... EU SEREI O MEU PROPIO XUÍZ!
Xosé María Gómez Vilabella
Ao final dos meus días..., eu serei o meu propio xuíz!
En presenza da Santísima Trindade,
que me alumará co seu resplandor,
coma un lóstrego celestial,
e así farei a miña última confesión,
xeral e definitiva.
O Fillo pásalle os Evanxeos ao Pai, a título simbólico,
para que vexa se os cumprín.
Na unción dos enfermos
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Hermano, morir habemos. Ya lo sabemos. Non fai falta ser cartuxo para aceptar esta reflexión. Dos exames habituais, na vida ordinaria, adoitamos coñecer a súa data, e procuramos memorizar a súa temática, pero, ¿do Grande, do Importante, do Definitivo? Será por non coñecer a data, que nos pasa desapercibida.
Aclaremos: Non nos examinan, que Deus non precisa facelo, pois Aló Arriba coñécennos a fondo, incomparablemente mellor que os de Aquí Abaixo. Para iso, ¡e para todo!, a Santísima Trindade sempre está reunida, nun perpetuo Tribunal. Así, cando a alma se despide do corpo para presentarse na Audiencia Celeste, a Trindade espértanos..., mentres os de aquí abaixo coidan que durmimos, ¡que nos durmimos para aetérnum!
Daquela a alma ten, debe ter, un espertar brusco:
-¡Ai, Deus, que fixen; que tal me portei?
E comeza o exame. Pero non é Deus o que pregunta, pois a Trindade sábeo todo, ao detalle: son eu, é a nosa alma, pois a luz celeste alúmalle, alumaralle, á memoria, así que o noso currículo, o anímico, ponse de repaso ante o noso Tribunal, o Divino:
-¿Que fixen, como o fixen, por que o fixen? Fose cristián, ou non, abxurei da moral satánica manténdome no Credo, na ética, do noso Creador? ¿Déronme noxo as maldades, e busquei as verdades en todo tempo, en todo lugar?
A película corre á presa, pero non omite detalle pois a memoria da alma, a espiritual, é indefectible, que por algo é espiritual, de dotación universal. Se o exame avanza en positivo, a alma comeza a sentir gozos, pero, en caso contrario, se foi a peor no seu recorrido, no seu actuar terráqueo, non dubidemos que nos envolverán as sombras do pavor.
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Non estou inventando nada, que o temos nos Evanxeos, ben clariño por certo, tal que en Lucas 23, 43:
O bo ladrón, TAMÉN NA CRUZ, NA SÚA, agónicos ambos:
-Xesús, lémbrate de min cando volvas como rei.
-Xesús respondeulle:
-Asegúroche que hoxe estarás comigo no paraíso.
¡Xesús resucitou; e de resucitado subiu ao Ceo, visiblemente, publicamente! ¡Mellores probas, imposible! Outras evidencias están en que, no noso xuízo, no particular, non hai mellor defensa có arrepentimento persoal, directo, sincero, pero non tardío, pois pasada a fronteira os pasaportes caducan. Deus, como xuíz das súas criaturas, ten con nós unha paciencia incrible, de moito aguante, pero, chegada a hora do fallo, é inexorable.
No mesmo Lucas, pero no seu 16, 22:
Resulta que morreu o pobre, e levárono os anxos ó seo de Abraham. Morreu tamén o rico, e enterrárono. Estando no lugar dos mortos, no medio dos tormentos, erguendo os ollos viu a Abraham e mais a Lázaro no seu seo. Entón suplicoulle dicindo: “Ai, pai Abraham, ten dó de min; mándame a Lázaro para que molle o seu dedo na auga e refresque a miña lingua, porque me atormenta o lume”. Pero Abraham contestoulle: “Fillo, recorda que ti recibiches bens na túa vida, mentres Lázaro recibiu males; agora el recibe consolo e ti tormento. Ademais, entre nós e vós hai un abismo insalvable; de xeito que desde aquí non se pode pasar onda vós, nin desde aí se pode vir onda nós”. Entón el insistiu: “Suplícoche, pai Abraham, que o mandes á casa de meu pai, onde teño cinco irmáns, para que lles fale claramente e non veñan dar a este lugar de tormentos”. Pero Abraham respondeulle: “Xa teñen a Moisés e ós profetas; que lles fagan caso a eles”.
