolor…!



Ya en mi cuarto, se me cortó el sueño y tardé en dormirme. En aquella duerme-vela, me levanté dos veces, y medio me vestí para ir a La Marina, a la habitación de Álvarez, por si Julio precisaba algo, obsesionado con mi preocupación de que se le abriesen las venas y diese en sangrar de nuevo con cualquier movimiento brusco o reflejo. En las dos ocasiones comprobé que las vendas estaban secas, y el herido, adormilado. Por ello, en ese duerme-vela, pegué un bote en la cama, al día siguiente, cuando Aguilar aplicó sus nudillos a la puerta de mi dormitorio:

-¿Eh; quien va?

-¡Venga, gallego desconfiado; abre y calla! ¡Ni que fueses tú el de la cuchillada!

-¡Oh, Dios, qué tarde es; no me funcionó este maldito despertador!

-El que no funciona eres tú, que no aguantas una noche de juerga. Atiende rápido, que me echarán en falta en la Comandancia de Obras…

-¿Cómo está Simón; fuiste a verle…? Hace un rato he ido yo, y estaba frío como un cadáver, tanto, que incluso le puse unos calcetines que tenía Álvarez en su armario…

-Ahora de día…; eso, que estaban las escaleras de La Marina como si sangrasen en ellas un jalufo… Me hice con un cubo de agua, y lo disimulé; y en el pasillo apliqué una de las toallas de Álvarez… Si el médico llega a decirle que su herida era de esa gravedad, a estas horas ya no tendrías compañero… ¡Y si no queda cojo, será un milagro!

-Baja la voz, que nos pueden oír. ¡Eres un canarión excelente; el mejor de los guanches?

-En todo caso, un buen cómplice… Coincidí en la habitación con Álvarez, que madrugó para visitarle, pero desde que yo había hecho la limpieza que te dije. Tenía allí una botella de ginebra y le dejó trasegar medio vaso, de un golpe, para que se le quitasen las frioleras. También le puso una inyección de morfina… ¡Hala, que me voy!

-Un segundo… ¿Y la ropa ensangrentada?

-Eso es cosa tuya; te vas allí, con una bolsa de esas que usan para la basura, y te encargas de hacérsela desaparecer…, ¡pero después de vaciarle los bolsillos! Si metes eses despojos en tu Austin, tienes un buen sitio en esos barrancos de la playa de Sidi Buia, que por allí no pasan ni los chacales. ¡No puede haber crímenes perfectos si no hay encubrimientos perfectos!

-Dichoso tú, que aún te queda humor! ¿Ah, otra cosa: le dejaste algo de comida, agua y todo eso?

-Sí; y por ahora no precisa nada más. Le traje un termo de café, de La Gloria, y unas mantecadas de esas que hace el propio Maestro Pepe; una botella de Firgas, y alguna otra cosa. A partir de esto, entras tú de guardia. ¿Estamos?

-Conforme; pero tengo que ir primero al Banco, antes de que manden a Si Hossain a preguntar por nosotros…



O porque fuese un buen médico Álvarez, o porque Julio Simón fuese de la piel del diablo, el caso es que al tercer día ya bajó al comedor de Suerte Loca, y sin cojera apreciable, así que nuestro imperio seguía acumulando peripecias y anécdotas de todo calibre, en la aparente, pero discutible, pax romana del Territorio. Nunca pasaba nada, en ninguno de los estamentos o círculos, y de ocurrir, todo se encubría como mejor se pudiese, a cualquier nivel. ¡Nada ocurría, nada se sabía, nada se cazaba o percibía…, con la única excepción de los ciclóstomos! Pero la realidad era bien distinta, de parte a parte, en aquella Torre de Babel, en aquella Torre Imperial… ¡Un Imperio sin imperio…; un barco sin puerto, y con el timón en Madrid!



Por aquellos días de abril del 53, y con analogía total hasta el año 1955, las fiestas de Aniversario del desembarco de Capaz estuvieron saturadas de té con hierbabuena, y tan pródigas en abrazos, “Españoles y musulmanes, quif-quif!”, que todo hacía presagiar, ¡en superficie, por supuesto!, un casorio feliz, de esos de “¡Hoy más que ayer, pero menos que mañana!”. El negocio era lo único boyante, lo único que boyaba, lo único flotante: Los Notables, transvasando, primero para Tánger, y después para Suiza. Los desharrapados, a té y pinchitos. Por parte española, los militares acumulando méritos, medallas, pluses, puntos para su “baremo” de ascensos y traslados…; en definitiva, militares y civiles aguantándose mutuamente, Todo por la Patria, a costa de la Patria, haciendo Patria y…, Cartera, simultáneamente, en cordial entente presupuestaria.

Raimundo Facal…, ¡y Cotelo!, que no era, en definitiva, el Señor de la Mar Pequeña, pero poco le faltaba, en particular cuando se subía a su faro rasgamares, me invitó a comer ya en el primer domingo de su instalación definitiva en el pabellón señalero, que fue el siguiente a las fiestas del Seis de Abril, que para entonces, afortunadamente, ya concluyeran mis servicios de enfermero honorífico y clandestino.

-¿Ya no tienes al Muley Hassán, o está de permiso?

-¿Cómo no tenerle si es mi sátrapa! Me asignaron de segundo a este Mohamed, que además se llama así; ¡este lo es de verdad! Es un morito enchufado, que no distingue un avión de una gaviota, ¡pero asa las carnes al “espeto” que ni en el Ritz!

Mi asombro con el Facal no tenía límites:

-¿También conoces la cocina del Ritz? ¡A ver si eres un marqués, disfrazado de comunista!

-Sí, claro que la conozco; ¡o te crees que los comunistas no tienen unas dachas tan lujosas como el propio hotel Ritz! Vi su letrero, allí cerca de Neptuno, cuando fui a Iberia para sacar los billetes para venirme por Las Palmas… Era la primera vez que me pagaba algo don Pagano español; y como leyera en alguna parte que en Las Palmas había eso de “Gando”, seguramente puesto por aquellos conquistadores de tu Fernández de Lugo al ver en aquellos llanos algo de ganado, que “gando” es como decís los de Lugo, me dije: ¡Sólo hay obligación de ir derechos para Misa y al molino, así que, Raimundo, que eres el mejor de tus amigos, date una vuelta por esas Afortunadas, échales una ojeada a las canarias, y de paso te enteras de qué raza es ese ganado del aeropuerto!

Era obligatorio meterse con él, aunque sólo fuese para devolverle sus puyas:

-Que yo sepa, nunca un farero, ningún antecesor tuyo, tuvo aquí personal de cocina, y menos, especializados. Esto es un honor que te hicieron…, ¡seguramente por adulador, aunque protestes y les critiques a sus espaldas!

-¡De eso, nada! Este Mohamed vino destinado como Auxiliar Segundo, pero él prefiere cocinar a subir las escaleras. Yo le enseño cocina europea, y él, a cambio, me fabrica asados, tachines, taleiríns, y todo eso. Ya verás que en esta mi escuela colonial, además de participativos, en buen comunismo, somos iguales, o por lo menos, complementarios!

No contuve la risa ante sus contradicciones:

-Y tú le aplicas el teorema de que dos cosas iguales a una tercera…

-¡De Lugo tenías que ser!

-¿Por qué…? –Me sorprendí.

-Pues…, ¡porque tenéis la fijación de los dos tercios: que si tercio y quinto, que si tercio y medio, que si dos tercios…! ¡Un desbarajuste, y una injusticia, patrilineales!

-Hay algo que tú no sabes…

-¿Algo? ¡Muchísimo!

-Que el día en que se pongan de moda las herencias a partes iguales, nadie se viene para aquí, ¡ni al Tercio! Y por lo que a ti respecta, señor demagogo, estás convirtiendo este faro en un castillo medieval; ¡con cocineros y todo! ¡Este sí que es un tercio de mejora; y aun así, despotricas!

-¿Sabes de donde me vino la idea? Pues de eso que dicen de ese comandante laureado, familia numerosa, que tiene un asistente para cada hijo; y además, un octavo, especializado en lavarle las bragas a la comandanta. Pues aquí, querido censor, y sin embargo, amigo, el mismo reglamento, ¡que todo lo que hay en España es de los españoles! Yo, que también soy comandante, comandante del faro, ¡qué menos me corresponde que un asistente cocinero, amén de un Ayudante de Campo!

-¿Pero lavabragas, no; o sí?

-¡Las traen lavadas…; y son tan aseadas, que incluso se depilan…, por donde más falta les hace!

-Tu ándate con cuidado, -le advertí muy seriamente, como buen amigo y consejero-, pues tengo noticias de que empieza a haber Otelos…, ¡que se acercan de improviso!

