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Segunda conferencia: Controlar al hombre.
La segunda
conferencia correspondió al Jefe de Relaciones Sociales, quien tenía a su cargo
el sostenimiento de la correspondencia, publicaciones y demás medios de
captación de clientela, así como un servicio especial de información económica.
Habló acerca de las contingencias particulares del cliente y de su reflexión en
el riesgo bancario.
Algunas de sus
apreciaciones y sugerencias se recogen en estas frases:
-“He sido
informado que en la sesión de ayer se trató del factor humano como esencial
para el desenvolvimiento de las finanzas. Yo me propongo analizar uno de los
aspectos de este factor: las contingencias personales.
“Es indudable que
el individuo, como administrador de sus bienes, los somete de un modo continuo
al arbitrio de todas y cada una de sus decisiones. Digo, de todas, porque hasta
las más elementales, siendo de carácter financiero, pueden afectar en más o en
menos el curso de su evolución económica.
“Si pudiésemos
crear un hombre definido, sin problemas familiares ni sociales, sin emociones
embrolladoras, con unas normas de vida regulares y calculadas, a ese tal se le
podrían confiar sumas inmensas, porque lo peor que podría ocurrir es que
careciese de capacidad para multiplicarlas, pero tendría la suficiente sensatez
para conservar el global de los créditos concedidos. Humanamente esto no es
posible, y, por tanto, no podemos equivocarnos considerando que todo el mundo
puede responder de confianzas crediticias.
“Es preciso, pues,
controlar al hombre. Quizás al profano le parezca esto un poco vil, pero estoy
seguro de que cualquier ciudadano está pendiente del proceso económico de aquel
que le deba la más insignificante cantidad. No hay tan vileza, y sí una gran
virtud social por cuanto en la Humanidad nos beneficiamos todos, desde el
prestatario al prestamista, pasando por todas las esferas del equilibrio
económico, de que ese equilibrio se mantenga, de que el saberse vigilado
aumente la dignidad personal, de que el fraude, sea o no intencionado, aborte
antes de crear catástrofes de toda índole.
“Un cliente más,
un cliente cualquiera, significa muy poca cosa para el Banco; esto dicho en
cuanto a la cantidad, pero sin atentar contra los principios de expansión que
deben animarnos para acrecentar los rendimientos, y para, por lo menos,
conservar el orden de importancia de nuestra entidad. Hay otra cosa de mayor
significación: perder clientes de los que poseamos una experiencia confirmada
por la reiteración de operaciones felices. Pero es un desahogo mayúsculo perder
con felicidad aquellos clientes que podrían llevarnos a un final dificultoso.
“Os daréis cuenta
de lo indispensable que resulta controlar con fuentes de información verídicas
toda actuación, normal o inusitada, del cliente. Generalmente ningún particular
ni tampoco ningún comerciante de vida ordenada se hunden imprevista y
rápidamente; puede ocurrir, pero entonces sería debido a incidentes tan
inevitables para él como para sus acreedores. Y hay que descartar los riesgos
comunes porque éstos debieran estar previstos por el interesado, bien mediante
seguros, bien mediante un oportuno encauzamiento de las circunstancias; estamos
partiendo de la base de una persona sensata, y una persona sensata no se expone
a riesgos comunes, que por el hecho de serlo resultan conocibles, prevenibles
y, por tanto, evitables.
“El proceso
deficitario suele ser largo, pero no lento; lo suficientemente largo para que
dé tiempo a conocerlo, y excesivamente rápido como para descuidarse en su
vigilancia y desaprovechar las ocasiones de resarcirse del capital en peligro.
“No hay que
confundir los estancamientos periódicos de cierta clase de negocios con el
relajamiento de una hacienda. Los estancamientos temporales se deben a que el
negocio es de actividad estacional, y en ciertas épocas del año se aletarga;
también a reformas de instalación, a programas de reorganización, y a varias
otras causas que siempre tienen una explicación convincente fácil de encontrar.
El relajamiento tiene otros síntomas, procede de causas que, prolongándolas en
el futuro, no pueden desembocar precisamente en un aumento de la producción ni
en la regularización de la solvencia. Esto que acabo de deciros es una idea que
resulta clave para dilucidar situaciones confusas: toda crisis actual
desembocará en el resultado que se obtenga de considerar la finalidad de los
motivos que la originaron en función de las circunstancias porque atraviese o
pueda atravesar.
“En vuestra
experiencia profesional llevaréis observado que aquellos documentos que se
refieren a salida, a colocación, a préstamos de dinero, a cuanto sea
reintegración de capitales o concesión de créditos, se examinan con una
meticulosidad absoluta, mientras que los documentos relativos a entregas o
depósitos apenas si es preciso observarles otra cosa que los datos necesarios
para su futura identificación y los relativos al compromiso numérico que se
contrae con la persona depositante. Pues bien, ahí tenéis la explicación de
muchas cosas: cuanto recibamos, gracias a nuestra unidad y organización, no
tiene peligro de extravío, de omisión ni de cualquier otra causa perecedera.
Cuanto prestemos, garanticemos, o cuantos compromisos futuros aceptemos, estará
vinculado a diversidad de personas, de entidades y de economías; todo un mundo,
complejo y arbitrario, afectando nuestras finanzas.
“Creedme que no
exagero al decir todo un mundo si parto de la base de que podemos tener
clientes de todas las razas, de toda clase de conciencias y de toda clase de
administración particular. El problema es inmenso, nuestros clientes
complicados y nuestros medios de control reducidos por dos motivos: por
economía, ya que desplegar gran actividad en observaciones exteriores de la
clientela supondría numeroso personal especializado y recargaría los tipos del
crédito, medida perjudicial para las finanzas, y también por discreción ya que
traspasar ciertos límites prudenciales, aunque no peque de ilegal, puede ser
irritante y enojoso para el cliente.
“¿Solución más
aceptable para este problema que acabo de plantear? Soluciones en el verdadero
sentido no existen; prácticas nobles, legítimas y de alto coeficiente de
seguridad, hay algunas. En primer lugar –y esto corresponde a todos los
negociados y a todo el personal- examinar con el máximo rigor cuantos
documentos puedan originar riesgo o incidencias, para evitar la existencia de
errores propios que anulen o entorpezcan la acción diplomática o judicial por
la que se pretendiese resolver las anomalías que se produzcan; en segundo
término, especializarse, sobre todo los jefes de negociado, en conocer
profundamente la situación y moralidad del cliente a través de los signos
exteriores de su conversación y de sus operaciones con el Banco. Como
intervención más elevada y de alcance más genérico queda la del negociado de
relaciones y el superior control de los directivos.
“Ahora analicemos
las particularidades del asunto que queda planteado…
Y siguió
detallando los diversos aspectos del control de riesgos.
-.-
Riesgos posibles y previsibles en la Banca
La tercera jornada
del cursillo se abrió con estas palabras:
“Ayer, a juzgar
por sus resúmenes, pusieron ustedes gran interés en el tema que se les
presentó; por eso vamos a preparar un complemento del mismo tratando de
incidencias impersonales, de acontecimientos que sin estar motivados por los
clientes pueden alterar el curso de su riesgo, y de emergencias sociales,
políticas y económicas que afecten el normal desarrollo de las operaciones. Así
establecemos un doble panorama incidente: dificultosos de clientes y quebrantos
de emergencias.