El volveu a insistir: “Pero non llelo van facer, pai Abraham, non; se un morto vai onda eles, seguro que se converterán”. Pero Abraham replicoulle: “Se a Moisés e mais ós profetas non lles fan caso, tampouco llo farán nin a un morto resucitado”.
¿Nin aos resucitados? ¡Nin a Xesús, nin ao noso Mestre Divino lle facemos caso! Queremos aprobar, non si? ¡Daquela as leccións témolas nos Evanxeos, pois, para aprobar no exame particular..., hai que practicar, practicar ben, e practicar o ben! ¿Quen se atreve a saír de viaxe, máxime para unha viaxe definitiva, sen levar unha equipaxe axeitada? ¡Pois iso!
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¿Sónavos o Catecismo da Igrexa Católica?
É moi longo, pero máis tempo lle botamos ao fútbol. ¿Se lle désemos outras tantas patadas a Satanás..., que?
“CREO EN LA VIDA ETERNA”
1020 El cristiano que une su propia muerte a la de Jesús ve la muerte como una ida hacia Él y la entrada en la vida eterna. Cuando la Iglesia dice por última vez las palabras de perdón de la absolución de Cristo sobre el cristiano moribundo, lo sella por última vez con una unción fortificante y le da a Cristo en el viático como alimento para el viaje. Le habla entonces con una dulce seguridad:
«Alma cristiana, al salir de este mundo, marcha en el nombre de Dios Padre Todopoderoso, que te creó, en el nombre de Jesucristo, Hijo de Dios vivo, que murió por ti, en el nombre del Espíritu Santo, que sobre ti descendió. Entra en el lugar de la paz y que tu morada esté junto a Dios en Sión, la ciudad santa, con Santa María Virgen, Madre de Dios, con San José y todos los ángeles y santos [...] Te entrego a Dios, y, como criatura suya, te pongo en sus manos, pues es tu Hacedor, que te formó del polvo de la tierra. Y al dejar esta vida, salgan a tu encuentro la Virgen María y todos los ángeles y santos [...] Que puedas contemplar cara a cara a tu Redentor» (Rito de la Unción de Enfermos y de su cuidado pastoral, Orden de recomendación de moribundos, 146-147).
1021 La muerte pone fin a la vida del hombre como tiempo abierto a la aceptación o rechazo de la gracia divina manifestada en Cristo (cf. 2 Tm 1, 9-10). El Nuevo Testamento habla del juicio principalmente en la perspectiva del encuentro final con Cristo en su segunda venida; pero también asegura reiteradamente la existencia de la retribución inmediata después de la muerte de cada uno como consecuencia de sus obras y de su fe. La parábola del pobre Lázaro (cf. Lc 16, 22) y la palabra de Cristo en la Cruz al buen ladrón (cf. Lc 23, 43), así como otros textos del Nuevo Testamento (cf. 2 Co 5,8; Flp 1, 23; Hb 9, 27; 12, 23) hablan de un último destino del alma (cf. Mt 16, 26) que puede ser diferente para unos y para otros.
1022 Cada hombre, después de morir, recibe en su alma inmortal su retribución eterna en un juicio particular que refiere su vida a Cristo, bien a través de una purificación (cf. Concilio de Lyon II: DS 856; Concilio de Florencia: DS 1304; Concilio de Trento: DS 1820), bien para entrar inmediatamente en la bienaventuranza del cielo (cf. Concilio de Lyon II: DS 857; Juan XXII: DS 991; Benedicto XII: DS 1000-1001; Concilio de Florencia: DS 1305), bien para condenarse inmediatamente para siempre (cf. Concilio de Lyon II: DS 858; Benedicto XII: DS 1002; Concilio de Florencia: DS 1306).
«A la tarde te examinarán en el amor» (San Juan de la Cruz, Avisos y sentencias, 57).
