ELIGIÓ LA BANCA
Y se fue con esa juventud eficiente, con
esa juventud que labora por el progreso humano desde los olvidados pupitres de
cualquier oficina bancaria; con esa raza de titanes, modestamente confundidos
en el anónimo de la empresa, que, con valentía frente a la vida, con ánimos
impertérritos de mejora profesional, técnica y conjuntiva, fundiéndose con la
empresa en comunes intereses de prosperidad, hacen posibles las iniciativas
privadas facilitándoles crédito, y estimulan, al atraerlos bajo premio, el
ahorro y los capitales de aquellos individuos que no osan o no precisan
explotarlos directamente, o que por transición de unas a otras operaciones les
conviene depositarlo con carácter de absoluta disponibilidad en entidades
bancarias que corresponden a esa interferencia económica en la doble función de
custodia, -depósito-, y premio por las cantidades confiadas.
Varias veces volvió a meditar en aquellas
ideas que se le habían ocurrido junto a la torre de Hércules en su primer paseo
hacia el mar, que es vivo espejo, con sus vaivenes, de los problemas humanos.
Se decía nuevamente:
“Sólo una ruta conduce a lejos; mas no
amplia o ceñida a lo indispensable sino moderadamente anchurosa para que, en los
alrededores del sendero, encontremos materia de juicio, conocimientos
aprovechables para nutrir las necesidades de la profesión elegida.
Multiplicidad de rutas, constante vacilación en darse a un fin determinado, no
conduce más que a entorpecer el progreso, a repartir la capacidad de avance,
por cuyo motivo no podrá ser muy longitudinal. ¿Será la Banca el destino que me
conviene seguir? ¿Habré de tomar otra dirección, otra profesión, como meta
decisiva, o me convendrá sólo como medio para otros fines, en cuyo caso
produciría baja tan pronto se me presentasen oportunidades de emancipación!
Dicen que hay buenos sueldos en relación con el momento económico en que vive
España; si no de entrada, al menos para cuando lleve uno cierta antigüedad, lo
que me anima plenamente en mis circunstancias actuales; pero lo verdaderamente
antipático de esa profesión debe ser la monotonía de hacer diariamente un mismo
trabajo, cubrir unos mismos impresos, llevar unos libros invariables. En la
empresa Rancaño mi labor era distinta, de pura organización y de control, pero
en el Banco dejaré de existir para convertirme en uno de tantos, acatando la
disciplina impuesta por nuestros jefes”.
Recapacitando un poco más, le parecieron
exageradas sus apreciaciones:
“Claro es que eso debe tener sus
variantes; por ejemplo, en los cambios de sección, para lo que puedan ser
aplicables; en operaciones nuevas que se presenten, e incluso al ir dominando
la técnica contable, los pequeños descubrimientos que vayamos haciendo día a
día tienen que resultar alentadores e interesantes. Al fin y al cabo los
negocios son ciencia, y en ninguna ciencia está dicho todo, así que, aun sin
dirigirlos, limitándose a contabilizarlos, habré de encontrar grandes y amenas
enseñanzas. Para no perder tiempo en ninguna ocasión mi plan ha de ser
entregarme con todas mis potencias al estudio y al trabajo bancario. Si
continúo indefinidamente en un Banco será una ventaja que llevaré con respecto
a compañeros más despreocupados, y si llego algún día a renunciar, conmigo,
para lo que puedan ser aplicables, quedarán los conocimientos adquiridos, que
siempre tendrán alguna relación con los generales de todo negocio”.
En una librería compró los textos que le
había indicado Aldegunde, comprensivos de las principales materias del
programa: un tratado de contabilidad, que casualmente era el mismo que empleara
cuando se preparó para las oficinas de Rancaño y, por tanto, conocido para él
en todo su temario. Otro de legislación mercantil, adaptado a operaciones
bancarias, cuyo articulado tampoco le era del todo desconocido. Geografía e
Historia, que no precisó apenas repasar puesto que ya dominaba la materia de
sus estudios de Bachillerato. Cálculo mercantil, del que tuvo que estudiar las
operaciones puramente bancarias. De Gramática se sentía fuerte. ¿Y la suma?
¡Pero qué disparates se le ocurrían a la sección de Personal de aquel Banco!
¿Para qué habrían puesto en el programa un ejercicio de sumas monstruosas,
cronometradas, si esta operación la domina cualquier parvulito? Una vez ingresado
en el Banco se daría cuenta de que la suma es la operación fundamental de las
finanzas por su predominio en todos los cálculos, y para efectos contables y estadísticos juega un papel
importante al permitir la acumulación de cada tipo de operaciones y para
formular la comprobación y control de aquellas cuentas, o grupo de estas, que
faciliten el conocimiento exacto de la marcha de la empresa, permitiendo
establecer sistemas de probabilidades para encauzar las operaciones futuras,
siendo su principal aplicación los cálculos comparativos del Balance diario de
cada sucursal. Esta importancia justifica la necesidad de que todo opositor de
Banca domine la suma con rapidez y seguridad, para ganar tiempo, incluso a las
máquinas calculadoras, y para evitar todo error ya que el ideal de las finanzas
es que estas se verifiquen con neutral exactitud.
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A la academia preparatoria asistían chicos
de las más diversas circunstancias: algunos ya titulares mercantiles, otros con
carrera superior iniciada, bastantes bachilleres y no pocos autodidactas; casi
todos eran o fueran soldados, que habían aprovechado la oportunidad del
servicio militar para estudiar el temario de las oposiciones y ver la
posibilidad de no regresar a sus aldeas, colocándose en oficinas al terminar
sus deberes con la Patria.
Tratando con aquellos jóvenes aprendió
Queimadelos una importante lección social y económica: que el individuo y, por
extensión, la masa, no regatea esfuerzo para lograr aquello que en principio
considera mejor que lo que posee; que para atraer multitudes hacia un fin
determinado sólo es preciso que se dejen conocer sus ventajas, aunque alguna de
éstas sea imaginaria; que los pueblos de España intensifican de día en día una
corriente peligrosa hacia las urbes debido a que ambicionan más facilidades de
estudio, más confortabilidad de vivienda, y no precisamente mejor remuneración
puesto que en la mayoría de los casos el pueblerino al colocarse en la ciudad
pierde dinero, pero le anima la posibilidad de saber más y de evitarse el
problema de mecanizar y modernizar su hacienda, de darle una mejora higiénica y
de encauzarla técnicamente ya que si bien sus tierras, cultivadas por sistemas
arcaicos, suelen dar rendimiento para atender primeras necesidades, no dan
bastante para costear la transformación deseada, ni los pueblerinos han
recibido instrucción adecuada y suficiente para lograr cultivos modernizados y
competitivos con ciertas importaciones. En aquella invasión de la ciudad se
encerraba probablemente la plenitud de un período económico cuya causa ya
sabemos, y cuya consecuencia no puede ser otra que una competencia excesiva en
el campo burocrático, la que forzosamente revierte, por propia abundancia, en
las profesiones industriales; esta plétora de productores urbereños tiende a
superarse por la necesidad de obtener trabajo y, por consiguiente, se instruye
en las especialidades más diversas; a este exceso de trabajadores con
conocimientos industriales y con dificultades económicas en la ciudad, por lo
limitado de su capacidad de admisión de trabajadores, no le queda otro camino
provechoso que la emigración al extranjero o regresar a sus aldeas de
procedencia, donde, poniendo en práctica los conocimientos y experiencia
adquiridos conseguirán un gran progreso en la modernización del agro.
A la salida de clase casi todos se daban
una vuelta por el paseo de los Cantones. Una carpeta de libros y papeles bajo
el brazo, y un requiebro para las chicas coruñesas siempre a flor de labios,
siempre dispuestos a compatibilizar el estudio concentrado con la sana alegría
de un vivir juvenil. Así son estos chicos de España: trabajadores cuando hace
falta, festivos en todo tiempo para desahogo de su espíritu inquieto y
optimista. A veces las dos cosas a un tiempo, discurriendo y bromeado:
-Ay, chatilla, hubiese dado el cien por
cien de mi sueldo a quien te pignorase para garantizarme la vida!
-¡Impertinente! –Clamaban ellas, aquellas
chicas piropeadas de la calle Real, o del paseo de los Cantones, rehuyendo las
miradas picarescas de los estudiantes, ruborosas tal vez, pero ahuecadas por
haber merecido que se fijasen en ellas.
Mas no todas eran faces risueñas porque
entre estas destacaba, amargada y silenciosa, la de Queimadelos, huidiza del
flirteo como de un peligro inminente. A cada piropo que les oía a sus
compañeros el mascullaba ideas terribles de venganza contra el bello sexo;
incluso se le ocurrió enamorar a cuantas le fuese posible para después dejarlas
con la acidez de un cruel desengaño, pero jamás cumplió aquellas tentaciones, incapaz
de semejante malicia. En el fondo, tras la cortina de su desilusión con Chelo,
almacenaba un torrente de afectos que le hubiese sido muy grato dedicar.
Después de aquellas vueltas por el paseo,
hechas ritual de tanto reiterarlas, se disolvían en grupitos íntimos por
semejanza de aficiones. Algunos se iban a los billares, otros a la tertulia del
café del indiano en la que no podía faltar la tesis diaria de Mauro Aldegunde
como apostolado del “buen saber”, que él decía; varios flirteaban con las chicas
piropeadas, quienes, poco a poco, acortaban el paso o se detenían a mirar
escaparates para dar ocasión de que los estudiantes se les acercasen.
Queimadelos, hastiado de no lograr felicidad donde todos la tenían, o parecían tenerla,
se retiraba a su habitación para repasar las lecciones o para reflexionar en el
alféizar de la ventana. Vivía en el barrio del puerto; y por delante de su
ventana desfilaba constantemente un tráfico inmenso; aquel ir y volver de los
camiones era el pulso mercantil de una gran zona del noroeste español: la
exportación en los transportes que iban al puerto, y la importación en los que
tornaban cargados. Un movimiento continuo de mercancías, que significan el
cruce del esfuerzo de millones de trabajadores de aquende y allende del puerto,
porque un puerto es la frontera de dos mundos productores. Mercancías que
entraban y mercancías que salían, era la forma visible de un intercambio
económico vital para la confortabilidad y el progreso de las naciones. Sobre
esta observación meditaba Queimadelos:
“Todo este tráfico hubiese sido quimera
sin la moneda; y la moneda tampoco podría circular al ritmo que representan las
transacciones de este movimiento mercantilista sin la organización de los
Bancos. Nadie puede dudarlo: la Banca es el agitador de las masas capitalistas;
y el capital, agitado, en circulación regular y constante, produce los
fenómenos económicos que hacen posible la confortabilidad moderna de los
pueblos. Si apruebo las oposiciones pasaré a formar parte, aunque en el anonimato
de la empresa, de ese propulsor monetario, y será un honor porque sabré que
sirvo a una causa grande y noble”.
Llevado de su natural inclinación a
comprobar e investigar personalmente la realidad de cualquier asunto de interés
científico, había ido hasta el puerto, en más de una ocasión, siguiendo la ruta
de los camiones, estudiando economía práctica en la variedad de productos
transportados.
Paseando por los muelles aprendió
lecciones que podían serle de utilidad futura; la más importante, tal vez, que
España, y en particular Galicia, la zona confluente a los puntos de tráfico
mercantil intenso, como eran Coruña y Vigo, pierden una riqueza incalculable
debido a su polifacetismo productor, a su exceso de imaginación creadora, y lo
dedujo de observar que las exportaciones españolas eran generalmente primeras
materias o pre manufacturas, mientras que las importaciones se caracterizaban
por la preponderancia de utensilios acabados. ¿Por qué se iban al extranjero
muchas de aquellas mercancías que serían fácilmente transformables en España?
Para Queimadelos estaba claro este fenómeno: Los españoles entendemos de todo y
a todo nos dedicamos, aunque nos pierda este exceso de iniciativa; un labriego,
por ejemplo, entiende de sembrar el trigo y de molturarlo en su propio molino,
inmovilizando en esta industria individual un dinero que tendría aplicación más
provechosa en cualquier otra inversión de actividad constante; en las ruralías,
aprovechando el caudal de agua del riachuelo que riega una finca se pone una
turbina para suministro familiar de energía eléctrica; ¡otro capital que podría
ser útil para todo el pueblo empleado en beneficiar a un solo caserío!; el
mismo agricultor que hoy planta árboles, dentro de unos años será quien los
tale y quien los convierta en muebles. Parecidos a estos, mil casos más. Como
no se puede estar especializado en todo, se pierde tiempo y dinero en minucias
que no dan el rendimiento apetecido; así se labora en muchas cosas con técnica
insuficiente; por eso exportamos materias primas que vuelven, después de un
proceso de transformación por gente extranjera más especializada, más capaces
de perfeccionar la manufactura porque centran toda su atención en limitadas
producciones, y surge la ley económica de la minusvalía, por más rapidez y
precisión elaboradora al realizarse por personal especializado; en una
transformación industrial, ésta se produce con menos costo y más perfecta,
resultando más asequible en el mercado; luego viene la oferta y la demanda inclinando
al comercio a adquirir donde la cosa sea más perfecta y más económica.
Frecuentemente grupos de emigrantes,
acompañados por los deudos que acudían a despedirlos, se paseaban por los
muelles herculinos, entraban en las agencias de viajes, acudían a los
consulados o mostraban en la Aduana los huecos de sus baúles henchidos de
esperanza, de afanes por un lucro que presumían encontrar allende aquel océano;
y estaban alegres, seguros de sí mismos, del éxito que iban a buscar a tierras
lejanas. Para Queimadelos aquel optimismo del emigrante era otra consecuencia
del exceso de imaginación de un pueblo aventurero: ¡Tesoros exhausto de la
América latina! Tesoros en los que se continuaba creyendo como si viviésemos
aún en el esplendor de los siglos colonizadores; infantilismo de las masas ambiciosas.
Pero la culpa era de un pequeño jeroglífico económico-social, inexplicable por
aquella ofuscación aventurera: de las indias doradas sólo vuelven los
afortunados –clase inextinguible que se da aún en las crisis más misérrimas de
los pueblos-, y vuelven encorajinados con aquel vecindario donde fueron pobres,
exhibiendo todo el lujo de sus ahorros como una venganza por las privaciones
pasadas; pero los fracasados nunca regresan, bien porque les da apuro mostrar
su desilusión emigratoria, o porque carecen de medios para los gastos del
retorno. El pueblo ve únicamente a los potentados y se confía en que mundo
adelante impera el oro.
¡Que contraste! Exportando materias primas
y emigrando los trabajadores que pudieran manufacturarlas, que pudieran hacer
capital emigrándose en su propio territorio. Claro que este nomadeo de energía
humana tenía su parte buena: la emigración depuraba el país de espíritus
demasiado inquietos, de los inconstantes, con lo cual se quedaba aquí la gente
más consciente y, por lo tanto, los más estables, una vez decididos a la
profesión que conviniera a sus inclinaciones.