“Muchas desgracias
de tipo catastrófico y/o criminal, las más conocidas y las más frecuentes, han
sido sorteadas gracias al adelanto organizativo de las compañías de seguros.
Han dejado de preocuparnos, pero no tanto que descuidemos tomar las debidas
precauciones para evitarles riesgos innecesarios a tales compañías, y también para
ahorrarnos trámites aclaratorios y consecuencias sociales.
“Podemos
asegurarnos contra robo, incendios, averías marítimas y transportes terrestres
de las mercancías en que estemos interesados o que resguarden nuestros
créditos, responsabilidades civiles, etc.; así que, aunque estas precauciones
supongan un aumento de gastos, es preferible que las entidades de seguros se
encarguen de soportar el riesgo puesto que ellas están especializadas en estos
asuntos, y a nosotros se nos crearían graves problemas.
“Podemos, pues,
mediante primas, eludir, no los riesgos sino las consecuencias más importantes
de los riesgos corrientes, pero, financieramente, esto no es más que un
desglose de las responsabilidades que pueden acarrear nuestras operaciones:
cedemos a los seguros una parte de ellas, delimitadas por las condiciones de la
póliza, y nos reservamos el resto; por lo tanto, nosotros tendremos derecho a
una comisión, y seguros a otra, teóricamente de cuantías proporcionales al
capital expuesto y a los riesgos presumibles.
“A diferencia de
las compañías de seguros, que tienen capital expuesto, pero no invertido, y
riesgo grave pero delimitado, nosotros tenemos capital expuesto e invertido;
por lo tanto, devengando rédito, y recuperable generalmente al final de la
operación, mientras que los seguros obtienen su prima por adelantado o, a lo
sumo, simultáneamente a los períodos de las vigencias. Respecto a nuestro
riesgo, es menos preciso, y por lo tanto, difícil de estimar en cuanto a
frecuencia y cuantía. De donde resulta que nuestras operaciones son más
complejas, y nuestra relación con el seguro es mínima respecto a la actuación
que nos reservamos; somos los principales intervinientes y, por lo tanto, los
que tenemos que poner el mayor empeño en el feliz resultado de los asuntos que
trabajemos, teniendo en el seguro un importante, pero no absoluto, colaborador.
“Queda eliminada
una parte de los riesgos posibles y previsibles: aquellos que, por estar
comprendidos en las garantías de las compañías de seguros, podamos traspasárselos.
Pero nos restan otros muchos. Los más corrientes, aunque generalmente los menos
importantes en cantidad monetaria, son los producidos por deficiencias en el
trabajo del personal. Juzguémosles de escasa cuantía puesto que cualquier error
de importancia numérica salta a la vista de los controles y es subsanado en
tiempo oportuno. Ni que decir tiene que los pequeños errores a que me refiero
son de orden interno, que sólo pueden afectar al Banco o al empleado que los
cometiese, caso de que fuese demostrada su culpabilidad. A propósito de esto
hay que opinar que al hacer responsable al empleado y obligarle a reponer el
daños que culpablemente ocasionó se crea el mejor aliciente para que todos y
cada uno pongamos el máximo empeño en garantizar la fidelidad y el celo más
acentuado por los intereses de la empresa.
“Estos errores
internos pueden degenerar en riesgo si consisten en deficiencias formularias o
matemáticas producidas en el contrataje y en los cálculos de las operaciones
concedidas. Pero no pueden perjudicar al cliente puesto que los documentos de
recepción de dinero son breves y concisos, sin más peligro erróneo que la
estampación de la cantidad recibida, la cual viene contada generalmente por el
imponente, se comprueba en su presencia, y se le entrega un resguardo que
concuerda con la misma. Al entregar fondos ocurre aproximadamente lo mismo, se
recuenta una cantidad que concuerda con lo pactado y se formulan los documentos
reglamentarios, que nunca pueden ser más en número que los usuales, ni contener
más cláusulas que las corrientes, ni ser más comprometedores para el acreedor
de lo que corresponda a la clase de operación.
“Todos los
errores, como es lógico, son de omisión, descartando que el límite de las
cifras que afecten al cliente son comprobadas por éste, y las omisiones sólo
puede perjudicar al que las comete; en este caso, el Banco y su personal.
“Resulta obvio que
los quebrantos y riesgos más frecuentes y evitables parten del trabajo de las
oficinas, así que es ahí donde se deben prevenir futuros males, la mayor parte,
como queda dicho, de los que se pueden presentar; una entidad en la que no
existan deficiencias en el trabajo de sus oficinas hace falta que tenga unos
directivos muy mediocres para que se le presenten frecuentes incidencias con
sus clientes.
“Las emergencias
más delicadas son las de origen político, tanto por su estentórea presentación
como por lo inevitable de sus consecuencias posteriores. Muy poco se puede
decir de ellas ya que las medidas a adoptar en cada crisis dependen de los
infinitos matices con que aparecen, de la repercusión que tengan sobre nuestros
intereses, y de las circunstancias por las que atraviese la entidad. En ésta,
como en todas las situaciones delicadas que se presenten, habrá de ponerse a
prueba la sensatez y el alcance de miras de quienes hayan de terciar los
vaivenes que se produzcan.
“Como
acontecimientos impersonales de cierta frecuencia deben catalogarse varios
reveses, tanto de nuestra hacienda como de la de nuestros clientes, que surgen
de manera fortuita, como fruto del azar veleidoso de algunas situaciones que
mutan de forma inesperada e imprevisible. Pueden tener origen humano, pueden
engendrarse de un metamorfoseo de cosas y casos que se creían normales, puede
ser el filón que se agota, puede ser la industria que sufre competencias o
variaciones en los gustos del consumidor, puede ser el descubrimiento de nuevos
procedimientos que rezague la producción de la empresa haciéndola anticuada e
inoportuna, pueden ser infinidad de motivos cuyo contra efecto ha de aplicarse
en el momento oportuno de producirse, no antes, ya que no suelen ser
previsibles.
“Acerca de las
emergencias sociales y económicas no voy a tratar ya que vuestros conocimientos
sobre la materia pueden daros suficiente material para el enfoque de esta
cuestión, y además es muy probable que se elija este asunto como tema
principal, amplificativo, de otra conferencia.
“Ya veis que he
procurado ser breve para daros un buen margen de tiempo para discurrir por
cuenta propia y extenderos en la cuestión cuyo esqueleto acabo de diseñar”.
-.-
Distribución y rendimiento del trabajo
Correspondió esta
conferencia al Jefe de Coordinación de servicios, y la inició de este modo:
-“Hay una verdad
tangible que nos puede servir de premisa para este tema: la producción por el
sistema de empresas es el fruto de la unión organizada. Unión y organización;
ambas cosas, pero estrechamente enlazadas.
“Unión en el
sentido del conjunto, de masa afín. Organización en plan de distribuir entre la
masa, de un modo metódico y engranado, la cantidad de trabajo a realizar.
