sábado, 7 de junio de 2008

JUVENTUD BANCARIA -III-




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Oposiciones

Fachada austera y grandiosa. Enrejados artísticos a la vez que consistentes en las ventanas de los bajos. Portada inmensa con armazón de hierro y entrepaños de cristal; sobre esta, con caracteres de bronce, el lema social de aquella empresa que palpitaba dentro de aquellos muros tan sólidos, con seguridades de castillo y con la elegancia de un palacio principesco: BANCO DE CRÉDITO Y AHORRO.

Madrugada serena en el despertar de la ciudad. Aún había poca gente en la calle y ésta, casi toda, formada por chicos sonrientes y esperanzados que se paseaban por las inmediaciones del Banco. No llevaban libros, pero tenían aspecto de estudiantes: esa mirada vivaracha, ávida de observarlo todo, de los intelectuales jóvenes; una estilográfica o un bolígrafo en el bolsillo superior de la americana, y, de vez en cuando, miradas de acecho a las puertas del Banco, pendientes de que sonase la hora de aquellos exámenes de ingreso para la escala administrativa.

Minutos antes de la hora fijada, un conserje abrió las puertas, y los concursantes fueron pasando al patio de operaciones. Este era amplio, severo y elegante: mármoles de Carrara; escritorios de caoba para el público; mostrador circundante de madera tallada, con ventanillas de plástico en una mampara del mismo material, sostenidas por columnitas afiligranadas, de bronce; en cada ventanilla un cartelito indicador de la clase de operaciones a que estaba dedicada la parte de oficina interior a ella correspondiente, leyéndose las denominaciones de Caja, Giros, Cuentas Corrientes, Cartera, Cambios, y Créditos. En el interior, y en varios pisos, funcionaban las secciones de Contabilidad, Secretaría, Correspondencia, Caja de efectos y Cupones, y otras subdivisiones de las anteriores, que se encargaban de cuantos trámites no tenían contacto directo con el público y que, por consiguiente, no precisaban ocupar un espacio en torno al patio de operaciones.

Los opositores, evocando el artículo 175 del Código de Comercio, que tal vez les iba a ser preguntado como materia legislativa fundamental para la existencia y funcionamiento de un Banco, fueron dándose cuenta de la misión de cada ventanilla denominada, y asociando esta con los diez puntos del artículo generador, se explicaron prácticamente diversidad de lecciones del cuestionario de legislación mercantil. En consecuencia de estas atribuciones que da el Código, y de ampliaciones modificativas posteriores, surgieron las ventanillas bancarias como enlace y vínculo entre el negocio y el cliente, como conjunción financiera entre el capital estable –ahorro o depósito circunstancial- y el capital operante de las masas industriales. Las ventanillas complicaron y extendieron su radio de influencia y originaron derivaciones que en los tiempos modernos necesitaron alzarse a buen número de pisos buscando espacios higiénicos y cómodos para el personal oficinista, y también descender tierra adentro para edificar sótanos seguros y resguardados a la curiosidad malsana, para instalar las cajas de seguridad de efectivo, valores y depósitos varios, en las que custodiar los capitales de movilidad relativa.

¡Qué lejos quedaban los cambistas de Egipto, de Babilonia, de Fenicia, de Grecia, de Roma, y de todos los pueblos cultos de la antigüedad; y tampoco estaban próximos, en orden de perfeccionamiento, los banqueros particulares de la Edad Media!

Basándose en la necesidad de conocer la evolución de la cosa, para comprender el alcance de su estado actual, y para apreciar la garantía de perfeccionamiento que da la raigambre de los principios transformativos, el programa de aquellas oposiciones comprendía una reseña histórica de las organizaciones bancarias, y ese retazo de historia se hacía estadística al considerarlo a través de la contemplación del aparato bancario moderno.

En los escasos minutos de espera de aquellos opositores, paseándose por la sala de operaciones, pudiera muy bien ocurrírseles paralelizar entre la función de aquellas oficinas modernas y las de otros tiempos pretéritos. En la nebulosidad histórica del pasado, hartos los hombres de trasegar mercancías para permuta de bienes imprescindibles o convenientes, se les ocurrió crear un nuevo dios; en la generalidad de los pueblos paganos una divinidad nueva no eclipsaba a las anteriores, y así nació “poderoso”, como rezan sus mitos, el ídolo deslumbrante de todas las gentes: nació la moneda como instrumento portátil de adquisición genérica, como ensambladura entre la producción y el consumo, facilitando y estimulando ambas actividades y, por consiguiente, dando vida activa a la relación de utilidad común entre los individuos, pero también entre las naciones. Por entonces surgieron, también, los precursores de la leyenda negra de los Bancos, aquellos cambistas trapicheros que sólo tienen de común con las organizaciones financieras actuales, legal y moralmente establecidas, el traficar con un mismo artículo de comercio cual es la especie monetaria. Fulleros y cuanto se quiera, aquellos cambistas dieron vida insustituible al comercio interior y exterior de los pueblos, facilitando la circulación fiduciaria de las monedas nacionales, así como la permuta de las extranjeras por otras de necesidad preferente. Será muy rudimentario el préstamo, pero ya estaba en vigor otra finalidad primaria de la Banca cual es la de facilitar la circulación y subdivisión de la moneda.



La labor de los cambistas, aún con las deficiencias del reducido monto económico de sus capitales individuales, se hizo tan útil a la sociedad que ésta, lejos de aniquilarla, le facilitó medios para su amplitud y perfeccionamiento; y no hay razón más obvia para defenderla puesto que las creaciones nulas o negativas al progreso de la civilización resultan destruirse en un breve lapso por la fuerza misma de la cultura, que avasalla y aísla los obstáculos que no cumplen a su función benefactora de la Humanidad. De los cambistas fueron tan solicitados sus servicios y su capital que necesitaron organizarse para mejorar el lucro de sus actividades a través de la oportunidad que se les ofrecía; así dieron lugar a una continuación técnica de su negocio en los banqueros de la Edad Media.

Tomó seriedad el cambio y el préstamo al establecerse los banqueros con domicilio fijo y público, al contraer obligaciones documentarias con los proveedores de numerario, al asegurarse por igual procedimiento sus derechos crediticios, y alboreó el gran movimiento mercantil de la Era moderna. Para facilitar aquella expansión financiera los escribanos estudiaron la exigua aplicación de los clásicos recibos, y a fuerza de introducir en ellos modificaciones adaptadas al tipo de cada operación nueva, surgen los documentos fundamentales del crédito y del giro: albalaes, pagarés, letras cambiarias y varios otros de aplicación determinada a operaciones definidas; estos documentos, aunque relacionados jurídicamente con los originarios de operaciones tipo, se van multiplicando en el orden geométricamente progresivo con que aparecen todos los descubrimientos y todas las transacciones mercantiles, de modo que para cada idealización nueva la Banca se encarga de proporcionar documentos específicos, simplificadores. Así como de cada invento surgen derivados, y cada aplicación de éstos motiva otros inventos divisionarios, así se extiende la organización burocrática acudiendo a todos los llamamientos del progreso; mas no se complica por su numerosidad ya que la ingencia de asuntos que competen a la Banca se simplifica asociándose por concreción de materias, para desembocar en orden por las ventanillas del patio de operaciones como ademán íntimo, de abrazo, entre la especialización correspondiente y los deseos del factor público que la precise.

Para no entorpecer el funcionamiento de locales con servicio directo al público, las mesas de los exámenes se instalaron en una sala de cajas de alquiler todavía desocupadas. Un ordenanza rogó a los opositores que bajasen al primer sótano, enclave del aula improvisada. En la mesa de cabecera esperaba el tribunal, constituido por altos mandos de la empresa, de amplia formación moral y técnica, seleccionados para tan delicada misión por su reconocida imparcialidad, preparación técnica y rectitud de juicio. Las paredes del local aparecían materialmente tapizadas por armarios metálicos, salpicados de cajetines clasificados por series y números de orden. En aquella especie de ficheros, bajo un llavín que se entregaría al cliente, y otro de tipo uniforme que se reservaba el cajero de valores, obrando en delegación del Banco para aquellas funciones, se depositarían, igual que ocurría ya en los departamentos contiguos, con seguridad plena frente a las eventualidades de hurto, incendio, extravío y tantas otras, valores, joyas, planos, documentos importantes y cuantos objeto tuviese a bien confiar el cliente a la organización bancaria, satisfaciendo por ello unos derechos de custodia mínimos.

Los opositores encontraron en sus mesas el material adecuado a los ejercicios que se precisaban; escribieron su nombre en cada carpetilla para personificar y responsabilizarse de sus trabajos y para la confronta caligráfica con la instancia de oposición que obraba en el Banco, a fin de identificar la personalidad del examinado; en las mismas carpetillas tenían el cuestionario de las materias a tratar en aquel ejercicio, eliminatorio, de cultura general.

