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Oposiciones
Fachada austera y
grandiosa. Enrejados artísticos a la vez que consistentes en las ventanas de
los bajos. Portada inmensa con armazón de hierro y entrepaños de cristal; sobre
esta, con caracteres de bronce, el lema social de aquella empresa que palpitaba
dentro de aquellos muros tan sólidos, con seguridades de castillo y con la
elegancia de un palacio principesco: BANCO DE CRÉDITO Y AHORRO.
Madrugada serena
en el despertar de la ciudad. Aún había poca gente en la calle y ésta, casi
toda, formada por chicos sonrientes y esperanzados que se paseaban por las
inmediaciones del Banco. No llevaban libros, pero tenían aspecto de
estudiantes: esa mirada vivaracha, ávida de observarlo todo, de los
intelectuales jóvenes; una estilográfica o un bolígrafo en el bolsillo superior
de la americana, y, de vez en cuando, miradas de acecho a las puertas del
Banco, pendientes de que sonase la hora de aquellos exámenes de ingreso para la
escala administrativa.
Minutos antes de la
hora fijada, un conserje abrió las puertas, y los concursantes fueron pasando
al patio de operaciones. Este era amplio, severo y elegante: mármoles de
Carrara; escritorios de caoba para el público; mostrador circundante de madera
tallada, con ventanillas de plástico en una mampara del mismo material,
sostenidas por columnitas afiligranadas, de bronce; en cada ventanilla un
cartelito indicador de la clase de operaciones a que estaba dedicada la parte
de oficina interior a ella correspondiente, leyéndose las denominaciones de
Caja, Giros, Cuentas Corrientes, Cartera, Cambios, y Créditos. En el interior,
y en varios pisos, funcionaban las secciones de Contabilidad, Secretaría,
Correspondencia, Caja de efectos y Cupones, y otras subdivisiones de las
anteriores, que se encargaban de cuantos trámites no tenían contacto directo
con el público y que, por consiguiente, no precisaban ocupar un espacio en
torno al patio de operaciones.
Los opositores, evocando
el artículo 175 del Código de Comercio, que tal vez les iba a ser preguntado
como materia legislativa fundamental para la existencia y funcionamiento de un
Banco, fueron dándose cuenta de la misión de cada ventanilla denominada, y
asociando esta con los diez puntos del artículo generador, se explicaron
prácticamente diversidad de lecciones del cuestionario de legislación
mercantil. En consecuencia de estas atribuciones que da el Código, y de
ampliaciones modificativas posteriores, surgieron las ventanillas bancarias
como enlace y vínculo entre el negocio y el cliente, como conjunción financiera
entre el capital estable –ahorro o depósito circunstancial- y el capital
operante de las masas industriales. Las ventanillas complicaron y extendieron
su radio de influencia y originaron derivaciones que en los tiempos modernos
necesitaron alzarse a buen número de pisos buscando espacios higiénicos y
cómodos para el personal oficinista, y también descender tierra adentro para
edificar sótanos seguros y resguardados a la curiosidad malsana, para instalar
las cajas de seguridad de efectivo, valores y depósitos varios, en las que
custodiar los capitales de movilidad relativa.
¡Qué lejos
quedaban los cambistas de Egipto, de Babilonia, de Fenicia, de Grecia, de Roma,
y de todos los pueblos cultos de la antigüedad; y tampoco estaban próximos, en
orden de perfeccionamiento, los banqueros particulares de la Edad Media!
Basándose en la
necesidad de conocer la evolución de la cosa, para comprender el alcance de su
estado actual, y para apreciar la garantía de perfeccionamiento que da la
raigambre de los principios transformativos, el programa de aquellas
oposiciones comprendía una reseña histórica de las organizaciones bancarias, y
ese retazo de historia se hacía estadística al considerarlo a través de la contemplación
del aparato bancario moderno.
En los escasos
minutos de espera de aquellos opositores, paseándose por la sala de
operaciones, pudiera muy bien ocurrírseles paralelizar entre la función de
aquellas oficinas modernas y las de otros tiempos pretéritos. En la nebulosidad
histórica del pasado, hartos los hombres de trasegar mercancías para permuta de
bienes imprescindibles o convenientes, se les ocurrió crear un nuevo dios; en
la generalidad de los pueblos paganos una divinidad nueva no eclipsaba a las anteriores,
y así nació “poderoso”, como rezan sus mitos, el ídolo deslumbrante de todas
las gentes: nació la moneda como instrumento portátil de adquisición genérica,
como ensambladura entre la producción y el consumo, facilitando y estimulando
ambas actividades y, por consiguiente, dando vida activa a la relación de
utilidad común entre los individuos, pero también entre las naciones. Por
entonces surgieron, también, los precursores de la leyenda negra de los Bancos,
aquellos cambistas trapicheros que sólo tienen de común con las organizaciones
financieras actuales, legal y moralmente establecidas, el traficar con un mismo
artículo de comercio cual es la especie monetaria. Fulleros y cuanto se quiera,
aquellos cambistas dieron vida insustituible al comercio interior y exterior de
los pueblos, facilitando la circulación fiduciaria de las monedas nacionales,
así como la permuta de las extranjeras por otras de necesidad preferente. Será
muy rudimentario el préstamo, pero ya estaba en vigor otra finalidad primaria
de la Banca cual es la de facilitar la circulación y subdivisión de la moneda.
La labor de los
cambistas, aún con las deficiencias del reducido monto económico de sus
capitales individuales, se hizo tan útil a la sociedad que ésta, lejos de
aniquilarla, le facilitó medios para su amplitud y perfeccionamiento; y no hay
razón más obvia para defenderla puesto que las creaciones nulas o negativas al
progreso de la civilización resultan destruirse en un breve lapso por la fuerza
misma de la cultura, que avasalla y aísla los obstáculos que no cumplen a su
función benefactora de la Humanidad. De los cambistas fueron tan solicitados
sus servicios y su capital que necesitaron organizarse para mejorar el lucro de
sus actividades a través de la oportunidad que se les ofrecía; así dieron lugar
a una continuación técnica de su negocio en los banqueros de la Edad Media.
Tomó seriedad el
cambio y el préstamo al establecerse los banqueros con domicilio fijo y público,
al contraer obligaciones documentarias con los proveedores de numerario, al
asegurarse por igual procedimiento sus derechos crediticios, y alboreó el gran
movimiento mercantil de la Era moderna. Para facilitar aquella expansión
financiera los escribanos estudiaron la exigua aplicación de los clásicos
recibos, y a fuerza de introducir en ellos modificaciones adaptadas al tipo de
cada operación nueva, surgen los documentos fundamentales del crédito y del
giro: albalaes, pagarés, letras cambiarias y varios otros de aplicación
determinada a operaciones definidas; estos documentos, aunque relacionados
jurídicamente con los originarios de operaciones tipo, se van multiplicando en
el orden geométricamente progresivo con que aparecen todos los descubrimientos
y todas las transacciones mercantiles, de modo que para cada idealización nueva
la Banca se encarga de proporcionar documentos específicos, simplificadores.
Así como de cada invento surgen derivados, y cada aplicación de éstos motiva
otros inventos divisionarios, así se extiende la organización burocrática
acudiendo a todos los llamamientos del progreso; mas no se complica por su
numerosidad ya que la ingencia de asuntos que competen a la Banca se simplifica
asociándose por concreción de materias, para desembocar en orden por las
ventanillas del patio de operaciones como ademán íntimo, de abrazo, entre la
especialización correspondiente y los deseos del factor público que la precise.
Para no entorpecer
el funcionamiento de locales con servicio directo al público, las mesas de los
exámenes se instalaron en una sala de cajas de alquiler todavía desocupadas. Un
ordenanza rogó a los opositores que bajasen al primer sótano, enclave del aula
improvisada. En la mesa de cabecera esperaba el tribunal, constituido por altos
mandos de la empresa, de amplia formación moral y técnica, seleccionados para
tan delicada misión por su reconocida imparcialidad, preparación técnica y
rectitud de juicio. Las paredes del local aparecían materialmente tapizadas por
armarios metálicos, salpicados de cajetines clasificados por series y números
de orden. En aquella especie de ficheros, bajo un llavín que se entregaría al
cliente, y otro de tipo uniforme que se reservaba el cajero de valores, obrando
en delegación del Banco para aquellas funciones, se depositarían, igual que
ocurría ya en los departamentos contiguos, con seguridad plena frente a las
eventualidades de hurto, incendio, extravío y tantas otras, valores, joyas,
planos, documentos importantes y cuantos objeto tuviese a bien confiar el
cliente a la organización bancaria, satisfaciendo por ello unos derechos de
custodia mínimos.
Los opositores
encontraron en sus mesas el material adecuado a los ejercicios que se
precisaban; escribieron su nombre en cada carpetilla para personificar y
responsabilizarse de sus trabajos y para la confronta caligráfica con la
instancia de oposición que obraba en el Banco, a fin de identificar la
personalidad del examinado; en las mismas carpetillas tenían el cuestionario de
las materias a tratar en aquel ejercicio, eliminatorio, de cultura general.
Con intervalos de
varios días, que permitiesen a los opositores despejar el nerviosismo del
examen anterior, se celebraron los restantes ejercicios de mecanografía y de
materias mercantiles, contables y legislativas, de operaciones matemáticas de
precisión y rapidez, así como el oral acerca de operaciones bancarias.