1023 Los que mueren en la gracia y la amistad de Dios y están perfectamente purificados, viven para siempre con Cristo. Son para siempre semejantes a Dios, porque lo ven "tal cual es" (1 Jn 3, 2), cara a cara (cf. 1 Co 13, 12; Ap 22, 4):
«Definimos con la autoridad apostólica: que, según la disposición general de Dios, las almas de todos los santos [...] y de todos los demás fieles muertos después de recibir el Bautismo de Cristo en los que no había nada que purificar cuando murieron [...]; o en caso de que tuvieran o tengan algo que purificar, una vez que estén purificadas después de la muerte [...] aun antes de la reasunción de sus cuerpos y del juicio final, después de la Ascensión al cielo del Salvador, Jesucristo Nuestro Señor, estuvieron, están y estarán en el cielo, en el Reino de los cielos y paraíso celestial con Cristo, admitidos en la compañía de los ángeles. Y después de la muerte y pasión de nuestro Señor Jesucristo vieron y ven la divina esencia con una visión intuitiva y cara a cara, sin mediación de ninguna criatura» (Benedicto XII: Const. Benedictus Deus: DS 1000; cf. LG 49).
1024 Esta vida perfecta con la Santísima Trinidad, esta comunión de vida y de amor con ella, con la Virgen María, los ángeles y todos los bienaventurados se llama "el cielo" . El cielo es el fin último y la realización de las aspiraciones más profundas del hombre, el estado supremo y definitivo de dicha.
1025 Vivir en el cielo es "estar con Cristo" (cf. Jn 14, 3; Flp 1, 23; 1 Ts 4,17). Los elegidos viven "en Él", aún más, tienen allí, o mejor, encuentran allí su verdadera identidad, su propio nombre (cf. Ap 2, 17):
«Pues la vida es estar con Cristo; donde está Cristo, allí está la vida, allí está el reino» (San Ambrosio, Expositio evangelii secundum Lucam 10,121).
1026 Por su muerte y su Resurrección Jesucristo nos ha "abierto" el cielo. La vida de los bienaventurados consiste en la plena posesión de los frutos de la redención realizada por Cristo, quien asocia a su glorificación celestial a aquellos que han creído en Él y que han permanecido fieles a su voluntad. El cielo es la comunidad bienaventurada de todos los que están perfectamente incorporados a Él.
1027 Este misterio de comunión bienaventurada con Dios y con todos los que están en Cristo, sobrepasa toda comprensión y toda representación. La Escritura nos habla de ella en imágenes: vida, luz, paz, banquete de bodas, vino del reino, casa del Padre, Jerusalén celeste, paraíso: "Lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni al corazón del hombre llegó, lo que Dios preparó para los que le aman" (1 Co 2, 9).
1028 A causa de su transcendencia, Dios no puede ser visto tal cual es más que cuando Él mismo abre su Misterio a la contemplación inmediata del hombre y le da la capacidad para ello. Esta contemplación de Dios en su gloria celestial es llamada por la Iglesia "la visión beatífica":
«¡Cuál no será tu gloria y tu dicha!: Ser admitido a ver a Dios, tener el honor de participar en las alegrías de la salvación y de la luz eterna en compañía de Cristo, el Señor tu Dios [...], gozar en el Reino de los cielos en compañía de los justos y de los amigos de Dios, las alegrías de la inmortalidad alcanzada» (San Cipriano de Cartago, Epistula 58, 10).
1029 En la gloria del cielo, los bienaventurados continúan cumpliendo con alegría la voluntad de Dios con relación a los demás hombres y a la creación entera. Ya reinan con Cristo; con Él "ellos reinarán por los siglos de los siglos" (Ap 22, 5; cf. Mt 25, 21.23).
III. La purificación final o purgatorio
1030 Los que mueren en la gracia y en la amistad de Dios, pero imperfectamente purificados, aunque están seguros de su eterna salvación, sufren después de su muerte una purificación, a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en la alegría del cielo.
1031 La Iglesia llama purgatorio a esta purificación final de los elegidos que es completamente distinta del castigo de los condenados. La Iglesia ha formulado la doctrina de la fe relativa al purgatorio sobre todo en los Concilios de Florencia (cf. DS 1304) y de Trento (cf. DS 1820; 1580). La tradición de la Iglesia, haciendo referencia a ciertos textos de la Escritura (por ejemplo 1 Co 3, 15; 1 P 1, 7) habla de un fuego purificador:
«Respecto a ciertas faltas ligeras, es necesario creer que, antes del juicio, existe un fuego purificador, según lo que afirma Aquel que es la Verdad, al decir que si alguno ha pronunciado una blasfemia contra el Espíritu Santo, esto no le será perdonado ni en este siglo, ni en el futuro (Mt 12, 31). En esta frase podemos entender que algunas faltas pueden ser perdonadas en este siglo, pero otras en el siglo futuro (San Gregorio Magno, Dialogi 4, 41, 3).