“Tan importante es
todo esto, que demuestra la práctica cómo es posible lograr márgenes de
producción fabulosos con sólo imprimir una disciplina ordenada y llevadera a un
equipo de capacidad normal.
“Son cosas tan
simples que no merecen ni siquiera estudiarse. Esto de un modo teórico, claro
está, ya que cualquier individuo se cree, y no se equivoca, que cuenta con formación
suficiente para dirigir un grupo de operarios; pero la práctica es otra cosa:
la práctica demuestra que la formación del dirigente interesa para la técnica
de los asuntos a elaborar, mas no para la cantidad y regulación de ellos.
“Un jefe de
negociado tiene que asesorar, controlar y pulir; pero también es el responsable
del rendimiento de cuantos empleados tenga a sus órdenes. Y el rendimiento es
la meta principal de una explotación financiera.
“Distribuir y
organizar es una especie de sexto sentido, del que generalmente disfrutan todos
aquellos que gustan de observar una vida disciplinada. Puede hacerlo cualquiera
y su principal secreto consiste en una equidad de conciencia y en un devoto
interés hacia los fines de la empresa y de sus directivos. Puede decirse que el
negativo de este sentido es la despreocupación del jefe; despreocupación en el
reparto de cargas laborales, despreocupación con respecto a la empresa.
“En cuanto a la
eficiencia, lo ideal es que cada empleado de una misma categoría y, por
consiguiente, de una misma remuneración, dé un rendimiento uniforme. Esto es lo
justo y lo ideal, y, si es lo justo, naturalmente debe tratar de lograrlo, pero
hay un inconveniente, el principal, que sin duda se os está ocurriendo oponer:
no existen capacidades idénticas de producción. Admito que no existan, pero
pueden lograrse sin mayor esfuerzo, consistiendo tan sólo en una distribución
adecuada del trabajo. Veámoslo:
“A idénticas
materias cada individuo da rendimientos dispares; rendimientos e incluso
perfecciones diversas. ¡Ah!, pero esto tiene una variante: a materias surtidas
pueden equilibrarse rendimientos homogéneos. Esto es lo que debe hacerse, salvo
con algunas reservas que veremos a continuación. Admitido que es justo exigir
el mismo esfuerzo a quienes tienen idéntico sueldo, debe pensarse en distribuir
los distintos cometidos de forma que cada empleado precise un mismo tiempo para
lograrlos con una perfección similar.
“Ahora vayamos a
las reservas: ante todo es de aquilatar la moralidad personal del individuo
para evitarnos justicias injustas; observar si el baremo de producción está en
consonancia con el interés profesional y con la buena fe del interesado. Sería
necio juzgar los rendimientos tan sólo por meras apariencias; el rendimiento que
ha de compulsarse es el logrado dentro de una sinceridad laboral. A veces,
también ocurre que las necesidades del servicio, de cualquier clase que sean,
obligan a crear distribuciones arbitrarias, pero que a nadie deben molestar
desde el momento en que tienen carácter transitorio y rigen en beneficio de la
organización general de la entidad. No es ningún derroche de generosidad el
poner un ligero aumento de servicio en pro de los fines de una empresa que, en
el caso de nuestro Banco, por ejemplo, tanto se desvela por tratarnos con una
liberalidad absoluta. Otra reserva, que incluso es loable, consiste en la
situación de aquellos individuos que descuellan, y a quienes están encomendadas
misiones más graves y de mayor esfuerzo, puesto que benefician a sus compañeros
con el aliciente de una ejemplar laboriosidad, beneficiándose ellos mismos al
tener ocasión de demostrar que son capaces de afrontar mayor rendimiento y
mayor responsabilidad que la de sus colegas.
“Mencionamos que
la unión organizada es la base del rendimiento; pues bien, este concepto queda
suficientemente determinado si ampliamos que la unión, para poderse organizar,
precisa de un ambiente armónico, y esa clase de armonía ha de lograrse
intelectiva y sentimentalmente: intelectiva en cuanto a la predisposición de
los factores que intervengan en su logro, y sentimental con respecto a la
camaradería, que caldea y eleva los ánimos.
“Según esto, un
jefe de sección ha de procurar combinar sus deberes de jefe y de compañero; ha
de tener autoridad para hacerse respetar y para lograr una eficaz colaboración;
ha de ser comprensivo y amable para que sus consignas se verifiquen por
convencimiento y con agrado, puesto que las imposiciones, erizadas de frialdad
y de repugna, sólo se llevan a cabo, y aun así imperfectas, mientras dura el
control directo del ordenante.
“Esto que acabo de
deciros resulta más visible en las pequeñas sucursales, donde el contacto de
los jefes es más íntimo y familiar con sus subordinados. Tiene su explicación
en que la escasa plantilla favorece un cambio de impresiones y de polémicas
bastante intenso al ser menos numerosa la cantidad de personal que actúa en
cada negociado. Las pequeñas sucursales están en peores condiciones de
producir: el promedio de sus negocios es reducido en importancia; los trabajos
de naturaleza periódica y común han de hacerse del mismo modo que en las
grandes oficinas, y, en cambio, acusan resultados que no están en proporción al
personal ni a la cifra de negocio de las más importantes. ¿Explicación a todo
esto? Generalmente es debido a que en su plantilla existe gran armonía y un
excelente criterio acerca de la responsabilidad y de la producción; laborando
en un medio donde concurren estos factores se trabaja más porque el trabajo
resulta ameno y consciente, y los resultados acusan esa satisfacción y ese
interés.
“Hagamos unas
últimas consideraciones acerca de este tema:
“La Banca viene
demostrando que su personal goza de una consideración espiritual y material que
los dignifica en alto grado; viene observando un perfecto humanismo en las
relaciones entre la empresa y el productor; viene remunerando con liberalidad
los servicios prestados para que su gente pueda vivir con cierto desahogo y
ocupar socialmente el lugar que corresponde a sus funciones. Todo esto es
verídico y justo, más para sostenerlo y mejorarlo es precisa una continuidad de
rendimiento; que nuestras promociones sean capaces de sostener, y aún de
aumentar, el margen de productividad de nuestros antecesores. Y conste que no
es pedir demasiado, que no es ninguna exigencia, ningún imposible; después de
dar el esfuerzo que requiere nuestra empresa, después de haber sido compensado
con creces en el precio de nuestra aportación, aún nos sobran tiempo y energías
para disfrutar plenamente de nuestra existencia sobre la tierra.
“Como sabéis, estáis
en libertad para comentar y aun criticar mis palabras para aquilatar el alcance
de las relaciones entre la entidad y el empleado, dando a vuestros ejercicios
la mayor extensión posible, y apuntando objeciones y pareceres acerca de una
mayor perfección en los servicios de nuestro Banco; pero yo, como compañero, y
esto sin carácter oficial alguno, me permito indicaros que toda merma en la
cantidad de horas reglamentarias y en el esfuerzo que ahora rendimos sería una
deslealtad para con una empresa tan generosa como la nuestra”.
-.-
Misión de los apoderados
¿Mando en plaza? ¡No; mando en Banca!