El examen de
cultura general había depurado la masa opositora haciéndose con él un verdadero
“test” que demostrase la capacidad intelectiva de los aspirantes a ingreso y
obrando de verdadero tamiz que sólo dejase libre acceso a aquellos que
prometiesen convertirse en empleados cultos y competentes para las tareas de
relación y de responsabilidad a que iban dedicarse; quedaba, pues, para los
ejercicios definitivos, un grupo de opositores selectos, de los que sólo
pudieron aprobar aquellos que por orden de puntuación ocuparon los puestos
correspondientes al número de plazas; entre estos estaba Queimadelos y, un poco
más abajo en la lista, Mauro Aldegunde.
A los opositores
declarados aptos para el examen eliminatorio pero que no alcanzaron en el
técnico una puntuación del orden de plazas a cubrir, les reservaba su destino
continuar preparándose para una nueva convocatoria, en aquel o en otro Banco, o
especializarse en otra clase de conocimientos que se diese mejor a sus
aptitudes y a sus inclinaciones.
Abrazos gozosos y exclamaciones
de júbilo entre los aprobados el día en que se publicaron las calificaciones
del examen final; miradas huidizas y hurañas de cuantos no alcanzaron
puntuación suficiente, cobardía frente a la vida, dispersión callada y doliente,
con el ánimo herido, vacilante y vencido, iluminado tan sólo por la esperanza
de triunfar en otra ocasión. Así es el paralelo de reacciones entre aprobados y
suspensos, entre victoriosos y vencidos.
Algunos ojos no
acababan de creerse la realidad de las listas pues a los afortunados les
parecía imposible haber aprobado, y a los eliminados les decía el instinto de
propia defensa, de justificación moral, que también merecieron figurar en aquel
cuadro honorífico. Mas lo cierto es que un tribunal numeroso y competente
contrarresta en sus miembros toda inclinación personal, resultando decisiones
de alta rectitud e imparcialidad; queda tan sólo la coincidencia, bastante
improbable en exámenes de amplio temario, de que al examinando le correspondan
ejercicios poco comprensibles u olvidados, mientras que su formación sea
profunda en otro orden de cosas, y también la de que al examinarse atraviese un
momento síquico de perturbación intelectual motivado por problemas presentes de
índole familiar o personal, e incluso complicaciones eróticas tan delicadas en
la edad estudiantil, pero cuando estas situaciones conducen al fracaso no
pueden imputarse al tribunal, ni tampoco al individuo, sino a una fatídica
concurrencia en momentos necesitados del máximo despeje y concentración.
Tantas como
individuos fueron las emociones personales que siguieron en continuidad a las
comunes experimentadas por la lectura de la relación de aprobados; cada
opositor asociaba el éxito con sus necesidades o con sus ambiciones, con sus
esperanzas realizadas y con otras nuevas que nacían al amparo de aquella
realización.
En Mauro Aldegunde
florecía la certeza de una venganza terrible contra el profesorado de la
Facultad de Santiago; ya tenía trabajo para subsistir, así que seguiría
estudiando el alcance y solidez de sus teorías; pediría traslado si le
adjudicaban una plaza alejada de Santiago ya que pensaba volver a los estudios
universitarios; luego publicaría libros sensacionales divulgando su doctrina;
alcanzaría la fama y sería un verdadero pedagogo para la sociedad ignorante de
la filosofía panacéfica que él creía representar. Quién sabe si algún día
aquellos catedráticos que le suspendieran en Filosofía y Letras no se
postrarían a sus pies confesándose ignorantes e incultos. Aquel aprobado obró
de verdadero combustible de su pira anárquica y reformadora, sobre cuyas
cenizas esperaba ser el fénix de un progreso universal e infalible.
En Queimadelos,
por su parte, había una liberación de la infinidad de problemas que traía
consigo su situación de parado; se le terminaban aquellos ahorros de cuando
trabajara para Rancaño, el negocio de los anuncios luminosos apenas compensara,
otro tipo de empleo no aparecía, y sólo quedaba la cruel alternativa de
regresar a Lugo, a la casa paterna, en la que esperar la oportunidad de una
nueva colocación; por consiguiente, soportar la humillación de que Chelo le
viese en su infortunio. Respiró con entusiasmo y con alivio al ver su nombre en
las listas; explotó en su ánimo una emoción desbordante que le hizo vibrar
físicamente, sintiéndose fuerte y vacilante a un mismo tiempo; fuerte ante los
azares de la vida creyéndolos dominados al conjuro de aquella consecución
laboral, y vacilante en sus determinaciones del momento, por estupor emotivo,
incapaz de saber cómo conducirse íntima y socialmente. Vio a Mauro Aldegunde,
con otros aprobados, deshaciéndose en algarabía, abrazándose y celebrando el
éxito con gran alborozo; mas no quiso acercarse a ellos para que no le privasen
de la soledad que le apetecía en aquellos momentos a falta de alguien íntimo a
quien confidenciar su satisfacción.
Salió del Banco y
vagó un buen rato por las calles céntricas de la ciudad, sin detenerse en nada
y sin saber adónde ir; su estado anímico era de una concentración optimista que
le aislaba por completo del mundo exterior, en el que caminaba como un
autómata. De pronto se trocó su desconcierto en avidez religiosa, se acordó de
Dios inspirado por su formación católica, de que el Sumo Hacedor le había
permitido aquel bien, al que aún no había correspondido con el oportuno
agradecimiento, y mientras se dirigía a la iglesia de los Jesuitas, para
postrarse en acción de gracias, fue considerando cuán interesante le era a él
lo que fue maldición y castigo en Adán: el trabajo, que es sedante de las
pasiones y medio insustituible de subsistencia humana. Al salir de la iglesia
puso un telegrama a su familia comunicándoles la nueva de su admisión en el
Banco de Crédito y Ahorro.
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Ingreso
Pocos días después
los veinte aspirantes aprobados requisitaron en el negociado de Personal la
filiación precisa para la apertura de su expediente personal, verdadera
biografía de desarrollo constante donde se iría plasmando toda la actuación del
empleado para servir de prueba de juicio en las ocasiones de modificar la
categoría del titular, o en cualesquiera otras de índole laboral que pudieran
presentarse. También se les cumplimentó la solicitud de admisión del Sindicato
de Banca y Bolsa, así como los registros interiores de inscripción en la
Mutualidad y en los Seguros Sociales. Finalmente, por la sección de Haberes se
les hizo la ficha de sueldos para incluirlos en nómina y en el escalafón
general.
Ya tenían asignado
el departamento en que empezarían a prestar sus servicios. El mismo tribunal de
exámenes, en reuniones expresas para ello, hizo la distribución a la vista de
las vacantes de cada negociado, procurando destinar a los veinte aspirantes en
compatibilidad con las inclinaciones demostradas en los exámenes; con ello se
pretendía facilitarles su adaptación al trabajo, al propio tiempo que se
beneficiaban los distintos servicios encomendándolos a personal de formación
adecuada.
La visión mecánica
de la organización interior de un Banco es la de un motor polifásico en la que
cada aplicación está conectada al eje matriz de la dirección general; estas
conexiones se vinculan a las sucursales a través de una Inspección general, que
es el órgano fiscalizador de la empresa, y está documentado por los servicios
de asesoría jurídica, estudios económicos, estadística, informes comerciales, y
otros complementarios, que le permiten exponer al Consejo o a los dignatarios
rectores las probabilidades y alcance de riesgo de las operaciones propuestas
por los distintos negociados o dependencias.
Aquella promoción
de personal administrativo inició sus actividades en una misma fecha,
distribuida en los diversos negociados del Banco; y simultáneamente empezó su
asimilación de las normas internas de trabajo: fueron dándose cuenta del
engranaje de la empresa, primer conocimiento necesario para la vida de relación
entre las actividades de la entidad a fin de que cada especialización se
orientase en orden a la efectividad del conjunto financiero.
Veinte jóvenes
comenzaban a actuar. Como ellos empezaran infinidad de promociones en distintas
fechas y en distintos Bancos, así que estos forzosamente tienen que parecerse a
todas las promociones bancarias, y con más razón al ser varios individuos,
porque en tantos no caben excepciones fundamentales; lo único que es lógico ocurriese
es que esta promoción resultase un poco más eficiente que las anteriores en orden a que la masa
cada vez tiene más y mejor formación; por consiguiente, las oposiciones de
cualquier índole van seleccionando personal mejor preparado, así como porque los
antiguos empleados de cada sección tienen más experiencia profesional que sus
antecesores por haber unido la suya propia a la de aquellos, y esta se
transmite por convivencia y por necesidades del servicio a los recién
ingresados. Veinte jóvenes que empezaban a sentir la responsabilidad del
trabajo en toda su extensión, ya que en su mayoría esperaban permanecer
indefinidamente en la empresa, y sólo así, tomando por meta una profesión, se
la puede querer y comprender; que empezaban a laborar con toda eficacia porque
pertenecían a una entidad bancaria, y un Banco es una organización modelo; por
consiguiente, un bien social. Se sometían al anónimo, bajo la sombra del coloso
financiero denominado Banco de Crédito y Ahorro; oscurecían su personalidad
pública trabajando en común para los fines de la empresa, pero iban a ser
premiados en esta renuncia con un salario que les permitiría vivir desahogadamente, con la alegría íntima de
saberse productores, con el gozo fraternal de la camaradería entre jefes y
empleados, entre técnicos y subalternos, entre todos aquellos devotos del
progreso económico que, amando la entidad en la que estaban encuadrados, y en
la que disfrutaban de una liberal remuneración, no podían menos que amarse
entre sí, pues haciéndolo cumplían el deber y el derecho de integrar su propia
causa, su propia empresa, ya que lo era desde el momento en que de ella se
beneficiaban capital y trabajo, accionistas y personal productor.