De pronto la sirena de algún trasatlántico
llamaba a los emigrantes. Lloriqueos de despedida, últimos consejos familiares,
trasposición a una existencia nueva plagada Dios sabe de qué sorpresas. En la
mano el hatillo de los recuerdos y en la mente la calentura de las esperanzas.
Pasos firmes por la escalerilla de la nave y, desde arriba, tal vez con un
rictus enigmático de duda que el viajero considera melancolía del partir, un
¡adiós! a la tierra que le vio nacer, al agro, a la oficina, a la fábrica donde
el que ahora emigra creyó dejar el fracaso cobarde de sus compañeros y de sus
amigos arraigados al solar patrio. El tiempo dirá siempre qué proporción estaba
en la verdad, si triunfaron los constantes en sus profesiones primeras o los
errantes que partían en busca de tesoros extranjeros.
A pesar de los grandes escapes
emigratorios, mucha gente quedaba aún en el país dispuesta a trabajar, a luchar
por un porvenir mejor, a sostener decorosamente la economía familiar.
Afortunadamente la patria de Queimadelos es un pueblo con fe en su destino, con
fe en la Providencia y, por tanto, suficientemente prolífico como para no
resentirse por la falta de energías que se van al extranjero; no es alarmante
tal efugio; pero, de no existir este, mayor progreso acusaría la balanza
productora.
Esa juventud eficiente, la que existe
aquí, que es la que nos hace al caso, resulta después de destilar los espíritus
aventureros que se van, y de omitir los espíritus cansinos que vegetan con el
apoyo de los trabajadores, y entre la juventud laboriosa, marchan en puestos de
vanguardia los empleados de Banca, a los que Queimadelos intentaba sumarse.
-.-
Oposiciones
Fachada austera y grandiosa. Enrejados
artísticos a la vez que consistentes en las ventanas de los bajos. Portada
inmensa con armazón de hierro y entrepaños de cristal; sobre esta, con
caracteres de bronce, el lema social de aquella empresa que palpitaba dentro de
aquellos muros tan sólidos, con seguridades de castillo y con la elegancia de
un palacio principesco: BANCO DE CRÉDITO Y AHORRO.
Madrugada serena en el despertar de la
ciudad. Aún había poca gente en la calle y ésta, casi toda, formada por chicos
sonrientes y esperanzados que se paseaban por las inmediaciones del Banco. No
llevaban libros, pero tenían aspecto de estudiantes: esa mirada vivaracha,
ávida de observarlo todo, de los intelectuales jóvenes; una estilográfica o un
bolígrafo en el bolsillo superior de la americana, y, de vez en cuando, miradas
de acecho a las puertas del Banco, pendientes de que sonase la hora de aquellos
exámenes de ingreso para la escala administrativa.
Minutos antes de la hora fijada, un
conserje abrió las puertas, y los concursantes fueron pasando al patio de
operaciones. Este era amplio, severo y elegante: mármoles de Carrara;
escritorios de caoba para el público; mostrador circundante de madera tallada,
con ventanillas de plástico en una mampara del mismo material, sostenidas por
columnitas afiligranadas, de bronce; en cada ventanilla un cartelito indicador
de la clase de operaciones a que estaba dedicada la parte de oficina interior a
ella correspondiente, leyéndose las denominaciones de Caja, Giros, Cuentas
Corrientes, Cartera, Cambios, y Créditos. En el interior, y en varios pisos,
funcionaban las secciones de Contabilidad, Secretaría, Correspondencia, Caja de
efectos y Cupones, Operaciones de Crédito, y otras subdivisiones de las
anteriores, que se encargaban de cuantos trámites no tenían un contacto tan
directo con el público y que, por consiguiente, no precisaban ocupar un espacio
en torno al patio de operaciones.
Los opositores, evocando el artículo 175
del Código de Comercio, que tal vez les iba a ser preguntado como materia legislativa
fundamental para la existencia y funcionamiento de un Banco, fueron dándose
cuenta de la misión de cada ventanilla denominada, y asociando esta con los
diez puntos del artículo generador, se explicaron prácticamente diversidad de
lecciones del cuestionario de legislación mercantil. En consecuencia de estas
atribuciones que da el Código, y de ampliaciones modificativas posteriores,
surgieron las ventanillas bancarias como enlace y vínculo entre el negocio y el
cliente, como conjunción financiera entre el capital estable –ahorro o depósito
circunstancial- y el capital operante de las masas industriales. Las
ventanillas complicaron y extendieron su radio de influencia y originaron
derivaciones que en los tiempos modernos necesitaron alzarse a buen número de
pisos buscando espacios higiénicos y cómodos para el personal oficinista, y
también descender tierra adentro para edificar sótanos seguros y resguardados a
la curiosidad malsana, para instalar las cajas de seguridad de efectivo,
valores y depósitos varios, en las que custodiar los capitales de movilidad
relativa.
¡Qué lejos quedaban los cambistas de
Egipto, de Babilonia, de Fenicia, de Grecia, de Roma, y de todos los pueblos
cultos de la antigüedad; y tampoco estaban próximos, en orden de perfeccionamiento,
los banqueros particulares de la Edad Media!
Basándose en la necesidad de conocer la
evolución de la cosa, para comprender el alcance de su estado actual, y para
apreciar la garantía de perfeccionamiento que da la raigambre de los principios
transformativos, el programa de aquellas oposiciones comprendía una reseña
histórica de las organizaciones bancarias, y ese retazo de historia se hacía
estadística al considerarlo a través de la contemplación del aparato bancario
moderno.
En los escasos minutos de espera de
aquellos opositores, paseándose por la sala de operaciones, pudiera muy bien
ocurrírseles paralelizar entre la función de aquellas oficinas modernas y las
de otros tiempos pretéritos. En la nebulosidad histórica del pasado, hartos los
hombres de trasegar mercancías para permuta de bienes imprescindibles o
convenientes, se les ocurrió crear un nuevo dios; en la generalidad de los
pueblos paganos una divinidad nueva no eclipsaba a las anteriores, y así nació
“poderoso”, como rezan sus mitos, el ídolo deslumbrante de todas las gentes:
nació la moneda como instrumento portátil de adquisición genérica, como
ensambladura entre la producción y el consumo, facilitando y estimulando ambas
actividades y, por consiguiente, dando vida activa a la relación de utilidad
común entre los individuos, pero también entre las naciones. Por entonces
surgieron, también, los precursores de la leyenda negra de los Bancos, aquellos
cambistas trapicheros que sólo tienen de común con las organizaciones
financieras actuales, legal y moralmente establecidas, el traficar con un mismo
artículo de comercio cual es la especie monetaria. Fulleros y cuanto se quiera,
aquellos cambistas dieron vida insustituible al comercio interior y exterior de
los pueblos, facilitando la circulación fiduciaria de las monedas nacionales,
así como la permuta de las extranjeras por otras de necesidad preferente. Será
muy rudimentario el préstamo, pero ya estaba en vigor otra finalidad primaria
de la Banca cual es la de facilitar la circulación y subdivisión de la moneda.
La labor de los cambistas, aún con las
deficiencias del reducido monto económico de sus capitales individuales, se
hizo tan útil a la sociedad que ésta, lejos de aniquilarla, le facilitó medios
para su amplitud y perfeccionamiento; y no hay razón más obvia para defenderla
puesto que las creaciones nulas o negativas al progreso de la civilización
resultan destruirse en un breve lapso por la fuerza misma de la cultura, que
avasalla y aísla los obstáculos que no cumplen a su función benefactora de la
Humanidad. De los cambistas fueron tan solicitados sus servicios y su capital
que necesitaron organizarse para mejorar el lucro de sus actividades a través
de la oportunidad que se les ofrecía; así dieron lugar a una continuación
técnica de su negocio en los banqueros de la Edad Media.
Tomó seriedad el cambio y el préstamo al
establecerse los banqueros con domicilio fijo y público, al contraer
obligaciones documentarias con los proveedores de numerario, al asegurarse por
igual procedimiento sus derechos crediticios, y alboreó el gran movimiento
mercantil de la Era moderna. Para facilitar aquella expansión financiera los
escribanos estudiaron la exigua aplicación de los clásicos recibos, y a fuerza
de introducir en ellos modificaciones adaptadas al tipo de cada operación
nueva, surgen los documentos fundamentales del crédito y del giro: albalaes,
pagarés, letras cambiarias y varios otros de aplicación determinada a
operaciones definidas; estos documentos, aunque relacionados jurídicamente con
los originarios de operaciones tipo, se van multiplicando en el orden
geométricamente progresivo con que aparecen todos los descubrimientos y todas
las transacciones mercantiles, de modo que para cada idealización nueva la
Banca se encarga de proporcionar documentos específicos, simplificadores. Así
como de cada invento surgen derivados, y cada aplicación de éstos motiva otros
inventos divisionarios, así se extiende la organización burocrática acudiendo a
todos los llamamientos del progreso; mas no se complica por su numerosidad ya
que la ingencia de asuntos que competen a la Banca se simplifica asociándose
por concreción de materias, para desembocar en orden por las ventanillas del
patio de operaciones como ademán íntimo, de abrazo, entre la especialización
correspondiente y los deseos del factor público que la precise.
Para no entorpecer el funcionamiento de
locales con servicio directo, las mesas de los exámenes se instalaron en una
sala de cajas de alquiler todavía desocupadas. Un ordenanza rogó a los
opositores que bajasen al primer sótano, enclave del aula improvisada. En la
mesa de cabecera esperaba el tribunal, constituido por altos mandos de la
empresa, de amplia formación moral y técnica, seleccionados para tan delicada
misión por su reconocida imparcialidad, preparación técnica y rectitud de
juicio. Las paredes del local aparecían materialmente tapizadas por armarios
metálicos, salpicados de cajetines clasificados por series y números de orden.
En aquella especie de ficheros, bajo un llavín que se entregaría al cliente, y
otro de tipo uniforme que se reservaba el cajero de valores, obrando en
delegación del Banco para aquellas funciones, se depositarían, igual que
ocurría ya en los departamentos contiguos, con seguridad plena frente a las
eventualidades de hurto, incendio, extravío y tantas otras, valores, joyas,
planos, documentos importantes y cuantos objeto tuviese a bien confiar el
cliente a la organización bancaria, satisfaciendo por ello unos derechos de
custodia mínimos.
Los opositores encontraron en sus mesas el
material adecuado a los ejercicios que se precisaban; escribieron su nombre en
cada carpetilla para personificar y responsabilizarse de sus trabajos y para la
confronta caligráfica con la instancia de oposición que obraba en el Banco, a
fin de identificar la personalidad del examinado; en las mismas carpetillas
tenían el cuestionario de las materias a tratar en aquel ejercicio,
eliminatorio, de cultura general.
Con intervalos de varios días, que
permitiesen a los opositores despejar el nerviosismo del examen anterior, se
celebraron los restantes ejercicios de mecanografía y de materias mercantiles,
contables y legislativas, de operaciones matemáticas de precisión y rapidez,
así como el oral acerca de operaciones bancarias.
El examen de cultura general había
depurado la masa opositora haciéndose con él un verdadero “test” que demostrase
la capacidad intelectiva de los aspirantes a ingreso y obrando de verdadero
tamiz que sólo dejase libre acceso a aquellos que prometiesen convertirse en
empleados cultos y competentes para las tareas de relación y de responsabilidad
a las que se iban dedicar; quedaba, pues, para los ejercicios definitivos, un
grupo de opositores selectos, de los que sólo pudieron aprobar aquellos que por
orden de puntuación ocuparon los puestos correspondientes al número de plazas;
entre estos estaba Queimadelos y, un poco más abajo en la lista, Mauro
Aldegunde.
A los opositores declarados aptos para el
examen eliminatorio pero que no alcanzaron en el técnico una puntuación del
orden de plazas a cubrir, les reservaba su destino continuar preparándose para
una nueva convocatoria, en aquel o en otro Banco, o especializarse en otra
clase de conocimientos que se diese mejor a sus aptitudes y a sus
inclinaciones.
Abrazos gozosos y exclamaciones de júbilo
entre los aprobados el día en que se publicaron las calificaciones del examen
final; miradas huidizas y hurañas de cuantos no alcanzaron puntuación
suficiente, cobardía frente a la vida, dispersión callada y doliente, con el
ánimo herido, vacilante y vencido, iluminado tan sólo por la esperanza de
triunfar en otra ocasión. Así es el paralelo de reacciones entre aprobados y
suspensos, entre victoriosos y vencidos.
Algunos ojos no acababan de creerse la
realidad de las listas pues a los afortunados les parecía imposible haber
aprobado, y a los eliminados les decía el instinto de propia defensa, de
justificación moral, que también merecieron figurar en aquel cuadro honorífico.
Mas lo cierto es que un tribunal numeroso y competente contrarresta en sus
miembros toda inclinación personal, resultando decisiones de alta rectitud e
imparcialidad; queda tan sólo la coincidencia, bastante improbable en exámenes
de amplio temario, de que al examinando le correspondan ejercicios poco comprensibles
u olvidados, mientras que su formación sea profunda en otro orden de cosas, y
también la de que al examinarse atraviese un momento síquico de perturbación
intelectual motivado por problemas presentes de índole familiar o personal, e
incluso complicaciones eróticas tan delicadas en la edad estudiantil, pero
cuando estas situaciones conducen al fracaso no pueden imputarse al tribunal,
ni tampoco al individuo, sino a una fatídica concurrencia en momentos
necesitados del máximo despeje y concentración.
Tantas como individuos fueron las
emociones personales que siguieron en continuidad a las comunes experimentadas
por la lectura de la relación de aprobados; cada opositor asociaba el éxito con
sus necesidades o con sus ambiciones, con sus esperanzas realizadas y con otras
nuevas que nacían al amparo de aquella realización.
En Mauro Aldegunde florecía la certeza de
una venganza terrible contra el profesorado de la Facultad de Santiago; ya tenía
trabajo para subsistir, así que seguiría estudiando el alcance y solidez de sus
teorías; pediría traslado si le adjudicaban una plaza alejada de Santiago ya
que pensaba volver a los estudios universitarios; luego publicaría libros
sensacionales divulgando su doctrina; alcanzaría la fama y sería un verdadero
pedagogo para la sociedad ignorante de la filosofía panacéfica que él creía
representar. Quién sabe si algún día aquellos catedráticos que le suspendieran
en Filosofía y Letras no se postrarían a sus pies confesándose ignorantes e
incultos. Aquel aprobado obró de verdadero combustible de su pira anárquica y
reformadora, sobre cuyas cenizas esperaba ser el fénix de un progreso universal
e infalible.