Listo sí que era el tal señalero; ¡acaso por su despabile del Seminario!

-¿Pasó algo…? ¡Eso de la caída de nuestro amigo Simón, precisamente en la escalera de esa torre de Babel…, me suena a ciclóstomos!

-Pues…, por ahora no te debo decir nada más, -me contuve, pese a nuestra amistad-, ya que, gracias a Dios, no llegaste a confesor, que tú lo sueltas todo… ¡Hazme caso, y aprende a ser discreto, virtud muy necesaria en este Territorio de los grandes secretos! Te lo dice, o más exactamente, te lo recomienda, este paisano tuyo, y por ende, amigo. ¿No sabes que los gallegos sólo sabemos congeniar y unirnos en la diáspora? ¡Ahí tienes las Sociedades, los Centros gallegos…! Por otra parte, recuerda que el Padre Santiago te pidió que fueses su catequista, ¡en jefe!, y eso requiere estar en gracia de Dios.

Frunció el entrecejo, un tic muy habitual en él cuando algo le molestaba profundamente:

-¡Anda, que la culpa es de los clérigos…, por expulsarme del Seminario! ¡Estúpidos, que me expulsaron cuando ya era santo; ya entonces! Y luego otra cosa, que el Padre Las Casas se quejaba de que nuestros colonizadores maltrataban a los indios, pero yo no recuerdo haberle leído ninguna queja por aquello de que los españoles tratasen amorosamente a sus colonizadas, a sus indias!

Me sentí derrotado, pero con el Facal, o seguirle la dialéctica, o irme a otra parte; no resultaba sencillo dejarle con su verborrea en la boca:

-Con tus argumentos tan eruditos y rebuscados, no puedo; así que, cambiemos de asunto y echémosle una ojeada al mar desde este faro…, donde estoy seguro de que te sientes como en el puente de mando del Queen Mary!



El Poniente de Ifni es algo indefinible, imposible de captar fotográficamente, y menos con la óptica de entonces: las nubes se irisan, o más bien, se colorean, semejando un dosel real, bordado con fantasía oriental. Después de un momento de contemplación, de éxtasis:

-¡Todo esto te daré si me adoras…!

-¡Lo que me faltaba por oír! ¡No te ahúmes, Raimundo, que aún no eres Gobernador…!

-El día que haya aquí un Gobernador como Dios manda, un Gobernador Civil, será moro…

-¡Puede ser!

-¡Lo será, que estamos a mediados del siglo veinte, y las colonias, al paso que vamos, no llegarán al veintiuno!

-Ese es un tema manido; ya lo hemos discutido, tú y yo, ¿recuerdas?

-Si, pero nunca desde esta torre. ¿Qué ves…?

-¡Que tengo que ver…, cielo, tierra y mar; como desde cualquier otro faro!

-Eso de contar billetes a diario te merma la inteligencia. Tú observa atentamente: esta es la única ciudad del mundo que nació sin un río junto a su berce, al pie de su cuna. Y una costera sin puerto, previsión que ya tenían los romanos… ¡Acuérdate de la Torre de Hércules…!

-¡Aquí tenemos el asif, el wad, Ifni! –Le atajé.

-¿Esa torrentera…? Tú mismo me dijiste que corre día y medio cada cinco años.

-¡Cada siete!

-¡Pues cada siete, que peor me lo pones! Y luego está ese yebel, ese Bu-la-alam, desde el que nos pueden freír a morterazos si algún día les da a nuestros hermanos por subirse al monte, como Moisés en busca de las Tablas de la Ley…, que sería igual que mearnos en la calva.

-Eso no vale, pues, antes de que esos hipotéticos enemigos tomen esa cota, subirían a por ella, a dominarla, nuestros Tiradores.

-¿Nuestros Tiradores, provistos de unos máuser de corto alcance, residuos de la Primera Mundial…? Tres Tabores, tres Tercios; y uno de ellos, de moros! ¡Ya lo tengo: Ese, el de los moros, es el Tercio de legítima; y la legítima es indisponible, es común! Aquí también habrá pleito por la mejora… ¿Qué apuestas?

-Menos mal que, llegados a un estado de beligerancia, los de Estado Mayor no te harían caso, pues, con lo derrotista que tú eres, no sólo hundirías la flota, como hizo Hernán Cortés, sino también la moral. En la conquista de Méjico nadie pudo huir, y aquí, al no tener puerto ni barcos, mayor sería nuestra resistencia, numantina, si llegase el caso!

-¡Serás cegato…! ¿Es que tampoco ves ese apilamiento de bidones que tenemos ahí abajo, en la playa, sean de gasolina o de gasoil?

-¿No irás a decirme que peligramos…? Allí, en aquella garita, al fondo, siempre hay un Policía, de guardia; y otro más en el tinglado del desembarcadero..

-Ya lo sé, que ya les veo; ¡policías con turbante! Aunque sean fieles a España, ¡que para ello no tienen ninguna obligación moral!, cualquiera puede chantajearles, intimidarlos, o simplemente distraerlos. ¡Y luego que una cerilla cuesta un céntimo!

-¿No estarás leyendo novelas de Agatha Christie?

-No las preciso para inspirarme, que tengo ojos en la cara; ¡y sin dioptrías!

-¿Sigues con tu Teología…?

-¡Sigo con Dios; a través de Alá, por supuesto, que es más tolerante con mis pecados!


Lejos, no; ¡distante!

En aquel insólito Ifni, en aquella soledad edificada, que no edificante, ¿qué otra cosa podía hacer un joven célibe fuera de leer, conversar, jugar al naipe…, o pecar? Y menos mal que así era, pues, de tener voto de silencio, el asirocamiento nos hubiese destruido. En otra de aquellas tardes casineriles, o lo que es igual, de bostezo infinito:



-Yo te conozco; de Coruña, creo… ¿No eras el novio de mi prima Ana?

-¿Era? ¡Sigo siéndolo…, salvo que ella mire para otra parte! ¿Por qué lo dices, así, en pretérito; me ha traicionado…?

-¡No lo sé! Llevo aquí desde Marzo… ¡Soy el farero! ¿Y tú?

-Acabo de llegar, que vengo hacer las prácticas de Milicias. Y estoy en el Casino por primera vez, con el Capitán de mi Compañía… Soy Labarta…

-¿De los Labarta de Santiago…?

-¡No, de Coruña; pero creo que en Santiago tengo parientes…!

-¿Así que de Coruña? ¡Qué lejos queda eso, rapaz!

-Lejos, no; ¡distante!

Raimundo aceptó la corrección y le tendió su mano:

-¡Pues bien venido, y ya nos veremos por aquí, que esto es un pañuelo…! Este que está conmigo también es gallego…, ¡pero de la tierra del nabo!



Después de aquella fugaz presentación, Raimundo me llevó aparte, y me dijo, visiblemente nervioso:

-¿Qué dedujiste de lo que me dijo ese Labarta?

-¿Qué había que entender? ¡Seguramente se sorprendió al vernos aquí, en el Casino, dos civiles!

-¡No sé; estoy torpe, y además, nervioso, porque Lucía me está espaciando las cartas, sus respuestas!

-No te extrañe, pues con tanto rollo la tendrás saturada. ¡Acabará aborreciéndote!

-No es eso; la cosa no va por ahí. Hay algo en sus últimas que…, ¡que me da malos indicios! Hoy la escribiré muy rotundo; ¡que se defina!

-¡A ver si logras el efecto contrario! Piensa que nuestras chicas son gallegas, que nos tienen lejos, y en estas circunstancias, una carta tuya pidiéndole explicaciones sin mayor fundamento puede interpretarla como si fuese la consulta del pleito contrario, es decir, que buscas un pretexto para enojarla, y dejarla sin novio!

-¿Lejos? ¿Distantes? Ese Labarta es un chico listo; ¡sí señor, lo es!

-¡Bah; en todo caso sería una cuestión semántica!

-¡De eso, nada! Aquí estamos distantes; y por ende, distanciados, distanciables. Esto no es el paraíso de Ifni, no señor; ¡aquí estamos en el castillo de If, te repito, y sin enterarnos!



A los pocos días me llamó Raimundo, a media mañana, por el teléfono de pared, de aquellos de manivela, que nos conectaba a las principales oficinas de Sidi Ifni a través de una centralita de Transmisiones del Ejército.

-¿Quieres algo de Galicia…? Estoy en Aviación, que iré por Gando, en la Estafeta.

-¡Yo pensaba irte a la boda…! –Le vacilé.

-¡Déjate de coñas, que estoy de luto! Se trata de que a estas horas seguro que ya murió mi padre…, que me pusieron un radio diciéndome que está grave, y que vaya inmediatamente! Eso, en gallego, que es lo nuestro, quiere decir que ya murió. Dejo en el faro a los auxiliares, que no da tiempo para conseguir que manden un suplente…

-¡Cuánto lo siento! ¿Y te dejan ir en el Junker?