Siguiendo los
pasos de esta promoción, la vemos desde el Negociado de Personal, acompañados
por un jefe del mismo, recorrer todo el Banco, presentarse a los apoderados de
las distintas secciones en las que iban quedando los aspirantes destinados a
cada una de ellas. Transitoriamente, porque a los pocos meses, según lo aconsejase
el aprovechamiento y cualidades de cada empleado, se cambiarían de negociado
para facilitarles un amplio y mejor conocimiento de todas las actividades
profesionales, y quedaban afectos dentro de cada sección al trabajo más
elemental que les permitiese ir conociendo sin gran esfuerzo las materias que
se tramitasen en la misma.
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Contabilidad
El jefe de este
departamento era un antiguo profesor de cierta escuela de Comercio que,
despechado de la pedagogía, había preferido ingresar en el Banco.
Le abrumaba la
enseñanza como vocación, que no iba con su carácter decidor y bromista, lo que
le costara algún incidente en las clases ya que los estudiantes, cogida
confianza, abusaban de ella, convirtiendo el aula en auténtica tertulia, sin
que el profesor acertase a imponer su autoridad ni consiguiese sacar provecho
de sus lecciones, pero en el Banco, en aquel otro ambiente de disciplina, de
responsabilidad y de constancia en el trabajo, supo combinar sus decires alegres
y juveniles con la formalidad de las operaciones, matizando de optimismo el
ambiente de la sección a que perteneciese, reservando para los momentos
oportunos sus maneras festivas y concentrando toda la seriedad necesaria para
los asuntos que así lo requiriesen, llegó a escalar varios puestos de confianza,
ocupando en esta época el de Jefe de Contabilidad. Cuando le fue presentado
Queimadelos simuló escandalizarse, diciéndole con toda camaradería:
-Pero, chico, ¿tú
lo pensaste bien? Pues oye esta terrible maldición: un Banco es una máquina, y
sus empleados son piezas oxidadas, carentes de espíritu y de utilidad
individual, que conectadas con su engranaje laboran a un ritmo judaico, pero fuera
de esta aplicación son chatarra pura. Ser una pieza de esta máquina es
condenarse a galeras perpetuas, es morir poco a poco entre fajos de billetes y
de folios numerados.
Al notar que
Ernesto le miraba sorprendido de sus extravagancias, continuó:
-No te asustes,
muchacho, que ahora te daré otra versión de la Banca, y ésta te resultará más
amena porque es más real: ¿Qué es la vida? ¡Oh! Luchas, por el garbanzo, y por
cuatro cosas más; pero esto no es prosa: las pagas ordinarias son un rosario de
cuentas adaptadas a los gastos fijos, pero las extraordinarias son un manjar de
dioses, que ya lo quisieran tener los del Olimpo. Un Banco es contar y
escribir; los cálculos son poemas de estrofas cifradas, y las máquinas, en su
tecleo, son melodías de arpa. ¿Quieres más poesía para nuestra profesión?
Desconcertado,
contestó con diplomacia:
-Verdaderamente
observo que esto tiene varias facetas, y confío que la más preponderante sea la
mejor.
-¿Qué, qué? No lo
dudes: Para ti, como para los demás que te precedimos, tiene que ser la más
alegre; es decir, la más agradable.
-Entonces, siendo
así, estoy seguro de que llegaré a encariñarme con la Banca.
El jefe de
Personal, al que visiblemente no le había hecho gracia la disquisición del de
Contabilidad, se retiró con el resto de los aspirantes, y Queimadelos se quedó
solo en medio de un laberinto de escritorios, en los que una docena de
empleados producían un suave murmullo al calcular en voz baja. Nunca como en
aquel instante se le hiciera tan pesada la atmósfera; se sentía abrumado por la
incertidumbre, por el miedo a no saber cumplir debidamente la misión que se le
encomendase. Miró en torno suyo: todos trabajaban con independencia personal,
lo que significaba que todos conocían lo suficiente su tarea como para no
consultar con ningún compañero o jefe; en su expresión les notaba dominio de la
función que realizaban. Consideró que sus conocimientos teóricos le iban a ser insuficientes,
y hubiese dado cualquier cosa por contar con la confianza de alguien que le
ayudase en las probables dudas y novedades que se presentasen, pero encontró en
todos ellos la inexpresividad de quien está consagrado de lleno a una tarea y
no tiene sentidos disponibles para enterarse del mundo exterior; luego supo que
era tradicional no fijarse descaradamente en el compañero que llega para
evitarle la turbación de los primeros momentos; agradeció aquella deferencia,
que no indiferencia.
Mientras tanto, el
jefe de la sección se había detenido en hacer unas modificaciones en el cuadro
sinóptico de distribución del trabajo; una cartulina en la que, cerrados con
llaves y flechas, estaban sintetizados con expresión cronométrica todos los
asuntos a resolver por el personal allí encuadrado. Se había tomado por base el
tiempo normal de duración de cada labor o actividad, y agrupándolas por
analogía o correspondencia de materias, estaban distribuidas de forma que
existiese una equidad de esfuerzo. Después le presentó a toda la sección, de
cuyos ofrecimientos y muestras de fraternal acogida Queimadelos quedó vivamente
impresionado. Ya empezaba a descorrerse el velo de sus preocupaciones, y
terminó optimista y satisfecho con lo que seguidamente le habló el señor
Briones, jefe a la hora de la disciplina necesaria, compañero en los
intermedios.
-Siéntate,
muchacho. Creo que te apellidas Queimadelos…
-Servidor. Y
gracias, pero no se moleste.
-Ya te tengo
encuadrado en la tarea más fácil y más oportuna para un principiante; pero me
hace falta algún dato para iniciar tu baremo de aplicación. No te extrañe esto
porque este centro tiene bastante de escuela, un poco de confesionario y mucho
de tribunal de examen perpetuo. Te anticipo, para tu gobierno, que se lleva una
minuciosa hoja de servicios de cada empleado, que anualmente se refunde en un
informe sintetizado que pasa al expediente respectivo, y que obra de consejero
para multitud de decisiones de la Superioridad. Como ves, un Banco, y ahora
hablo completamente en serio, no es una uniformidad de actuaciones y de
consecuencias; aquí existe, y se cultiva, la personalidad individual del que
sea capaz de tenerla, aunque actuante de conformidad con una reglamentación,
tan marcada como pueda ocurrir en la profesiones libres, que se tiene muy en
cuenta a la hora del ascenso o del premio; no se coarta, pues, el esfuerzo
superativo del empleado, sino que, al contrario, se le reconoce y se le estima.
Estos o parecidos consejos y explicaciones damos aquí y en los demás
departamentos; y con ello no hacemos más que corresponder al celo que tiene la
empresa de compensar a sus empleados facilitándoles atenciones por el esfuerzo
que se le entrega. No sería justo, es lógico reconocerlo, que fuesen comunes
los logros de quienes no ponen el mismo interés al servicio de nuestra entidad.
Y ya te iré dando más normas de tipo profesional a medida que observe las
necesites. Ahora vamos al examen particular de que antes hablaba.
Hizo una breve
pausa para consultar la ficha de puntuación de los exámenes de Queimadelos, que
ya obraba en su poder enviada del departamento de Personal para que sirviese de
orientación al asignarle cometido. Ernesto estaba admirado de la precisión que
se seguía en Banca, en aquellos trámites de régimen interior que acababa de
conocer, y temió verse en un nuevo examen de programa; pero éste fue de otra
especie, y breve, por añadidura.
-Te agradezco me
contestes concretamente, estilizando las ideas con las frases más expresivas y
más cortas posible para no dar lugar a interpretaciones erróneas. Admito en
principio que tienes una excelente cultura general puesto que alcanzaste buena
puntuación en las oposiciones, y parto de esta base. Veamos ahora: ¿tienes
estudios académicos, universitarios, autodidácticos, o de otra índole?
-Hace tres años
que terminé el Bachillerato en el Instituto de Lugo, y aprobé seguidamente la
reválida en Santiago. Francamente no domino materias de gran aplicación bancaria
porque, como usted sabe, los estudios de Bachillerato tienen escasa conexión
con estos programas de la Banca.
-Bien; pero créeme
que tienen más de la que parece a simple vista. En Banca, que es, a la vez,
ciencia y arte, bastante complejos, se precisa una amplia formación en la que
enraícen varias facetas de nuestros conocimientos clave. Esto no quiere decir
que sean imprescindibles estudios oficiales, pero cuando se poseen evitan,
andando el tiempo, que el empleado se dedique a adquirir cultura general
mientras podía estudiar las especialidades de interés profesional. Otra cosa:
¿tuviste actividades de cualquier tipo, dentro del campo intelectual, claro
está, y fuera de los estudios que citas?