En Queimadelos, por su parte, había una
liberación de la infinidad de problemas que traía consigo su situación de parado;
se le terminaban aquellos ahorros de cuando trabajara para Rancaño, el negocio
de los anuncios luminosos apenas compensara, otro tipo de empleo no aparecía, y
sólo quedaba la cruel alternativa de regresar a Lugo, a la casa paterna, en la
que esperar la oportunidad de una nueva colocación; por consiguiente, soportar
la humillación de que Chelo le viese en su infortunio. Respiró con entusiasmo y
con alivio al ver su nombre en las listas; explotó en su ánimo una emoción
desbordante que le hizo vibrar físicamente, sintiéndose fuerte y vacilante a un
mismo tiempo; fuerte ante los azares de la vida creyéndolos dominados al
conjuro de aquella consecución laboral, y vacilante en sus determinaciones del
momento, por estupor emotivo, incapaz de saber cómo conducirse íntima y
socialmente. Vio a Mauro Aldegunde, con otros aprobados, deshaciéndose en
algarabía, abrazándose y celebrando el éxito con gran alborozo; mas no quiso
acercarse a ellos para que no le privasen de la soledad que le apetecía en
aquellos momentos a falta de alguien íntimo a quien confidenciar su
satisfacción.
Salió del Banco y vagó un buen rato por
las calles céntricas de la ciudad, sin detenerse en nada y sin saber a dónde
ir; su estado anímico era de una concentración optimista que le aislaba por
completo del mundo exterior, en el que caminaba como un autómata. De pronto se
trocó su desconcierto en avidez religiosa, se acordó de Dios inspirado por su
formación católica, de que el Sumo Hacedor le había permitido aquel bien, al
que aún no había correspondido con el oportuno agradecimiento, y mientras se
dirigía a la iglesia de los Jesuitas, para postrarse en acción de gracias, fue
considerando cuán interesante le era a él lo que fue maldición y castigo en
Adán: el trabajo, que es sedante de las pasiones y medio insustituible de
subsistencia humana. Al salir de la iglesia puso un telegrama a su familia
comunicándoles la nueva de su admisión en el Banco de Crédito y Ahorro.
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Ingreso
Pocos días después los veinte aspirantes
aprobados requisitaron en el negociado de Personal la filiación precisa para la
apertura de su expediente personal, verdadera biografía de desarrollo constante
donde se iría plasmando toda la actuación del empleado para servir de prueba de
juicio en las ocasiones de modificar la categoría del titular, o en
cualesquiera otras de índole laboral que pudieran presentarse. También se les
cumplimentó la solicitud de admisión del Sindicato de Banca y Bolsa, así como
los registros interiores de inscripción en la Mutualidad y en los Seguros
Sociales. Finalmente, por la sección de Haberes se les hizo la ficha de sueldos
para incluirlos en nómina y en el escalafón general.
Ya tenían asignado el departamento en que
empezarían a prestar sus servicios. El mismo tribunal de exámenes, en reuniones
expresas para ello, hizo la distribución a la vista de las vacantes de cada
negociado, procurando destinar a los veinte aspirantes en compatibilidad con
las inclinaciones demostradas en los exámenes; con ello se pretendía
facilitarles su adaptación al trabajo, al propio tiempo que se beneficiaban los
distintos servicios encomendándolos a personal de formación adecuada.
La visión mecánica de la organización
interior de un Banco es la de un motor polifásico en la que cada aplicación
está conectada al eje matriz de la dirección general; estas conexiones se
vinculan a las sucursales a través de una Inspección general, que es el órgano
fiscalizador de la empresa, y está documentado por los servicios de asesoría
jurídica, estudios económicos, estadística, informes comerciales, y otros
complementarios, que le permiten exponer al Consejo o a los dignatarios
rectores las probabilidades y alcance de riesgo de las operaciones propuestas
por los distintos negociados o dependencias.
Aquella promoción de personal
administrativo inició sus actividades en una misma fecha, distribuida en los
diversos negociados del Banco; y simultáneamente empezó su asimilación de las
normas internas de trabajo: fueron dándose cuenta del engranaje de la empresa,
primer conocimiento necesario para la vida de relación entre las actividades de
la entidad a fin de que cada especialización se orientase en orden a la
efectividad del conjunto financiero.
Veinte jóvenes comenzaban a actuar. Como
ellos empezaran infinidad de promociones en distintas fechas y en distintos
Bancos, así que estos forzosamente tienen que parecerse a todas las promociones
bancarias, y con más razón al ser varios individuos, porque en tantos no caben
excepciones fundamentales; lo único que es lógico ocurriese es que esta
promoción resultase un poco más eficiente
que las anteriores en orden a que la masa cada vez tiene más y mejor
formación; por consiguiente, las oposiciones de cualquier índole van seleccionando
personal mejor preparado, así como porque los antiguos empleados de cada
sección tienen más experiencia profesional que sus antecesores por haber unido
la suya propia a la de aquellos, y esta se transmite por convivencia y por
necesidades del servicio a los recién ingresados. Veinte jóvenes que empezaban
a sentir la responsabilidad del trabajo en toda su extensión, ya que en su
mayoría esperaban permanecer indefinidamente en la empresa, y sólo así, tomando
por meta una profesión, se la puede querer y comprender; que empezaban a
laborar con toda eficacia porque pertenecían a una entidad bancaria, y un Banco
es una organización modelo; por consiguiente, un bien social. Se sometían al
anónimo, bajo la sombra del coloso financiero denominado Banco de Crédito y
Ahorro; oscurecían su personalidad pública trabajando en común para los fines
de la empresa, pero iban a ser premiados en esta renuncia con un salario que
les permitiría vivir desahogadamente,
con la alegría íntima de saberse productores, con el gozo fraternal de la
camaradería entre jefes y empleados, entre técnicos y subalternos, entre todos
aquellos devotos del progreso económico que, amando la entidad en la que
estaban encuadrados, y en la que disfrutaban de una liberal remuneración, no
podían menos que amarse entre sí, pues haciéndolo cumplían el deber y el
derecho de integrar su propia causa, su propia empresa, ya que lo era desde el
momento en que de ella se beneficiaban capital y trabajo, accionistas y
personal productor.
Siguiendo los pasos de esta promoción, la
vemos desde el Negociado de Personal, acompañados por un jefe del mismo,
recorrer todo el Banco, presentarse a los apoderados de las distintas secciones
en las que iban quedando los aspirantes destinados a cada una de ellas. Transitoriamente,
porque a los pocos meses, según lo aconsejase el aprovechamiento y cualidades
de cada empleado, se cambiarían de negociado para facilitarles un amplio y
mejor conocimiento de todas las actividades profesionales, y quedaban afectos
dentro de cada sección al trabajo más elemental que les permitiese ir conociendo
sin gran esfuerzo las materias que se tramitasen en la misma.
-.-
Contabilidad
El jefe de este departamento era un
antiguo profesor de cierta escuela de Comercio que, despechado de la pedagogía,
había preferido ingresar en el Banco.
Le abrumaba la enseñanza como vocación,
que no iba con su carácter decidor y bromista, lo que le costara algún
incidente en las clases ya que los estudiantes, cogida confianza, abusaban de
ella, convirtiendo el aula en auténtica tertulia, sin que el profesor acertase a
imponer su autoridad ni consiguiese sacar provecho de sus lecciones, pero en el
Banco, en aquel otro ambiente de disciplina, de responsabilidad y de constancia
en el trabajo, supo combinar sus decires alegres y juveniles con la formalidad
de las operaciones, matizando de optimismo el ambiente de la sección a que
perteneciese, reservando para los momentos oportunos sus maneras festivas y
concentrando toda la seriedad necesaria para los asuntos que así lo
requiriesen, llegó a escalar varios puestos de confianza, ocupando en esta
época el de Jefe de Contabilidad. Cuando le fue presentado Queimadelos simuló
escandalizarse, diciéndole con toda camaradería:
-Pero, chico, ¿tú lo pensaste bien? Pues
oye esta terrible maldición: un Banco es una máquina, y sus empleados son
piezas oxidadas, carentes de espíritu y de utilidad individual, que conectadas
con su engranaje laboran a un ritmo judaico, pero fuera de esta aplicación son
chatarra pura. Ser una pieza de esta máquina es condenarse a galeras perpetuas,
es morir poco a poco entre fajos de billetes y de folios numerados.
Al notar que Ernesto le miraba sorprendido
de sus extravagancias, continuó:
-No te asustes, muchacho, que ahora te
daré otra versión de la Banca, y ésta te resultará más amena porque es más real:
¿Qué es la vida? ¡Oh! Luchas, por el garbanzo, y por cuatro cosas más; pero
esto no es prosa: las pagas ordinarias son un rosario de cuentas adaptadas a
los gastos fijos, pero las extraordinarias son un manjar de dioses, que ya lo
quisieran tener los del Olimpo. Un Banco es contar y escribir; los cálculos son
poemas de estrofas cifradas, y las máquinas, en su tecleo, son melodías de
arpa. ¿Quieres más poesía para nuestra profesión?
Desconcertado, contestó con diplomacia:
-Verdaderamente observo que esto tiene
varias facetas, y confío que la más preponderante sea la mejor.
-¿Qué, qué? No lo dudes: Para ti, como
para los demás que te precedimos, tiene que ser la más alegre; es decir, la más
agradable.
-Entonces, siendo así, estoy seguro de que
llegaré a encariñarme con la Banca.
El jefe de Personal, al que visiblemente
no le había hecho gracia la disquisición del de Contabilidad, se retiró con el
resto de los aspirantes, y Queimadelos se quedó solo en medio de un laberinto
de escritorios, en los que una docena de empleados producían un suave murmullo
al calcular en voz baja. Nunca como en aquel instante se le hiciera tan pesada
la atmósfera; se sentía abrumado por la incertidumbre, por el miedo a no saber
cumplir debidamente la misión que se le encomendase. Miró en torno suyo: todos
trabajaban con independencia personal, lo que significaba que todos conocían lo
suficiente su tarea como para no consultar con ningún compañero o jefe; en su
expresión les notaba dominio de la función que realizaban. Consideró que sus
conocimientos teóricos le iban a ser insuficientes, y hubiese dado cualquier
cosa por contar con la confianza de alguien que le ayudase en las probables
dudas y novedades que se presentasen, pero encontró en todos ellos la
inexpresividad de quien está consagrado de lleno a una tarea y no tiene
sentidos disponibles para enterarse del mundo exterior; luego supo que era
tradicional no fijarse descaradamente en el compañero que llega para evitarle
la turbación de los primeros momentos; agradeció aquella deferencia, que no
indiferencia.
Mientras tanto, el jefe de la sección se
había detenido en hacer unas modificaciones en el cuadro sinóptico de
distribución del trabajo; una cartulina en la que, cerrados con llaves y
flechas, estaban sintetizados con expresión cronométrica todos los asuntos a
resolver por el personal allí encuadrado. Se había tomado por base el tiempo
normal de duración de cada labor o actividad, y agrupándolas por analogía o
correspondencia de materias, estaban distribuidas de forma que existiese una
equidad de esfuerzo. Después le presentó a toda la sección, de cuyos
ofrecimientos y muestras de fraternal acogida Queimadelos quedó vivamente
impresionado. Ya empezaba a descorrerse el velo de sus preocupaciones, y
terminó optimista y satisfecho con lo que seguidamente le habló el señor
Briones, jefe a la hora de la disciplina necesaria, compañero en los
intermedios.
-Siéntate, muchacho. Creo que te apellidas
Queimadelos…
-Servidor. Y gracias, pero no se moleste.
-Ya te tengo encuadrado en la tarea más
fácil y más oportuna para un principiante; pero me hace falta algún dato para
iniciar tu baremo de aplicación. No te extrañe esto porque este centro tiene
bastante de escuela, un poco de confesionario y mucho de tribunal de examen
perpetuo. Te anticipo, para tu gobierno, que se lleva una minuciosa hoja de
servicios de cada empleado, que anualmente se refunde en un informe sintetizado
que pasa al expediente respectivo, y que obra de consejero para multitud de
decisiones de la Superioridad. Como ves, un Banco, y ahora hablo completamente
en serio, no es una uniformidad de actuaciones y de consecuencias; aquí existe,
y se cultiva, la personalidad individual del que sea capaz de tenerla, aunque
actuante de conformidad con una reglamentación, tan marcada como pueda ocurrir
en las profesiones libres, que se tiene muy en cuenta a la hora del ascenso o
del premio; no se coarta, pues, el esfuerzo superativo del empleado, sino que,
al contrario, se le reconoce y se le estima. Estos o parecidos consejos y explicaciones
damos aquí y en los demás departamentos; y con ello no hacemos más que
corresponder al celo que tiene la empresa de compensar a sus empleados
facilitándoles atenciones por el esfuerzo que se le entrega. No sería justo, es
lógico reconocerlo, que fuesen comunes los logros de quienes no ponen el mismo
interés al servicio de nuestra entidad. Y ya te iré dando más normas de tipo
profesional a medida que observe las necesites. Ahora vamos al examen
particular de que antes hablaba.
Hizo una breve pausa para consultar la
ficha de puntuación de los exámenes de Queimadelos, que ya obraba en su poder
enviada del departamento de Personal para que sirviese de orientación al asignarle
cometido. Ernesto estaba admirado de la precisión que se seguía en Banca, en
aquellos trámites de régimen interior que acababa de conocer, y temió verse en
un nuevo examen de programa; pero éste fue de otra especie, y breve, por
añadidura.
-Te agradezco que me contestes
concretamente, estilizando las ideas con las frases más expresivas y más cortas
posible para no dar lugar a interpretaciones erróneas. Admito en principio que
tienes una excelente cultura general puesto que alcanzaste buena puntuación en
las oposiciones, y parto de esta base. Veamos ahora: ¿tienes estudios académicos,
universitarios, autodidácticos, o de otra índole?
-Hace tres años que terminé el
Bachillerato en el Instituto de Lugo, y aprobé seguidamente la reválida en
Santiago. Francamente no domino materias de gran aplicación bancaria porque,
como usted sabe, los estudios de Bachillerato tienen escasa conexión con estos
programas de la Banca.
-Bien; pero créeme que tienen más de la
que parece a simple vista. En Banca, que es, a la vez, ciencia y arte, bastante
complejos, se precisa una amplia formación en la que enraícen varias facetas de
nuestros conocimientos clave. Esto no quiere decir que sean imprescindibles
estudios oficiales, pero cuando se poseen evitan, andando el tiempo, que el
empleado se dedique a adquirir cultura general mientras podía estudiar las
especialidades de interés profesional. Otra cosa: ¿tuviste actividades de
cualquier tipo, dentro del campo intelectual, claro está, y fuera de los
estudios que citas?
-Pues, sí; he sido durante varios meses,
en Lugo, jefe de la sección de compras de una empresa ganadera.