Se cerró el ciclo
con una pequeña disertación del Jefe de Operaciones acerca de la misión de los
apoderados. Dijo, entre otras cosas:
-“Más que una
lección estoy tratando de daros una consigna: Vuestros conocimientos ya son
bastante elevados, y en lo sucesivo os seguiréis documentando con la práctica,
con el estudio y con lo que aprendáis de terceros en el ambiente profesional,
así que hoy será más oportuno conversar con vosotros acerca del cometido y de
la responsabilidad de los que merezcáis el ascenso. Como digo, apremia un
consejo, si así me permitís llamarle, y no una lección.
“Recibir poderes de
una entidad tan acreditada, tan próspera y tan importante como la nuestra,
honra mucho, pero también obliga a mucho. Seréis la empresa misma; serán
vuestros actos los que operen en su desenvolvimiento. A vuestra sensatez se
confían cuantiosos intereses. Vais a contraer con nuestro Banco un mayor compromiso
de honor y de lealtad.
“Estáis rebosante
de juventud, de sana alegría, pero sabemos que vuestro optimismo es juicioso, y
que vuestra euforia es prudente. Tenéis a vuestro favor las circunstancias más
propicias para lograr magnas realizaciones: energías juveniles y duraderas,
madurez de preparación y de adoctrinamiento. Podéis decir sin temor a
equivocaros que sois capaces de grandes cosas, y muchos de vosotros vais a
merecer este nombramiento para tener ocasión de demostrarlo.
“Aún no se han
escrito muchas páginas acerca de la epopeya social, progresiva y recia de la
Banca; aún padecemos el anonimato que nos impuso la leyenda turbia de nuestra
profesión, abanderada por el “Malvado Carabel”; pero esa leyenda va dejando de
serlo a medida que el mundo se da cuenta de nuestros esfuerzos y de nuestra
eficaz colaboración por la grandeza de los pueblos; se va demostrando que el
prejuicio de esa turbiedad judaica no era otra cosa que la resistencia de las
masas a comprender que el oro, cristianamente explotado y puesto al servicio de
las necesidades humanas, es un instrumento de virtud. Vamos entrando en una era
de solidez económica, de bienestar universal, y aunque las plumas continúen sin
ocuparse de nosotros, no hay duda de que somos los artífices de muchas páginas
brillantísimas de la historia contemporánea.
“A través de este
cursillo se os demostró el alcance de vuestra tarea, y se trató de los límites
hasta donde abarca vuestra actuación y vuestra responsabilidad. Yo añadiré tan
sólo que, de día en día, se va ampliando el campo de actividad de la Banca, y
que esta expansión nos exige un estudio constante de los nuevos tipos de
operaciones y de sus tendencias para llevar adelante con éxito toda iniciativa
de interés. Formamos una milicia productora, de anónimos pero merecidos
laureles, y nuestro triunfo radica en un avance constante: avance técnico,
económico y social; retroceder, e incluso estacionarse, es malversar un tiempo
que tiene valoración monetaria.
“Queridos jóvenes:
¡queda terminado este cursillo! Que San Carlos Borromeo, nuestro patrono,
interceda por nosotros para que no falten nunca en nuestra actividad los más
elevados principios del catolicismo. Amén.
-.-
Hogar, familia, porvenir.
Habían pasado cinco
años…
… desde que
Queimadelos saliera de la empresa Rancaño, y casi otros tantos que estaba
empleado en el Banco de Crédito y Ahorro. En todo este tiempo no había vuelto a
Lugo, su ciudad natal, pues para los días de sus vacaciones iban a reunirse con
él en Coruña sus padres y su hermana; pero este año se vieron precisados a
variar su programa debido a la enfermedad de Nita –una bronquitis que la
aislaba en su alcoba, y cuya mejoría se presentaba lenta-, así que Ernesto…,
cogió el tren!
En Lugo, en la
estación del ferrocarril,
estaba Deza, el
amigo inolvidable, con otros amigos que Queimadelos tenía por apagados
considerando la duración de su ausencia. Notó que se le acogía con cariño, y
los aprecios de que fue objeto a su llegada le llenaron de íntima satisfacción,
pero su alegría fue amortiguada por la desazón que le producía la enfermedad de
Nita. ¡Tan buena como había sido con el! Sus inmensos sacrificios para que
pudiese estudiar; con lo enojoso y pesado de su profesión. Decididamente, debía
y lo ansiaba, llevarse a su familia definitivamente con él ya que ahora sus ingresos
en el Banco le permitían sostenerles con decoro y hasta con holgura.
Con sus padres y
amigos se fue hasta la casa. Su hermana tenía buenas impresiones de la visita
que le había hecho el doctor Luis Vilabella, confiando en un pronto
restablecimiento. Era su espíritu tranquilo y resignado, por lo que resultaba
agradable y edificante su compañía aún en plena enfermedad; la inmensa paz de
que rebosaba su alma se contagiaba a cuantos la rodeasen.
-Esto no es nada
–Le explicó a su hermano- Seguramente ocurrió que me estuviese haciendo mala y
Dios quiso retenerme en esta alcoba, con estas toses, para darme tiempo a
meditar. Te es verdad: últimamente ni casi entraba en la catedral porque tenía
mucho trabajo, que están viniendo máquinas de lavar, pero muchas familias
prefieren encargarme su ropa, lavada en el río Rato; así estaba ahorrando algún
dinero para irnos una temporada de playa contigo y no serte gravosa. Pero Dios
es muy bueno con nosotros, y nos juntó aquí, que al fin es igual que si
fuésemos a Coruña. Y dime, ¿cómo estás tú, mi único pero gran hermano, del que
tan orgullosa me sentí siempre?
-¡Contentísimo!
Figúrate, que ya tenemos la suerte de tu mejoría, y cuando te repongas aún me
quedarán vacaciones; seguirá siendo verano, tiempo de playa. Ahora, con mi
ascenso, y con mejor sueldo, no seréis ninguna carga, sino todo lo contrario.
Ella se apresuró a
discutirle:
-¡Ca! Eso sí que
no es posible. Todos viviendo de tu sueldo…, no podrás ahorrar. Y para poner yo
a trabajar, en Coruña, no sé cómo ni donde hacerlo. Mira, aquí cuento con
buenos clientes: El Hotel La Perla me da toda la ropa de cama y mantelerías; y
en varias fondas también me dan cosas para lavar y planchar. Te es otra cosa,
Ernesto: lo que ocurre es que te encuentras solo y necesitas cariño en
proximidad pues ya tienes tu edad para desear una familia. Ahora que te
libraste del Servicio Militar por tu miopía, y con tu ascenso, debes casarte,
hacer una vida hogareña, y a nosotros dejarnos en esta casa; y máxime ahora que
tú la compraste y nos la cediste. Aunque tu padre deje de trabajar, yo puedo
sostenerla, aunque sólo sea de planchadora.
-No llevas razón,
Nita; en algunas cosas… Pero, bueno, ahora no vamos a discutir, así que deja
tus ideas junto a la plancha, y vete haciendo el equipaje, cuando puedas,
cuando te sientas con fuerzas, que ya verás cómo dentro de pocos días nos
cambiamos para Coruña; y no para que trabajes allí, pues tengo que pagarte la
deuda de lo mucho que hiciste por mi cuando era estudiante. ¡Como decimos en
Banca, las deudas tienen término!