-Pues, sí; he sido
durante varios meses, en Lugo, jefe de la sección de compras de una empresa
ganadera.
-¡Pero, muchacho!
–Exclamó festivo el señor Briones- ¡Estoy viendo que estás saturado de
finanzas! ¿Qué tal iba el negocio?
-La verdad es que
ganábamos dinero, y se me daba bien aquel trabajo; pero mediaron unas faldas y
lo eché todo a perder.
-¿Cómo?
-Fue una pequeña
aventura, a consecuencia de la cual quise cambiar de residencia, pues se me
hacía violento encontrarme con la chica que me había colocado, y que fue la
del…
-¡Un plantón, por
supuesto! ¿No? ¡Suele ocurrir…!
Queimadelos hizo
un gesto de asentimiento, expresivo de amargor y de nostalgia.
-Eso se cura
pronto; ya verás cómo las coruñesas te la hacen olvidar. Pero vamos a terminar
esto: ¿De idiomas conoces algo más que las nociones del Bachillerato?
-Nada más, y aún
menos que entonces porque se me habrá olvidado lo poco que sabía de latín y de
francés.
-Ahora, para los
documentos de la Banca, te interesa acogerte al inglés comercial… Una última
pregunta, y con franqueza: ¿Qué te mueve a ingresar en el Banco?
-La verdad resulta
un poco grotesca; se me terminaban los ahorros y me acogí a estas oposiciones
para poder subsistir. De momento, esta es mi única ambición.
-No te preocupes,
que así ingresan muchos; pero luego se entusiasman; forman un ideal
profesional, y se quedan tan satisfechos trabajando activamente para lograrlo.
Bueno, con esto hemos terminado. Ahora vamos a iniciar tu cometido.
Y condujo a
Queimadelos hasta un extremo de la oficina.
-¿Cómo va esto?
–preguntó el jefe de Contabilidad a un chico que a la sazón se afanaba en
transcribir al libro de posiciones los apuntes contables del día anterior.
-Normal; como
usted ve, no tengo nada atrasado. Contestó el aludido.
-Fíjate en esto,
Queimadelos; el trabajo siempre debe ir al día, y con ello se logra comodidad
para el que lo hace porque no tiene la preocupación de omitir algo pendiente,
al propio tiempo que se facilita el intercambio de datos para las operaciones
de los compañeros, lo que mantiene entre todos nosotros el espíritu de
colaboración y contribuye a hacernos agradables nuestras jornadas.
Después de una
corta transición, el jefe se dirigió al empleado que tenían delante:
-Núñez, el amigo Queimadelos
pasará a hacerse cargo de esta mesa porque tú ya estás capacitado para ocuparte
de otros asuntos. Que se siente a tu lado para ir observando las materias que
tienes asignadas, y que te ayude a medida que vaya conociéndolas; después le
redactas un resumen de asuntos a tratar, como acostumbramos a hacer para todo
empleado que suceda a otro a fin de que, teniéndolo a la vista mientras no
domine su cometido, no se le olvide cosa alguna, y encuentre así facilidades en
las que conozca superficialmente; cuando esté en condiciones de emanciparse me
lo decís, y entonces ya te asignaremos a ti, Núñez, otra misión.
-Así lo haremos, descuide.
–Le contestó Núñez, y siguió hablando dirigiéndose ahora al nuevo, a Queimadelos:
-Tuviste suerte en
que te destinasen aquí, pues, aunque es cierto que el trabajo de esta mesa,
libro de posiciones, chiffriers y hoja balance de situación diaria, son pesados,
porque te pasas horas enteras sumando y restando, todo queda bien compensado
con lo que puedes aprender fijándote un poco en los documentos que circulan por
tus manos. Este es el vértice del Banco, y aquí llegan noticias, por los
asientos de los distintos diarios, de todas las operaciones que se realizan;
también te llegan diversos errores que a menudo marean para localizarlos y que
incluso te estropean un rato de trabajo, pero les hechas cuatro pestes, te
desahogas, mandas los diarios a la sección correspondiente para que
rectifiquen, y te queda la ventaja y la satisfacción de haber profundizado en
la contabilización de aquello que te dio guerra para localizarlo, comprenderlo
y aclararlo. Sobre todo de los balances, con la observación del evolucionar de
los valores de activo y de pasivo que le componen, sacarás provechosas
enseñanzas financieras.
El “botones” del
negociado acercó una silla a la mesa de Núñez, y Queimadelos se colocó cerca de
éste, de modo que, sin entorpecerle en su trabajo, pudiese fijarse en todas las
manipulaciones y cálculos que hiciese.
Tres reactivos
síquicos presionaban el ánimo de Queimadelos en aquellos instantes, y
continuaron haciéndolo, aunque en proporción diminutiva, durante los ocho o
diez días siguientes: la novedad del trabajo en sus circunstancias de lugar y
de forma; de materiales a emplear, cual eran libros e impresos desconocidos; de
relación de trámite, o sea, los requisitos que con respecto al público, a los
compañeros o a las anotaciones propias habrían de seguirse, y, sobre todo de
materia, que es lo que encontraba más difícil pues cualquier duda sobre los
otros motivos no le importaba consultarla con los compañeros o con los jefes y,
en cambio, acerca de esto le resultaría bochornoso confesarse ignorante pues
suponía que el hecho de haber aprobado las oposiciones implicaba conocer todos
los asuntos que se le encomendasen. Más tarde fue comprendiendo que ciertos
conocimientos bancarios sólo son posibles con la práctica, y que, por
consiguiente, no pueden recogerse en el programa de unas oposiciones so peligro
de hacer confusa y extensísima la teoría a estudiar; esto aparte de que ciertos
formulismos interiores, verdadera creación experimental de los empleados de un
Banco, constituyen para los mismos un derecho intelectual, indiscutible, como
de invención a la que cooperaron de uno o de otro modo factores radicantes en
la empresa y pertenecientes a la misma, que no procede ponerlos al alcance de
opositores que pueden o no ingresar en la entidad creadora y que se
transmitirían a competidores por los individuos que opositasen a otros Bancos.
Otro reactivo era
la presencia de público en las ventanillas, al que tendría que atender tan
pronto dominase el trabajo de Núñez; actuación delicada para la que temía no poseer
suficientes dotes de serenidad considerando la rapidez con que se despachaba en
las ventanillas de todos los Bancos que él conocía; de no hacerlo así supondría
quedar en mal lugar frente al público y a sus jefes; era muy distinto dirigirse
en la empresa Rancaño, con sus atribuciones de superioridad como jefe de
Compras, a los delegados, o a los labriegos que acudían a liquidar remesas de
ganado.
Y el tercero, la
barrera social de convivencia con personas cuyo carácter y trato aún le eran
enigmáticos. Queimadelos no era muy expansivo y sabía por experiencia que la
gente confiaba en su discreción y en la seriedad de sus actos, que gustaban de
confidenciar con él; pero estas virtudes tenían la contraposición de que no
acostumbraba a intimar desde los primeros instantes de una presentación, así
que tendría que aguardar algún tiempo de tanteo social para trazarse una norma
de conducta con respecto a sus compañeros. Era lento en las apreciaciones
sicológicas, pero sus juicios resultaban maduros y certeros, evitando los
futuros desengaños de conocimientos rápidos y superficiales. Así, desde su
posicionamiento en el negociado, empezó a hacer la ficha mental de
conceptuaciones investigando en los dichos y actos de aquellos individuos,
recién conocidas las características de su verdadera personalidad, para
proceder con ellos en consecuencia y así evitar enojosas discrepancias que
turbasen su paz laboral.
A media mañana
aumentó el público en las ventanillas y, por consiguiente, la actividad
interior se convirtió en vértigo. En aquellas horas toda la ciudad herviría en
actividad concentrada: los comercios, las industrias, los transportes, los
negocios callejeros…, se habrían desperezado acogiendo a la gente que acudía
afanosa de conseguir un lucro o de satisfacer un deseo, y la Banca, que es
enlace del movimiento fiduciario, acusaba fielmente la culminación de aquella
actividad con sus riadas de público en el patio de operaciones. Próximo a la
mesa que dejaba Núñez estaba el servicio de Cuentas Corrientes y, tanto aquél
como el encargado del libro auxiliar de éstas, tuvieron que suspender el
trabajo interior para consagrarse a la clientela, que iba desfilando con hojas
de ingreso y con talones de cuenta, para despacharla antes de los cinco minutos
normales de tramitación documentaria.
Queimadelos fue
observando la organización de aquel servicio y, como impresiones de la primera
jornada, totalmente comprendidas, consideró de especial interés el orden de
estudio y registro de los documentos presentados por el público, cuyo control
resultaba infalible. En las entregas, el recuento de efectivo por los ayudantes
de Caja y las subsiguientes anotaciones en los libros de cuentas de clientes y
de posiciones, amén de un minucioso examen del volante correspondiente, por
cada sección que lo tramitase, para comprobar la regularidad de sus
anotaciones, y legalizarlo con el visé de cuantos empleados lo utilizasen. En
los talones de cuenta más minuciosidad aún para evitar los errores a que este
documento se presta, tanto para el Banco como para el titular de la cuenta a
cuyo cargo se libre: confrontación de firmas con las de la ficha de
identificaciones; comprobación de serie y número para ver si coincide con el
talonario facilitado por el Banco titular; de la fecha; de la igualdad de cantidades
consignadas en cifra y en letra; registro en los libros, y posición
demostrativa de la disponibilidad de saldos o, a falta de este, anotación del
conforme del descubierto o de los abonos en tramitación que contabilizasen
otros negociados; consideración de bloqueos, y otras observaciones que
contribuyan a cerciorarse de que todo está en orden, y de que la Caja puede
hacer el pago con toda tranquilidad.