-¡Pero, muchacho! –Exclamó festivo el
señor Briones- ¡Estoy viendo que estás saturado de finanzas! ¿Qué tal iba el
negocio?
-La verdad es que ganábamos dinero, y se
me daba bien aquel trabajo; pero mediaron unas faldas, y lo eché todo a perder.
-¿Cómo?
-Fue una pequeña aventura, a consecuencia
de la cual quise cambiar de residencia, pues se me hacía violento encontrarme
con la chica que me había colocado, y que fue la del…
-¡Un plantón, por supuesto! ¿No? ¡Suele
ocurrir…!
Queimadelos hizo un gesto de asentimiento,
expresivo de amargor y de nostalgia.
-Eso se cura pronto; ya verás cómo las
coruñesas te la hacen olvidar. Pero vamos a terminar esto: ¿De idiomas conoces
algo más que las nociones del Bachillerato?
-Nada más, y aún menos que entonces porque
se me habrá olvidado lo poco que sabía de latín y de francés.
-Ahora, para los documentos de la Banca,
te interesa acogerte al inglés comercial… Una última pregunta, y con franqueza:
¿Qué te mueve a ingresar en el Banco?
-La verdad resulta un poco grotesca; se me
terminaban los ahorros y me acogí a estas oposiciones para poder subsistir. De
momento, esta es mi única ambición.
-No te preocupes, que así ingresan muchos;
pero luego se entusiasman; forman un ideal profesional, y se quedan tan
satisfechos trabajando activamente para lograrlo. Bueno, con esto hemos
terminado. Ahora vamos a iniciar tu cometido.
Y condujo a Queimadelos hasta un extremo
de la oficina.
-¿Cómo va esto? –preguntó el jefe de
Contabilidad a un chico que a la sazón se afanaba en transcribir al libro de
posiciones los apuntes contables del día anterior.
-Normal; como usted ve, no tengo nada
atrasado. Contestó el aludido.
-Fíjate en esto, Queimadelos; el trabajo
siempre debe ir al día, y con ello se logra comodidad para el que lo hace
porque no tiene la preocupación de omitir algo pendiente, al propio tiempo que
se facilita el intercambio de datos para las operaciones de los compañeros, lo
que mantiene entre todos nosotros el espíritu de colaboración y contribuye a
hacernos agradables nuestras jornadas.
Después de una corta transición, el jefe
se dirigió al empleado que tenían delante:
-Núñez, el amigo Queimadelos pasará a
hacerse cargo de esta mesa porque tú ya estás capacitado para ocuparte de otros
asuntos. Que se siente a tu lado para ir observando las materias que tienes
asignadas, y que te ayude a medida que vaya conociéndolas; después le redactas
un resumen de asuntos a tratar, como acostumbramos a hacer para todo empleado
que suceda a otro a fin de que, teniéndolo a la vista mientras no domine su
cometido, no se le olvide cosa alguna, y encuentre así facilidades en las que
conozca superficialmente; cuando esté en condiciones de emanciparse me lo
decís, y entonces ya te asignaremos a ti, Núñez, otra misión.
-Así lo haremos, descuide. –Le contestó
Núñez, y siguió hablando dirigiéndose ahora al nuevo, a Queimadelos:
-Tuviste suerte en que te destinasen aquí,
pues, aunque es cierto que el trabajo de esta mesa, libro de posiciones,
chiffriers y hoja balance de situación diaria, son pesados, porque te pasas
horas enteras sumando y restando, todo queda bien compensado con lo que puedes
aprender fijándote un poco en los documentos que circulan por tus manos. Este
es el vértice del Banco, y aquí llegan noticias, por los asientos de los
distintos diarios, de todas las operaciones que se realizan; también te llegan
diversos errores que a menudo marean para localizarlos y que incluso te
estropean un rato de trabajo, pero les hechas cuatro pestes, te desahogas, mandas
los diarios a la sección correspondiente para que rectifiquen, y te queda la
ventaja y la satisfacción de haber profundizado en la contabilización de aquello
que te dio guerra para localizarlo, comprenderlo y aclararlo. Sobre todo de los
balances, con la observación del evolucionar de los valores de activo y de
pasivo que le componen, sacarás provechosas enseñanzas financieras.
El “botones” del negociado acercó una
silla a la mesa de Núñez, y Queimadelos se colocó cerca de éste, de modo que,
sin entorpecerle en su trabajo, pudiese fijarse en todas las manipulaciones y
cálculos que hiciese.
Tres reactivos síquicos presionaban el
ánimo de Queimadelos en aquellos instantes, y continuaron haciéndolo, aunque en
proporción diminutiva, durante los ocho o diez días siguientes: la novedad del
trabajo en sus circunstancias de lugar y de forma; de materiales a emplear,
cual eran libros e impresos desconocidos; de relación de trámite, o sea, los
requisitos que con respecto al público, a los compañeros o a las anotaciones
propias habrían de seguirse, y, sobre todo de materia, que es lo que encontraba
más difícil pues cualquier duda sobre los otros motivos no le importaba consultarla
con los compañeros o con los jefes y, en cambio, acerca de esto le resultaría
bochornoso confesarse ignorante pues suponía que el hecho de haber aprobado las
oposiciones implicaba conocer todos los asuntos que se le encomendasen. Más
tarde fue comprendiendo que ciertos conocimientos bancarios sólo son posibles
con la práctica, y que, por consiguiente, no pueden recogerse en el programa de
unas oposiciones so peligro de hacer confusa y extensísima la teoría a
estudiar; esto aparte de que ciertos formulismos interiores, verdadera creación
experimental de los empleados de un Banco, constituyen para los mismos un
derecho intelectual, indiscutible, como de invención a la que cooperaron de uno
o de otro modo factores radicantes en la empresa y pertenecientes a la misma,
que no procede ponerlos al alcance de opositores que pueden o no ingresar en la
entidad creadora y que se transmitirían a competidores por los individuos que
opositasen a otros Bancos.
Otro reactivo era la presencia de público
en las ventanillas, al que tendría que atender tan pronto dominase el trabajo
de Núñez; actuación delicada para la que temía no poseer suficientes dotes de
serenidad considerando la rapidez con que se despachaba en las ventanillas de
todos los Bancos que él conocía; de no hacerlo así supondría quedar en mal
lugar frente al público y a sus jefes; era muy distinto dirigirse en la empresa
Rancaño, con sus atribuciones de superioridad como jefe de Compras, a los
delegados, o a los labriegos que acudían a liquidar remesas de ganado.
Y el tercero, la barrera social de
convivencia con personas cuyo carácter y trato aún le eran enigmáticos.
Queimadelos no era muy expansivo y sabía por experiencia que la gente confiaba
en su discreción y en la seriedad de sus actos, que gustaban de confidenciar
con él; pero estas virtudes tenían la contraposición de que no acostumbraba a
intimar desde los primeros instantes de una presentación, así que tendría que
aguardar algún tiempo de tanteo social para trazarse una norma de conducta con
respecto a sus compañeros. Era lento en las apreciaciones sicológicas, pero sus
juicios resultaban maduros y certeros, evitando los futuros desengaños de
conocimientos rápidos y superficiales. Así, desde su posicionamiento en el
negociado, empezó a hacer la ficha mental de conceptuaciones investigando en
los dichos y en los actos de aquellos individuos, recién conocidas las
características de su verdadera personalidad, para proceder con ellos en
consecuencia, y así evitar enojosas discrepancias que turbasen su paz laboral.
A media mañana aumentó el público en las
ventanillas y, por consiguiente, la actividad interior se convirtió en vértigo.
En aquellas horas toda la ciudad herviría en actividad concentrada: los
comercios, las industrias, los transportes, los negocios callejeros…, se
habrían desperezado acogiendo a la gente que acudía afanosa de conseguir un
lucro o de satisfacer un deseo, y la Banca, que es enlace del movimiento
fiduciario, acusaba fielmente la culminación de aquella actividad con sus riadas
de público en el patio de operaciones. Próximo a la mesa que dejaba Núñez
estaba el servicio de Cuentas Corrientes y, tanto aquél como el encargado del
libro auxiliar de éstas, tuvieron que suspender el trabajo interior para
consagrarse a la clientela, que iba desfilando con hojas de ingreso y con
talones de cuenta, para despacharla antes de los cinco minutos normales de
tramitación documentaria.
Queimadelos fue observando la organización
de aquel servicio y, como impresiones de la primera jornada, totalmente
comprendidas, consideró de especial interés el orden de estudio y registro de
los documentos presentados por el público, cuyo control resultaba infalible. En
las entregas, el recuento de efectivo por los ayudantes de Caja y las
subsiguientes anotaciones en los libros de cuentas de clientes y de posiciones,
amén de un minucioso examen del volante correspondiente, por cada sección que
lo tramitase, para comprobar la regularidad de sus anotaciones, y legalizarlo
con el visé de cuantos empleados lo utilizasen. En los talones de cuenta más
minuciosidad aún para evitar los errores a que este documento se presta, tanto
para el Banco como para el titular de la cuenta a cuyo cargo se libre:
confrontación de firmas con las de la ficha de identificaciones; comprobación
de serie y número para ver si coincide con el talonario facilitado por el Banco
titular; de la fecha; de la igualdad de cantidades consignadas en cifra y en
letra; registro en los libros, y posición demostrativa de la disponibilidad de
saldos o, a falta de este, anotación del conforme del descubierto o de los
abonos en tramitación que contabilizasen otros negociados; consideración de
bloqueos, y otras observaciones que contribuyan a cerciorarse de que todo está
en orden, y de que la Caja puede hacer el pago con toda tranquilidad.
En un orden más amplio de repercusiones,
estas medidas de control llevan al público la plena confianza de fidelidad en
cuantos fondos y asuntos se confíen a la Banca, y por consiguiente se hacen
posibles todas las actividades en las que la organización bancaria juega
papeles insustituibles. Aunque parezca extraño e intranscendente, lo cierto es
que en un reducido número de empleados de ventanilla descansa gran parte del
prestigio de un Banco, y con intervenciones diabólicas de éstos se vendría
abajo su solidez económica por desconfianza entre la clientela, con el subsiguiente
traspaso de operaciones a otra entidad que les ofreciese más garantías;
previsto tal desliz, posible dada la fragilidad humana, y velando siempre por
los intereses de la empresa y por el honorable trato que se debe al público, el
sistema de control que llevan esos empleados se complementa entre sí de forma
que el error o la mala fe de alguno de ellos constituye plena responsabilidad
para los otros, y así, cada uno de los intervinientes en la comprobación de los
documentos bancarios se esfuerza por estudiarlos a fondo para no resultar
perjudicado por actuaciones de terceros.
A la hora de cierre de las operaciones de
Caja fue extinguiéndose la concurrencia pública, y los empleados de ventanilla
pudieron dedicarse plenamente al trabajo interior. Núñez terminó de cuadrar las
chiffriers de comprobación del movimiento de operaciones, totalizando los
saldos de las cuentas de Mayor, y por último confeccionó la hoja balance. Con
su tarea fue simultaneando explicaciones acerca de cuanto hacía a fin de que
Queimadelos pudiese seguirle en todo el engranaje de los cálculos.
Despachado el público, las oficinas
cobraron silencio de voces humanas, interrumpido tan sólo por las frases
precisas para la coordinación de los trabajos de cierre; sólo vibraban las
máquinas calculadoras y dactilográficas con ritmo de pianos metálicos. Era el
instante de concentración máxima en el que se comprobaban las operaciones del
día y se despachaba el correo que aquellas motivaran, pero este tiempo de
verdadero trabajo interior, igual que el de máxima asistencia pública, fue
corto, y le siguió otro de verdadera tertulia, simultaneando con los finales de
la tarea, en el que se sacó a relucir el último chiste, el comentario de
actualidad, la crítica deportiva, y sobre todo el enjuiciamiento de las
operaciones más significativas de la jornada, a través de cuyo estudio los
empleados iban adquiriendo experiencia y conocimientos técnicos.
-.-
Huyendo de la oficina
Vuelto a la fonda, Queimadelos escribió a
su familia y a Deza, comunicándoles las impresiones de su primer día de trabajo
bancario. A su familia con matices
sentimentales, con nostalgia del hogar paterno, con frases en las que se
asociaban las ideas de la resolución de su problema económico, de sus afanes en
orden a la consecución de futuras mejoras, de las posibilidades que tenía de
enviarles periódicamente alguna ayuda monetaria, de su satisfacción por verse
colocado en una empresa de gran potencialidad y prestigio. Pero la carta a Deza
fue más objetiva, relacionada con la materia causante de sus nuevas
circunstancias; por eso tiene otro valor documental para el estudio de la
comunidad oficinística actuante en el Banco de Crédito y Ahorro.
Con trazos ágiles y vigorosos, la pluma de
Queimadelos gravó en unas cuantas cuartillas, convencido de que charlaba con
Deza como en alguno de sus antiguos paseos por la carretera de Albeiros,
principal vía de su barrio natal, el reportaje de aquella primera jornada. Le
dijo, entre otras cosas:
“… así que aún resuena en mis oídos el
tintineo de las máquinas, el cante de los números de control avisando a los
clientes para que retiren el justificante o el efectivo de sus operaciones, la
musiquilla de los cálculos y las conversaciones del público, así como las
confidencias de los solicitantes de préstamos. A simple vista todo esto puede
parecer monótono, pero yo te aseguro que detrás de las ventanillas existe mucha
humanidad, tanta que me hizo dudar de si la mecanización bancaria en curso
destruye o fomenta la espiritualidad del empleado. Creo poder anticiparte que
aquí existe un gran sentimiento de camaradería debido sin duda a la especial
organización del Banco, que no deja intersticios entre las funciones limitantes
de cada empleado, con lo cual desaparecen de las tareas de grupo sus motivos
fundamentales de disensión.
“No sé si tendré madera de banquero, pero
de bancario si, ya que, ahora, me gusta esta profesión; con un par de meses
ejerciéndola supongo que llegaré a conocerla detalladamente, y para entonces
decidiré si me conviene entusiasmarme con ella y darme al estudio de sus
materias fundamentales, o si la utilizaré sólo como medio para prepararme
cualquier otro plan de vida; pero ya casi me atrevo a profetizar que se
encorvarán mis huesos sobre los mostradores de la Banca negociando con fiducias
extrañas; es una corazonada que tengo desde que aprobé la oposición.