-.-
Un Lugo distante de Augusto
Los cinco años que
había durado su ausencia de la capital lucense habían sido otros tantos grados
en el ciclo de su evolución: barriadas industriales a lo largo de la carretera
de Coruña, amplias y simétricas líneas de edificación en el Agro del Rolo,
nuevos y acogedores hotelitos en las riberas del Miño, almacenes, sucursales de
Bancos, así como instituciones culturales. En las afueras, allí donde en una
localidad eminentemente agrícola como es, ¡como era!, Lugo, está impreciso el
confín de la urbe y el principio del campo; visibles incluso desde varios
puntos de la muralla, surcaban los tractores, runruneaban las trilladoras y se
observaba un proceso técnico progresivo.
Uno de los
exponentes del nivel de vida en el agro y de la democratización de la ciudad
era la afinidad de vestimenta, de costumbres y de consumiciones. La eficiencia
del trabajo encauzado por una política laboral dotada de sabia prudencia y de
hondo espíritu humanitario, estaba elevando la dignidad y el bienestar de las
masas, haciéndoles asequibles satisfacciones que otrora estaban reservadas a
los privilegiados de la fortuna. Seguía habiendo ricos, y es bueno que los haya
para que puedan llevarse a cabo empresas de alto rendimiento, pero ya no eran
envidiados con ojos de necesidad; y a la sombra de los ricos, de las empresas
gigantescas que iban surgiendo en el campo de las actividades fomentadas de un
modo especial por la función crediticia de la Banca, vivían dichosas las
familias de los productores, con viviendas higiénicas y confortables, con los
debidos servicios sanitarios, con amplios medios de distracción y de
entretenimiento; en definitiva, con todo aquello que cabe apetecer del progreso
deslumbrante de este siglo.
Por Deza supo
Queimadelos que las amplias naves que se estaban construyendo en la carretera
de Castro, junto al arroyo Fervedoira, inmenso tapiz de pabellones, de terrazas
y de vías ferroviarias en conexión con la estación de Lugo, serían destinadas a
la instalación de una industria frigorífica para la preparación y exportación
de productos cárnicos. (Frigsa). A la sazón Porfirio Rancaño estaba en tratos
con esta empresa para cederle todo el engranaje de su negocio, vehículos,
instalaciones, organización, y cuanto fuese adaptable a la índole de la nueva
entidad; poseía más que suficiente para gozar de una posición desahogada, y le
apetecía pasar el resto de sus días en la despreocupada condición de rentista.
-.-
Volvieron las golondrinas
Chelo continuaba
soltera…, inexplicablemente soltera. Ernesto creía odiarla, pero al mismo
tiempo sentía deseos irreprimibles de verla nuevamente, de encontrarse con
ella, de conocer sus andanzas en aquellos cinco años, de volver a escuchar su
voz. Se sintió tentado de telefonearle, pero le contuvo su prudencia temiendo
un corte bochornoso. Pero no precisó buscar oportunidad para ello:
Estaba Queimadelos
con unos amigos en el Círculo de las Artes. Discutían sobre temas de actualidad
deportiva, y, por ello, enfrascados en su polémica, no se dieron cuenta de la
entrada en el salón de un grupo de chicas que fueron a instalarse en un
tresillo contiguo al de éstos. En aquel grupo estaba Chelo Rancaño, quien desde
el primer momento reconoció a Ernesto y no le sacaba la vista de encima,
distanciada de la conversación de sus compañeras, hilvanando seguramente la
maraña de recuerdos y de ideas que bullían en su mente.
Con respecto a la
época en que la conociera Queimadelos había variado poco, en lo físico: la
misma voz cantarina, los mismos ojos profundos y soñadores, los mismos gestos;
pero la tez más pálida y curtida. Se habían henchido ligeramente sus formas, y
ello le daba un aspecto de madurez juvenil, de feminidad definida.
De haberla
observado en aquellos instantes se le hubiesen notado discretos y reiterados
ademanes de dirigirse a Queimadelos, rictus interrogantes de entablar
conversación. En su ánimo debían estar desenredándose pensamientos de
curiosidad, de afrenta y de restitución, de rencor y de cariño. En aquel
momento no se sentía dueña de la situación, no era capaz de seguir un
razonamiento, y se dejó llevar por la idea que más le golpeaba en las sienes:
romper aquel mutismo desagradable, así que, sin temor a que nadie censurase su
actitud fue a situarse frente a su antiguo novio:
-¡Vaya, hombre;
casi te tenía por desaparecido! ¿Cómo te ha ido durante tantos años? –Y le
tendió su mano diminuta y vibrante.
Ernesto se puso en
pie bruscamente, desconcertado, abobado, sin ocurrírsele nada. Se la quedó
mirando con vaguedad.
-¡Estás guapísima!
Si, de veras…
Y no le salía
ninguna otra frase. Chelo se dominó más pronto:
-Me diste una
sorpresa; no hacía con verte hoy aquí, ni sabía al menos que estuvieses en
Lugo. ¡Tantos años…!
Los amigos de
Queimadelos, conocedores de su antiguo noviazgo, buscaron cualquier pretexto
para alejarse. Así se quedaron aquellos amantes de cinco años atrás, solos, de
pie, mirándose con avidez y con turbación, desconcertados por la circunstancia
de contemplarse distanciados y a la vez unidos, novios del pasado y vulgares
conocidos del presente.
Los nervios de
Ernesto llegaban a su tensión máxima; hubiese apetecido desahogarse con Chelo,
maldecirla por su atrevimiento en saludarle en presencia de aquellos amigos
conocedores de su ruptura. Al mismo tiempo le dolía separarse de ella, alejar
su presencia encantadora. Venció esta última tendencia:
-Chelo, se me
ocurre una cosa: me agradaría asentar una amistad libre sobre las ruinas de
aquel amorío. Con ello me resultaría menos odioso el pasado, e incluso podría
verte, cerca o lejos de mi persona, sin sentir la desazón de aquella pesadilla.
No pretendo reedificar nada, pero si borrar unas huellas molestas…
Ella pareció
meditarlo:
-Si te es igual
nos vamos a uno de los saloncitos pequeños; aquí hay demasiados curiosos
fijándose en nosotros.
Por los pasillos
que conducen a los salones del fondo del edificio fueron juntos, muy juntos,
sin darse cuenta de ello, y a Ernesto casi le dio la tentación de cogerla del
brazo como en aquel otro tiempo de su intimidad.
Una vez
acomodados, fue Chelo la primera que hablo:
-Y bien, Ernesto,
¿es que tienes pretensiones de reñir? No sé si sería oportuno, pero a mí no me
apetece lo más mínimo. En cuanto a que fomentemos una nueva y sincera amistad,
tengo que confesarte que no me desagradaría.
-Chelo, no me
juzgues mal. Tú serías la única persona del mundo a quien permitiría cualquier
tortura. Aquello…, todo aquello, si crees que no debemos revisarlo, lo que es
por mi lo dejaremos en la nebulosidad del tiempo ido. Ahora puede ser más libre
una amistad simple entre nosotros porque ya no existe ni el nexo de mi empleo
en vuestra casa. Nos hemos distanciado tanto que bien podemos creernos y
considerarnos como si fuésemos otras personas.