Con intervalos de varios días, que permitiesen a los opositores despejar el nerviosismo del examen anterior, se celebraron los restantes ejercicios de mecanografía y de materias mercantiles, contables y legislativas, de operaciones matemáticas de precisión y rapidez, así como el oral acerca de operaciones bancarias.

El examen de cultura general había depurado la masa opositora haciéndose con él un verdadero “test” que demostrase la capacidad intelectiva de los aspirantes a ingreso y obrando de verdadero tamiz que sólo dejase libre acceso a aquellos que prometiesen convertirse en empleados cultos y competentes para las tareas de relación y de responsabilidad a que iban dedicarse; quedaba, pues, para los ejercicios definitivos, un grupo de opositores selectos, de los que sólo pudieron aprobar aquellos que por orden de puntuación ocuparon los puestos correspondientes al número de plazas; entre estos estaba Queimadelos y, un poco más abajo en la lista, Mauro Aldegunde.

A los opositores declarados aptos para el examen eliminatorio pero que no alcanzaron en el técnico una puntuación del orden de plazas a cubrir, les reservaba su destino continuar preparándose para una nueva convocatoria, en aquel o en otro Banco, o especializarse en otra clase de conocimientos que se diese mejor a sus aptitudes y a sus inclinaciones.

Abrazos gozosos y exclamaciones de júbilo entre los aprobados el día en que se publicaron las calificaciones del examen final; miradas huidizas y hurañas de cuantos no alcanzaron puntuación suficiente, cobardía frente a la vida, dispersión callada y doliente, con el ánimo herido, vacilante y vencido, iluminado tan sólo por la esperanza de triunfar en otra ocasión. Así es el paralelo de reacciones entre aprobados y suspensos, entre victoriosos y vencidos.

Algunos ojos no acababan de creerse la realidad de las listas pues a los afortunados les parecía imposible haber aprobado, y a los eliminados les decía el instinto de propia defensa, de justificación moral, que también merecieron figurar en aquel cuadro honorífico. Mas lo cierto es que un tribunal numeroso y competente contrarresta en sus miembros toda inclinación personal, resultando decisiones de alta rectitud e imparcialidad; queda tan sólo la coincidencia, bastante improbable en exámenes de amplio temario, de que al examinando le correspondan ejercicios poco comprensibles u olvidados, mientras que su formación sea profunda en otro orden de cosas, y también la de que al examinarse atraviese un momento síquico de perturbación intelectual motivado por problemas presentes de índole familiar o personal, e incluso complicaciones eróticas tan delicadas en la edad estudiantil, pero cuando estas situaciones conducen al fracaso no pueden imputarse al tribunal, ni tampoco al individuo, sino a una fatídica concurrencia en momentos necesitados del máximo despeje y concentración.

Tantas como individuos fueron las emociones personales que siguieron en continuidad a las comunes experimentadas por la lectura de la relación de aprobados; cada opositor asociaba el éxito con sus necesidades o con sus ambiciones, con sus esperanzas realizadas y con otras nuevas que nacían al amparo de aquella realización.

En Mauro Aldegunde florecía la certeza de una venganza terrible contra el profesorado de la Facultad de Santiago; ya tenía trabajo para subsistir, así que seguiría estudiando el alcance y solidez de sus teorías; pediría traslado si le adjudicaban una plaza alejada de Santiago ya que pensaba volver a los estudios universitarios; luego publicaría libros sensacionales divulgando su doctrina; alcanzaría la fama y sería un verdadero pedagogo para la sociedad ignorante de la filosofía panacéfica que él creía representar. Quién sabe si algún día aquellos catedráticos que le suspendieran en Filosofía y Letras no se postrarían a sus pies confesándose ignorantes e incultos. Aquel aprobado obró de verdadero combustible de su pira anárquica y reformadora, sobre cuyas cenizas esperaba ser el fénix de un progreso universal e infalible.

En Queimadelos, por su parte, había una liberación de la infinidad de problemas que traía consigo su situación de parado; se le terminaban aquellos ahorros de cuando trabajara para Rancaño, el negocio de los anuncios luminosos apenas compensara, otro tipo de empleo no aparecía, y sólo quedaba la cruel alternativa de regresar a Lugo, a la casa paterna, en la que esperar la oportunidad de una nueva colocación; por consiguiente, soportar la humillación de que Chelo le viese en su infortunio. Respiró con entusiasmo y con alivio al ver su nombre en las listas; explotó en su ánimo una emoción desbordante que le hizo vibrar físicamente, sintiéndose fuerte y vacilante a un mismo tiempo; fuerte ante los azares de la vida creyéndolos dominados al conjuro de aquella consecución laboral, y vacilante en sus determinaciones del momento, por estupor emotivo, incapaz de saber cómo conducirse íntima y socialmente. Vio a Mauro Aldegunde, con otros aprobados, deshaciéndose en algarabía, abrazándose y celebrando el éxito con gran alborozo; mas no quiso acercarse a ellos para que no le privasen de la soledad que le apetecía en aquellos momentos a falta de alguien íntimo a quien confidenciar su satisfacción.

Salió del Banco y vagó un buen rato por las calles céntricas de la ciudad, sin detenerse en nada y sin saber adónde ir; su estado anímico era de una concentración optimista que le aislaba por completo del mundo exterior, en el que caminaba como un autómata. De pronto se trocó su desconcierto en avidez religiosa, se acordó de Dios inspirado por su formación católica, de que el Sumo Hacedor le había permitido aquel bien, al que aún no había correspondido con el oportuno agradecimiento, y mientras se dirigía a la iglesia de los Jesuitas, para postrarse en acción de gracias, fue considerando cuán interesante le era a él lo que fue maldición y castigo en Adán: el trabajo, que es sedante de las pasiones y medio insustituible de subsistencia humana. Al salir de la iglesia puso un telegrama a su familia comunicándoles la nueva de su admisión en el Banco de Crédito y Ahorro.

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Ingreso


Pocos días después los veinte aspirantes aprobados requisitaron en el negociado de Personal la filiación precisa para la apertura de su expediente personal, verdadera biografía de desarrollo constante donde se iría plasmando toda la actuación del empleado para servir de prueba de juicio en las ocasiones de modificar la categoría del titular, o en cualesquiera otras de índole laboral que pudieran presentarse. También se les cumplimentó la solicitud de admisión del Sindicato de Banca y Bolsa, así como los registros interiores de inscripción en la Mutualidad y en los Seguros Sociales. Finalmente, por la sección de Haberes se les hizo la ficha de sueldos para incluirlos en nómina y en el escalafón general.

Ya tenían asignado el departamento en que empezarían a prestar sus servicios. El mismo tribunal de exámenes, en reuniones expresas para ello, hizo la distribución a la vista de las vacantes de cada negociado, procurando destinar a los veinte aspirantes en compatibilidad con las inclinaciones demostradas en los exámenes; con ello se pretendía facilitarles su adaptación al trabajo, al propio tiempo que se beneficiaban los distintos servicios encomendándolos a personal de formación adecuada.

La visión mecánica de la organización interior de un Banco es la de un motor polifásico en la que cada aplicación está conectada al eje matriz de la dirección general; estas conexiones se vinculan a las sucursales a través de una Inspección general, que es el órgano fiscalizador de la empresa, y está documentado por los servicios de asesoría jurídica, estudios económicos, estadística, informes comerciales, y otros complementarios, que le permiten exponer al Consejo o a los dignatarios rectores las probabilidades y alcance de riesgo de las operaciones propuestas por los distintos negociados o dependencias.

Aquella promoción de personal administrativo inició sus actividades en una misma fecha, distribuida en los diversos negociados del Banco; y simultáneamente empezó su asimilación de las normas internas de trabajo: fueron dándose cuenta del engranaje de la empresa, primer conocimiento necesario para la vida de relación entre las actividades de la entidad a fin de que cada especialización se orientase en orden a la efectividad del conjunto financiero.

Veinte jóvenes comenzaban a actuar. Como ellos empezaran infinidad de promociones en distintas fechas y en distintos Bancos, así que estos forzosamente tienen que parecerse a todas las promociones bancarias, y con más razón al ser varios individuos, porque en tantos no caben excepciones fundamentales; lo único que es lógico ocurriese es que esta promoción resultase un poco más eficiente  que las anteriores en orden a que la masa cada vez tiene más y mejor formación; por consiguiente, las oposiciones de cualquier índole van seleccionando personal mejor preparado, así como porque los antiguos empleados de cada sección tienen más experiencia profesional que sus antecesores por haber unido la suya propia a la de aquellos, y esta se transmite por convivencia y por necesidades del servicio a los recién ingresados. Veinte jóvenes que empezaban a sentir la responsabilidad del trabajo en toda su extensión, ya que en su mayoría esperaban permanecer indefinidamente en la empresa, y sólo así, tomando por meta una profesión, se la puede querer y comprender; que empezaban a laborar con toda eficacia porque pertenecían a una entidad bancaria, y un Banco es una organización modelo; por consiguiente, un bien social. Se sometían al anónimo, bajo la sombra del coloso financiero denominado Banco de Crédito y Ahorro; oscurecían su personalidad pública trabajando en común para los fines de la empresa, pero iban a ser premiados en esta renuncia con un salario que les permitiría vivir  desahogadamente, con la alegría íntima de saberse productores, con el gozo fraternal de la camaradería entre jefes y empleados, entre técnicos y subalternos, entre todos aquellos devotos del progreso económico que, amando la entidad en la que estaban encuadrados, y en la que disfrutaban de una liberal remuneración, no podían menos que amarse entre sí, pues haciéndolo cumplían el deber y el derecho de integrar su propia causa, su propia empresa, ya que lo era desde el momento en que de ella se beneficiaban capital y trabajo, accionistas y personal productor.