“Lo que encuentro más espinoso es el
contacto directo con la clientela, ese murmullo zumbante que llega desde el
patio de operaciones y que entorpece la función intelectual, así como las
interrupciones del trabajo por tener que acudir a la ventanilla para
solucionarle al público la diversidad de asuntos que plantea, con lo que se
pierde el hilo de la tarea normal, se irregularizan las tramitaciones que
tengas entre manos, y se ocasionan errores que luego acaparan un tiempo para
localizarlos. A propósito de esto se me ocurrió comentar con los compañeros que
debían mecanizarse todos aquellos servicios de conexión entre las oficinas y el
público, utilizando algo así como un sistema de fichas y buzones dispuestos en
mecanismos que tuviesen un lema para cada clase de operación, que el público
introdujese la correspondiente ficha en el compartimento de su interés, que se
registrase su proposición y que se le contestase también automáticamente por
otra ficha impulsada al exterior de las máquinas. Me las iba dando de listo y
salí chasqueado porque me demostraron lo improcedentes que resultarían tales
artefactos, con estas y otras razones: que es necesario un alto grado de
perfeccionamiento en esos dispositivos para que operen con más seguridad y
rapidez que los funcionarios reemplazados, lo cual no es fácil para nuestra
mecánica actual; pero principalmente porque en nuestra civilización
–embrionarios aún los cerebros electrónicos- todavía hay que confiar mucho en
la influencia personal, y a veces se logra un entendimiento después de una
prolongada conversación en aquellos casos en que sean posibles y convenientes
ciertas concesiones por parte de uno o de ambos contratantes, pues las
operaciones bancarias son verdaderos contratos ya que en ellas se enfrentan y
compaginan los intereses de la entidad y los del cliente.
“A todo esto no te hablé del edificio: es
austero y recio, pero también elegante; más tira a construcción palaciega que a
comercio esbelto y frágil. Si es verdad que la arquitectura logra fines
sicológicos, en esta obra se dan plenamente porque su seriedad exterior habla
de formalidades financieras, y las tonalidades y el mobiliario de los distintos
departamentos parecen propicios para la serenidad de las actuaciones, al mismo
tiempo que para el optimismo del trabajo.
“Seguiré contándote mis impresiones en
cartas sucesivas, y a cambio de esto espero me informes de las novedades que
puedan interesarme, sobre todo acerca de Chelo…”
Aún estaba, seguía, enamorado de Chelo;
ansioso de seguir en continuidad las noticias de su existencia, con esperanzas
de llegar a situarse social y económicamente, no sabía si para venganza de su
orgullo o para reanudar aquellas relaciones en analogía de posición social.
-.-
Documentándose
Queimadelos hizo de su mesa de trabajo un
verdadero observatorio. Se había propuesto obtener de su empleo los mayores
beneficios que le fuese posible, y para ello procuraba documentarse en cuanto
creyese de alguna utilidad. Aconsejado por compañeros más antiguos, se trazó la
forma de estudiar simultáneamente las operaciones fundamentales de todos los negociados
para así comprender las funciones de conjunto vinculadas al suyo propio. Y fue
engarzando paulatinamente las enseñanzas libadas en todas las conversaciones,
cartas, circulares, cálculos y libros contables al alcance de su conocimiento;
completándolas en las incógnitas que se le presentasen a fuerza de deducciones
y de textos consultados en la biblioteca del Banco.
Le sugestionaba mayormente el estudio de
la relación del cliente con el Banco; de las coyunturas financieras que dan
lugar a esa necesidad recíproca de acercarse el público a los Bancos y de éstos
captar clientela solvente; de los fenómenos económicos emanados de las
operaciones bancarias; pero sacrificó esta preferencia para dedicar su máxima
atención a la organización interior de la empresa, que consideró de suma
importancia para el empleado novel. La hoja balance de situación diaria, que le
correspondía confeccionar utilizando los movimientos del día y los totales
arrastrados, le dio ideas claras acerca de la clase de operaciones a que se
dedicaba el Banco y de cómo evolucionaban éstas en la conversión de los valores
originarios del lucro que se perseguía.
Empezó analizando la cuenta de Caja; y la
vio dúctil como ninguna otra, adaptable a infinidad de operaciones; la vio como
una licuación de los valores materiales, como una solidificación de
obligaciones contraídas y de derechos adquiridos, como un ente de satisfacción
general encargado de nivelar visiblemente las mutaciones del valor
convencional. Caja era un verdadero personaje en el espectáculo financiero:
escurridizo pero oportuno, mediador en las exigencias más comunes, visible para
convencimiento de su eficacia y siempre menor de edad, sin atribuciones para
aumentar ni para disminuir de apreciación en cuanto a la cifra absoluta de sus
existencias; incapaz de entregar más de lo que recibe, pero siempre útil para
sustituir al valor modificado.
Realmente era un disponible inmediato,
como rezaban los textos contables; tan inmediato que, por el hecho de ser
fiducia universalmente aceptada, servía para cancelar al instante y a
satisfacción del interesado todas las obligaciones de tipo comercial. Como
cuenta de activo, receptiva de una parte de la sustantivación del capital o de
otras partidas netamente pasivas, se henchía de significado en su Debe,
acaparando los cobros, y se volcaba vaciándose a medida del alcance de la
operación motivante, en su Haber, obediente a la ejecución de los pagos.
Diariamente su guardián –por contagio de nombre, cajero- hurgaba en los senos
del Debe, arqueando su contenido, comprobando la exactitud de los cálculos con
la realidad de su manipulación, y levantaba un acta de fidelidad, que llamaba
arqueo, en la que se demostraba que tanto él como el saldo a su custodia se
habían mantenido con la debida integridad.
A los pocos días de ingresar Queimadelos
en el Banco de Crédito y Ahorro oyó preguntar a un compañero:
-¿Es posible que tengamos tanta
exigibilidad para estos días? Voy a decirle la cifra que anoté, por si padecí
error al tomarla. –Y pronunció una cantidad que para los oídos de Queimadelos,
poco avezados aún a las sumas de la movilización bancaria, sonaba a fabulosa.
-Exacto; eso es, aproximadamente, el
movimiento que tendremos en pagos, mientras que los cobros bajarán un poco del
margen corriente. –Era el jefe de Control quien tal afirmaba- Tú sabes que en
estos días, últimos de mes, las empresas retiran fondos de sus cuentas para
pagar las nóminas de personal, e igual que las empresas los organismos
oficiales. También ocurre que muchos particulares depositan más dinero del que
pueden ahorrar durante el mes, y a finales necesitan completar el presupuesto.
Por contra, los ahorros y demás recuperaciones no empiezan a afluir en
ventanilla mientras en los hogares no se han satisfecho los gastos fijos
mensuales, por lo cual no podemos confiar en ellos hasta los primeros días del
mes siguiente. Este fenómeno de la circulación fiduciaria debe tenerse muy
presente para que Caja y las cuentas de inversiones se desenvuelvan con
normalidad.
Sobre aquella breve conversación cimentó
Queimadelos un conocimiento más: el de que la Caja acusaba, como ninguna otra
cuenta, la situación económica de la plaza, la circulación y disponibilidad de
efectivo en las masas. Luego, la Caja sufría oscilaciones, desprendía a veces
grandes cantidades y las recuperaba en otras. Esto hacía pensar en el axioma de
que la moneda, por si misma, es inalterable, anulando este principio la
pretensión de lucro que, lógicamente, ha de gestionar toda empresa. Mientras
las existencias necesarias fuesen las mínimas normales, poco podría perderse
con esa sedimentación de un fragmento del activo, pero al elevarse,
forzosamente habría que convertir en numerario una parte del capital
productivo, o retener en un estado de efectividad ingresos de segura y eficaz
inversión. Esto último era lamentable pero necesario al desarrollo de las
operaciones bancarias; así que para evitar exceso de encaje convenía acudir a
la estadística de etapas anteriores similares y a sondeos acerca de las
principales empresas clientes para aproximar el global de sus exigencias, con
lo cual se equilibraba la proporcionalidad de los valores financieros.
En el balance diario, y en los extractos
de situación periódica, encontró anexionada a la cuenta de caja la del Banco de
España; esto le aclaró un nuevo punto: pese a todos los cálculos de
compaginación de disponibles y exigibles era natural que se presentasen
situaciones imprevistas, pagos extraordinarios o recuperaciones insospechadas.
En principio creyó que para estas circunstancias se dejaría un margen de
numerario, pero al enterarse de la existencia de esa cuenta con el Banco
emisor, contra la que se libraba en casos especiales, comprendió que aquella
relación, entre otras funciones, facilitaba la de proporcionar efectivo cuando
fuese necesario, para reintegrarlo en las oportunidades de exceso de encaje.
Completó su estudio de las disponibilidades
inmediatas considerando la función de compensación mutua que se verificaba por
las cuentas mantenidas con los demás Bancos de la plaza. Además de facilitar la
relación interbancaria de asuntos a solventar por los corresponsales o las
oficinas de la Banca vecina, dando flexibilidad y acogida a operaciones para
cuyo logro fuese necesaria una actuación conjunta, también permitían acudir al
reembolso de los saldos favorables con cheques a la vista y con órdenes de
abono. Con los corresponsales ocurría exactamente lo mismo en cuanto a
reciprocidad en la ejecución de operaciones encomendadas.
Así iba estudiando Queimadelos las
conexiones y estructuras fundamentales de las principales cuentas empleadas,
que eran en resumen el estereotipo de todas las operaciones que incumbían a la
Banca, situada en aquel su grado presente de evolución. Las fue estudiando por
orden de presentación en balance para concentrar toda su atención en puntos
concretos y análogos, con lo cual se evitaba la disipación de energías mentales
que le hubiese costado un mariposeo ineficaz sobre materias extensas y
diversas.
Dentro de la Banca, fomentado por la
finalidad de producir el máximo con el mínimo esfuerzo, existe un
convencionalismo inspirado al productor a través de alicientes preestudiados,
de favorecer al nuevo compañero, comunicándole noblemente los conocimientos
experimentales de la organización. Esa ventaja, que desgraciadamente no
comparten infinidad de empresas por falta de un sentido altruista y calculador
de sus directivas, hace que en breve tiempo se documente todo aquel nuevo
empleado que ponga interés en su profesión; comprendiendo esto, Queimadelos no
quiso desaprovecharlo.
Por aquellas alturas su vida íntima
transcurría del modo más vulgar y sencillo: jornadas de trabajo completadas por
ratos de estudio. En la fonda un mínimo de tiempo dedicado al reposo y demás
necesidades personales. Un largo paseo nocturno para hacer ejercicio físico,
despejado por el frescor de la noche en los puntos confusos o sugestivos de la
tarea del día; lo corriente era que empezase meditando en realidades
financieras y terminase soñando en utopías, a las que sólo podía llevarle su
imaginación desbordante.
También había iniciado una serie de
pequeños giros mensuales para ayudar a su familia, que le llenaban de gozo
íntimo al sentirse en el principio de una nueva era de independencia y de
ahorro.
-.-
Cartera
Prosiguiendo en su tenaz estudio de las
particularidades de cada cuenta bancaria, Queimadelos encontró en un oficial de
la sección de Cartera al técnico experimentado que le explicase y aclarase el
funcionamiento contable y financiero del descuento y cobro de efectos.
Hablaron de esto entre sorbos de Ribeiro
en un rincón de tertulia del “Bar de los Cantones”. Buscó la conversación
Queimadelos:
-He observado, Piñeiro, que los gráficos
de los beneficios del último año presentan una cantidad fabulosa como rendimientos
de Cartera; ¿es posible que el descuento de letras nos produzca tantísimo?
Y Piñeiro asintió:
-Efectivamente; y aún tendrá que rendir
mucho más a juzgar por el ritmo que llevan las ventas a plazos. Ya es raro
encontrar una tienda donde no te den las máximas facilidades siempre que
acredites algún sueldo o solvencia.
-¡Pero si todo el mundo se queja de los
gastos de negociación que suma el comercio a los precios primitivos por las
ventas a crédito! ¿No es un obstáculo para tal modalidad mercantil, y por
consiguiente para nosotros esta reacción del pueblo?
-Mira; no te contagies con las filosofías
de tu amigo Aldegunde. Una cosa es lo que dice, e incluso lo que piensa la
masa, y otra lo que hace. La gente, es decir, el consumidor, opina que las compras
a plazos no resultan económicas, pero existen dos factores avasalladores: la
presión que ejerce en los ánimos la propaganda mercantil, y el instinto de
poseer, que es insubordinable a todo raciocinio.
-¡Como, cómo…! ¿Presión, instinto…? ¿Es
que esas dos tentaciones son tan intensas?
-Desde luego. El comercio, a través de
todos sus medios de captación, llega a convencer de que se pueden lograr en el
presente las ilusiones de futuro; de que es absurdo privarse hoy de un goce que
puede pagarse cómodamente en el mañana, y encuentra ambiente propicio porque no
hay austeridad que se resista a estas facilidades. Yo opino que, en el fondo,
la austeridad de los pueblos no es más que imposibilidad de adquirir
determinados artículos, bien porque sus economías estén orientadas a la
consecución de bienes permanentes, o porque su nivel de vida no se lo permita.
Claro que todo esto tiene un bien aparejado: el de intensificar la producción;
y tú sabes que la producción intensiva es generadora de riqueza. A todo esto es
de tener también muy presente que el global de descuentos está formado en sus
cantidades más elevadas por remesas de mayoristas que necesitan un anticipo de
capital para seguir operando, puesto que el detallista, generalmente, por estar
saturado de existencias con respecto a su capital propio, no puede saldar los
pedidos hasta que paulatinamente los vaya realizando.
Faltaba mucho para que estuviese saciado
el anhelo investigador de Queimadelos, y continuó avivando la conversación:
-Pues sí; creo que llevas razón. Aunque no
te admito de plano el que la producción sea riqueza neta por cuanto gran parte
de la mercancía que se crea o transforma es de mero capricho, o sea,
prescindible. Claro que, ampliando conceptos, la cosa cambia puesto que incluso
las materias de lujo hacen el bien social de distribución de capitales, y el
productor atrae un dinero que estaría inmovilizado en poder del consumidor,
aparte de que el exceso de producción de lujo puede destinarse al comercio
exterior y traducirse en bienes más prácticos.
Después de una breve pausa rogó
Queimadelos:
-¿Querrías explicarme hasta qué punto
intervienen los Bancos en el comercio moderno de ventas a crédito?
-Pues, mira; intervienen a posteriori, en segunda operación: ese
tipo de ventas se concierta entre el consumidor y el comerciante, y no se les
ocurre ni mencionar a la Banca, porque en tal momento les resulta un factor
secundario; pero después viene que el comerciante precisa fondos para la
rotación de sus transacciones y acude al Banco para que le tome a descuento los
efectos de sus ventas. Aunque no le urja la percepción anticipada de sus
facturas, para confianza y comodidad en el cobro suele dar los efectos en
gestión de cobranza, con lo cual percibe los líquidos a la fecha de su
realización.
-Es decir, que eso viene a parar en los
dos sistemas de recepción de papel comercial; o sea, efectos descontados cuando
deducimos intereses y daños y entregamos el líquido al cedente en el instante
de remesarnos; y efectos al cobro cuando entregamos el líquido en el momento de
cobrarlos, deduciendo únicamente los daños. ¿No?