Se hizo el silencio,
un silencio que aprovecharon su almas para meditar en sutilezas íntimas; así
permanecieron un buen rato, ora mirándose distraídamente, ora taciturnos y
reconcentrados. Fue ella la primera que habló:
-Siempre tuve una
especie de remordimiento por no haber sabido evitar que dejases de trabajar con
papá. Pude haber roto contigo de cualquier otra forma; pude rogarte que no
dejases nuestra casa, que siguieses de Jefe de Compras; pero me ofusqué de tal
manera que causé tu paro, y menos mal que lograste situarte bien, según me he
enterado por Deza. Además, mi padre no me perdonará nunca haber ocasionado que
te fueses. Deza no tiene constancia en cosa alguna, y todo anduvo a vaivenes. A
papá es probable que le fuese indiferente nuestro matrimonio, pero en la
oficina le resultabas insustituible.
Ernesto, rotundo,
sin vacilaciones:
-Pues ya puedes
olvidar todo eso. Soy feliz con mi empleo en el Banco, y no ansío mayores
beneficios; pero aparte de esto tú debes comprender que me sería imposible
continuar con vosotros, mantenerme en un cargo al que llegué por razones
familiares, y permanecer apegado a unas ventajas que es casi seguro no lograse
tan pronto a no mediar nuestras relaciones. Yo no te guardé ningún rencor por
todo aquello, convencido de que tu desplante se debió a las inestabilidades de
toda juventud; incluso acabé convenciéndome de que fuera noble alejarme de ti
para que tuvieses ocasión de encontrar un partido de tu posición.
En todas estas
palabras puso el mayor acento de sinceridad y confidencia. Ella, presurosa:
-Dime, Ernesto;
tan sólo una cosa: ¿es verdad que no me odiaste, nunca, y que no me guardas
rencor? –Preguntó con ansiedad.
-¡Que disparate!
No tenía motivos…
Chelo no le dejó
continuar. El impulso que desde hacía unos momentos pugnaba por exteriorizarse,
acabó haciéndolo; y apoyándose en el pecho de su antiguo novio rompió a llorar
suavemente, en un estado de ánimo que mezclaba tristeza con alegría.
Ernesto estaba más
desconcertado que nunca; primero la apretó con dulzura y con arrobamiento,
ciñéndole amorosamente su frágil cintura con su brazo trémulo; pero después la
separó, secándole las mejillas con el pañuelo de su americana.
-Vamos, tontina, no
ves que te haces daño lastimándote los ojos, estos ojazos tuyos, que siempre te
brillaron como dos diamantes! Serénate. Y no digas nada: hemos vuelto a
continuar nuestro destino enlazando el pasado por el puente de esta ausencia.
¡Eso es todo!
Chelo, serenándose
un poco:
-Tienes razón,
Ernesto; es mejor no seguir engañándonos y volver a querernos con aquella fe de
antes. Casi no me da vergüenza decirte esto, pues ya que he roto, yo, yo y sólo
yo, soy la que debo reparar mi daño. No pido que me quieras, ni tengo derecho a
ello, pero yo nunca podré evitarlo por mi parte; mentiría si te dijese que
siempre esperé reconciliarnos, pero tú no volvías… Más te voy a decir: si estás
prometido con otra mujer, o si ya no me quieres, te suplico que me dejes ahora
mismo; puesto que yo misma te perdí, es justo que continúe a solas con mis…,
con mis pensamientos!
-Chelo, ruliña, me
haces muy dichoso queriéndome…, eso, otra vez!
Se buscaron en los
ojos, se miraron hipnotizados, y todo acabó con un beso sublime, redentor del
pasado y augurador de venturas en lo porvenir.
Así fue como
volvieron a converger sus rutas. Y quedaron de ir juntos al día siguiente a la
romería del San Lorenzo de Albeiros, fiesta campestre, típica y animadísima,
que se celebraba en un arrabal de la ciudad; allí proyectaban bailar y
divertirse en recuperación del tiempo perdido, y cambiar impresiones acerca de
la forma de informar a sus familias sobre la reanudación de su noviazgo; esta
vez –se decían- dirigido a terminar en boda.
Estaba muy
avanzada la noche cuando Queimadelos se retiró a la casa paterna; antes había
estado varias horas debatiendo con Deza, el confidente de las situaciones
complicadas, la marcha de los acontecimientos. Entre otras cosas de menor
cuantía trataron estos puntos. Hablaba Deza:
-Creo que
esperabas mayor sorpresa de mi parte, y te estoy decepcionando. Todo esto se
veía venir, y si no llegaba a realizarse tenía que ser exclusivamente por tu
ausencia inacabable, que agotaría la paciencia de la chica; hasta ese momento,
pero si en ese momento, ella se habría ido con el primero que se le acercase
con oportunidad. Yo sigo soltero, pero aun así me precio de conocer a las
mujeres. Ella flirteó en estos años, así que puede decirse que entre esos
amoríos andaba buscando algo que la satisficiese plenamente; una cosa así como
si tratase de encontrar algo similar a las emociones pretéritas, pretéritas y
perdidas; como si anduviese escogiendo entre los pretendientes sin acabar de
convencerse a sí misma de una conveniencia plena en ninguno de ellos. Y todo
esto, por qué? Ya te lo dije antes: Porque no encontraba ninguno que le hiciese
sentir el amor con toda la intensidad del que te profesó, del tuyo. Había
amado; ella recordaba muy bien de qué forma, y sentía necesidad de volver a
hacerlo con la misma sensación de antes; pero si llegase al punto definitivo de
la desesperación, se habría ofuscado por cualquiera y, como suele ocurrir en
estos casos, se casaría con el más sinvergüenza de todos.
Queimadelos se
desesperó ante aquellas revelaciones:
-Tú, Deza, el que
yo creí siempre fiel amigo, ¿cómo no me has escrito, o telefoneado, informándome
sobre estas cosas? Ambos destrozándonos el alma por la desilusión de nuestro
rompimiento, y ambos amándonos en silencio. Francamente no esperaba que
procedieses así.
Deza rio a
mandíbula batiente, y arguyó irónico:
-¿Lo ves, pedazo
de inteligente; ves como el amor humano ofusca el entendimiento? Si hace
cualquier tiempo, antes de que ella se encontrase a sí misma, cuando andaba
frenética cazando amoríos; si, cuando tú estabas enfrascado en el aprendizaje
de las materias bancarias, con todos tus sentidos puestos en ellas, con un
olvido, que te esforzabas en hacer absoluto, de cuanto se relacionase con tu
viejo noviazgo; si, en cualquier instante de esos años se me ocurriese abriros
los ojos, al uno y al otro, y deciros que vuestros sentimientos mutuos pugnaban
por una reconciliación, entonces me habríais enviado a freír espárragos, y todo
se estropearía, sin remisión. Ahora es distinto: ella está desengañada, y tú dominas
tu profesión, por lo que te sobra un margen de facultades para encauzarlas a
otros fines; además, hay el sedante de la ausencia, que mitigó los prejuicios
que os formasteis al rompimiento. Sí, señor; este es el tiempo, y yo no tenía
que hacer otra cosa que constituirme en espectador, porque no había duda de que
en una ciudad relativamente pequeña, como es Lugo, tendríais que encontraros y
amigaros. Ahora bien, si esto no ocurriese por su peso, ya me las arreglaría yo
para haceros encontradizos, y liaros nuevamente. ¡Ja, ja, ja! ¡Cómo la iba a
gozar si me viese metido en reconciliaciones; tendría gracia: un solterón
haciendo de casamentero…!