Siguiendo los pasos de esta promoción, la vemos desde el Negociado de Personal, acompañados por un jefe del mismo, recorrer todo el Banco, presentarse a los apoderados de las distintas secciones en las que iban quedando los aspirantes destinados a cada una de ellas. Transitoriamente, porque a los pocos meses, según lo aconsejase el aprovechamiento y cualidades de cada empleado, se cambiarían de negociado para facilitarles un amplio y mejor conocimiento de todas las actividades profesionales, y quedaban afectos dentro de cada sección al trabajo más elemental que les permitiese ir conociendo sin gran esfuerzo las materias que se tramitasen en la misma.
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Contabilidad



El jefe de este departamento era un antiguo profesor de cierta escuela de Comercio que, despechado de la pedagogía, había preferido ingresar en el Banco.

Le abrumaba la enseñanza como vocación, que no iba con su carácter decidor y bromista, lo que le costara algún incidente en las clases ya que los estudiantes, cogida confianza, abusaban de ella, convirtiendo el aula en auténtica tertulia, sin que el profesor acertase a imponer su autoridad ni consiguiese sacar provecho de sus lecciones, pero en el Banco, en aquel otro ambiente de disciplina, de responsabilidad y de constancia en el trabajo, supo combinar sus decires alegres y juveniles con la formalidad de las operaciones, matizando de optimismo el ambiente de la sección a que perteneciese, reservando para los momentos oportunos sus maneras festivas y concentrando toda la seriedad necesaria para los asuntos que así lo requiriesen, llegó a escalar varios puestos de confianza, ocupando en esta época el de Jefe de Contabilidad. Cuando le fue presentado Queimadelos simuló escandalizarse, diciéndole con toda camaradería:

-Pero, chico, ¿tú lo pensaste bien? Pues oye esta terrible maldición: un Banco es una máquina, y sus empleados son piezas oxidadas, carentes de espíritu y de utilidad individual, que conectadas con su engranaje laboran a un ritmo judaico, pero fuera de esta aplicación son chatarra pura. Ser una pieza de esta máquina es condenarse a galeras perpetuas, es morir poco a poco entre fajos de billetes y de folios numerados.

Al notar que Ernesto le miraba sorprendido de sus extravagancias, continuó:

-No te asustes, muchacho, que ahora te daré otra versión de la Banca, y ésta te resultará más amena porque es más real: ¿Qué es la vida? ¡Oh! Luchas, por el garbanzo, y por cuatro cosas más; pero esto no es prosa: las pagas ordinarias son un rosario de cuentas adaptadas a los gastos fijos, pero las extraordinarias son un manjar de dioses, que ya lo quisieran tener los del Olimpo. Un Banco es contar y escribir; los cálculos son poemas de estrofas cifradas, y las máquinas, en su tecleo, son melodías de arpa. ¿Quieres más poesía para nuestra profesión?

Desconcertado, contestó con diplomacia:

-Verdaderamente observo que esto tiene varias facetas, y confío que la más preponderante sea la mejor.

-¿Qué, qué? No lo dudes: Para ti, como para los demás que te precedimos, tiene que ser la más alegre; es decir, la más agradable.

-Entonces, siendo así, estoy seguro de que llegaré a encariñarme con la Banca.

El jefe de Personal, al que visiblemente no le había hecho gracia la disquisición del de Contabilidad, se retiró con el resto de los aspirantes, y Queimadelos se quedó solo en medio de un laberinto de escritorios, en los que una docena de empleados producían un suave murmullo al calcular en voz baja. Nunca como en aquel instante se le hiciera tan pesada la atmósfera; se sentía abrumado por la incertidumbre, por el miedo a no saber cumplir debidamente la misión que se le encomendase. Miró en torno suyo: todos trabajaban con independencia personal, lo que significaba que todos conocían lo suficiente su tarea como para no consultar con ningún compañero o jefe; en su expresión les notaba dominio de la función que realizaban. Consideró que sus conocimientos teóricos le iban a ser insuficientes, y hubiese dado cualquier cosa por contar con la confianza de alguien que le ayudase en las probables dudas y novedades que se presentasen, pero encontró en todos ellos la inexpresividad de quien está consagrado de lleno a una tarea y no tiene sentidos disponibles para enterarse del mundo exterior; luego supo que era tradicional no fijarse descaradamente en el compañero que llega para evitarle la turbación de los primeros momentos; agradeció aquella deferencia, que no indiferencia.

Mientras tanto, el jefe de la sección se había detenido en hacer unas modificaciones en el cuadro sinóptico de distribución del trabajo; una cartulina en la que, cerrados con llaves y flechas, estaban sintetizados con expresión cronométrica todos los asuntos a resolver por el personal allí encuadrado. Se había tomado por base el tiempo normal de duración de cada labor o actividad, y agrupándolas por analogía o correspondencia de materias, estaban distribuidas de forma que existiese una equidad de esfuerzo. Después le presentó a toda la sección, de cuyos ofrecimientos y muestras de fraternal acogida Queimadelos quedó vivamente impresionado. Ya empezaba a descorrerse el velo de sus preocupaciones, y terminó optimista y satisfecho con lo que seguidamente le habló el señor Briones, jefe a la hora de la disciplina necesaria, compañero en los intermedios.

-Siéntate, muchacho. Creo que te apellidas Queimadelos…

-Servidor. Y gracias, pero no se moleste.

-Ya te tengo encuadrado en la tarea más fácil y más oportuna para un principiante; pero me hace falta algún dato para iniciar tu baremo de aplicación. No te extrañe esto porque este centro tiene bastante de escuela, un poco de confesionario y mucho de tribunal de examen perpetuo. Te anticipo, para tu gobierno, que se lleva una minuciosa hoja de servicios de cada empleado, que anualmente se refunde en un informe sintetizado que pasa al expediente respectivo, y que obra de consejero para multitud de decisiones de la Superioridad. Como ves, un Banco, y ahora hablo completamente en serio, no es una uniformidad de actuaciones y de consecuencias; aquí existe, y se cultiva, la personalidad individual del que sea capaz de tenerla, aunque actuante de conformidad con una reglamentación, tan marcada como pueda ocurrir en la profesiones libres, que se tiene muy en cuenta a la hora del ascenso o del premio; no se coarta, pues, el esfuerzo superativo del empleado, sino que, al contrario, se le reconoce y se le estima. Estos o parecidos consejos y explicaciones damos aquí y en los demás departamentos; y con ello no hacemos más que corresponder al celo que tiene la empresa de compensar a sus empleados facilitándoles atenciones por el esfuerzo que se le entrega. No sería justo, es lógico reconocerlo, que fuesen comunes los logros de quienes no ponen el mismo interés al servicio de nuestra entidad. Y ya te iré dando más normas de tipo profesional a medida que observe las necesites. Ahora vamos al examen particular de que antes hablaba.

Hizo una breve pausa para consultar la ficha de puntuación de los exámenes de Queimadelos, que ya obraba en su poder enviada del departamento de Personal para que sirviese de orientación al asignarle cometido. Ernesto estaba admirado de la precisión que se seguía en Banca, en aquellos trámites de régimen interior que acababa de conocer, y temió verse en un nuevo examen de programa; pero éste fue de otra especie, y breve, por añadidura.

-Te agradezco me contestes concretamente, estilizando las ideas con las frases más expresivas y más cortas posible para no dar lugar a interpretaciones erróneas. Admito en principio que tienes una excelente cultura general puesto que alcanzaste buena puntuación en las oposiciones, y parto de esta base. Veamos ahora: ¿tienes estudios académicos, universitarios, autodidácticos, o de otra índole?

-Hace tres años que terminé el Bachillerato en el Instituto de Lugo, y aprobé seguidamente la reválida en Santiago. Francamente no domino materias de gran aplicación bancaria porque, como usted sabe, los estudios de Bachillerato tienen escasa conexión con estos programas de la Banca.

-Bien; pero créeme que tienen más de la que parece a simple vista. En Banca, que es, a la vez, ciencia y arte, bastante complejos, se precisa una amplia formación en la que enraícen varias facetas de nuestros conocimientos clave. Esto no quiere decir que sean imprescindibles estudios oficiales, pero cuando se poseen evitan, andando el tiempo, que el empleado se dedique a adquirir cultura general mientras podía estudiar las especialidades de interés profesional. Otra cosa: ¿tuviste actividades de cualquier tipo, dentro del campo intelectual, claro está, y fuera de los estudios que citas?