1032 Esta enseñanza se apoya también en la práctica de la oración por los difuntos, de la que ya habla la Escritura: "Por eso mandó [Judas Macabeo] hacer este sacrificio expiatorio en favor de los muertos, para que quedaran liberados del pecado" (2 M 12, 46). Desde los primeros tiempos, la Iglesia ha honrado la memoria de los difuntos y ha ofrecido sufragios en su favor, en particular el sacrificio eucarístico (cf. DS 856), para que, una vez purificados, puedan llegar a la visión beatífica de Dios. La Iglesia también recomienda las limosnas, las indulgencias y las obras de penitencia en favor de los difuntos:
«Llevémosles socorros y hagamos su conmemoración. Si los hijos de Job fueron purificados por el sacrificio de su padre (cf. Jb 1, 5), ¿por qué habríamos de dudar de que nuestras ofrendas por los muertos les lleven un cierto consuelo? [...] No dudemos, pues, en socorrer a los que han partido y en ofrecer nuestras plegarias por ellos» (San Juan Crisóstomo, In epistulam I ad Corinthios homilia 41, 5).
1033 Salvo que elijamos libremente amarle no podemos estar unidos con Dios. Pero no podemos amar a Dios si pecamos gravemente contra Él, contra nuestro prójimo o contra nosotros mismos: "Quien no ama permanece en la muerte. Todo el que aborrece a su hermano es un asesino; y sabéis que ningún asesino tiene vida eterna permanente en él" (1 Jn 3, 14-15). Nuestro Señor nos advierte que estaremos separados de Él si omitimos socorrer las necesidades graves de los pobres y de los pequeños que son sus hermanos (cf. Mt 25, 31-46). Morir en pecado mortal sin estar arrepentido ni acoger el amor misericordioso de Dios, significa permanecer separados de Él para siempre por nuestra propia y libre elección. Este estado de autoexclusión definitiva de la comunión con Dios y con los bienaventurados es lo que se designa con la palabra "infierno".
1034 Jesús habla con frecuencia de la "gehenna" y del "fuego que nunca se apaga" (cf. Mt 5,22.29; 13,42.50; Mc 9,43-48) reservado a los que, hasta el fin de su vida rehúsan creer y convertirse , y donde se puede perder a la vez el alma y el cuerpo (cf. Mt 10, 28). Jesús anuncia en términos graves que "enviará a sus ángeles [...] que recogerán a todos los autores de iniquidad, y los arrojarán al horno ardiendo" (Mt 13, 41-42), y que pronunciará la condenación:" ¡Alejaos de mí malditos, al fuego eterno!" (Mt 25, 41).
1035 La enseñanza de la Iglesia afirma la existencia del infierno y su eternidad. Las almas de los que mueren en estado de pecado mortal descienden a los infiernos inmediatamente después de la muerte y allí sufren las penas del infierno, "el fuego eterno" (cf. DS 76; 409; 411; 801; 858; 1002; 1351; 1575; Credo del Pueblo de Dios, 12). La pena principal del infierno consiste en la separación eterna de Dios en quien únicamente puede tener el hombre la vida y la felicidad para las que ha sido creado y a las que aspira.
1036 Las afirmaciones de la Escritura y las enseñanzas de la Iglesia a propósito del infierno son un llamamiento a la responsabilidad con la que el hombre debe usar de su libertad en relación con su destino eterno. Constituyen al mismo tiempo un llamamiento apremiante a la conversión: "Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y son muchos los que entran por ella; mas ¡qué estrecha la puerta y qué angosto el camino que lleva a la Vida!; y pocos son los que la encuentran" (Mt 7, 13-14):
«Como no sabemos ni el día ni la hora, es necesario, según el consejo del Señor, estar continuamente en vela. Para que así, terminada la única carrera que es nuestra vida en la tierra mereceremos entrar con Él en la boda y ser contados entre los santos y no nos manden ir, como siervos malos y perezosos, al fuego eterno, a las tinieblas exteriores, donde "habrá llanto y rechinar de dientes"» (LG 48).