En un orden más
amplio de repercusiones, estas medidas de control llevan al público la plena confianza
de fidelidad en cuantos fondos y asuntos se confíen a la Banca, y por
consiguiente se hacen posibles todas las actividades en las que la organización
bancaria juega papeles insustituibles. Aunque parezca extraño e
intranscendente, lo cierto es que en un reducido número de empleados de
ventanilla descansa gran parte del prestigio de un Banco, y con intervenciones
diabólicas de éstos se vendría abajo su solidez económica por desconfianza
entre la clientela, con el subsiguiente traspaso de operaciones a otra entidad
que les ofreciese más garantías; previsto tal desliz, posible dada la
fragilidad humana, y velando siempre por los intereses de la empresa y por el
honorable trato que se debe al público, el sistema de control que llevan esos
empleados se complementa entre sí de forma que el error o la mala fe de alguno
de ellos constituye plena responsabilidad para los otros, y así, cada uno de
los intervinientes en la comprobación de los documentos bancarios se esfuerza
por estudiarlos a fondo para no resultar perjudicado por actuaciones de
terceros.
A la hora de
cierre de las operaciones de Caja fue extinguiéndose la concurrencia pública, y
los empleados de ventanilla pudieron dedicarse plenamente al trabajo interior.
Núñez terminó de cuadrar las chiffriers de comprobación del movimiento de
operaciones, totalizando los saldos de las cuentas de Mayor, y por último
confeccionó la hoja balance. Con su tarea fue simultaneando explicaciones
acerca de cuanto hacía a fin de que Queimadelos pudiese seguirle en todo el
engranaje de los cálculos.
Despachado el
público, las oficinas cobraron silencio de voces humanas, interrumpido tan sólo
por las frases precisas para la coordinación de los trabajos de cierre; sólo
vibraban las máquinas calculadoras y dactilográficas con ritmo de pianos
metálicos. Era el instante de concentración máxima en el que se comprobaban las
operaciones del día y se despachaba el correo que aquellas motivaran, pero este
tiempo de verdadero trabajo interior, igual que el de máxima asistencia pública,
fue corto, y le siguió otro de verdadera tertulia, simultaneando con los
finales de la tarea, en el que se sacó a relucir el último chiste, el
comentario de actualidad, la crítica deportiva, y sobre todo el enjuiciamiento
de las operaciones más significativas de la jornada, a través de cuyo estudio
los empleados iban adquiriendo experiencia y conocimientos técnicos.
-.-
Huyendo de la oficina
Vuelto a la fonda,
Queimadelos escribió a su familia y a Deza, comunicándoles las impresiones de
su primer día de trabajo bancario. A su
familia con matices sentimentales, con nostalgia del hogar paterno, con frases
en las que se asociaban las ideas de la resolución de su problema económico, de
sus afanes en orden a la consecución de futuras mejoras, de las posibilidades
que tenía de enviarles periódicamente alguna ayuda monetaria, de su
satisfacción por verse colocado en una empresa de gran potencialidad y
prestigio. Pero la carta a Deza fue más objetiva, relacionada con la materia
causante de sus nuevas circunstancias; por eso tiene otro valor documental para
el estudio de la comunidad oficinística actuante en el Banco de Crédito y
Ahorro.
Con trazos ágiles
y vigorosos, la pluma de Queimadelos gravó en unas cuantas cuartillas,
convencido de que charlaba con Deza como en alguno de sus antiguos paseos por
la carretera de Albeiros, principal vía de su barrio natal, el reportaje de aquella
primera jornada. Le dijo, entre otras cosas:
“… así que aún
resuena en mis oídos el tintineo de las máquinas, el cante de los números de
control avisando a los clientes para que retiren el justificante o el efectivo
de sus operaciones, la musiquilla de los cálculos y las conversaciones del
público, así como las confidencias de los solicitantes de préstamos. A simple
vista todo esto puede parecer monótono, pero yo te aseguro que detrás de las
ventanillas existe mucha humanidad, tanta que me hizo dudar de si la
mecanización bancaria en curso destruye o fomenta la espiritualidad del
empleado. Creo poder anticiparte que allí existe un gran sentimiento de
camaradería debido sin duda a la especial organización del Banco, que no deja
intersticios entre las funciones limitantes de cada empleado, con lo cual desaparecen
de las tareas de grupo sus motivos fundamentales de disensión.
“No sé si tendré
madera de banquero, pero de bancario si, ya que, ahora, me gusta esta
profesión; con un par de meses ejerciéndola supongo que llegaré a conocerla
detalladamente, y para entonces decidiré si me conviene entusiasmarme con ella
y darme al estudio de sus materias fundamentales, o si la utilizaré sólo como
medio para prepararme cualquier otro plan de vida; pero ya casi me atrevo a
profetizar que se encorvarán mis huesos sobre los mostradores de la Banca
negociando con fiducias extrañas; es una corazonada que tengo desde que aprobé
la oposición.
“Lo que encuentro
más espinoso es el contacto directo con la clientela, ese murmullo zumbante que
llega desde el patio de operaciones y que entorpece la función intelectual, así
como las interrupciones del trabajo por tener que acudir a la ventanilla para
solucionarle al público la diversidad de asuntos que plantea, con lo que se
pierde el hilo de la tarea normal, se irregularizan las tramitaciones que
tengas entre manos, y se ocasionan errores que luego acaparan un tiempo para
localizarlos. A propósito de esto se me ocurrió comentar con los compañeros que
debían mecanizarse todos aquellos servicios de conexión entre las oficinas y el
público, utilizando algo así como un sistema de fichas y buzones dispuestos en
mecanismos que tuviesen un lema para cada clase de operación, que el público
introdujese la correspondiente ficha en el compartimento de su interés, que se
registrase su proposición y que se le contestase también automáticamente por
otra ficha impulsada al exterior de las máquinas. Me las iba dando de listo y
salí chasqueado porque me demostraron lo improcedentes que resultarían tales
artefactos, con estas y otras razones: que es necesario un alto grado de
perfeccionamiento en esos dispositivos para que operen con más seguridad y
rapidez que los funcionarios reemplazados, lo cual no es fácil para nuestra
mecánica actual; pero principalmente porque en nuestra civilización –embrionarios
aún los cerebros electrónicos- todavía hay que confiar mucho en la influencia
personal, y a veces se logra un entendimiento después de una prolongada
conversación en aquellos casos en que sean posibles y convenientes ciertas
concesiones por parte de uno o de ambos contratantes, pues las operaciones
bancarias son verdaderos contratos ya que en ellas se enfrentan y compaginan
los intereses de la entidad y los del cliente.
“A todo esto no te
hablé del edificio: es austero y recio, pero también elegante; más tira a
construcción palaciega que a comercio esbelto y frágil. Si es verdad que la
arquitectura logra fines sicológicos, en esta obra se dan plenamente porque su
seriedad exterior habla de formalidades financieras, y las tonalidades y el mobiliario
de los distintos departamentos parecen propicios para la serenidad de
actuación, al mismo tiempo que para el optimismo del trabajo.
“Seguiré
contándote mis impresiones en cartas sucesivas, y a cambio de esto espero me
informes de las novedades que puedan interesarme, sobre todo acerca de Chelo…”
-.-
Aún estaba,
seguía, enamorado de Chelo; ansioso de seguir en continuidad las noticias de su
existencia, con esperanzas de llegar a situarse social y económicamente, no
sabía si para venganza de su orgullo o para reanudar aquellas relaciones en
analogía de posición.
-.-
Documentándose
Queimadelos hizo
de su mesa de trabajo un verdadero observatorio. Se había propuesto obtener de
su empleo los mayores beneficios que le fuese posible, y para ello procuraba
documentarse en cuanto creyese de alguna utilidad. Aconsejado por compañeros
más antiguos, se trazó la forma de estudiar simultáneamente las operaciones
fundamentales de todos los negociados para así comprender las funciones de
conjunto vinculadas al suyo propio. Y fue engarzando paulatinamente las
enseñanzas libadas en todas las conversaciones, cartas, circulares, cálculos y
libros contables al alcance de su conocimiento; completándolas en las
incógnitas que se le presentasen a fuerza de deducciones y de textos
consultados en la biblioteca del Banco.
Le sugestionaba
mayormente el estudio de la relación del cliente con el Banco; de las
coyunturas financieras que dan lugar a esa necesidad recíproca de acercarse el
público a los Bancos y de éstos captar clientela solvente; de los fenómenos
económicos emanados de las operaciones bancarias; pero sacrificó esta
preferencia para dedicar su máxima atención a la organización interior de la
empresa, que consideró de suma importancia para el empleado novel. La hoja
balance de situación diaria, que le correspondía confeccionar utilizando los
movimientos del día y los totales arrastrados, le dio ideas claras acerca de la
clase de operaciones a que se dedicaba el Banco y de cómo evolucionaban éstas
en la conversión de los valores originarios del lucro que se perseguía.