-Pues, sí; he sido durante varios meses, en Lugo, jefe de la sección de compras de una empresa ganadera.

-¡Pero, muchacho! –Exclamó festivo el señor Briones- ¡Estoy viendo que estás saturado de finanzas! ¿Qué tal iba el negocio?

-La verdad es que ganábamos dinero, y se me daba bien aquel trabajo; pero mediaron unas faldas y lo eché todo a perder.

-¿Cómo?

-Fue una pequeña aventura, a consecuencia de la cual quise cambiar de residencia, pues se me hacía violento encontrarme con la chica que me había colocado, y que fue la del…

-¡Un plantón, por supuesto! ¿No? ¡Suele ocurrir…!

Queimadelos hizo un gesto de asentimiento, expresivo de amargor y de nostalgia.

-Eso se cura pronto; ya verás cómo las coruñesas te la hacen olvidar. Pero vamos a terminar esto: ¿De idiomas conoces algo más que las nociones del Bachillerato?

-Nada más, y aún menos que entonces porque se me habrá olvidado lo poco que sabía de latín y de francés.

-Ahora, para los documentos de la Banca, te interesa acogerte al inglés comercial… Una última pregunta, y con franqueza: ¿Qué te mueve a ingresar en el Banco?

-La verdad resulta un poco grotesca; se me terminaban los ahorros y me acogí a estas oposiciones para poder subsistir. De momento, esta es mi única ambición.

-No te preocupes, que así ingresan muchos; pero luego se entusiasman; forman un ideal profesional, y se quedan tan satisfechos trabajando activamente para lograrlo. Bueno, con esto hemos terminado. Ahora vamos a iniciar tu cometido.

Y condujo a Queimadelos hasta un extremo de la oficina.

-¿Cómo va esto? –preguntó el jefe de Contabilidad a un chico que a la sazón se afanaba en transcribir al libro de posiciones los apuntes contables del día anterior.

-Normal; como usted ve, no tengo nada atrasado. Contestó el aludido.

-Fíjate en esto, Queimadelos; el trabajo siempre debe ir al día, y con ello se logra comodidad para el que lo hace porque no tiene la preocupación de omitir algo pendiente, al propio tiempo que se facilita el intercambio de datos para las operaciones de los compañeros, lo que mantiene entre todos nosotros el espíritu de colaboración y contribuye a hacernos agradables nuestras jornadas.

Después de una corta transición, el jefe se dirigió al empleado que tenían delante:

-Núñez, el amigo Queimadelos pasará a hacerse cargo de esta mesa porque tú ya estás capacitado para ocuparte de otros asuntos. Que se siente a tu lado para ir observando las materias que tienes asignadas, y que te ayude a medida que vaya conociéndolas; después le redactas un resumen de asuntos a tratar, como acostumbramos a hacer para todo empleado que suceda a otro a fin de que, teniéndolo a la vista mientras no domine su cometido, no se le olvide cosa alguna, y encuentre así facilidades en las que conozca superficialmente; cuando esté en condiciones de emanciparse me lo decís, y entonces ya te asignaremos a ti, Núñez, otra misión.

-Así lo haremos, descuide. –Le contestó Núñez, y siguió hablando dirigiéndose ahora al nuevo, a Queimadelos:



-Tuviste suerte en que te destinasen aquí, pues, aunque es cierto que el trabajo de esta mesa, libro de posiciones, chiffriers y hoja balance de situación diaria, son pesados, porque te pasas horas enteras sumando y restando, todo queda bien compensado con lo que puedes aprender fijándote un poco en los documentos que circulan por tus manos. Este es el vértice del Banco, y aquí llegan noticias, por los asientos de los distintos diarios, de todas las operaciones que se realizan; también te llegan diversos errores que a menudo marean para localizarlos y que incluso te estropean un rato de trabajo, pero les hechas cuatro pestes, te desahogas, mandas los diarios a la sección correspondiente para que rectifiquen, y te queda la ventaja y la satisfacción de haber profundizado en la contabilización de aquello que te dio guerra para localizarlo, comprenderlo y aclararlo. Sobre todo de los balances, con la observación del evolucionar de los valores de activo y de pasivo que le componen, sacarás provechosas enseñanzas financieras.

El “botones” del negociado acercó una silla a la mesa de Núñez, y Queimadelos se colocó cerca de éste, de modo que, sin entorpecerle en su trabajo, pudiese fijarse en todas las manipulaciones y cálculos que hiciese.

Tres reactivos síquicos presionaban el ánimo de Queimadelos en aquellos instantes, y continuaron haciéndolo, aunque en proporción diminutiva, durante los ocho o diez días siguientes: la novedad del trabajo en sus circunstancias de lugar y de forma; de materiales a emplear, cual eran libros e impresos desconocidos; de relación de trámite, o sea, los requisitos que con respecto al público, a los compañeros o a las anotaciones propias habrían de seguirse, y, sobre todo de materia, que es lo que encontraba más difícil pues cualquier duda sobre los otros motivos no le importaba consultarla con los compañeros o con los jefes y, en cambio, acerca de esto le resultaría bochornoso confesarse ignorante pues suponía que el hecho de haber aprobado las oposiciones implicaba conocer todos los asuntos que se le encomendasen. Más tarde fue comprendiendo que ciertos conocimientos bancarios sólo son posibles con la práctica, y que, por consiguiente, no pueden recogerse en el programa de unas oposiciones so peligro de hacer confusa y extensísima la teoría a estudiar; esto aparte de que ciertos formulismos interiores, verdadera creación experimental de los empleados de un Banco, constituyen para los mismos un derecho intelectual, indiscutible, como de invención a la que cooperaron de uno o de otro modo factores radicantes en la empresa y pertenecientes a la misma, que no procede ponerlos al alcance de opositores que pueden o no ingresar en la entidad creadora y que se transmitirían a competidores por los individuos que opositasen a otros Bancos.

Otro reactivo era la presencia de público en las ventanillas, al que tendría que atender tan pronto dominase el trabajo de Núñez; actuación delicada para la que temía no poseer suficientes dotes de serenidad considerando la rapidez con que se despachaba en las ventanillas de todos los Bancos que él conocía; de no hacerlo así supondría quedar en mal lugar frente al público y a sus jefes; era muy distinto dirigirse en la empresa Rancaño, con sus atribuciones de superioridad como jefe de Compras, a los delegados, o a los labriegos que acudían a liquidar remesas de ganado.

Y el tercero, la barrera social de convivencia con personas cuyo carácter y trato aún le eran enigmáticos. Queimadelos no era muy expansivo y sabía por experiencia que la gente confiaba en su discreción y en la seriedad de sus actos, que gustaban de confidenciar con él; pero estas virtudes tenían la contraposición de que no acostumbraba a intimar desde los primeros instantes de una presentación, así que tendría que aguardar algún tiempo de tanteo social para trazarse una norma de conducta con respecto a sus compañeros. Era lento en las apreciaciones sicológicas, pero sus juicios resultaban maduros y certeros, evitando los futuros desengaños de conocimientos rápidos y superficiales. Así, desde su posicionamiento en el negociado, empezó a hacer la ficha mental de conceptuaciones investigando en los dichos y actos de aquellos individuos, recién conocidas las características de su verdadera personalidad, para proceder con ellos en consecuencia y así evitar enojosas discrepancias que turbasen su paz laboral.

A media mañana aumentó el público en las ventanillas y, por consiguiente, la actividad interior se convirtió en vértigo. En aquellas horas toda la ciudad herviría en actividad concentrada: los comercios, las industrias, los transportes, los negocios callejeros…, se habrían desperezado acogiendo a la gente que acudía afanosa de conseguir un lucro o de satisfacer un deseo, y la Banca, que es enlace del movimiento fiduciario, acusaba fielmente la culminación de aquella actividad con sus riadas de público en el patio de operaciones. Próximo a la mesa que dejaba Núñez estaba el servicio de Cuentas Corrientes y, tanto aquél como el encargado del libro auxiliar de éstas, tuvieron que suspender el trabajo interior para consagrarse a la clientela, que iba desfilando con hojas de ingreso y con talones de cuenta, para despacharla antes de los cinco minutos normales de tramitación documentaria.