-¡Amaños, que para algo estamos en el país de los amaños! En su “bitácora” de a bordo pondrán que voy a por piezas para cierta reparación del faro, para que no se apague… ¡Ya te contaré a la vuelta!

-¡Buen viaje, amigo, y no te alarmes, que ese radio seguro que te lo pusieron en esos términos para que consigas un permiso para ver a tu padre! ¡Tu tranquilo, eh Raimundo, que ahora hay penicilina…!



Aquel año trajera la esperanza de que las penicilinas, que empezaran a entrar de contrabando, vía, o mano, Iberia; era fama que se vendieron en la Gran Vía, en la trastienda del bar de Perico Chicote, años atrás, y ahora, generalizadas por toda España, si bien a un precio elevado, curaban toda clase de enfermedades, pero el cáncer galopante del viejo Facal no le permitió esperar vivo por la llegada del hijo ausente; ni a pesar de que pudo enlazar, en Canarias, con un avión nocturno de Iberia, de la línea Madrid-Guinea.

Raimundo sólo estuvo ausente cinco días pues apareció en el avión de Iberia del domingo, que era entonces el único día de comunicaciones directas con la Península, pero esta vez bajó las escaleras muy despacio, visiblemente sin ganas de pisar tierra ifneña.

-Por la corbata que traes puesta, y tu semblante…; ¡Cuánto siento que se haya cumplido tu presentimiento…!

-Ven conmigo al faro; ¿o tienes que recoger dinero?

-No; hoy no. Estoy aquí de casualidad…; o más cierto, para ver si venías. Las cajas del dinero nos las envían desde Las Palmas; si tuve remesa aquel día que llegaste fue porque viniste por Canarias, en el avión de regreso a Madrid. Estoy desocupado; y además, traje el fotingo…

-Toma el ticket, y ocúpate de mis maletas, que estoy alelado; lo que se dice a ras del suelo…



Ya en el faro:

-¿Y tu madre?

-Quedaba medio loca, y poco menos que insultándome por haberla abandonado a su soledad. ¡Venirse para aquí, por muy en Iberia que sea, y salir de aventuras, en un rocín, por los Campos de Montiel, es la misma quijotada! Don Miguel estuvo preso en Árgel, y nosotros lo estamos en Ifni. ¿Qué hacemos aquí, qué se nos pierde en estos páramos, o es que no les tenemos en la Península, muchos de ellos sin un triste pino! Estos días me harté de reflexionar sobre aquella réplica de ese Labarta: ¡Qué distanciados vivimos; y eso, además de lejos! La mejor prueba de que sobramos en este país la tienes en que eses señaleros suplentes, eses moritos, los dos, cubrieron mi ausencia, y creo que a la perfección; ¿o es que se apagó el faro…?

-Pero…, ella…, ¿con quién se quedó?

-La dejé en Coruña, con su hermana; si me dicen que mejora un poco de su neurastenia, entonces la traeré, ¡pero sólo entonces!

Me entrometí en sus peripecias:

-Esto acelerará tu casamiento, pues para traer a tu madre precisarás tener a tu Lucía…; ¡para atenderla mejor, digo!

Pero resultó una agravante:

-Ese es otro problema, que cuando viene una, nunca viene sola. También en eso tiene razón el Labarta, pues esa Lucía, esa niña mimosa en la que puse mis ojos y mi corazón, de seguida me preparó el relevo, que dio en relacionarse con un abogaducho de Coruña… Arreglaron, ¡o desarreglaron!, sus papeles con sello de urgencia, y a estas horas estarán en Madrid, o en el infierno, de luna de miel… ¡De miel, o de cuajo, que así se les corte la leche…!

Me quedé helado, y eso que el termómetro iba subiendo:

-¡Esta sí que es una sorpresa! Si no te merecía…, ¡me alegro por ti, y lo siento por ella!

-Recuerda que te dije que sus últimas cartas no olían a rosas… ¡Un momento! Mira, aquí tengo las mías, que tuvo, no sé si la elegancia o el desprecio, de devolvérmelas, y atadas con esta cita verde, el verde de la…, de la desesperanza!

-En Lugo siempre hubo la costumbre de devolver las cartas en casos semejantes, acaso para que no se pueda hacer un mal uso de ellas…

-Ahora que lo dices… Yo las debiera haber lanzado a la bahía de Coruña…, porque me queman en las manos…, pero se puede hacer una cosa mejor: Te las quedas tu…; si, tu, tú mismo, definitivamente, e igual que coleccionas sellos de correos, puedes coleccionar hechos y deshechos de este maldito Territorio, que algún día te servirán para fijar recuerdos, para escribir tus Memorias, o cosas así.

Quise rechazárselas, pero él insistió, y no me pareció caritativo establecer una porfía en aquellas circunstancias.

-Insisto, y te pido que, por lo menos de momento, te las quedes…, ya que no las he lanzado a la Bahía coruñesa, pero entonces me pareció que tirar al mar, a la suciedad de la Bahía, mis propias cartas, era tanto como dejarme caer por una alcantarilla…, ¡y aún me queda algo de dignidad!
Quizás fuese insana la mía, pero dejé actuar mi curiosidad de amigo:

-¡Te daría alguna explicación…!

-¡Bah; la madre que la parió, que fue precisamente ella, la suya, la que me llevó este paquete de las cartas, en una bolsa, al entierro de mi padre…! ¡Eso, para más joderme! En un aparte me dijo, como explicación o justificación, que no podía, o no debía, dejarla venirse sola, conmigo, para aquí…, ¡por si no se acostumbraba, y demás pamplinas! ¡Ahí tienes la diferencia: La mía, para que yo no perdiese mi oportunidad de mejorar de posición, me dejó venir, supongo que con harto dolor de su corazón, a sabiendas de que tenía a su marido, mi padre, con una dolencia incurable; y me la ocultaron para que viniese tranquilo!

Nunca tan de acuerdo estuve con Facal, y así se lo expresé:

-¡Desde luego, hay madres y madres, que una cosa es parir a los hijos y otra muy distinta sacrificarse por ellos…! Que Dios te eche una mano, que no tienes fácil tu decisión…; ¡eso, lo de irte con tu madre, o cumplir esta campaña, estos dos años! Pienso que ella acabará decidiéndose a venir, como hizo, por ejemplo, la suegra de Baylo…

-¿Fácil? ¡Ni fácil, ni difícil, que yo no puedo irme sin cumplir la campaña de dos años, que para eso firmé, dónde y cómo me dijeron…, salvo que pierda este empleo y vuelva al Seminario, donde tampoco me quieren! En el avión vine pensando que me debiera haber quedado otra semana, y pasarme por Herbón, a ver si me aceptaban los franciscanos, pero tampoco sería positivo, pues las mujeres, por mala experiencia que me diesen, van a seguir gustándome… ¡Con lo bien que estaba Adán, comiendo peras…, antes de apetecerle una Eva!

Si la eclesiástica era, y es, una vocación, la cartuja de Ifni también tenía, y exigía, su sacrificio.

-¡Malditas colonias, -exclamé, desde muy adentro-, pues en cierto modo nosotros estamos más sometidos que los propios indígenas!

-¿Ahora le llamas Colonia…; Colonia a este castillo de If?

-¡Raimundo, qué más da Plaza de Soberanía que Colonia, o castillo, o cuartel, o porras, si aquí, envueltos en nuestras grandezas románticas, artificiales, tenemos todos los lujos menos el de una familia normal, normal y relacionada, interrelacionada, que es lo principal en esta vida!

Aceptó mis reflexiones:

-Ese Aguilar disfruta cazando ciclóstomos, pero aquí lo que de verdad está cazando España son moscas…, ¡a cañonazos!

-Yo diría, como manipulador, o más exactamente, como manoseador, de los cuartos, que estas moscas las cazamos a pesetas: ¡cada mosca un billete de los de mil, evadido Dios sabe para donde, que yo lo único que realmente se, o constato, es que no doy traído, y despachado, cajas de ellos! Pero como tenemos que seguir aturando en las moscas, en las moscas y en los nativos, en las moscas y en los fajados, por mi parte te diré esa frase, o jaculatoria, tan cristiana: ¡Hermano, resignación, que Dios proveerá!

-¡Católica, dirás, pues Cristo, cuando se cabreó con los tenderos de aquel zoco, allí, en el atrio del templo, bien que les arreó!