Empezó analizando
la cuenta de Caja; y la vio dúctil como ninguna otra, adaptable a infinidad de
operaciones; la vio como una licuación de los valores materiales, como una
solidificación de obligaciones contraídas y de derechos adquiridos, como un
ente de satisfacción general encargado de nivelar visiblemente las mutaciones del
valor convencional. Caja era un verdadero personaje en el espectáculo
financiero: escurridizo pero oportuno, mediador en las exigencias más comunes,
visible para convencimiento de su eficacia y siempre menor de edad, sin
atribuciones para aumentar ni para disminuir de apreciación en cuanto a la
cifra absoluta de sus existencias; incapaz de entregar más de lo que recibe,
pero siempre útil para sustituir al valor modificado.
Realmente era un
disponible inmediato, como rezaban los textos contables; tan inmediato que, por
el hecho de ser fiducia universalmente aceptada, servía para cancelar al
instante y a satisfacción del interesado todas las obligaciones de tipo
comercial. Como cuenta de activo, receptiva de una parte de la sustanciación
del capital o de otras partidas netamente pasivas, se henchía de significado en
su Debe, acaparando los cobros, y se volcaba vaciándose a medida del alcance de
la operación motivante, en su Haber, obediente a la ejecución de los pagos.
Diariamente su guardián –por contagio de nombre, cajero- hurgaba en los senos
del Debe, arqueando su contenido, comprobando la exactitud de los cálculos con
la realidad de su manipulación, y levantaba un acta de fidelidad, que llamaba
arqueo, en la que se demostraba que tanto él como el saldo a su custodia se
habían mantenido con la debida integridad.
A los pocos días
de ingresar Queimadelos en el Banco de Crédito y Ahorro oyó preguntar a un
compañero:
-¿Es posible que
tengamos tanta exigibilidad para estos días? Voy a decirle la cifra que anoté,
por si padecí error al tomarla. –Y pronunció una cantidad que para los oídos de
Queimadelos, poco avezados aún a las sumas de la movilización bancaria, sonaba
a fabulosa.
-Exacto; eso es,
aproximadamente, el movimiento que tendremos en pagos, mientras que los cobros
bajarán un poco del margen corriente. –Era el jefe de Control quien tal
afirmaba- Tú sabes que en estos días, últimos de mes, las empresas retiran
fondos de sus cuentas para pagar las nóminas de personal, e igual que las
empresas los organismos oficiales. También ocurre que muchos particulares
depositan más dinero del que pueden ahorrar durante el mes, y a finales
necesitan completar el presupuesto. Por contra, los ahorros y demás
recuperaciones no empiezan a afluir en ventanilla mientras en los hogares no se
han satisfecho los gastos fijos mensuales, por lo cual no podemos confiar en
ellos hasta los primeros días del mes siguiente. Este fenómeno de la
circulación fiduciaria debe tenerse muy presente para que Caja y las cuentas de
inversiones se desenvuelvan con normalidad.
Sobre aquella
breve conversación cimentó Queimadelos un conocimiento más: el de que la Caja
acusaba, como ninguna otra cuenta, la situación económica de la plaza, la
circulación y disponibilidad de efectivo en las masas. Luego, la Caja sufría
oscilaciones, desprendía a veces grandes cantidades y las recuperaba en otras.
Esto hacía pensar en el axioma de que la moneda, por si misma, es inalterable,
anulando este principio la pretensión de lucro que, lógicamente, ha de
gestionar toda empresa. Mientras las existencias necesarias fuesen las mínimas
normales, poco podría perderse con esa sedimentación de un fragmento del
activo, pero al elevarse, forzosamente habría que convertir en numerario una
parte del capital productivo, o retener en un estado de efectividad ingresos de
segura y eficaz inversión. Esto último era lamentable pero necesario al
desarrollo de las operaciones bancarias; así que para evitar exceso de encaje
convenía acudir a la estadística de etapas anteriores similares y a sondeos
acerca de las principales empresas clientes para aproximar el global de sus
exigencias, con lo cual se equilibraba la proporcionalidad de los valores
financieros.
En el balance
diario, y en los extractos de situación periódica, encontró anexionada a la
cuenta de caja la del Banco de España; esto le aclaró un nuevo punto: pese a
todos los cálculos de compaginación de disponibles y exigibles era natural que
se presentasen situaciones imprevistas, pagos extraordinarios o recuperaciones
insospechadas. En principio creyó que para estas circunstancias se dejaría un
margen de numerario, pero al enterarse de la existencia de esa cuenta con el
Banco emisor, contra la que se libraba en casos especiales, comprendió que
aquella relación, entre otras funciones, facilitaba la de proporcionar efectivo
cuando fuese necesario, para reintegrarlo en las oportunidades de exceso de
encaje.
Completó su
estudio de las disponibilidades inmediatas considerando la función de
compensación mutua que se verificaba por las cuentas mantenidas con los demás
Bancos de la plaza. Además de facilitar la relación interbancaria de asuntos a
solventar por los corresponsales o las oficinas de la Banca vecina, dando
flexibilidad y acogida a operaciones para cuyo logro fuese necesaria una
actuación conjunta, también permitían acudir al reembolso de los saldos
favorables con cheques a la vista y con órdenes de abono. Con los
corresponsales ocurría exactamente lo mismo en cuanto a reciprocidad en la
ejecución de operaciones encomendadas.
Así iba estudiando
Queimadelos las conexiones y estructuras fundamentales de las principales
cuentas empleadas, que eran en resumen el estereotipo de todas las operaciones
que incumbían a la Banca, situada en aquel su grado presente de evolución. Las
fue estudiando por orden de presentación en balance para concentrar toda su
atención en puntos concretos y análogos, con lo cual se evitaba la disipación
de energías mentales que le hubiese costado un mariposeo ineficaz sobre
materias extensas y diversas.
Dentro de la
Banca, fomentado por la finalidad de producir el máximo con el mínimo esfuerzo,
existe un convencionalismo inspirado al productor a través de alicientes
preestudiados, de favorecer al nuevo compañero, comunicándole noblemente los
conocimientos experimentales de la organización. Esa ventaja, que
desgraciadamente no comparten infinidad de empresas por falta de un sentido
altruista y calculador de sus directivas, hace que en breve tiempo se documente
todo aquel nuevo empleado que ponga interés en su profesión; comprendiendo
esto, Queimadelos no quiso desaprovecharlo.
Por aquellas
alturas su vida íntima transcurría del modo más vulgar y sencillo: jornadas de
trabajo completadas por ratos de estudio. En la fonda un mínimo de tiempo dedicado
al reposo y demás necesidades personales. Un largo paseo nocturno para hacer
ejercicio físico, despejado por el frescor de la noche en los puntos confusos o
sugestivos de la tarea del día; lo corriente era que empezase meditando en
realidades financieras y terminase soñando en utopías, a las que sólo podía
llevarle su imaginación desbordante.
También había
iniciado una serie de pequeños giros mensuales para ayudar a su familia, que le
llenaban de gozo íntimo al sentirse en el principio de una nueva era de
independencia y de ahorro.
-.-
Cartera
Prosiguiendo en su
tenaz estudio de las particularidades de cada cuenta bancaria, Queimadelos
encontró en un oficial de la sección de Cartera al técnico experimentado que le
explicase y aclarase el funcionamiento contable y financiero del descuento y
cobro de efectos.
Hablaron de esto entre
sorbos de Ribeiro en un rincón de tertulia del “Bar de los Cantones”. Buscó la
conversación Queimadelos:
-He observado,
Piñeiro, que los gráficos de los beneficios del último año presentan una
cantidad fabulosa como rendimientos de Cartera; ¿es posible que el descuento de
letras nos produzca tantísimo?
Y Piñeiro asintió:
-Efectivamente; y
aún tendrá que rendir mucho más a juzgar por el ritmo que llevan las ventas a
plazos. Ya es raro encontrar una tienda donde no te den las máximas facilidades
siempre que acredites algún sueldo o solvencia.
-¡Pero si todo el
mundo se queja de los gastos de negociación que suma el comercio a los precios
primitivos por las ventas a crédito! ¿No es un obstáculo para tal modalidad
mercantil, y por consiguiente para nosotros esta reacción del pueblo?
-Mira; no te
contagies con las filosofías de tu amigo Aldegunde. Una cosa es lo que dice, e
incluso lo que piensa la masa, y otra lo que hace. La gente, es decir, el
consumidor, opina que las compras a plazos no resultan económicas, pero existen
dos factores avasalladores: la presión que ejerce en los ánimos la propaganda
mercantil, y el instinto de poseer, que es insubordinable a todo raciocinio.
-¡Como, cómo…!
¿Presión, instinto…? ¿Es que esas dos tentaciones son tan intensas?
-Desde luego. El
comercio, a través de todos sus medios de captación, llega a convencer de que
se pueden lograr en el presente las ilusiones de futuro; de que es absurdo
privarse hoy de un goce que puede pagarse cómodamente en el mañana, y encuentra
ambiente propicio porque no hay austeridad que se resista a estas facilidades.