Queimadelos fue observando la organización de aquel servicio y, como impresiones de la primera jornada, totalmente comprendidas, consideró de especial interés el orden de estudio y registro de los documentos presentados por el público, cuyo control resultaba infalible. En las entregas, el recuento de efectivo por los ayudantes de Caja y las subsiguientes anotaciones en los libros de cuentas de clientes y de posiciones, amén de un minucioso examen del volante correspondiente, por cada sección que lo tramitase, para comprobar la regularidad de sus anotaciones, y legalizarlo con el visé de cuantos empleados lo utilizasen. En los talones de cuenta más minuciosidad aún para evitar los errores a que este documento se presta, tanto para el Banco como para el titular de la cuenta a cuyo cargo se libre: confrontación de firmas con las de la ficha de identificaciones; comprobación de serie y número para ver si coincide con el talonario facilitado por el Banco titular; de la fecha; de la igualdad de cantidades consignadas en cifra y en letra; registro en los libros, y posición demostrativa de la disponibilidad de saldos o, a falta de este, anotación del conforme del descubierto o de los abonos en tramitación que contabilizasen otros negociados; consideración de bloqueos, y otras observaciones que contribuyan a cerciorarse de que todo está en orden, y de que la Caja puede hacer el pago con toda tranquilidad.

En un orden más amplio de repercusiones, estas medidas de control llevan al público la plena confianza de fidelidad en cuantos fondos y asuntos se confíen a la Banca, y por consiguiente se hacen posibles todas las actividades en las que la organización bancaria juega papeles insustituibles. Aunque parezca extraño e intranscendente, lo cierto es que en un reducido número de empleados de ventanilla descansa gran parte del prestigio de un Banco, y con intervenciones diabólicas de éstos se vendría abajo su solidez económica por desconfianza entre la clientela, con el subsiguiente traspaso de operaciones a otra entidad que les ofreciese más garantías; previsto tal desliz, posible dada la fragilidad humana, y velando siempre por los intereses de la empresa y por el honorable trato que se debe al público, el sistema de control que llevan esos empleados se complementa entre sí de forma que el error o la mala fe de alguno de ellos constituye plena responsabilidad para los otros, y así, cada uno de los intervinientes en la comprobación de los documentos bancarios se esfuerza por estudiarlos a fondo para no resultar perjudicado por actuaciones de terceros.

A la hora de cierre de las operaciones de Caja fue extinguiéndose la concurrencia pública, y los empleados de ventanilla pudieron dedicarse plenamente al trabajo interior. Núñez terminó de cuadrar las chiffriers de comprobación del movimiento de operaciones, totalizando los saldos de las cuentas de Mayor, y por último confeccionó la hoja balance. Con su tarea fue simultaneando explicaciones acerca de cuanto hacía a fin de que Queimadelos pudiese seguirle en todo el engranaje de los cálculos.

Despachado el público, las oficinas cobraron silencio de voces humanas, interrumpido tan sólo por las frases precisas para la coordinación de los trabajos de cierre; sólo vibraban las máquinas calculadoras y dactilográficas con ritmo de pianos metálicos. Era el instante de concentración máxima en el que se comprobaban las operaciones del día y se despachaba el correo que aquellas motivaran, pero este tiempo de verdadero trabajo interior, igual que el de máxima asistencia pública, fue corto, y le siguió otro de verdadera tertulia, simultaneando con los finales de la tarea, en el que se sacó a relucir el último chiste, el comentario de actualidad, la crítica deportiva, y sobre todo el enjuiciamiento de las operaciones más significativas de la jornada, a través de cuyo estudio los empleados iban adquiriendo experiencia y conocimientos técnicos.
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Huyendo de la oficina



Vuelto a la fonda, Queimadelos escribió a su familia y a Deza, comunicándoles las impresiones de su primer día de trabajo bancario.  A su familia con matices sentimentales, con nostalgia del hogar paterno, con frases en las que se asociaban las ideas de la resolución de su problema económico, de sus afanes en orden a la consecución de futuras mejoras, de las posibilidades que tenía de enviarles periódicamente alguna ayuda monetaria, de su satisfacción por verse colocado en una empresa de gran potencialidad y prestigio. Pero la carta a Deza fue más objetiva, relacionada con la materia causante de sus nuevas circunstancias; por eso tiene otro valor documental para el estudio de la comunidad oficinística actuante en el Banco de Crédito y Ahorro.

Con trazos ágiles y vigorosos, la pluma de Queimadelos gravó en unas cuantas cuartillas, convencido de que charlaba con Deza como en alguno de sus antiguos paseos por la carretera de Albeiros, principal vía de su barrio natal, el reportaje de aquella primera jornada. Le dijo, entre otras cosas:

“… así que aún resuena en mis oídos el tintineo de las máquinas, el cante de los números de control avisando a los clientes para que retiren el justificante o el efectivo de sus operaciones, la musiquilla de los cálculos y las conversaciones del público, así como las confidencias de los solicitantes de préstamos. A simple vista todo esto puede parecer monótono, pero yo te aseguro que detrás de las ventanillas existe mucha humanidad, tanta que me hizo dudar de si la mecanización bancaria en curso destruye o fomenta la espiritualidad del empleado. Creo poder anticiparte que allí existe un gran sentimiento de camaradería debido sin duda a la especial organización del Banco, que no deja intersticios entre las funciones limitantes de cada empleado, con lo cual desaparecen de las tareas de grupo sus motivos fundamentales de disensión.

“No sé si tendré madera de banquero, pero de bancario si, ya que, ahora, me gusta esta profesión; con un par de meses ejerciéndola supongo que llegaré a conocerla detalladamente, y para entonces decidiré si me conviene entusiasmarme con ella y darme al estudio de sus materias fundamentales, o si la utilizaré sólo como medio para prepararme cualquier otro plan de vida; pero ya casi me atrevo a profetizar que se encorvarán mis huesos sobre los mostradores de la Banca negociando con fiducias extrañas; es una corazonada que tengo desde que aprobé la oposición.

“Lo que encuentro más espinoso es el contacto directo con la clientela, ese murmullo zumbante que llega desde el patio de operaciones y que entorpece la función intelectual, así como las interrupciones del trabajo por tener que acudir a la ventanilla para solucionarle al público la diversidad de asuntos que plantea, con lo que se pierde el hilo de la tarea normal, se irregularizan las tramitaciones que tengas entre manos, y se ocasionan errores que luego acaparan un tiempo para localizarlos. A propósito de esto se me ocurrió comentar con los compañeros que debían mecanizarse todos aquellos servicios de conexión entre las oficinas y el público, utilizando algo así como un sistema de fichas y buzones dispuestos en mecanismos que tuviesen un lema para cada clase de operación, que el público introdujese la correspondiente ficha en el compartimento de su interés, que se registrase su proposición y que se le contestase también automáticamente por otra ficha impulsada al exterior de las máquinas. Me las iba dando de listo y salí chasqueado porque me demostraron lo improcedentes que resultarían tales artefactos, con estas y otras razones: que es necesario un alto grado de perfeccionamiento en esos dispositivos para que operen con más seguridad y rapidez que los funcionarios reemplazados, lo cual no es fácil para nuestra mecánica actual; pero principalmente porque en nuestra civilización –embrionarios aún los cerebros electrónicos- todavía hay que confiar mucho en la influencia personal, y a veces se logra un entendimiento después de una prolongada conversación en aquellos casos en que sean posibles y convenientes ciertas concesiones por parte de uno o de ambos contratantes, pues las operaciones bancarias son verdaderos contratos ya que en ellas se enfrentan y compaginan los intereses de la entidad y los del cliente.

“A todo esto no te hablé del edificio: es austero y recio, pero también elegante; más tira a construcción palaciega que a comercio esbelto y frágil. Si es verdad que la arquitectura logra fines sicológicos, en esta obra se dan plenamente porque su seriedad exterior habla de formalidades financieras, y las tonalidades y el mobiliario de los distintos departamentos parecen propicios para la serenidad de actuación, al mismo tiempo que para el optimismo del trabajo.

“Seguiré contándote mis impresiones en cartas sucesivas, y a cambio de esto espero me informes de las novedades que puedan interesarme, sobre todo acerca de Chelo…”

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Aún estaba, seguía, enamorado de Chelo; ansioso de seguir en continuidad las noticias de su existencia, con esperanzas de llegar a situarse social y económicamente, no sabía si para venganza de su orgullo o para reanudar aquellas relaciones en analogía de posición.

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Documentándose



Queimadelos hizo de su mesa de trabajo un verdadero observatorio. Se había propuesto obtener de su empleo los mayores beneficios que le fuese posible, y para ello procuraba documentarse en cuanto creyese de alguna utilidad. Aconsejado por compañeros más antiguos, se trazó la forma de estudiar simultáneamente las operaciones fundamentales de todos los negociados para así comprender las funciones de conjunto vinculadas al suyo propio. Y fue engarzando paulatinamente las enseñanzas libadas en todas las conversaciones, cartas, circulares, cálculos y libros contables al alcance de su conocimiento; completándolas en las incógnitas que se le presentasen a fuerza de deducciones y de textos consultados en la biblioteca del Banco.

Le sugestionaba mayormente el estudio de la relación del cliente con el Banco; de las coyunturas financieras que dan lugar a esa necesidad recíproca de acercarse el público a los Bancos y de éstos captar clientela solvente; de los fenómenos económicos emanados de las operaciones bancarias; pero sacrificó esta preferencia para dedicar su máxima atención a la organización interior de la empresa, que consideró de suma importancia para el empleado novel. La hoja balance de situación diaria, que le correspondía confeccionar utilizando los movimientos del día y los totales arrastrados, le dio ideas claras acerca de la clase de operaciones a que se dedicaba el Banco y de cómo evolucionaban éstas en la conversión de los valores originarios del lucro que se perseguía.