-Ni tú, ni yo, tenemos látigo, así que, mi querido Raimundo, insisto: ¡Rezar y confiar, unos en los otros, por más que nos jodan, que en eso está la resignación de los creyentes! Y en estas circunstancias, tú, que tanta fe tienes, bien sabes que el “pasamiento”, lo de tu padre, es sólo eso, ¡pasar, y recoger el premio!

-Lo de mi padre, en efecto, es “pasamiento”, natural pasamiento, pero la putada de esa puta de Lucía fue una cabronada, ¡una cabronada al sufrido novio que se vino delante para abrirle camino, un camino de marquesa, con este sueldo y con este pabellón, que no los tiene en Coruña un Abogado del Estado, cuanto más ese abogadillo de tres al cuarto!

Como mejor era tomarlo a broma, se me ocurrió, y le dije:

-Le gustaron más las leyes de ese jurídico que las filosofías de un farero; ¡eso fue!

-Lo que le gusta a esa nascitura es la teta de su madre, que son dos mimosas, dos…, ¡ni sé cómo llamarles! Por tu parte, ya que te tienes por buen amigo, vigílame de cerca, que en esta desesperación igual me paso a los musulmanes…

-En este caso acertarías, pues ellos no se llevan sorpresas, que hacen los esponsales por escrito.

-¿Por escrito…? ¡Si, ahora que lo dices…; es cierto, pero, más que la he escrito yo…!

-Pero en tu compromiso no firmó ella…

-¡Eso fue! ¡Ni ella, ni la…, ni la madre que la parió; ni el padre que la hizo, si es que su madre le conoce!


Hecho un calamidad

Al credo musulmán no se pasó, pero anduvo cerca. Tres o cuatro semanas después del pasamiento de su padre, y con su sensibilidad también escachada por la defección de Lucía, se presentó un día en el Banco, a media mañana, todo desaliñado, hecho lo que decimos en Galicia, un bargallas.

-¿Qué, Raimundo; es que ahora te afeitas con tijeras, como los chivanis?

No le debió gustar mi observación ya que la pasó por alto.

-He venido para invitarte a café, en la Gloria.

-¿En la del Maestro Pepe, o en la otra?

-¡Dichoso tú, que te queda humor!

-Vamos, luego…, ¡ahora que no hay público!



-Quiero que me digas si es factible hacer una operación que consista en que mi madre, o en su lugar mi tía, si ella siguiese con trastornos, o no se administrase por sí misma, saquen dinero desde Coruña; pero todos los meses la misma cantidad, y si algún mes no retiran ese dinero, que les quede disponible para cuando lo necesiten, o les apetezca sacarlo…

-¿Entonces…, sigue mal?

-¡No lo sé! Ella me escribe a menudo, y sus cartas me parecen normales, y hasta de buen pulso, pero en las de mi tía la pinta peor. Con decirte que escribe Clotilde…, Clotilde es mi tía de Coruña…, que no le vuelva a decir que me iré de aquí para cuidarla mejor, personalmente, pues de la última vez que tal cosa se me ocurrió, ella dice que le entró un desespero, y que dijo que si hago eso, ella va a verse con Lucía y le retuerce el pescuezo. Ya ves: eso significa que ella considera que Lucía me hizo mucho daño y que me desarraigó de mi destino en Ifni. Tiene dos obsesiones: que por causa de su amancebamiento con mi padre, cuando yo nací, que luego me echasen, después de tantos años, del Seminario de Compostela; y que ahora, perder este destino, y malograr mi futuro, lo es por culpa directa y única de esa veleidosa, que me dejó por un abogadillo de secano, como quien dice, en las escaleras del altar!

¿Qué podría hacer yo por aquel prójimo, en semejante crisis? Le ofrecí:

-¡No sé qué podría hacer por ti, y bien que me gustaría animarte, que te veo como…, como caído por el acantilado del faro! ¿Quieres que ahora, cuando yo vaya a Galicia, para casarme y traer la mía…, ¡si es que no me planta en el ínterin!, traigamos con nosotros a tu madre? Probablemente, viniendo aquí, igual se acostumbraba, y mejoraba de ánimos; en tu pabellón, y con ese cocinero tan bueno que tienes, ella estaría…, ¡como lo que es, como lo que se merece, una gran señora!

-Nunca se arredró por las incomodidades… Te agradezco esa intención, pero como conozco las de ella, eso que me propones no es practicable. Siempre consideraría que su estancia aquí me dificultaría relacionarme con chicas, que estando ella temerían a eso que llaman “cargar con la suegra”, y cosas por el estilo. ¡Nada, que para mi cruz no hay cirineo que valga! ¡Maldito sea el día en que me enteré que aquí se ganaba tanto dinero!

-Ten cuidado, también, de no pasarte de rosca, pues el dinero en si no es cosa mala; el dinero es, son, en definitiva, los sudores acumulados, y las privaciones aceptadas, nuestras o de otras personas que se privaron de ese signo para que nosotros tengamos la seguridad de un futuro mejor. Ahora mismo, con ese dinero que le asignarás periódicamente, tu madre podrá tener mejores cuidados; mejores que si estuvieses de torrero…; no sé, allá por la Costa da Morte, y ahorrando peseta a peseta, mientras que aquí te sobran duros…, a montones!

Meneó la cabeza, como solía hacer en los desacuerdos:

-Tu filosofía es de agradecer, pero fácil de rebatir; mas, ni tú tienes tiempo libre para escucharme, ni yo ganas de polemizar. Vuelvo a estar en el fondo de las tinieblas…, ¡más o menos como cuando me dijeron que fuese cantar Misa a cas carajo, tal que a la Torre de Hércules! … No, aquí pago yo, que me dan asco estas monedas del César Franco, y tú las adoras! ¿Qué, se puede hacer eso que te dije…?

-En Banca, como en las Notarías, todo está inventado; sólo es cosa de instrumentalizar las operaciones… Eso que tú quieres incluso tiene un nombre tipificado: Se llama crédito simple rotativo acumulativo; internacionalmente, revolving.

-¡Lo que no inventen estos Cresos…! Entonces volvamos al Banco, que seguramente querrás tres o cuatro firmas…

-¡Una, una sola; pero con pulso!

-Si, hombre, sí; con pulso. Eso es fácil de decir cuando las cosas salen bien.

-¡O cuando las mujeres salen bien! –Pinché.

-Por si acaso, tu no cantes gloria hasta que el cura os eche la bendición, que lo de la mía fue un abogado, pero el tuyo puede ser uno de esos ganaderos de Lugo…, que dicen que hay Cresos en todas las corredoiras!

-Pero los tratantes del ganado a los que te refieres, esos no hacen versos a las chicas; su especialidad son los tacos!

-¿Versos…? ¿Tú? No me hagas reír, que maldito si de ello tengo ganas. Tú lo que haces son revolvings, y cosas feas de esas de los Bancos. ¡Sois tan analfabetos que incluso guardáis las letras en la caja fuerte…, por no saber qué hacer con ellas!

Me lo dijo riéndose, que era el mejor síntoma de su recuperación anímica. Lo celebré, y se lo manifesté sin rodeos:

-¡Hombre, eso sí que está bien; te está volviendo aquel humor cáustico, tan natural en ti!

Pero él no me lo agradeció:

-Si no fueses tan materialista, puñetero bancario, a tus años sabrías que el humor más sutil lo encontramos en la tragedia, y eso a partir de los griegos… Humor es aguantar a pie firme, y sonreír…, ¡aunque la procesión vaya por dentro!



Al día siguiente le dio de nuevo a la manivela, precisamente cuando me estaba haciendo las abluciones alcohólicas para quitarme de las manos las crías microbianas de los billetes. Me avisó el Ordenanza de que me llamaba “ese señor que enciende el faro…” El dichoso aparato, que no siempre proporcionaba dichas, sólo funcionaba para los civiles cuando el soldadito de turno, allá en Transmisiones, tenía una clavija disponible, que es igual a decir, cuando la excelentísima doña Tal se cansaba de hablar con la excelentísima doña Cual, a la que posiblemente no viera, ni oyera, desde la soirée de la víspera.

-Tardaste tanto en ponerte, que bien pensé que le estarías contando los billetes al creso de Boaida, and Company!

-Presumes mucho, pero aún no conoces a los Notables de nuestro, -y le subrayé lo de nuestro-, Territorio. Estos hermanos delegan los trabajos sucios en sus secretarios, que ellos sólo vienen al Banco cuando hay papeles de por medio… ¿Sabes, por ejemplo, que el Hach Lahsen tiene de chofer – guardaespaldas un canario fornido y fardón, un matasiete?

Subió la voz, como enfadándose:

-¡Mira, no pinches, que ya sabes que yo no preciso que me apliquen espuelas para sacarle los colores al mismísimo Señor de la Torre de Juan Abad…! A lo que voy: Ya sé que te lleva el diablo que te molesten con cosas particulares cuando estás en el Banco, pero es que se me olvidó ofrecerte una habitación, aquí, en el faro!