-Sí; eso es. Y observarás también que esas
dos modalidades tienen un alcance contable, financiero y económico muy dispar.
Empezamos porque los efectos descontados hay que contabilizarlos como inversión
activa, verdadero riesgo, y los efectos al cobro no necesitan más que unas
previas anotaciones de tipo nominal, de mero depósito, que se realizará a sus
respectivos vencimientos. En descontados se adquiere la propiedad de los
documentos pagándolos al valor que, en virtud de sus circunstancias, cabe
aplicarles, y el beneficio de esa operación se percibe de antemano, al aceptar
la negociación, siendo su cobro una recuperación del capital invertido. En
“cobro”, o séase, los condicionales, el beneficio del Banco se deduce llegado
el vencimiento y su efectividad, siendo entonces, y sólo entonces, si hubo
cobranza, cuando se pasa el líquido al cedente.
Queimadelos, insaciable:
-Te agradezco que me concretes y me
amplíes las normas de contabilización que acostumbren a emplear las entidades
de descuento…
-Intentaré hacerlo. Como tú sabes, el
papel o efectos de comercio que recibe la Banca para su descuento se somete a
un previo y detenido examen que abarca todas las particularidades legislativas
que puedan afectarlos, principalmente los requisitos esenciales de timbrado,
vencimiento, firmas intervinientes y corrección en su redacción. Cerciorados de
que el efecto es perfectamente regular, se estudia el riesgo del cliente, o
sea, el margen de solvencia en comparación con el global de operaciones en
curso, y si la admisión de un nuevo riesgo resulta cubierta con el capital
saneado del cliente, se procede a la operación matemática del descuento. Acerca
de esto te conviene saber, y digo te conviene porque a menudo hay que aclarar
estos extremos a los cedentes, ya que se obstinan en pretender que se les
aplique el sistema real en vez del comercial, que el descuento abusivo de eso
no tiene más que el nombre aplicándolo a operaciones bancarias; alegan que el
Banco sólo entrega el valor efectivo de la letra, y que, por consiguiente, ha
de descontarse sobre ese valor que es el que realmente sale de sus cajas; mas
no ocurre así por cuanto el riesgo del Banco es sobre el nominal. Si se malogra
una operación, con insolvencia presente del librador, o de los avalistas, o de
anteriores tenedores, el Banco pierde el nominal, que estaría integrado por el
efectivo que se dio en su día más los intereses correspondientes; luego la
pérdida no sería del efectivo adelantado sino de una cantidad superior, y, por
consiguiente, sobre esa cantidad nominal que entra en juego se debe estipular
el beneficio bancario, que modernamente es un porcentaje minúsculo.
“Siguen a todo esto unos sencillos
trámites de registro, siendo el más importante una ordenación en listas por
orden de vencimientos para facilitar en su día la presentación al cobro dentro
de tiempo hábil, y se termina la operación de descuento con la redacción de las
liquidaciones, contestando al cliente en carta explicativa de los porcentajes
aplicados por daños e intereses, así como del líquido a entregar por caja o
abonar en cuenta. En los borradores de Diario se hace un cargo, como te he
dicho, a Efectos descontados, sobre plaza o provincias, con lo cual la nueva
remesa queda incrementada a la cuenta general de esta clase de activo, y se
abona el líquido a la cuenta del cedente o a una transitoria que coordine con
Caja en el supuesto de hacer la liquidación en moneda, llevando la diferencia
que corresponde a la prima de descuento a la cuenta o subcuentas
correspondientes de Pérdidas y Ganancias.
“A grandes rasgos ya tienes la tramitación
de Entrada de Efectos descontados. Si estos han de ser cobrados por nuestra red
de sucursales o corresponsales, caso de que el librado resida en plaza distinta
a la de la entidad actuante, se le hace una remesa, cargándole el líquido que
resulte después de aplicar las condiciones que tenga establecidas con nosotros
el corresponsal o sucursal de que se trate.
“A cada vencimiento se sacan de Cartera
las letras que lo integren, las gestionan los cobradores, y si resultan pagadas
se ha finiquitado la operación; en caso contrario, se protestan si procede, y
las no cobradas se devuelven a los cedentes cargándoles en cuenta el nominal de
las mismas más los gastos que haya originado el impago. La aplicación de todo
esto puedes obtenerla a fuerza de práctica bancaria, pero sobre todo estudiando
la legislación comercial que afecta a esta clase de operaciones, en las que la
tramitación interior responde al cumplimiento de las normas legislativas que
las afecten y a una serie de anotaciones encaminadas a controlar las circunstancias
por las que pasan las distintas remesas. ¿Comprendido?
-Someramente, sí. Pero, oye, ¡si tenemos
los vasos vacíos! ¡Camarero! –Y le hizo un gesto ordenándole que les repitiese
las dosis de ribeiro- Con tapas. –Añadió.
Ambos tomaron su vino con lentitud.
Piñeiro pensaba seguramente en la infinidad de letras que llevaba tramitadas en
su historial bancario, en las anécdotas y particularidades a que había dado
lugar la cobranza de todo aquel papel comercial. Queimadelos concentraba su
atención en hilvanar los conocimientos que iba adquiriendo, en relacionarlos
con el engranaje central del Banco, en dilucidar el alcance de aquel tipo de
operaciones. Y preguntó a su interlocutor, para rematar aquellas nociones:
-Antes me hablaste del aspecto contable de
la cambial, pero me gustaría ver más clara su repercusión financiera y
económica. ¿Puedes decirme algo acerca de esto?
-Verás. No te voy a soltar una conferencia
porque sería interminable, pero te resumiré lo fundamental: generalmente se
dice que hay excesiva circulación fiduciaria, que la moneda sufre
depreciaciones acompañadas de gran abundancia de efectivo, que actualmente todo
el mundo tiene cinco duros en la cartera, y claro está, tomando así la cosa en
sentido de excesiva abundancia se puede creer que el comerciante, el
industrial, o el mismo particular, tienen dinero de sobra para sus operaciones,
mas no ocurre esto por cuanto la circulación monetaria ha de estar en
proporción con la riqueza explotada de los pueblos: si hay mucho dinero y poca
riqueza, los artículos se encarecen y toda abundancia es poca para saciar las
necesidades más comunes; si por el contrario hay mucha riqueza y poco dinero,
los artículos se abaratan y el productor, para poner en el mercado nuevas
mercancías, tiene que estimular la atracción de efectivo con el que satisfacer
los gastos del proceso de elaboración. Pues bien, hay influencias
circunstanciales que modifican estos principios, pero no son comunes.
“Total, y sigo, que con mucha o poca
circulación siempre hay necesidad y demanda de dinero para facilitar la
producción; ocurre también que el acierto en cualquier actividad conduce a la
riqueza, y esto es un punto muerto que nada o nadie como la Banca es capaz de
evolucionarlo: el individuo, o mejor aún, cierta parte de la masa social,
atesora dinero resultante de un proceso de labor, sea manual o intelectual, y
ese dinero se constituye en reservas, por lo cual no vuelve a invertirse
rápidamente en actividades creadoras. Quienes empiezan, o aun laboran
intensamente en cualquier ocupación, suplen en cierto modo la actuación de
aquellos que, enriquecidos, se han detenido en su profesión; suplen la
actuación de otros, pero no poseen sus medios para fecundarla.
“Este evolucionar del que te vengo
hablando si no tuviese algún escape conduciría a un estado en el que el
acaudalado reposaría de sus actividades, disolviendo lentamente su capital, y
el productor carecería de esos medios detenidos en su circulación; pero, ¡ah!,
ese obstruccionismo ahogaría la producción y la riqueza expansiva de los
pueblos; es evitando eso como actúa la Banca al poner en circulación unos caudales
que, sin dejar de pertenecer a su antiguo dueño, pasan a disposición del
productor activo y dan vida al equilibrio económico de la sociedad.
“La Banca atrae dinero mediante un premio,
realizando con ello la doble función de depósito y de crecimiento de esos
capitales, al mismo tiempo que no desprecia al pequeño ahorro, aunándolo para
darle potencia creadora; luego lo distribuye entre individuos y sociedades de
moralidad y de probabilidad productiva capaces de sacarle fruto, y por cuya
cesión temporal comparten con el Banco una pequeña porción de su lucro.
Deducidos los intereses de sus cuentas acreedoras de los beneficios que obtiene
la Banca por estas funciones, queda un módico remanente a favor de los
accionistas, que es el aliciente que fomenta y permite nuestras instituciones
de crédito. El descuento de efectos, financieramente, es el anticipo del
rendimiento de un proceso de labor que se entrega a quien lo necesita o le
conviene para promover un nuevo proceso; los medios salen de los depósitos bancarios,
y las consecuencias, próximas y lejanas, son una mayor velocidad en la
evolución de la creación de riqueza, y por consiguiente, una multiplicación de
esa misma riqueza.
Queimadelos, agradecido, pagó y se fueron,
bien cerciorado de que la Banca no era aquel falso compañerismo retratado por
don Wenceslao en su “Malvado Carabel”.
-.-
Efectos de crédito
Relacionada con la Cartera de efectos
existía otra cuenta en la hoja balance: la de Efectos de Crédito, que
Queimadelos analizó basándose en su contabilización y en los detalles del
balance mensual.
Efectos y crédito: denominaciones que le
resultaban elocuentes para expresar las características de esa cuenta. Como
efectos, en lo substancial habrían de reunir las particularidades de los
documentos de cambio; como variante del crédito bancario no podían ser otra
cosa que un procedimiento de confianza, de fe entre el Banco y los
concesionarios de la operación. Reflexionando en esto, Queimadelos no encontró
otra explicación para determinar el crédito, en su acepción bancaria y
considerándolo elementalmente, que la de idealizarle como prestación de capital
a un tercero que lo necesita para lucrarse y que cuenta honradamente con
reintegrar al Banco de tal importe, así como de agradecer ese favor cediéndole
una pequeña parte de su beneficio en proporción a la suma prestada. Con la idea
de los efectos de crédito asociaba las de considerar que las cesiones a plazo,
las transacciones de valores sin que medie de momento una entrega en otras
especies o en moneda y los préstamos sin garantía prendaria, son un fenómeno
más de mutua confianza entre los contratantes.
Cogió los detalles amplificativos del
balance del último mes y analizó las partidas que lo integraban. Constaba allí
el importe de cada efecto, su vencimiento, librador, librado, y unas
indicaciones señalando la persona o entidad que soportaba el riesgo de la
operación con respecto al Banco. No era, pues, del mismo tipo que el detalle de
Efectos descontados; no eran ni siquiera operaciones cambiales en las que
girase la función bancaria en torno a la letra descontada: la letra, aquí, era
un instrumento de crédito general, no una consecuencia de transacciones
mercantiles. Para el cliente, esta clase de préstamo era un simple crédito que
necesitaría cancelar a un vencimiento dado, pagando la letra que había aceptado
y que obraba de documento resarcitivo. Para el Banco era una concesión de
fondos cuyo reintegro estaba garantizado por la fuerza ejecutiva de una
cambial. Ocurría que no siempre era solicitada esta clase de préstamos por
clientes habituales; más concretamente por comerciantes que destinasen al Banco
su papel, sino por meros particulares; su falta de antecedentes frente al
Banco, lo relativo de su solvencia, les llevaba a apoyarse en clasificados o en
clientes prestigiosos para dar así la necesaria garantía a esta clase de
operaciones; librando a su cargo un buen cliente, o avalando la operación, el riesgo
descansaba en el solvente por cuanto se podía recurrir contra el en caso de que
el librado rehusase cumplir su deuda. El efecto se descontaba seguidamente, y
el beneficiario podía disponer desde aquel instante del efectivo de la
operación.
Que esta clase de préstamos no era de tipo
financiero lo demostraba el hecho de que los solicitantes fuesen individuos
generalmente desconocidos como clientes habituales; aquel dinero se destinaba
principalmente a necesidades hogareñas; luego era consuntivo, sin repercusión
económica directa, puesto que no fomentaba directamente la producción, pero de
finalidad humanitaria y social, ya que levantaría ánimos caídos, curaría
enfermedades y sería instrumento de recuperación.
Por asociación de materias, puesto Queimadelos
a estudiar las operaciones crediticias, se extendió en documentarse referente a
las más comunes, considerando como tales aquellas que vio reflejadas en los
primeros diarios que resumió.
Que contuviesen en su denominación la
palabra “crédito”, como exponente de su primordial característica, halló las
cuentas de crédito con garantía personal, de valores, hipotecaria, de
mercancías y de cosechas; con volumen excepcional la de Comitentes por créditos
comerciales. Pero antes de indagar las particularidades de cada una, valiéndose
de escasas luces que malamente le permitían comprenderlas, prefirió ampliar sus
nociones acerca del crédito bancario. Para ello siguió el mismo procedimiento
que para las otras clases de operaciones:
Análisis detenidos de los apuntes
contables que se hiciesen en el Banco, y concreción y ampliación de textos que
versasen sobre aquellos temas. Al alcance de un novato en Banca no podía
existir más experiencia que la que destilase en preguntas y conversaciones con
sus jefes y con sus compañeros más antiguos; luego sus raciocinios habían de
ser eminentemente teóricos, comprobados seguidamente con los trámites
oficinísticos a ellos correspondientes. No podía existir –creyó Queimadelos- un
sistema pedagógico en materia bancaria, en el polifacetismo de conocimientos
que forman la ciencia de los negocios, más perfecto que el de bucear ideas en
los indicios particulares que presentase cada diario, cada carta mercantil,
cada conversación surgida al azar entre un cliente y un empleado de la casa,
entre los mismos jefes y empleados; convertir después estas ideas en lecciones
científicas, y comprobarlas con la práctica observando su verdadero alcance y
aplicación a la organización bancaria a que se pertenece.
Limitarse a la rutina de hacer diariamente
un trabajo que fue explicado al encargarse de él, pero que en aquellas
explicaciones sólo se hizo memoria del engranaje de sus trámites, sin
preocuparse de ampliar conocimientos, de analizarlo día a día para comprenderlo
mejor, y para eliminar cuanta tarea pueda ser sustituida por un aquilatamiento
de organización, es perder el tiempo lamentablemente, es postergarse en un
ostracismo profesional; mas por ventura, tales indolencias representan un
porcentaje mínimo en la plantilla de los Bancos; el por qué nos lo dan los
alicientes de superación que emplean las entidades de este gremio.