Empezó analizando la cuenta de Caja; y la vio dúctil como ninguna otra, adaptable a infinidad de operaciones; la vio como una licuación de los valores materiales, como una solidificación de obligaciones contraídas y de derechos adquiridos, como un ente de satisfacción general encargado de nivelar visiblemente las mutaciones del valor convencional. Caja era un verdadero personaje en el espectáculo financiero: escurridizo pero oportuno, mediador en las exigencias más comunes, visible para convencimiento de su eficacia y siempre menor de edad, sin atribuciones para aumentar ni para disminuir de apreciación en cuanto a la cifra absoluta de sus existencias; incapaz de entregar más de lo que recibe, pero siempre útil para sustituir al valor modificado.

Realmente era un disponible inmediato, como rezaban los textos contables; tan inmediato que, por el hecho de ser fiducia universalmente aceptada, servía para cancelar al instante y a satisfacción del interesado todas las obligaciones de tipo comercial. Como cuenta de activo, receptiva de una parte de la sustanciación del capital o de otras partidas netamente pasivas, se henchía de significado en su Debe, acaparando los cobros, y se volcaba vaciándose a medida del alcance de la operación motivante, en su Haber, obediente a la ejecución de los pagos. Diariamente su guardián –por contagio de nombre, cajero- hurgaba en los senos del Debe, arqueando su contenido, comprobando la exactitud de los cálculos con la realidad de su manipulación, y levantaba un acta de fidelidad, que llamaba arqueo, en la que se demostraba que tanto él como el saldo a su custodia se habían mantenido con la debida integridad.

A los pocos días de ingresar Queimadelos en el Banco de Crédito y Ahorro oyó preguntar a un compañero:

-¿Es posible que tengamos tanta exigibilidad para estos días? Voy a decirle la cifra que anoté, por si padecí error al tomarla. –Y pronunció una cantidad que para los oídos de Queimadelos, poco avezados aún a las sumas de la movilización bancaria, sonaba a fabulosa.

-Exacto; eso es, aproximadamente, el movimiento que tendremos en pagos, mientras que los cobros bajarán un poco del margen corriente. –Era el jefe de Control quien tal afirmaba- Tú sabes que en estos días, últimos de mes, las empresas retiran fondos de sus cuentas para pagar las nóminas de personal, e igual que las empresas los organismos oficiales. También ocurre que muchos particulares depositan más dinero del que pueden ahorrar durante el mes, y a finales necesitan completar el presupuesto. Por contra, los ahorros y demás recuperaciones no empiezan a afluir en ventanilla mientras en los hogares no se han satisfecho los gastos fijos mensuales, por lo cual no podemos confiar en ellos hasta los primeros días del mes siguiente. Este fenómeno de la circulación fiduciaria debe tenerse muy presente para que Caja y las cuentas de inversiones se desenvuelvan con normalidad.

Sobre aquella breve conversación cimentó Queimadelos un conocimiento más: el de que la Caja acusaba, como ninguna otra cuenta, la situación económica de la plaza, la circulación y disponibilidad de efectivo en las masas. Luego, la Caja sufría oscilaciones, desprendía a veces grandes cantidades y las recuperaba en otras. Esto hacía pensar en el axioma de que la moneda, por si misma, es inalterable, anulando este principio la pretensión de lucro que, lógicamente, ha de gestionar toda empresa. Mientras las existencias necesarias fuesen las mínimas normales, poco podría perderse con esa sedimentación de un fragmento del activo, pero al elevarse, forzosamente habría que convertir en numerario una parte del capital productivo, o retener en un estado de efectividad ingresos de segura y eficaz inversión. Esto último era lamentable pero necesario al desarrollo de las operaciones bancarias; así que para evitar exceso de encaje convenía acudir a la estadística de etapas anteriores similares y a sondeos acerca de las principales empresas clientes para aproximar el global de sus exigencias, con lo cual se equilibraba la proporcionalidad de los valores financieros.

En el balance diario, y en los extractos de situación periódica, encontró anexionada a la cuenta de caja la del Banco de España; esto le aclaró un nuevo punto: pese a todos los cálculos de compaginación de disponibles y exigibles era natural que se presentasen situaciones imprevistas, pagos extraordinarios o recuperaciones insospechadas. En principio creyó que para estas circunstancias se dejaría un margen de numerario, pero al enterarse de la existencia de esa cuenta con el Banco emisor, contra la que se libraba en casos especiales, comprendió que aquella relación, entre otras funciones, facilitaba la de proporcionar efectivo cuando fuese necesario, para reintegrarlo en las oportunidades de exceso de encaje.

Completó su estudio de las disponibilidades inmediatas considerando la función de compensación mutua que se verificaba por las cuentas mantenidas con los demás Bancos de la plaza. Además de facilitar la relación interbancaria de asuntos a solventar por los corresponsales o las oficinas de la Banca vecina, dando flexibilidad y acogida a operaciones para cuyo logro fuese necesaria una actuación conjunta, también permitían acudir al reembolso de los saldos favorables con cheques a la vista y con órdenes de abono. Con los corresponsales ocurría exactamente lo mismo en cuanto a reciprocidad en la ejecución de operaciones encomendadas.

Así iba estudiando Queimadelos las conexiones y estructuras fundamentales de las principales cuentas empleadas, que eran en resumen el estereotipo de todas las operaciones que incumbían a la Banca, situada en aquel su grado presente de evolución. Las fue estudiando por orden de presentación en balance para concentrar toda su atención en puntos concretos y análogos, con lo cual se evitaba la disipación de energías mentales que le hubiese costado un mariposeo ineficaz sobre materias extensas y diversas.

Dentro de la Banca, fomentado por la finalidad de producir el máximo con el mínimo esfuerzo, existe un convencionalismo inspirado al productor a través de alicientes preestudiados, de favorecer al nuevo compañero, comunicándole noblemente los conocimientos experimentales de la organización. Esa ventaja, que desgraciadamente no comparten infinidad de empresas por falta de un sentido altruista y calculador de sus directivas, hace que en breve tiempo se documente todo aquel nuevo empleado que ponga interés en su profesión; comprendiendo esto, Queimadelos no quiso desaprovecharlo.

Por aquellas alturas su vida íntima transcurría del modo más vulgar y sencillo: jornadas de trabajo completadas por ratos de estudio. En la fonda un mínimo de tiempo dedicado al reposo y demás necesidades personales. Un largo paseo nocturno para hacer ejercicio físico, despejado por el frescor de la noche en los puntos confusos o sugestivos de la tarea del día; lo corriente era que empezase meditando en realidades financieras y terminase soñando en utopías, a las que sólo podía llevarle su imaginación desbordante.

También había iniciado una serie de pequeños giros mensuales para ayudar a su familia, que le llenaban de gozo íntimo al sentirse en el principio de una nueva era de independencia y de ahorro.

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Cartera




Prosiguiendo en su tenaz estudio de las particularidades de cada cuenta bancaria, Queimadelos encontró en un oficial de la sección de Cartera al técnico experimentado que le explicase y aclarase el funcionamiento contable y financiero del descuento y cobro de efectos.

Hablaron de esto entre sorbos de Ribeiro en un rincón de tertulia del “Bar de los Cantones”. Buscó la conversación Queimadelos:

-He observado, Piñeiro, que los gráficos de los beneficios del último año presentan una cantidad fabulosa como rendimientos de Cartera; ¿es posible que el descuento de letras nos produzca tantísimo?

Y Piñeiro asintió:

-Efectivamente; y aún tendrá que rendir mucho más a juzgar por el ritmo que llevan las ventas a plazos. Ya es raro encontrar una tienda donde no te den las máximas facilidades siempre que acredites algún sueldo o solvencia.

-¡Pero si todo el mundo se queja de los gastos de negociación que suma el comercio a los precios primitivos por las ventas a crédito! ¿No es un obstáculo para tal modalidad mercantil, y por consiguiente para nosotros esta reacción del pueblo?

-Mira; no te contagies con las filosofías de tu amigo Aldegunde. Una cosa es lo que dice, e incluso lo que piensa la masa, y otra lo que hace. La gente, es decir, el consumidor, opina que las compras a plazos no resultan económicas, pero existen dos factores avasalladores: la presión que ejerce en los ánimos la propaganda mercantil, y el instinto de poseer, que es insubordinable a todo raciocinio.

-¡Como, cómo…! ¿Presión, instinto…? ¿Es que esas dos tentaciones son tan intensas?