-¿Cómo dices; una habitación? ¡Oye, con cuidado, que este amigo es muy macho, y si cambiaste de tendencias, allá tú!

-¡No es por ahí! Estuve cavilando que puedo competir con Suerte Loca… Como tanto se cocina para uno que para cuatro, se me ocurrió organizar un cenobio, una cartuja, aquí, en el faro…, con la cantidad de habitaciones vacías que tengo!

Entoné el mea culpa por mi susceptibilidad infundada:

-Por supuesto que te agradezco esa atención, pero ya no me vale la pena porque sólo me queda un mes de soltería… Además, luego, estaremos en Suerte Loca, a la vuelta, dos o tres semanas, mientras nos retocan la casita de Martín Peñasco, la que alquilé en Fernández de Lugo…, que para eso quiero que esté presente mi dueña y señora; escoger las pinturas, algún cacharro, toda esa trangallada del menaje. ¿Lo comprendes, verdad?

-Entonces…; ¡el consomé a gusto del enfermo! Pero si cambias de parecer, o te deja la novia, coges la maleta y te doy una llave del faro. ¡Serás bienvenido!

-Te repito las gracias, pero también parecería que deserto del Suerte Loca, y eso de ningún modo, tanto que les debo a doña María y al Ayed, y a los compañeros de fonda, una compañía agradable, y tan cordial que, entre todos, cada uno a su manera, me hicieron olvidar que estamos en el culo del mundo, ¡y creo que nunca mejor dicho!

-¡Como quieras!

-¿Y del imperio, qué; a quién llevas contigo?

-Tenía pensado un cuarteto, pero en vista de tu deserción, o mejor dicho, de tu lealtad con los del Hotel, seremos una troika, un terceto.

Me permití bromear:

-¿Cómo es eso; formareis una orquesta?

-Ya te lo apunté: Será un cenobio; y le llamaremos…, no sé, seguramente la Troika de Alá, por no decir, la de acá! Pretendo que no sea un vulgar “imperio” sino más bien un cenáculo intelectual, un centro de estudios socio-políticos, Al Qu´ran incluido. ¡Dejaremos corta la “tertulia del Pombo”!



Me gustaba la idea; ¡de verdad!

-Eso te levantará la moral…, pero también os exponéis a que os destierren de Castilla, como le pasó a aquel Cid cuando se metió en política coránica, a la vez que dudaba de su “natural Señor”, aquello del juramento de Santa Gadea… ¡Y eso que entonces no había sátrapas, no había Generales Gobernadores Generales! Pero a todo esto, aún no me dijiste sus nombres, ¿o es un secreto masónico, de triángulo masónico?

-Esa pregunta sobra, macho, pues bien sabes que sólo se preocupan de la sociología indígena el Iruña de Iberia y el Docampo de Financieros.

-También Pedrito, el practicante; y alguno más… -Apunté, pero no hice diana.

-Ese vale, pero no cuenta…, porque está casado; ¡va por libre!

-¿No será al revés?

-¡Si tú lo dices…! Ven por lo menos esta tarde, a las siete, que empezamos las clases. ¡Apertura de curso, con champán de la Veuve de Cliquot incluido!

-¿Clases; de qué?

-¡De que va a ser, de árabe! ¡Ya que no lo estudian los gobernantes, lo haremos los gobernados!

Le aplaudí delante del teléfono, dejándolo caer, pero no sé si me escucharía pues, al retomarlo, la comunicación se había interrumpido. ¡Igual cortó el soldado de turno, al oír nuestras anarquías!


Relevos

En parte debido a las interrupciones del Facalito, el caso es que aquel día bajé a Suerte Loca para comer cuando sólo quedaba en el comedor el maestro Rivas, que era novato en la panda, pero no en el Territorio; le dieran una escuela en el interior, y no fue capaz de completar el curso pues enfermó en el poblado, no se sabía muy bien si del cuerpo o del espíritu. Este Rivas se curaba con lingotazos de whisky, que, según él, y su propio médico, Álvarez, es un vaso dilatador, “si se toma en vaso grande”. Lo agregaron al Grupo Escolar Masculino, y así, alternando entre el vaso y el encerado, si no iba a mejor por lo menos mal no vivía. Le saludé:

-¿Qué haces aquí, en solitario…; es que subieron a dormir la siesta?

-No; se fueron con Aguilar al café de la Marina. Yo me quedé para esperarte…

-Es muy amable de tu parte, pero podías haberle dejado ese aviso a Alí Ahmed.

-Te quiero hablar de la habitación… Bien sabes que la de Aguilar tiene muebles propios, que se los trajo de Canarias en el vapor Rio Sarela…; pues bien, se los deja a doña María.

-¿Qué me dices; licenciaron al Aguilar? ¡No puede ser, que yo tengo algún recomendado en su quinta, y ninguno de ellos vino a despedirse!

Rivas se explicitó:

-Ese Aguilar debe ser un enchufado de marca mayor pues consiguió que le manden con dos meses de permiso, y por si fuese poco, con la promesa de que, si para entonces aún non licenciaron su quinta, que se quede en Las Palmas, donde lo van agregar como mecanógrafo en la Delegación del Gobierno de A.O.E. ¿Qué, es un paniaguado, o no?

Mi comentario fue:

-¡Vaya; les sacó réditos a los whiskys que lleva pagados! Me alegro por él, que es un buen chico; e hizo más por el Territorio que medio reemplazo junto, que les ha dibujado medio centenar de pabellones… ¡Supongo que ahora podrá rematar su Arquitectura, por la que tanto suspira!

-¿Pero, no es aparejador?

-Sí, creo que sí, pero también tiene empezada Arquitectura Superior, en Madrid; y tan pronto como le den la licencia, piensa volver a la Escuela.

-Te quiero hablar del asunto de los muebles: Aunque el Aguilar le pidió a doña María que me pase a esa habitación, a la número 1, yo le propuse que, de momento, la disfrutes tu…, puesto que vas a traer a tu mujer y estaréis algún tiempo aquí, en el hotel.

-Si, es cierto; estaremos hasta que nos pinten una de esas casas de Xerrari, ahí arriba, en la calle Fernández de Lugo…; y quiero que quede a su gusto. Por eso te acepto y agradezco esta atención; aunque serán pocas semanas… ¡Quedo en deuda contigo!

-¡Tienes dos…, dos deudas!

-¡Ya te explicarás! ¿Qué más te debo…?

-¡El dinero que tengo en la libreta, en tu Banco!

-¡Eh, alto ahí! Que yo soy bancario y no banquero; tu depósito es con el Banco, y no conmigo!

-Bromas aparte, come pronto que nos esperan; ¡y ya sabes, oveja que bala…, whisky que nos perdemos!

-¿Pensaste en un obsequio de despedida para Aguilar…?

-¡Yo, no! Además no nos da tiempo, ni aunque lo pidamos por radio a Canarias, que mañana nos ofrece una comida, y pasado se nos va en el avión que baja de Madrid…

-Pero tenemos una solución, que yo conozco un maharrero que tiene unas bandejas de cobre muy…, muy típicas! Y ese relojero de la calle Seis de Abril nos puede grabar en ellas una dedicatoria nuestra. ¿Qué te parece?

-Me parece poca cosa para un gran amigo, y un gran animador de tertulias, al que le debemos momentos muy gratos en este maldito aburrimiento colonial.

-En todo eso estoy contigo, pero aún no terminé: Con la bandeja, y en la misma, le podemos servir una gumía de esas de cachas de plata, que las tiene el mismo maharrero.

-¡Siendo así…!

Dirigiéndome al Rivas:

-No esperes por mí, pues como andamos escasos de tiempo, desde que tome el postre, salgo para ocuparme de este encargo. ¡Ah, y díselo a los otros, para que no compremos dos cosas a la vez!