1037 Dios no predestina a nadie a ir al infierno (cf DS 397; 1567); para que eso suceda es necesaria una aversión voluntaria a Dios (un pecado mortal), y persistir en él hasta el final. En la liturgia eucarística y en las plegarias diarias de los fieles, la Iglesia implora la misericordia de Dios, que "quiere que nadie perezca, sino que todos lleguen a la conversión" (2 P 3, 9):
«Acepta, Señor, en tu bondad, esta ofrenda de tus siervos y de toda tu familia santa, ordena en tu paz nuestros días, líbranos de la condenación eterna y cuéntanos entre tus elegidos (Plegaria eucarística I o Canon Romano, 88: Misal Romano).
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¿Curas? ¡Poucos...; poucos e cansados!
¿Laicos? ¡Moitos...; moitos, e cadora máis indómitos!
¡Vai sendo hora de celebrar un Concilio fraterno, universal!
¿Onde?
¡Tal que en Madrid, nos xardíns de El Buen Retiro...,
e se non cabemos, no Val de Josafat!
Tenme preocupado o porvir dos meus netos, e con eles, os netos do meu próximo. Os da miña xeración criámonos nun ambiente farisaico que cheiraba a podre; ¡e menos mal que veu o Vaticano II para librar aos cregos do Cara al Sol e poñelos de cara aos fregueses.
De presente volveu o maquiavelismo, só que disfrazado, virtual, por tele proceso, que non por telepatía.
De todo isto dedúcese que é necesario predicar, predicar con empatía, e non só desde o púlpito; comezando polo exemplo... Se non fose polo requisito do celibato meu pai deixábame ir para Herbón...; pero tampouco cantaba ben, que niso parecíame ao fillo da señora Emilia de Brañas, aquela de Millares, aquela dos Nacementos, que lle botaron ao seu fillo do Seminario de Lugo..., ¡por cantar mal! Non chegaba con canta-las Corenta...!
¿Onde temos a panacea para o materialismo actual? Iso que dixen: celebrar un concilio internacional, comezando por predicar co exemplo! ¿Que escasean os cregos? ¡Pois adestremos aos laicos: máis catequistas e menos futbolistas! Non teño nada contra as pelotas, pero si en contra dos “pelotas”. ¡Sexamos xenerosos, fagamos algo polo próximo; regalemos Biblias, como fan os protestantes!
Marcos 16, 15-18; Mateo 28, 16-20; Lucas 24, 36-49; Xoán 20, 19-23; Feitos 1, 6-8). -Ide polo mundo enteiro, anunciando a Boa Nova a toda a creación. Quen crea e se bautice, salvarase; quen non crea, condenarase. Os que crean irán acompañados destes sinais: no meu nome botarán demos, falarán linguas novas; collerán serpes coas mans, e se chegan a beber algún veleno, non lles fará mal ningún; imporánlle-las mans aos enfermos, e estes curarán”.
Os Apóstolos foron Ministros Plenipotenciarios de Xesús, do Mestre, con facultades, incluso, milagreiras, pero nós, os sucesores, somos: Os cregos, Delegados Rexios; e os laicos, Axudas de Cámara; así que, daquelas facultades algo chegou ata nós, tanto nas prerrogativas coma nos deberes. Máis é, que todos somos Fillos de Deus, así que todos temos parte na herdanza..., ¡se nos portamos ben! ¿Adir a herdanza? ¡Si, que nola outorga Deus, en premio..., ¡se non o defraudamos na celebración do noso, particular, xuízo persoal!
¿Somos fillos de Deus, e facemos diabruras pasándonos ao seu inimigo? ¡Así é! Pois xa fai falta ser maligno, maligno e torpe, para aceptar as tentacións diabólicas!
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¡Como nos gusta presumir no ollal da solapa coa mellor das nosas insignias ou condecoracións, aínda que non sexan laureadas!