-Desde luego. El comercio, a través de todos sus medios de captación, llega a convencer de que se pueden lograr en el presente las ilusiones de futuro; de que es absurdo privarse hoy de un goce que puede pagarse cómodamente en el mañana, y encuentra ambiente propicio porque no hay austeridad que se resista a estas facilidades. Yo opino que, en el fondo, la austeridad de los pueblos no es más que imposibilidad de adquirir determinados artículos, bien porque sus economías estén orientadas a la consecución de bienes permanentes, o porque su nivel de vida no se lo permita. Claro que todo esto tiene un bien aparejado: el de intensificar la producción; y tú sabes que la producción intensiva es generadora de riqueza. A todo esto es de tener también muy presente que el global de descuentos está formado en sus cantidades más elevadas por remesas de mayoristas que necesitan un anticipo de capital para seguir operando, puesto que el detallista, generalmente, por estar saturado de existencias con respecto a su capital propio, no puede saldar los pedidos hasta que paulatinamente los vaya realizando.

Faltaba mucho para que estuviese saciado el anhelo investigador de Queimadelos, y continuó avivando la conversación:

-Pues sí; llevas razón. Aunque no te admito de plano el que la producción sea riqueza neta por cuanto gran parte de la mercancía que se crea o transforma es de mero capricho, o sea, prescindible. Claro que, ampliando conceptos, la cosa cambia puesto que incluso las materias de lujo hacen el bien social de distribución de capitales, y el productor atrae un dinero que estaría inmovilizado en poder del consumidor, aparte de que el exceso de producción de lujo puede destinarse al comercio exterior y traducirse en bienes más prácticos.

Después de una breve pausa rogó Queimadelos:

-¿Querrías explicarme hasta qué punto intervienen los Bancos en el comercio moderno de ventas a crédito?

-Pues, mira; intervienen a posteriori, en segunda operación: ese tipo de ventas se concierta entre el consumidor y el comerciante, y no se les ocurre ni mencionar a la Banca, porque en tal momento les resulta un factor secundario; pero después viene que el comerciante precisa fondos para la rotación de sus transacciones y acude al Banco para que le tome a descuento los efectos de sus ventas. Aunque no le urja la percepción anticipada de sus facturas, para confianza y comodidad en el cobro suele dar los efectos en gestión de cobranza, con lo cual percibe los líquidos a la fecha de su realización.

-Es decir, que eso viene a parar en los dos sistemas de recepción de papel comercial; o sea, efectos descontados cuando deducimos intereses y daños y entregamos el líquido al cedente en el instante de remesarnos; y efectos al cobro cuando entregamos el líquido en el momento de cobrarlos, deduciendo únicamente los daños. ¿No?

-Sí; eso es. Y observarás también que esas dos modalidades tienen un alcance contable, financiero y económico muy dispar. Empezamos porque los efectos descontados hay que contabilizarlos como inversión activa, verdadero riesgo, y los efectos al cobro no necesitan más que unas previas anotaciones de tipo nominal, de mero depósito que se realizará a sus respectivos vencimientos. En descontados se adquiere la propiedad de los documentos pagándolos al valor que, en virtud de sus circunstancias, cabe aplicarles, y el beneficio de esa operación se percibe de antemano, al aceptar la negociación, siendo su cobro una recuperación del capital invertido. En “cobro”, o séase, los condicionales, el beneficio del Banco se deduce llegado el vencimiento y su efectividad, siendo entonces, y sólo entonces, si hubo cobranza, cuando se pasa el líquido al cedente.

Queimadelos, insaciable:

-Te agradezco que me concretes y me amplíes las normas de contabilización que acostumbren a emplear las entidades de descuento…

-Intentaré hacerlo. Como tú sabes, el papel o efectos de comercio que recibe la Banca para su descuento se somete a un previo y detenido examen que abarca todas las particularidades legislativas que puedan afectarlos, principalmente los requisitos esenciales de timbrado, vencimiento, firmas intervinientes y corrección en su redacción; cerciorados de que el efecto es perfectamente regular, se estudia el riesgo del cliente, o sea, el margen de solvencia en comparación con el global de operaciones en curso, y si la admisión de un nuevo riesgo resulta cubierta con el capital saneado del cliente, se procede a la operación matemática del descuento. Acerca de esto te conviene saber, y digo te conviene porque a menudo hay que aclarar estos extremos a los cedentes, ya que se obstinan en pretender que se les aplique el sistema real en vez del comercial, que el descuento abusivo de eso no tiene más que el nombre aplicándolo a operaciones bancarias; alegan que el Banco sólo entrega el valor efectivo de la letra, y que, por consiguiente, ha de descontarse sobre ese valor que es el que realmente sale de sus cajas; mas no ocurre así por cuanto el riesgo del Banco es sobre el nominal. Si se malogra una operación, con insolvencia presente del librador, o de los avalistas, o de anteriores tenedores, el Banco pierde el nominal, que estaría integrado por el efectivo que se dio en su día más los intereses correspondientes; luego la pérdida no sería del efectivo adelantado sino de una cantidad superior, y, por consiguiente, sobre esa cantidad nominal que entra en juego se debe estipular el beneficio bancario, que modernamente es un porcentaje minúsculo.

“Siguen a todo esto unos sencillos trámites de registro, siendo el más importante una ordenación en listas por orden de vencimientos para facilitar en su día la presentación al cobro dentro de tiempo hábil, y se termina la operación de descuento con la redacción de las liquidaciones, contestando al cliente en carta explicativa de los porcentajes aplicados por daños e intereses, así como del líquido a entregar por caja o abonar en cuenta. En los borradores de Diario se hace un cargo, como te he dicho, a Efectos descontados, sobre plaza o provincias, con lo cual la nueva remesa queda incrementada a la cuenta general de esta clase de activo, y se abona el líquido a la cuenta del cedente o a una transitoria que coordine con Caja en el supuesto de hacer la liquidación en moneda, llevando la diferencia que corresponde a la prima de descuento a la cuenta o subcuentas correspondientes de Pérdidas y Ganancias. A grandes rasgos ya tienes la tramitación de Entrada de Efectos descontados. Si estos han de ser cobrados por nuestra red de sucursales o corresponsales, caso de que el librado resida en plaza distinta a la de la entidad actuante, se le hace una remesa, cargándole el líquido que resulte después de aplicar las condiciones que tenga establecidas con nosotros el corresponsal o sucursal de que se trate.

“A cada vencimiento se sacan de Cartera las letras que lo integren, las gestionan los cobradores, y si resultan pagadas se ha finiquitado la operación; en caso contrario, se protestan si procede, y las no cobradas se devuelven a los cedentes cargándoles en cuenta el nominal de las mismas más los gastos que haya originado el impago. La aplicación de todo esto puedes obtenerla a fuerza de práctica bancaria, pero sobre todo estudiando la legislación comercial que afecta a esta clase de operaciones, en las que la tramitación interior responde al cumplimiento de las normas legislativas que las afecten y a una serie de anotaciones encaminadas a controlar las circunstancias por las que pasan las distintas remesas. ¿Comprendido?

-Someramente, sí. Pero, oye, ¡si tenemos los vasos vacíos! ¡Camarero! –Y le hizo un gesto ordenándole que les repitiese las dosis de ribeiro- Con tapas. –Añadió.

Ambos tomaron su vino con lentitud. Piñeiro pensaba seguramente en la infinidad de letras que llevaba tramitadas en su historial bancario, en las anécdotas y particularidades a que había dado lugar la cobranza de todo aquel papel comercial. Queimadelos concentraba su atención en hilvanar los conocimientos que iba adquiriendo, en relacionarlos con el engranaje central del Banco, en dilucidar el alcance de aquel tipo de operaciones. Y preguntó a su interlocutor, para rematar aquellas nociones:

-Antes me hablaste del aspecto contable de la cambial, pero me gustaría ver más clara su repercusión financiera y económica. ¿Puedes decirme algo acerca de esto?



-Verás. No te voy a soltar una conferencia porque sería interminable, pero te resumiré lo fundamental: generalmente se dice que hay excesiva circulación fiduciaria, que la moneda sufre depreciaciones acompañadas de gran abundancia de efectivo, que actualmente todo el mundo tiene cinco duros en la cartera, y claro está, tomando así la cosa en sentido de excesiva abundancia se puede creer que el comerciante, el industrial, o el mismo particular, tienen dinero de sobra para sus operaciones, mas no ocurre eso por cuanto la circulación monetaria ha de estar en proporción con la riqueza explotada de los pueblos: si hay mucho dinero y poca riqueza, los artículos se encarecen y toda abundancia es poca para saciar las necesidades más comunes; si por el contrario hay mucha riqueza y poco dinero, los artículos se abaratan y el productor, para poner en el mercado nuevas mercancías, tiene que estimular la atracción de efectivo con el que satisfacer los gastos del proceso de elaboración. Pues bien, hay influencias circunstanciales que modifican estos principios, pero no son comunes.