La despedida de Aguilar puso a hervir la cocina del Suerte Loca. El pintor, Regueiro, que aquellos días estaba de Rodríguez, pintó unas langostas traídas de la parte de Güera, en no sé qué barco, y que venían destinadas para otra mesa de más altura, pero el auxiliar – artista convenció a no sé quién, acaso a cambio de alguno de sus excelentes y expresivos dibujos de plumilla, que llegarían a valer una fortuna en manos de los entendidos. Ni que decir tiene que entre doña María y su Ahmed fueron capaces de aliñarlas con una salsa “thermidor” que recordaba las pompas culinarias del Marruecos francés. Por su parte, el médico Álvarez le cobró cierta minuta, ¡en champagne de la Veuve de Cliquot, a un nativo especializado en intercambiarles, de macuto, de contrabando, a los de la Zona, máquinas de coser y anís Machaquito, seco, ingrediente básico para las “palomitas” que se estilaban al otro lado de la frontera. El “chatka” ruso lo obtuvieron del Economato de Tiradores, vía Julio Simón, que se hiciera muy adicto de Aquilino, el comandante de Víveres. El resto de aquel banquetazo, record en Suerte Loca, lo agenció y preparó Alí Ahmed, como pudo, o como supo. En definitiva, que al Aguilar sólo le permitimos aportar los tabacos, que bien lo desvalijaran en otras esferas en sus dos años de mili, y no era cosa de apuntillarlo precisamente en el club de sus íntimos. Aquel banquetazo, con todo hacer época, no salió en el Semanario AOE por nuestra discreción; y bien que les fastidiamos pues alguno disfrutaría insertando una reseña acreditativa de que los civiles no teníamos tantos motivos para envidiar a los militares como por allí se decía soto voce.

La habitación de Aguilar, que denominábamos suite, a lo cursi, tuvo otro pretendiente de inmediato pues se enteró Acero, que era el Administrador de Correos, de la salida del soldado Aguilar, del soldado “conocido”, y no aquellos “desconocidos” a los que rinden armas los sobrinos del Tío Sam. Seguramente lo supo por los de Iberia, y se presentó, ipso facto, para pedírsela a doña María para el nuevo Interventor, que casual y coincidentemente era esperado en el avión de Madrid del domingo; tan oportuno, que sería apearse Martínez y subir Aguilar, con rumbo a su Gran Canaria. Pero el tal Martínez tuvo que conformarse con la número 3, y para eso desatendiendo una lista de espera considerable, pero Luis de Antonio y Acero tenía prestigio en el Territorio, desde Suerte Loca hasta el Palacio del Gobernador, hubiese o no censura en Correos.

Martínez resultó tan serio como su jefe; castellano seco, casado y con tres hijos. Traería a su familia cuando los chicos acabasen el curso, y entretanto, ¡a rezar avemarías!, como decían que hacían Regueiro y algún que otro “Rodríguez”, que casi abundaban tanto como las cuñadas, que ese problema sí que era cívico-militar!

Al parecer, lo llevaron de cena al Casino, pues yo de todo esto me enteré a media noche, cuando volví de mi invitación en el cenáculo del faro, donde empezaba a funcionar la Regla de Sidi Raimundo: Cena frugal y sobremesa coránica, sin bebidas alcohólicas pero con lectura e interpretación y discusión de las aleyas al azar, por donde Alá quisiese o permitiese. Aquella tampoco salía en el “AOE”, pues en ese caso, de divulgarse, la troika de “Alá” duraría menos de tres días. Algo se rumoreaba por el Casino de aquellas tenidas, medio masónicas, medio satánicas, medio místicas, pero con tantas medias y tantas contradicciones ni el Inspector de Ambiente de turno sería capaz de chivarse de lo que pasaba en aquel antro civil de Señales Marítimas…, puesto que no lo entendían!

-¡Vaya unas horas de venir a cenar…; no sabes la que te perdiste! –Me disparó Rivas, a bocajarro, que de tanto pegarse a mí luego iba pareciendo mi asistente.

-Cené con la troika del faro…; ¿y luego, qué, aquí también hubo extras?

-¡Cena y sobrecena, macho! Pero que te lo cuente el propio Martínez, mañana, ¡si es que aún está en el Territorio, pues mañana mismo, lunes, bien temprano, sale el Bernal, para Ceuta!

-¿Pero qué disparate…? ¡A ver, haz la pata coja, con el pulgar en la nariz!

-Que no, hombre; que no estoy bebido! ¡Se trata de que hubo una cierta representación… ¡Una novatada, otra, de las de película! 


Yo, inocente:

-Igual os dio por seguir con los ensayos de aquel entremés que preparábamos para las fiestas del Seis de Abril…

Pero mi gozo quedó en un pozo:

-¡Qué va! La función de esta noche, ya te digo, fue una novatada, ¡peor que la de los ciclóstomos!, un popurrí de comedia, drama y tragedia, todo en una pieza, a cuenta del pobre señor Martínez.

-Mira, Rivas, si me lo quieres contar al derecho, de forma que lo pueda entender, para de reírte…, o de lo contrario le pregunto al Ahmed!

-¡Ahmed, el pobre, de esta Misa no sabe gran cosa; está más intrigado que tú mismo, que para colmo ni sabe en lo que participó! Y si no, pregúntale a Álvarez, que ya vuelve… ¿Qué, le perdiste de vista, o es que no quiso volver contigo?

El recién llegado:

-¡No fui capaz de alcanzarle; y tampoco era cosa de gritar! Se fue a dormir a Correos, que desde la esquina del Zoco he visto como abría la puerta lateral, la que da a Seis de Abril… Me acerqué hasta el pórtico, e incluso fisgué por las ranuras de los buzones. Había luz dentro, e sentí remover, así que estará dándoles abrazos a las sacas que vinieron en el último de Iberia, o a las que tienen preparadas para darles salida mañana, por tierra, en el Bernal.

Consiguieron aumentar mi intriga:

-¡Que me coma el diablo si entiendo esta danza que os traéis, de puro aquelarre! ¿Qué está pasando aquí? A ver, tú, Álvarez, que eres más formal, cuéntame qué revolución es esta.

-¿Formal, Álvarez; formal, el propio revolucionario? ¡Ja, jaa, jaaa…!

-Cállate, Rivas, que mejor será que lo sepa por nosotros, y no por la víctima, ¡que Dios sabe cómo referirá ese Martínez su odisea!

Pero el Rivas no era capaz de controlarse:

-¡Ja, ja! ¡Con lo burro que eres, y llegaste a médico! Martínez no se lo contará ni a su mujer…; ni siquiera en persona, cuando venga! ¿Oye, pero, cómo entró en Correos, de noche?

-Estuviera allí, por la tarde, con Acero, y entiendo que por eso tenía las llaves…

Ya no pude aguantarles más, que empezaba a mosquearme tanto cachondeo:

-Como esto va de jeroglíficos, y aunque estamos en África esto no es Egipto, me voy a la cama, y mañana, si os place, me contareis el final de la película!


Este era aquel Sidi Ifni, y estas, y otras parecidas, las consecuencias de aquellos bostezos, de aquel aburrimiento colonial.


Trece y martes


Recién casados, y plenamente integrados en el Territorio

Aquella gente del Suerte Loca tenía más tentáculos que los pulpos, así que, a donde no llegaban, mandaban recado. Lo experimenté aquel día en que arribó a Sidi Ifni mi novia, que, y en virtud de aquellos poderes…, ya era mi esposa, oficial y canónicamente.

Después de tener a punto todos los preparativos, el Banco no me dio permiso para casarme. Alegaron en Madrid, ¡siempre Madrid, siempre la tiranía de su centralismo generalizado!, que yo fuera destinado como soltero, así que allí tenía que seguir, por lo menos hasta concluir mi primera campaña. Nunca supe si fue por no pagarme los gastos de viaje de mi mujer, o para no comprometerse a tener que proporcionarnos algún día un pabellón, como hacían otras empresas, o si en definitiva aquel Jefe de Personal, un viejo maestro sin hijos, me quería tanto que puso trabas a mi casamiento para que no me metiese en líos prolíficos, tan normales entonces.

Mi prometida, más fiel o más comprensiva que la Lucía de Facal, aceptó casarse por poderes, concretamente con los que envié a mi padre, renunciando al casamiento clásico de las notas de sociedad, es decir, a su “tul ilusión”; por consiguiente, creándome una deuda de gratitud para la que nunca tendré pago suficiente pues, para una mujer, eso de aceptar un apoderamiento matrimonial, merece una laureada.

Nos casamos un trece y martes, que fue otra de sus virtudes, situándose por encima de toda superchería. Y se fue para Ifni el trece del mes siguiente, que ya no era martes, demorándose por culpa de la modista, despedirse de sus alumnos de la escuela de Pousada, etcétera. Con estos antecedentes hace falta ser un animal sin alma para no dedicarle un capítulo.

Recuerdo como si fuese ayer, ¡que en el tiempo siempre es ayer, pues el hoy dura menos de lo que se tarda en decirlo!, que estaba recién inaugurada la nueva terminal del aeropuerto. Y allí me tenéis, con mi traje blanco de tela de kilo, atisbando al cielo en dirección Norte, cara al Grupo de Tiradores, que era por donde se aproximaba normalmente el avión de Madrid, salvo que los vientos estuviesen virados, rodeado de toda la población civil y de la mitad de los militares, por obra y gracia, al parecer, de la campaña de divulgación que hicieron mis locos de la Suerte. En esto, Facal, que me acompañaba, a mi lado, me dijo:

-Estás temblando como una vara verde; disimula, que se reirán de ti, y ya ves cuantos han venido para rendirle honores a la novia, Gobernador General incluido!