En su mariposeo bibliófilo encontró
monografías que le hicieron comprender la magnitud de acción del crédito
bancario. Una idea generatriz le orientó en sus estudios: “El crédito es una
moneda contable que suple a la efectiva que habrá de recibirse en su día”. Lo
había leído en un tratado de Administración financiera. Es una moneda
contable…; entonces la práctica mercantil actúa con fondos inexistentes siempre
que procedan del crédito, es decir, que no posee en plena pertenencia; propios
o no –la diferencia estriba en los intereses que devengan los préstamos- el
comerciante y el industrial disponen de unos medios que, sin esta facilidad, no
podrían utilizar, y es natural que les saquen un rendimiento superior, con lo
cual aumenta la cifra de negocios, y en secuela, la riqueza de todo el país.
Con respecto a la entidad prestataria, esa
moneda suple a la efectiva que habrá de recobrarse; y si la suple no disminuye
su capital, no se mengua su garantía frente a terceros ya que los préstamos
recibidos se corresponden con la recuperación de los emitidos. Pero aún
disponen de otras garantías los Bancos, tenaces en ofrecer al público una
solvencia indestructible: además de compensar los créditos, de los cuales sólo
una cifra insignificante puede resultar incobrable dadas las formalidades con
que se emiten, presentan su enorme capital constituido en acciones, sus
reservas considerables, sus inmovilizados imperecederos, su cartera de renta, y
varias otras.
-.-
Cuentas corrientes, de ahorro, e imposiciones a plazo.
Próxima a la mesa de Queimadelos estaba la
sección de Cuentas Corrientes; por ello, con sólo oír las conversaciones de los
empleados y con fijarse en las operaciones que allí se realizaban le fue
sencillísimo conocer la organización y trámites del negociado, así como la
función de la cuenta de Mayor del mismo nombre.
Los trámites contables que allí se
llevaban a cabo eran fundamentalmente un englose y desglose sucesivo de fondos;
aportaciones o retiro de los ya existentes; una admisión de entregas y un despacho
de talones. Todo ello controlado por idénticos y confrontables apuntes en un
libro auxiliar, por cifreros resúmenes del movimiento diario, por balances de
situación periódica y por el punteo diario de la contabilización de los
documentos de Caja afectos a esta clase de cuentas. En lo legalístico existía
la comprobación de firmas estampadas en los documentos con las fichas de
apertura, del timbrado, de las posiciones del saldo, de los poderes y
autorizaciones, y de cuantos otros extremos hicieran normal y auténtica la
documentación tramitada.
Desde el primer momento asoció esta
sección a las Cajas de Ahorros; ambas eran modalidad de atracción de capitales,
teniendo su razón de ser en la conveniencia de incrementar el fondo operante.
Cuentas corrientes era, pues, una fase de producción; siendo los factores de
esta producción los recursos naturales, la empresa, el trabajo y el ahorro,
esta sección era la conversión de este ahorro en masas susceptibles de una
eficaz e importante inversión.
Realmente la Banca –empezaba a verlo
claro- no hace otra cosa que operar con esos recursos, amén de su capital
propio, imprimiéndoles acumulación y movilidad organizada. De los recursos
naturales recoge su síntesis, su representación en cambio, que es la moneda, y
con ella aviva el desenvolvimiento de otros recursos gestantes, en período de
formación, generalmente propiedad y en poder de terceros, que una vez
liberados, o sea, convertidos en fiducia, permiten reintegrar al Banco esa
especie de anticipo de producción, sobrando, normalmente, un margen que
satisfaga al acreditado. Para llevar a cabo estas funciones el capital operante
se asocia en empresas magnas –cual lo reflejan las acumulaciones de los
depósitos en cuenta corriente, a plazo fijo, y en cuentas de ahorro popular- y
con personal capacitado, que cada vez lo será más por completarse su
instrucción con los conocimientos experimentales, pueden tener las empresas
bancarias el impulso humano que éstas precisen.
Como enlace formativo entre la empresa y
los recursos naturales, aquélla procura atraer cierto beneficio de éstos, que
es el ahorro, para con él estimular la producción en orden a una mayor
abundancia de esos mismos recursos.
La Banca, al fomentar el ahorro popular,
así como al utilizar inmovilizaciones transitorias de capital, atrayéndolo y
premiándolo, origina previsiones particulares que son base de un bienestar
permanente ya que recoge lo superfluo de las épocas de prosperidad para
retornar esos sobrantes en las escaseces. La atracción del ahorro por premio y
propaganda no perjudica al economizante por cuanto éste no puede liberar más
cantidades que las sobrantes de sus presupuestos o de sus propias inversiones;
puede sobrar dinero por practicar austeridad o por simplificar y perfeccionar
los sistemas de producción.
Al estudiar el negociado de Cuentas
Corrientes tuvo ocasión de satisfacer una curiosidad remota de distinguir la
diferencia fundamental que existe entre propietarios o accionistas y
cuentacorrentistas. Los primeros son administrativamente acreedores
convencionales en el negocio, mientras que estos otros son, con respecto a la
empresa, acreedores efectivos o reales por cuanto tiene con ellos la entidad
obligaciones fijas y de ningún modo dirimentes por haber recibido de ellos o
para ellos cantidades reintegrables.
El cuentacorrentista es un auténtico
prestatario y depositante prestatario por cuanto su aportación ha de ser
destinada a producir un bien, y depositante por cuanto ha de conservársele
incólume en su cuantía y a su absoluta disposición la cantidad entregada. La
necesidad de reembolsar estos importes, así como los intereses convenidos,
exige que se les dé una explotación adecuada, imperdible y con liquidez
suficiente para que su conservación responda del reembolso, y su rendimiento de
los intereses del prestamista y del beneficio del propietario.
La atracción de fondos acreedores responde
a la conveniencia de invertir en el negocio capitales extraños, cuyo
rendimiento sumará un porcentaje a satisfacer al acreedor y un margen de
beneficio para la empresa que los utilice en sus operaciones.
El hecho de que los prestamistas o
acreedores de un Banco sean numerosos le da a la entidad una seguridad operativa
puesto que los reintegros que diariamente soliciten éstos serán mínimos con
respecto a la masa de inversiones, y no sufrirá trastornos considerables en su
desenvolvimiento económico.
Socialmente, la función de la Banca
atrayendo al pequeño ahorro, además de beneficiar la economía familiar,
entusiasma al productor, quien se alegra de que su capital forme parte de las
grandes instituciones financieras, y anima las iniciativas privadas de cuantos
son capaces de realizarlas apoyados por el crédito. Queimadelos, bastante buen
sicólogo, había observado en los clientes del Banco, con excepción de los
rostros curtidos e indiferentes de los comerciantes avezados a las finanzas,
una especie de emoción íntima al desenvolverse en el ámbito de las oficinas, al
ser correctamente atendidos por los empleados, al verse tomar parte en las
operaciones del coloso financiero.
En Banca se opera sobre dos pilares
crediticios: crédito o promesa de reintegro a cuantos administradores
suministren fondos; crédito o esperanza de recuperación de aquellos deudores, o
fuentes de producción, a los que se suministran medios. Se recibe a crédito y
se proporciona crédito, así que la función bancaria es de mera agitación
monetaria, de vinculación de capitales para poner en movimiento productivo las
riquezas que no pueden ser explotadas activamente por su poseedor. Esta
intercesión se remunera y fomenta por el lucro que obtiene en sus operaciones,
pero como los porcentajes de gestión son mínimos no alteran el valor en cambio
de la producción emanada del crédito financiero.
Analizando las cuentas corrientes desde el
punto de vista contable y administrativo, resultaban ser unos estados
detallados de operaciones recíprocas, aunque en el fondo, bancariamente
hablando, todo su movimiento es de tipo acreedor, de remanente pasivos para el
Banco, pues los descubiertos son anómalos al sentido de atracción de dinero y
constituyen una modalidad de crédito, de inversión, que se vinculan a las
cuentas corrientes tan sólo en función de su presencia en las mismas.
Situándose en un plano correspondiente,
pero opuesto a la actuación de la Banca, es decir, enjuiciando las cosas más
desde el punto de vista de los clientes que de la entidad en sí misma,
comprendió que los titulares de cuentas acuden al Banco para conservar sus
recursos en absoluta disponibilidad mientras no les resultan oportunas otras
inversiones de mayor rendimiento; y también para conservar el efectivo del que
vayan disponiendo de un modo independiente de sus inversiones estables; una
tercera razón es la de que no se les ocurra de momento otra aplicación del
dinero o deseen su acumulación hasta determinada cifra para destinarla a una
adquisición. En muchos casos también les mueve el deseo de evitar el riesgo de
guardar sus ahorros en sus domicilios respectivos. Como complemento a estas
causas existía el aliciente de la utilidad percibida en carácter de rédito por
las sumas impuestas.
-.-
Rendimientos
Cuando ya llevaba Queimadelos varias
semanas en el Banco y se había cerciorado de que el esfuerzo de aquel tiempo
por profundizar en las materias bancarias, unido a la preparación de las
oposiciones, le permitían un hondo estudio de cualquier materia, procuró
agenciarse algunas obras de las existentes en la Escuela de Altos Estudios
Mercantiles de la Coruña que versasen sobre el tema de la rentabilidad.
Al cabo de varios días de concienzuda
investigación pudo fijar en su mente las ideas fundamentales acerca de esta
materia.
Asimiló, pues, con toda precisión, estos y
otros principios: Ante todo, el conocimiento básico de que el interés es el
núcleo de toda política bancaria. Y subsiguiente a esta causa, los efectos
derivados; que no sólo los Bancos sino toda organización de tipo mercantil
descansa sobre posibilidades de beneficio o de pérdida; lo que es igual a
imaginarse la cúspide y el abismo. Desprendiéndose de todo esto que lo esencial
en administración es distinguir a suficiente distancia los procedimientos que
conducen a una y a otra situación.
Según las enseñanzas obtenidas de la
compulsa de textos, que no eran sino la ratificación y ampliación de sus conocimientos
personales, ya es beneficio incluso la centésima parte de una peseta, mínima
fracción monetaria utilizable en los cálculos mercantiles, e igualmente es
pérdida esa misma fracción en carácter negativo. Esta fracción insignificante,
refiriéndola a la unidad de producción, de venta o de explotación, resulta
irrisoria, pero aplicada a grandes rotaciones financieras las consecuencias son
lejanas y paradójicas. Un beneficio mínimo, pero de tendencia por lo menos
consecutiva, puede generar fortunas. Una pérdida mínima, constante y no
anulable, desemboca fatalmente en la ruina, e incluso suele llevar aparejadas
repercusiones para la economía de terceros, por efectos de la quiebra, mal
social de fatídicas consecuencias.
En aquel momento, al cimentarse el
beneficio en porcentajes mínimos, se hace precisa una técnica administrativa
dotada del mejor raciocinio y de la más rigurosa matemática para asegurar, por
lo menos, la consecución de un rendimiento normal. Es tan delicado esto, que
pequeñas deficiencias administrativas pueden convertir este corto rendimiento
en resultados negativos; y como la progresión de beneficio a pérdida tiende a
separarse prolongándose en lo infinito, es harto difícil recuperar las
cantidades consumidas, que para igualarlas al resultado positivo habría que
obtener el importe de esa misma pérdida más el de la posibilidad lucrativa.
Potencialmente una pérdida no es la distancia entre la cantidad consumida y el
nivel estable del capital, sino entre esa misma cantidad y la que debiera haberse
obtenido aplicando al capital una proporción de rendimiento moderado.
Concretando las leyes de rendimiento a las
empresas bancarias se hace notar que, pese a sus módicos porcentajes de
intervención, se obtiene un rendimiento normal; normal siempre que las
operaciones hayan sido llevadas con la necesaria prudencia. De observar
antiguas liquidaciones conservadas en los archivos del Banco se había enterado
Queimadelos de que la Banca ha ido reduciendo paulatinamente los tipos de sus
comisiones, y paralelamente a ello se habían incrementado sus gastos, sobre
todo en lo que se refiere a las remuneraciones del personal; ese enigma, el por
qué los beneficios anuales no solían disminuir a pesar de la divergencia entre
comisiones y gastos, le resultó solucionado por las estadísticas de movimiento
al comprobar en ellas que los aumentos de volumen operante en función de la
reducción de comisiones acusaban beneficio con respecto al producto de los movimientos
anteriores por sus porcentajes elevados; a la vez que resulta lógica la
economía de tiempo, y por tanto de personal, al implantar sucesivas
simplificaciones y perfeccionamientos en los métodos de trabajo, así como la
igualdad de esfuerzo requerido por un mismo número de operaciones fuesen éstas
de importante o de reducida cuantía.
También parece a simple vista que la
reducción de las comisiones pudiera afectar el rendimiento del capital-acciones
desnivelando sus porcentajes normales; prácticamente no ocurre así a menos que
las condiciones legislativas lo afecten, puesto que el capital de las empresas
bancarias procede en su mayor parte de cuentas acreedoras a las que se les
asigna un interés anual reducido. Esto resulta más claro si se tiene en cuenta
que el capital suele guardar una prudente relación con las cuentas pasivas en
función de la garantía de las mismas, manteniéndose una situación de casi
regular constancia con respecto a la masa operante, y esa proporcionalidad que
guarda resulta favorable para la asignación lucrativa del capital social.
Analizando la emanación de las pérdidas y
de los beneficios, observó que éstos son los acrecentamientos del capital,
mientras que aquéllas son las disminuciones, recogidas estas variantes a medida
que van contabilizándose los hechos mercantiles en cuentas al efecto que
permiten detallar el resultado de las operaciones realizadas con independencia
de los totales patrimoniales. Quedaba así delimitado y concreto el rédito o
compensación del proceso lucrativo, resultante de la diferencia entre los
bienes invertidos en un acto de producción y los bienes líquidos o netos de la
misma. Por razones de origen, las cuentas que recogen estos resultados están
vinculadas con la representativa de la hacienda en explotación, siendo como
vástagos de ella.
La gestión que engendra estos vástagos del
capital se sirve para lograrlo de una distribución del mismo en inversiones de
rendimiento o meramente especulativas, y en inversiones de medios o
posibilidades, que son aquellas que crean el ambiente adecuado y apoyan la
vivencia de las especulativas. Para lograr estos fines en una explotación que,
como la Banca, se caracteriza por sus mutaciones constantes, ha de dársele una
gran movilidad al dinero invertido, pero todo ello con un tacto exquisito por
cuanto esa misma movilidad puede conducir al vértigo de la caída igual que a un
rápido acrecentamiento.
El lucro, a través del ejercicio, es una
adición del capital; adición pero no fusión, que obra sus mismas funciones, que
está sometido a unos mismos avatares, a beneficio o pérdida. La pérdida es un
vacío que merma la eficacia global productiva del activo. Resulta, pues, que
los beneficios son un interés que, por dejarse en el negocio hasta determinadas
fechas, se hace compuesto a rotación simultánea, y engendra por sí mismo un
rendimiento acumulativo. La pérdida es una tara que absorbe cierta porción del
capital, la cual en caso de no existir aquélla podría ser invertida en valores
productivos.