Y se abrazaron,
riendo con entusiasmo.
-Eres un caso,
Deza. Estás más ducho en amoríos que los que alardeamos de conquistadores, y,
aun así, no hay forma de atraerte al yugo!
-¡Eh, alto! Esto
ya no lo consiento –y continuó como si recitase un poema aprendido de memoria:
-Hay una puerta que dicen de San Fernando, y que es la violación de una
fortaleza. Algún cantero medieval abrió ese agujero en la muralla para respirar
el aroma de la campiña de Paraday. Husmeando lejanías por ese hueco se presenta
a los ojos el brillo asfáltico de una gran avenida: la carretera de Coruña. Un
día, cualquiera, avancé por ese asfalto; había escaparates, muchos, en las
tiendas del trayecto, pués los escaparates también son horizontes; husmeé en
ellos, y vi una grácil joven detrás de las lunas de una mercería. Era un cacho
de cielo. Entré y pedí: “¡Un hilo de ilusiones que me lleve de la tierra al
cielo!” Me sonrió la chica, y contestó profética: “Que unan la tierra con el
cielo sólo existen las hebras del amor”. Exactamente, eso era lo que yo pedía.
La dije otras cuantas, de las bonitas, y todo acabó en noviazgo. Me, digo, nos,
casaremos, en dos semanas, antes de que termines tus vacaciones! –Añadió
rotundo.
Queimadelos,
echándose las manos a la cabeza, con asombro:
-¡Ladrón! ¡Que
callado lo tenías! Yo contándote mis intimidades, y tú haciendo reservas de las
tuyas.
-¡Ahí está mi
juicio, mi sensatez! Dejarte presumir de entusiasmos para eclipsártelos
contándote los míos, que, por ser de un vejestorio, son maduros y perfectos.
-.-
La romería de Albeiros
Acuarela de Portela
En el pequeño
Renault que le había regalado don Porfirio Rancaño a su hija con ocasión de
pasar ésta a la mayoría de edad, (entonces de 23 años para las mujeres), se
fueron a la popular romería de San Lorenzo de Albeiros.
Primeramente
visitaron la ermita legendaria, cantada por los poetas locales y famosa por el
milagraje de los devotos, que en incontables ocasiones habían sido favorecidos
por el santo de las parrillas; después unieron su merienda a la de un grupo de
conocidos muy animosos.
Queimadelos recordaría
para siempre aquella tarde como un cuajón de emociones y una pléyade de
lirismos. Todo era poesía en cualquier romería de santuarios célebres, pero de
un modo especial en aquélla, a la que asistían con el ánimo sediento de goces
puros y atrasados. Había en la “carballeira” reminiscencias de sabor céltico, y
banquetes a la sombra del robledal; “aturuxos” que rasgaban el aire como las
imprecaciones de los druidas ahuyentando diablos y atrayendo a los espíritus
del bien; sones de gaita que se iban perdiéndose en la fronda como un arrullo
de invisibles deidades.
Bailaron con
entusiasmo y conversaron con la avidez que les motivaba su apasionada fantasía
y el deseo de oír sus verbos amados. De su charla basta saber que fue toda ella
un cruce de ternezas y de emociones íntimas; frases que tienen encantos
celestes para los que se aman, y que resultan absurdas, a veces, para los
extraños que las oyen o leen.
-.-
Don Porfirio
celebró vivamente la continuación de las relaciones de Chelo con su antiguo empleado;
pero aún no estaba convencido de su feliz término dadas las antiguas veleidades
de su hija. La familia Queimadelos, por su parte, opinaba que un casamiento con
posiciones económicas tan dispares, y con tan mal principio, era punto menos
que irrealizable. Pero los amantes se juraban reiteradamente el más sublime de
los afectos. Dios decidiría.
A Queimadelos
todavía le quedaban varios días de vacaciones, y los llenaron proyectando los
pormenores de su casamiento y de su instalación en Coruña. Por rara casualidad,
ambos estaban bautizados por el mismo sacerdote, párroco a la sazón de la
iglesia de Cirio, comarca en la que la familia Rancaño tenía un antiguo
caserío, así que decidieron que sacramentase sus amores el mismo sacerdote que
los había cristianizado, celebrándose la ceremonia en la capilla de Rois, del
pazo de los Rancaño. Pero todo esto requería tiempo para su organización, así
que Ernesto se incorporaría a su puesto en el Banco de Crédito y Ahorro, y,
pasadas algunas semanas, solicitaría el permiso reglamentario para sus nupcias.
Antes de marcharse
Queimadelos para Coruña visitaron el pazo de Rois. La mansión estaba grisácea
por la pátina de los siglos, pero se la notaba cuidada de las temporadas en que
la utilizaron los Rancaño para su veraneo. Aislada del resto del pueblo,
empezaban
Fuente de Rois
los confines en la
hondonada de un valle regado por un riachuelo más bullicioso que abundante, en
el que las truchas brillaban serpenteando los remansos, y un molino desmenuzaba
con las aspas de su turbina la limpísima corriente. A los prados sucedían,
ganando la ladera, sendos labradíos, para terminar la heredad perdiéndose entre
los matorrales de la Uceira. Próximas a la casa solariega, las viviendas de los
colonos, los hórreos y otros alpendres campesinos.
La capilla estaba
tristona, enrarecida de un cierre prolongado; pero las chicas de los colonos se
ofrecieron gustosas para decorarla profusamente con ramos de mirto, hiedra y
rosas.
Recorriendo la
finca llegaron distraídos hasta la parte más elevada y montaraz; desde allí se
divisaba un conjunto muy acogedor, ornado con los matices armónicos del verde
de los prados, el dorado de los labradíos, y la policromía del monte y de los
setos. Se respiraba un combinado de aromas agradables procedentes de las
plantaciones y de la retama. Les subyugó aquel ambiente, y permanecieron largo
rato en la cumbre de la colina, que llaman Campos de Cirio en recuerdo de aquel
Ciro que cercó el Medullius (actual Monciro). Se sentían extremadamente
felices, y predominaban en su pensamiento las ideas eglógicas. Queimadelos
opinaba, y Chelo asentía, que el progreso, la urbanización especialmente, si no
se les vacaciona periódicamente para atender otras apetencias naturales,
tienden a mecanizar excesivamente al individuo; le hacen olvidar los goces
simples, pero espirituales, que prodiga la naturaleza por doquier. No cabía
duda de que unos instantes vividos en la dejadez placentera de aquella campiña
borraban las insipideces de las serias concentraciones que exige la vida
moderna, y si así ocurría, ello era signo evidente de que la producción, todas
las manifestaciones del mundo civilizado, no podían prescindir del elemento
natural sin peligro de viciarse y de anularse. Tomar contacto con la
naturaleza, huir, siquiera fuese momentáneamente, del mundo de artificio que va
creando el hombre en torno a los asfaltos y a los cementos, era nada menos que
recuperar fuerzas, depurar el vicio de la precisión, ya que esta deja de ser
virtud tan pronto el hombre se hace juguete de ella en lugar de ocurrir lo
contrario, y cobrar ánimos para seguir luchando en el infinito campo de la
cultura.