-¡Ya está ahí; falta un minuto!

Y con la misma, me puse a bajar por las escaleras de la terraza, pero a medio camino me detuvo uno de los mozos del aeropuerto:

-¿A dónde va usted…?

-¿A dónde, qué? ¡Bajo al avión, que llega mi mujer!

-Disculpe, pero, no se puede pasar!

-¿Qué es eso de que no puedo bajar al avión? ¿Sospechas de mí que sea un guatán, un suicida, de esos que ponen bombas en el Marruecos Francés? –Fue lo que se me ocurrió, nervioso y desconcertado por aquella retención, inesperada e inusitada.

-¡Le dije que no puede pasar; y órdenes son órdenes!

-¡Eh, Iruña, -que estaba bajando delante mía, -espera un momento, que me dice este auxiliar que no puedo acercarme al avión!

-Es verdad que no puedes; ¡órdenes del General! Ahí arriba le tienes, en el parterre, así que, si te atreves, discútele su propia orden!

-Pero esta prohibición…, desde cuándo?

-¡Acaba de decírnoslo!

-¡Entonces…, esperaré aquí, que de aquí no me muevo! ¡Maldito sea!



Mi cuasi mujer, matrimoniada en “rato”, cuenta que bajó despacio, mirando a todas partes, pues yo le dijera, por carta obviamente, que estaría al pie del avión, que era lo acostumbrado tratándose de una espera íntima. Tal parecía una paloma, con su abrigo blanco, ceñidísimo, de piqué, que seguramente la escocía pues allí teníamos, a tal momento, un calor infernal.

Alejada del avión, al llegar a mi altura, obviamente también, nos besamos, con más ternura que lujuria.

-¡Qué vergüenza, tu aquí, y todo el mundo mirándonos, que parecen estar en el cine…! ¡Ya pudiste bajar más escalones!

-¡Lo siento; ahora está prohibido!



-¡Enhorabuena, chicos; señora, bienvenida al Territorio!

-¡Mi General, también fue ocurrírsele dar esa orden, por primera vez, precisamente el día en que llegaba mi mujer!

-¿Qué orden?

-¿Cuál va a ser; la suya, de que los civiles no nos acerquemos al avión! ¿Tanto desconfía de nosotros?

-¡Yo no ordené tal cosa! ¿Por qué dices eso?

No supe que contestarle, ni podía hacerlo, pues en aquel momento la risa fue general en torno nuestro, de toda la concurrencia, que no era poca. Así, de momento, supuse que se debía a la novedad de la nueva Terminal, pero a los pocos me dijo Facal:

-¿Querías escamotearnos el espectáculo de un recién casado, besando como tal a su novia?

-¡Fuiste tú, eh mala avispa!

-¿Yo? ¡A mí el Gobernador me hace menos caso que a un grillo, y eso que soy su lucero, el lucero de la noche!

-¡Entonces sería nuestra harca…, con la complicidad de Sogorb, del Jefe del Aeropuerto! ¡Eso, seguro!

Nada, ni nadie, me contestó, así que voy a morir con mi ignorancia de si aquella enésima novatada “territorial” fue un engendro de mi propio club de la Suerte Loca, o iniciativa de aquel General Gobernador tan…, ¡tan pícaro, y tan holgado! Algo aquí dentro, en el pecho, me inclina a sospechar que aquel percance cuadraba perfectamente con el estilo de mi gente, de nuestros civiles civilizadores; y el Gobernador, por primera y única vez en su gobierno virreinal, se dejó aconsejar por los civiles, o más exactamente, por las mujeres de los militares, que esperaban gozar del espectáculo de nuestra llegada, un nutrido grupo de ellas, un grupo casineril, asomadas, expectantes, en la terraza del aeropuerto.

Otro siroco

Mi dueña y señora, después de pasar por las velaciones de nuestra Iglesia de Santa Cruz de la Mar Pequeña, se hizo famosa en la sociedad del Casino al precio de aquel beso tan bien representado en la Terminal del Aeropuerto; pero una cosa es ser presentada y otra distinta ser aceptada en consolidación de status en un estamento hermético. Esta consolidación le vino vía crucigramas, pues por entonces, como un juego social más, el Semanario AOE tenía establecido un premio semanal de cien pesetas; y mi maestrita, a falta de escuela, quiso enseñar el léxico que sabía resolviendo aquellos crucigramas, que no debían ser tan fáciles puesto que sólo atinó tres o cuatro consecutivos. El domingo en que falló, apareciendo otro nombre como ganador, se dio por dimitida y satisfecha, que tampoco era cosa de provocar envidias en aquel ambiente pseudointelectual.

Dentro de esta acreditación, y relacionándose más bien con las esposas de los oficiales, tanto por homologación social como por entendimiento generacional, la mixtura tuvo sus dificultades, que no son referibles por ininteligibles, fuera de aquel contexto.

Estando en esa conquista de status lo fácil, lo normal, era recibir desaires, o casi, casi, sirocos, pues a esa enfermedad aún eran más propensas las mujeres en el A.O.E. por las simples circunstancias de su aburrimiento, incrementado por la vaciedad que les producían los usos y servicios, incluso hogareños, de los asistentes de sus maridos. Se dio la coincidencia de que andaba a la conquista de hueco, de espacio, en el Casino, Fátima von Cancela, que tal fue como la bautizamos, mi mujer y yo, en nuestra ficha íntima. A esta Fátima, que no Fatima, acababan de abrirle las cancillas del Casino por ascenso a teniente de su brigada de Oficinas Militares, y en esa situación no le sobraban contertulias que la aceptasen. La simbiosis les fue regular porque la mía mariposeaba entre las tenientas y las capitanas, amén de la esposa de algún privilegiado civil admitida al Casino, sin mayor interés o prisa por cerrar amistades, mientras que su amiga, recién ascendida, se deshacía, se cuarteaba en todas sus costillas, por hacerse perdonar la procedencia no académica de su marido.

En aquellas tiras y aflojas ocurrió la discusión que tanto nos definiría las posiciones respectivas de aquel entramado casineril. La increpó:

-¡Pero, chica, qué ordinariez! ¿Cómo se te ocurrió eso, cenar en la casa de los Selgas cuando todo el mundo sabe que su mujer está enamorada del taxista moro?

-Tampoco se puede difamar, Fátima, -terció la mía, -pues esos dimes pueden ser bulos, apariencias; y si no, dime: ¿quién les vio algo anormal, como por ejemplo, andar juntos por la calle, o hacerse los encontradizos, o coger su taxi para irse al Parque, o a cualquier sitio retirado?

La “von”, racista y escandalizada:

-¡Pues, quien; la vimos todos, menos tú, al parecer, que sólo miras para dentro de ti misma! ¿Qué va a suministrar al economato de Tiradores? ¡Pues, hala, coge el taxi del Chelja! ¿Qué baja a la playa, con lo cerca que la tenemos? ¡Pues la lleva el mismo! ¿Quieres más pruebas?

La mía se había empeñado en deshacer comidillas, que allí eran diversiones, salsas, del más puro colonialismo:

-Mujer, todo eso pueden ser simples coincidencias, ¡o comodidades! Y si coge taxis para subir al Economato, eso se debe a que los Maestros no tienen un asistente que les baje el pedido en una de las guaguas del cuartel. En cuanto a eso de la playa…, ¡no sé, pues cada cual es cada cual! Yo bajo andando, pero ella está gordita, e igual no puede non sus carnes. Aparte de que ese taxista, aunque sea musulmán, no tiene prohibido llevar infieles…; ¡ni vernos el bañador, las nalgas, a las infieles!

-¡No, mujer, como los otros no es, que ese no tiene una religión limitativa! Y luego está eso que dicen de que los moros…; ¡que los moros son especiales para los deportes íntimos!

La mía, que cuando cree estar en posesión de la verdad, también es tozuda:

-¿No será más bien que tengan una amistad conjunta porque ese taxista sale a veces de caza con el Maestro Selgas…? Creo saber que suelen ir los cuatro, y no es la primera vez que vuelven con jabalíes, e incluso con gacelas!

Las porfías del Casino eran de órdago a la grande, acaso por las circunstancias antedichas.

-¡Él a su mujera no la saca nunca, ni en su propio taxi…, que me lo dijeron!

-Fátima, que no me dejaste terminar: Los cuatro son, Selgas, el Chelja, Facal, y mi propio marido. El mío nunca me habló de esos chismes, ni me dijo nada en contra de ese supuesto conquistador, de ese…, de ese, para ti, Don Juan!