A Queimadelos le resultaba curioso
observar que, contablemente, llamando contabilidad al reflejo de la posición
del capital, ni la ganancia ni la pérdida significaban desigualdad entre las
partidas del activo y del pasivo, pues la pérdida es una transformación del
capital en débito figurativo o matemático, no explotable, y por consiguiente
esfumación de los valores que sustituye; ganancia simboliza los elementos que
han incrementado el activo, sin acreedor concreto a quien deberse.
En final de ejercicio, con las
transferencias de saldos de las cuentas de resultados quedará regularizado
definitivamente el conjunto financiero que operó a través del mismo. No podía
llegarse a una distribución de beneficio sin previo saneamiento de las
pérdidas, caso de que las hubiese, para mantener la integridad del patrimonio;
los beneficios netos resultaban del sobrante de lucro que queda una vez
enjugadas las partidas de gastos irrecuperables. A tenor de todo esto, era de
considerar que la contabilización de las pérdidas y de los gastos es una
garantía para el cliente por cuanto puede estar cerciorado de que han de cancelarse
con la aplicación de beneficios presentes, de reservas o de beneficios futuros,
siempre que no existiesen en el ejercicio corriente, así como también por
reducciones de capital en el caso extremado de que no hubiese otra solución.
Al meterse incidentalmente en el terreno
de las reservas, al prolongar el análisis de los beneficios hasta sus últimas
aplicaciones, aprovechó para estudiarlas del modo más esquemático y preciso
posible. Venían a ser la agrupación de cierto beneficio saneado que se conservaba
en la explotación sin incorporar al capital, y cuya finalidad era la de enjugar
los fallos que, andando el tiempo, pudieran presentarse, a la vez que
incrementaban la masa operante. En lo social, las reservas permitían
arriesgarse en proyectos elevados, pero complejos, que de otro modo no hubieran
podido realizarse sin poner en peligro el capital base.
Paralelamente a las reservas, existían
otros bloques temporales, denominados previsiones, destinados a cubrir fines
cuya presentación había de darse en un tiempo determinado. Previsiones y
reservas tienen la afinidad de proceder de beneficios y estar compensadas por
un activo real; tienen la discrepancia de que las previsiones esperan un destino
ya conocido de antemano, mientras que las reservas lo serán para imprevistos.
Muy cerca de las previsiones y de las
reservas había que situar a los fondos de amortización, que consisten en un
pasivo destinado a reponer las mermas de ciertos valores susceptibles de
deterioro o depreciación, mientras que las reservas son un capital supletorio.
Los fondos de amortización están saneados y prontos a cubrir las deficiencias
del negocio; pero su punto de natura es común: un cargo en la cuenta de
pérdidas y ganancias.
Si la amortización se efectuase por
reducción de activo, es decir, eliminando contablemente de la cuenta que
represente el valor de aquella fracción que sufriese demérito, la función de
los fondos de amortización hubiese sido actual y se evitaría su permanencia
involucrativa.
En cuanto a reservas se refiere,
Queimadelos había libado las enseñanzas básicas de que después del capital son
una masa de recursos, distinguiéndose de aquél en que provienen de beneficios y
en que su existencia suele ser facultativa unas veces, jurídicamente
obligatoria otras, y generalmente temporal. Los bienes que constituyen las
reservas se encontraban confundidos en el activo, teniéndose referencia de
ellos por la cuenta acreedora representativa de estos recursos. Las reservas,
conservación de ganancias, es el pasivo parcial y aislado de la cuenta de
resultados, una porción retenida de uno o de varios ejercicios traspasada a la
suya correspondiente por una mera conjugación de denominaciones, formulando un
apunte inversivo del saldo de beneficios. Por consiguiente, reservas es la
contrapartida pasiva de un excedente de valores dispersados por las distintas
cuentas activas, aunque también es corriente que toda o parte de la reserva
tenga una clase de inversión independiente. En cuanto al cliente, las inmensas
reservas que tiene modernamente la Banca forman, en unión del capital social,
un conjunto de solvencia imperecible.
-.-
El capital, instrumento de finanzas.
La biografía profesional de Queimadelos es
reflexiva del elemento personal interviniente en la función productiva de la
Banca; pero sería incompleta de no tenerse en cuenta que tan imprescindible es
para la eficacia de la labor del empleado la existencia del capital social de
la empresa como es indispensable a ese mismo capital un juego de inteligencias
que dé vida a su existencia y lo traduzca en masa operante. Si vemos al hombre
actuando en el negocio es porque ha existido un recurso primario: el capital,
que ha hecho posible la inventiva de la actividad financiera.
En el Banco de Crédito y Ahorro, en el
mundo de las finanzas, existe ese otro personaje actuante: el capital, que es
la riqueza sometida a la producción de nueva riqueza, que son los valores
destinados a la producción mediante gestiones oportunas. En Banca el capital
manipulado procede de la distribución de sus acciones y de las múltiples
aportaciones de su clientela. El historial de las aportaciones lo recogen las
cuentas del pasivo, mientras que el activo presenta la serie de agrupaciones a
que han sido destinados los fondos.
Por la hoja balance de situación diaria,
tantas veces confeccionada por Queimadelos, conocía el engranaje de las
diversas porciones de la masa capitalista. Ya en la academia donde hizo su
preparación para el ingreso le habían enseñado que los valores patrimoniales se
clasifican por orden de disponibilidad para estudiarlos con miras a la
previsión de operaciones. Recordaba, y. lo amplió luego, que los valores del
activo pueden ser permanentes unos, y perecederos otros. Permanentes son los de
caducidad determinada y fija, que se irán de la empresa no por deterioro sino
por cumplimiento de convencionalismos financieros o contables. Perecederos los
que tienden a desaparecer, bien por caducidad propia o por efectos del uso. Esos
mismos valores activos también pueden considerarse bajo los aspectos de:
inmovilizaciones, cuando se trate de capital fijo, invertido en medios que
hagan posible y constante la explotación; y valores de cambio, cuando estén
destinados a dar movilidad y financiación a las operaciones bancarias.
Así observado el activo, resultaba ser la
masa productiva del negocio; también la garantía de las obligaciones figuradas
en el pasivo. Su actuación debe dar unos resultados que compensen los intereses
de los capitales acreedores, que amorticen los deterioros y depreciaciones, y
finalmente, que lucren el capital social invertido.
De la diversidad de valores activos que
son causa de beneficio para la empresa, había que exceptuar, por ser el hueco
de los desaparecidos, el importe de las pérdidas.
Ateniéndose al carácter intrínseco de las
cuentas del activo, se distinguían en ellas, por orden de afinidad, los valores
en sustancia, que son las inversiones materializadas; las deudas de terceros, o
derechos que nos corresponde percibir; y los valores de gastos, que pueden ser
pérdidas definitivas o inversiones destinadas a complementar y fomentar
operaciones lucrativas.
Contablemente, la posición de las cuentas
que recogen las distintas manifestaciones del capital se presentan en tres
aspectos completamente delimitados: situación necesaria y funcional de débito,
caja, cartera, mercaderías, etc., que no pueden pasar a situación inversa;
posición necesaria de crédito, capital, beneficios, reservas, etc., que en
ninguna situación normal podrían colocarse en débito; y posición ocasional, las
cuentas de terceros, que pueden cambiar de características.
En el campo administrativo había que
estudiar la organización de los valores en orden a su situación financiera, o
sea, la serie de derechos y obligaciones latentes. En orden de previsión
financiera, para asegurarse de que los valores estuviesen organizados de un
modo tal que se pudiese hacer frente, en todo momento, sin demoras ni
malversaciones, a las obligaciones que se presentasen. En orden de previsión
era importantísimo considerar que los derechos sólo pueden apreciarse como
beneficios a realizar, y por tanto relativamente inciertos para hacerlos
figurar como compensadores de las obligaciones. En principio, tan probable es
la consumación de los derechos como de las obligaciones, pero una obligación
sin previsión puede tener complicaciones, mientras que los derechos no
estimados siempre estarán oportunos cuando se logren.
Completando el estudio de los bienes
sociales era de tenerse en cuenta que el capital y las reservas son acreedores
condicionales que responden a convencionalismos contables; mas no así las
restantes cuentas del pasivo ante cuya inminencia es necesario disponer de un
activo fluido que asegure su liberación al presentarse el vencimiento respectivo.
-.-
Promociones
Aproximadamente al año de pertenecer
Queimadelos al Banco de Crédito y Ahorro se convocaron nuevas oposiciones de
Auxiliares administrativos. El volumen de operaciones y la apertura de nuevas
sucursales hacía sentir la falta de personal para atender debidamente todos los
servicios de la entidad.
Esto dio ocasión a una corrida de puestos
y a una reorganización de negociados para ocupar a los empleados recién
admitidos. Con este motivo, Queimadelos pasó a desempeñar una mesa en el
negociado de Giros y transferencias. Se alegró de no haber quedado en cualquier
otra del suyo anterior porque se juzgaba bien documentado en aquellas
tramitaciones debido a haberlas presenciado y participado durante aquel tiempo.
En su nuevo cometido tendría ocasión de
practicar en funciones menos conocidas para él, al mismo tiempo que trataría
con otros jefes y compañeros de los que esperaba seguir aprendiendo, cual lo
había hecho con los de sus antiguos servicios, toda la serie de conocimientos
experimentales correspondientes al trabajo que desempeñase y al de las mesas
inmediatas, que también procuraría dominar por visión y audición de lo que en
ellas se tratase.
Podía definir la sección a la que pasaba
como un conjunto de funciones destinadas a eliminar el tiempo y el espacio en
la situación de capitales. Gracias a su organización, en el mínimo de tiempo
que requiere un despacho cable-telegráfico o telefónico, o cuando más una
carta, para cruzar el inmenso kilometraje de las provincias y de las naciones,
el dinero iba a situarse de plaza en plaza, precisamente allí donde fuese
necesaria e importante su presencia. Y todo ello garantizado por un control de
claves y de comprobaciones que eliminaba la posibilidad de error y/o de fraude.
La red de sucursales y de corresponsales
se encargaba de facilitar las relaciones fiduciarias entre cuantas personas o
entidades tuviesen necesidad de ellas.
A los receptores con cuenta abierta en el
Banco de destino se les abonaba en la misma el importe a percibir, con cuya
facilidad les quedaba correspondido su derecho a poseer la cantidad girada y se
les brindaba un depósito productivo hasta el instante en que decidieran
disponer de aquellos fondos. Para quienes careciesen de cuenta había la
facilidad de retirar el importe de la orden de pago a su favor mediante el
simple requisito de la estampación de su firma en un recibo de caja. Y,
finalmente, para unos y otros, incluso para anónimos portadores, si así lo
hubiese establecido el librador del documento, contaba el repertorio bancario
con la emisión de cheques en distintos formularios, que cumplían a satisfacción
las finalidades que conviniesen al ordenante del giro.
Tan sencillo resultaba liquidar las
transacciones en plaza, por entrega de efectivo, de talones o de órdenes de
traspaso de cuenta, como aquellas otras efectuadas en los puntos más inusitados
de los continentes, valiéndose de las órdenes bancarias de abono y de pago, de
cartas de crédito o del libramiento de cheques nominativos o al portador,
simples o cruzados, en moneda nacional o en moneda extranjera. En todo y en
todas partes existía la eficaz y silenciosa actuación de la Banca, facilitando
la realización de todas las manifestaciones y de todas las exigencias del
comercio y de las relaciones familiares y sociales.
Anexo a Giros estaba el departamento de
Compensación, que tenía por objeto el canje recíproco de multitud de
libramientos, principalmente cheques, efectos de comercio y transferencias;
venía a ser un intercambio de operaciones anuladas a igual importe, y cuyo
excedente habría de ser imputado a la parte que correspondiese.
En cuanto a la organización del negociado,
encontró en él pocas cosas que fuesen novedad para sus conocimientos; los
libros registros eran una serie de encasillados que permitían consignar los
datos más interesantes de cada operación, y conservarlos por correlación de
fechas para aclarar en su día cualquier incidencia que pudiera presentarse. La
contabilización recogía los importes percibidos del ordenante, y los distribuía
llevando a la cuenta de la sucursal o corresponsal pagador el líquido girado; a
la cuenta de resultados la comisión correspondiente; y a las recuperativas de
franqueos y timbres el valor de los suplidos. En cuanto a la redacción de la
correspondencia necesaria se precisaba anunciar el giro, sus características,
el medio de reembolso, así como los detalles particulares de cada caso.
Queimadelos se había convencido –y éste
opinaba igual que todos sus compañeros- de que las funciones de los empleados
de Banca en lo estrictamente oficinístico se circunscriben a cubrir formularios
de acuerdo con las particularidades de cada operación. Pero esto era sólo una
parte: cubrir impresos es lo manual, pero dar vida y ciencia, infundir eficacia
económica a cada una de las operaciones es algo profundamente intelectivo; esto
correspondía de un modo especial a los directivos de la empresa, pero también a
los empleados en cuantas funciones independientes tuviesen encomendadas, en
todos aquellos casos en que precisaba intervenir su raciocinio; y es ahí donde
la máquina no puede sustituir al hombre: un mecano realiza impresiones
uniformes para las que esté adaptada su maquinaria, pero sólo esas, sin poder
recoger las variantes que imponga la especialidad del caso o el libre albedrío
del cliente.
En los primeros tiempos de la Banca, como
en los presentes, pese a los adelantos de la automatización, el hombre necesita
al hombre para comprenderse en sus apetencias, para efectuarle las misiones que
tenga a bien ordenar. Si las finanzas se llevasen a cabo en moneda metálica
podrían hacerse varias operaciones utilizando un mecanismo que apreciase los
importes por su volumen y peso, pero en épocas tan precisadas del billeteo y
del crédito se hace insustituible la actuación de empleados que controlen al
uno y al otro. Con todo ser el hombre inteligente y adaptable a las
circunstancias por las que atraviese no es fácil en muchos casos llegar a
mutuas comprensiones y acuerdos, así que resultaría una utopía descabellada
ponerse a inventar maquinaria financiera. Aquí tenemos el tan discutido
humanismo de la gente de Banca, la controversia de que estos empleados, por
obra de una monotonía implacable, convierten al hombre en un ser apático y
miserable. La promoción a la que pertenecía Queimadelos estaba comprobando por
si misma que lo monótono sólo existe con respecto a ciertos formularios de
operaciones, pero tan sólo en el papel, en sus estampaciones tipográficas, pues
en torno a esos mismos impresos se hacía precisa, a cada instante, la exhibición
y superación de una vasta cultura, y en el campo de relación de esos mismos
oficinistas reinaba constantemente, sin que la entibiasen su gran
responsabilidad ni lo intrincado de algunas misiones, una grata camaradería y
un entusiástico producir.
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LA JUVENTUD
BANCARIA EN EL SIGLO XX
-III-
Xosé María Gómez
Vilabella
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