¡Xa! ¡Pero, de cruces, como non sexan de Guerra, ningunha! Os cregos aínda conservan o seu colariño (alzacolos), pero os laicos..., o dito! Ver pasar un, infunde respecto, solidariedade, e incluso admiración. Tamén algo de envexa, como dicindo: “Ese ten o Ceo asegurado...; voume facer amigo seu para que me recomende, ou é que no Ceo non admiten recomendacións?”.
É lamentable que non estea de moda para os cristiáns levar a nosa cruz, a Cruz do noso Redentor! Algúns levan, e levamos, a medalla da Virxe Milagrosa, iso si, por..., por egoístas, xa que a propia Virxe lle explicou a Santa Catalina Labouré que os raios que saen das súas mans son unha expresión das gracias que vai concedendo; tódalas que lle piden, con tal de que sexan axeitadas para a nosa salvación.
¿Hai, ou pode haber, mellor laureada cá obtida co noso bautizo, coa nosa matriculación coa nosa inscrición, na Igrexa Católica? ¡Ata o propio Mesías se bautizou; non foi que o precisase, pero, doído da nosa ignorancia e da nosa soberbia, púxose El mesmo de exemplo! ¡Gratias tibi ago, domine!
De arrepentidos -fixérono os padriños no noso nome, na nosa representación- , admitidos no Exército da Salvación, xurada a Bandeira da Cruz, ¿que menos que poñerlle ao neno/á nena, o signo, o símbolo, da nosa Redención?
Levar unha cruciña ten que ser, debe ser, un signo acreditativo, e con seguridade iso sería unha evanxelización efectiva, idónea, eficaz para contribuír á evanxelización. ¿Que dirá de nós Xesús, pois, con vinte séculos de ensino e aínda hai, ¡por culpa nosa!, millóns e millóns de incrédulos? ¡A humanidade “católica” non está, non estamos, merecendo este cualificativo! Deus mandou ao seu propio Fillo tan pronto como estivemos algo educados, pero somos tan satánicos que seguimos desertando!
Ler, e reler, para non esquecer, o que din os teólogos: “La sangre que Jesús derramó en la cruz del Calvario marcó un nuevo comienzo, un nuevo pacto entre Dios y los hombres. A través de su cuerpo partido (quebrantado) y de su propia sangre derramada obtenemos la limpieza de nuestros pecados. Él fue el Cordero perfecto y sin mancha que vino a quitar el pecado del mundo (Juan 1:29; Isaías 53:7). Y cuando aceptamos a Jesús como Señor y Salvador de nuestras vidas recibimos la limpieza y el perdón de nuestros pecados”.
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Teoloxía para laicos
Como non son un experto nisto, transcribo literalmente un artigo de
Tomás de la Torre Lendínez, el 13.09.08 a las 1:48 PM
En casi todas las diócesis españolas existe un Instituto Superior de Ciencias Religiosas, que está hermanado con una Facultad de Teología, donde se expiden los títulos alcanzados por el alumnado. Las diócesis más pequeñas suelen unirse a las vecinas y aúnan esfuerzos.
El profesorado de estas instituciones suele ser el propio del Seminario Diocesano. En algunos lugares, ante los pocos seminaristas existentes, los profesores de las diversas materias tienen como alumnos solamente a los laicos.
Son los laicos los receptores de estas instituciones educativas en Ciencias Religiosas. El laico estudia Teología por tener una mejor formación en su fe, por conseguir el graduado o la licenciatura, por alcanzar la Declaración Eclesiástica de Idoneidad para impartir clases de Religión y Moral Católica en centros públicos, o para poder acceder a las candidaturas de hermandades y cofradías, en cuyos estatutos se establece esta condición indispensable.
El número de alumnos laicos no es grande, pero se mantiene en una cifra aceptable para mantener abierto el servicio que la diócesis ofrece al laicado. Ahora en estas fechas septembrinas es cuando los plazos de matrículas están abiertos con vistas a comenzar el curso el mes de octubre.
Es claro que el laicado español no se distingue por disponer de una preparación teológica de altura, salvo casos contados con los dedos de la mano. Últimamente abundan los teólogos formados a sí mismos. Son los que han bebido en libros de acá y de allá y se les nota una cierta indigestión intelectual, que pide a voces algún fármaco para poder sedimentar tanto atracón teológico.