-¿A ti? ¡Tú eres una recién casada! ¿Y sabes si el Selgas hace intercambio de parejas con el Chelja? ¡Aquí todo puede ser, que estos nativos son unos degenerados, una raza en descomposición!

En esta contienda estaban cuando nos aproximamos a su mesa Cancela y yo.

-¿Qué; dándole a la canasta, y de paso a la lengua? ¡Esto sí que es vida, y no la que llevabas en tu escuela de Pousada!

La mía:

-Dándole a la canasta, en efecto, y también a la lengua, que por cierto venís muy oportunos porque aquí Fátima acaba de meterme en un dilema…

-¿Hace trampas? ¡Pues págale en la misma moneda; ya sabes que en el juego, en la guerra y en el amor, todo vale!

-¡Ni me las hace, ni yo me dejaría! La cuestión es otra: que nos propone hacer juntos la cena de Navidad, ¡con lo que aún falta para eso!

No entendí nada de aquella proposición, a tanta distancia:

-A mí me gustaría, que me llevo bien con tu Cancela, pero el caso es que yo tengo ciertos compromisos con mis colegas del Banco…

En esto terció el propio Cancela, que estuviera conmigo en la barra y ya estaba algo chispo:

-No le hagáis caso, que si mi mujer se aburre, me tiene a mí, un chicarrón del Norte!

¡Dios, cómo se puso aquella “von”; le pasaron todos los colores por sus mejillas ya un tanto arrugadas, y se quedó con el morado!

-¡Tú también andas con malas compañías, borrachuzas! ¿Y tú, mal amigo, por qué le dejaste beber más de la cuenta?

-¡Je, je; la cuenta la pagó él, que me las debía…, de una apuesta! ¿No es cierto, paisano? ¡Paisano, y sin embargo, amigo!

Fue mi mujer, siempre prudente, quien dio el lance final:

-Propongo que nos vayamos para casa, para que enfriemos, todos, un poco; y mañana os invito para tomar café en la nuestra, que prepararé un pastel de zanahorias y de coco, que os chupareis los dedos. Aquí las vitaminas son tan necesarias como el pan…

Remedio santo, pues sabiendo lo golosa que era aquella Fátima, aquel pastel endulzó y consolidó unas relaciones amistosas que estuvieran en un tris de irse al garete; desde entonces, amistosas, pero, ¡vigiladas!

Al día siguiente dormimos con la felicidad de haber salvado aquella amistad con nuestra paisana, ya que es en la emigración donde aflora la masonería gallega; siempre y de siempre:

-Por esta vez la trajiste al surco, pero no abuses de la miel con las moscas, que después vienen los ascos; y si esa chica tiene defectos y presunciones, a las otras amigas que hagas aquí tampoco les sobrará virtud, que bien ves que el Territorio, como en las películas coloniales inglesas, tiende a deformar las personalidades poco formadas.

-¿Virtud? ¡Pero si todas son encantadoras; tanto, que ya empiezo a ponerme celosa…!

-¡Que poca Psicología os dieron en Magisterio! Todas, o por lo menos, muchas, están tan pagadas de sí mismas, y tan deslumbradas con las estrellas de sus maridos, que se creen diosas, diosas y santas; aquí, a mi entender, una de las pocas que yo subiría a los altares es a la señora de Hortal, la del Registrador de la Propiedad, que por eso los echan del Territorio!

-¿Qué me dices? ¡Fátima, con lo cotilla que es, y nada me dijo!

-A esa Fátima cristiana habría que llamarle Fatima, así, en árabe, que por lo visto está más preocupada por el affaire Chelja-Selgas que por la injusticia que se les hace a los Hortal…

-¡Me dejas…, como decimos nosotros, abraiada! Me parece que esta noche voy a soñar con ellos; y mira que la traté poquísimo, siempre con otras personas delante, pero con ella sí que no me falla la psicología, que bien se aprecia que son un matrimonio modélico, y muy religioso. La mujer de Hortal fue locutora de radio en la cultísima Salamanca…

Me jacté de mi veteranía ifneña:

-Pues por eso estorban a más de un mandamás; o mejor dicho, a más de una de esas que mandan más aún que sus maridos…

-Me dijeras que aquí el Registro, tal y como está administrado el Territorio, casi sobra. ¿Entonces, lo cierran; las fincas, las pocas huertas que tenemos, y las casas, pasan a ser de todos, o de nadie?

-Fue precisamente Cancela, que ya ves que está con esa fiebre de los conversos, tan propia de los tenientes que acaban de salir de suboficiales, y por ello se pasa todo el día adorando en sus jefes, aparte de que es un métome-en-todas-las-conversaciones, entienda o no del tema, que me dijo que el Registrador se va por culpa del catecismo…

-¿Así que incluso peligramos ayudando en la catequesis?

-¡Ya lo ves! Ándate con prudencia; y a los chichos que no se enteren de nada, precisamente a esos, dales caramelos, para que no vayan con quejas a su casa, y allí que les eduque su madre en vez de irse al Casino, pierna sobre pierna, enseñando la braga.

-Ahora que lo dices…; ¡hasta será así, pues Conchita Hortal mucho pelea con los niños! Y por otra parte, ella se ocupa de los mayores, así que la pobre se desgañita para poner un poco de orden con estos dictadorzuelos…

-Pues ya ves, lo que se dice orden fue la que le dieron a su marido, que tienen que hacer las maletas…, en quince días!

-¿Y lo pueden echar así, sin más, de un cargo civil? –Mi mujer, aclimatándose aún.

-¿Cuántas veces tendré que decirte que estamos en el virreinato de Ifni? Con una particularidad, que en América les sometían a un juicio de censura cuando finalizaba el mandato virreinal.

-Estas cosas no creo que pasasen ni en aquel castillo medieval del señor García de Herrera… ¿Será cierto que estamos en el siglo XX?

-Antes pasaban otras, pues la civilización, como bien sabes, es bastante pendular. Pero trata de dormir, que lo necesito, que en mi trabajo, si no estoy despierto, daré los billetes de dos en dos, y con las bodas de las cuñadas ya hacemos regalos suficientes!

-Te ha contagiado el Raimundo, que tu no eras así de mordaz con el prójimo…

-¿Prójimo, próximo, es el que está más cerca, no?

-¡Dejémoslo en esa acepción! Y dame las buenas noches…

-Tienes razón, querida; de acuerdo, dejémoslo así, que no es próximo quien vive en la luna, en la creencia de que los demás somos un atajo de asistentes, por más que ya estemos licenciados del Ejército. Pero esto, te repito, ya es más que cuartel: es un virreinato, un sueño imperial…; ¡una paramera, en todos los sentidos!


Morriña navideña

En la luna, en la luna de miel, los días, las semanas…, tienden a ser breves, así que, a los seis meses de llegar mi mujer, ¡ya era Navidad!


Las Navidades, en el Casino.

Al día siguiente, y como siempre, ¡Casino!

-¿Qué os pasaba en esa otra mesa, que tanto se pavoneaba la mujer del maestro Conchado?

-¡Y no es para menos! ¿Sabías que ella fue una brillante jefa de la Sección Femenina; al parecer una de las preferidas de Pilar Primo de Rivera? ¡Cómo te lo digo, íntimas amigas! ¡Que de sorpresas nos llevamos en esta vida…; en esta vida imperial, como tú la llamas! Yo, aquí, me siento acomplejada, recién venida del campo, y metida de rondón entre esta gente de alcurnia…

-¡Vaya, vaya; y a pesar de eso, se casó! ¡No te digo…! En Madrid decían que Pilar era un marimacho…; ¡pues no, no señora, que ya ves qué amigas tan femeninas tenía, pues esa Marina está, es..., otra Eva, aquella de las tenciones!

Me miró con ojos de confesora:

-¡A ver si andas mariposeando con mis amigas, y después nos levantan cuentos por el estilo de ese de la Dora Selgas con el taxista! Aquí, con tantos artistas, se precisaba un teatro…, para que ejerzan esa profesión!

-¡Celosa!

-¿Quieres mejor seguro? ¡Donde no hay amor, brotan los celos! ¡Son un cultivo de secano…, y para secano, Ifni!

-Ahora en serio; -y así tuve que ponerme; -a mí me parecieron un matrimonio bien avenido.

-Con ella, con Dora, conversé de temas religiosos y me pareció una creyente profunda, una creyente con alegría, que es como me gustan, pues para brujas tuve bastantes compañeras en aquella Normal tan anormal de Lugo, que mucho arrastrar las sayas por las escaleras de la catedral, acaso para buscarse un enchufe, y desde que aprobaban, viva la Pepa!
…/…
Pasa a
CACERÍA… -III-
Xosé María Gómez Vilabella


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