Yo opino que, en el fondo, la austeridad de los pueblos no es más que
imposibilidad de adquirir determinados artículos, bien porque sus economías
estén orientadas a la consecución de bienes permanentes, o porque su nivel de
vida no se lo permita. Claro que todo esto tiene un bien aparejado: el de
intensificar la producción; y tú sabes que la producción intensiva es
generadora de riqueza. A todo esto es de tener también muy presente que el
global de descuentos está formado en sus cantidades más elevadas por remesas de
mayoristas que necesitan un anticipo de capital para seguir operando, puesto
que el detallista, generalmente, por estar saturado de existencias con respecto
a su capital propio, no puede saldar los pedidos hasta que paulatinamente los
vaya realizando.
Faltaba mucho para
que estuviese saciado el anhelo investigador de Queimadelos, y continuó
avivando la conversación:
-Pues sí; llevas
razón. Aunque no te admito de plano el que la producción sea riqueza neta por
cuanto gran parte de la mercancía que se crea o transforma es de mero capricho,
o sea, prescindible. Claro que, ampliando conceptos, la cosa cambia puesto que
incluso las materias de lujo hacen el bien social de distribución de capitales,
y el productor atrae un dinero que estaría inmovilizado en poder del
consumidor, aparte de que el exceso de producción de lujo puede destinarse al
comercio exterior y traducirse en bienes más prácticos.
Después de una
breve pausa rogó Queimadelos:
-¿Querrías
explicarme hasta qué punto intervienen los Bancos en el comercio moderno de
ventas a crédito?
-Pues, mira;
intervienen a posteriori, en segunda
operación: ese tipo de ventas se concierta entre el consumidor y el
comerciante, y no se les ocurre ni mencionar a la Banca, porque en tal momento
les resulta un factor secundario; pero después viene que el comerciante precisa
fondos para la rotación de sus transacciones y acude al Banco para que le tome
a descuento los efectos de sus ventas. Aunque no le urja la percepción
anticipada de sus facturas, para confianza y comodidad en el cobro suele dar
los efectos en gestión de cobranza, con lo cual percibe los líquidos a la fecha
de su realización.
-Es decir, que eso
viene a parar en los dos sistemas de recepción de papel comercial; o sea,
efectos descontados cuando deducimos intereses y daños y entregamos el líquido
al cedente en el instante de remesarnos; y efectos al cobro cuando entregamos
el líquido en el momento de cobrarlos, deduciendo únicamente los daños. ¿No?
-Sí; eso es. Y
observarás también que esas dos modalidades tienen un alcance contable,
financiero y económico muy dispar. Empezamos porque los efectos descontados hay
que contabilizarlos como inversión activa, verdadero riesgo, y los efectos al
cobro no necesitan más que unas previas anotaciones de tipo nominal, de mero
depósito que se realizará a sus respectivos vencimientos. En descontados se
adquiere la propiedad de los documentos pagándolos al valor que, en virtud de
sus circunstancias, cabe aplicarles, y el beneficio de esa operación se percibe
de antemano, al aceptar la negociación, siendo su cobro una recuperación del
capital invertido. En “cobro”, o séase, los condicionales, el beneficio del
Banco se deduce llegado el vencimiento y su efectividad, siendo entonces, y
sólo entonces, si hubo cobranza, cuando se pasa el líquido al cedente.
Queimadelos,
insaciable:
-Te agradezco que
me concretes y me amplíes las normas de contabilización que acostumbren a
emplear las entidades de descuento…
-Intentaré
hacerlo. Como tú sabes, el papel o efectos de comercio que recibe la Banca para
su descuento se somete a un previo y detenido examen que abarca todas las
particularidades legislativas que puedan afectarlos, principalmente los
requisitos esenciales de timbrado, vencimiento, firmas intervinientes y
corrección en su redacción; cerciorados de que el efecto es perfectamente
regular, se estudia el riesgo del cliente, o sea, el margen de solvencia en
comparación con el global de operaciones en curso, y si la admisión de un nuevo
riesgo resulta cubierta con el capital saneado del cliente, se procede a la
operación matemática del descuento. Acerca de esto te conviene saber, y digo te
conviene porque a menudo hay que aclarar estos extremos a los cedentes, ya que
se obstinan en pretender que se les aplique el sistema real en vez del
comercial, que el descuento abusivo de eso no tiene más que el nombre
aplicándolo a operaciones bancarias; alegan que el Banco sólo entrega el valor
efectivo de la letra, y que, por consiguiente, ha de descontarse sobre ese
valor que es el que realmente sale de sus cajas; mas no ocurre así por cuanto el
riesgo del Banco es sobre el nominal. Si se malogra una operación, con
insolvencia presente del librador, o de los avalistas, o de anteriores
tenedores, el Banco pierde el nominal, que estaría integrado por el efectivo
que se dio en su día más los intereses correspondientes; luego la pérdida no
sería del efectivo adelantado sino de una cantidad superior, y, por
consiguiente, sobre esa cantidad nominal que entra en juego se debe estipular
el beneficio bancario, que modernamente es un porcentaje minúsculo.
“Siguen a todo
esto unos sencillos trámites de registro, siendo el más importante una
ordenación en listas por orden de vencimientos para facilitar en su día la
presentación al cobro dentro de tiempo hábil, y se termina la operación de
descuento con la redacción de las liquidaciones, contestando al cliente en
carta explicativa de los porcentajes aplicados por daños e intereses, así como
del líquido a entregar por caja o abonar en cuenta. En los borradores de Diario
se hace un cargo, como te he dicho, a Efectos descontados, sobre plaza o provincias,
con lo cual la nueva remesa queda incrementada a la cuenta general de esta
clase de activo, y se abona el líquido a la cuenta del cedente o a una
transitoria que coordine con Caja en el supuesto de hacer la liquidación en
moneda, llevando la diferencia que corresponde a la prima de descuento a la
cuenta o subcuentas correspondientes de Pérdidas y Ganancias. A grandes rasgos
ya tienes la tramitación de Entrada de Efectos descontados. Si estos han de ser
cobrados por nuestra red de sucursales o corresponsales, caso de que el librado
resida en plaza distinta a la de la entidad actuante, se le hace una remesa,
cargándole el líquido que resulte después de aplicar las condiciones que tenga
establecidas con nosotros el corresponsal o sucursal de que se trate.
“A cada
vencimiento se sacan de Cartera las letras que lo integren, las gestionan los
cobradores, y si resultan pagadas se ha finiquitado la operación; en caso
contrario, se protestan si procede, y las no cobradas se devuelven a los
cedentes cargándoles en cuenta el nominal de las mismas más los gastos que haya
originado el impago. La aplicación de todo esto puedes obtenerla a fuerza de
práctica bancaria, pero sobre todo estudiando la legislación comercial que
afecta a esta clase de operaciones, en las que la tramitación interior responde
al cumplimiento de las normas legislativas que las afecten y a una serie de
anotaciones encaminadas a controlar las circunstancias por las que pasan las
distintas remesas. ¿Comprendido?
-Someramente, sí.
Pero, oye, ¡si tenemos los vasos vacíos! ¡Camarero! –Y le hizo un gesto
ordenándole que les repitiese las dosis de ribeiro- Con tapas. –Añadió.
Ambos tomaron su
vino con lentitud. Piñeiro pensaba seguramente en la infinidad de letras que
llevaba tramitadas en su historial bancario, en las anécdotas y
particularidades a que había dado lugar la cobranza de todo aquel papel
comercial. Queimadelos concentraba su atención en hilvanar los conocimientos
que iba adquiriendo, en relacionarlos con el engranaje central del Banco, en
dilucidar el alcance de aquel tipo de operaciones. Y preguntó a su
interlocutor, para rematar aquellas nociones:
-Antes me hablaste
del aspecto contable de la cambial, pero me gustaría ver más clara su
repercusión financiera y económica. ¿Puedes decirme algo acerca de esto?
-Verás. No te voy
a soltar una conferencia porque sería interminable, pero te resumiré lo
fundamental: generalmente se dice que hay excesiva circulación fiduciaria, que
la moneda sufre depreciaciones acompañadas de gran abundancia de efectivo, que
actualmente todo el mundo tiene cinco duros en la cartera, y claro está,
tomando así la cosa en sentido de excesiva abundancia se puede creer que el
comerciante, el industrial, o el mismo particular, tienen dinero de sobra para
sus operaciones, mas no ocurre eso por cuanto la circulación monetaria ha de
estar en proporción con la riqueza explotada de los pueblos: si hay mucho
dinero y poca riqueza, los artículos se encarecen y toda abundancia es poca
para saciar las necesidades más comunes; si por el contrario hay mucha riqueza
y poco dinero, los artículos se abaratan y el productor, para poner en el
mercado nuevas mercancías, tiene que estimular la atracción de efectivo con el
que satisfacer los gastos del proceso de elaboración. Pues bien, hay
influencias circunstanciales que modifican estos principios, pero no son
comunes.