Chelo, por su
parte, se sentía liberada de las vaguedades de su anterior existir; la
determinación absoluta de su futuro, ensamblando un viejo amorío con las
presentes relaciones, el trazado de una ruta definida que grabase su paso por
la tierra, había descongestionado la parasitosis ideológica de su espíritu, y
la hacía más libre, más dueña de sí misma, más consciente del verdadero goce.
Comprendía mejor todo esto en el ámbito natural de la campiña, junto al ser
amado, endichada por el vistoso y aromático escenario en que paseaban, aislada
del artificio de la urbe con sus existencias desconcertantes, con sus
influencias nocivas para el caso de que uno no lograse el oportuno dominio de
la propia personalidad. Habló, y dijo:
-Indudablemente ha
llegado el tiempo de que yo sea todo lo feliz que había deseado. Y me siento
más dichosa cuanto más próxima está mi unión contigo; pero de un modo especial
en el día de hoy, recorriendo los mismos senderos por los que pasé tantas veces
con la cabeza atiborrada de tonterías. Ahora es distinto: pienso en que somos
el origen de una familia, en que tengo otra finalidad en este mundo que la de
lucir trapos y decir naderías. Ernesto, querido Ernesto, -añadió con íntimo
reproche-, ¿es posible que yo fuese tan tontuela que me expusiese a perderte
por el capricho de llegar pronto a aquel malhadado baile? Te dejaba, a ti, que
estabas trabajando, que eras un hombre útil a mi casa, y también a la sociedad,
para irme con el majadero de Ferreiro, que sólo entendía de bailes y de tretas
amatorias. ¡Mea culpa, mea máxima culpa! –Y se dio golpes de pecho.
Queimadelos la
cogió de la mano y le indicó el horizonte:
-Deja en paz el
pasado, que ya se ha ido, y reposa en la tumba de nuestro olvido; he aquí el
presente: nuestras vidas dichosas, un círculo exuberante que nos enseña a
vegetar útilmente, a elevarnos en la tierra para acercarnos al cielo.
Ella le besó
aquella mano comunicativa que les enlazaba. Y le dijo:
-Es verdad,
Ernesto; cada vez comprendo mejor tu alma, que, por cierto, también tiene
matices más profundos que en aquel otro tiempo.
El asintió:
-Tal vez tengas
razón, que no en vano presumo de haber modelado mi carácter en las oficinas de
un Banco, donde los números invitan a profundizar el misterio de su
acumulación, donde todo esfuerzo está encaminado a producir bienes latentes y
perdurables; donde a la materia, que para nosotros es el capital, se le buscan
finalidades del más delicado humanismo.
Se volvieron hacia
la casa solariega serpenteando las plantaciones. Cuando llegaron a ella, y ya
se disponían a regresar para Lugo, sugirió chelo, repasando con la vista los
contornos de la heredad:
-Ernesto, ¿qué
opinarías si te propusiese pasar en este sitio las vacaciones que te den para
nuestra boda? Me agradaría bastante más que esa fuga ruborosa del viaje
nupcial!
-Mujer, veo que
ahora siempre estamos de acuerdo. ¿Será que nos pesan los años? También yo lo
prefiero. En lo espiritual nuestra compenetración actual es tan perfecta que
desde el primer día de nuestro reencuentro parecemos un matrimonio antiguo, y
no nos hará novedad vivir entre conocidos. Con respecto a los demás cambios…,
pues también los iremos asimilando, poco a poco.
Sonrieron
complacidos, con la sutil picaresca de dos prometidos, y se alejaron, en el
Renault, del escenario al que volverían un día ya próximo para santificar la
recuperación de sus amores.
-.-
¡A la herculina…!
Rancaño, una vez
realizados los bienes afectos al negocio que tenía en Lugo, decidió emplear su
capital en operaciones rentísticas e irse a vivir a la ciudad herculina para
tener consigo, siquiera fuese temporalmente, a su hija. Por su parte,
Queimadelos, acogería en su propio hogar, en su piso, a sus padres y a su
hermana Nita, redimida de su penosa profesión por el agradecimiento del
hermano, antes protegido y ahora triunfante. El nuevo matrimonio procuraría
satisfacer tanto a los padres naturales como a los políticos conviviendo alternativamente
con ambos y del modo más íntimo posible.
Había llegado la
plenitud formativa y sentimental de aquellos jóvenes, y quedaba orientado el
curso de sus vidas.
-.-
Dejémosle…
Dejemos a nuestro
protagonista, un ejemplar de lo más común en esta generación de empleados de
Banca, mediados del siglo XX; dejémosle en una mañana cualquiera de cualquier
día laborable, próxima aún a las vacaciones disfrutadas en la bien murada,
donde el azar, ¿o la Providencia, pues bien se dice que, casamiento y mortaja,
del Cielo bajan!, le había facilitado el retorno a sus relaciones con Chelo
Rancaño.
Camino del Banco
iba pensando precisamente en ella; la encontrara serena y juiciosa, apasionada
pero constante, demostrando en sus actos presentes una madurez de criterio que
la dignificaba en alto grado. Pasaran las tormentas de su espíritu juvenil
–pensaba Queimadelos- y su sique presente era un remanso de paz que prometía un
porvenir dichoso para el hogar que con ella se crease.
Es cierto que en
otro tiempo le había causado humillaciones, y que le había desviado, variado,
el rumbo de su existencia; pero él estaba optimista de pertenecer a la Banca,
donde ya gozaba de buena posición y en la que se solidificara su personalidad.
Se enorgullecía de pertenecer a una entidad que tanto estaba haciendo en todos
los órdenes económicos por el progreso humano. Y quizás hubiese sido excelente
para su armonía futura aquella separación, aquella maduración, de cinco años,
durante los cuales terminaron de formarse moral y experimentalmente, sacando de
ellos valiosas enseñanzas para la madurez de su atracción y cariño, así como
para su preparación frente a los azares de la vida.
Chelo y él; él y
Chelo: la fusión de dos personalidades que se complementarían en la unidad de
un matrimonio bien avenido. Más tarde, acaso, la prole, que llevaría en sus
venas el espíritu laborioso y noble de sus progenitores… Su paso por la tierra
con un eficaz producir…
Absorto en estos
pensamientos traspasó Queimadelos el umbral del Banco de Crédito y Ahorro. Iba,
de nuevo, a engrosar el anonimato de las juventudes bancarias. Iba a sumarse,
en un eficaz producir, con los artífices de buena parte del bienestar de los
tiempos modernos.
Xosé María Gómez Vilabella
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