A esta ansia de formación teológica del laicado, conviene añadir que el profesorado no suele estar a la altura de las circunstancias, ya que está más a la “bondad” del obispo de turno agradeciéndole el cargo, que dispuesto y abierto a la sana doctrina que el Magisterio de la Iglesia indica y señala en sus documentos.
En definitiva, la Teología para laicos, aunque la recibe una minoría, no se nota en medio del amplio mundo intelectual de hoy, ni se nota que esté haciendo nada por testimoniar el pensamiento de la Iglesia Católica en una sociedad que de forma organizada y sistematizada está siendo desprovista de sus estructuras cristianas, para ser sustituidas por otras donde Dios sea ese gran desconocido en las palabras de Benedicto XVI en Francia”.
No meu criterio, de simple crente, paréceme que ten razón: ¡Un católico ten a obriga de especializarse, de saber selo, e como tal, comunicar! Se abrisen as viaxes á lúa, con tal de que fosen gratis, non habería español que non se apuntase; ¡xa fomos a América, e para iso nunhas simples carabelas! A América, si; á lúa, tamén; ¿e para ir o Ceo nin nos molestamos en sacar pasaporte?
A quen corresponda: Para min xa é tarde esa escola, pero están os netos, e despois virán os bisnetos, etc., etc.
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Había máis relixión cando as clases se daban nas lareiras
A cociña da Olga, todo un altar!
Da noite para a mañá, de onte a hoxe, do XX ao XXI, está claro que pasamos do medo escénico ao materialismo ateo.
¿Medo escénico? ¡Pois si, que ata lle tiñamos medo a Deus, aínda que, de ben pensado, coido que é mellor terlle medo que ignoralo! Coas propagandas dos vendedores tamén nos convertemos en vendedores; ¡pero non lle vendemos senón que lle regalamos ao diabro todas, ou case tódalas, apetencias materialistas..., de xeito tal que acabamos afacéndonos ao materialismo ateo.
Por medo, e con medo, non se extingue a lealdade; algo se conserva dela, pero, de caídos no materialismo, vólvenos a soberbia, esa fraqueza contra a que tanto nos predicou Xesús, caracterizada, personificada, en Eva, e repudiada na Virxe María, que foi o espello da humildade.
¡Aqueles rosarios en familia, aqueles consellos na calor da lareira, Ceo puro, Ceo anticipado! A bondade cultivábase, e a maldade aborrecíase. De vez en cando un pecadiño, pero tódolos anos viña a “Pascua Florida”, o confesionario, o hisopo da auga bendita.
O que dirán, virtude ou pecado? Abundaba, moito, nas nosas aldeíñas, e afellas que foi construtivo, pois, ao coñecernos todos na bisbarra de cada feira, freaba, moitísimo, as tentacións pecaminosas. ¿Pecaminosas? ¡Tódalas que son aceptadas! ¿Que dirán de min se chega a saberse que fixen isto, ou aquilo, calquera cousa que estea mal vista na nosa rodeada! Sodoma e Gomorra foron aberrantes porque, nelas, todos eran coñecidos, e por tanto, cómplices. Esa vacina das aldeas perdeuse, evaporouse, ao pasar do coñecido ao descoñecido.
¿Daquela, a censura sempre é boa? ¡Asegún, que dicía o avó, porque agora, con esa información exhaustiva que dan dos crimes os medios de comunicación o que fan é converterse en escolas da malicia: ¿Como farei isto, ou aquilo, esas cabronadas que me pide e me propón o cabrón, Satanás, sen que teñan consecuencias? E Satanás respóndenos: “Estate atento ao que din os medios, fíxate nos erros que cometeron os malditos, así que ti, con non repetilos..., libraraste das cadeas! ¿De tódalas cadeas? ¡Pode ser que te libres das mundanas, tal que aquelas que tiñan, e usaban, no castelo de Castroverde, pero do exame particular, persoal, ese da Porta de San Pedro, nin Deus te libra..., pois é o propio Deus o que xulgará os teus pecados!
Usáronas en Castroverde.
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Pasa a
... EU SEREI O MEU PROPIO XUÍZ!
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Xosé María Gómez Vilabella
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