Total, y sigo, que
con mucha o poca circulación siempre hay necesidad y demanda de dinero para
facilitar la producción; ocurre también que el acierto en cualquier actividad
conduce a la riqueza, y esto es un punto muerto que nada como la Banca es capaz
de evolucionarlo: el individuo, o mejor aún, cierta parte de la masa social,
atesora dinero resultante de un proceso de labor, sea manual o intelectual, y
ese dinero se constituye en reservas, por lo cual no vuelve a invertirse
rápidamente en actividades creadoras; quienes empiezan, o aun laboran
intensamente en cualquier ocupación, suplen en cierto modo la actuación de
aquellos que, enriquecidos, se han detenido en su profesión; suplen la
actuación de otros, pero no poseen sus medios para fecundarla.
Este evolucionar
del que te vengo hablando si no tuviese algún escape conduciría a un estado en
el que el acaudalado reposaría de sus actividades, disolviendo lentamente su capital,
y el productor carecería de esos medios detenidos en su circulación; pero,
¡ah!, ese obstruccionismo ahogaría la producción y la riqueza expansiva de los
pueblos; es evitando eso como actúa la Banca al poner en circulación unos
caudales que, sin dejar de pertenecer a su antiguo dueño, pasan a disposición
del productor activo y dan vida al equilibrio económico de la sociedad.
La Banca atrae
dinero mediante un premio, realizando con ello la doble función de depósito y
de crecimiento de esos capitales, al mismo tiempo que no desprecia al pequeño
ahorro, aunándolo para darle potencia creadora; luego lo distribuye entre
individuos y sociedades de moralidad y de probabilidad productiva capaces de
sacarle fruto, y por cuya cesión temporal comparten con el Banco una pequeña
porción de su lucro. Deducidos los intereses de sus cuentas acreedoras de los
beneficios que obtiene la Banca por estas funciones, queda un módico remanente
a favor de los accionistas, que es el aliciente que fomenta y permite nuestras instituciones
de crédito. El descuento de efectos, financieramente, es el anticipo del
rendimiento de un proceso de labor que se entrega a quien lo necesita o le
conviene para promover un nuevo proceso; los medios salen de los depósitos
bancarios, y las consecuencias, próximas y lejanas, son una mayor velocidad en
la evolución de la creación de riqueza, y por consiguiente, una multiplicación
de esa misma riqueza.
Queimadelos,
agradecido, pagó y se fueron, bien cerciorado de que la Banca no era aquel
falso compañerismo retratado por don Wenceslao en su “Malvado Carabel”.
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Efectos de crédito
Relacionada con la
Cartera de efectos existía otra cuenta en la hoja balance: la de Efectos de
Crédito, que Queimadelos analizó basándose en su contabilización y en los
detalles del balance mensual.
Efectos y crédito:
denominaciones que le resultaban elocuentes para expresar las características
de esa cuenta. Como efectos, en lo substancial habrían de reunir las
particularidades de los documentos de cambio; como variante del crédito
bancario no podían ser otra cosa que un procedimiento de confianza, de fe entre
el Banco y los concesionarios de la operación. Reflexionando en esto,
Queimadelos no encontró otra explicación para determinar el crédito, en su
acepción bancaria y considerándolo elementalmente, que la de idealizarle como
prestación de capital a un tercero que lo necesita para lucrarse y que cuenta
honradamente con reintegrar al Banco de tal importe, así como de agradecer ese
favor cediéndole una pequeña parte de su beneficio en proporción a la suma
prestada. Con la idea de los efectos de crédito asociaba las de considerar que
las cesiones a plazo, las transacciones de valores sin que medie de momento una
entrega en otras especies o en moneda y los préstamos sin garantía prendaria,
son un fenómeno más de mutua confianza entre los contratantes.
Cogió los detalles
amplificativos del balance del último mes y analizó las partidas que lo
integraban. Constaba allí el importe de cada efecto, su vencimiento, librador,
librado, y unas indicaciones señalando la persona o entidad que soportaba el
riesgo de la operación con respecto al Banco. No era, pues, del mismo tipo que
el detalle de Efectos descontados; no eran ni siquiera operaciones cambiales en
las que girase la función bancaria en torno a la letra descontada: la letra,
aquí, era un instrumento de crédito general, no una consecuencia de
transacciones mercantiles. Para el cliente, esta clase de préstamo era un
simple crédito que necesitaría cancelar a un vencimiento dado, pagando la letra
que había aceptado y que obraba de documento resarcitivo. Para el Banco era una
concesión de fondos cuyo reintegro estaba garantizado por la fuerza ejecutiva
de una cambial. Ocurría que no siempre era solicitada esta clase de préstamos
por clientes habituales; más concretamente por comerciantes que destinasen al
Banco su papel, sino por meros particulares; su falta de antecedentes frente al
Banco, lo relativo de su solvencia, les llevaba a apoyarse en clasificados o en
clientes prestigiosos para dar así la necesaria garantía a esta clase de
operaciones; librando a su cargo un buen cliente, o avalando la operación, el
riesgo descansaba en el solvente por cuanto se podía recurrir contra el en caso
de que el librado rehusase cumplir su deuda. El efecto se descontaba
seguidamente, y el beneficiario podía disponer desde aquel instante del
efectivo de la operación.
Que esta clase de
préstamos no era de tipo financiero lo demostraba el hecho de que los
solicitantes fuesen individuos generalmente desconocidos como clientes
habituales; aquel dinero se destinaba principalmente a necesidades hogareñas;
luego era consuntivo, sin repercusión económica directa, puesto que no
fomentaba directamente la producción, pero de finalidad humanitaria y social,
ya que levantaría ánimos caídos, curaría enfermedades y sería instrumento de
recuperación.
Por asociación de
materias, puesto Queimadelos a estudiar las operaciones crediticias, se
extendió en documentarse referente a las más comunes, considerando como tales
aquellas que vio reflejadas en los primeros diarios que resumió.
Que contuviesen en
su denominación la palabra “crédito”, como exponente de su primordial
característica, halló las cuentas de crédito con garantía personal, de valores,
hipotecaria, de mercancías y de cosechas; con volumen excepcional la de
Comitentes por créditos comerciales. Pero antes de indagar las particularidades
de cada una, valiéndose de escasas luces que malamente le permitían
comprenderlas, prefirió ampliar sus nociones acerca del crédito bancario. Para
ello siguió el mismo procedimiento que para las otras clases de operaciones:
Análisis detenidos
de los apuntes contables que se hiciesen en el Banco, y concreción y ampliación
de textos que versasen sobre aquellos temas. Al alcance de un novato en Banca
no podía existir más experiencia que la que destilase en preguntas y
conversaciones con sus jefes y con sus compañeros más antiguos; luego sus
raciocinios habían de ser eminentemente teóricos, comprobados seguidamente con
los trámites oficinísticos a ellos correspondientes. No podía existir –creyó
Queimadelos- un sistema pedagógico en materia bancaria, en el polifacetismo de
conocimientos que forman la ciencia de los negocios, más perfecto que el de bucear
ideas en los indicios particulares que presentase cada diario, cada carta
mercantil, cada conversación surgida al azar entre un cliente y un empleado de
la casa, entre los mismos jefes y empleados; convertir después estas ideas en
lecciones científicas, y comprobarlas con la práctica observando su verdadero
alcance y aplicación a la organización bancaria a que se pertenece.
Limitarse a la
rutina de hacer diariamente un trabajo que fue explicado al encargarse de él,
pero que en aquellas explicaciones sólo se hizo memoria del engranaje de sus
trámites, sin preocuparse de ampliar conocimientos, de analizarlo día a día
para comprenderlo mejor, y para eliminar cuanta tarea pueda ser sustituida por
un aquilatamiento de organización, es perder el tiempo lamentablemente, es
postergarse en un ostracismo profesional; mas por ventura, tales indolencias
representan un porcentaje mínimo en la plantilla de los Bancos; el por qué nos
lo dan los alicientes de superación que emplean las entidades de este gremio.
En su mariposeo
bibliófilo encontró monografías que le hicieron comprender la magnitud de
acción del crédito bancario. Una idea generatriz le orientó en sus estudios:
“El crédito es una moneda contable que suple a la efectiva que habrá de
recibirse en su día”. Lo había leído en un tratado de Administración
financiera. Es una moneda contable…; entonces la práctica mercantil actúa con
fondos inexistentes siempre que procedan del crédito, es decir, que no posee en
plena pertenencia; propios o no –la diferencia estriba en los intereses que
devengan los préstamos- el comerciante y el industrial disponen de unos medios
que, sin esta facilidad, no podrían utilizar, y es natural que les saquen un
rendimiento superior, con lo cual aumenta la cifra de negocios, y en secuela,
la riqueza de todo el país.
Con respecto a la
entidad prestataria, esa moneda suple a la efectiva que habrá de recobrarse; y
si la suple no disminuye su capital, no se mengua su garantía frente a terceros
ya que los préstamos recibidos se corresponden con la recuperación de los
emitidos. Pero aún disponen de otras garantías los Bancos, tenaces en ofrecer
al público una solvencia indestructible: además de compensar los créditos, de
los cuales sólo una cifra insignificante puede resultar incobrable dadas las
formalidades con que se emiten, presentan su enorme capital constituido en
acciones, sus reservas considerables, sus inmovilizados imperecederos, su cartera
de renta, y varias otras.
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JUVENTUV BANCARIA -IV.
Xosé María Gómez Vilabella
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