Total, y sigo, que con mucha o poca circulación siempre hay necesidad y demanda de dinero para facilitar la producción; ocurre también que el acierto en cualquier actividad conduce a la riqueza, y esto es un punto muerto que nada como la Banca es capaz de evolucionarlo: el individuo, o mejor aún, cierta parte de la masa social, atesora dinero resultante de un proceso de labor, sea manual o intelectual, y ese dinero se constituye en reservas, por lo cual no vuelve a invertirse rápidamente en actividades creadoras; quienes empiezan, o aun laboran intensamente en cualquier ocupación, suplen en cierto modo la actuación de aquellos que, enriquecidos, se han detenido en su profesión; suplen la actuación de otros, pero no poseen sus medios para fecundarla.

Este evolucionar del que te vengo hablando si no tuviese algún escape conduciría a un estado en el que el acaudalado reposaría de sus actividades, disolviendo lentamente su capital, y el productor carecería de esos medios detenidos en su circulación; pero, ¡ah!, ese obstruccionismo ahogaría la producción y la riqueza expansiva de los pueblos; es evitando eso como actúa la Banca al poner en circulación unos caudales que, sin dejar de pertenecer a su antiguo dueño, pasan a disposición del productor activo y dan vida al equilibrio económico de la sociedad.

La Banca atrae dinero mediante un premio, realizando con ello la doble función de depósito y de crecimiento de esos capitales, al mismo tiempo que no desprecia al pequeño ahorro, aunándolo para darle potencia creadora; luego lo distribuye entre individuos y sociedades de moralidad y de probabilidad productiva capaces de sacarle fruto, y por cuya cesión temporal comparten con el Banco una pequeña porción de su lucro. Deducidos los intereses de sus cuentas acreedoras de los beneficios que obtiene la Banca por estas funciones, queda un módico remanente a favor de los accionistas, que es el aliciente que fomenta y permite nuestras instituciones de crédito. El descuento de efectos, financieramente, es el anticipo del rendimiento de un proceso de labor que se entrega a quien lo necesita o le conviene para promover un nuevo proceso; los medios salen de los depósitos bancarios, y las consecuencias, próximas y lejanas, son una mayor velocidad en la evolución de la creación de riqueza, y por consiguiente, una multiplicación de esa misma riqueza.

Queimadelos, agradecido, pagó y se fueron, bien cerciorado de que la Banca no era aquel falso compañerismo retratado por don Wenceslao en su “Malvado Carabel”.
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Efectos de crédito



Relacionada con la Cartera de efectos existía otra cuenta en la hoja balance: la de Efectos de Crédito, que Queimadelos analizó basándose en su contabilización y en los detalles del balance mensual.

Efectos y crédito: denominaciones que le resultaban elocuentes para expresar las características de esa cuenta. Como efectos, en lo substancial habrían de reunir las particularidades de los documentos de cambio; como variante del crédito bancario no podían ser otra cosa que un procedimiento de confianza, de fe entre el Banco y los concesionarios de la operación. Reflexionando en esto, Queimadelos no encontró otra explicación para determinar el crédito, en su acepción bancaria y considerándolo elementalmente, que la de idealizarle como prestación de capital a un tercero que lo necesita para lucrarse y que cuenta honradamente con reintegrar al Banco de tal importe, así como de agradecer ese favor cediéndole una pequeña parte de su beneficio en proporción a la suma prestada. Con la idea de los efectos de crédito asociaba las de considerar que las cesiones a plazo, las transacciones de valores sin que medie de momento una entrega en otras especies o en moneda y los préstamos sin garantía prendaria, son un fenómeno más de mutua confianza entre los contratantes.

Cogió los detalles amplificativos del balance del último mes y analizó las partidas que lo integraban. Constaba allí el importe de cada efecto, su vencimiento, librador, librado, y unas indicaciones señalando la persona o entidad que soportaba el riesgo de la operación con respecto al Banco. No era, pues, del mismo tipo que el detalle de Efectos descontados; no eran ni siquiera operaciones cambiales en las que girase la función bancaria en torno a la letra descontada: la letra, aquí, era un instrumento de crédito general, no una consecuencia de transacciones mercantiles. Para el cliente, esta clase de préstamo era un simple crédito que necesitaría cancelar a un vencimiento dado, pagando la letra que había aceptado y que obraba de documento resarcitivo. Para el Banco era una concesión de fondos cuyo reintegro estaba garantizado por la fuerza ejecutiva de una cambial. Ocurría que no siempre era solicitada esta clase de préstamos por clientes habituales; más concretamente por comerciantes que destinasen al Banco su papel, sino por meros particulares; su falta de antecedentes frente al Banco, lo relativo de su solvencia, les llevaba a apoyarse en clasificados o en clientes prestigiosos para dar así la necesaria garantía a esta clase de operaciones; librando a su cargo un buen cliente, o avalando la operación, el riesgo descansaba en el solvente por cuanto se podía recurrir contra el en caso de que el librado rehusase cumplir su deuda. El efecto se descontaba seguidamente, y el beneficiario podía disponer desde aquel instante del efectivo de la operación.

Que esta clase de préstamos no era de tipo financiero lo demostraba el hecho de que los solicitantes fuesen individuos generalmente desconocidos como clientes habituales; aquel dinero se destinaba principalmente a necesidades hogareñas; luego era consuntivo, sin repercusión económica directa, puesto que no fomentaba directamente la producción, pero de finalidad humanitaria y social, ya que levantaría ánimos caídos, curaría enfermedades y sería instrumento de recuperación.

Por asociación de materias, puesto Queimadelos a estudiar las operaciones crediticias, se extendió en documentarse referente a las más comunes, considerando como tales aquellas que vio reflejadas en los primeros diarios que resumió.

Que contuviesen en su denominación la palabra “crédito”, como exponente de su primordial característica, halló las cuentas de crédito con garantía personal, de valores, hipotecaria, de mercancías y de cosechas; con volumen excepcional la de Comitentes por créditos comerciales. Pero antes de indagar las particularidades de cada una, valiéndose de escasas luces que malamente le permitían comprenderlas, prefirió ampliar sus nociones acerca del crédito bancario. Para ello siguió el mismo procedimiento que para las otras clases de operaciones:

Análisis detenidos de los apuntes contables que se hiciesen en el Banco, y concreción y ampliación de textos que versasen sobre aquellos temas. Al alcance de un novato en Banca no podía existir más experiencia que la que destilase en preguntas y conversaciones con sus jefes y con sus compañeros más antiguos; luego sus raciocinios habían de ser eminentemente teóricos, comprobados seguidamente con los trámites oficinísticos a ellos correspondientes. No podía existir –creyó Queimadelos- un sistema pedagógico en materia bancaria, en el polifacetismo de conocimientos que forman la ciencia de los negocios, más perfecto que el de bucear ideas en los indicios particulares que presentase cada diario, cada carta mercantil, cada conversación surgida al azar entre un cliente y un empleado de la casa, entre los mismos jefes y empleados; convertir después estas ideas en lecciones científicas, y comprobarlas con la práctica observando su verdadero alcance y aplicación a la organización bancaria a que se pertenece.

Limitarse a la rutina de hacer diariamente un trabajo que fue explicado al encargarse de él, pero que en aquellas explicaciones sólo se hizo memoria del engranaje de sus trámites, sin preocuparse de ampliar conocimientos, de analizarlo día a día para comprenderlo mejor, y para eliminar cuanta tarea pueda ser sustituida por un aquilatamiento de organización, es perder el tiempo lamentablemente, es postergarse en un ostracismo profesional; mas por ventura, tales indolencias representan un porcentaje mínimo en la plantilla de los Bancos; el por qué nos lo dan los alicientes de superación que emplean las entidades de este gremio.

En su mariposeo bibliófilo encontró monografías que le hicieron comprender la magnitud de acción del crédito bancario. Una idea generatriz le orientó en sus estudios: “El crédito es una moneda contable que suple a la efectiva que habrá de recibirse en su día”. Lo había leído en un tratado de Administración financiera. Es una moneda contable…; entonces la práctica mercantil actúa con fondos inexistentes siempre que procedan del crédito, es decir, que no posee en plena pertenencia; propios o no –la diferencia estriba en los intereses que devengan los préstamos- el comerciante y el industrial disponen de unos medios que, sin esta facilidad, no podrían utilizar, y es natural que les saquen un rendimiento superior, con lo cual aumenta la cifra de negocios, y en secuela, la riqueza de todo el país.

Con respecto a la entidad prestataria, esa moneda suple a la efectiva que habrá de recobrarse; y si la suple no disminuye su capital, no se mengua su garantía frente a terceros ya que los préstamos recibidos se corresponden con la recuperación de los emitidos. Pero aún disponen de otras garantías los Bancos, tenaces en ofrecer al público una solvencia indestructible: además de compensar los créditos, de los cuales sólo una cifra insignificante puede resultar incobrable dadas las formalidades con que se emiten, presentan su enorme capital constituido en acciones, sus reservas considerables, sus inmovilizados imperecederos, su cartera de renta, y varias otras.
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JUVENTUV BANCARIA -IV.
Xosé María Gómez Vilabella

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